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Orar al amanecer

Uno de los momentos más importantes para la oración es la hora del amanecer. Ya el evangelio nos dice que Jesús madrugaba mucho para orar a su Padre (Mc 1,35). Los salmos recogen este hábito de orar cuando sale el sol. "Me adelanto a la aurora, pidiendo auxilio" (Sal 119,147). "Haz que sienta tu amor en la mañana, porque confío en ti" (Sal 143,89). "De mañana mi oración se presenta delante de ti" (Sal 88,13). El salmista madruga, y quiere despertar a la aurora, de modo que no sea la aurora la que le despierte a él. Para ello afina y despierta su guitarra, para poder así con su música despertar al sol. "Despertad, cítara y arpa, despertaré a la aurora" (Sal 57,9).

Ésa es la hora en la que la Iglesia, al contemplar la salida del sol, tras la oscuridad de la noche, ve en el disco solar que se alza en el horizonte la imagen de Jesús resucitado, que lo llena todo de su presencia. Por ello ha dispuesto en la Liturgia de las Horas una oración especial para ese momento. Es la oración de las Laudes que, como decía San Cipriano, "celebran la resurrección del Señor con la oración matutina". Las apariciones del Resucitado solían tener lugar a la salida del sol o a la caída de la tarde. Son tiempos privilegiados para la oración. "Muy de madrugada a la salida del sol" fue María Magdalena al sepulcro (Mc 16,2). Al amanecer estaba Jesús resucitado en la orilla del lago en donde los discípulos habían bregado toda la noche sin coger nada (Jn 21,4).

Las laudes son una oración gozosa. Sus himnos están pensados para cantarse de pie, con las manos alzadas, con el cuerpo cimbreándose al son de la música, y al son de palmas e instrumentos. Esos himnos nos recuerdan cómo "salimos de la noche y estrenamos la aurora", y "saludamos el gozo de la luz que nos llega resucitada y resucitadora". "El rostro de las cosas se alegra con la presencia de la luz". Cada mañana "nos trae la noticia de esa presencia joven del Señor en gloria y poderío, la serena certeza con que el día proclama que el sepulcro de Cristo está vacío".

A esa hora "los temores se alejan como las sombras", y vamos "aprendiendo a amanecer en la gran luz de la misericordia" del Señor. "El mundo estrena claridad de corazón cada mañana, se hace la gracia más temprana y es más sencilla la verdad. Puro milagro de la aurora, tiempo de gozo y eficacia. Dios con el hombre, todo es gracia bajo la luz madrugadora".

Dice el refrán castellano que "al que madruga, Dios le ayuda". El madrugar ha sido siempre un hábito importante en la vida religiosa. Salvo situaciones especiales, la ecología más elemental nos dice que las horas de luz han sido hechas para trabajar y las de la noche para dormir. Subvertir la naturaleza es algo que acaba pasando la factura. Por eso es tan antinatural la cultura juvenil que ha cambiado la noche por el día. San Pablo nos exhorta a despojarnos de las obras de la noche, proceder como en pleno día (Rm 13,12-13) y a vivir como hijos de la luz (Ef 5,8). "Despierta, tú que duermes, y Cristo será tu luz" (Ef 5,14).

Cuando la ordenación de la Liturgia de las Horas habla de las Laudes, cita a San Basilio: "Al comenzar el día oremos para que los primeros impulsos de la mente y del corazón sean para Dios, y no nos preocupemos de cosa alguna antes de habernos llenado de gozo con el pensamiento de Dios, según está escrito, ‘Me acordé del Señor y me llené de gozo’".

El cantar del Myo Cid ya nos invitaba a no levantarnos como los infantes de Carrión que "yantan antes que fagan oración". Gandhi decía que la oración debe ser el cerrojo de la noche, y la llave de la mañana: hemos de terminar la jornada orando antes de dormirnos, y volver a abrir el nuevo el día orando por la mañana al despertar.

A propósito del libro de la Sabiduría que nos invita a "adelantarnos al sol para dar gracias" a Dios (Sb 16, 28), Juan Pablo II citaba recientemente a San Ambrosio: "Sería grave el que los rayos del sol naciente te sorprendieran desperezándote en la cama".

Más adelante dice San Ambrosio: "Corre al encuentro del sol que sale... El sol de justicia quiere ser anticipado y no espera otra cosa... Si te adelantas a la salida de este sol, recibirás como luz a Cristo. Será Él precisamente la primera luz que brillará en lo secreto de tu corazón. Será Él precisamente quien hará resplandecer para ti la luz de la mañana en las horas de la noche, si meditas en las palabras de Dios. Mientras meditas, sale la luz... A primera hora de la mañana, vete rápidamente al templo y lleva como homenaje las primicias de tu devoción. Y después, si el compromiso del mundo te llama, nadie te impedirá decir: ‘Mis ojos se adelantan a las vigilias, meditando tu promesa’ (Sal 119,148), y con la conciencia tranquila te dedicarás a tus asuntos.

¡Qué bello es comenzar el día con los himnos y los cantos, con las Bienaventuranzas que lees en el Evangelio! ¡Qué provechoso es el que descienda para bendecirte la palabra del Señor; que tú, mientras repites cantando la bendición del Señor, se apodere de ti el compromiso de realizar alguna virtud, si quieres encontrar en tu interior algo que te haga sentirte merecedor de esa bendición divina!"

San Ignacio daba mucha importancia a los primeros pensamientos del día al levantarse. En su segunda adición nos dice: "Cuando me despertare, no dando lugar a unos pensamientos ni a otros, advertir luego a lo que voy a contemplar en el primer ejercicio [EE 74].

Dime cómo te levantas y te diré cómo se va a desarrollar tu día. La sabiduría popular nos anima a comenzar el día levantándonos de la cama con el pie derecho. La mejor manera de levantarse con el pie derecho es empezar al día en la alabanza al Dios de la luz ofreciéndole la nueva jornada.

El que se despierta tarde, y no tiene tiempo para orar antes de empezar su jornada, se parece a la persona que llega tarde al autobús y tiene que correr al trabajo detrás de él en lugar de ir cómodamente instalado en su interior. El modo de levantarnos establece ya el ritmo y el tono vital que prevalecerá durante el resto del día. "Sácianos de tu amor a la mañana, y toda nuestra vida será alegría y júbilo" (Sal 90,14).