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Alabad al Señor que la música es buena

 

Hay varios relatos de cómo David llegó a presentarse ante la corte del rey Saúl. Según uno de estos relatos, Saúl sufría de depresiones, y los cortesanos decidieron traer a alguien que supiese tocar la cítara y cantar, exorcizar con su música el espíritu de tristeza que acometía a aquel gigante tan triste. Le recomendaron a David al rey diciendo que era "un belenita que sabe tocar, es valeroso, buen guerrero, de palabra amena, de agradable presencia, y el Señor está con él" (1 S 16,18).

Decimos en castellano que "la música amansa a las fieras". Este era realmente el efecto que la música de David. "Cuando el mal espíritu atacaba a Saúl, tomaba David la cítara y la tocaba. Saúl encontraba calma y bienestar y el espíritu malo se apartaba de él" (1 S 16,23).

David ha quedado eternizado como compositor y cantor de los salmos. La mayor parte del salterio se atribuye directamente al rey David. Es costumbre de la Biblia el atribuir artificialmente todos los escritos pertenecientes a un género literario a un gran personaje, que es el iniciador del género. Toda la legislación es atribuida a Moisés; los escritos sapienciales, a Salomón; la lírica, a David.

La renovación carismática ha redescubierto en el siglo XX el valor de la música para devolver el gozo al corazón que está triste. "La alegría del Señor es vuestra fortaleza" (Ne 8,10). "Alabad al Señor que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa" (Sal 147,1). Todos cuantos han hecho la experiencia del "bautismo en el Espíritu", o "efusión del Espíritu" coinciden en decir que a partir de ese momento se despertó en ellos una sensibilidad muy especial para la música, y unas ganas muy grandes de cantar al Señor.

La experiencia de salvación es la que abre los labios de David y los nuestros al cántico nuevo. "Me sacó de la fosa fatal, del charco cenagoso… Puso en mi boca un cántico nuevo, una alabanza a nuestro Dios" (Sal 40,3-4). Y más adelante: "He anunciado tu salvación ante la gran asamblea. No he contenido mis labios… Tú, Señor no contengas tu ternura hacia mí". En la medida en que David no contiene sus labios, el Señor no contiene su ternura para con él.

También es verdad que el Señor reprueba la música y los cantos de los que practican la injusticia y oprimen al prójimo. "¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! (Am 5,23)". "Al extender vuestras palmas, me tapo los ojos para no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo" (Is 1,15). Como decía San Agustín, el canto nuevo solo agrada a Dios cuando sale de un corazón nuevo.

Algunos tienen mucha dificultad para cantar en la liturgia, y se aburren con la música. Quizás como Napoleón piensen que la música es simplemente el menos desagradable de los ruidos. No saben lo que se pierden.

Muchas presiones intentan contener nuestros labios para que no cantemos. Sobre todo, el respeto humano, el miedo a ser considerados "emocionales". Algunos hacen de la religión algo puramente intelectual, o la reducen a una dimensión ética de compromiso.

También los fariseos reprocharon al pueblo sencillo que cantase las alabanzas del hijo de David. Pero Jesús respondió: "Si éstos callan, gritarán las piedras" (Lc 19,40). Dice el refrán castellano que gallo que no canta, algo tiene en la garganta. Algo se nos ha podido quedar atragantado. Mientras no nos liberemos de ello, no podremos cantar a nuestras anchas.

Los judíos querían ir al Templo en peregrinación para participar en aquellos momentos gloriosos de alabanza colectiva "Sólo una cosa pido a YHWH, eso buscaré, habitar en la casa de YHWH todos los días de mi vida, saborear la dulzura del Señor y contemplar su templo" (Sal 27,4). En los momentos sombríos les consolaba recordar aquellos momentos de fiesta "cuando marchaba a la casa de Dios entre gritos de júbilo y alabanza entre el gentío festivo" (Sal 42,3).

La música era uno de los elementos más importantes de la alabanza en el templo de Jerusalén. Los salmos no fueron compuestos para ser rezados, sino para ser cantados y acompañados por instrumentos. Nada menos que 19 instrumentos son mencionados en la Biblia. Entre los instrumentos de cuerda tenemos el arpa, la lira de doce cuerdas, la lira de diez cuerdas, el laúd. Entre los instrumentos de viento, la doble flauta, el cuerno, la trompeta, y el ugav (¿flauta?). Había también una gran cantidad de instrumentos de percusión, como los címbalos, castañuelas, panderetas. El salmo 150 es todo él un invitatorio a alabar al Señor con todos los instrumentos.

El pueblo cristiano debe recuperar el gozo de cantarle a Dios. Cantarle a solas en la cama, en la ducha, camino del trabajo, en el coche, en el parque..., pero sobre todo, cantarle con los demás cuando nos reunimos a orar en el templo. El libro de las Crónicas nos cuenta una de estas liturgias festivas: "Los levitas cantores, vestidos de lino fino, estaban de pie tocando címbalos, salterios y cítaras, y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban las trompetas; se hacían oír al unísono los que tocaban las trompetas y los cantores, alabando y celebrando a YHWH" (2 Cr 5,12-13).

Cuando celebro por primera vez con una comunidad desconocida, me fijo mucho en cómo cantan, sobre todo en si cantan con ganas o por cumplir. "Dime como cantas y te diré quién eres". Tengo comprobado que el canto es el termómetro de la vida en el Espíritu de una comunidad.

Decía Pablo a los efesios: "No os emborrachéis con vino, sino llenaos del Espíritu, y entonad salmos, himnos y cantos inspirados, tocando y cantando de corazón en honor del Señor" (Ef 5,18-19). La experiencia del Espíritu produce en el corazón humano una euforia semejante a la que produce el vino, pero sin dejar resaca ni adicciones. Todos los que en Pentecostés oían a los apóstoles cantar las maravillas de Dios, pensaban que estaban llenos de mosto (Hch 2,13).

La música nos puede ayudar en nuestra oración de muchas maneras. Podemos simplemente escuchar música con los ojos cerrados, como fondo para nuestros ratos de oración. A muchos les ayuda escuchar canciones religiosas en el auto, y pueden unirse a ellas y cantar juntamente con las cintas o los discos compactos. Los que saben tocar algún instrumento pueden acompañarse de él en los ratos de oración para cantar canciones ya conocidas, o para improvisar sus propias melodías. "Llegaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y exultaré y te alabaré con la cítara, oh Dios, Dios mío" (Sal 43,5).

El canto no es una evasión de nuestros compromisos. No hay por qué contraponer la cigarra cantora y la hormiga laboriosa. El canto ayuda a la marcha, impulsa en el camino. San Agustín tiene un precioso texto sobre este tema: "Canta y camina".

"Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes, canta, pero camina. Consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza. Canta y camina a la vez. ¿Qué significa ‘camina’? Adelanta, pero en el bien, en la fe verdadera, en las buenas costumbres. Canta y camina".