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Sentarse ante Dios

 

Uno de las decisiones más importantes en la vida de David fue discernir si tenía que construir el Templo de Jerusalén o no. La ilusión de David hubiese sido pasar a la historia como un gran constructor y dejar tras de sí una obra memorable, que todas las generaciones pudieran admirar. A todos nos gusta proyectar grandes empresas para la gloria de Dios, pero esas grandes empresas siempre tienen mucho de ambigüedad. ¿Es la gloria de Dios la que buscamos con nuestros montajes grandiosos o la gloria propia?

David tuvo el coraje de dudar de la conveniencia de sus proyectos ilusionantes, y el Señor mediante el profeta Natán, le pidió que renunciase a construir ese Templo. Sería otro el que lo construyera. ¡Qué decepción para David!

Le dijo Dios: "No eres tú el que me construirás a mí una casa, sino que seré yo el que te construya a ti una casa" (2 Sm 7,5.11). La profecía juega con el doble significado de la palabra casa. Significa templo, pero significa también dinastía. Pensemos por ejemplo en la "Casa de Austria" o la "Casa de Borbón".

Dios le promete a David una dinastía eterna que reinará por siempre, y de esa dinastía surgirá el Mesías. El verdadero templo será Jesús el Mesías, nacido de la casa de David. Ningunas manos humanas lo construirán (Mc 14,58), sino que será Dios mismo quien lo forme. Lo importante no es lo que David quiere hacer por Dios, sino lo que Dios quería hacer por David.

Quiero resaltar una palabra que trae la Biblia en este contexto. En pleno proceso de discernimiento, "el rey David entró y se sentó ante el Señor..." (2 Sm 7,18). Entró en la tienda del encuentro, un templo provisional que consistía simplemente en una gran carpa. Allí descubrió la voluntad de Dios situándose ante él reposadamente, sin prisas, o sea, "sentándose en su presencia".

Cuando entramos en una casa, nos invitan a sentarnos. Es un gesto de cortesía. Sólo se recibe de pie a un cobrador, a un vendedor, o cuando se trata de asuntos de trámite,...

El que nos invita a sentarnos en su casa nos está haciendo un gesto de amistad; es el inicio de una conversación personal e íntima. Recuerdo mis años en la selva peruana. La mayor descortesía era entrar en la casa de un campesino y no aceptar el asiento que te ofrecían con cariño: «Pase a descansar», «Descanse por el banquito». Tardé tiempo en enterarme que para ellos «descansar» significaba en ese caso «sentarse», y que no hacerlo era la mayor grosería que se podía cometer con ellos.

El Señor también nos invita a "descansar" en su presencia. A sentarnos sin prisas en actitud de discípulos. Adoptamos así la postura de María de Betania, que eligió la mejor parte; "sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras Marta estaba de pie atareada con muchos quehaceres" (Lc 10,39), o la postura del endemoniado de Gerasa, que, después liberado de sus demonios, estaba "vestido y sentado a los pies de Jesús" (Lc 8,35).

Hoy día podemos revivir esta escena. Cada vez que nos sentamos a orar podemos figurarnos que estamos a los pies del Maestro, sentados ante él como David ante Dios. Los maestros de oración nos dicen que para meditar conviene sentarse. La postura de rodillas es buena para la adoración, pero no para la meditación.

La palabra "sentada" tiene muchas resonancias en el idioma moderno. La utilizan en la espiritualidad budista del Zen, como sinónimo de oración. La oración budista consiste simplemente en sentarse y hacer un silencio profundo.

Los equipos de espiritualidad matrimonial, como pueden ser los equipos de Nuestra Señora, hablan de la sentada conyugal que deben hacer los esposos al menos una vez al mes. Se trata de sentarse el uno frente al otro para dialogar sobre todos los temas importantes de la pareja, su vida sexual, su convivencia, sus hijos, su trabajo.

En el mundo social se habla también de la sentada como un recurso de protesta comunitaria contra una injusticia. Los manifestantes en lugar de desfilar deciden sentarse, para dar estabilidad a su protesta, para manifestar que son inamovibles, mientras cantan "No nos moverán".

El sentarse ante Dios participa también un poco de los diferentes armónicos del campo semántico de la "sentada". Es oración como en el budismo, es diálogo de amor como en el caso de la pareja, es la actitud inamovible de quien ha tomado la decisión irrevocable de no levantarse hasta conseguir lo que desea.

Jesús nos ha querido sentar a su mesa para compartir su intimidad. Pero nosotros muchas veces rehusamos sentarnos, para andar correteando continuamente como Marta. Jesús nos repite: "No os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15). David aceptó sentarse ante Dios y así descubrió los proyectos de amor que Dios tenía para con él.

Sin embargo, ¡cuántas veces nos empeñamos en ser siervos como Marta, y renunciamos a la conversación en la mesa, a la llamada a la intimidad! Cualquier trabajo, por duro que sea, se nos hace más fácil que sentarnos junto a él y acoger sus promesas.

Oímos hablar de muchos sacerdotes, religiosos, seglares comprometidos, que se han "quemado" a base de imponerse ritmos de trabajo agobiantes, correteando al servicio de su Señor, trajinando en mil faenas, construyendo templos, metiéndose en montajes grandiosos, pero sin encontrar nunca el tiempo para sentarse a escucharle.

Si nos sentásemos como David, quizás descubriríamos que el templo más bonito es el que Dios va construyendo en el corazón de cada uno, cuando nos va modelando a imagen de Jesús, y nos da un corazón como el de Jesús, manso, humilde, dócil, acogedor, generoso, amable, que irradia paz y ternura; un corazón como un templo de grande, donde todos caben y donde se puede dar a Dios el verdadero culto en Espíritu y verdad (Jn 4,24).