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En la cima del monte

En el capítulo anterior vimos cómo Jonás oraba desde lo profundo del mar en el vientre de la ballena. En este capítulo vamos a acompañar a Moisés a lo alto del monte y seremos testigos de su oración con las manos levantadas. Se puede orar desde lo más alto y desde lo más bajo, desde la cima y desde el abismo. "Si subo hasta los cielos allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentras" (Sal 139,8).

Cuenta la Biblia que, durante su travesía por el desierto, Israel sufrió el ataque de los amalecitas, que intentaban cortarle el paso (Ex 17,8). Amalec simboliza en la Escritura las fuerzas del mal en su estado químicamente puro, el odio sordo y gratuito contra Dios y su pueblo y contra todo lo que Dios significa. Son las fuerzas oscuras que han buscado el genocidio del pueblo judío a lo largo de la historia asesinando a un pueblo entero, mujeres y niños.

Ante aquel peligro inminente, Moisés diseñó su estrategia de defensa. Ordenó a Josué que eligiera a unos hombres para salir al combate, pero el propio Moisés no participó en la pelea, sino que subió al monte con dos de sus compañeros, y allí se puso a orar.

Podríamos pensar que Moisés fue un cobarde que huyó de la refriega buscando un lugar más seguro. Muchas veces se acusa a los contemplativos de que son parásitos sociales, que huyen de los compromisos para refugiarse en un claustro. Sin embargo la Biblia no piensa así. Nos dice que precisamente mientras Moisés oraba en el monte con sus manos levantadas, el ejército ganaba la batalla.

Pero hubo un momento en que Moisés empezó a cansarse de mantener sus manos alzadas. Es realmente difícil perseverar en la oración. Muchas veces nos aburrimos de estar allí inmóviles, pasivos, aparentemente ajenos a ese mundo donde parece jugarse el destino de la humanidad, y preferiríamos cualquier otra actividad. Llegó un momento en que Moisés también se cansó y bajó los brazos. "Mientras Moisés tenía las manos alzadas, prevalecía Israel; pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec" (Ex 17,11).

"Se le cansaron las manos a Moisés y entonces (sus dos compañeros) tomaron una piedra y se la pusieron debajo; el se sentó en ella mientras Aarón y Jur le sostenían las manos, uno a un lado y otro a otro. Y así resistieron sus manos hasta la puesta del sol" (Ex 17,12). Por eso es importante no orar solo. Moisés subió al monte acompañado, porque para perseverar en la oración necesitamos el apoyo de una comunidad orante que nos sostenga cuando nuestras fuerzas comienzan a flaquear.

Esas manos alzadas son como antenas en lo alto del monte que captan las ondas, o como pararrayos que atraen la carga eléctrica de las nubes. Al orar estamos captando la energía del Espíritu de Dios, no sólo en favor nuestro, sino en favor de todo el pueblo. La Iglesia se va energetizando así con esa carga positiva que es su verdadera fuerza en sus proyectos, en sus luchas, en sus misiones.

De una manera simbólica el evangelio nos narra una escena que ejemplifica esta realidad. Jesús subió al monte a orar y los discípulos se embarcaron (Mc 6,46). El mar se embraveció y tuvieron que fatigarse remando contra las olas y tuvieron miedo. Es un precioso icono de la situación presente de la Iglesia. Jesús parece estar ausente arriba en el cielo y nosotros nos vemos en mitad de la noche y de las olas. Pero el evangelio nos dice que Jesús está en el cielo orando, "siempre vivo para interceder por nosotros" (Hb 7,25). Y en los momentos de crisis se hace presente para confortar a los suyos, aunque al principio pensemos que es un fantasma (Mc 6,49). Al final, la crisis llega a su solución, el mar se calma o la batalla nos reporta la victoria contra los amalecitas.

Por eso la oración no es en la Iglesia una tarea que se deja en manos de los personajes secundarios, sino que es ante todo la responsabilidad de los dirigentes. Dicen los Hechos de los Apóstoles, que en una ocasión los Doce se vieron abrumados por tanto trabajo, y decidieron delegar en otros las actividades asistenciales y administrativas, reservándose para ellos la oración y el ministerio de la palabra. "No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios para servir a las mesas […] Pondremos a otros al frente de este cargo y nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6,4). Ninguna actividad, por urgente que parezca, puede eximir a los responsables de la Iglesia de dedicar un amplio espacio a la oración para acompañar con ella sus trabajos pastorales.

Lo mismo que Moisés dos mil años antes, los apóstoles sabían que los protagonistas de la historia no son los que luchan en el campo de batalla, sino los que captan la energía positiva del Espíritu, que es la verdadera fuerza del pueblo en todas sus luchas.

¿Quiénes son los protagonistas de la historia? Aparentemente las personalidades que deciden los destinos de la humanidad son los Bush, los Putins, los Sadam Husseins. Pero la Biblia nos revela que en realidad nuestro mundo es tridimensional. Tiene dos planos, el de abajo y el de arriba. El plano de abajo donde Josué pelea con los amalecitas, y el plano del monte donde Moisés ora con sus manos levantadas. Las verdaderas batallas se juegan no abajo en el campo de combate, sino arriba en el monte…

Los verdaderos protagonistas de la historia son personas desconocidas para los medios de comunicación: la carmelita de clausura que ora en un claustro, el enfermo que agoniza en un hospital ofreciendo a Dios su sufrimiento. En este mundo en que sólo se valora la eficacia, hay que proclamar que la oración no es una pérdida de tiempo, sino el lugar donde se gesta la solución a los grandes problemas de nuestra vida y de la historia.