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El ático en la terraza

Uno de los últimos libros del Antiguo Testamento es el libro de Judit. Judit era una viuda rica y hermosa. Con la muerte de su marido todo su mundo se vino abajo. Otra mujer habría caído en una depresión y se habría pasado el resto de su vida lamentando su desgracia encerrada en su casa. O por el contrario habría podido aprovecharse de su belleza y de la fortuna de su marido para ahogar su pena en la vida superficial como una de tantas viudas alegres. Pero Judit no cayó en ninguna de las dos tentaciones. Ni se encerró en su pequeño mundo, ni disipó su vida en fiestas y lujos. El texto bíblico nos dice que construyó un ático en la terraza de su casa para poder orar (Jdt 8,5). Desde ese ático podía contemplar el cielo y las estrellas, pero podía también contemplar las calles de su ciudad y los sufrimientos de sus gentes.

Su pueblo, Betulia, se encontraba en un momento de gran tribulación. Los habitantes estaban desmoralizados, asediados por el ejército asirio, el pueblo más cruel de la tierra. Con las provisiones de alimentos y de agua casi agotadas, la gente de Betulia estaba ya casi a punto de rendirse al enemigo.

En su sabiduría Judit se construyó en la terraza una habitación; creó un espacio de libertad donde mantener un contacto íntimo con su Dios. Y desde esta atalaya, desde este pequeño espacio liberado y liberador, fue capaz de percibir los peligros reales de su gente, sacarles de su desesperación y derrota (Jdt 8). Allí, en esos momentos de oración es donde recibió la inspiración para la estrategia a seguir, y donde recibió la fuerza increíble para entrar en la boca del lobo, y meterse en la misma tienda del general Holofernes y cortar su cabeza.

Al final de la historia Judit, "la judía", consigue liberar a su pueblo de aquel Hitler cruel que amenazaba con el genocidio de su pueblo. Judit no se limitó a orar en su oratorio, sino que arriesgó su vida en el intento superando todos sus miedos.

En los diversos capítulos de este libro tendré la oportunidad de compartir con los lectores algún ejemplo de oración bíblica. La Biblia es en realidad la mejor escuela de oración. Por sus páginas desfilan los grandes orantes, en cuya escuela podremos aprender muchos secretos sobre este arte de orar.

La primera lección de hoy te enseña a construir ese ático en la terraza, ese pequeño espacio en tu casa donde puedas orar. Se trata de un pequeño rincón de oración. Adórnalo a tu gusto. Que no falte un icono, un banquito, la Biblia, una vela que puedas encender mientras oras. No te importe que los tuyos te sorprendan mientras oras. Puedes también tener a mano una música de fondo. Prepara tu equipo musical y tus cascos.

Ese rincón es tu atalaya desde la que vigilarás el cielo y las estrellas y el sufrimiento de los tuyos. La Biblia repite la imagen del vigía que vigila permanentemente desde su puesto. "Exclamó el vigía: ‘Sobre la atalaya, mi señor, estoy firme a lo largo del día, y en mi puesto de guardia estoy firme noches enteras’" (Is 21,8). Ese rincón es tu observatorio, desde mantienes ante la vida una actitud inquisitiva de búsqueda, escrutando a la vez el cielo y la tierra.

Escrutarás en las páginas de la Biblia cuál es el mensaje adecuado para cada momento, para cada necesidad tuya o de los tuyos. Quizás puedes tener también a mano un cuaderno para anotar tus inspiraciones.

No faltes a la cita un rato todos los días. También a Moisés Dios le mandó que habilitase una carpa como lugar de encuentro y le dijo: "Allí me encontraré contigo y hablaremos" (Ex 25,22). El bonito nombre que recibió esta carpa es precisamente el de "tienda del encuentro", otro posible nombre para tu rincón de oración (Ex 27,21).

El ideal de la oración es llegar a mantener vivo el diálogo con Dios a lo largo de todo el día, pero para orar siempre con los ojos abiertos hay que pasar cierto tiempo orando con los ojos cerrados. Esa oración con los ojos cerrados es la que vas a hacer un ratito en tu "ático sobre la terraza".

Para mantener el contacto con Dios durante las actividades del día, tiene que haber línea en el teléfono. Los ratos formales, sentado en tu rincón de oración, reabren la línea cada vez que se bloquea, o cuando el teléfono está colgado. Por eso, al final de tu rato explícito de oración, no cuelgues el teléfono. Deja el móvil abierto.

Si la línea está abierta, cuántas ocasiones de oración puedes encontrar luego durante el día: el tiempo de los transportes, los atascos de tráfico; escuchando música, cantando bajo la ducha. Puedes aprovechar las esperas enojosas mientras se cargan los programas del ordenador o mientras hierve el agua en el microondas. Puedes convertir en alabanza los pequeños placeres, el agua caliente de la ducha, la caricia de la brisa en verano, el sabor de los alimentos, la belleza de los paisajes. Puedes presentar al Señor en intercesión las personas tristes que se cruzan contigo durante el día, las noticias trágicas de la televisión...

Pero para vivir así todo el día tiene que estar abierta la línea con Dios. Allí, en el ático sobre su terraza, en su rincón de oración, es donde Judit abrió un espacio de comunión que le brindó la sabiduría y la fortaleza para liberar a su pueblo asediado. En tu pequeño oratorio reabres tú también la línea para vivir todo el día en un continuo diálogo con el Dios de la vida.