LOS SALMOS,
ORACIÓN DEL CRISTIANO

 Juan Manuel Martín-Moreno González, sj.
 

I. Introducción

II. Formas literarias

III. Intuiciones espirituales

IV. Cristo en los salmos

V. Dos salmos escogidos

VI. Selección de textos


Libro de Horas de la reina María de Navarra

 

      Quizás el libro más inspirado de toda la tradición espiritual cristiana es el comentario a los salmos de San Agustín, Enarrationes in Psalmos. Se deja ver cómo el santo sólo pudo escribir este magnífico comentario a partir de su propia experiencia personal de oración, que él mismo nos ha contado testimonialmente en sus Confesiones.

“¡Qué de voces os di, Dios mío, cuando todavía rudo en vuestro verdadero amor leía los salmos de David, cánticos de fe, acentos de piedad, que excluyen el espíritu de soberbia, juntándosenos mi madre, mujer en el porte, varón en la fe, anciana en el sosiego, madre en el amor, cristiana en la piedad! ¡Qué de voces os daba con aquellos salmos, y cómo me inflamaba en ellos para con Vos y me enardecía para recitarlos si pudiese en todo el orbe de la tierra, contra la vana hinchazón del género humano...” (Confesiones, libro IX, cap. 4, n.8).

“¡Cuánto lloré con vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos y vuestra Verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas” (Confesiones, libro IX, cap. 6, n.15).

Otro santo de quien nos cuentan la devoción tan grande que tenía al rezar los salmos es san Ignacio. Lloraba intensamente durante la recitación de las Horas. En cierta ocasión el médico le prohibió llorar porque las lágrimas estaban dañando sus ojos.

Las páginas de estos apuntes sobre los salmos nunca podrán suplir esa devoción interior. Al que no siente ganas de alabar a Dios, ningún texto de oración por bello que sea podrá serle de ninguna utilidad. Es solamente la persona que siente un impulso interior grande de alabar a Dios porque se encuentra fascinado por su belleza, el que encontrará en los salmos los textos que ponen palabras precisas a esos deseos que pugnan por formularse en palabras.

Y lo mismo podemos decir de la persona que se lamenta por las desgracias que hay en el mundo, o de la persona que se siente agobiada por preocupaciones o temores. Cuando se dirige a Dios en la oración para desahogar sus sentimientos ante el Señor, se emocionará profundamente al descubrir cómo el Salterio los expresa tan adecuadamente. En cambio el que no está habitado por estos sentimientos encontrará los Salmos aburridos e irrelevantes.

La comunidad de los primeros cristianos sabía cantar con ganas. Pablo incluye los cantos inspirados y los salmos dentro de los componentes de una vida en el Espíritu, y considera que son una expresión de alegría semejante a la alegría que produce el vino y que incita a la gente a cantar después de beber unas copas. “No os embriaguéis con vino que es causa de libertinaje, sino llenaos más bien del Espíritu y cantad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados. Cantad y salmodiad a Dios en vuestro corazón” (Ef 5,18-19). Lo mismo repite en la carta a los Colosenses: “Cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados” (Col 3.16).

     Un ejemplo de este canto inspirado es el de Pablo y Silas en la cárcel de Filipos. Después de haber sido azotados con varas, con sus espaldas desgarradas y sus pies en el cepo, uno pensaría que pasarían la noche lamentándose. Pero no fue así.  “Hacia la medianoche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios y los presos les escuchaban” (Hch 16,25). En aquel momento se produjo un terremoto tan fuerte que se conmovieron hasta los cimientos de la cárcel y las cadenas saltaron rotas. Esta conmoción expresa metafóricamente la profunda sacudida que experimenta la persona que canta los salmos y experimenta una liberación interior tan fuerte, que sus cadenas caen rotas en ese momento.