Alegría y experiencia de Dios en la obra lucana

 

Juan Manuel Martín-Moreno, SJ.

Manresa 75 (2003) 51-68

 

1.- La dimensión perceptible de la experiencia del Espíritu

 

No encontraremos en la Biblia el término moderno de "experiencia de Dios". Tendremos que ir en busca de términos equivalentes dentro de una antropología espiritual diferente de la nuestra. En el caso de Lucas, que estudiaremos en este artículo, la experiencia de Dios equivale a la experiencia del Espíritu Santo. Paralelamente a nuestro estudio lucano, procuraremos establecer algunos paralelos con la espiritualidad ignaciana de los Ejercicios.

Dicha experiencia del Espíritu puede hacerse de forma puntual, en momentos de plenitud, o bien de forma continua, mediante sentimientos y actitudes difusas y permanentes. Pero lo que más llama la atención es que dicha experiencia del Espíritu en la obra lucana es algo perceptible y sensible, algo que podemos decir cuándo ocurrió.

Nuestra práctica del bautismo de infantes como norma general en la Iglesia nos ha hecho olvidar este aspecto fundamental de la tradición evangélica. Lógicamente la recepción del Espíritu en el bautismo de infantes no es algo perceptible ni sensible. Uno ni siquiera puede recordarlo después. Sin negar, por supuesto, la validez del bautismo de infantes, lo que nunca deberíamos es hacer de él el caso típico y emblemático de la recepción del Espíritu. Más bien es el caso límite. Ahora bien, un fenómeno no debe nunca explicarse a partir de un caso límite, sino a partir del caso típico donde se manifiesta en toda su plenitud.

Aunque el bautismo de infantes sea estadísticamente el más frecuente en la Iglesia de hoy, en ningún modo puede considerarse el caso típico o emblemático de la recepción del bautismo. Para Lucas la experiencia del Espíritu está ante todo descrita como un Pentecostés perceptible. En los Hechos no hay un pentecostés único, sino varios, porque Pentecostés es una experiencia recurrente en la Iglesia. La experiencia del Espíritu no se limita al momento inicial de conversión, sino que acompaña al creyente y a la Iglesia a lo largo de su vida espiritual.

Además del Pentecostés del capítulo 2 (1-4), tenemos el pequeño pentecostés del capítulo 4 (23-31), el pentecostés de los paganos en el capítulo 10 (44-48), y el pentecostés de los discípulos del Bautista en el capítulo 19 (1-6). En todos estos casos se repiten los mismos fenómenos y síntomas: plenitud, ruido, estremecimiento, alegría, alabanza, profecía, valentía para predicar la palabra…

En el último episodio curiosamente Pablo hace la siguiente pregunta a los discípulos del Bautista: "¿Habéis recibido el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?" (Hch 19,2). Siento curiosidad por saber lo que respondería la gente de nuestra parroquia si un día a la salida de Misa les hiciésemos esa pregunta: "¿Habéis recibido el Espíritu Santo?" La mayoría se quedarían perplejos. Los más avispados responderían: "Supongo que cuando recibí el bautismo y la confirmación".

Sin embargo Cornelio nunca tuvo dificultad para contestar a esta pregunta; podría señalar el día y la hora, porque Cornelio no recibió el Espíritu Santo al ser bautizado, sino que fue bautizado porque había recibido el Espíritu Santo. "Se puede negar el bautismo a estos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?" (Hch 10,47).

Lo mismo ocurre en las cartas de Pablo. Escribiendo a los Gálatas, Pablo les reprende por haber vuelto a judaizar, y les emplaza a recordar cuándo y por qué recibieron el Espíritu Santo: "¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación?" (Ga 3,2). La argumentación se basa en un hecho experiencial incuestionable. No es que los gálatas crean que han recibido el Espíritu Santo. Es que lo saben, y pueden decir cuándo y dónde y en virtud de qué.

San Ignacio, que tanto ha insistido en la necesidad de discernir nuestras mociones espirituales, sabe que hay un tipo de experiencia de Dios que no necesita de discernimiento, porque es inmediata y evidente. "Aunque no existieran las Escrituras, se determinaría a creer por sus solas experiencias espirituales".

Así en el primer tiempo de hacer elección, admite que hay casos "cuando Dios nuestro Señor así mueve y atrae la voluntad que sin dubitar, y sin poder dubitar, la tal ánima devota sigue a lo que le es mostrado". En el caso de la consolación sin causa nos dice que "es proprio del Creador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de su divina majestad" y en este caso no puede haber engaño.

La efusión del Espíritu en el Nuevo Testamento es una realidad complejísima, pero bien sensible. Incluye la experiencia del amor de Dios, la liberación de la culpabilidad, la conciencia de ser hijo, la liberación del temor, la reconciliación con los demás, la posesión de los frutos del Espíritu que son amor, paz y alegría, la sanación interior y corporal, el testimonio de los carismas especiales que cada uno recibe, la integración en una comunidad de amor… Uno no tiene que probar que ha recibido el Espíritu Santo, sino al revés, la experiencia incuestionable del Espíritu es la prueba de todo lo demás. "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo" (Ga 4,6).

Sólo unos pocos discípulos vieron a Jesús resucitado. El testimonio de este puñado de hombres fue muy importante para fundamentar la fe en la resurrección. Pero la Iglesia en realidad nace en Pentecostés, en la experiencia que todos, y no unos pocos, pueden hacer de esta energía resucitadora en sus propias vidas, "el poder de su resurrección" (Flp 3,19). Y no es una experiencia meramente individual, sino compartida con otros y vivida en comunidad. Es como una gran oleada de vida, en la que uno de repente se siente arrastrado e impulsado junto con otros. La resurrección de Jesús, es como el big bang en el que estalla una nueva energía vital expansiva que no deja de dilatarse hasta hoy.

Toda experiencia compleja es como el haz de luz blanca, que se refracta en un arco iris de colores. Me han pedido que analice solamente uno de estos colores que caracterizan la experiencia del Espíritu. Se trata de la alegría, el gozo espiritual, la "leticia interna" de la que habla San Ignacio. Y me han pedido que analice las textos bíblicos que la describen. La tarea es demasiado ardua para un artículo y por ello me limitaré a analizar la experiencia de la alegría en la obra lucana.

El Espíritu Santo está presente en el evangelio de san Lucas más que en ningún otro evangelio sinóptico. El Espíritu Santo afecta prácticamente a todos los aspectos de la espiritualidad y de la teología lucana, pero me voy a fijar ahora específicamente en el tema de la alegría como efecto del don del Espíritu. En su aparición a Zacarías el ángel le anuncia que el niño estará lleno del Espíritu santo, y que será "gozo y alegría para ti, y muchos se gozarán en su nacimiento"(1,14). En su cántico de alabanza, María proclama: "Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador" (1,47), y de Simeón se nos dice a la vez que "esperaba la consolación de Israel" y que "el Espíritu Santo estaba en él" (2, 25). También Jesús entonó su himno de acción de gracias "llenándose de gozo en el Espíritu Santo" (10,21). De los discípulos se nos dice que "estaban llenos de alegría y de Espíritu Santo" (Hch 13,52).

Analicemos, pues, cómo a lo largo de la obra lucana la alegría es una de las dimensiones que acompañan la manifestación del Espíritu.

 

2.- La alegría de los tiempos mesiánicos

Observemos ante todo que Lucas ha introducido un cambio redaccional básico en el evangelio de Marcos. En éste último, el impacto que produce el evangelio en los lectores es básicamente de miedo, sobrecogimiento, estremecimiento. Esto da al evangelio de Marcos un carácter un tanto sombrío y desconcertante. En cambio en Lucas la reacción que provoca el evangelio es básicamente la alegría. La traducción del impacto de lo trascendente en el hombre ya no es tanto el miedo cuanto el verdadero gozo; su reflejo somático ya no es tanto el "erizarse", cuando el "arder los corazones en el camino" (24,32).

Se suele designar el evangelio de Lucas como "el evangelio de la alegría". "La palabra de la alegría atraviesa como un hilo conductor toda la obra de Lucas". Al comienzo del relato, los anuncios angélicos del evangelio de la infancia ya lo hacen presentir. "No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo" (2,10). Al final el evangelio termina con los discípulos en Jerusalén, que "con gran alegría" -chara megale÷ - alaban a Dios en el templo diariamente (24,52).

El vocabulario utilizado en Lucas/Hechos para expresar la alegría es enormemente rico y lleno de matices. Estudiaremos por separado el uso que hace el evangelista de cada uno de estos vocablos, y luego veremos una síntesis más temática.

Lucas es el único evangelio que usa el término euphrainein –disfrutar- que denota la alegría comunitaria de celebrar juntos, comer y beber, en un banquete. Se puede usar tanto en un sentido positivo como negativo. Lucas los utiliza ambos. Designa negativamente los placeres del rico banqueteador (16,19); o los del rico que construyó grandes graneros y se decía: "¡Come, bebe y disfruta!" (12,19). Quizás por esto los otros evangelios no han querido usar este término para designar el gozo espiritual. Pero Lucas no es sospechoso de maniqueísmo, y por eso no rehúsa utilizar este verbo que designa los placeres de la buena mesa para reflejar la alegría del Padre cuando el hijo pródigo vuelve a casa (Lc 15,23.24.29.32).

Por supuesto encontramos también en Lucas la raíz agallian –exultar- que tienen más que ver con la dimensión personal de la alegría; agallian (verbo) y agalliasis (nombre) son términos específicamente lucanos, sobre todo en las narraciones de la infancia; expresan el júbilo y acción de gracias y faltan en los otros sinópticos. Describen la reacción de alegría que tendrá Zacarías con el nacimiento de su hijo (1,14), la propia reacción del Bautista ya en el vientre de su madre (1,44), el canto de María, cuyo espíritu se alegra en Dios (1,47), y la exultación de Jesús en el Espíritu (10,21).

También chairein (verbo) y chara (nombre) describen esta dimensión interior ocasionada por la experiencia de la salvación presente aun en medio de las persecuciones (6,22). Esta raíz es la utilizada con mayor frecuencia. Ésta es la alegría anunciada por los ángeles a los pastores (2,10); la alegría de los discípulos que retornan de su gira apostólica (10,20), la de Zaqueo al recibir a Jesús en su casa (19,6); la de los discípulos a la vista del Señor resucitado (24,41) o al regresar a Jerusalén después de la ascensión (24,52).

Pero la alegría que llena el corazón del evangelio de Lucas es sólo el eco de la alegría de Dios por la conversión de los pecadores, expresada en las parábolas más hermosas del evangelio: la alegría del pastor que encontró su oveja perdida (15,5); la alegría que hay en el cielo por un pecador que se convierte (15,7.10), la alegría del padre cuyo hijo vuelve a casa sano y salvo (15,32). En realidad el tema de las tres parábolas de la oveja, la moneda y el hijo perdido no es tanto el perdón, cuanto el gozo del encuentro. El Dios que ya se alegraba en la creación con sus criaturas (Sal 104,31) se alegra ahora al ver recreado al hombre en este abrazo de encuentro. La alegría de los hombres en el evangelio de Lucas es sólo un pálido reflejo de la alegría de Dios.

El verbo skirtan describe los saltos de gozo que acompañan la experiencia de salvación. Es la reacción del niño que brinca en el seno de Isabel (1,41.44), y la de los discípulos al ser rechazados y perseguidos (6,23). Los tullidos curados en Hechos saltan y brincan también de alegría –hallesthai-, como en el caso del paralítico curado por Pedro y Juan en la Puerta Hermosa (Hch 3,8), y del curado por Pablo en Listra (Hch 14,10). Los saltos de estos paralíticos curados son cumplimiento de la profecía de Isaías: "El cojo saltará como el ciervo" (Is 35,6).

El relato del viaje a Jerusalén contiene el material más típicamente lucano. Encontramos allí 20 referencias a la alegría, y diez perícopas en las que este tema es básico. Los motivos para la alegría son sorprendentes: ser pobre, llorar, tener hambre, ser perseguido (6,20-22), la presencia de los signos del Reino, el hecho de que los demonios sean expulsados (10,17), y que el nombre de los discípulos esté escrito en el cielo (10,20), la revelación de la gracia a los pobres (10,21), la escucha y la guarda de la palabra de Dios (10,38-41), la sanación de los enfermos (13,36), y el ser servidos por el amo a quien uno ha sido fiel (12,37).

En el libro de los Hechos vemos cómo esta alegría sigue estando tan presente como en el evangelio. El motivo del gozo es siempre la difusión del evangelio. La ciudad de Samaría se llenó de alegría al escuchar la noticia de la salvación (Hch 8,8). Es la misma alegría del eunuco etíope que regresó a casa contento después de haber sido bautizado (Hch 8,39), o del carcelero de Filipo invitando a Pablo y a Silas a hospedarse en su casa (Hch 16,34) o la de los gentiles de Antioquía de Pisidia (Hch 13,48.52), y la de todos al enterarse de la noticia de que los gentiles habían comenzado a creer en Jesús (Hch 15,3). Es la alegría de los creyentes de Antioquía de Siria al recibir la carta de los apóstoles anunciando el resultado del concilio de Jerusalén (Hch 15,31), o la de Bernabé al llegar a Antioquía y contemplar la gracia de Dios (Hch 11,23).

El reino se compara repetidamente con un banquete. "Dichosos los que coman pan en el reino de Dios" (Lc 14,15). Es un banquete al que tienen acceso los pecadores (Lc 15,2). El banquete que celebra el retorno del hijo pródigo (Lc 15,23). Se trata de una fiesta en la que no puede faltar la música que se puede escuchar muy lejos de la casa cuando el hermano mayor regresa después de trabajar en el campo.

Jesús presidirá este banquete cuando todo esté cumplido en el reino de Dios (Lc 22,16.18) A los discípulos se les promete que comerán y beberán también ellos con Jesús en el Reino (Lc 22,29-30). Pero no habrá que aguardar a la parusía para el cumplimiento de estas palabras proféticas de Jesús. Los discípulos han comenzado ya a comer de nuevo con él durante el tiempo de las apariciones (Lc 24,30.41-42), y seguirán haciéndolo al romper el pan en las casas y al tomar el alimento "con alegría y sencillez de corazón" (Hch 2,46).

Sólo podemos entender el relieve especial que da Lucas a la alegría desde su peculiar concepción de la escatología. Aun sin eliminar la esperanza de una segunda venida del Señor al final de los tiempos, Lucas insiste en que la era mesiánica ya está inaugurada y ya gozamos ahora de la salvación de Jesús. En el don del Espíritu Santo en Pentecostés la Iglesia ha sido ya revestida de la fuerza de lo alto y está enriquecida de todos los carismas para su misión.

La salvación en Pablo se proyectaba para el futuro. En cambio en Lucas tiene lugar "hoy"; es inmediata. La palabra "hoy" se repite continuamente. "Hoy os ha nacido un salvador" (2,11). "Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (19,9). "Hoy se ha cumplido entre vosotros esta profecía" (4,21). "Hoy hemos visto cosas maravillosas" (5,26). "Hoy los demonios son expulsados" (13,32). Lázaro el mendigo fue llevado inmediatamente al seno de Abrahán (16,22-23), y el rico fue llevado inmediatamente después de su muerte al lugar de los tormentos. No se habla de un estado intermedio. El buen ladrón no tendrá que esperar a la resurrección de los muertos. "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (23,43).

 

3.- La alabanza como expresión de alegría

Lucas es simultáneamente el evangelista de la alegría y el evangelista de la alabanza y el cántico. Ambas dimensiones están íntimamente relacionadas. Comenzaremos estudiando el vocabulario lucano que expresa el significado de la alabanza, y lo comparamos con el lenguaje de los otros evangelios, constatando la contribución personal que Lucas hace a este tema.

La alabanza lucana es siempre expresión de alegría. El clima de alabanza es especialmente intenso en las narraciones de la infancia. Lucas trae 6 himnos en su evangelio. Los cuatro himnos exclusivamente lucanos están todos en el evangelio de la infancia: el "Magnificat" de María (Lc 1,46-55), el "Benedictus" de Zacarías (1,67-79), el "Gloria in excelsis" de los ángeles (2,13-14), y el "Nunc Dimittis" de Simeón (2,28-32).

Como decía Ireneo, "La gloria de Dios es el hombre que vive". Cuanto más intensa es la vida que tenemos en nosotros, más intensa es la gloria que damos a Dios. "Los vivos, los vivos son los que te alaban" (Is 38,19). Hace años expresaba yo así esta vida:

Vivir es despertar cantando esperanzado; vivir es recibir con ilusión la luz del día; vivir es gozar de la serenidad de la tarde; vivir es estar libre de angustias y preocupaciones; vivir es tener salud y respirar sin ahogos; vivir es amar y ser amado; vivir es enfrentarse sin temor al día de mañana; vivir es comer con gozo el pan de cada día ganando con un trabajo humano; vivir es tener conciencia de paz cuando llega la noche; vivir es poder dormir sin sobresaltos ni pesadillas; vivir es comunicarse y poderse expresar; vivir es ser capaz de comprometerse e ilusionarse con una vocación; vivir es ser libre y no estar atado por ningún tipo de cadenas; vivir es poder dar sentido a la propia existencia; vivir es poseerse y poderse entregar. Vivir es, en pocas palabras, la abundancia de los frutos del Espíritu. En ellos consiste la vida abundante de Jesús: "Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5,22-23).

 

Los enfermos curados por Jesús y los pecadores que han vuelto a la casa del Padre han experimentado esta vida abundante. No es extraño que la alabanza fluya de los labios de todos los beneficiarios de la salvación: el paralítico (5,25), la mujer encorvada (13,13), el leproso samaritano (17,15.16), el ciego de Jericó (18,43).

No sólo las personas curadas alaban a Dios. Es típico de Lucas introducir el coro de la multitud que junta sus voces para cantarle. Los pastores regresaron alabando y dando gloria a Dios por todo lo que habían visto" (Lc 2,20). Tras la curación del paralítico, "quedaron todos asombrados y alababan a Dios llenos de pasmo diciendo: ‘Hemos visto hoy cosas extraordinarias’" (5,26). Después de la resurrección en Naim, "todos quedaron llenos de asombro y alababan a Dios diciendo: ‘Un gran profeta ha aparecido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo’" (7,16). Después de la curación del ciego de Jericó: "Toda la gente que lo vio alababa a Dios por lo que había ocurrido" (18,43). Incluso hasta en el momento de la muerte de Jesús, el centurión al pie de la cruz alababa a Dios (23,47).

Igualmente en el libro de los Hechos la atmósfera de alabanza se hace sentir continuamente. En la descripción ideal de los primeros cristianos de Jerusalén, uno de los rasgos característicos de dicha comunidad es que los discípulos "alababan a Dios" (Hch 2,47). El tullido de la Puerta Hermosa entró en el templo brincando y alabando a Dios (Hch 3,8), y más tarde el pueblo de Jerusalén daba gloria a Dos por lo que había ocurrido (Hch 4,21). En Antioquía de Pisidia, tras la decisión de Pablo de volverse a los gentiles, éstos "se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor" (13,48). En la casa de Santiago en Jerusalén, al regreso de su último viaje, Pablo contó las cosas que Dios había obrado a través de su ministerio, y todos "al oírle, glorificaban a Dios" (21,20, cf. 11,18).

Podemos ver en el evangelio de san Lucas cómo esta conexión entre alegría y alabanza es un motivo litúrgico en los relatos de Navidad y de Pascua, como si se hubiesen escrito para ser leídos en una celebración de estas fiestas.

Como señala R. Fabris, "Un arco ideal une el principio y el final del evangelio del evangelio de san Lucas. Una escena litúrgica en el templo de Jerusalén había inaugurado la narración (1,18) y, a su vez, en el templo se reúne la comunidad cristiana (24,52-53)". El gran relato del viaje a Jerusalén concluye en el templo (19,45) y no simplemente en Jerusalén, como es en el caso en los otros evangelios sinópticos (Mc 11,11; Mt 21,10). La misma salutación del resucitado a los suyos resuena como una "salutación litúrgica" (Lc 24,36).

 

4.- La alegría de Jesús

Hemos dicho que la alegría de cuantos reciben el evangelio en la obra lucana es sólo un pálido reflejo de la alegría de Dios. Jesús también aparece en el tercer evangelio como un hombre alegre, capaz de reír con los que ríen y llorar con los que lloran. Es verdad que el evangelio de Lucas nos habla una vez de las lágrimas de Jesús por Jerusalén (Lc 19,41). Son las lágrimas de las bienaventuranzas, de quien entra en comunión profunda con los sufrimientos de los demás.

Pero también Jesús sabía alegrarse con los que gozaban. Sólo Lucas hace notar que, al volver de su viaje apostólico, los discípulos "regresaron alegres" (10,17). Y es en ese momento cuando Lucas reproduce un texto procedente de la fuente Q, en el que Jesús da gracias a Dios por haberse revelado a los pequeños.

Este texto lo trae también Mateo, pero en un contexto mucho más sombrío, después de las imprecaciones a las ciudades del lago (Mt 11,25-27). En cambio el contexto lucano relaciona la oración de Jesús con el gozo de los discípulos que se acaba de mencionar. Es un eco de su gozo. Por eso Lucas ha introducido redaccionalmente la oración de Jesús diciendo que "En aquel momento se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo" (Lc 10,21).

Jesús no se señaló entre sus contemporáneos por una apariencia austera y sombría. Ni él ni sus discípulos tuvieron nunca fama de ser grandes ayunadores, sino todo lo contrario. Los fariseos le reprochaban a Jesús que los discípulos de Juan "ayunaban y oraban", en cambio los suyos, "a comer y beber" (5,34). Jesús se quejó de que la gente no hubiera querido danzar al son alegre de la flauta con que les invitaba a celebrar (7,32). "Ha venido el Hijo del hombre que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’ (7,34).

En sus enseñanzas, Jesús se muestra más bien reticente ante las austeridades autoimpuestas, por el peligro que tienen de fomentar la vanidad y la autosuficiencia del hombre. El talante del discípulo de Jesús es bien diverso del de los fariseos. Los discípulos de Jesús no son ascetas severos de rostro demacrado y mirada torva, sino hombres alegres de cabeza perfumada. Su visión de la creación y del hombre es una visión positiva. Jesús no se presentó como aguafiestas; sino como quien trae el vino abundante que causa euforia y alegría en una fiesta de bodas.

La presencia de Jesús transforma la súplica en acción de gracias, y el ayuno en celebración festiva. Es sólo la breve ausencia del novio el motivo por el que los cristianos pueden ponerse tristes.

Pero la alegría del Jesús terreno llega a su consumación en su vida resucitada. En el sermón de Pentecostés Pedro refiere a Jesús las palabras del salmo 16,9-11, aclarando que no se referían a David, sino al Mesías resucitado: "Se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua… Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia" (Hch 2,26-28).

La experiencia del resucitado en los discípulos causó una alegría tan indecible, que según Lucas, llegaba a suponerles un problema para su fe. "Too good to be true" (Lc 24,41). Es el "oficio de consolar" propio del resucitado.

Es esta alegría de Cristo con la que debemos entrar en comunión durante la cuarta semana de ejercicios. Se trata de "alegrarse y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor"; "queriéndome afectar y alegrar de tanto gozo y alegría de Cristo nuestro Señor. No es la alegría de una buena digestión, ni la alegría porque las cosas nos vayan bien, sino la comunión profunda en el gozo del Resucitado.

 

5.- Alegres por haber sido dignos de sufrir ultrajes por el Nombre

Dos de las bienaventuranzas lucanas se fundan en una acción futura de Dios. Así en la bienaventuranza del hambre y de las lágrimas, la recompensa tendrá lugar en el futuro: "Seréis saciados" (6, 21); "reiréis" (6,20). En cambio en la primera y en la última bienaventuranza se usa el tiempo presente. El Reino de los cielos pertenece ya a los pobres (6,20); los perseguidos deben alegrarse y saltar de gozo ya en el tiempo de la persecución (6,22-23). La bienaventuranza se adelanta ya como una gracia que puede experimentarse en medio del sufrimiento.

Este enfoque de la bienaventuranza es precisamente el que Lucas pone de relieve en los Hechos de los apóstoles. Después de haber sido encarcelados, injuriados y azotados, los apóstoles se retiraron del sanedrín "alegres por haber sido dignos de sufrir ultrajes por el Nombre" (Hch 5,41).

Este mismo tema vuelve a repetirse más adelante en la visita de Pablo y Silas a Filipos. Ambos son ultrajados, azotados y encerrados en un calabozo oscuro, con los pies en el cepo (Hch 16,25-26). Y sin embargo Lucas subraya cómo a mitad de la noche cantaban cánticos inspirados. Probablemente se trata de esos cantos en lenguas de los que nos hablan la carta a los Colosenses y a los Efesios, y que la Biblia de Jerusalén llama "improvisaciones carismáticas sugeridas por el Espíritu durante las asambleas litúrgicas".

Ante esta alabanza, "se produjo un terremoto tan fuerte, que los mismos cimientos de la cárcel se conmovieron". La tierra tiembla, como ya tembló en 1 S 4,5, cuando los israelitas entonaban la terua’ o aclamación de Dios ante el ejército enemigo. "Cuando el arca del Señor llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron un gran clamor que hizo retumbar la tierra". Curiosamente en la Biblia a esta terua’ o clamoreo, se le atribuye como fruto la liberación frente al enemigo que oprime. "Cuando ya en vuestra tierra partáis para el combate contra un enemigo que os oprime, tocaréis las trompetas a clamoreo, así se acordará el Señor Dios de vosotros y seréis liberados de vuestros enemigos" (Nm 10,9).

También en el pequeño Pentecostés lucano de Hch 4,31, el terremoto es respuesta a la plegaria. El contexto es el mismo. Los apóstoles estaban siendo amenazados, y todos a una "alzaron su voz a Dios" (Hch 4,24). "Acabada su oración retembló el lugar donde estaban reunidos y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra de Dios con valentía" (Hch 4,31).

El gozo de los cánticos inspirados desde la cárcel es ya un tema clásico en el judaísmo tardío. Así por ejemplo los tres jóvenes en el horno de fuego (Dn 3,23), o José en la cárcel de Egipto (Test. Jos. 8,5).

Es verdad que el paralelismo con las otras escenas de encarcelamientos y liberaciones milagrosas nos hace pensar que el relato del encarcelamiento de Pablo en Filipos pertenece a un género literario lucano. Hay notables semejanzas entre las liberaciones de apóstoles que salen milagrosamente de la cárcel (cf. Hch 5,19; 12,7-11; 16,25-26), y sabemos que Lucas deliberadamente escribe los relatos de Pedro y Pablo como vidas paralelas. En este caso ha redactado el relato ajustándose a un género literario que pudiéramos llamar "liberación milagrosa": puertas abiertas (Hch 5,19; 12,10), cadenas rotas (Hch 12,7)...

Pero sin embargo no todo es artificio lucano. El encarcelamiento de Pablo en Filipos debió ser un hecho real en la vida de Pablo. En sus cartas se refiere a los azotes (2 Co 11,25), a las prisiones (2 Co 6,5), y al hecho de que en Filipos tuvo que sufrir ultrajes (1 Ts 2,2). Sabemos que Pablo sabía cantar carismáticamente en estas circunstancias. Daba gracias a Dios por cantar salmos en el espíritu y orar en lenguas más que todos los presumidos corintios (1 Co 14,18).

El paralelismo que nos interesa subrayar entre Hch 5,41 y 16,20 es la alegría apostólica en medio de los ultrajes, de las prisiones y de los azotes. Es la alegría que ya había sido anunciada por Jesús en las bienaventuranzas, la que brota de nuestra identificación con sus sufrimientos. Esta identificación produce un inmenso gozo en el presente. "Ya no hay tensión entre una "ahora" de luto y un "más tarde" de alegría. Jesús dice que precisamente "aquél día", que es la hora del luto y de la persecución, se convierte en la hora de la alegría prometida por el Señor".

Y esta alegría es apostólica, es decir, es contagiosa. Los presos de la cárcel escuchaban el canto de los apóstoles "alucinados", y el carcelero acabó aceptando el evangelio de aquellos presos que irradiaban alegría y confianza.

San Ignacio conoció esta alegría en su prisión de Salamanca. A una señora que decía palabras de compasión por verle preso, respondió: "En esto mostráis que no deseáis estar presa por el amor de Dios. ¿Pues tanto mal os parece que es la prisión? Pues yo os digo que no hay tantos grillos ni cadenas en Salamanca, que yo no deseo más por amor de Dios". Pocos días después los presos huyeron de la cárcel, pero Ignacio y su compañero se quedaron, a pesar de estar las puertas abiertas. Igual que sucedió con Pablo en Filipos, también ahora "dio esto mucha edificación a todos, y hizo mucho rumor por la cibdad".

También Ignacio sabía de esta terua’ liberadora. Caminando una vez por el campo, le asaltó una tremenda repugnancia y temor, hasta que "subiendo a un altozano, le comenzó a dejar aquella cosa, y le vino una gran consolación y esfuerzo espiritual, con tanta alegría que empezó a gritar por aquellos campos y a hablar con Dios…"

El tema de la alegría en los ultrajes por el Nombre de Cristo desborda la obra lucana y aparece en todo el Nuevo Testamento. San Pedro en su primera carta constata cómo aflicción y alegría no son experiencias contradictorias. Sus lectores son conscientes de haber sido reengendrados a una esperanza viva y a una herencia reservada en el cielo. Por eso Pedro les dice: "Rebosáis de alegría, aunque sea preciso que por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero, que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y honor en la Revelación de Jesucristo" (1 P 1,6) También Pablo decía a los romanos que "nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra paciencia, la paciencia virtud probada, la virtud probada esperanza, y la esperanza no falla" (Rm 5,3-5).

Esta alegría testimoniada por los apóstoles "no es el entusiasmo fácil o la euforia efervescente, sino el fruto de la presencia del Espíritu..., la certeza de que a pesar de todo, muerte y vida están en manos del resucitado".

Más adelante lo vuelve a afirmar la primera de Pedro en palabras aún más explícitas: "Alegraos en la medida en la que participáis de los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la manifestación de su gloria" (1 P 4,13), y "dichosos vosotros si sois injuriados por el nombre de Cristo" (1 P 4,14). Sólo se conoce el poder de su resurrección a través de la comunión en sus padecimientos (Flp 3,10).

Jesús no libera a los suyos simplemente de los agobios y las cargas; al contrario, da a entender incluso que él les impone una carga. Pero llama suave a su yugo y a su carga (Mt 11,28-30), pues él mismo se pone bajo el peso impuesto. Y esto quiere decir que él, como autor del mandato, es el primero que lo pone en práctica. No impone nada que no haya tomado sobre sí. Así su yugo se convierte en vínculo de comunión de una comunidad de vida permanente en él.

 

6.- El discernimiento de la verdadera alegría

Sin embargo, la alegría debe ser discernida, pues no siempre es fruto de la acción de Dios. No toda alegría es una moción del Espíritu. Sólo Lucas nos hace notar en la parábola del sembrador, que la semilla que cae entre rocas representa a los que "al oír la Palabra la reciben con alegría, pero no tienen raíz. Creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten" (8,13). Uno de los criterios para discernir la verdadera alegría es por tanto su capacidad de resistencia a la hora de la prueba. Jesús proclama dichosos a los siervos a quienes el Señor a su regreso encuentre velando (12,37-43).

Herodes se alegró mucho al ver a Jesús (23,8), pero su interés por él obedecía a pura curiosidad y milagrosismo, no a una sintonía con el evangelio, ni a una verdadera conversión. Lucas nos dice que los sumos sacerdotes se alegraron cuando Judas se ofreció a entregarles a Jesús (22,5). Es la alegría más contraria al evangelio, la de los que se gozan en su intento de destruir la verdadera alegría.

Condena el evangelio de Lucas la actitud del rico que amontonaba riquezas y se decía a sí mismo: "¡Come, bebe y disfruta!" (12,19), y también la del rico vestido de púrpura que banqueteaba (disfrutaba: euphrainomenos) espléndidamente. Más claramente lo enuncia Jesús en los "ayes" lucanos. "¡Ay de vosotros los que reís ahora, porque tendréis aflicción y llanto!" (8,25)

También san Ignacio nos avisa que no toda alegría viene de Dios, sino que también el mal espíritu puede "proponer placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales". Nos dice también que con causa puede consolar el ánima así el buen ángel como el malo".

Como ya hemos visto, la verdadera alegría es sólo el gozo duradero asociado a los sufrimientos que vienen de nuestra fidelidad a Cristo; el gozo que brota de nuestro compromiso con el evangelio y de la fidelidad al mensaje apostólico.

Junto con el reconocimiento de una alegría que no es según el Espíritu, Lucas conoce también una tristeza buena que es fruto del Espíritu, lo cual nos obliga a ser mucho más cuidadosos en el discernimiento de estas mociones.

La palabra usada por Lucas para señalar esta tristeza según el espíritu es "compunción" –katanyssesthai- (Hch 2,37). Esta tristeza se da en el contexto de arrepentimiento por los pecados, y también al considerar el efecto del pecado en el mundo que trae consigo la ruina de Jerusalén. Recordemos la bienaventuranza de las lágrimas (Lc 6,21), y las propias lágrimas de Jesús por Jerusalén (Lc 19,41).

Ignacio conoce también esta tristeza y quiere que el ejercitante en la primera semana pida como gracia "crecido e intenso dolor y lágrimas por mis pecados"; "pena, dolor y lágrimas por nuestros pecados". Y en el discernimiento de la primera semana reconoce que en determinadas ocasiones el buen espíritu "punza y remuerde las conciencias".

Por eso, la alegría y la tristeza requieren discernimiento. Nunca podemos aislar la alegría verdadera de los otros síntomas de la experiencia del Espíritu. Nunca se puede buscar la alegría por sí misma; es más bien un subproducto de la vida nueva. Frente a la alegría egoísta de quien se busca a sí mismo, Lucas reproduce el dicho del Señor de que "hace mucho más feliz el dar que el recibir" (Hch 20,35).

La alegría sólo se da cuando hay "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32). La verdadera experiencia del Espíritu no fragmenta a la Iglesia sino que fomenta la comunión fraterna sin las extravagancias carismáticas de personalismos que cantan fuera del coro, y sin desviaciones doctrinales. La verdadera alegría va unida a la afabilidad y a la sencillez de corazón en un estilo de vida evangélico sin altanería, ni fanatismos.

 

7.- El cumplimiento escatológico

La alegría en Lucas está relacionada con su peculiar manera de concebir la escatología. Este es quizás uno de los enfoques en los que Lucas se diferencia más de la teología de Pablo. En Pablo la salvación es una realidad que claramente se sitúa en el futuro. Nos dice que el Espíritu que hemos recibido es sólo la prenda de la herencia, las arras (2 Co 5,5; Rm 8,23); no es todavía la herencia completa. En cambio para Lucas la salvación ya está aquí presente hoy. Por eso la alegría de las bienaventuranzas no es una promesa para el futuro, sino una realidad que se desborda ya en el don del Espíritu Santo.

Lucas ha respondido al problema del retraso de la parusía, subrayando que el Reino de Dios se ha hecho ya presente en el don de Espíritu Santo. Mas que mirar hacia el cielo en espera de la vuelta del Señor (Hch 1,11), la Iglesia recibe desde arriba el poder de Dios mediante el don del Espíritu, que es el cumplimiento de las promesas del Padre. Es por la experiencia del Espíritu como el reino de Dios está ya presente. No hay que esperar hasta el regreso del Señor para disfrutar de la salvación.

Por eso Lucas hace ver que de alguna manera en la Iglesia apostólica ya se cumplieron las promesas de las bienaventuranzas. En la comunidad de Jerusalén ya no hay pobres, porque ya ha llegado el Reino anunciado (Hch 4,14). Ya se han enjugado las lágrimas de los que lloraban, que ahora pueden reír y gozar. El poder del Espíritu toca a todos los enfermos desterrando la enfermedad y el sufrimiento. Las asambleas litúrgicas gozosas reflejan la liturgia del cielo.

Tomada de un modo unilateral, esta presentación de Lucas puede resultar peligrosa. Podemos ver a la Iglesia como epifanía y reflejo perfecto de la luz de Dios, que no deja ya lugar para el fracaso o la derrota. Por eso esta visión lucana hay que equilibrarla con la de otros escritos del Nuevo Testamento que insisten en que la cruz no ha sido todavía sobrepasada, y que la experiencia del cristiano está sometida todavía a todo tipo de pruebas e inseguridades.

No debemos sacralizar la Iglesia como un puerto seguro que nos evite la incertidumbre o la ambigüedad. El peligro de leer a Lucas unilateralmente es buscar seguridades en una Iglesia que sea sólo limpia transparencia de un Reino ya establecido, olvidando que vive todavía en medio de la confusión y de las pruebas. ¡Ojo con las decepciones! Queda todavía un tiempo para el crecimiento y hay que vivir con alegría, pero también con dolores de parto, gimiendo interiormente en nuestro corazón.

Yo viví una temporada larga de mi vida en la cresta de la ola carismática, experimentando esa desbordante acción del Espíritu en mí y a mi alrededor. Yo sé muy bien a qué se está refiriendo Lucas con su visión idealista e ilusionada de la Iglesia. He vivido intensamente todo cuanto describo en este artículo. Nos parecía entonces que todo era posible con el poder del Espíritu Santo.

Pero tras unos años tuvimos que volvernos a enfrentarnos con la dura realidad de que el mal sigue estando presente el mundo, y no ha sido erradicado. Sigue habiendo pobres, sigue habiendo enfermos. Los sufrimientos no se reducen a las persecuciones y contradicciones por el nombre de Cristo. Uno experimenta también, en sí y en la Iglesia, tinieblas, opacidad, resistencias. La misma oración que fue tan luminosa en otras temporadas puede pasar por noches oscurísimas. Procesos patológicos psíquicos y físicos que habían experimentado notables sanaciones, vuelven a reabrirse como una herida mal curada.

Queda todavía lugar para una escatología final, para la espera de una segunda venida de Cristo, en la que el Reino se realice en plenitud. Por supuesto que Lucas está abierto a esta dimensión de consumación futura, aunque haya puesto el acento en lo que nos ha sido dado ya. Diríamos que para Lucas la botella está más bien medio llena que medio vacía.

Ya sí, pero todavía no. El Resucitado está a la vez presente y ausente en nuestro mundo. Por eso en la vida espiritual hay un juego de encuentros y desencuentros entre Dios y el hombre como el descrito en el Cantar de los cantares. Quizás la más bella expresión no bíblica de este deseo de Dios nunca saciado y de esta experiencia de Dios nunca plena es el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. "La dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura".

Por eso la Iglesia sigue diciendo en este Adviento en que redacto mi artículo: "Maranatha", "¡Ven Señor, Jesús!", esperando que esa salvación y esa alegría alcancen su plenitud, cuando definitivamente "entremos en la alegría de nuestro Señor" (Mt 25,21. 23).