TEXTOS ESCOGIDOS SOBRE LOS SALMOS

 
 
 

1. Los salmos, espejo del alma

 Todas las Escrituras, hijo mío, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, son inspiradas por Dios y provechosas para nuestra enseñanza, según está escrito. Pero el libro de los Salmos tiene algo digno de ser observado. Cada libro de la Biblia presenta su propio argumento y lo desarrolla (...). Pero el libro de los Salmos, como un jardín que tuviera en él sembrados los frutos de los demás, los canta todos e incluso de aquellos ofrece sus propios frutos, la salmodia (...)

Además de lo que tiene afín o común con los otros libros, éste tiene una gracia singular, algo digno de atención, y es que describe y expresa los sentimientos o pasiones de las almas, su evolución y su enmienda, de suerte que el que lee y se fija puede, si quiere, aplicarse aquel modelo. Pues en los demás libros escuchamos la Ley que manda unas cosas y prohíbe hacer otras, y oímos las profecías, por las que sabemos que el Salvador tenía que venir, o encontramos los relatos históricos, de los que se puede aprender lo que hicieron los reyes y los santos. Pero en el libro de los Salmos, además de poder, cualquiera que los oiga, aprender aquellas mismas cosas, se pueden aprender y discernir los impulsos de la propia alma.

Por otra parte, según lo que padece o según lo que la domina, puede escoger de este mismo libro el modelo para las palabras adecuadas. De este modo, quien escucha los salmos sacará gran provecho, pues aprenderá qué ha de decir o hacer para poner remedio a su mal. Hay en los demás libros discursos que prohíben el mal; en éste se enseña cómo evitarlo. Por ejemplo, se manda la conversión, y la conversión es dejar el pecado; pues bien: en este libro se enseña cómo hay que hacer penitencia, y de qué palabras hay que servirse al hacer penitencia. Otro ejemplo. Dice san Pablo que la tribulación engendra la paciencia, la paciencia la virtud probada, la virtud probada la esperanza, y la esperanza no se ve confundida (Rm 5,3.5).

Pues bien: en los salmos se halla escrito y se describe cómo hay que soportar la tribulación, qué palabras debe decir quien pasa tribulación, cómo se alcanza la virtud probada, qué palabras convienen a quien tiene puesta su esperanza en el Señor. Se nos manda también dar siempre gracias a Dios, y los salmos nos enseñan qué ha de decir el que da gracias.

Leemos asimismo que «los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán persecución» (2 Tm 3,12), y en los salmos aprendemos qué hay que decir al huir, y qué debemos decir a Dios cuando nos hemos salvado de la persecución. Se nos manda bendecir al Señor, alabar al Señor; en los salmos encontramos el modelo para bendecir a Dios y las palabras para alabarlo debidamente. En fin, en cualquier campo cada cual podrá encontrar cánticos divinos acomodados a él, a sus sentimientos ya su moderación (...).

Porque también esto es admirable en los salmos: que lo que en los demás libros los santos autores dicen de otras personas, quienes lo leen entienden que se dice de aquellos de quienes se escribió, y quienes lo escuchan saben que ellos son personas distintas de aquellos de quienes se está hablando, de modo que lo que se narra sólo mueve a admiración e invita a imitación.

En cambio, quien toma este libro, si se trata de salmos proféticos referentes al Salvador, sí, los recorre del mismo modo que las demás Escrituras, con sentimientos de admiración y de adoración; pero los demás salmos los lee como si fueran palabras suyas propias, y quien los escucha, lo hace como si él mismo los cantara, y le conmueven y se siente afectado por las palabras de estos cánticos como si fuesen sus propias palabras [...].

Nadie se atrevió nunca a decir como suyas las palabras de los patriarcas, ni llegó a imitar o proferir como propias las palabras de Moisés, ni las de Abraham acerca de la esclava, o de Ismael, o del gran Isaac, aunque se hallara en una situación parecida [...].

En cambio quien lee los salmos -¡cosa admirable!-, exceptuando las profecías acerca del Salvador y de las naciones, dice las demás palabras como si fueran suyas, y las salmodia como si de él mismo se hubieran escrito, y no las recibe y la recorre como si las dijera otro o se dijeran de otro, sino que le afectan como si las dijera él mismo de sí mismo; y todo lo que se refiere lo dice a Dios como si él mismo lo hubiera hecho y hablando de sí mismo (...).

Me parece, pues, que, para el que salmodia, los salmos son como un espejo en el que puede contemplarse a sí mismo y ver los impulsos de su alma, y recibidos con tales sentimientos. Pues quien escucha a otro que lee un cántico, lo recibe como si se dijera de él, y, o bien argüido por su propia conciencia y compungido se convierte, o bien al oír hablar de la esperanza en Dios o de la ayuda que reciben los que en él creen, como si la recibiera él mismo, exulta de gozo y se pone a dar gracias a Dios (...).

Y si alguien necesita más argumentos para convencerse, diré que ciertamente toda la Sagrada Escritura es maestra de virtud y de la fe verdadera, pero el libro de los Salmos ofrece además el modelo [icona] para la dirección de las almas.

San Atanasio de Alejandría, Epístola a Marcelino sobre la interpretación de los salmos. PG 27, núms. 2, 10, 11, 12 y 14.

2. En los salmos sale a la luz todo cuanto vive en los hombres

Tal es la imagen de la existencia que tiene el hombre del Antiguo Testamento: está en camino. De ese estar en camino hablan los salmos. Por eso en ellos sale a la luz todo cuanto vive en los hombres: las alegrías, las necesidades, los miedos, las pasiones. Pero todo queda puesto ante Dios. No de modo dionisíaco. No en un asentimiento total a la existencia. No diciendo: ¡Vive; cuanto más enérgica y ardientemente, mejor! No se dice: también el odio, la cólera, la imprecación y la maldición son vida y, por tanto, buenos. Sino que se dice: Así es el hombre; lleno de voluntad terrenal, lleno de hambre vital, lleno de pasión de toda especie, de odio y de sed de venganza; pero permanece en Dios. Se presenta ante él. Se le muestra tal como es. Por eso el Dios santo está por encima de todo lo que se dice en ellos, y todo recibe juicio de él.

Tomemos aquellos salmos que producen más duro escándalo: los «salmos de maldición». Comparémoslos con formas de maldición religiosa, tal como aparecen en la magia pagana, y entonces veremos la diferencia. Esas formas manifiestan la voluntad de poner mano en Dios; de obligarle, con incitación y conjuro, a que realice la acción aniquiladora. Nada de eso se encuentra en los salmos. La libertad de Dios permanece intacta. Siempre es el Señor y el Juez. Toda pasión y todo odio son puestos ante él, y así precisamente se establece la diferencia; llega a ser una verdad; tiene lugar una liberación. Pero podría decir alguno: Yo ya no estoy en camino. En efecto, yo soy cristiano. A éste se le responderá: ¿Lo eres realmente? ¿Te atreves a decir que has realizado el ser cristiano?

Romano Guardini, Los Salmos (Obras, II, Cristiandad, Madrid 1981), p. 209.

3. « iQué voces te daba en aquellos salmos! »

¡Qué voces te di, Dios mío, cuando, todavía novicio en tu verdadero amor y siendo catecúmeno, leía descansando en la quinta los salmos de David --cánticos de fe, sonidos de piedad, que excluyen todo espíritu hinchado- en compañía de Alipio, también catecúmeno, y de mi madre, que se nos había juntado con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana!

¡Qué voces, sí, te daba en aquellos salmos y cómo me inflamaba en ti con ellos y me encendía en deseos de recitados, si me fuera posible, al mundo entero, contra la soberbia del género humano!

San Agustín, Confesiones, IX, 4, 8 (B.A.C, Editorial Católica, Madrid 1946), p. 667.

4. Jesucristo ora en nosotros y por nosotros, y nosotros le oramos a él

Cuando en la plegaria hablamos a Dios, no separemos de él al Hijo; cuando el Cuerpo del Hijo ora, no separe de sí al Hijo. Sea el mismo y único Salvador de su Cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, el que ore por nosotros, y el que ore en nosotros, y a quien oremos nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como Cabeza nuestra; le oramos nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos pues en él nuestra voz, y su voz en la nuestra. Y cuando hallemos alguna afirmación referente al Señor Jesucristo, sobre todo en las profecías, que nos parezca contener algo humillante e indigno de Dios, no tengamos reparo alguno en atribuírsela, pues él no tuvo reparo en hacerse uno de nosotros.

San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 85,1.

5. Elogio de los salmos

¿Qué cosa hay más agradable que los salmos? Como dice bellamente el mismo salmista: «Alabad al Señor, que los salmos son buenos, nuestro Dios merece una alabanza armoniosa». Y con razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y de concordia, son como la cítara que aúna en un solo canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su ocaso.

En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina: son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye. Leo en ellos: «Cántico para el amado», y me inflamo en santos deseos de amor; en ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos.

¿Qué otra cosa es el Salterio sino el instrumento espiritual con que el hombre inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del Espíritu Santo?

San Ambrosio, Comentario al Salmo 1.

6. La fuerza de los salmos: testimonio del P. Congar

El que escribe las páginas que siguen tiene una conciencia muy clara de dirigirse a hombres, hermanos suyos, que se hallan en medio de sufrimientos y dificultades a veces extremas, mientras que él se encuentra seguro, embarcado en un trabajo interesante, alabado por otros hombres, respetado como si hubiera conseguido ya el triunfo. Sin embargo, el que escribe les entrega la sinceridad absoluta de su alma. También él ha conocido horas difíciles, la oposición, la desconfianza, la soledad e incluso el destierro. Ha experimentado la tentación de creer que la noche no acabaría nunca. Sólo se ha «mantenido en pie» sostenido por la esperanza invencible que la oración de los salmos ponía cada día en su corazón y sobre sus labios. En último término, sólo pudo salir de la noche por la misericordia de Dios, después de haber aceptado ser reducido a la nada, no sobresalir en nada.

Para conseguir esto, ha sido ayudado no sólo por la gracia de Dios y por la oración de los salmos, sino por el ejemplo de vidas cristianas vividas humildemente en la pobreza y en un total olvido de sí; sobre todo, por el ejemplo de su madre que le repetía lo que a su vez ella había recibido de sus educadores: «El secreto de la felicidad radica en hacer el deber propio y en procurar encontrar en eso la alegría». E insistía: no se trata de encontrar la alegría efectiva, pues no siempre se consigue, sino de esforzarse sencillamente por conseguirla. Un día, en el más profundo vacío, en medio de la noche más oscura, le mandó un amigo lejano una cita de Rilke: es necesario resistir, tener paciencia «hasta que lo difícil se haga intolerable; entonces, todo cambia, y si en realidad era tan difícil, es que era verdadero»...

J.-Y. Congar, «A mis hermanos sacerdotes, testigos del evangelio en la soledad», en A mis hermanos. Sígueme, Salamanca 1969, pp. 217-218

7. Los salmos en la liturgia de las horas

En la Liturgia de las Horas, la Iglesia ora sirviéndose en buena medida de aquellos cánticos insignes que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, compusieron los autores sagrados en el Antiguo Testamento. Pues por su origen tienen la virtud de elevar hacia Dios la mente de los hombres, excitan en ellos sentimientos santos y piadosos, los ayudan de un modo admirable a dar gracias en los momentos de alegría y les proporcionan consuelo y firmeza de espíritu en la adversidad.

Sin embargo, los salmos no son más que una sombra de aquella plenitud de los tiempos que se reveló en Cristo Señor y de la que recibe toda su fuerza la oración de la Iglesia; por lo cual puede ocurrir que, a pesar de la suma estima de los salmos, en la que se encuentran concordes todos los cristianos, surja a veces alguna dificultad cuando alguien, al orar, intenta hacer suyos tan venerables poemas.

Sin embargo, el Espíritu Santo, bajo cuya inspiración cantaron los salmistas, asiste siempre con su gracia a los que, creyendo con buena voluntad, cantan estas composiciones poéticas. Pero es necesario, ante todo, que «adquieran una instrucción bíblica más rica, principalmente acerca de los salmos» (SC 90), cada cual conforme a su capacidad, y de ahí deduzcan de qué modo y con qué método pueden orar rectamente cuando los recitan.

Ordenación General de la Liturgia de las Horas, núms. 100-102.

8. Jesucristo, clave del salterio de David

No hay la menor duda de que todo lo que se ha dicho en los salmos hay que entenderlo según la doctrina evangélica, de suerte que, cualquiera que sea la persona por la que el espíritu de profecía hubiera hablado, lo refiramos todo al conocimiento de la venida de nuestro Señor Jesucristo, a su encarnación, su pasión y su reinado, y a la potencia y la gloria de nuestra resurrección (...).

En el Apocalipsis de san Juan se nos enseña: «Al ángel de la Iglesia de Filadelfia escribe: Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David, y si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir» (Is 22,22). Tiene la llave de David, porque él desata aquellos siete sellos, o sea todo lo que David profetiza en los salmos acerca de su encarnación, pasión, muerte, resurrección, gloria, reinado y juicio, abriendo así lo que nadie puede cerrar, y cerrando lo que nadie puede abrir (...).

Porque nadie sino él, de quien estos misterios se profetizaron y por quien fueron cumplidos, nos proporcionará la llave (clave) de su comprensión (...).

Por eso sigue diciendo: «y vi a un ángel poderoso que proclamaba con fuerte voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y romper sus sellos? Pero nadie era capaz, ni en el cielo, ni en la tierra, ni bajo tierra, de abrir el libro ni de leerlo. Y yo lloraba mucho porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Pero uno de los ancianos me dice: No llores; mira, ha triunfado el León de la tribu de Judá, el retoño de David; él podrá abrir el libro y sus siete sellos» (Ap 5,1ss). (...)

Creyendo en aquellos misterios que por medio de él se cumplieron, todo aquello que estaba sellado y cerrado se abre y se revela.

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre los Salmos, Introducción, nº 6.

9. La fuerza de los salmos: testimonio de la hija de Stalin

Yo misma di el paso decisivo en Delhi. Nadie me ayudó, nadie me aconsejó y nadie supo lo que yo hacía. Pero creo que todos nuestros pensamientos y acciones están en manos de Dios. Y sé que sin ese auxilio providencial que me había venido como inspiración y como decisión inmutable, nunca habría tenido yo la fuerza suficiente para dar ese paso.

«El Señor es mi luz y mi salvación» (Salmo 26; numeración griega y latina). «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Salmo 22). «Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor» (Salmo 30).

(...) En ninguna parte he hallado palabras más poderosas que las de los salmos. Su férvida poesía lo purifica a uno, le da a uno fuerzas, infunde esperanza en momentos de oscuridad. Le hace a uno examinarse críticamente, quedar uno mismo convicto y lavarse el corazón con lágrimas propias. Es el inextinguible fuego del amor, la gratitud, la humildad y la verdad (...).

«Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, Dios mío, a ti grité y tú me sanaste. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. Cambiaste mi luto en danzas, me desataste el sayal y me has vestido de fiesta; te cantará mi alma sin callarse, Señor, Dios mío. ¡Te daré gracias por siempre!» (Salmo 29).

Svetlana Alliluyeva, hija de Stalin. Tomado de Cultura Bíblica, n.º 237, marzo-abril de 1971.

10. La vida es una alabanza a Dios

Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura; y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos; y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.

San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 148,1.

11. Dios se alabó a sí mismo para que pudiéramos alabarlo dignamente

A fin de que Dios pudiese recibir de los hombres una alabanza digna de su eterna majestad, él se alabó a sí mismo; y en estas alabanzas que él se dignó dictar, nosotros los hombres encontramos el medio de presentar al Altísimo el homenaje que le corresponde. Pues en Dios no cabe la prohibición hecha al hombre: «No salga de tus labios la alabanza propia». Si el hombre se alaba a sí mismo, es arrogancia; pero si Dios se alaba, es misericordia. Provechoso es para nosotros amar al que alabamos, pues amando el bien nos hacemos mejores. Así pues, conociendo Dios que redunda en provecho nuestro que le alabemos, se alaba para hacerse más amable, procurando nuestro bien, por lo mismo que descubre cuán digno es de ser amado. Enfervoriza nuestros corazones para que se enciendan en alabanza; llena de su espíritu a sus siervos para que le alaben con cánticos inspirados, y como quiera que es su Espíritu quien en sus siervos le alaba, resulta que es Él quien se alaba a sí mismo, a fin de que nosotros podemos alabarle dignamente.

San Agustín, Enarrationes in Psalmos, Salmo 144,1.

12. Del modo de salmodiar

Creemos que Dios está presente en todas partes, y que «los ojos del Señor observan en todo lugar a buenos y malos» (Prov 15,3), pero sobre todo debemos creerlo sin la menor vacilación cuando asistimos al Oficio divino. Por eso acordémonos siempre de lo que dice el Profeta: «Servid al Señor con temor» (Sal 2,11). Y también: «Cantad sabiamente» (Sal 47,8). Y, «En presencia de los ángeles te alabaré» (Sal 138,l). Consideremos, pues, de qué manera hemos de estar ante la presencia de la Divinidad y de sus ángeles, y mantengámonos en la salmodia de tal modo que nuestra mente concuerde con nuestra voz.

(Regla de San Benito de Nursia, cap. 19).

13. Los cuatro sentidos de las escrituras

La historia tiene por objeto el conocimiento de los hechos pasados y visibles. El Apóstol da un ejemplo de ello, cuando dice: «Escrito está que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. El de la esclava nació según la carne; el de la libre, por promesa de Dios» (Ga 4,22-23).

Lo que sigue se refiere a la alegoría, por cuanto se habla de cosas realmente pasadas que prefiguraban otro misterio. Y así dice: «Estas dos mujeres son dos testamentos: el uno, que procede del monte Sinaí, engendra para la servidumbre. Esta es Agar. El monte Sinaí se halla en Arabia, y corresponde a la de Jerusalén actual, que es, en efecto, esclava con sus hijos» (Ga 4,2425).

La anagogía se eleva de los misterios espirituales a los secretos del cielo, más augustos y sublimes. Se halla expresada en lo que san Pablo agrega inmediatamente: «Pero la Jerusalén de arriba es libre, ésa es nuestra madre, pues está escrito: «Alégrate, estéril, que no pares; prorrumpe en gritos, tú que no conoces los dolores de parto, porque más serán los hijos de la abandonada que los hijos de la que tiene marido» (Ga 4,26-27).

En cuanto a la tropología, es una explicación moral, en orden a enmendar la vida y corregir los principios de conducta personal. Como si por medio de estos dos testamentos entendiésemos la práctica y la teoría; o si por Jerusalén o el monte Sión queremos entender el alma humana, según aquello: «Alaba, Jerusalén, al Señor; alaba, Sión, a tu Dios» (Salmo 147,12).

Las cuatro figuras pueden hallarse reunidas. Así, la misma y única Jerusalén revestirá, si queremos, cuatro acepciones distintas: en el sentido histórico será la ciudad o metrópoli de los judíos; en el alegórico, la Iglesia de Cristo; en el anagógico, la ciudad celeste «que es la madre de todos nosotros», según la creencia paulina; en el sentido tropológico, será el alma humana, a quien vemos que alaba o reprende al Señor ton este mismo nombre de Jerusalén.

Juan Casiano, Colaciones, Conferencia XIV, sobre la ciencia espiritual (Rialp, Madrid 1962),1. 11, pp. 95-97.

 

14. El sentido literal está abierto a desarrollos ulteriores

Una corriente de la hermenéutica moderna a diferencia de estatuto que afecta a la palabra humana cuando se pone por escrito. Un texto escrito tiene la capacidad de ser situado en nuevas circunstancias, que lo iluminan de varias maneras, añadiendo a su sentido unas interpretaciones nuevas. Esta capacidad del texto escrito es especialmente efectiva en el caso de los textos bíblicos, reconocidos como Palabra de Dios. En efecto, lo que llevó a la comunidad creyente a conservados es la convicción de que continuarán siendo portadores de luz y de vida para las generaciones futuras. El sentido literal está, desde el comienzo, abierto a desarrollos ulteriores, que se producen gracias a «relecturas» en contextos nuevos.

Documento de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, de 15 de abril de 1993, n, B, 2.

 

15. Reza los salmos como si fueras su autor,

o se hubieran escrito expresamente para ti

Vivificado con este alimento, del que no cesa de nutrirse, penetra en el íntimo sentido de los salmos. Y así no es de maravillar que los recite no como compuestos por el profeta sino como si fuera él mismo su autor. Esto es, como si se tratara de una plegaria personal, sintiéndose movido de la más honda compunción.

O también los considera escritos adrede para él, y comprende que los sentimientos que contienen no se realizaron solamente antaño en la persona del salmista, sino que se cumplen en él todos los días. Y es que en realidad eso son los textos bíblicos (...).

Entonces lo que nos revela las verdades que contienen no son las palabras, sino la prueba que hemos hecho nosotros personalmente. Penetrados de los mismos sentimientos en los cuales fue compuesto o cantado el salmo, venimos a ser, por decido así, los autores. Nos anticipamos al pensamiento más bien que lo seguimos; captamos el sentido, más que comprender la letra. Las palabras santas evocan en nosotros recuerdos de cosas vividas (...).

Instruidos por lo que nosotros mismos sentimos, no los percibimos como cosa meramente oída, sino experimentada y tocada por nuestras manos, no como cosa ajena e inaudita, sino como algo que damos a luz desde lo profundo de nuestro corazón, cual si fueran sentimientos que forman parte de nuestro propio ser. (...)

Esta oración no es entorpecida por ninguna imagen, ni se sirve de frase o voces articuladas. Brota en un arranque de fuego que parte del corazón. Es un transporte inefable, una impetuosidad del espíritu, una alegría del alma que sobrepuja todo encarecimiento. Arrebatada de los sentidos y de todo lo visible, el alma se engolfa en Dios con gemidos y suspiros que el lenguaje no puede traducir.

Juan Casiano, Colaciones, Conferencia IX sobre la oración (Rialp, Madrid 1958), t. I, pp. 496-498.

 

16. Nacemos con este libro en las entrañas

Nacemos con este libro en las entrañas. ¿Un pequeño libro? Ciento cincuenta poemas, ciento cincuenta escalones erguidos entre la vida y la muerte; ciento cincuenta espejos de nuestras rebeliones e infidelidades, de nuestras agonías y resurrecciones. Más que un libro: un ser viviente que habla -que te habla-, que sufre, que gime y que muere, que resucita y canta, en el dintel, y que te coge, te arrastra, a ti y a los siglos de los siglos, desde el comienzo hasta el fin... Encierra un misterio, por el que las sucesivas edades no cesan de volver una y otra vez a este canto, de purificarse en esta fuente, de interrogar cada versículo, cada palabra de la antigua oración, como si sus ritmos hicieran latir el pulso de los mundos.

André Chouraqui, Cantique des Cantiques suivi des Psaumes, Presses Universitaires de France, París 1970, p. 83.

 

17. Los salmos fáciles son los difíciles

Un padre del desierto plantea a otro su gran problema espiritual:

«Tres años ha que me pongo todos los días ante Dios en la oración. Algunas veces me maldigo a mí mismo, porque digo a Dios: "No tengas piedad de cuantos obran inicuamente"; o bien: "malditos todos los que se alejan de tus mandamientos", mientras que yo mismo me alejo de ellos y obro inicuamente. A veces digo a Dios: "Perderás a los que dicen mentiras", y yo miento todos los días. Mientras en mi corazón tengo sentimientos perversos, digo a Dios: "La meditación de mi corazón está siempre delante de ti". Yo, que no ayuno, digo: "Se han debilitado mis rodillas por el ayuno", y mientras guardo rencor a mi hermano, digo: "Perdónanos como nosotros perdonamos".

Mientras no pienso en otra cosa que en comer mi pan, digo: "Me he olvidado de comer mi pan". Yo, que duermo hasta la mañana, digo en el salmo: "Me levanté a media noche para alabar tu nombre". Sin tener compunción alguna, digo: "Dolorido estoy y gemidos y lágrimas han sido mi pan día y noche". Lleno de orgullo y de comodidad camal, hago el ridículo cuando canto: "Mira mi humildad y mi dolor y perdona todos mis pecados". Soy tardo, y digo: "Mi corazón está dispuesto, oh Dios". En una palabra: toda mi liturgia y mi oración se vuelve contra mí en improperio y vergüenza».

El hermano (a quien el primero había acudido para pedir consejo) le dijo: «Creo, padre, que David ha dicho esto refiriéndose a sí mismo». Más el anciano le contestó diciendo: « ¿Qué decís, hermano? Ciertamente, si no observamos aquello que cantamos, caminamos hacia la perdición».

Citado por Cipriano Vagaggini, El sentido teológico de la liturgia, B.A.C., Madrid 1959, p. 663.

 

18. El salterio y los santos

Numerosos son los santos Padres que han alabado y amado de modo muy particular el Salterio, con preferencia a otros libros de la Escritura. Cierto que basta la obra para hacer el elogio del artesano (Ben Sira 9,17), pero también nosotros tenemos que aportar nuestro elogio y agradecimiento.

En los últimos tiempos se han divulgado una grandísima cantidad de leyendas y pasiones de santos, libros de ejemplos y relatos, y han llenado así el mundo de suerte que el Salterio se encuentra arrinconado en una oscuridad tan profunda que ya nadie entiende correctamente ni un solo salmo. Por lo que a mí hace, creo que no ha habido jamás, ni jamás podrá haber en la tierra, libros de ejemplos o de leyendas de santos que superen en distinción al Salterio. Y si alguien quisiera escoger, reunir y editar del mejor modo todo lo que los ejemplos, leyendas y relatos contienen de bueno, no saldría otra cosa que el actual Salterio.

En este libro, en efecto, no sólo encontramos lo que uno o dos santos hicieron, sino lo que la Cabeza misma de todos los santos hizo, y lo que todos los santos siguen haciendo. Vemos en él la actitud que adoptan hacia Dios y los hombres, amigos y enemigos, y cómo se comportan en los peligros y sufrimientos. Además, el Salterio contiene toda suerte de enseñanzas divinas saludables (...).

En fin, el Salterio da confianza y propone una conducta segura, de modo que podemos andar con seguridad por la ruta de todos los santos. Otros ejemplos y leyendas de santos mudos citan gran cantidad de obras que hicieron y no se pueden imitar. Más aún: cuentan obras más cuantiosas aún que son numerosas de imitar y que engendran ordinariamente sectas y partidos, desviándonos y separándonos de la comunión de los santos. En cambio el Salterio te preserva de los partidos y te conduce a la comunión de los santos, porque te enseña a pensar y a hablar con la alegría, el respeto, la esperanza y la tristeza, tal como todos los santos pensaron y hablaron.

En resumen, si quieres ver a la Iglesia católica en un cuadro lleno de vida, de color y de relieve, en una pequeña miniatura, toma y estudia el Salterio. En él tienes un excelente espejo, claro y puro, que te mostrará qué es la cristiandad. Verdaderamente, te descubrirás a ti mismo; encontrarás en él el verdadero gnothi seauton ("conócete a ti mismo"), y también al mismo Dios y a todas las criaturas.

Martín Lutero, Prefacio al Salterio (trad. francesa) Oeuvres, Labor et Fides, Ginebra 1963, pp. 263-264.

 

19. El camino salmodiante

Este es el calendario litúrgico para el año de gracia de 1957. ¿Un libro árido y sin interés? Al contrario, es un libro precioso y lleno de significado, aunque no está hecho para la lectura seguida (...). Porque, ¿qué puede haber de más hermoso, en la previsión de nuestro tiempo, que el saber cuándo y cómo lo ocuparemos en hablar con Dios? el tiempo corre sobre una trama eterna; nuestro fugaz instante se une al inmóvil siempre de Dios.

Aquí tenemos el plan de esta actividad primaria, la oración, a la que está consagrada la vida de los sacerdotes y de los religiosos; tal vez algún buen laico les acompañe en el salmodiante camino. Ése es un plan que registra cada hora; día y noche tienen en él su función bien determinada, y cada momento tiene su peculiar tonalidad espiritual: fiestas y ferias alternan.

Cristo, sol de las almas, sella los momentos diurnos y nocturnos y describe en nuestro ciclo espiritual la órbita, siempre nueva y siempre maravillosa, de su Vida, fuente de misterios, de gracia y de ejemplos; luego María y los santos le hacen corona. Sí: ¡ésta es la corona anni benignitatis Dei, la corona anual de la benignidad de Dios!

Juan B. Montini, prefacio al calendario litúrgico de la archidiócesis de Milán para 1957.

 

20. «Cantadle con maestría»

«Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría» (Salmos 149,1; 47,8). Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien. El no admite un canto que ofenda sus oídos. Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para agradar a alguien entendido en música, no te atreverás a cantarle sin la debida preparación musical, por temor a desagradarle, ya que él, como perito en la materia, descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a otro cualquiera.

¿Quién, pues, se prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe escuchar con oídos criticas? ¿Cuándo podrás prestarte a cantar con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos tan perfectos?

Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle: no te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo. El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Y, si o puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo.

De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.

San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 38 1,7-8.

 

21. Títulos cristológicos en los salmos

Estos títulos cristológicos están tomados de un seminario dirigido por B. Fischer, y fueron publicados en la revista litúrgica La Maison Dieu 27 (1951). Los hemos adaptado a la numeración hebrea que es la que seguimos en los estudios bíblicos.

1. La cruz de Cristo, árbol de vida y fuente del bautismo.

2. Cristo, Señor elevado en la cruz, vencedor de sus enemigos y rey del mundo.

3. Acción de gracias de Cristo por su resurrección.

4. En la paz de Cristo.

5. Invocación matutina a Cristo.

6. Cristo, ten piedad de nosotros.

7. Cristo, juez justo.

8. Cristo glorificado, rey de la creación.

9. Venida de Cristo para la redención y el juicio.

10. Cristo el inocente perseguido

11. Confianza en la justicia de Cristo:

12. Cristo es fiel, el mundo es falaz.

13. Petición de luz en una noche oscura.

14. Oración al juez eterno, para ser librado de los impíos.

15. El camino hacia la tienda de Cristo.

16. Cristo y sus miembros esperan la resurrección.

17. Grito de confianza a Cristo de un inocente.

18 Cristo es mi fuerza.

19. Cristo, nuestro sol y nuestra ley.

20. Oración de la Iglesia por la gloria de Cristo.

21. Cristo vencedor.

22. Cristo con sus miembros lanza un grito de sufrimiento y afirma su certeza de la resurrección.

23. Cristo, Buen Pastor.

24. Cristo, Rey de la gloria, entra en su santuario.

25. Señor, muéstranos tu camino.

26. Voz de la Iglesia, purificada por Cristo.

27. Cristo, luz y salud de los bautizados.

28. El rebaño en apuros llama a su Pastor.

29. Hazañas de Cristo en favor de su pueblo.

30. Acción de gracias por la redención.

31. Oración del hombre perseguido.

32. Felicidad por el perdón de los pecados.

33. Poder de Cristo creador; su amor redentor.

34. «Gustad y ved cuán bueno es el Señor».

35. La Iglesia, perseguida, pide socorro a Cristo.

36. Cristo, fuente de vida.

37. Cristo, nuestra única salvación.

38. Cristo, herido por nuestros pecados.

39. Cristo, esperanza de los que han de morir.

40. «He aquí que vengo a hacer tu voluntad» (Heb 10,7).

41. Cristo Y su Cuerpo, traicionados, injuriados, pero finalmente glorificados.

42. Deseo de Cristo, agua viva.

43. Deseo del altar de Cristo.

44. Grito de socorro del pueblo de Dios a su rey y salvador.

45. Canto de bodas de Cristo y su esposa.

46. Cristo, Señor de los Ejércitos, guarda maravillosamente a su Iglesia.

47. El Señor glorificado, rey de las naciones.

48. La Sión de la tierra y del cielo, hermosa y fuerte por la misericordia de Cristo.

49. Consuelo del pobre: Cristo lo consolará.

50. El Hijo del Hombre juzga según el sacrificio verdadero.

51. Cristo, ten piedad de mí y lávame con tu sangre.

52. El Señor aniquila a Satán y a los suyos, y hace habitar en su casa a los justos.

53. Oración al Juez eterno, para ser librado de los impíos.

54. Cristo y el cristiano, arrancados del peligro.

55. Cristo y su Cuerpo, perseguidos por el enemigo, traicionados por el amigo.

56. Peligro mortal y resurrección de Cristo y del cristiano.

57. ¡Aparece en tu esplendor sobre los cielos, Señor Jesús!

58. Cristo juzga a los jueces injustos.

59. Cristo, fuente de nuestra fuerza en el combate contra la maldad humana.

60. Cristo, nuestra seguridad hasta en la derrota.

61. Bajo las alas de Cristo.

62. Descanso en Cristo, que nos salva y recompensa.

63. Deseo de ampararse bajo las alas de Cristo.

64. Invocación a Cristo contra las asechanzas del enemigo.

65. Cristo da la fecundidad.

66. El universo alaba a Cristo por la vida nueva.

67. Oración por la luz de Cristo.

68. Cristo, que ha subido al cielo, distribuye sus gracias.

69. Lamentación de Cristo y de su Iglesia durante la Pasión.

70. "Señor, date prisa en socorrerme».

71. De la infancia a la vejez, nuestro refugio es Cristo.

72. Cristo, rey y salvador del mundo.

73. Cristo, "roca de mi corazón y mi lote siempre».

81. Al que escucha a Cristo, Cristo lo alimentará.

82."Levántate, Señor, y juzga la tierra».

83. Señor, no te quedes en silencio»: tu Iglesia está rodeada de enemigos.

84. El altar de Cristo es nuestra patria.

85. Consuelo y esperanza de los prisioneros repatriados.

86. "Eres bueno y dulce, Señor».

87. Todas las fuentes de la humanidad están en la Iglesia de Cristo.

88. Oración en una gran necesidad.

89. Cristo, verdadero David

90. La misericordia de Cristo sobre nuestra vida pasada.

91. Refugiado junto al Señor.

92. Cristo hace que los suyos den fruto.

93. Gloria real del Resucitado.

94. "Ven, Señor, a juzgar y a recompensar».

95. Canto de júbilo a Cristo, pastor de su pueblo.

96. El Señor exaltado en la cruz, rey y Señor del universo.

97. Poder y gloria de Cristo en su venida gloriosa.

98. Alabanza a Cristo, rey del universo

99. El Señor es un rey santo.

100. Cristo, pastor de su pueblo.

101. Buenos propósitos matutinos.

102. Cristo, nuestro consuelo en la enfermedad y la miseria.

103. «La misericordia del Señor dura de eternidad en eternidad.

104. Sabiduría del Señor en la primera creación y en la segunda.

105. Fidelidad del Señor al pueblo de la Alianza.

106. Fidelidad del Señor a su pueblo infiel.

107. Rescatados, dad gracias al Señor por su misericordia.

108. Confianza victoriosa en el rey del universo.

109. Cristo Y sus miembros se quejan de enemigos malvados.

110. Cristo, rey, sacerdote y vencedor.

111. Alabanza a Cristo, que siempre rescata y perdona.

112. Cristo, nuestra luz en las tinieblas.

113. El Salvador y Esposo de la Iglesia.

114. Canto de acción de gracias por el bautismo.

115. Canto de acción de gracias por la liberación de la muerte eterna.

116. Queremos ofrecer a Dios un sacrificio de acción de gracias.

117. Alabanza a la misericordia de Cristo.

118. Canto pascual de Cristo.

119. El amor de Cristo es nuestra ley.

120. Deseo de la paz de Dios.

121. Amparados bajo la protección de Cristo.

122. Paz de la ciudad gloriosa de Dios.

123. Los ojos levantados a Cristo, nuestro amo bondadoso.

124. Acción de gracias de los rescatados.

125. Cristo, nuestra, esperanza.

126. Cristo nos saca de la cautividad y nos devuelve a la patria.

127. «Sin mí, no podéis hacer nada».

128. La Iglesia, familia de Dios, llena de sus bendiciones.

129. Invocación a Cristo, justo juez.

130. En la miseria del pecado, invocación suplicante a Cristo redentor.

131. Abandono a Cristo, con humildad y espíritu de infancia.

132. Promesa del reino glorioso de Cristo.

133. ¡Ved cómo la caridad de Cristo nos reúne!

134. Alabanza a Cristo hasta de noche.

135. Alabanza a Cristo, Salvador de su pueblo.

136. Alabanza de la misericordia de Cristo.

137. Nostalgia de la Jerusalén eterna.

138. Del Señor viene a los humildes el socorro y la salvación.

139. «Yo conozco a mis ovejas».

140. Cristo, nuestro refugio en el combate.

141. Cristo alza sus manos para el sacrificio de la tarde.

142. «Te llamo con fuerte voz».

143. «Señor, ayúdanos, que somos débiles».

144. Cristo, nuestra roca y nuestra fortaleza.

145. Cristo está cerca de todos los que le invocan.

146. «Venid a mí los que estáis fatigados».

147. ¡Jerusalén, alaba al que te alimenta y te da paz!

148. ¡Canten cielo y tierra a Cristo redentor!

149. ¡Cantad al rey que da la victoria a sus fieles!

150. ¡Todo ser que tenga voz, alabe al Señor!

 

22. Bienaventuranzas del Salterio

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos: Sal 1,1.

Dichosos los que se refugian en él: 2,12.

Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta su delito: Sal 32,1-2

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad: Sal 33,12.

Gustad y ved qué bueno es el Señor. Dichoso el que se acoge a él: Sal 34,9.

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras que se extravían con engaños: Sal 40,5.

Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor: Sal 41,2.

Dichoso el que tú eliges y acercas para que viva en tus atrios. Que nos saciemos de los bienes de tu casa, de los dones sagrados de tu Templo: Sal 65,5.

Que él (el rey) sea bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra: Sal 72,17.

Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación: Sal 84,5.6.

Señor de los Ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti: Sal 84,13.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro: Sal 89,16.

Dichoso el hombre a quien tú educas, al que enseñas tu ley dándole descanso en los años duros, mientras al malvado ya le cavan la fosa: Sal 94,12.

Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia: Sal 106,3.

Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos: Sal 112,1.

Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor: Sal 119,1.

Dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón: Sal 119,2.

Son saetas en manos de un guerrero los hijos de la juventud. Dichoso el hombre que llena con ellas su aljaba, no quedará derrotado cuando litigue con su adversario en la plaza: Sal 127,5.

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien: Sal 128,1.

Capital de Babilonia, ¡criminal! ¡Quién pudiera pagarte los males que nos has hecho! Sal 137,8

Dichoso el pueblo que esto tiene (cosechas y ganados), dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor: Sal 144,15.

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios: Sal 146,5.