Parte Tercera:

Liturgia y Eucaristía

 


 

X.- Asamblea y presidencia

 

XI.- El culto fuera de la Misa

 

XII.- Cómo celebrar mejor la Eucaristía

 

 

Tema X.- Asamblea y presidencia

 

1) Los cambios del Vaticano II

 

El concilio supuso un verdadero terremoto litúrgico. Desde el Misal de San Pío V, predominó el inmovilismo; apenas hubo ninguna reforma durante cuatrocientos años. Sólo los que hemos conocido la liturgia preconciliar podemos entender y valorar los cambios increíbles que se produjeron.  

a).- La eucaristía preconciliar

Veamos una ligera descripción de cómo era la Eucaristía preconciliar.

1.- Las liturgias se tenían en un latín que nadie comprendía. El sacerdote leía todas las lecturas en latín y mirando hacia el retablo.

2.- Diversas Misas se celebraban a la vez en la misma iglesia, y la gente las iba siguiendo simultáneamente. En los teologados había multitud de altares en los coros. Se iban oyendo las campanillas de las sucesivas consagraciones.

3.- Había la posibilidad de una misa de sesión continua, en la que uno podía cumplir el precepto dominical escuchando el final de una y el principio de otra con tal que no se separase la consagración de la comunión.

4.- Mucha gente llegaba sistemáticamente al ofertorio y se marchaba antes del último evangelio. Con ello se quitaba importancia a la liturgia de la palabra, quizás porque era en latín.

5.- Nunca jamás en toda su vida recibían los fieles cristianos el cáliz para la comunión bajo las dos especies.

6.- La comunión se podía dar fuera de la misa. El sacerdote salía a dar la comunión antes o después de terminada la misa. Mucha gente a diario iba a la iglesia sólo a comulgar.

7.- La comunión se recibía de rodillas en la reja del presbiterio, y siempre en la boca.

8.- Las Misas eran de cara a la pared; el altar se asemeja más a un ara que la mesa de un banquete.

9.- El culto a los santos oscurecía la centralidad del misterio de Jesucristo. En el calendario el número excesivo fiestas de los santos desfiguraban la naturaleza de los tiempos litúrgicos. En las iglesias se multiplicaban las imágenes con sus altarcitos, donde la gente satisfacía su piedad privada, con merma de las celebraciones comunitarias.

10.- Como no se entendía el latín, era costumbre rezar el rosario durante la Misa, o leer un libro piadoso. En algunos sitios había un predicador en el púlpito que predicaba durante toda la Misa, y solamente interrumpía un momento en la consagración, y luego continuaba.

11.- Se fomentaba la escrupulosidad de los sacerdotes que temían cometer cantidad de pecados mortales omitiendo palabras en el canon (cada palabra omitida = un pecado mortal).

12.- A muchos les angustiaba el pronunciar exactamente las palabras de la consagración que se consideraba como un conjuro mágico que dejaba de surtir efecto si se alteraba el sonido de alguna de sus letras.

13.- Había una gran distancia física entre el presbiterio y los fieles, con grandes escalinatas o rejas de división.

14.- Había un tabú a propósito de las especies eucarísticas que no se podían tocar por quien no estaba ordenado. Las sacristanas que tocaban los vasos sagrados vacíos con un guante.[1]

15.- El sacerdote tenía un monopolio absoluto ejerciendo todos los ministerios durante la misa, salvo la pequeña ayuda de los niños acólitos que se limitaban a responder en latín y trasladar de sitio el misal o las vinajeras.

16.- Al sacerdote sólo le respondían los monaguillos, y no la asamblea. Nunca se establecía una diálogo real entre el presidente y la asamblea, ni siquiera en la respuesta “Et cum spiritu tuo”.

17.- El ayuno eucarístico, antes de la reforma de Pío XII, se observaba estrictamente desde las 12 de la noche del día anterior, con lo cual no había nunca Misas por la tarde, y en las Misas al final de la mañana casi no comulgaba nadie porque ya había desayunado todo el mundo.

18.- Había una absoluta falta de espontaneidad; cada gesto y palabra estaba dictado por el ritual sin que el celebrante pudiese improvisar ni alterar el más mínimo detalle. En ningún momento se sugerían formas o palabras opcionales. El ritualismo de unos gestos mecánicos acompañaba a unas palabras en un idioma ininteligible.

19.- La teología de los sacramentos entendía el ex opere operato de un modo que minusvaloraba la intencionalidad de las personas y la comprensión.

20.- Se perpetuaban las diferencias sociales en el culto, mediante puestos reservados en la iglesia para los ricos y notables que tenían sus propios reclinatorios en lugares reservados para ellos.

21.- Había sacramentos y funerales de primera, de segunda o de tercera, según el dinero que se pagase. Los de primera tenían más celebrantes, diácono y subdiácono, eran cantados, y en ellos se usaban ornamentos más lujosos, y el catafalco era más barroco.

22.- La Eucaristía se entendía más como objeto de adoración que de manducación. Se trataba de mirar la Sagrada Forma en el momento de alzar, con la campanilla resonando y las genuflexiones. O la solemnidad de la Exposición solemne, al acabar la Misa. Entonces es cuando se encendían las velas, las luces. Ahora empieza lo importante.

23.- El pueblo apenas cantaba en la Misa. Había un repertorio popular muy reducido. Normalmente se escuchaba a una schola de cantores profesionales que cantaban en latín, en canto polifónico. Se situaban atrás en el coro y no eran un fermento para animar al pueblo a cantar con ellos.

24.- Al no haber Misas por las tardes, había distintos tipos de actos, rosarios, novenas, sermones, actos eucarísticos… 

25.- No estaba institucionalizada una preparación catequética para los sacramentos (exceptuada la primera comunión). Bautismos, bodas, confirmaciones no venían precedidos por ningún tipo de cursillo.

 

b) 20 nuevos valores de la reforma litúrgica

La nueva liturgia intentó fomentar los valores que estaban absolutamente marginados.

1.- Acercar la acción litúrgica a los fieles quitando barreras de escalinatas y rejas y po-niendo el altar de cara al pueblo. Diseñar nuevos tipos de templo más aptos para esta liturgia comunitaria y participativa.

2.- Potenciar el papel de la asamblea frente al monopolio del presidente. La asamblea participa más en las oraciones, en la respuesta al salmo, en las aclamaciones, en el cambio de posturas (SC  14, 21, 30, 114).

3.- Dar unidad y relieve a la acción litúrgica prohibiendo absolutamente que durante ella se pueda tener otra Eucaristía o ningún otro acto de culto en el mismo espacio de la iglesia (SC 57).

4.- Fomentar el canto de toda la asamblea frente al monopolio de la schola, las corales y los solistas (SC 114).

5.- Potenciar los ministerios diversos frente al único ministerio del presidente; reinstaurar el diaconado permanente y rehabilitar el ministerio del diácono. Instaurar los ministerios laicales del acólito y el lector; potenciar los ministerios de salmista, de monitor, maestro de coro, dando entrada a los laicos no ordenados, y más tímidamente a las mujeres (SC 29).

6.- Resaltar la estética de la sencillez y de la verdad frente a simulaciones barrocas, puntillas, floripondios y ostentaciones (SC 34).

7.- Fomentar la inteligibilidad de las palabras frente a los signos puramente mecánicos (SC 33-34). Aprobar la utilización de las lenguas vernáculas (SC 36, 54, 63, 101). Añadir más lecturas y moniciones (SC 35, 51). Prescribir la homilía los domingos, y recomendarla entre semana (SC 52). Celebrar una liturgia de la palabra en todos los sacramentos (SC 35).

8.- Ensamblar mejor la vivencia del culto con el resto de la vida, trayendo a la misa la realidad de lo que los participantes están viviendo en ese momento. La liturgia se considera la cumbre y la fuente de toda la actividad de la Iglesia (SC 10).

9.- Articular mejor la comunión dentro de la eucaristía, prohibiendo que se administre fuera de la Misa, salvo en casos urgentes como es el del viático. Conceder la comunión bajo las dos especies (SC 55).

10.- Insistir en el valor de los actos subjetivos, la intención de los participantes, las disposiciones interiores, la atención, la focalización de la devoción en la acción litúrgica y no en otras devociones que se realizan paralelamente a ella (SC 11, 14, 21, 59, 90). Eliminar la literalidad en la dicción de palabras o realización de gestos, que pudieron llevar en otros tiempos a escrúpulos de conciencia en caracteres débiles.

11.- Centrarse más en el año litúrgico y reducir el puesto que tenían anteriormente las fiestas de los santos (SC 107). Dar mayor centralidad al domingo (SC 106). Dar una mayor prioridad a la lectura continuada sobre las lecturas correspondientes a otras memorias (SC 51).

12.- Inculturar la liturgia y adaptarla a las distintas circunstancias de las regiones. Conceder atribuciones a las conferencias episcopales de los distintos países (SC 37-40, 63b).

13.- Eliminar las diferencias de categoría social en la manera de celebrar los distintos ritos (SC 32).

14.- Fomentar el carácter comunitario de las celebraciones, tanto de los sacramentos, como de la  Liturgia de las Horas (SC 26, 27, 99, 100). Restablecer la concelebración como expresión de la unidad del sacerdocio (SC 57-58).

15.- Ofrecer formularios opcionales para distintas partes. Mayor abundancia de plegarias eucarísticas, de bendiciones, de actos penitenciales, de saludos, de lecturas alternativas. Inclusive en algunos saludos, moniciones y plegarias se contempla la posibilidad de improvisación por parte del presidente. Recordemos que la liturgia prevaticana era absolutamente rígida y no dejaba lugar ninguno para la opción o la improvisación.

16.- Restablecer la oración de los fieles en la Eucaristía, en los otros sacramentos y en la Liturgia de las Horas (SC 53).

17.- Reinstaurar la iniciación cristiana de los adultos y el catecumenado (SC 64, 71, 74).

18.- Reformar los rituales de los sacramentos afectando incluso a las partes más fundamentales, incluida la materia y la forma, como es el caso de la confirmación, la unción de los enfermos, la ordenación de obispos y la Eucaristía (SC 62).

19.- Reforma profunda de la Liturgia de las Horas, para hacerla más breve, menos clerical, más bíblica, más adaptada a las horas del día (SC 88, 90, 94).

20.- Frente al validismo en los sacramentos, o “sacramentos de mínimos”, fomentar la potenciación del simbolismo y la palabra que los acompaña, para eliminar cualquier tipo de “automatismo” en su celebración. Los sacramentos no se limitan a conferir la gracia automáticamente, sino que deben “alimentar, robustecer y expresar la fe” (SC 59).

 

 

2.- Polaridad presidente vs. asamblea 

         

         a) Redescubrimiento de la asamblea

La eclesiología que arrancaba de la división entre clero y laicos tenía su perfecta visibilización en la liturgia prevaticana. Los coros de canónigos se situaban en la parte privilegiada de las catedrales, aislados de los demás por unas rejas. El presbiterio se situaba en las alturas, separado de los fieles por una escalinata grandiosa. Quedaba resaltada así la función mediadora del sacerdote situado allá en lo alto, a medio camino entre el cielo y la tierra.

Pero la Lumen Gentium arranca de la consideración del Pueblo de Dios antes de pasar a hablar de los distintos ministerios en la Iglesia. La eclesiología de comunión que abrazó el Vaticano II va a tener su reflejo en la gran importancia que adquiere la asamblea en la liturgia. Es este quizás uno de los rasgos más emblemáticos de la reforma litúrgica.

El papel mediador entre Dios y los hombres no lo tiene ya el presbítero, sino la asamblea, dentro de la cual el presbítero ejerce su función. No contraponemos presbítero a asamblea. De la misma manera que no contraponemos cabeza a cuerpo. La cabeza es también parte del cuerpo. No hay cuerpo sin cabeza. No hay asamblea sin ministerios.

Pero tampoco hay ministerios sin asamblea. El origen último del ministerio no es la asamblea, sino Cristo, pero, como dice Borobio, “el ministerio no se origina al margen de o sin la comunidad”. El ministro no recibe directamente su mandato de Cristo, como lo recibieron los apóstoles o Pablo.[2]

La asamblea es la traducción de QHL, que en griego se traduce como ekklesia o synagoge. Estas palabras designan la convocatoria, el acto de reunirse y la comunidad reunida. Qahal es asamblea general del pueblo. En su evolución semántica ha designado el llamamiento, la leva, la reunión, la comunidad reunida, la Iglesia. Ecclesía no es sin más Iglesia, sino Iglesia convocada y reunida en un lugar concreto y en un momento preciso para celebrar los misterios del culto.

Dice la LG 26:Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesia en el Nuevo Testamento. Ellas son, cada una en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y plenitud (cf. 1Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor "a fin de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad. En toda celebración, reunida la comunidad bajo el ministerio sagrado del Obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y "unidad del Cuerpo místico de Cristo sin la cual no puede haber salvación". En estas comunidades, por más que sean con frecuencia pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, Cristo está presente, el cual con su poder da unidad a la Iglesia, una, católica y apostólica.

La creación de la asamblea es atribuida a una gracia del Espíritu Santo que se invoca sobre ella. Ya hablamos de la doble epíclesis sobre los dones y sobre la asamblea. En la segunda epíclesis, o epíclesis de comunión, se pide que el Espíritu Santo cree la perfecta unidad de quienes van a comulgar en el cuerpo y sangre de Cristo.

Es esta Iglesia o asamblea, que incluye al obispo, presbíteros y diáconos, la que directa y formalmente participa del sacerdocio de Cristo. La asamblea reunida es el reflejo y la expresión de la Iglesia. En ella se encarna la Iglesia y se hace visible; en ella y a través de ella se proyecta al mundo, sobre todo en la Iglesia local que celebra presidida por el Obispo. Con esto no quiere excluir el concilio que haya otras manifestaciones de la Iglesia. La liturgia es la expresión más visible de la Iglesia, pero no la única. También la Iglesia se manifiesta en la acción caritativa de los cristianos y de otras muchas formas.

El fundamento de esta participación está, como ya hemos dicho, en el sacerdocio común de los fieles. En la Eucaristía el pueblo ofrece los dones junto con el presidente. En SC 48 se dice que los fieles “aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él”. En este punto la SC va más allá de la Mediator Dei que usaba la expresión quodammodo, “en cierto modo”. Esta expresión quedó suprimida por el concilio.

De ahí surge la conciencia de que las acciones litúrgicas no son privadas sino que tienen un carácter comunitario (SC 26). Hay que devolver al cuerpo de la Iglesia lo que siempre había sido patrimonio suyo; la asamblea debe recuperar el protagonismo que había perdido a causa de un clericalismo abusivo. Pero no se trata de promover sólo una participación externa, sino una participación interior, consciente y plena. En el caso de la Liturgia de las Horas, el tenor de la SC es todavía bastante clerical, y los números 84-87 toman como paradigma al sacerdote y su obligación de rezar la liturgia. Son todavía resabios de una actitud clerical. En cambio, la Ordenación general de la Liturgia de las Horas de 1970, insiste en que “la  Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él” (OGLH 20).

La Sacrosanctum Concilium prefiere la celebración comunitaria, con asistencia y participación de los fieles, a la individual y privada (SC 27). Esta participación comunitaria requiere que cada actor represente toda la parte que le corresponde y sólo aquella (SC 28), cosa que vale para todos los ministros (SC 29). Hay que promover la participación del pueblo con respuestas, aclamaciones y cantos (SC 30), y esta participación debe quedar recogida en las rúbricas (SC 31). Se prohíbe la acepción de personas o de condiciones en las ceremonias o en las solemnidades exteriores, fuera de la distinción que deriva de la función litúrgica, subrayando con ello la fraternidad de todos los participantes (SC 32).

Esta insistencia en el carácter comunitario de la celebración es la que motiva la recuperación de la concelebración, que ha contribuido a desprivatizar la Misa y a resaltar la unidad del sacerdocio y del sacrificio eucarístico (SC 57). Desde esta perspectiva resulta hoy incomprensible el que en la liturgia prevaticana se pudiesen celebrar distintas liturgias simultáneas en el mismo templo, y que unos fieles asistiesen a una y otros a otra.

Por lo tanto, hoy ya no se puede hablar de una asamblea que asiste a Misa, sino de una asamblea que celebra la Misa. Al obispo o presbítero que presiden la celebración, ya no cabe llamarles el “celebrante”, porque celebrantes son todos, sino el “presidente”. Esto que se insinuaba ya en SC 26, se afirma expresamente en la IGMR 1 y 7. Queda para siempre desterrada la expresión popular “Oír Misa”.

La asamblea tiene que ser convocada. Los que se reúnen no lo hacen por propia iniciativa. No acuden por una decisión autónoma. Siempre es Dios el que convoca a su pueblo. Es convocada por Dios y se reúne en su nombre. La actividad del hombre es siempre respuesta, no iniciativa.

Es una Asamblea reunida. Si se han reunido es porque en su origen vivían dispersos, separados. La asamblea debe ser plural, abigarrada. El único requisito que se exige es la fe. No puede estar reservada a élites, o a comprometidos. El nuevo pueblo de Dios reúne a los hombres por encima de lo que los separa. En Pentecostés en Jerusalén se reúnen partos, medos y elamitas. La Iglesia no tiene por qué hacer coincidir sus asambleas con comunidades o colectivos previamente hermanados u homogéneos. No se construye a partir de comunidades de base preexistentes. La palabra que convoca llama a los dispersos a reunirse, mediante la conversión, reconciliación y pacificación.

Por eso es una asamblea reconciliada. Sólo una asamblea reconciliada puede darse la paz. Trata de dar voz también a los marginados. Se trata de una comunidad de pecadores, no de puros. Jesús comía con los pecadores. Por eso rezamos el Confiteor y nos reconocemos como somos. El Confiteor no es un acto penitencial de vía estrecha, sino un reconocimiento de que los convocados somos todos pecadores, eso sí, pecadores que no han pactado con su pecado.

Es asamblea creyente. Creyentes son los que han escuchado el anuncio de Jesús y le han prestado adhesión incondicional y libre, no son simplemente personas que aceptan ideas o dogmas. El mayor desajuste de la liturgia tiene lugar cuando la mayoría de sus participantes son personas que no son ni se sienten creyentes. Es absurdo celebrar los misterios ante un colectivo no iniciado. Los no iniciados eran despedidos en el siglo IV tras la liturgia de la palabra. El catecumenado pretendía instaurar una ‘disciplina del arcano’.

Asamblea activa. El Espíritu con sus carismas despierta un dinamismo comunitario. La reunión es el espacio donde crecen y se desarrollan los carismas de todos.

Esta eclesiología de comunión acaba influyendo hasta en los más mínimos detalles de la reforma litúrgica. Influye mucho en la arquitectura de las iglesias postconciliares, donde el presbiterio ya sólo está elevado sobre la asamblea el mínimo para que sus acciones puedan ser vistas por todos. Se han eliminado las rejas, los comulgatorios. El centro de la Iglesia es el altar y no el sagrario, que ha quedado ahora desplazado a una capilla lateral. La disposición de la nave ya no es rectilínea, tipo tranvía, sino semicircular, de modo que los fieles se vean mejor unos a otros y se sientan más parte los unos de los otros. Se han eliminado los altares laterales adosados a las naves. Ha desaparecido el coro situado en la parte trasera de la iglesia. El ministerio del canto no puede situarse fuera de la asamblea, sino como parte de ella.

¿Puede haber una celebración sin asamblea? En el ritual tridentino nunca se aludía a la asamblea. Era un ser fantasmal (Bernal). Pero por lo menos, eso sí, se aseguraba que hubiera un acólito. Él era la asamblea. “Ni el monaguillo podía llegar a más, ni la asamblea a menos” (Bernal). En ninguna circunstancia se dispensaba de la presencia del acólito. Es bien conocido el caso del Padre Foucauld en Tamanrasset, cuando sólo podía celebrar la Eucaristía aprovechando que había algún turista cristiano de paso por el lugar.

En el ritual actual, la manera habitual de celebrar la Eucaristía es en la asamblea. Pero la legislación vuelve a sucumbir a la tentación de subterfugios y equívocos. La Mysterium Fidei dice que cualquier Misa, incluso la celebrada en privado por el sacerdote, es siempre acción de Cristo y de la Iglesia”.[3]  Uno de los temas debatidos hoy es la licitud de que el sacerdote celebre en total soledad. El concilio no declaró este punto, pero su espíritu es bien evidente: “Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y quasi privada” (SC 27).

¿Puede haber asamblea sin sacerdote? Por supuesto que puede haber muchos tipos de oración comunitaria en la que no se necesita de la presidencia de un ministro ordenado, pero ahora nos referimos a la celebración de la Eucaristía. ¿Puede celebrarse la Eucaristía sin la presidencia de un obispo o un presbítero? Frente a determinadas teorías que postulaban esta posibilidad, salió la SCDF con la Sacerdotium ministeriale, de 6 de agosto de 1983, en la que se niega taxativamente dicha posibilidad.[4]

En cualquier caso el gran reto pendiente es devolver a la asamblea su papel litúrgico. Esto conlleva una conversión, un cambio real. No puede haber reforma litúrgica sin reforma de la Iglesia. “Debe abandonarse la actitud que busca en la Eucaristía sólo la transustanciación y la transformación de las ‘especies eucarísticas’ (el pan y el vino). Se debe buscar en último término la transformación de la comunidad por la comunión del cuerpo y sangre de Cristo”.[5]

 

b)  La participación en los ministerios

Frente al modelo “clérigos y laicos”, ahora se vive el modelo “asamblea y ministerios”. La reforma ha multiplicado la intervención de todos en las respuestas, las aclamaciones, el responsorio del salmo, los cantos, las posturas corporales, las procesiones, los momentos de silencio. Ya no es posible oír Misa aislado desde un rincón de la iglesia mientras alguien reza o lee algo que no tiene nada que ver con lo que está haciendo la asamblea. La Misa es cosa de todos.

Sin embargo el relieve que el concilio da a la asamblea como sujeto de la celebración no implica un carácter asambleario, es decir, no significa que todos tengan que hacerlo todo a coro. Por una parte, los ritos deben promover la participación del pueblo con respuestas, aclamaciones y cantos (SC 30), que deben quedar indicados en las rúbricas (SC 31), pero no todos tocan los instrumentos a la vez en una orquesta. En la ópera hay siempre una alternancia entre coro y solistas.

Un error corriente consiste en confundir “intervenir” con participar”. La verdadera participación no consiste en el hecho de desempeñar algún ministerio esporádico, sino en la entrada en la celebración con la totalidad de la persona, corporal y espiritualmente. No participa menos el que escucha que el que lee. “Sin participación mistérica, las ceremonias de la liturgia se convierten en una gesticulación delirante” (M. Carrouges). Por eso es absurdo el que, para que la asamblea participe más, tengan todos que decir en voz alta todas las oraciones a coro. No es ése el modo de evitar que la asamblea se aburra, o de conseguir que se aumente su nivel de participación.[6]

No todos los miembros de la asamblea deben asumir todas las actuaciones y servicios. Cada uno actúa cuando le corresponde. Las intervenciones no son un privilegio, sino un servicio. Es el principio que enuncia la SC en el número 28: “Cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción litúrgica”. La palabra “ministros”, que antes estaba reservada para el obispo o presbítero presidente, ahora se extiende a todos cuantos ejercen un servicio litúrgico. “Los acólitos, lectores, comentadores, y cuantos pertenecen a la Schola cantorum desempeñan un auténtico ministerio litúrgico” (SC 29).

Los distintos ministros deben actuar con vocación y profesionalidad. Eso significa que “sean instituidos para cumplir su función debida y ordenadamente”, que estén profundamente penetrados del espíritu de la liturgia”, y que “ejerzan su oficio con sincera piedad” (SC 29)

La participación debe ser “activa, consciente y plena” (SC 11,14). Éste es un derecho inalienable de la comunidad cuyo ejercicio se debe promover y facilitar. Esta participación activa se convirtió en norma inspiradora de toda la reforma conciliar.

Además de preparar las ceremonias, la asamblea que quiere participar activamente debe prepararse para encontrar el Señor. La preparación de los corazones es obra común del Espíritu Santo, de la asamblea y sus ministros. Los primeros llamados a prepararse son los ministros, para que puedan estar ante la asamblea como iconos vivos. Toda entrada en la celebración pide un esfuerzo espiritual. Es necesario acercarse a la Sagrada Liturgia “con recta disposición de ánimo” (SC 11).

Para implementar esta pluralidad de ministerios, la Iglesia reformó profundamente la antigua institución de las órdenes menores. Antes del concilio había cuatro órdenes menores que sólo recibían los clérigos, como etapa en su marcha hacia el sacerdocio. Se trataba de las órdenes de ostiario, lector, acólito y exorcista. Hoy se conservan dos de ellas, el lectorado y el acolitado, pero no como funciones clericales en el camino hacia el sacerdocio, sino como ministerios estables y permanentes,  abierto a los laicos. La institución de lectores y acólitos se hizo por el motu proprio de Pablo VI Ministeria quaedam de 15 de agosto de 1972.[7] Ya no se consideran “órdenes” menores. No se habla de “ordenar” lectores y acólitos, sino de instituirlos.

Quizás la restricción más dolorosa de dicho documento es el haber reservado ambos ministerios a los varones.[8] Una vez más la realidad ha desbordado las previsiones, y en la práctica los lectores son indiferentemente varones y mujeres, lo cual ha hecho que la ceremonia de “institución” se haya vaciado de sentido, porque la mayor parte de los lectores no han sido “instituidos” formalmente. 

 

3.- Espiritualidad sacerdotal

a) Dinámica eucarística

Cuatro verbos resumen las acciones de Cristo: "Tomó, bendijo, partió y dio". Estas cuatro palabras indican también la acción de Cristo en la vida del cristiano.  

Primer verbo: En la Eucaristía el sacerdote se deja tomar, se pone en las manos de Jesús como ese pan que toma en sus manos. Se deja escoger por él como siervo y amigo. Jesús escoge pan y vino, alimentos comunes, lo que cualquier hombre tenía en su casa; cosas ordinarias, pero esenciales. También el sacerdote es consciente de ser muy ordinario, vulgar, anónimo. Pero reconoce un misterio de elección en su vida. "No me elegisteis vosotros, sino que he sido yo el que os elegí". A veces uno piensa que Cristo se equivocó al elegirle precisamente a él. Pero hay que creer más en su sabiduría que en lo que me dicen nuestros sentidos y nuestra experiencia.

Pero el sacerdote se deja tomar no aisladamente, sino como parte de un pueblo elegido, de un sacerdocio real. Se deja sacar de su aislacionismo de grano de trigo independiente, para formar parte de ese pan formado por el trigo de muchas espigas.

El sacerdote protesta viendo lo escaso de sus recursos comparado con la inmensidad de la tarea de una vida ofrendada por la salvación del mundo. Protesta viendo lo pobre de la comunidad a la que está llamado a pertenecer. "¿Qué es esto para tanta gente?" (Jn 6,9). Pero es importante no mirarnos a nosotros mismos ni a nuestra pequeñez, ni a lo inadecuado de nuestros recursos, sino mirar al que nos llama y al que nos toma en sus manos. Hay que aceptar con humildad el privilegio de ser elegido para formar parte de ese pueblo sacerdotal, pero también con fe, esperanza y amor. Cada vez que celebramos la Eucaristía debemos consentir a esa elección: dejarnos tomar, ponernos en sus manos, hacernos disponibles. Dejarse tomar es dejar de pertenecerse a sí mismo para pertenecerle a él, perteneciendo a la comunidad sacerdotal en la que él nos inserta.

 

Segundo verbo: En la Eucaristía el sacerdote se deja bendecir. Porque Jesús nos toma, pero no nos deja tal como nos tomó. Nos bendice con los gestos creadores de los sacramentos cristianos, nos bendice con el bautismo, nos bendice con la consagración sacerdotal.

Una bendición divina tiene poder creador. Transforma lo más profundo del pan y el vino en presencia misteriosa de Cristo. Las bendiciones de Cristo impartidas continuamente durante la vida son la única respuesta efectiva a nuestros miedos, dudas y escrúpulos sobre la elección divina. Cristo no sólo nos ha tomado, sino que nos ha bendecido. Lo mismo que esa bendición transustancia el pan, también nos transustancia a cada uno y a la comunidad.

Dice S. Agustín: Esto que ahora estáis viendo sobre el altar de Dios es pan y vino; al acceder la palabra se hacen cuerpo y sangre del Verbo", por eso "en este sacramento nos encomendó su cuerpo y su sangre, cosa que también nos hizo a nosotros mismos; pues también nosotros hemos sido hechos cuerpo suyo". Vosotros sois los mismos hombres que erais, ya que no habéis traído caras nuevas. Y sin embargo, sois nuevos; viejos por la apariencia del cuerpo, pero nuevos por la gracia de la santidad, y esto sí que es verdadera novedad.[9]

Y esto que sucede a cada persona sucede también a la comunidad. Junto a la primera epíclesis por la que se invoca el Espíritu Santo para transformar las especies de pan y vino, hay una segunda epíclesis por la que se invoca al Espíritu Santo para que la comunidad se convierta en cuerpo de Cristo. De ser un mero conglomerado amorfo de personas, de ser un no-pueblo, pasamos a ser un pueblo santo. El cuerpo eucarístico de Cristo se nos da para que formemos parte del cuerpo eclesial de Cristo.

"Participamos del cuerpo y sangre de Cristo porque en figura de pan se te da el cuerpo y en figura de vino se te da la sangre, para que habiendo participado del cuerpo y la sangre de Cristo, seas hecho concorpóreo y consanguíneo suyo -susswmo" kai sunaimo"-"; por la incorporación a los divinos misterios "habéis sido hechos concorpóreos y consanguíneos de Cristo".[10]

Y Dios no sólo nos bendice, sino que nos hace también capaces de bendecir a los demás. Bendice desde cada sacerdote a todas las personas con las que se va a encontrar a lo largo de la jornada, porque lo ha transformado en una bendición para los demás.

 

Tercer verbo: Al partir el pan Jesús lo hace adaptable a las necesidades de los discípulos. El pan dado para la vida del mundo tiene que ser partido (Jn 6,51). Cristo trata de hacernos adaptables, instrumento útil y dócil para la salvación de los hombres. Así fue adaptando a Israel a través de las vicisitudes del desierto.

Hay un serio obstáculo a la docilidad: el egoísmo. Este egoísmo debe ser quebrantado. Para eso Dios nos prueba, nos envía diversas contradicciones que nos van quebrantando, y entre ellas no son las más pequeñas las dificultades de una vida comunitaria. Hace que el grano de trigo se pudra para que lleve mucho fruto. Al llamarnos a pertenecerle en la comunidad de su Cuerpo, nos introduce en la dinámica comunitaria de un amor sacrificado que exige la renuncia diaria por la que el “yo” se transforma en “nosotros”.

La difícil construcción de la comunidad eclesial y humana es el mayor sacrificio y tiene una vertiente ética de renuncia al individualismo, a la absolutización del yo. "El mayor sacrificio que podemos ofrecer a Dios es el de nuestra concordia fraterna de pueblo aunado a partir de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".[11]

Este tercer verbo es el más doloroso. Pero hay que llegar a convencerse que sólo nos podemos entregar a los demás si previamente nos hemos dejado partir. Hay que considerar las frustraciones de la vida como una nueva oportunidad para este proceso necesario, llevando cada día a la Eucaristía las propias frustraciones acogiéndolas con amor.

 

Cuarto verbo: Finalmente ha llegado la hora de darse. Muchos ponen su espiritualidad en la entrega a los demás. Pero la entrega a los demás sólo tiene sentido cuando han precedido los otros verbos anteriores. Sólo vale la pena entregar aquello que ha sido previamente tomado, bendecido y partido.

Hay el peligro de que lo que se entrega a los demás sea el hombre viejo. Muchos en su pastoral entregan sus impaciencias, sus nervios, su mal humor, sus conflictos por resolver. Muchos sacerdotes y pastoralistas que no han querido resolver los conflictos mediante una vida interior de configuración a Cristo, se han lanzado a una actividad frenética de entrega a los demás, pero no han hecho sino aumentar los problemas de los otros. Habitualmente decimos que hay personas que se han  quemado. Dios nunca nos llama a entregar a los demás algo que se ha destruido, sino algo que él reconstruye en nosotros cada día.

Les hacemos una grave injusticia cuando les transferimos nuestros propios problemas sin resolver, o cuando los instrumentalizamos para en el fondo resolver nuestra búsqueda de identidad.

Lo que los otros necesitan es lo que tenemos de Cristo. Cuando los tres verbos anteriores han surtido efecto, entonces ¡qué hermoso es entregarse! Cristo puso su vida entera sobre la mesa. Tomad y comed. También cada uno de nosotros puede entregarse como pan y alimento. O mejor, puedo llegar a una comunión tan grande con Cristo en su cuerpo, que es él ahora quien me entrega a los demás como don suyo de amor. 

 

b) Necesidad del ministerio presbiteral para ejercer el sacerdocio espiritual

La Eucaristía no es un simple auto sacramental, ni un happening, ni una catequesis dramática de la entraña de la vida cristiana. Por eso Jesús instituyó el sacerdocio ministerial, encomendando a los apóstoles celebrar la Eucaristía. Así se obra en nosotros la transmisión del espíritu filial de Jesús. Comiendo la muerte del Señor, podemos asimilar su espíritu.

El sacerdocio ministerial se ordena al sacerdocio espiritual, que es universal y permanente. Recurrimos al ministerio sacerdotal y comemos el cuerpo de Cristo para poder entregar el nuestro; bebemos su sangre para derramar la nuestra. La participación en la Eucaristía sacramental nos capacita para poder ejercer el sacerdocio bautismal día a día.

El tener que recurrir al ministerio sacerdotal en los sacramentos es el signo de la prioridad absoluta del amor de Dios. Significa negarse uno a sí mismo como fuente de salvación y reconocer que hemos sido ganados antes por la ternura de aquél que nos amó primero.

El sacerdote en su ministerio atestigua a Jesús como principio. Jesús no se limita a enseñarnos su modo de vivir, sino que nos trasfunde su vida. La necesidad de recurrir al ministerio del sacerdote, lejos de sustituir a Cristo, hace que no podamos prescindir de él. El ministerio es lo que hace que la Iglesia no pueda desentenderse y autonomizarse de Jesús como su cabeza, ni que los cristianos caigan en un monólogo con sus propios pensamientos, haciendo de Cristo sólo un símbolo. La referencia al sacerdote como representante de Cristo-cabeza hace que la Iglesia no llegue a convertirse en una asamblea de hermanos sin padre ni madre, construida por ellos mismos. El ministerio introduce en la asamblea la alteridad, el diálogo entre convocante y convocados, entre lector y oyentes, entre el que alimenta y los que son alimentados, entre santificante y santificados.

Por eso el sacerdote tiene un doble papel en la asamblea litúrgica. Por una parte es un miembro más de ella. En cuanto miembro de la asamblea, él es también convocado, oyente, alimentado, santificado junto con los demás. Pero al mismo tiempo asume simbólicamente el papel de Cristo cabeza que dialoga con su asamblea. Es el signo de Cristo que convoca, de Cristo que habla, de Cristo que alimenta, de Cristo que bendice y santifica.

Como miembros del pueblo sacerdotal todos los cristianos ejercemos nuestro sacerdocio en la vida ordinaria, viviendo como Cristo vivió. Pero todos tenemos necesidad de mantener esa vida en continuo contacto con su fuente que son las acciones salvadoras de Cristo, y de llevar esa vida a su culmen, explicitando la gloria de Dios que somos en la alabanza formal que expresamos en nuestra eucología o acción de gracias por Cristo, con él y en él.

El concilio ha expresado todo esto en una de sus frases más felices. Es la frase de la Sacrosanctum Concilium que más se suele citar: “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10). Se resume ahí todo aquello de lo que hemos venido hablando.

En la Eucaristía celebramos las acciones de Cristo que son la fuente de donde recibimos una vida tan abundante, y al mismo tiempo llevamos a la Eucaristía todas nuestras acciones y realidades vitales, para que culminen allí. La dimensión catabática considera la liturgia como fuente de nuevas gracias que se experimentan como fruto de la celebración; la dimensión anabática considera la liturgia como culmen de todas las gracias recibidas que uno trae a la celebración. Si la gracia recibida, si la vida de Cristo en nosotros, no culmina en una celebración, nos veremos privados de la fuente que la mantendrá viva en nosotros y la irá haciendo cada día más intensa.[12]

 

c) El oficio de presidir

En la historia de la Iglesia la comunidad nunca ha sido acéfala. Cuando hablamos de la asamblea no la contraponemos al sacerdote que la preside. No es verdadera asamblea cualquier reunión de fieles, sino sólo aquella convocada y presidida por aquellos que han recibido el ministerio gracias a la imposición de manos. Una asamblea no puede ordenar sacerdotes si no hay en ella un obispo que imponga las manos, y que a su vez haya recibido la imposición de manos de un presbítero ordenado.

Ya en las cartas pastorales se nos habla de una comunidad orgánica en la que hay obispos y presbíteros y diáconos. Siempre ha habido responsables de dirigir la comunidad. Esos responsables asumen la responsabilidad de presidir las celebraciones. El obispo, y el presbítero en su nombre, es ordenado no sólo para el culto, sino para el servicio de la palabra y para la coordinación pastoral.

Por eso la celebración no es un fenómeno aparte disociado de la vida de la comunidad. Es el mismo que preside la comunidad quien preside también la celebración. No hay una doble presidencia. En la comunidad cristiana el sacerdote no es un hechicero que acompaña al jefe de la tribu, sino que es el jefe de la tribu. Esto se aplica fundamentalmente al obispo, pero en cierta medida también al presbítero.

El fundamento del ministerio presidencial, o ministerio sacerdotal, es el don del Espíritu Santo transmitido por la imposición de manos. No es la comunidad concreta la depositaria de unos poderes espirituales que transmitiría al presidente. En el servicio de presidir se manifiesta la naturaleza dialógica de la liturgia, en diálogo intereclesial entre Cristo-cabeza y su cuerpo. El sacerdote preside “in persona Christi” (SC 33). Su presidencia es a la vez funcional, dando unidad y coordinando todos los ministerios, y también mística, visibilizando a Cristo como cabeza de la Iglesia, a Cristo servidor de sus hermanos, presente y actuante en medio de ellos. Preside también in nomine Ecclesiae, representando a la asamblea. Representa la iniciativa divina, la convocación de Dios en Cristo.

La propia liturgia señala los momentos en que el presidente actúa en nombre de la asamblea al dirigirse a Dios, y cuando actúa en nombre de Dios al dirigirse a la asamblea. El primer caso es el de las oraciones presidenciales, que están todas ellas en plural, y a las que se une el pueblo diciendo: “Amén”. Pero hay otras ocasiones en las que el presidente se dirige a la asamblea, y el pueblo escucha en silencio. En ellas el presbítero tiene un rol exclusivo, como sucede en el relato de la institución u otras fórmulas sacramentales.[13]

Gracias a esta ordenación, el ministro ordenado puede realizar los gestos presidenciales, dirigir el conjunto de la acción celebrativa, ser responsable de su dinamismo, su ritmo, su vida, su autenticidad, su unidad, su coherencia. Es responsable también de la designación última de las personas encargadas de los otros servicios, de la preparación adecuada de todos ellos, de la toma de decisiones finales para concretar la marcha de la acción sagrada aquí y ahora.

La SC ha subrayado que una de las presencias específicas de Cristo en la acción litúrgica es su presencia “en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de sacerdotes, el mismo que entonces se ofreció en la cruz” (SC 7.33). De ahí la importancia de que se establezca un verdadero diálogo entre presidente y asamblea. Si nos negamos a dialogar con la asamblea y preferimos subsumirnos en ella, restamos visibilidad al Cristo que la preside. Pero la Iglesia no puede fagocitar a Cristo y por eso necesita el continuo recurso a un ministerio sacerdotal visible.

Se ha dado un movimiento pendular del sacerdote ‘hombre-orquesta’, al otro extremo, al de la presidencia débil, en la que el sacerdote se siente incómodo presidiendo. Preferiría fundirse simbióticamente con el pueblo, con el corro, sin destacar en ningún momento, ni tener ninguna visibilidad especial. Él mismo va cediendo su ministerio a los demás a pedazos, hasta que prácticamente al final no le queda nada que le sea propio. Se resiste a desempeñar su función simbólica y justifica esta actitud con el disfraz de humildad, o de fraternidad. Por eso no quiere vestiduras distintas de las que llevan los otros, ni asientos separados, ni oraciones que le sean propias. Rehúsa dar la comunión a los demás, porque eso de nuevo le haría destacarse; prefiere utilizar el self service, colocando la Eucaristía sobre el altar, para que cada uno se sirva. De ese modo ha roto el simbolismo de la comunión que es algo que uno recibe, algo que a uno le dan, y no algo que uno mismo coge o arrebata por sí mismo.

Esto origina una profunda crisis en la identidad sacerdotal que influye mucho en la misma crisis de las vocaciones. La cultura de hoy ha demonizado la autoridad, de un modo parecido a como antes se había demonizado el sexo. Hay una crisis de figuras paternas y no acabamos de asimilar la “muerte del padre”. No se comprende que lo paternal y lo fraternal no son dimensiones contradictorias. Ya Agustín decía: “Para vosotros soy obispo, con vosotros soy hermano”. Vobis sum episcopus, vobiscum sum frater.

Por supuesto que Maldonado apunta también al peligro contrario, el de que el presidente acapare ministerios, saque demasiado el cuello, infantilice a los demás. Clemente de Roma pide a los presidentes -obispos y presbíteros-, que ejerzan su ministerio con “humildad, sosiego, calma, piedad y perfección”.[14] Maldonado sugiere 14 puntos para que la presidencia no sea excesivamente dominante. Estoy de acuerdo con la mayoría de ellos, aunque no con todos. Hasta aquí la aportación de Maldonado.

Según la Sacrosanctum Concilium, que recoge aquí una fórmula de Santo Tomás, el sacerdote preside “in persona Christi” (SC 33), es decir, no sólo por designación de la asamblea o por delegación de ella, ni por sus méritos propios, sino por la imposición de manos recibida en la ordenación que le ha conferido el obispo, es decir, el sucesor de los apóstoles.

El arte de presidir, pues, consistirá en el arte de conjugar con tino esos dos roles contrarios, pero no contradictorios, uno ascendente, como delegado de la asamblea, y otro descendente, como representante de Cristo cabeza. En el pulso para mantener esta tensión de fuerzas, de doble dirección pero no de naturaleza distinta, estriba el reto que plantea el ministerio de presidir la celebración.[15] Se evitarán así las caricaturas del presidente que ridiculiza J. M. Bernal:

El presidente encorsetado que nunca se sale del libro. Lanza los textos a la asamblea como pedruscos. No improvisa exhortaciones ni moniciones. Se sitúa sobre un pedestal ficticio de hieratismo.

El presidente hombre-orquesta: él se lo guisa y se lo come. Hace de lector, acólito, monitor, salmista. Se sitúa estratégicamente detrás del altar y lo controla todo desde allí. Enciende las velas, da al interruptor de la luz, pone en marcha la megafonía, toca las campanas, se acerca los vasos al altar, usa una patena-cáliz para dar él solo la comunión bajo ambas especies.

El presidente marioneta: Se deja servir por los otros ministros, y se deja guiar por el maestro de ceremonias. Espera constantemente a que se le diga lo que tiene que hacer y decir en cada momento. Es más bien el capellán de la baronesa o de la clase social (Manaranche).

El presidente vergonzante: considera que su ministerio presbiteral es un privilegio injusto y que su servicio de presidir es un abuso de poder que rompe las más elementales normas del procedimiento democrático. No es él quien debe decidir lo que se dice. Hay un pequeño equipo designado por la comunidad que es quien inicia y termina la celebración, dirige las oraciones, hace las moniciones. El cura es sólo un mago que pronuncia las palabras de la consagración.

El presidente dictador: Todo tiene que hacerse a su gusto. No promueve ni tolera iniciativas. Sólo admite en su entorno a monaguillos.

 

d) Paternidad y fraternidad en el sacerdocio ministerial

A este propósito vamos a resumir un texto de L. Maldonado en el que habla del sacerdote como “icono materno paterno”.[16]

La presencia icónica del padre y la madre son un retorno a las fuentes, pero no una regresión al infantilismo ni una huida a tiempos mejores del pasado. La figura paterna reaviva el sentimiento de cobijo y compañía y suscita un potencial de fuerza para aceptar lo inevitable y para ser pionero en situaciones desconocidas. Este retorno no cuestiona la autonomía del adulto sino proporciona un equilibrio entre autonomía y dependencia. Aun el héroe más animoso necesita el sentimiento de estar sostenido por alguien. Sin ese sentimiento nos hacemos arrogantes y osados.

El presidente de la celebración, el presbítero que predica, aparece inevitablemente como figura paterna o materna. Los hombres experimentamos cobijo gracias a la relación con nuestros padres. Por eso la muerte de nuestros padres es tan traumática, por más ancianos que sean, o por más que nosotros hayamos llegado a ser mucho más sabios y formados que ellos. Experimentar cobijo va siempre ligado en la vida con recuerdos e imágenes del afecto materno-paterno.

Merma y daña la vivencia litúrgica el pastor que se niega a asumir esta imagen icónica, pensando que es imposible vivir la fraternidad y a la vez simbolizar la imagen paterno-materna. El carisma de presidir se inserta en la condición bautismal de una societas aequalis (LG 32) en la que a nadie llamamos padre. Pero el presbítero es icono de una paternidad-maternidad no simplemente humana, sino trinitaria, libre de las limitaciones de lo creado.

Muchos signos e imágenes de la liturgia como cúpulas, ábsides, bóvedas, curvas y concavidades, apuntan a la maternidad. Por eso es importante la discreta preeminencia de la sede presidencial, y las plegarias monológicas que no conviene que deriven siempre en coros hablados.

Resumiremos unos párrafos de Manaranche en uno de sus libros sobre el sacerdocio. Trata sobre la alergia y el miedo que tienen hoy día muchos de asumir la identidad sacerdotal, y la función de presidencia de la asamblea. El igualitarismo fraternal es una utopía bajo forma religiosa o bajo forma secularizada. Es el rechazo de la alteridad, el rechazo del Padre en nombre de la madre, el miedo a la diferencia en el deseo de la fusión, del regreso al útero.

En este clima el sacerdote no puede vivir su originalidad, a pesar de los estudios en los que se nos dice de que actúa in persona Christi. Los fieles le niegan el derecho de representar al Señor; sólo le permiten el de representarles a ellos ante el Señor.

El sacerdote puede llegar a tener vergüenza de sí mismo, así como del Cristo al que representa. Se enrojece del evangelio entero. Considera su sacerdocio como un desgarro en el tejido fraternal. Tiene vergüenza de detentar un poder espiritual que le configura con Cristo cabeza y le da unas responsabilidades propias. Tiene vergüenza de ser un enviado en misión y no un mero delegado de la base; vergüenza de celebrar la Eucaristía en el lugar presidencial con un vestido litúrgico distinto de los demás, con oraciones que le pertenecen a él en exclusividad. Querría fusionarse, confundirse con los que están en el corro. Procura hacerse lo más invisible posible, sin comprender que la naturaleza de la sacramentalidad es precisamente la visibilidad. Se desembaraza de las tareas que le competen. Se siente obligado a pedir excusas cada vez que toma la palabra.

Por supuesto que en parte uno entiende que estos gestos son reacciones contra los excesos clericales de épocas pasadas, de los sacerdotes distantes, altaneros, rígidos, mandones, vestidos de puntillas y encajes. La sencillez, la afabilidad, el respeto a los demás deberían ser siempre bienvenidos en un sacerdote. Pero muchas veces las resistencias a la visibilidad sacerdotal no nacen de una mera discreción. Son un suicidio.

La carencia de sacerdotes debe ser un estímulo para que los fieles asuman las funciones que les son propias, pero de ningún modo se trata de enseñarles a saber prescindir del sacerdote en una total autogestión.

Hay el peligro de imaginar la Iglesia como una asociación que construimos nosotros los cristianos democráticamente. El pueblo de Dios se convierte así en una asamblea sin Padre ni madre. Exaltamos la comunidad cristiana a riesgo de englutir a Cristo. El grupo religioso pasa a identificarse tan totalmente con su Señor, que éste pasa a ser como un tótem mítico. En lugar de ser la Iglesia el símbolo de la presencia de Cristo, Cristo pasa a ser un símbolo cómodo de la comunidad. La Eucaristía se convierte en simple rito de iniciación a la vida del grupo.

Frente a estas degradaciones de la liturgia, el rol del sacerdote es precisamente la indispensable referencia de la Iglesia a su Señor, que establece un diálogo interno entre cabeza y cuerpo. Hasta aquí el resumen de Manaranche.

El hecho de representar a Cristo ante la comunidad es una responsabilidad enorme. Señala J. M Bernal que “la presidencia litúrgica conlleva necesariamente una serie importante de imperativos éticos y de compromisos”. “Presidir la asamblea del pueblo de Dios es ser el primero en la caridad; ser el primero en la lucha por la fraternidad y la justicia; ser el primero en el amor a los hermanos, a los más desprotegidos; ser el primero en la santidad”.[17]

 Es en esta función, más que en ninguna otra, donde adquiere un sentido el celibato del sacerdote, para parecerse lo más literalmente posible a Jesús, y ser su icono ante la asamblea. El sacerdocio tiene una vocación icónica enormemente comprometida.

Escogemos muy bien el retrato que va a estar en la sala de nuestros hijos cuando nosotros faltemos. Queremos que sea el retrato por el que nos recuerden en algún gesto significativo. Al mirarlo, todos dirán: “¡Es él!”. Está “muy propio”. Pues bien, el icono por el que Jesús ha querido ser recordado en su comunidad es el de un discípulo suyo partiendo el pan en su nombre, y repitiendo los gestos de su última cena. ¡Qué responsabilidad tan grande el asumir esta vocación de dar visibilidad a Jesús en este gesto ritual!

Cuando un actor tiene que representar a un personaje muy definido, estudia su papel, trata de identificarse con él, para luego poderlo representar con verdad. Nunca aprenderá el sacerdote a presidir bien la Eucaristía, nunca podrá meterse suficientemente en el papel de Jesús entregando su vida a la comunidad.

Uno querría huir como Jonás. Lo atribuimos a humildad, pero en el fondo es miedo a la responsabilidad y al compromiso. Observamos cómo mucha gente en el templo no quiere sentarse en los primeros bancos. No siempre es por humildad, sino por falta de identificación.

El presidir la asamblea de un modo creativo, inspirador, dinámico, requiere poner en ello toda nuestra persona, sacrificando nuestra privacidad, sin atender a nuestros estados de ánimo, nuestras ganas y desganas. El payaso tiene que salir a hacer reír, tragándose sus posibles sentimientos de tristeza en momentos dados, pero sabe que se debe a su público. Presidir la liturgia nos exigirá muchas veces sobreponernos heroicamente a nuestros estados de ánimos, en momentos en que lo que nos saldría es callar, esconderse, hacerse invisible, y retirarse a un refugio privado.

Presidir la asamblea supone fomentar continuamente una preparación remota, y una preparación próxima. La preparación remota consiste en el cultivo de una auténtica vida espiritual y de una formación permanente: "Cuida de ti y de la doctrina": Attende tibi et doctrinae (1 Tm 4,16). La preparación próxima es el cuidado de preparar lecturas y moniciones, y procurar estar siempre “en forma”.

Otro aspecto que asusta del carácter sacerdotal es el hecho de que el sacerdote se deba a todos y no pueda rechazar a nadie. Preferimos ser personas de pequeños cenáculos, de nuestro pequeño círculo de amigos o de personas a quienes escogemos, y no de quienes nos escogen a nosotros. Los artistas repiten mucho que “se deben a su público” y lo viven con una cierta mística. Ser sacerdote es no poder rechazar a nadie y prestar una acogida a los que nos caen bien y a los que nos caen mal.

H. Nouwen ha notado cómo, en la parábola del hijo pródigo, nos gusta identificarnos o con el hermano mayor o con el hermano menor, pero nadie quiere identificarse con el Padre. “El padre del cuadro del Hijo pródigo de Rembrandt es un padre que se ha ido vaciando a sí mismo por el sufrimiento. A través de muchas “muertes” se hizo completamente libre para recibir y para dar. Sus manos extendidas no mendigan, no amarran, no exigen, no advierten, no juzgan, no condenan. Son manos que sólo bendicen, que lo dan todo sin esperar nada.

Es muy cómodo ser el caprichoso hijo menor o el rencoroso hijo mayor. Pero ahora que me hago hombre “he dejado las cosas de niño” (1 Co 13,11). Nuestra comunidad está llena de hijos caprichosos y rencorosos. Estar rodeado de iguales nos da un sentimiento de solidaridad,  pero esa solidaridad es sólo una etapa en el camino hacia un destino mucho más solitario: la soledad del Padre, la soledad de Dios, la soledad última de la misericordia.

La comunidad no necesita más hijos mayores o menores, sino un padre que viva con las manos abiertas, siempre deseoso de apoyarlas sobre los hombros de sus hijos recién llegados. Todo en mí se resiste a esa vocación. Sigo inclinándome por el hijo que hay en mí. No quiero esperar que mis hijos vuelvan a casa: quiero estar con ellos disfrutando en el país lejano. No quiero tener las manos abiertas cuando hay tan pocos que desean que se les abrace, y consideran que son precisamente los padres la fuente de sus problemas".[18]

Pero a pesar de sus resistencias, el sacerdote debe tener la completa seguridad de que su verdadera vocación es la de llegar a ser un padre que sólo bendice en una compasión sin límites, sin preguntar nada, siempre dando y perdonando.

Mis resistencias vienen de que quiero que se me recuerde, que se me invite, que se me informe. Pero mi gente no busca en mí otro igual a ellos, otro compañero de juego; ni siquiera buscan en mí a otro hermano. Buscan un padre que pueda bendecir y perdonar, alguien que no necesite de ellos de la forma como ellos le necesitan a él. Veo mi vocación de padre con toda claridad, pero me parece difícil seguir esta vocación. No quiero quedarme en casa mientras todos se marchan, llevados de sus deseos o de su ira. Siento los mismos impulsos y quisiera correr como los demás.

¿Pero quién estará en casa cuando vuelvan cansados, exhaustos, inquietos, desilusionados, culpables o avergonzados? ¿Quién les convencerá de que, después de todo lo dicho y hecho, hay un lugar seguro donde ir y donde ser abrazados?

Si no soy yo, ¿quién será el que permanezca en casa? La alegría de la paternidad es muy diferente del placer del hijo caprichoso. Es una alegría que va más allá del rechazo o la soledad; más allá de la afirmación o de la comunidad. Es la alegría de una paternidad que toma su nombre del Padre celestial (Ef 3,14) y participa de su soledad divina.

Dice Nouwen que no se sorprende de que pocas personas reclamen para sí la paternidad. El dolor es tan evidente... Las alegrías están tan escondidas... Pero no reclamando la paternidad, traiciono mi vocación. Como siempre el pobre, el débil, el marginado, el rechazado, el olvidado, el ultimo…, me necesitan como padre y me enseñan a serlo. La verdadera paternidad consiste en compartir la pobreza del amor de Dios que no exige nada. Me da miedo entrar en esa pobreza, pero mirando a la gente veo el deseo inmenso de un padre en el que la paternidad y la maternidad sean uno, y constato su búsqueda de un lugar a donde puedan volver y en el que puedan ser tocados por unas manos que les bendigan.

 

e) Síntesis de 10 orientaciones para presidir bien la liturgia

(Como señalamos, se puede consultar en Internet mi página "Cómo celebrar la Eucaristía", con un explicitación y motivación de todas las rúbricas:

En estas diez orientaciones condensadas resumiremos mucho de lo que precede.

1.- No ejerzas una presidencia “vergonzante”, pero tampoco seas “acaparador”. Haz con asertividad lo que te corresponde, y deja que los otros hagan lo que les corresponde a ellos. Sé un icono transparente del Señor que preside la asamblea. Respeta a la comunidad que se reúne. No la escandalices sometiéndola a tus caprichos personales. Nunca la riñas con un paternalismo altanero.

2.- No seas chapucero ni improvisador. Que la celebración de la Eucaristía sea tu acción prioritaria cada día; que la prepares al menos tan bien como preparas tus clases o cualquier otra actividad pastoral. Llévate los textos bien leídos y orados. Registra bien el Misal antes de empezar la ceremonia.

3.- Respeta las rúbricas, pero sin escrupulosidad. Trata de entender los motivos en los que se inspiran, y eso te permitirá adaptarlas cuando el caso lo requiera. No se puede sustituir en una receta de cocina la sal por el azúcar, por el hecho de que sean muy parecidos exteriormente. Sé creativo en tus moniciones. Una palabra adaptada al momento, a las lecturas del día, crea un ambiente especial.

4.- Crea en torno a ti un equipo litúrgico de personas motivadas que ejerzan sus ministerios con vocación y profesionalidad. Que los lectores se preparen y no improvisen su lectura. Dedica tiempo a prepararles y a motivarles. Fomenta la música y el canto. Canta tú mismo, si puedes, y forma en torno a ti un buen ministerio musical, renovando el repertorio.

5.- Sé generoso en los símbolos. Que el pan parezca pan y sea tierno y gustoso, que el vino tenga buen sabor, que la aspersión ritual moje a la gente, que la ceniza manche el pelo, que la unción deje una mancha de aceite, que el agua bautismal corra por la cabeza (aunque sería preferible el bautismo por inmersión), que el incienso suba como una nube...

6.- El mundo simbólico es absolutamente opuesto al concepto de la practicidad. Que las consideraciones “prácticas” o económicas no sean nunca las decisivas en tus opciones litúrgicas. No se trata de ahorrar tiempo, ni dinero, ni molestias, ni preparativos, ni desplazamientos...

7.- Evita el minimalismo. El que en circunstancias especiales se puedan reducir las expresiones litúrgicas a un mínimo, no quiere decir que la excepción se transforme en regla general. Que la excepción no se transforme en regla, ni la regla en excepción.

8.- La liturgia consiste en sus tres cuartas partes en comunicación no verbal. Evita el verbalismo. No transformes las moniciones en homilías. No vamos a la liturgia a reflexionar, sino a celebrar. La liturgia es ante todo una acción, no un discurso. No dejes que la gente se apoltrone en sus asientos.

9.- El peor enemigo de la liturgia es la cutrez. Evita el lujo y la rimbombancia, pero cuida la limpieza, la calidad, la belleza de los paños del altar, los vestidos litúrgicos, los objetos sagrados, los libros y leccionarios. Renueva el ajuar cuando ya esté viejo, desencuadernado, deshilachado, descolorido. Cuida tu pulcritud personal. Que tus manos y tus uñas estén limpias. Procura que el alba se ajuste a tu talla; lleva una de tu tamaño, si prevés que no la vas a encontrar. No salgas al altar “desgalichado”.

10.- En tus intervenciones (moniciones, homilía...) contribuye a crear un clima celebrativo y ungido. Cuida el tono de la voz; que sea sincero, cálido, matizado. Comúnicate con la gente por la mirada. No te ensimismes en el libro ni en ti mismo. Evita los tonillos profesionales y las muletillas. Que tu postura no refleje hieratismo, rutina, atolondramiento, frivolidad. Cuida tus gestos al santiguarte, al bendecir, al alzar las manos, al elevar el pan y el cáliz... Transmite alegría, paz, serenidad, dinamismo, devoción.

 

Tema XI.- El culto eucarístico fuera de la misa

 

a) La crisis y su superación

Para nuestros apuntes nos hemos inspirado principalmente en el libro de L. E. Díez Valladares, Acoger la presencia, Secretariado trinitario, Salamanca 1998.

 

1.- Desviaciones prevaticanas

Durante la Edad Media la Eucaristía experimentó un proceso negativo de individualismo con el olvido de la dimensión comunitaria y eclesial. La Eucaristía se convirtió en la presencia material de Cristo en el pan, olvidando su carácter de celebración acción, memorial y banquete comunitario. Se dio más importancia a la adoración que a la comunión, al sagrario que al altar, a la exposición del Santísimo que a la Misa, a la devoción personal que a la celebración comunitaria.

Esta hipertrofia del culto eucarístico fuera de la Misa estuvo en parte motivada como reacción a las tesis de Berengario que entendió la presencia real como algo meramente simbólico.

La Eucaristía era sólo el procedimiento para obtener la presencia de Cristo en el sagrario. La finalidad principal de la Eucaristía era la consagración del pan, que posibilitaba la presencia permanente de Cristo.

Al disminuir la frecuencia de la comunión, la devoción por comulgar fue sustituida por la devoción de ver la Hostia blanca, imaginando el cuerpo llagado de Jesús. Esta visión fue considerada como una “comunión ocular”. La elevación fue el momento cumbre de la Misa. Este culto contribuyó a una cosificación de la Eucaristía.

La procesión del Corpus influyó mucho en esta tendencia (Urbano IV, 1264). La doble finalidad era ver la hostia y rendirle homenaje, y glorificar a Dios por la institución del Sacramento.

La exposición del santísimo iba acompañada de signos de mayor devoción que los de la Eucaristía: más velas, más flores, ornamentos más lujosos... De ser la Eucaristía comunión con la vida de Cristo, se convertía en fuente milagrosa de gracias. Su finalidad ya no era tanto la transformación en Cristo. Más adelante se empiezan a construir los grandes sagrarios como obras de arte, y se instauran devociones, como la de la Cuarenta horas (s. XVI).

Otra fuente de espiritualidad prevaticana era la necesidad de reparar al Señor en el Santísimo Sacramento, porque se encuentra allí 'solo y olvidado...!' Recordemos instituciones como las Marías de los Sagrarios abandonados. Cristo era como un Rey terreno cuyo honor había que reparar multiplicando los signos de sumisión y de honor. Se trataba de reparar a Jesús, sin comprender que la gran reparación es la que Jesús ofrece al Padre, una reparación entendida de abajo a arriba, que invierte los papeles. No es Dios quien necesita ser reparado, sino nosotros.

Igualmente se insistía en la glorificación social de Jesucristo mediante actos sociales triunfalistas, con una noción demasiado terrena y mundana de su gloria, dándole el tributo que se da a los soberanos de la tierra. Aquí ha podido haber una confusión en lo que constituye realmente la gloria de Cristo, y en la realidad de que aún continúa la kénosis del Hijo. Ese tipo de glorificación triunfalista no es todavía para el tiempo presente. La gloria de Jesús es el resplandor de su amor su autodonación. Caracterizaban este tipo de culto ejercicios como la Guardia de Honor y la Vela permanente. Congresos eucarísticos a partir de finales del XIX.

 

2.- En la actualidad

La legitimidad de la adoración eucarística no se cuestiona, pero hay miedo a volver a impostaciones prevaticanas. Causas de las reticencias contra el culto eucarístico fuera de la Misa:

*Temor de aislar o desequilibrar la vivencia de la presencia real y los demás aspectos del misterio eucarístico, relegando el aspecto dinámico de la celebración.

*Superación de una concepción ingenua, sensualista, de la presencia eucarística. Masticar la carne, el Divino Prisionero, acompañar al Señor que está solo...

*Revisión de una concepción de la “reparación” al honor divino ofendido.

*Temor a ser infiel a la dinámica comunitaria de la Eucaristía para ceder a un intimismo.

*Conciencia de que el signo de pan invita a la comunión más que a la adoración.

*Cansancio psicológico de determinadas modas barrocas. Ley del péndulo.

*Dificultades para la oración personal.

Estas reticencias llevaron en un momento dado a un movimiento de péndulo en sentido contrario. Se llegó a cuestionar la legitimidad del culto eucarístico fuera de la Misa, y aun la misma presencia real de Jesucristo en la Eucaristía fuera de la celebración. En algunas iglesias la reserva eucarística pasó a la sacristía, o a ser guardada sin ningún tipo de gesto de veneración. Se perdió para muchos la devoción a las visitas al Santísimo, las exposiciones, la fiesta del Corpus, las vigilias nocturnas ante el Santísimo...

El culto fuera de la Eucaristía hay que comprenderlo en el conjunto de todo el misterio eucarístico. Para ello hay que recuperar la unidad y continuidad entre la Misa y el culto eucarístico fuera de ella, y el equilibrio de las distintas manifestaciones.

 

b) Análisis de los principales documentos

1.- Mysterium Fidei (Pablo VI) 3 de septiembre de 1965.

El Cardenal Lercaro, presidente del Consilium, expresó a Pablo VI en una nota las dificultades respecto al culto eucarístico. Esto motivó la encíclica Mysterium Fidei, y posteriormente la instrucción Eucharisticum Mysterium. Esta encíclica sale al paso de algunos abusos. Contra opiniones nuevas sobre la transubstanciación, la depreciación de las Misas “privadas”, o las Misas comunitarias en las que un solo sacerdote celebra y los demás asisten o comulgan. Se pronuncia contra la doctrina de que la presencia eucarística de Cristo desaparece después de la comunión, o “presencia in usu”. Al mismo tiempo alaba los esfuerzos para hacer progresar la teología eucarística

*La Sagrada Eucaristía es un misterio de fe.

*El misterio eucarístico se realiza en el sacrificio de la Misa.

*En el sacrificio de la Misa Cristo se hace realmente presente.

*Se defiende el término transubstanciación, frente a otros términos tales como transignificación o transfinalización, que venían siendo usados por otros teólogos.

*Se insiste en el culto latréutico debido al sacramento eucarístico también fuera de la Misa.

*Se exhorta a promover el culto eucarístico.

En realidad la MF no dice nada nuevo. Se limita a reafirmar la fe y la práctica eclesial frente a los abusos.

 

2.- Eucharisticum Mysterium: Instrucción de 25 de mayo de 1967(Corpus Christi)
Es un eco de la Mysterium fidei. Generalmente las encíclicas doctrinales inspiran algún documento de la curia que traduce estos principios a normas prácticas.

Entre los principios doctrinales más importantes subrayamos:

*Unidad entre sacrificio y banquete, expresada en el concepto de Memorial

*Unidad del pueblo de Dios. Se recomienda no multiplicar las celebraciones eucarísticas dominicales, y unirse todos a la comunidad parroquial. Espíritu comunitario de la participación, superando la concepción sacerdotal-ministerial.

*Eucaristía y vida cristiana. La Eucaristía debe aparecer como una fuente a la que acudir continuamente. Por la fuerza del alimento el cristiano puede hacer de toda su vida una Pascua.

*Importancia de los signos. Signo comunitario.

En cuanto al culto eucarístico extra Missam, se insiste en que se trata de un pan que se da en comida, y se conserva de modo que se prolongue la gracia del sacrificio para otros que no pudieron comulgar en la Misa.

El culto fuera de la Misa proviene del sacrificio y se ordena a la comunión. El signo siempre debe expresar la relación con la Misa. Es preferible comulgar con especies consagradas en la Misa. El sacramento se nos da “ut sumatur, per modum cibi” (para ser comido, como alimento). Todo lo que se consagra en la Misa ha de ser comido tarde o temprano.

 

3.- Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa de 1973: RCCE

El Ritual insiste en el sentido que tiene el culto a la Eucaristía fuera de la Misa. Se hace una jerarquización de los fines: Fin primordial: administración del Viático. Fines secundarios: distribución de la comunión a los que no pueden asistir a la Misa y adoración del Santísimo.

Encuadra la presencia eucarística en el conjunto de una serie de presencias todas “reales”.

Como con todos los actos de devoción, el culto a la Eucaristía debe estar relacionado con los tiempos litúrgicos, con la celebración eucarística y con la vida ordinaria.

El Ritual tiene cuatro capítulos. En los tres primeros ordena el culto a la Eucaristía fuera de la Misa y en el cuarto ofrece una serie de textos alternativos. 

a) La comunión fuera de la Misa

Hay que procurar que los fieles comulguen en la Misa, y no fuera de ella. No se permite el “autoservicio”. Los fieles deben recibir la comunión de manos del ministro, y no servirse ellos mismos. Es muy conveniente que la comunión fuera de la Misa vaya acompañada de una liturgia de la palabra con alguna lectura bíblica eucarística, o con las lecturas del día.

Se presentan dos ritos diferentes que sólo difieren en la extensión de la Liturgia de la Palabra. 

b) Comunión y viático

Se distinguen dos ritos para el caso de que el viático sea llevado a los enfermos por un ministro ordinario o extraordinario. Hay una adaptación del rito, cuando el ministro es un laico. 

g) Varias formas de culto a la Eucaristía

Se insiste sobre el sentido y el significado de este culto desde el punto de vista doctrinal y pastoral y un breve ordenamiento ritual.

Hay una cita importante de la Eucharisticum Mysterium que sitúa el culto a la Eucaristía entre el sacrificio de la que procede, y la comunión a la que se destina. La permanencia orante “ante Cristo” recupera y revive las características del misterio pascual celebrado en la Misa: Ofrenda, acción de gracias, oración universal, dimensión trinitaria. 

d) La exposición del Santísimo.

Se prohíbe cualquier rito que contribuya a realzar la exposición sobre la celebración eucarística y por eso está prohibido exponer el Santísimo mientras se está celebrando la Misa en cualquier altar de la iglesia (RCCE  83; Enchiridion 300).

Hay dos propuestas en el Misal, la exposición prolongada y la breve- y además una tercera propuesta para comunidades religiosas. En general se pide asistencia conveniente de fieles, pero para las comunidades religiosas se contempla un número mínimo. El ministro ordinario de la exposición es un clérigo ordenado. Pero puede ser también ministro de la exposición un laico. En este caso, el laico no puede dar la bendición al final de la exposición, aunque sí puede abrir el sagrario, sacar el copón o poner la hostia grande en la custodia, reservar, incensar y rezar la oración conclusiva.  

e) Procesiones eucarísticas. Son un testimonio público de fe, pero hay que evitar connotaciones apologéticas o triunfalistas.

z) Congresos eucarísticos: naturaleza, preparación y celebración. Deben ser signos de fe y caridad. Lugares de oración y compromiso.

En el ritual hay reminiscencias nostálgicas, pero vuelven a entrar por la puerta trasera algunas prácticas que la Instrucción Eucharisticum Mysterium había dejado fuera, y se presentan algunas contradicciones, como el que se hable de exposición simple con dos cirios y exposición con custodia  con 4 o 6 cirios que son más que los que se usan para la Misa (RCCE 85). Además de habla de capa pluvial y paño de hombros como vestiduras litúrgicas (RCCE 92), que resultan más solemnes que las que se usan en la Misa. Comenta Falsini: “El viejo ceremonial se resiste a desparecer”.

Todo esto va contra el espíritu litúrgico que prohíbe cualquier rito que contribuya a realzar la exposición sobre la celebración eucarística. Por eso mismo es por lo que está prohibido exponer el Santísimo mientras se está celebrando la Misa en cualquier altar de la iglesia (RCCE  83; Enchiridion 300).

 

4.- Carta Dominicae Coenae de Juan Pablo II de 1980.

Más que un documento, se trata de una meditación sobre la Eucaristía. El objetivo principal es inculcar en el sacerdote una fe y un respeto profundos hacia el misterio eucarístico del que es responsable. Contiene las siguientes partes:

1) El Misterio eucarístico en la vida de la Iglesia y del sacerdote. La Eucaristía y el sacerdocio, la Iglesia, la caridad, el prójimo, la vida.

2) Sacralidad de la Eucaristía y Sacrificio

3) Las dos mesas del Señor y el bien común de la Iglesia

Algunos valores de fondo:

Sentido de responsabilidad, de fe y autenticidad en la celebración.

Nexo entre culto y vida.

Sentido objetivo de la celebración.

Unidad y pluralismo.

Relación entre Eucaristía e Iglesia.

La doble mesa.

La Eucaristía como bien común.

Defensa de la renovación de la liturgia.

 

5.- Instrucción Inaestimabile Donum de la SC para los Sacramentos y el culto de 3 de abril de 1980.

En esta instrucción se denuncian severamente los abusos cometidos con ocasión de la reforma litúrgica. No pretende dar disposiciones nuevas, sino recordar las ya dadas, que están siendo incumplidas en algunos sectores de la Iglesia.

No detecta los abusos ni los enumera, pero se pueden deducir de las normas concretas que son reafirmadas.

En la liturgia de la palabra de la Misa no se debe sustituir la palabra de Dios por otras lecturas. Debe ser el sacerdote o el diácono quien lea el evangelio. La homilía corresponde sólo al sacerdote o al diácono.

Plegaria eucarística: Debe hacerla solo el sacerdote. El Per ipsum es parte de la plegaria eucarística presidencial. No se deben usar otras plegarias distintas, ni ejecutarse cantos durante la recitación de la Anáfora.

Concelebración: todos los concelebrantes deben estar revestidos, y asistir desde el principio.

Especies de pan de trigo: el pan estará hecho sólo de harina y agua. Vino natural y no químico.

Los fieles no deben tomar por sí mismos el pan consagrado, sino recibirlo de manos del ministro.

Los ministros extraordinarios de la comunión intervienen sólo cuando falte el sacerdote, o acompañándole, pero no supliéndole.

Modo de comulgar: o de rodillas o de pie, pero haciendo una inclinación inmediatamente antes.

Las partículas deben ser sumidas o reservadas.

Los vasos sagrados deben ser de material noble y duradero. No se deben usar cestos.

No hay que descuidar la acción de gracias después de la comunión.

Que las mujeres no sean acólitos, pero sí lectores.

Instrucciones sobre el sagrario. Mantener la genuflexión ante el Santísimo.

 

c) Resumen teológico y pastoral

“La Eucaristía no se agota en la celebración de la Misa, aunque ella sea su expresión central. Más aún, dada su centralidad, todas las otras expresiones del culto, litúrgicas o no, de ella derivan o a ella conducen: extienden de diversos modos, en el tiempo y en las formas, la riqueza celebrativa de la Eucaristía. Todo esto vale especialmente para las expresiones directas del culto eucarístico fuera de la Misa. La Misa representa, sin duda, el origen y la fuente (EM 3e), pero aquellas son a su vez, extensión de la gracia del sacrificio” (EM 3g).

Por antigua praxis de la Iglesia, la Eucaristía ha sido siempre conservada para ser llevada a los enfermos, y a cuantos, por impedimentos diversos, no pueden participar en la celebración. De este uso han surgido, a lo largo de los siglos, formas diversas de culto eucarístico, que las comunidades cristianas son llamadas a redescubrir y vivir siempre: la adoración pública y la personal y silenciosa; la exposición breve y la prolongada, con lecturas de la palabra de Dios, cantos, oraciones, sagrado silencio; la exposición solemne anual; las procesiones eucarísticas, los congresos eucarísticos, etc.

Es una luz, la de la Eucaristía, que no sólo ilumina el espíritu del que contempla y adora, sino que irradia y se difunde en todos los aspectos de la vida y en el mismo fluir de las cosas... La piedad que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual y a responder con agradecimiento al don de aquél que por medio de su humanidad infunde continuamente la vida divina en los miembros de su cuerpo. Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de ese trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan las disposiciones debidas que les permitan celebrar con la devoción conveniente el memorial del Señor, y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre”.[19]

La presencia de Cristo en el misterio eucarístico está ligada no a una acción transitoria (la celebración), sino a una realidad que permanece mientras duren las especies de pan y de vino. La adoración a Cristo presente en el “sacramentum permanens” no es sino una prolongación de la adoración tributada a Jesús en el sacrificio, una mistagogia de cuanto se ha celebrado.

La adoración eucarística ayuda a crear en el cristiano las mejores disposiciones para celebrar el Memorial del Señor, prepara este encuentro y continúa el encuentro anterior.

La adoración eucarística es la interiorización de la celebración, nos invita a integrar toda nuestra vida en la Eucaristía conscientemente, exige un compromiso permanente, renueva nuestra propia actitud sacrificial.

La adoración eucarística da continuidad a la rumia de la Palabra que se ha proclamado en la Eucaristía.

La adoración eucarística prolonga durante la jornada esos espacios de silencio que ya existían dentro de la misma celebración.

La adoración eucarística es la prolongación de la celebración en la vida. “Acuérdense los fieles de prolongar por medio de la oración ante Cristo, el Señor, presente en el sacramento, la unión con él conseguida en la Comunión y renovar la alianza que les impulsa a mantener en sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el Sacramento”.[20] Esta interiorización se hace aún más significativa si la Palabra proclamada en la celebración es interiorizada durante estos otros encuentros eucarísticos.

La adoración eucarística es “una adoración trinitaria, dirigida a Dios Padre, por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo”.[21] Más que un culto dirigido a Cristo, la Eucaristía es comunión con Cristo en el culto que él tributa al Padre, participación en su alabanza y su ofrenda al Padre. La adoración se dirige con el Cristo presente al Padre. Al mismo tiempo la adoración es la acogida de Cristo como el don que el Padre nos da y que recibimos en acción de gracias, y acogemos diciendo “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.

La adoración eucarística no trata de reparar el sufrimiento que se le hizo a Cristo, sino asociarse a su obra de salvación que es reparar en los hombres el mal que el pecado les ha causado y les sigue causando.

La adoración eucarística prolonga la comunión con Cristo recibido en el Memorial, ofreciendo junto con él nuestra vida al Padre. “Es también un gesto de solidaridad con las necesidades y necesitados del mundo entero, en cuanto que se tienen presentes en la oración, y desde esta petición solidaria, se incrementan la justicia y la fraternidad”.[22] Adoramos junto con todos los hombres y acogemos todas sus necesidades.

La adoración eucarística tiene una dimensión escatológica, es pignus futurae gloriae.

 

 Tema XII.- ¿Cómo celebrar mejor la Eucaristía?

  

Estas páginas están pensadas como una ayuda para sacerdotes que quieran reciclarse en su vocación a presidir la liturgia de la Iglesia. Todos los buenos profesionales, médicos, arquitectos, ingenieros, cuidan mucho el mantenerse al día en su profesión, conociendo las últimas técnicas, consultando revistas especializadas o páginas de Internet. Los buenos técnicos cuidan mucho sus instrumentos de trabajo, tenerlos siempre limpios, ordenados, afilados, engrasados. En muchos aspectos la vocación del sacerdote es  distinta, pero hay otros aspectos comunes y hay que reconocer que en muchos casos el sacerdote no siempre es un buen profesional, sobre todo en el ejercicio de su ministerio litúrgico. No se mantiene al día, no cuida los objetos litúrgicos, improvisa las ceremonias, se deja lleva de la rutina. Compruebo que algunos sacerdotes que son también profesores preparan mucho mejor sus clases que sus liturgias. 

 

a) Manual del presidente

Para esta parte de la asignatura me he inspirado sobre todo en el libro del jesuita americano D. C. Smolarski, Cómo no decir la Misa, 4ª. ed., Centre de Pastoral Liturgica, Barcelona 1998. Otro libro excelente es el de M. Expósito, Conocer y celebrar la Eucaristía, Dossiers CLP 91, Barcelona 2001.

La antigua Institutio Generalis Missalis Romani y el Ordo Missae fueron publicados el 6 de abril de 1969. El texto se puede consultar en el Enchiridion, pp. 198-263, o al principio del propio Misal Romano. Pronto, hubo una segunda edición con algunos retoques en 1975; en 1983 se introdujeron algunas modificaciones debidas a la aprobación del nuevo Código de Derecho canónico (Variationes inducendae). Finalmente el 20 de abril de 2000, se ha publicado la última edición, que incluye numerosas modificaciones, y una numeración nueva. En Ephemerides liturgicae 114 (2000), está publicado el nuevo texto en latín, señalando con negrita las modificaciones que introduce, y estableciendo un paralelismo entre la nueva numeración y la antigua. Nosotros aquí citaremos siempre los párrafos numerados según esta última edición.

Quien quiera ver en castellano los cambios concretos introducidos puede consultar la página web:

 www.mercaba.org/LITURGIA/Misal_01.htm

Esta nueva institución no ha sido aún hasta la fecha (1.6.2004) traducida oficialmente al castellano. Probablemente se traducirá cuando se termine la traducción de la tercera edición típica del Misal Romano que está en curso de publicación (Las dos ediciones anteriores fueron las de 1970 y 1975).

Dada nuestra finalidad práctica, incluyo aquí sólo unos apuntes breves, que no pretenden ser exhaustivos. Cubren sobre todo aquellos puntos en los que son frecuentes las desfiguraciones y desviaciones en nuestra práctica litúrgica. Por eso estos apuntes no pueden suplir la lectura de una exposición más completa de todas las rúbricas de la Eucaristía. Para ello debe consultarse la mencionada Ordenación general del Misal Romano al principio del Misal litúrgico.

Muchas de éstas indicaciones nacen de una sensibilidad litúrgica. Para quienes carecen de ella, algunos de los detalles que precisamos aquí pueden parecer puros formalismos o rubricismos. El problema de las corruptelas litúrgicas no es un problema disciplinar, sino un problema teológico y antropológico. Normalmente las “corruptelas” litúrgicas tan frecuentes suelen nacer de una mala comprensión de la naturaleza de la liturgia y de sus ritos, y en este sentido tanto se suele pecar por la derecha como por la izquierda. Aunque es frecuente culpar a los más “progres” de desviaciones y corruptelas litúrgicas, si leemos con atención las páginas siguientes veremos que no son menos las corruptelas y desviaciones litúrgicas que se dan entre los más “carcas”.

Constato que algunas de nuestras indicaciones complican mucho el arte de celebrar, y multiplican el número de ministros, de libros, de lugares diversos, de objetos litúrgicos, de posturas, de movimientos. Esta “complicación” tiene sus costos en espacio, personal, tiempo, dinero, molestias y preparativos. Por supuesto que las indicaciones que damos hay que adaptarlas a cada espacio y a cada comunidad. No es lo mismo celebrar la Eucaristía el domingo en la Misa parroquial más concurrida, que celebrarla en una pequeña comunidad religiosa, o en el hogar de una familia o en una comunidad campesina. El sentido común tiene siempre mucho que decir a la hora de hacer determinadas adaptaciones.

Pero en lugar de poner como caso típico la liturgia de mínimos, nosotros vamos a poner como caso típico la liturgia de máximos, la celebrada con mayor solemnidad. Ahí es donde se transparenta mejor su verdadera naturaleza.

Confieso que este tipo de celebración que describo no resulta nada “práctico”. Pero la practicidad, junto con la cutrez, son los dos grandes enemigos de la liturgia. Por su propia naturaleza las acciones simbólicas deben utilizar un lenguaje de gratuidad y de exceso. Hay siempre en nosotros un Judas mercantilista que protesta del exceso del perfume alegando que más valdría gastarlo en los pobres.

Si la Eucaristía en una actividad más en la agenda del sacerdote, y éste llega al altar un minuto antes, sin saber cuáles son las lecturas, se limitará a “decir la Misa” mecánicamente, de un modo improvisado, minimalista, y últimamente “insignificante”.  Y encima le echamos la culpa a la liturgia de ser poco significativa.

Repetidamente aludiremos a ejemplos de cómo los verdaderos profesionales y artistas cuidan y miman la preparación de sus actuaciones. Ayer veía un capítulo de la serie televisiva “Triunfo”, en la que un joven artista tenía que ensayar repetidamente cómo enfatizar más la sílaba “I” en la letra de una determinada canción.

Pensemos también en cómo los actores de teatro tratan de “meterse” en su papel. Trabajan sólo dos horas al día, pero el resto del tiempo es para aprender, ensayar, meterse en el personaje, crear un clima de paz interior, para estar psicológicamente “a tope” a la hora de representar, de modo que su personaje cobre vida. La vocación más sublime del sacerdote es dar vida a Jesús durante la celebración eucarística (IGMR 19). Siempre nos quedará mucho por aprender.

 

b) Eucaristía participada

La Eucaristía ideal es aquella que se celebra con una gran asamblea de pueblo, y con asistencia de muchos ministros que ejercen ministerios diversos. Es ahí donde se comprende bien la dinámica litúrgica. Sólo conociendo bien esta dinámica, y entendiendo el porqué de los detalles, sabremos hacer una adaptación adecuada a los casos en que se celebre la Eucaristía en el contexto de un pequeño grupo.

La Iglesia permite al sacerdote celebrar la Eucaristía con la asistencia de al menos un fiel. El quórum litúrgico judío son 10 varones judíos adultos. El quórum cristiano es sólo de dos bautizados. “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre...” Sin embargo, el ideal no es multiplicar las pequeñas eucaristías, sino intentar que la asamblea sea lo más numerosa y lo más variopinta posible.

Cuando el sacerdote celebra la Misa él solo, sin nadie que le acompañe, entonces ya no existe ese quórum mínimo de dos, requerido para que Cristo esté presente litúrgicamente. Por eso en este caso exige la Iglesia una causa “razonable y justa”. “Celebratio sine ministro vel aliquo saltem fideli non fiat sine iusta et rationabili de causa" La celebración sin un ministro o al menos un fiel no se haga sino por una cuasa justa y razonable(Canon 254; IGMR 254).

Normalmente se comete un grave abuso al considerar  que cualquier capricho o conveniencia es causa razonable y justa. Esta excepción está prevista para casos extraordinarios como el del Carlos de Foucauld cuando era el único cristiano en Tamanrasset. Pero no vale para el caso en el que lo que está en juego no sea algo razonable o justo, sino la pura comodidad del celebrante o su devoción personal. En realidad, cuando el sacerdote tiene posibilidad de asistir a una celebración comunitaria durante ese día, no se justifica el que celebre una Misa él solo sin asistencia de nadie. Si para ello tiene que adaptar los horarios, es más importante que adapte sus horarios, que no el que celebre solo.

Es curioso cómo las mismas personas que interpretan laxamente las palabras “causa justa y razonable”, luego las interpretan de manera rigorista cuando se dice que “es mejor que los sacerdotes presentes a la celebración eucarística ejerzan su propio oficio en ella y participen como concelebrantes y se revistan, a menos de que estén excusados de ello por una causa justa” (IGMR 114). Obsérvese que mientras que en el primer caso se trata de una prohibición de celebrar sin al menos un asistente (celebratio non fiat), en el segundo caso sólo se trata sólo de una recomendación  (praestat), es mejor concelebrar que asistir como fiel.

La liturgia participada exige la creación de un equipo de liturgia. Ésa es una de las mayores responsabilidades del sacerdote responsable de las Eucaristías que se repiten habitualmente en un mismo lugar y a una misma hora. En temas litúrgicos nosotros, los sacerdotes, tenemos facilidad de improvisación, pero los laicos no la tienen tanta. Ellos necesitan prepararse más. Si lo dejamos todo para última hora, les impedimos participar, y acabaremos celebrando a solas como hombres-orquesta.

Convendría no rotar los distintos ministerios entre las diversas personas, sino que conviene que cada persona se vaya vocacionando y profesionalizando para poder realizar un mismo ministerio cada vez mejor.

Forman parte del equipo de liturgia junto con los ministros ordenados:

a) las personas encargadas de guardar los objetos litúrgicos, poner orden en los armarios, lavar y planchar los pañitos, manteles y vestiduras, dar de baja los objetos que se van deteriorando y comprar nuevos, renovar las existencias del vino, formas, velas, etc., preparar el pan especial para la Eucaristía

b) las personas encargadas de preparar el local, colocar los vasos sagrados en la credencia, el libro de la sede en la sede, y el leccionario en el ambón, registrar los libros litúrgicos, poner las flores con arte y creatividad, encender las luces, alumbrar las velas, conectar la megafonía, etc. Para eso conviene instruirles en cómo hacerlo e infundirles una mística para que lo realicen con profesionalidad y vocación.

c) el acólito, o el equipo de acólitos que preparan el altar y la presentación de las ofrendas, ayudan a dar la comunión, retiran los vasos sagrados a la credencia después de la comunión.

d) el equipo de lectores, con quienes se debe ensayar y hacer prácticas. Sería importante dar un cursillo de lectura litúrgica. Hay que distribuir las lecturas con tiempo, para que las preparen bien y las mediten. Sólo así podrá mejorar el nivel de la lectura.

e) el animador general que da los avisos, y, en ausencia del diácono, hace las peticiones de la oración de los fieles,

f) el equipo de monitores que preparan las moniciones a las lecturas.

g) el salmista que canta las estrofas del salmo responsorial, el verso del aleluya o las estrofas de los cantos procesionales.

h) el animador musical que discierne los cantos, es responsable del coro o “schola”, y dirige musicalmente al coro y a la asamblea. Es también el responsable de actualizar los cancioneros.

i) los componentes del coro, que deben ensayar antes de la liturgia.

j) los “ostiarios” o responsables de la acogida, que distribuyen las hojas litúrgicas por los bancos, hacen la colecta y pueden acoger de un modo personalizado a las personas nuevas que vienen a la celebración.

 

 

 

c) Orientaciones generales sobre el ministerio de presidir la Eucaristía

1. En la liturgia más que hablar del sacerdote “celebrante”, habría que hablar del “presidente” de la celebración. El celebrante es siempre la asamblea entera. La asamblea es el verdadero sujeto de la celebración y dentro de ella cada uno desempeña su propio ministerio. El sacerdote no preside desde fuera de la asamblea, sino dentro de ella.

 

2. El presidente es a la vez el representante de Cristo cabeza, y el portavoz de la comunidad. En unas ocasiones actúa como portavoz de la comunidad que se dirige a Dios, y en otras como portavoz de Cristo que dialoga con su comunidad. Tiene que mostrar a la vez un rostro fraterno sin dejar de ser un icono de paternidad/maternidad. Saber combinar estas dos dimensiones simultáneamente es el secreto principal del arte de presidir.

 

3. Es importante que se establezca un verdadero diálogo entre el presidente y la asamblea: “El Señor esté con vosotros” y no “está con nosotros”. Hay que saber dar la bendición al pueblo y no simplemente pedir la bendición de Dios para la comunidad. La fórmula es: “La bendición de Dios... descienda sobre vosotros” (no sobre nosotros). En la misma línea el sacerdote no dice “Que el Señor te absuelva”, sino “Yo te absuelvo”. En lugar de hacerse la señal de la cruz sobre sí mismo en el momento de bendecir, el sacerdote debe hacer la señal de la cruz sobre el pueblo. Ha sido ordenado para bendecir a su comunidad.

 

4. La verdadera fraternidad debe mostrarla el presidente en el hecho de nunca mostrarse altanero ni prepotente, sino amable y servicial; respetar las competencias de los otros ministros y los derechos de los fieles; acoger iniciativas del equipo litúrgico; evitar a toda costa el enfadarse y “regañar” a la comunidad; prepararse bien para la celebración y no ser chapucero ni improvisador; no imponer a los demás el suplicio de largas moniciones o largas homilías. Ahí es donde se muestra el verdadero respeto a la asamblea.

 

5. El presidente no debe delegar en ningún caso las acciones que le incumben a él en exclusiva. Ni siquiera debe delegarlas en los otros concelebrantes. Me refiero al saludo inicial, el prefacio, las oraciones presidenciales (colecta, ofrendas y postcomunión), la presentación de los dones, la bendición... En la comunión, aunque haya otros ministros que le ayuden, no debe sentarse, sino repartir él también la comunión desde el centro. Los otros ministros le ayudan a dar la comunión, pero no le sustituyen. “Dar” es uno de los cuatro verbos principales de la acción eucarística, y lo debe hacer el mismo que tomó, bendijo y partió.

 

6. El presidente no debe usurpar los ministerios que no le incumben. Sólo cuando no haya ministros aptos podrá ejercer una suplencia de ellos. El presidente no debe leer las lecturas si hay lectores; no debe leer el evangelio si hay diácono u otro sacerdote concelebrante; no debe decir las preces de la oración de los fieles, sino sólo introducirla y concluirla; no debe preparar las ofrendas si hay un acólito, un diácono u otro presbítero concelebrante; no debe dar la paz ni despedir la asamblea si hay diácono; no debe dirigir los cantos si hay un animador; no debe purificar los vasos sagrados si hay acólitos o diáconos; no debe acaparar toda la plegaria eucarística si hay concelebrantes.

 

7. La presidencia no es nunca colegiada sino personal (IGMR 108). El presidente representa al único Cristo cabeza, que convoca a la comunidad. Los concelebrantes no son copresidentes, y por tanto no deben hacer la presentación de los dones, ni repartirse la consagración. Durante las partes comunes de la plegaria eucarística deben orar en voz baja y dejar que se oiga sólo la voz del presidente. En cambio las intercesiones de la plegaria eucarística las pueden decir concelebrantes sueltos, pero no todos los concelebrantes al mismo tiempo.

 

8. La Institución nueva del Misal dice que “es mejor” (praestat) que los presbíteros que asisten a la celebración eucarística concelebren, a menos que tengan una causa justa para no hacerlo. En cualquier caso no se trata nunca de una obligación (IGMR 114).

 

9. Siguiendo el espíritu de esta unicidad de la presidencia, la sede debe tener un único asiento, y no tres como sucede en algunas iglesias. Si hay varios concelebrantes, éstos deben sentarse aparte del presidente.

 

10. Si se sigue usando la figura del “maestro de ceremonias”, debe quedar absolutamente claro que quien dirige la celebración es el presidente. A veces da la impresión de que el celebrante es una marioneta movida por el maestro de ceremonias que es quien le dicta lo que tiene que hacer o cómo tiene que moverse.

 

11. A veces puede surgir un conflicto cuando el párroco o rector de la iglesia quiere imponer al sacerdote que celebra una determinada manera de actuar. La nueva Institución dice que el sacerdote que preside la celebración tiene siempre el derecho de disponer del modo de celebrar los ritos que le competen a él, con tal que se ajuste a las rúbricas (IGMR 111).

 

12. Las moniciones del presidente deben ser muy breves (IGMR 31). Puede improvisarlas para adaptarlas a la liturgia del día, o al tema de las lecturas, o a los acontecimientos que está viviendo la comunidad, pero deben ser siempre muy breves y no transformarse en mini homilías adicionales.

 

13. En las moniciones litúrgicas hay que tratar de evitar las “muletillas” que algunos usan para crear una sensación de “informalidad”. Me refiero a fórmulas tales como “Bueno, pues...” La verdadera comunicación se da en el mensaje, en la sencillez de las palabras, en la cordialidad de la voz, en el cruce de miradas, y no en la informalidad del lenguaje coloquial.

 

14. Hay que cuidar los silencios. Que no sean largos, pero que sí sean significativos. Se debe hacer un breve silencio: antes del acto penitencial, entre el Oremos y la oración colecta, después de la homilía y después de la comunión (IGMR 45). La nueva institución del año 2000 sugiere también la posibilidad de un corto silencio después de la primera y segunda lectura (IGMR 56).

 

15. Hay una serie de oraciones privadas del celebrante que debería decir para sí en silencio: el “Purifica, Señor, mi corazón”, antes de leer el evangelio. El “Por las palabras del evangelio” al besar el evangeliario. El “Por el misterio de este agua y de este vino” al mezclar el agua y el vino. El “con espíritu humilde”, después de la presentación del pan y del vino. El “Lava me Señor” durante el lavabo. El “Esta mezcla” cuando deposita la partícula del pan dentro del vino. El “Señor Jesucristo” o el “Que la recepción de tu cuerpo”, que es la preparación personal del sacerdote antes de la comunión. Es bonita la alternancia de oraciones pronunciadas en nombre de la asamblea que se dicen en voz alta, y las oraciones de la piedad personal del sacerdote, que las pronuncia por lo bajo. El presidente da ejemplo a los demás con su oración personal callada, mostrando así que ésa es la actitud que deben tener también los fieles, acompañando con su oración personal silenciosa el transcurso de la acción litúrgica.

 

16. Al colocarse las vestiduras litúrgicas conviene mirarse al espejo, para no salir “desgalichado”. El alba no es un “trapo” que uno se pone por encima de cualquier modo. Hay que cuidar la presentación, llevar siempre las uñas limpias, peinarse, limpiarse los zapatos. Convendría que en una capilla hubiera albas de distintas tallas, pero si uno tiene unas medidas poco normales debería tener su propia alba a su medida y llevarla consigo a las celebraciones.

 

17. En cuanto al porte, hay que evitar el aspecto encorsetado o las posturas ñoñas y afectadas, pero también hay que evitar posturas excesivamente informales como arrellanarse en la silla o cruzar las piernas. Las manos es preferible tenerlas juntas sobre el pecho. El cruzar los brazos o llevar las manos en la espalda son posturas que resultan chocantes a mucha gente.

 

18. La liturgia es ante todo una acción, y no un discurso, ni una mesa redonda, ni un simposio. El presidente debería alentar el cambio de posturas. El cambio de posturas propicia la participación de todos e impide que la gente se apoltrone en sus asientos. La postura de pie es la postura del resucitado y debería ser la postura normal en la oración comunitaria. Es también la postura que se adopta normalmente durante el canto. En cambio se sienta uno para escuchar la palabra, para compartir los ecos o para meditar en silencio. La postura de rodillas puede enfatizar el momento de adoración.

 

19. Conviene tener bien registrado el Misal antes de empezar, y no ponerse a pasar hojas buscando los textos durante la celebración. Como ya hemos dicho, conviene que haya un equipo de liturgia que prepare todo lo necesario para la ceremonia, pero el presidente debe chequear un momento antes si todo está en su sitio.

 

20. Cuando vamos a una boda, o a un acto académico, sabemos vestirnos mejor que cuando vamos a comprar al supermercado. Hay que mostrar en la manera de vestir que la Eucaristía es un momento importante en la vida. Mucha gente se extraña de que el celebrante lleve traje de baño por debajo del alba, o que calce zapatillas o zapatos deportivos, o que cruce las piernas visiblemente cuando está sentado en la sede. Se ha de evitar el hieratismo pero conviene crear un clima de respeto y veneración. Recientemente se armó un escándalo porque Ana Botella había estado sentada delante del Papa con las piernas cruzadas. Hay gente que tiene sensibilidad para esas cosas.

 

21. Nunca hay que hacer dos acciones visibles a un mismo tiempo, como serían buscar el prefacio mientras se dice la oración sobre las ofrendas, o mientras los fieles contestan “El Señor reciba de tus manos...”

 

22. Nunca se debe tener alzada sólo una mano. Si se baja una para coger algún objeto, hay que bajar también la otra y depositarla sobre el altar. Luego se puede alzar de nuevo las dos a la vez.

 

23. Los signos sacramentales no son tanto los elementos materiales (agua, aceite, pan...) cuanto las acciones que se hacen con ellos: ablución, manducación, unción... Conviene siempre resaltar estas acciones y usar los materiales en abundancia, de tal manera que puedan “hablar” a los sentidos respectivos. El agua debería empapar, el aceite debería impregnar, el vino debería saber, la ceniza debería manchar, el incienso debería humear...

 

24. Al principio el altar debe estar vacío. Sólo cuando llegan las ofrendas se coloca el pan y el vino y el Misal. Sobre el altar no hay que colocar ningún otro objeto: gafas, misalitos, hojas sueltas, cancioneros, leccionarios, globos terráqueos... Sólo se debe colocar el Misal, el pan y el vino y el evangeliario si no hay un lugar especial para él. Las ofrendas especiales traídas por los fieles durante la procesión de ofrendas no se deben poner sobre el altar, sino en un sitio aparte (IGMR 73, 140).

 

25. Si ya hay una cruz en el presbiterio en lugar bien visible, o si se está usando la cruz procesional, ya no hay necesidad de poner otra cruz pequeña sobre el altar.

 

26. Hay que delimitar los tres espacios litúrgicos principales: sede, ambón y altar. Conviene resaltar en cada caso, como con un foco, el lugar que se está utilizando en cada etapa de la liturgia. Mantener a oscuras o vacíos los otros lugares cuando no se están utilizando. Marcar el paso de un espacio a otro. Esto conlleva duplicar ciertos elementos como micrófonos, atriles, libros (libro de la sede distinto del Misal). Es un ejemplo más de cómo lo litúrgico no es siempre lo más práctico, y cómo conviene evitar el minimalismo.

27. No hay que realizar en uno de los espacios lo que pertenece a un espacio distinto, según iremos especificando más adelante. Sobre todo no hay que realizar los ritos introductorios desde el altar.

28. El presidente debe reservar el altar para el tiempo de la liturgia eucarística. En la liturgia de la palabra el presidente está en la sede (o en el ambón, para la lectura del evangelio, si lo lee). No se debe predicar la homilía desde el altar.

29. Es muy importante la belleza de los objetos litúrgicos, o por lo menos su limpieza (manteles, purificadores, albas, misales, leccionarios). La blancura de los tejidos blancos tiene un fuerte poder simbólico. Podemos inspirarnos en la “mística” de los anuncios de detergentes.

 

30. En muchos lugares hoy día, cuando los ordenandos aprenden a celebrar la Eucaristía se usa un video para grabar sus “Misas secas” y luego poder comentar su interpretación. Se podría aconsejar también esta grabación a sacerdotes experimentados, por muchos años que hayan venido celebrando la Misa. Prácticamente no hay un solo sacerdote que no tenga algo que corregir en su manera de celebrar la Eucaristía.

 

d) Orientaciones concretas

 

Los números que daremos de la Institución general del Misal Romano (IGMR) son los de la tercera edición del año 2000.

 

1.- Ritos introductorios

1. El ritmo de la celebración viene marcado por las tres grandes procesiones: la procesión de entrada, la procesión de las ofrendas, y la procesión de la comunión. Cada una de estas tres procesiones concluye con una de las tres oraciones presidenciales, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la postcomunión. En la procesión de entrada, la asamblea en pie acoge la llegada del presidente y de los ministros con un canto de entrada. Este canto viene a suplir la “antífona de entrada”. Si hay canto de entrada ya no se recita la antífona de entrada. Todo lo más puede servir de inspiración bíblica para hacer una monición inicial. El que preside debe entrar ya revestido desde fuera. Representa a Cristo y tiene que ser recibido por la comunidad. Se pierde esta significación cuando el presidente se reviste ya dentro, junto al altar.

 

2. El presidente, diácono y ministros hacen la inclinación no ante la cruz, sino ante el altar. Tanto el presidente como concelebrantes y diáconos besan el altar (IGMR 49). Durante toda la celebración se inclina la cabeza cuando se nombran juntas las tres divinas personas, el nombre de Jesús o de María, o el santo del día. La inclinación profunda se hace delante del altar al entrar y salir, y en la recitación de las oraciones Munda cor meum, In spiritu humilitatis, y durante el credo en el Et incarnatus est (IGMR 275).

 

3. En cada Iglesia debe haber un solo altar mayor, fijo y consagrado "que significa para la asamblea que hay un solo Señor y una sola Eucaristía en la Iglesia" (IGMR 303) y que "representa Jesucristo, la Piedra Viva (1 Pedro 2:4; vea Ef.2:20) en forma mas clara y permanente (IGMR 298). sobre el altar se coloca solamente lo indicado en una lista de los requisitos para la celebración de la Santa Misa, (IGMR 306). Las flores se arreglan en forma modesta y con moderación, alrededor, nunca sobre el altar.

 

4. La entrada del presidente debe tener una cierta solemnidad. La asamblea le acoge como a Cristo. No conviene aprovechar esta entrada solemne para traer cosas y objetos en las manos. Todas esas cosas han debido ser traídas previamente al altar o al ambón. Lo mismo decimos del momento de salida del sacerdote. Debe también resistir a la tentación practicista de aprovechar su salida para irse llevando ya algo a la sacristía.

 

5. En este momento se puede tener la incensación del altar, a renglón seguido de haberlo besado. Al poner el incienso en el incensario, el sacerdote bendice el incienso con la señal de la cruz en silencio y hace una reverencia profunda antes y después de incensar la persona u objeto. Las normas generales sobre la incensación se contienen en los nn. 276 y 277 de la IGMR.  Allí se especifica el número de golpes con el incensario y demás detalles. SE dan normalmente tres golpes, salvo cuando se trata de las imágenes o reliquias de los santos, en cuyo caso sólo se dan dos. El presidente se une a los demás en el canto de entrada, pero para ello es mejor que no use el micrófono, porque su voz sobresaldría demasiado y desequilibraría el canto de la asamblea.

 

6. El acto penitencial no es un atrio de purificación antes de la Eucaristía, ni una celebración penitencial en miniatura, sino el reconocimiento comunitario de que la asamblea reunida para la Eucaristía es una asamblea de pecadores, convencidos de su fragilidad y miseria, pero abiertos al don de la misericordia, y decididos a perseverar en la lucha contra el mal a pesar de sus muchos fallos.

 

7. Cuando se escoge la fórmula tercera del acto penitencial, conviene recordar que las tres invocaciones “Señor ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad”, van dirigidas las tres a Cristo, y no a las tres personas de la Trinidad.[23]

 

8. Si se improvisan estas tres invocaciones a Cristo, se debe hacer en ellas memoria de la misericordia de Dios y no de nuestros pecados. No es el momento de una confesión de los pecados concretos, sino de una confesión de la bondad de Dios manifestada en tres rasgos coincidentes. Cada una de las tres aclamaciones se repite dos veces, pero podría repetirse un número mayor de veces (IGMR 52).

 

9. El acto penitencial se suprime siempre que haya habido antes cualquier otra acción litúrgica: la salmodia de parte del oficio, la procesión de Ramos o de candelas, la procesión de entrada de los novios o del féretro en las exequias... En cualquier caso conviene no sobredimensionarlo con cantos largos. Cuando se va a cantar el Gloria, es preferible usar la fórmula tercera.

 

10. Un rito muy sugerente al principio de la Misa es la aspersión con agua bendita, el “Asperges”. Está especialmente indicado para los domingos, y sobre todo para los 7 domingos del tiempo de Pascua. Conviene usar agua en abundancia y que la gente realmente se moje. Suple al acto penitencial.[24]

 

11. El Gloria se tiene los domingos y fiestas fuera de Cuaresma y Adviento. Se le conoce también con el nombre de doxología mayor, y tuvo un gran prestigio en toda la Iglesia en sus diversas redacciones. Roma lo tomó de la liturgia bizantina y lo cantó al principio el día de Navidad, y más tarde en las Misas de los domingos y fiestas. Conviene cantarlo, aunque se puede también rezar (IGMR 53). Lo puede cantar la asamblea, la schola, o alternando la schola con la asamblea. Se puede rezar también introducido y terminado por una antífona cantada. Se puede también rezar a dos coros. Al no ser plegaria presidencial, no es necesario que la entone el presidente.

 

12. La oración colecta es una oración presidencial. Con ella concluye el rito de entrada. El presidente invita al pueblo a orar, y tras un tiempo de silencio, recoge la oración secreta de los fieles en una fórmula que el presidente recita en voz alta. Al final el pueblo se une a la oración del presidente diciendo en voz alta: “Amén”. La inmensa mayoría de las colectas van dirigidas a la primera persona de la Santísima Trinidad. Desgraciadamente todas estas oraciones incumplen el consejo de Jesús que nos invita a orar llamando a Dios Padre. Las colectas se suelen dirigir a él llamándole “Señor”, y terminan refiriéndose a Jesucristo también como “Señor”, lo cual crea cierta confusión. Hubiese sido preferible usar el término “Padre” para dirigirse a la primera persona de la Trinidad, y diferenciarlo así mejor de Jesucristo a quien toda la tradición del Nuevo Testamento llama “Señor”.

 

13. No conviene anteponer a la conclusión “Por nuestro Señor Jesucristo...” la palabra “Te lo pedimos”, porque el sentido de la mediación de Jesucristo es más amplio que el de la mera petición, y abarca tanto la dirección ascendente como la descendente. Nuestra oración asciende por medio de Jesucristo, y también el don desciende por medio de él.

 

2.- Liturgia de la palabra

14. Los libros han de ser decentes, bien encuadernados, sin páginas rasgadas. Se han de tratar y trasladar con respeto. No se deben apilar unos sobre otros, ni poner en el suelo debajo de la silla cuando no se están usando.

 

15. Las lecturas se han de proclamar desde un leccionario digno y en ningún caso desde hojitas de papel sueltas. Sería siempre deseable un leccionario litúrgico grande, pero si no lo hay, se puede suplir por un misalito en buen estado. Si se usa la Biblia de Jerusalén, hay que tener cuidado en el Antiguo Testamento con la palabra YHWH. Nunca deber pronunciarse en la asamblea, sino que debe ser sustituida en cada caso por la palabra “el Señor”, tal como hace la traducción litúrgica de los leccionarios.

 

16. La liturgia de la palabra es ya liturgia, y no una catequesis, ni una mesa redonda que precede a la liturgia. La Escritura no se lee, sino que se proclama como un acontecimiento, acompañada de gestos, cantos y oraciones. Sería absurdo revestirse sólo en la presentación de los dones, después de la liturgia de la palabra, como si fuera sólo entonces cuando comenzara la etapa ritual de la Eucaristía.

 

17. Las lecturas bíblicas se deben hacer todas y siempre desde el ambón, y el ambón debe utilizarse sólo y exclusivamente para la lectura de la Palabra de Dios (IGMR 309).

 

18. Las moniciones a las lecturas no son obligatorias. Conviene tenerlas en el caso de lecturas difíciles que requieran una introducción, dependiendo también mucho de las necesidades de cada asamblea concreta. Deberán ser muy breves y fundamentalmente informar sobre el contexto histórico y existencial que ayude a situar la lectura.

 

19. Si hay moniciones a las lecturas, deben hacerse en otro lugar distinto del ambón y por otra persona distinta del lector. De esta manera se establece una diferencia más nítida entre la Palabra de Dios y los comentarios humanos a dicha palabra. Cualquier otro tipo de intervención avisos o moniciones, debería hacerse desde otro atril distinto del ambón, situado en otro lugar dentro o fuera del presbiterio. Esto supone un atril más y quizás otro micrófono, además del de la sede, el altar y el ambón. Pero recordemos que los conjuntos de rock, cuando son realmente profesionales, no escatiman el número de micros ni toda la parafernalia acústica.

 

20. En la liturgia dominical y festiva hay dos lecturas antes del evangelio y sería muy conveniente que haya dos lectores distintos. Convendría también que el salmista fuera distinto del lector, y en la medida de lo posible que el salmista cantase las estrofas del salmo en lugar de limitarse a leerlas (IGMR 61). El responsorio del salmo responsorial debería ser cantado por toda la asamblea. Es la manera de que el salmo no se convierta en una cuarta lectura. Al cantar el salmo, tenemos una estructura alternante de lectura (primera) - canto (salmo) - lectura (segunda) - canto (aleluya) - lectura (evangelio) El salmo responsorial expresa el carácter dialogal de la Liturgia de la Palabra, y es como la prolongación poética del mensaje de la primera lectura.

 

21. El aleluya se omite si no se canta. Si se canta, lo debe cantar toda la asamblea, y no un coro polifónico muy sofisticado. Con esta aclamación, “la asamblea recibe y saluda al Señor que va a hablarles, y profesa su fe en el canto” (OLM 23).

 

22. El evangelio debe ser leído por un ministro ordenado in sacris, preferiblemente un diácono. El diácono pide siempre la bendición del presidente antes de leer el evangelio. Si es un concelebrante quien lee el evangelio, debe pedir también la bendición cuando preside un obispo, pero no cuando preside otro presbítero (IGMR 212). En la Misa solemne hay una pequeña procesión en la que el diácono lleva el evangeliario al ambón, acompañado por dos ministros que llevan velas, y otro que lleva el incensario humeante. Después de anunciar la lectura del evangelio, el diácono procede a incensarlo, y luego prosigue con la lectura o el canto del texto. Tras la lectura, el diácono besa el evangeliario mientras dice en secreto “Per evangelica dicta...” Si el que preside es un obispo, el diácono le lleva el libro para que éste lo bese (IGMR 175).

 

23. Cuando no hay diácono, uno de los concelebrantes debe leer el evangelio, y no el presidente. Solo en ausencia de diáconos o concelebrantes, es el mismo presidente quien lee el evangelio. La oración previa “Munda cor meum”, la dice inclinado no ante el sagrario, ni ante el ambón, sino ante el altar. Esta oración se reza en silencio como el resto de las oraciones privadas del celebrante que están en primera persona.

 

24. Si la aclamación después del evangelio es cantada, se pueden usar otras fórmulas distintas de alabanza a Jesucristo, como “Gloria a ti, Palabra de vida”.[25]

 

25. La homilía es obligatoria los domingos y recomendada en el resto de las Misas. Se debe predicar desde la sede, no desde el ambón, y en ningún caso desde el altar.

 

26. La homilía es un género de predicación distinto de la catequesis, de la lección sacra, de la conferencia y del sermón. Es una predicación litúrgica en la que más que instruir o moralizar, se trata de convertir la palabra leída y los signos que la acompañan en un acontecimiento. Es la transición entre la liturgia de la palabra y la liturgia del pan y del vino, y debe siempre extender un puente entre ambas.

 

27. La homilía no debería exceder de diez minutos. Entre semana podría limitarse a tres o cuatro minutos, subrayando alguna de las palabras o gestos litúrgicos. En la época antigua, las homilías de los Santos Padres nunca superaban los quince minutos.

 

28. El Credo se reza los domingos y solemnidades. Se puede cantar o recitar bien al unísono, o bien en dos coros. Si se canta, puede ser introducido por el cantor o la schola o el presidente, según los casos. No es una simple afirmación de ortodoxia, sino un himno bellísimo, y en cuanto tal es preferible que el pueblo lo cante.

 

29. La oración de los fieles es una plegaria litánica de la asamblea. El presidente se limita a introducirla y concluirla con una oración final. Es uno de los ritos más antiguos de la Eucaristía. San Justino en el siglo II se refiere ya a esta oración: “Elevamos oraciones en común por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los demás esparcidos por el mundo entero... Terminadas las preces, nos damos mutuamente el beso de paz”.[26]

 

30. Las intenciones particulares son expuestas a la asamblea por el diácono, o en su ausencia por un monitor (no por el presidente).

 

31. Las intenciones se deben hacer no en forma de oración dirigidas a Dios (“Te pedimos Señor que...”), sino en forma de exhortación en el cohortativo, o imperativo de primera persona del plural, dirigido a la asamblea: “Pidamos para que... Oremos para que”, y terminando con una expresión tal como “Roguemos al Señor”, que dé pie a la respuesta de todos.

 

32. Las intenciones se deben exponer de una manera breve, sin aprovechar la ocasión para dar catequesis, o hacer florituras verbales, y mucho menos para lanzar mensajes ideológicos a los demás “vía satélite”.

 

33. Se debe orar siempre por la Iglesia y por el Papa, por los gobernantes, y por las personas que sufren. La oración de los fieles debe hacerse eco de los problemas actuales de la comunidad o del mundo.

 

34. Se puede orar por alguna persona concreta, pero hay que encuadrar esta petición dentro de una intención más general. Por ejemplo, se puede decir “Oremos por Fulano que está enfermo y también por todos los enfermos”.

 

35. La respuesta de la asamblea a cada una de las peticiones, “Te rogamos óyenos” o fórmula similar, puede cantarse o rezarse.

 

36. Conviene equilibrar el tiempo dedicado a cada una de las dos partes de la Eucaristía. Algunos sacerdotes prolongan excesivamente la liturgia de la palabra con largas homilías y comentarios y luego tratan de ganar tiempo celebrando atropelladamente el resto de la Eucaristía.

 

3.- Preparación de los dones

37. Desde el Vaticano II se subraya que el “ofertorio” no es verdadero ofertorio, sino “preparación” y “presentación” del pan y del vino. Hay que eliminar de nuestro lenguaje ese término de ofertorio. El verdadero ofertorio tiene lugar durante la plegaria eucarística. La “presentación” en la nueva liturgia responde al momento en que Jesús tomó el pan y el cáliz en sus manos. En los dones presentados en el altar debemos vernos representados a nosotros mismos. El gesto de presentación del pan y del vino debe ser extendiéndolos, pero no alzándolos.

 

38. Primeramente se prepara el altar que debería estar vacío antes de ese momento. Se lleva el Misal, se extiende el corporal, se lleva la vinajera con el agua. Algunos sugieren que sólo en ese momento se lleven y enciendan las velas sobre el altar. Previamente se ha podido tener encendidas otras velas en otro lugar. El diácono o el acólito son quienes preparan el altar, mientras el presidente permanece sentado. El corporal tiene su forma propia tradicional de plegarse y desplegarse, y conviene que la conozcan tanto los que lo extienden sobre el altar como los encargados de plancharlo. Mientras se prepara el altar se hace la colecta.

 

39. No se deben presentar los dones mientras todavía se está haciendo la colecta, sino que hay que esperar a que ésta acabe. Por ello conviene agilizar la colecta teniendo varias bolsas y utilizando a varios colaboradores. El dinero de la colecta es parte de la ofrenda, y por eso las bolsas deben incluirse en la procesión de las ofrendas.

 

40. Es el momento de la segunda gran procesión que está acompañado por un canto  preferentemente de la schola o también de toda la asamblea. Es mejor traer las ofrendas desde un lugar distante y así habrá un suficiente espacio para que la procesión sea significativa. Las ofrendas de la procesión deben ser ante todo el pan, el vino y la colecta. Se pueden añadir cosas de las que uno realmente se desprende y dona a los demás, para ser consumidas durante la Eucaristía (velas, flores), para el uso del templo (iconos, libros, objetos litúrgicos) o para los pobres (dinero, comida, ropa, juguetes). No tiene sentido ofertar cosas que luego uno vuelve a llevarse a casa después de la Misa. El simbolismo principal no es el de lo que los objetos significan sino el del acto de donación y desprendimiento. Si hubiera otros objetos ofrendados, podría haber una monición en el momento de la ofrenda, pero nunca una oración. No debe haber más oración pública que la "oración sobre las ofrendas" que es la oración presidencial con la que concluye la procesión.

 

41. El ideal es que los dones no estén ya antes puestos sobre el altar. Un ministro se los pasa de mano en mano al sacerdote, y sólo después de la presentación son depositados sobre el altar.

 

42. Es preferible que durante la Misa haya un solo pan (una sola patena o copón), y un solo cáliz. Sólo después de la fracción del pan pueden repartirse las formas en varios recipientes distintos para agilizar la comunión.

 

43. La preparación del cáliz se puede hacer en el altar o en la credencia. Es preferible que la haga otro ministro distinto del presidente. La bendición del agua pertenecía al ritual tridentino. Hoy se introduce en el cáliz la gota de agua, pero ya no se bendice el agua (IGMR 73).

 

44. La plegaria “Per huius aquae” al mezclar el vino y el agua se dice en silencio. Cuando hay acólito, diácono, u otro concelebrante, éstos hacen la mezcla del agua y el vino y el presidente recibe el cáliz ya preparado. La práctica de rebajar el vino pronto tuvo un significado simbólico, que aparece ya en san Cipriano en el siglo III: “Cuando se mezcla el vino con agua en el cáliz, el pueblo se une con Cristo. Si alguien ofrece sólo vino, la sangre de Cristo está sin nosotros; si sólo ofrece agua, el pueblo se halla sin Cristo”.[27]

 

45. La costumbre de algunos de hacer una presentación única de pan y vino con una misma fórmula es una típica corruptela minimalista, que trata de eliminar el mayor número de gestos posibles, o de evitar repeticiones. Ya hemos dicho que para la ritualidad son muy importantes los gestos y las repeticiones. Además, la doble presentación no es un acto repetitivo, porque pan y vino tienen cada uno su especificidad y sus matices simbólicos que se pierden cuando se les pasa el rodillo uniformador. Toda la tradición judía de la bendición del pan y el vino ha conocido siempre una doble fórmula, una para el pan y otra para el vino. Hasta hoy se bendice doblemente al que “saca el pan de la tierra”, y al “creador del fruto de la vid”.

 

46. No es obligatorio pronunciar en voz alta las palabras de la presentación del pan y el vino. Si se canta durante la presentación de ofrendas, el presidente puede recitar las dos oraciones en voz baja.

 

47. Inmediatamente después de la presentación de las ofrendas y de la oración en silencio “In spiritu humilitatis”, se puede tener la incensación, que es la principal de la Misa. El presidente inciensa las ofrendas y el altar, es incensado por un ministro, el cual luego inciensa a todos los otros ministros y a toda la asamblea.

 

48. No hay absolutamente ningún motivo general para suprimir el lavabo. Su supresión forma parte de la actitud racionalista y verbalizadora que procura reducir al mínimo los gestos corporales. De hecho hoy día la presencia o ausencia de lavabo en España se ha convertido en un símbolo del tipo de ideología del celebrante, permitiendo identificarlo como “carca” o “progre”. No nos deberíamos dejar encasillar por estas categorías, ni mucho menos instrumentalizar la liturgia de la Iglesia para afirmar nuestra identidad frente a otros.

 

49. Algunos argumentan que el lavabo es un gesto superfluo porque se instituyó cuando era necesario lavarse las manos después de las ofrendas de los fieles. Con la misma lógica podría decirse que las velas tenían sentido cuando no había luz eléctrica, pero que ahora ya no son funcionales y deberían ser eliminadas. Además, es falso que el lavabo tuviese al principio una finalidad práctica. De hecho está demostrado en la historia de la liturgia que el lavabo es anterior a la institución de la procesión de ofrendas y a la incensación, por lo cual en ningún momento ha tenido un carácter funcional, sino sólo simbólico. Tiene un sentido de purificación bautismal muy propia antes de ofrecer el sacrificio de alabanza. Establece una conexión entre bautismo y eucaristía. El lavatorio de las manos está ya presente en el rito pascual judío que Jesús celebró en la última cena. Es uno de los elementos más antiguos de la liturgia de la Eucaristía.

 

50. No nos faltará nunca conciencia de las muchas manchas concretas que han ensuciado nuestras manos después de nuestra última celebración. Cuando se lava uno las manos, debe mojarse no sólo las puntas de los dedos (minimalismo), sino las manos, restregándolas bien, aunque no hace falta llegar a los extremos de Lady Macbeth. De este modo el signo es mucho más visible. Hará falta después una verdadera toalla para secarse y no un simple pañito. Lo cual “complica” una vez más el ajuar litúrgico propio de una liturgia no minimalista. Pero recordemos una vez más qué poco escatiman los verdaderos profesionales y artistas todo el equipo necesario para su actuación. Dice una de las catequesis de san Cirilo: “Esta ablución de manos es símbolo de la pureza que debéis llevar, purificándoos de todo pecado y de toda prevaricación...”[28]

 

51. La oración sobre las ofrendas es la conclusión de la gran procesión de ofrendas, lo mismo que la colecta lo es de la procesión de entrada, y la postcomunión de la procesión de comunión. Contrariamente a las otras dos oraciones presidenciales, carece de “Oremos”, porque la invitación a orar acaba de ser expresada en el Orate fratres. Por ser oración presidencial se debe decir de pie, pero no porque sea ya parte de la plegaria eucarística. Termina con el “Amén” del pueblo. La plegaria eucarística no comienza hasta el diálogo “El Señor esté con vosotros”, “Levantemos el corazón”, etc.

 

52. La nueva institución del Misal dice que hay que ponerse ya de pie desde el Orate fratres (IGMR 43; 146).

 

4.- Plegaria eucarística

53. La plegaria eucarística es el centro de la Misa. Comienza con el diálogo introductorio entre presidente y asamblea, y concluye con el gran Amén. La plegaría tiene un carácter eucológico, es decir, es una plegaria de bendición al Dios que nos bendice, y se inspira en el rito tradicional de bendición de la mesa o birkat haMazon. Conjuga las dos dimensiones de la bendición judía, la ascendente y la descendente, la anábasis y la catábasis. La bendición descendente es lógica y realmente anterior a la ascendente. Porque hemos sido bendecidos, podemos bendecir.

 

54. La elección de la plegaria eucarística debe ser objeto de un cuidadoso discernimiento. Algunas plegarias eucarísticas, como la cuarta y la quinta, tienen su prefacio propio y deben ir siempre unidas a él.[29]

 

55. El anuncio del número de la plegaria eucarística se debe hacer antes del Prefacio, y no después del Sanctus, para que este anuncio no interrumpa la anáfora que ha comenzado ya en el prefacio (IGMR 79). Hay que evitar el dar la impresión de que son dos oraciones distintas cuando en realidad es una única oración. El Prefacio puede ser el de las plegarias eucarísticas que lo tienen propio (II, IV y V), o el correspondiente al tiempo litúrgico, o a la fiesta del día, o al domingo.

 

56. En la tercera edición del Misal Romano los prefacios propios para Solemnidades y Fiestas aparecen con una versión musicalizada y otra sin musicalizar. Es una invitación al presidente a que el Prefacio debe ser preferiblemente cantado.

 

57. El Sanctus es un himno cantado por el presidente y toda la asamblea para concluir la acción de gracias inicial de la plegaria Eucarística (Prefacio). En algunas anáforas el Sanctus está situado en el medio de esta acción de gracias (cf. Plegaria IV). La unión de nuestra alabanza con la de los ángeles está heredada de la liturgia judía. El Sanctus se introduce en las anáforas cristianas a partir del siglo IV y el Benedictus qui venit algo después. Se inspira en Isaías 6,3, “Santo, santo, santo, YHWH Tsebaot, llena está la tierra de tu gloria”, y de Mt 21,9: “Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas” (cf. Sal 118, 25-26). Es una de las partes que toda la asamblea debería cantar prioritariamente (IGMR 79b).

 

58. Los concelebrantes deben recitar las partes comunes de la plegaria eucarística en voz baja, para que sólo se oiga la voz del presidente (IGMR 218). Durante el tiempo de la plegaria eucarística no debe sonar el órgano ni los instrumentos (IGMR 32). Conviene que el sacerdote cante la parte de la plegaria eucarística que tiene anotaciones musicales (IGMR 147).

 

59. Los concelebrantes no son copresidentes. Se debe evitar el compartir con los concelebrantes los textos presidenciales, imitando a los “sobrinos del pato Donald”. Presentación de ofrendas, diálogo con el pueblo, consagración del pan y el cáliz deben ser hechos por un solo y único presidente. Sólo puede delegarse en los concelebrantes las intercesiones de la plegaria eucarística, la lectura del evangelio y la preparación de las ofrendas si no hay diácono.

 

60. La liturgia de la Eucaristía se articula en torno a los cuatro verbos de la institución: Tomó, bendijo, partió y dio. Tomó (presentación de ofrendas), bendijo (consagración), partió (fracción del pan) y dio (comunión). Cada una de estas acciones tiene su momento propio que hay que subrayar y respetar. Aunque durante el relato de la Cena se pronuncian los cuatro verbos seguidos, es absurdo realizar las cuatro acciones seguidas en ese momento. Cada una tiene su lugar propio dentro de la secuencia general.

 

61. Adelantar la fracción del pan al momento en que recordamos que “lo partió” es tan absurdo como adelantar a la comunión al momento en que recordamos que “lo dio a sus discípulos”. Cada una de esas acciones tendrá su momento adecuado más adelante, como ya la tuvo el “tomó” en la presentación de las ofrendas. Además el partir el pan en ese momento altera la secuencia de los cuatro verbos, porque en ese momento el pan todavía no ha sido bendecido (consagrado). Sólo lo será cuando se pronuncie la fórmula consecratoria. La fracción debe hacerse con el pan ya consagrado. Lo que se parte no es un pedazo de pan, sino el cuerpo de Cristo.

 

62. En la fórmula de la consagración la ordenación del Misal no detalla cómo deben los concelebrantes extender su mano, si con la palma hacia arriba o hacia abajo. Sólo dice: “con la mano derecha extendida”, “manu dextera extensa” (IGMR 222, 227, 230, 233). En la primera epíclesis claramente todos están de acuerdo en que se debe extender la mano con la palma hacia abajo, aunque el texto no lo explicita y se limita a decir “manibus ad oblata extensis” (ibid.). En cambio en las palabras de la consagración del pan y del vino sigue habiendo una doble escuela: los que dicen que hay que hacerlo con la palma para arriba (forma deíctica) o con la palma para abajo (impositiva). Tras cada una de las dos consagraciones el presidente hace una genuflexión, y una elevación del Pan y el Vino consagrados. Esta genuflexión es un elemento bastante reciente que se remonta solo al siglo XIV.

 

63. La Institución general exhorta a que los fieles estén de rodillas durante la consagración, a menos que exista una causa razonable. Los que no se pongan de rodillas, que hagan una inclinación profunda mientras el presidente hace las dos genuflexiones después de consagrar el cuerpo y la sangre de Cristo (IGMR 43). Otros prefieren mantener una misma postura a lo largo de toda la plegaria eucarística para subrayar así su unidad. Hay una exhortación a que se procure que todos tengan una misma postura (IGMR 43).

 

64. El presidente proclama “Misterio de la fe” pero no debe responder, sino dejar que sea el pueblo solo quien responda “Anunciamos tu muerte...” Es preferible que esta respuesta se cante en lugar de decirse. Conviene alternar entre las cuatro diversas opciones ofrecidas.

 

65. La segunda parte de la plegaria eucarística, después del relato de la Institución, tiene varios momentos principales. Primero nunca debe faltar la anámnesis, o recuerdo del misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. A continuación, viene la segunda epíclesis, o epíclesis de comunión, en la que se invoca al Espíritu Santo sobre la asamblea para transformarla también a ella en Cuerpo de Cristo. Estas dos oraciones deben ser recitadas por el presidente, y no deben ser delegadas a los concelebrantes. Pueden éstos acompañar al presidente en la recitación de estas oraciones con las manos extendidas, pero en voz baja.

 

66. No se deben omitir los “embolismos”, pequeños añadidos a la plegaria eucarística que marcan el domingo, o los tiempos litúrgicos fuertes.

 

67. A continuación vienen las intercesiones por los vivos y los difuntos. Nunca debe faltar la intercesión por el Papa, el obispo local y por toda la Iglesia. En las Eucaristías rituales también es importante añadir las intercesiones particulares por novios, bautizados, etc. Sigue a continuación la plegaria de comunión con la Iglesia del cielo y todos los santos, en la que nunca debe faltar la mención de la Virgen María. Estas plegarias pueden ser delegadas en los otros sacerdotes concelebrantes.

 

68. La plegaria eucarística termina con la elevación solemne y la oración Per ipsum, que sigue siendo parte de la oración presidencial. En este momento sí conviene alzar el pan y el vino lo más alto posible. Si se usan varios copones y cálices, sólo se debe alzar un copón y un cáliz; hay que evitar que los concelebrantes exhiban toda la vajilla. Esta es una corruptela nacida de un deseo maniático de que intervenga siempre el mayor número de personas posible, lo cual no es un principio litúrgico absoluto. En este caso la exhibición de toda la vajilla rompe el simbolismo del único pan y el único cáliz, símbolo de la unidad de la Iglesia.[30] En algunos lugares hay costumbre de que los fieles participen ya en la oración "Por Cristo, con él y en él". Hoy día no se puede hacer porque está explícitamente prohibido, pero valdría la pena repensar esa prohibición que se inspira en el miedo a que la anáfora pierda su carácter de oración presidencial. En la mayoría de las anáforas orientales, sin merma de su carácter presidencial, los fieles intervienen varias veces, cosa que ocurre también en las anáforas romanas para Misas de niños.

 

69. El gran Amén es la aclamación del pueblo. Convendría cantarlo siempre. San Jerónimo decía que “retumbaba como un trueno celestial en las basílicas romanas”.[31] Y san Agustín dice: “Vuestro Amén es vuestra firma, es vuestro consentimiento y vuestro compromiso”.[32]

 

 

 

 

5.- Comunión

 

70. En el Padrenuestro no se deben omitir nunca las mismas palabras que Jesús nos enseñó a decir. Es una grave corruptela el sustituir el texto evangélico por otros textos o cantos. Debe ser recitado o cantado por todos al unísono, y el presidente ha de intentar no hacerse oír por encima de los demás. El embolismo que viene después del Padre Nuestro (“Líbranos, Señor”) es muy conveniente que sea cantada por el presidente. La doxología (“Tuyo es el reino”) puedes ser rezada o preferiblemente cantada por toda la asamblea.

 

71. Tras la oración por la paz, es el diácono el que invita a los fieles a darse la paz. En ausencia del diácono, lo hace el propio presidente, o uno de los concelebrantes. En la Iglesia antigua el beso de paz seguía inmediatamente a la oración de los fieles, y Tertuliano lo llamaba el sello de la oración, signaculum orationis.[33]

 

72. Conviene hacer la fracción del pan de un modo ostensible, dando realce al hecho de romper el pan, de modo que toda la asamblea lo pueda percibir. Convendría usar pan con forma de pan, o al menos hostias grandes, que sea posible partir (IGMR 321). Éste es quizás uno de los puntos a los que de hecho se les hace caso omiso en la práctica pastoral generalizada. Podría fomentarse entre el equipo litúrgico el ministerio doméstico de preparar cada vez el pan para la eucaristía. En cualquier caso, en la liturgia latina debe tratarse de pan sin levadura.

 

73. Tras la fracción del pan, el presidente mete dentro del cáliz una partícula diciendo en voz baja: Haec commixtio, mientras el coro canta el Agnus Dei.

 

74. No debe hacerse la fracción mientras la asamblea está dándose la paz, sino esperar a que termine el rito de la paz.

 

75. Durante la fracción del pan, la schola o la asamblea cantan o rezan el Agnus Dei. También se puede cantar alternando un cantor y el pueblo. Normalmente se repite dos veces añadiendo “Ten piedad de nosotros”, y una tercera vez añadiendo: “Danos la paz”. Si la fracción del pan fuera larga, se podría repetir más veces, pero sólo la última se añade “Danos la paz” (IGMR 83). El Agnus Dei se ha usado en la liturgia romana desde el siglo VII. Y se inspira en las palabras del Bautista (Jn 1,29.36) y en el Apocalipsis 7,10.17, así como en todos los textos del AT que respaldan este título cristológico (cf. Ex 12,5; 19,6; Is 53,7).

 

76. Se recomienda consagrar pan nuevo en cada Eucaristía, y no acudir sistemáticamente al sagrario, “para que incluso por los signos, se manifieste mejor que la comunión es participación del sacrificio que en ese momento se celebra” (IGMR 85).

 

77. La oración del presidente para prepararse a comulgar es una oración secreta que se dice con las manos juntas (IGMR 156). El Misal ofrece al presidente la opción entre dos fórmulas distintas: “Domine Jesu Christe”, o “Perceptio Corporis tui”.

 

78. Tras esta oración, el presidente hace una genuflexión, toma un pedazo de la sagrada forma teniéndola un poco elevada sobre el cáliz o sobre la patena y dice: “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los llamados al banquete del Señor”. Luego junto con los fieles recita el “Domine non sum dignus”, que está inspirado en las palabras del centurión del evangelio (Mt 8,8).

 

79. A continuación comulga primero del pan y luego del cáliz diciendo: “Corpus Christi custodiat me in vitam aeternam” y “Sanguis Christi custodiat me in vitam aeternam”. Mientras el sacerdote comulga se empieza ya el canto de la comunión (IGMR 159).

 

80. Los concelebrantes se dan la comunión a sí mismos, pero el diácono y los otros ministros de la comunión la reciben de manos del presidente (IGMR 182; 244).

 

81. Se recomienda que los fieles comulguen bajo las dos especies cuando la comunión no es demasiado masiva y el grupo es “definido, ordenado y homogéneo”. “La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies” (Cf. Plan pastoral para al Archidiócesis de Madrid 2001-2002)

 

82. Hay que evitar la impresión de “self-service” que se produce cuando el sacerdote se sienta y pone el copón en el altar para que la gente se sirva. En los buenos restaurantes le sirven a uno. Además el sacerdote nunca debería rehusar ninguna acción que visibilice su actitud de servidor de sus hermanos.

 

83. La comunión es un don que se recibe, no algo que uno arrebata. El comulgante debe extender la palma vacía y recibir el pan, en lugar de alargar la mano en pinza para cogerlo al vuelo. En el signo de la palma abierta se está reflejando toda una actitud de pobreza, acogida, gratuidad; expresa un modo humilde de relacionarse con la Eucaristía. El nuevo Ordo prohíbe explícitamente que los fieles tomen ellos mismos la comunión, o que se la pasen unos a otros (IGMR 160).

 

84. El ministro ordinario de la comunión es el presbítero o el diácono (Sacrum Diaconatus ordinem). El ministro extraordinario es el acólito instituido. El obispo puede delegar esta facultad de modo permanente a algunos laicos, incluso sin instituirles como acólitos. Esta delegación se hace de un modo ritual, dentro o fuera de la Misa y siguiendo el ritual prescrito (RCCE 17: Enchiridion 296-97).

 

85. Conviene escoger con cuidado a las personas para este ministerio y convendría que fueran miembros de un equipo estable. En ausencia de estos ministros, puede siempre el presidente solicitar la ayuda de laicos o laicas para ayudarle a distribuir la comunión, tanto para sostener el cáliz, cuando se da la comunión bajo las dos especies, como para agilizar la distribución cuando hay muchos fieles (Ministeria Quaedam, CIC 910, cf. Enchiridion, p. 974-977; Fidei Custos, cf. Enchiridion p. 262-263).

 

86. Los que vayan a colaborar en la distribución de la comunión, deben acudir ya al altar para recibir la paz del sacerdote, pero no pueden participar en la fracción del pan. Reciben la comunión inmediatamente después del presidente, y bajo las dos especies. Si no han recibido el ministerio de acólito, o una delegación permanente, el presidente les da la bendición especial ad hoc: El Señor te (os) bendiga + para distribuir ahora a tus (vuestros) hermanos el cuerpo (y la sangre) de Cristo.

 

87. La Iglesia desea que los fieles participen consciente, piadosa y activamente en la Eucaristía (SC 48) y recuerda que la participación “más perfecta” en la Misa es recibir la comunión (SC 55). La nueva práctica de la Iglesia desde san Pío X exhorta a la comunión frecuente y aun diaria. La normativa posterior permite la comunión dos veces al día en ciertos casos (Inmensae caritatis, Cf. Enchiridion p. 281-283). El canon 917 afirma que “Quien ya ha recibido la Santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día sólo dentro de la celebración eucarística en la que participe”. Una interpretación maximalista de este canon pretendía que uno puede comulgar tantas veces cuantas participe en la Misa, pero una interpretación oficial ha aclarado que sólo se puede comulgar dos veces al día como máximo.[34]

 

88. Como ya hemos señalado, si hay un canto de comunión, debe empezar ya mientras el presidente y los concelebrantes comulgan. El versículo bíblico de la comunión no se lee cuando se ha cantado un canto de comunión. Cuando no se canta durante la comunión, el versículo puede ser leído por los fieles, o por un lector, o bien por el propio presidente (IGMR 87).

 

89. Inmediatamente después de la comunión, el sacerdote, diácono o acólito deben consumir el resto del vino consagrado que haya podido quedar en el cáliz. Las formas sobrantes se consumen, o se guardan en el sagrario. La purificación del cáliz se debe hacer en un extremo del altar o preferiblemente en la credencia. Dicha purificación puede hacerse inmediatamente después de la comunión, o terminada la Misa (IGMR 163).

 

6.- Ritos finales

90. Tras la comunión el presidente regresa a la sede. Debe haber un momento de silencio meditativo en el que todos están sentados, o también se sugiere la posibilidad de cantar un salmo o un himno (IGMR 164). Todos se alzan para la oración de la postcomunión, que es una oración presidencial, precedida de un “Oremos” del presidente, y concluida con un “Amén” de la Asamblea.

 

91. Seguidamente el presidente bendice a la asamblea con la señal de la cruz. Una corruptela propia de una presidencia débil es que el presidente en lugar de bendecir a la asamblea diciendo: “”Que la bendición de Dios descienda sobre vosotros”, se santigüe a sí mismo diciendo “Que la bendición de Dios descienda sobre nosotros”.

 

92. En las grandes fiestas del año hay tres invocaciones sobre la asamblea, a las cuales el pueblo responde: “Amén”. El presidente hace estas invocaciones con las manos extendidas sobre el pueblo, y son una forma de epíclesis sobre la vida ordinaria de los que van a volver a su mundo tras la celebración. Si hay diácono, éste invita al pueblo a inclinarse para recibir la bendición

 

93. Si hay avisos, deberían ser breves, y se dan después de la oración postcomunión y antes de la bendición (IGMR 90a). Si los avisos van a ser largos, algunos prefieren tenerlos cuando la gente está todavía sentada antes, de la postcommunio. Resulta más práctico, pero menos litúrgico.

 

94. El diácono despide a la asamblea. En ausencia del diácono lo hace el propio presidente. Puede preceder una brevísima monición.

 

7.- Música

95. El coro o schola no debe distanciarse de la asamblea, sino formar parte de la misma, como un fermento. Hay que evitar a toda costa que la schola se sitúe en “el coro” de la iglesia, es decir, en la parte de atrás. La schola deberá estar siempre bien visible y audible.

 

96. Las partes que es más importante cantar son las siguientes y por este orden: a) Aclamaciones del pueblo: Aleluya, Amén, Gloria a ti Señor, Anunciamos tu muerte. b) Salmo responsorial para dar una alternancia entre lectura y canto. c) Textos fijos de la Misa: Sanctus, Kyrie, Gloria, Agnus Dei, Padre Nuestro.  d) Cantos procesionales: procesión de entrada, procesión de las ofrendas y procesión de la comunión.

 

97. Se debe combinar en la liturgia la intervención musical de la asamblea con respuestas, aclamaciones y estribillos, con otras intervenciones musicales del coro o de los solistas. Hay que evitar que el coro lo cante todo, o que la asamblea lo cante todo. La alternancia entre cantar y escuchar tiene una gran efectividad.

 

98. No se deberían sustituir los textos litúrgicos de la Misa -Gloria, Sanctus, Agnus Dei, Padrenuestro- por otros cantos distintos (IGMR 366).

 

99. No conviene utilizar un repertorio de cantos demasiado novedoso, pero sí conviene ir renovando el repertorio poco a poco con la introducción de algunos cantos nuevos.

 

100. La selección de los cantos debe ser objeto de un cuidadoso discernimiento, que tenga en cuenta el momento dentro de la dinámica eucarística, los tiempos litúrgicos. Es importante que las letras se adapten al momento o al tiempo litúrgico. No tiene sentido cantar un canto cualquiera a la Virgen María durante la comunión. Los cantos procesionales y aclamaciones que se cantan de pie piden una música más vibrante. Los cantos que se cantan sentados (interleccional, presentación de dones, silencio después de la comunión) deben ser más meditativos.


 


NOTAS


[1]  Es importante distinguir entre el tabú y el respeto. El tabú es una actitud inmadura que atribuye al objeto sagrado unas cualidades objetivas que inspiran temor, porque de una manera automática puede dañar al que lo toca.  El tabú no conoce excepciones. El mejor ejemplo es la actitud en el AT hacia el arca de la alianza. El que la tocaba, aunque fuera con buena intención, quedaba mecánicamente fulminado por un rayo, como le sucedió a Uzzá (1 S 6,7). El respeto, en cambio, es una actitud madura, que no nace del temor, sino de la veneración. Se traduce en gestos en los que no hay automatismo, sino que pueden adaptarse a las circunstancias o a las personas. Es muy conveniente rodear al Santísimo Sacramento de gestos de respeto que nazcan de una devoción madura, sin automatismos. Estos gestos pueden ser los tradicionales, o gestos nuevos en que cada uno puede expresar la devoción que le merece la presencia real de Jesús en el pan y el vino eucarístico.

[2]  D. Borobio, “Ministerio sacerdotal y ministerios laicales”, Phase 39 (1998).

[3]  AAS 57 (1965) 761.

[4]  Cf. Enchiridion, p. 379.

[5]  Cf. L. Maldonado, La acción litúrgica, p. 101.

[6]  Sobre este tema ver J. M. Bernal, Celebrar, un reto apasionante, cap. 7, “Los servidores de la asamblea”.

[7]  Cf. Enchiridion, p. 974-977.

[8]  nº 3582 del Enchiridion.

[9]  S. Agustín, Sermones de sacr., PL 46, 834. Ver otros textos patrísticos en  M. Gesteira, o.c., 598-605.

[10]  S. Cirilo de Jerusalén, Cat. Myst. 4,1,3; PG 33,1097-1100.

[11]  S. Cipriano, De oratione dominica 23, PL 4553 B

[12]  Cf. J. Aldazábal, “¿Sigue siendo ‘culmen et fons’?”, Phase 31 (1991), 5-9.

[13]  Cf. L. Maldonado, La acción litúrgica, p. 100

[14]  1 Clem. 44,3-4

[15]  Cf. L Maldonado “Quién celebra”, en D. Borobio [ed.], La celebración en la Iglesia, vol. 1, pp. 217-218

[16]  El sentido litúrgico. Nuevos paradigmas, Madrid 1999

[17] J.M. Bernal, o.c., p. 149.

[18]  El tema que resumimos aquí se puede leer en el libro de Nouwen El regreso del hijo pródigo.

[19]  Eucharisticum Mysterium n. 50, Enchiridion p. 178-179; Eucaristia, communione e communità. Documento pastorale dell’Episcopato italiano (22.V1983), Paoline, Torino 1987, 97-99.

[20]  Ritual 81; EM 13.

[21]  Christus, Lumen Gentium, Actas del 45 Congreso eucarístico, tenido en Sevilla en 1993, 25a.

[22]  Ibid., 25 f-g.

[23]  D.C. Smolarski, ¿Cómo redactar la tercera forma del Acto penitencial?” en Preguntas y respuestas sobre la celebración litúrgica, CPL, Barcelona 2004, 14-15.

[24]  D.C. Smolarski, “¿Cuándo y cómo hacer la aspersión al principio de la Misa?, ibid, 11-13.

[25]  Cf. M. Expósito, Conocer y celebrar la Eucaristía, p. 123.

[26]  Apología 1, 65.

[27]  Epist. ad Caecilium 13.

[28]  S. Cirilo de Jerusalén Catequesis 5,20.

[29]  D.C. Smolarski, “¿Cuál sería el criterio para elegir la plegaria eucarística?” ibid., 39-41.

[30]  D.C. Smolarski, “¿Elevar el pan y el vino durante la doxología de la plegaria?”, ibid. 41-44.

[31]  In Gal 1,3.

[32]  Contra Pelagium 3.

[33]  De oratione, cap. 18 ; cf. también San Justino, Apología 1, 65.

[34]  AAS 76 (1984) 746-747.

 

 

Escritura | Jesús judío | Lucas | Juan | Discípulos || Liturgia | Eucaristía | Contáctame