Liturgia de las Horas

 Juan Manuel Martín-Moreno González, sj.
 

 

1.- Su Naturaleza

Oración vocal
Oración eclesial
Consagración del tiempo
Oración sacerdotal
Liturgia de las horas y Eucaristía
¿Obligación o gracia?
Celebración comunitaria


2.- La oración de los salmos

Conexión con la oración cristiana
Orar con Cristo
Orar a Cristo
Desmenuzar los salmos


3.- Historia de su celebración



Bibliografía

 

 
1.- Naturaleza de la  Liturgia de las Horas
 

a) Oración vocal

La Liturgia de las Horas es ante todo una oración vocal. Para poder entenderla y apreciarla, necesitamos entender la naturaleza de dicha oración vocal que es distinta de la mental. En la oración vocal, nuestros labios se mueven pronunciando unas palabras, en la conciencia de que Dios las escucha. Esas palabras que estaban en el libro ahora resuenan en mis labios, como las notas ocultas en el pentagrama resuenan cuando las canto o las interpreto. No hace falta poner la atención en lo que dicen nuestros labios, basta que nuestra atención esté puesta en Dios, o de un modo general en el afecto que los textos expresan, sin necesidad de fijarse en las palabras mismas. Durante siglos la Iglesia ha permitido y fomentado el rezo en un latín que no era comprendido por las religiosas que rezaban el Oficio divino todos los días. Comprender lo que uno dice no es absolutamente necesario para que el espíritu se mantenga en oración.

Así por ejemplo, en el Rosario la atención mental puede estar puesta en los misterios que se contemplan y no tanto en las oraciones que se rezan. Mientras los labios sigan moviéndose continúo orando, aunque me distraiga y mi mente esté en otra cosa.

Recitar se dice en hebreo hagah, que es el arrullo de la tórtola. Es como un bajo que mantiene la melodía que se está ejecutando. Los labios se mueven, musitan, y ayudan al espíritu a mantenerse en contemplación. El movimiento de los labios no está reñido con la profundidad de la contemplación, sino que viene en su ayuda.

 

b) Oración eclesial

Ya decía la Sacrosanctum Concilium que “El oficio divino es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su cuerpo, al Padre” (SC 84). La importancia que la Iglesia da a la Liturgia de las Horas pone de manifiesto su propia naturaleza. “El ejemplo y el mandato de Cristo y de los apóstoles de orar siempre e insistentemente, no han de entenderse como simple norma legal, ya que pertenece a la esencia íntima de la Iglesia, la cual, al ser una comunidad, debe manifestar su propia naturaleza comunitaria, incluso cuando ora” (OGLH 9).

El oficio divino es oración de la comunidad que me invita a ser portavoz de los que no tienen voz. “La Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él (SC 26). Desde la salida del sol hasta el ocaso la Iglesia permanece en la oración, a todas horas, a través de sus hijos que oran. Más de 700.000 personas rezan el Oficio divino cada día. 5.000 personas están rezando el breviario cada vez que lo abro. Debemos unirnos con ellos al recitar los textos. Según los husos horarios, nos podemos hacer conscientes de en qué parte del mundo se está recitando esta Hora concreta, a lo largo de nuestro meridiano, desde el polo norte al polo sur. Podemos visualizar monasterios, pequeñas comunidades, sacerdotes diocesanos, laicos, los miembros de nuestra comunidad o congregación religiosa, amigos cercanos y lejanos. Últimamente se trata de orar “a favor de todo el mundo” (PO 5).

Pero también podemos entrar en comunión con toda la Iglesia: Sentire cum Ecclesia. Dice la Ordenación general de la Liturgia de las Horas: “Quien recita los salmos en la Liturgia de las Horas no lo hace tanto en nombre propio como en nombre de todo el cuerpo de Cristo. Teniendo esto presente se desvanecen las dificultades que surgen cuando alguien, al recitar el salmo, advierte tal vez que los sentimientos de su corazón difieren de los expresados en aquél, por ejemplo, si el que está triste y afligido se encuentra con un salmo de júbilo, o, por el contrario, si sintiéndose alegre se encuentra con un salmo de lamentación. Esto se evita fácilmente cuando se trata simplemente de la oración privada en la que se da la posibilidad de elegir el salmo más adaptado al propio estado de ánimo”. Pero en el Oficio Divino se recorre toda la cadena de los Salmos (menos los Salmos 58, 83 y 109) no a título privado, sino en nombre de la Iglesia, incluso cuando uno ha de recitar las Horas individualmente.

“Quien recita los salmos en nombre de la Iglesia siempre puede encontrar un motivo de alegría o de tristeza, porque también aquí tiene su aplicación aquel dicho del Apóstol: ‘Con los que ríen estad alegres; con los que lloran, llorad’ (Rm 12,15), y así la fragilidad humana, indispuesta por el amor propio, se sana por la caridad, que hace que concuerden el corazón y la voz del que recita el salmo” (cf. OGLH 108).

El rezo de los salmos lo hacemos no sólo en comunión con la Iglesia militante, sino también con la Iglesia triunfante. Dice la Ordenación general: “Con la alabanza que a Dios se ofrece en las Horas, la Iglesia canta asociándose al himno de alabanza que resuena en las moradas celestiales, y siente ya el sabor de esa alabanza celestial que resuena de continuo ante el trono de Dios y del Cordero, como Juan la describe en el Apocalipsis. Porque la estrecha unión que se da entre nosotros y la Iglesia celestial se lleva a cabo cuando celebramos juntos, con fraterna alegría, la alabanza de la divina majestad, y todos los redimidos por la sangre de Cristo ensalzamos con un mismo canto de alabanza al Dios uno y trino” (OGLH 16; LG 50).

Aunque cantemos mal, aunque nuestra voz sea débil, la fe nos enseña a sumarnos a esa coral maravillosa, y dejar que nuestra voz se pierda, se funda con todas aquellas voces para cantar al que es Tres veces Santo. Por eso la reforma insiste mucho en el carácter comunitario de la LH como el de toda la Liturgia.

 

c) Consagración del tiempo

El deseo cristiano es orar siempre sin desfallecer (Lc 18,1), como Cristo que continuamente intercede por nosotros ante el Padre (Hb 7,25). Hay un deseo de santificar el tiempo, que consiste en “hacer posible la inserción de la salvación en la historia, la manifestación de la bondad divina en el tiempo” (J. López Martín), desde la salida del sol hasta el ocaso.

El pueblo judío oraba ya tres veces al día. El salmo 55, 17-18 dice: “Yo en cambio a Dios invoco y YHWH me salva. A la tarde, a la mañana, al mediodía, me quejo y gimo. Él oye mi clamor”. De Daniel se nos dice también que acostumbraba a orar tres veces al día (Dn 6,10). Posteriormente en la vida monástica se pasó a orar siete veces al día para acomodarse al verso del salmo: “Siete veces al día te alabo por tus justos juicios” (Sal 119, 164).

La Sacrosanctum Concilium mandó que se ordenase la LH según una naturaleza ‘horaria’: “El Oficio divino está estructurado de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche” (SC 84). “Siendo el fin del Oficio la santificación del día, restablézcase el curso tradicional de las Horas de modo que, dentro de lo posible, éstas correspondan de nuevo a su tiempo natural y a la vez se tengan en cuenta las circunstancias de la vida moderna en que se hallan especialmente aquellos que se dedican al trabajo apostólico” (SC 88). “Ayuda mucho, tanto para santificar realmente el día como para recitar con fruto espiritual las Horas, que en su recitación se observe el tiempo más aproximado al verdadero tiempo natural de cada Hora canónica” (SC 94).

 La Ordenación general de la Liturgia de las Horas implementó estos deseos e instrucciones conciliares: “El fin propio de la Liturgia de las Horas es la santificación del día y de todo el esfuerzo humano” (OGLH 11). Uno de los aspectos más importantes de la reforma del Vaticano II es devolver al Oficio divino la ‘veritas temporis’ en la alternancia de luz y tinieblas, laudes y vísperas. La Iglesia insiste en que cada una de las horas se deben rezar en el momento del día adecuado, y no todas seguidas por un puro cumplimiento, como se cuenta que hacía el cardenal Richelieu. La reforma litúrgica nos manda rezar “en el tiempo más aproximado al verdadero tiempo natural de cada Hora canónica” (OGLH 11).

Hay que reencontrar el ritmo de los tiempos de la naturaleza. Isaías maldice a los que han cambiado el día en noche y la noche en día (Is 5,20). El día y la noche tienen mucho que ver con el modo como vivimos nuestra vida, nuestros biorritmos, nuestros estados de ánimo. Los dos tiempos básicos de oración en la tradición cristiana son el amanecer y el anochecer, el pórtico del día y el pórtico de la noche, o, como ya decía Tertuliano, el ‘ingressus lucis’ y el ‘ingressus noctis’.[i]

Más que ser esclavos del tiempo cronológico debemos tener también en cuenta el tiempo vital y el tiempo ministerial. Como dice J.M. Bernal, “Habría que dejar bien claro que no es la vida la que debe adaptarse a unos horarios litúrgicos fijos e inflexibles, impuestos por criterios arqueológicos y anticuados, sino que, al contrario, son los horarios los que, con criterio realista, deberán ajustarse a la dinámica vital que marca el ritmo de vida de nuestras comunidades y entre los sacerdotes”.[ii]

Es sobre todo importante santificar el comienzo y el fin del día con la oración. El Mio Cid reprocha a los infantes de Carrión que “yantan antes de facer oración”. Gandhi llamaba a la oración el cerrojo de la noche y la llave de la mañana.

Los laudes son la oración del amanecer, para consagrar a Dios la jornada que comienza. En el sol que resucita la Iglesia ve a Cristo victorioso sobre la muerte, y por eso los laudes están consagrados a la resurrección. Hay una sensación de novedad, de vida estrenada, de calles recién puestas... Los laudes son tiempo para sacudir el sueño del pecado, la pereza, la somnolencia. Los laudes son tiempo de alabanza fuerte, con cantos hímnicos resonantes, manos levantadas. Nos invitan a entrar en comunión con la naturaleza que se despereza, con los pájaros que cantan, con los ruidos del primer trabajo de los hombres, de las máquinas que se encienden...

Las vísperas son la oración del atardecer. Es la hora del cansancio, pero también de cobrar el jornal, de ver en nuestras manos el fruto del trabajo. Hora para la gratitud por el bien realizado. Es el momento en que se encienden las lámparas, el lucernario, ante la puesta de sol.  Antes de la invención de la electricidad era un momento muy importante y significativo. Ante el espanto nocturno y los miedos de la noche, es un momento de abandonarse confiadamente en Dios, luz que no conoce ocaso. Hay en esta hora un recuerdo especial del misterio pascual, el sacrificio vespertino, la ofrenda de Jesús en la cena y en la cruz. Hay una alusión a la caída de la tarde en Emaús, y el momento del reconocimiento de Dios que ha caminado con nosotros durante el día y que al atardecer se nos deja ver.

Las completas son la oración para el momento de irse a la cama. Contienen un breve examen de conciencia, y un acto de confianza en Dios que exorciza todos los malos pensamientos para que no ani­den en nosotros durante el sueño.

También consagra las estaciones del año y los tiempos fuertes de la liturgia, haciéndolos pre­sentes a lo largo de todo el día en sus actitudes más profundas. Van desfilando por la Liturgia las etapas de la historia de salvación: AT, NT, textos de los santos, himnos y plegarias.

 

d) Oración sacerdotal

Antes de la reforma conciliar la LH estaba muy clericalizada. Era oración de clérigos y monjes, y se consideraba un privilegio el poder rezarla. Rezar en nombre de la Iglesia era una ‘dignidad’ que incumbía a los presbíteros.

Actualmente se ha redescubierto el carácter eclesial de la  Liturgia de las Horas y su pertenencia a “todo el cuerpo de la Iglesia”. Rezar la LH ya no es un privilegio clerical o monjil. La Ordenación general explicita que es en virtud del bautismo y de la confirmación como todos los creyentes “son consagrados como templo espiritual y sacerdocio santo, y son habilitados para el culto del Nuevo Testamento que brota, no de nuestras energías, sino de los méritos y donación de Jesucristo” (OGLH 7).

Pero al presbítero y al diácono les pertenece una tarea especial dentro del cuerpo de la Iglesia: convocar a la comunidad, presidir su plegaria y ser maestro de oración de los fieles. Este rol en la plegaria de la Iglesia no deriva de su bautismo, sino de su ordenación sacerdotal, y es específica del ministro ordenado (OGLH 23).

Una de las tareas más importantes de la vocación sacerdotal es interceder por el pueblo. En realidad todos los fieles deben interceder por los demás en virtud de su sacerdocio bautismal. Pero al sacerdote le incumbe esta obligación con una especial urgencia. Parte esencial de su ministerio es asegurar la permanencia de la Iglesia en oración.

Dice la Ordenación general de la LH: “A los ministros sagrados se les confía de tal modo la Liturgia de las Horas que cada uno de ellos habrá de celebrarla, incluso cuando no participe el pueblo… pues  la Iglesia los delega para la Liturgia de las Horas de modo que ellos aseguren de modo constante el desempeño de lo que es función de toda la comunidad y mantengan ininterrumpida en la Iglesia la oración de Cristo” (OGLH 28). Algo parecido se dice también de los monjes  y monjas de los monasterios (Ibid. 24).

Al orar por la comunidad, se convierte uno en portavoz de los que no tienen voz. Para eso tiene uno que saber quién es su pueblo, la comunidad confiada por Dios a su ministerio sacerdotal, la que el ministro lleva siempre consigo, y por la que intercede a diario en la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas. Puede ayudar mucho tener una lista de estas personas, irla actualizando y llevarla consigo.

Al leer los salmos a veces uno encuentra que reflejan situaciones que le recuerdan a alguna persona de la lista. O es posible referirse a la lista en general, sin citar nombres, recordándolos a todos de un modo global.

Además la LH debe ser el alimento de donde el ministro de la Iglesia deriva un mejor conocimiento contemplativo de la Palabra, una mayor familiaridad con la oración y una presencia de Dios más continua. Dice también la Ordenación general de las Horas que “deberán nutrir la acción pastoral y misional con la abundancia de la contemplación, para gozo de toda la Iglesia de Dios… cumplirán así el deber que a ellos les atañe con particular razón de acoger en sus propios corazones la palabra de Dios” (OGLH 28).

 

e) Liturgia de las horas y Eucaristía

Los salmos nacieron en el contexto del culto del templo. Toda oración judía tenía una referencia al templo, pues se oraba mirando a Jerusalén. Hasta Jonás en el vientre de la ballena dirige su oración hacia el templo (Jo 2,5.8). La oración estaba íntimamente unida con el sacrificio perpetuo que se ofrecía en el templo a la mañana y a la tarde. Un pensamiento rabínico nos dice que “el canto confirma el sacrificio y es una parte de él, que no se puede omitir, pues sacrificio sin canto no es agradable a Dios”. Cuando desaparecieron los sacrificios del Templo continuaron las oraciones. La plegaria es la manera de unirse a la acción sacrificial.

El oficio de las Horas, como toda la liturgia cristiana, celebra el misterio pascual (SC 6), como síntesis y culminación de todas las acciones salvíficas de Dios en la historia. En ese misterio hay que considerar su profecía, su cumplimiento en Cristo y su actualización en la Iglesia. “Es continuación y actualización en el tiempo del diálogo de Cristo con el Padre en la pasión y en la cruz”.[iii] Pero es también reflejo en el tiempo de la liturgia del cielo ante el altar del Cordero.

A la liturgia se le llama “sacrificio de alabanza” (Sal 115,13), en el que se entrega la propia voluntad, más que carneros o toros. “El alzar de las manos” se asocia a la ofrenda de la tarde (Sal 140,2). Esta entrega es un acto de la voluntad, una conducta agradable a Dios, pero también el fruto de los labios, que manifiesta la voluntad y la conducta. (Hb 13,15). Oseas 14,3 habla de tomar con nosotros palabras, más bien que víctimas propiciatorias.

“La función sacerdotal de Cristo se prolonga a través de la Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo, no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio Divino” (SC 83).

La LH prolonga el sacrificio eucarístico y sus disposiciones interiores. “La  Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día la alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrece en el misterio eucarístico “centro y culmen de toda la vida de la comunidad cristiana” (OGLH 12).

 “Las alabanza y las acciones de gracias que los presbíteros elevan en la celebración de la Eucaristía, las continúan por las diversas horas del día en el rezo del Oficio Divino, con que en nombre de la Iglesia, piden a Dios por todo el pueblo a ellos confiado, o por mejor decir, por todo el mundo” (PO 5).

La LH prepara la celebración de la Eucaristía, en cuanto que es una iniciación a la plegaria. “La celebración eucarística halla una magnífica preparación en la Liturgia de las Horas, ya que ésta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que son necesarias para celebrar la Eucaristía, como la fe, la esperanza, la caridad, la devoción y el espíritu de sacrificio” (OGLH 12). Por eso es bueno unir la LH con la eucaristía celebrándola juntamente con la Hora adecuada para el momento del día en que se celebra la Eucaristía, sobre todo Laudes o Vísperas (OGLH 93-99). Para ello se comienza con un rito inicial único, ya sea el de la Misa o el de la Hora que se va a rezar, y se sigue con la salmodia. Tras la salmodia, omitido el acto penitencial se dice el Gloria, cuando lo piden las rúbricas, y la oración colecta. Después de la comunión se canta con su antífona correspondiente el Benedictus o el Mag­nificat, según la Hora de que se trate.

 

f) ¿Obligación o gracia?

La plegaria de la Iglesia es ante toda ella un don que recibimos de nuestra Madre de la Iglesia, una ayuda a nuestra vocación de orar siempre, un hermoso camino de alabanza e intercesión, que nos mantiene en una atmósfera bíblica, eclesial, comunitaria.  La conciencia del don recibido y de la gran ayuda que supone para nosotros, una vez que hemos recibido la gracia, nos compromete a ser fieles a esa gracia recibida, y a no permitir que el árbol se seque y deje de dar flores y frutos.

La fidelidad requiere hábitos. La seriedad con la que la Iglesia inculca la obligación de la  Liturgia de las Horas proviene de la conciencia del grave peligro que existe de que, una vez que comenzamos a excusarnos de su cumplimiento por motivos cada vez más fútiles, acabamos por abandonarlo del todo. Es lo mismo que pasa con la Eucaristía dominical en los fieles.

Aunque los clérigos normalmente tendrán que rezarlo en privado, la estructura comunitaria de la LH no les permite olvidar que no se trata de una situación ideal ni emblemática, y que lo que hacen “no se encuadra en el marco de su piedad privada o de sus devociones particulares, es más bien un gesto eclesial, un encargo a ellos encomendado, que deben ejecutar en nombre de todo el pueblo de Dios”.[iv] Se puede recitar la Liturgia de las Horas en privado sólo cuando uno lleva la comunidad en su corazón y añora la celebración comunitaria, y participa en ella siempre que sea posible dentro del marco de sus obligaciones pastorales o familiares.

 

g) ¿Cómo mejorar nuestra celebración comunitaria de las Horas?

Podríamos simplemente aplicar todos los principios generales que hemos observado en la reforma litúrgica del Vaticano II. Los hemos visto aplicados a la celebración de los sacramentos y en su medida los podemos aplicar también a la LH.

El Vaticano II ha vuelto a dar la centralidad a la celebración comunitaria, que siempre debe ser preferida a la celebración privada. “Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada” (SC 27). “Se recomienda que los clérigos no obligados a coro, y principalmente los sacerdotes que viven en comunidad o se hallan reunidos, recen en común, al menos, una parte del Oficio divino” (SC 99).

En primer lugar no hay que olvidar que toda liturgia es una ‘actio’, aunque en este caso falten las acciones simbólicas sacramentales. Por tanto es importante cuidar los gestos, movimientos, desplazamientos, cambios de postura, y no apalancarse en una postura única. La LH no es una oración contemplativa, que exige una quietud y silencio por parte de quien se relaja para concentrarse. El lector debe desplazarse para ir al ambón, y no leer desde su sitio. Quien preside debe ocupar un lugar visible.

Como toda liturgia comunitaria, debemos fomentar la multiplicidad de ministerios. En primer lugar un ministerio de presidencia que no sea acaparador, y se limite a su función específica. Un ministerio de lector, de animador de los cantos, de salmista, de responsable de las preces. Antiguamente había distintos libros que subrayaban la multiplicidad de ministerios, porque estaban organizados no en función de la celebración, sino en función de los diversos ministerios: sacramentarios, leccionarios, antifonarios. Desde que se hizo el ‘breviario’, se han introducido en la liturgia comunitaria prácticas derivadas de la recitación individual.

Cada elemento de la celebración debe ser realizado conforme a su caracterización propia. Las lecturas se proclaman de pie desde el ambón, mientras la gente escucha sentada. Los himnos, no son oraciones ni lecturas, sino cantos y por tanto deben ser cantados por toda la asamblea puesta en pie.  En los salmos hay que cuidar la distinción entre los recitados y las antífonas. Hay melodías muy diversas que subrayan los sentimientos que expresa el salmo. Hay muchas maneras de alternar el recitado de un salmo, salmista-asamblea, dos coros, recitación responsorial. El rito inicial, la oración colecta, la introducción a las preces y el rito de despedida deben ser hechas por el presidente, que debe presidir desde el principio, y no aparecer como una fantasma en el momento final para realizar un conjuro.

Es importante cuidar el ritmo de la celebración para no estancarse en ninguno de sus momentos, ni precipitarse en otros. Según las características de la asamblea y el tiempo de que se dispone, se podrá dar lugar a una recitación más pausada que incluya silencios más largos, o posibles ecos por parte de la asamblea. Pero no hay que olvidar nunca que la LH es una oración vocal y no una meditación. Básicamente se trata de la recitación de unos textos ya fijados, y no de una oración espontánea. Por eso hay que saber combinar el respeto básico a la ordenación litúrgica con un buen juicio a la hora de ejercer la creatividad y la adaptación a las circunstancias diversas del rezo comunitario y a los ritmos de la vida de la comunidad. El ritmo de la  Liturgia de las Horas del domingo puede ser un ritmo más festivo, más lento y holgado que el de los días de diario.

La propia liturgia lo comprende así cuando ha puesto para los domingos y las fiestas una serie de textos fijos que se repiten siempre en las fiestas. Es el caso de los salmos de los Laudes del domingo de la primera semana que se repiten en todas las fiestas. Se pretende que la comunidad pueda memorizar una musicalización de estos textos, y pueda así cantarlos, sin tener que memorizar las músicas de todos los salmos.

 
2.- La oración de los salmos
 

a) Los salmos y su conexión con la oración cristiana

Dios se ha revelado a sí mismo en la Biblia. Encontramos en ella un modelo que describe su modo peculiar de obrar con los seres humanos. Entre la multiplicidad de eventos, reyes y batallas, profetas y destrucciones, es posible detectar en la Biblia una trama, unos rasgos comunes, un hilo conductor que nos guía a través de los diferentes episodios, dándoles unidad y significado.

Un buen artista, un pintor, tiene un estilo definido que podemos detectar en todas sus obras. Una vez que hemos reconocido estos rasgos permanentes de su estilo, podemos atribuirle otros cuadros con sólo mirarlos. Lo mismo ocurre con Dios. Tiene un modo muy personal de tratar con los hombres en la Biblia. Una vez que hemos reconocido su estilo, podemos ir siguiendo su acción día a día en nuestras vidas, y descubrir su paso por nuestra vida.

De ese modo la Biblia se convierte en clave para leer y entender nuestra vida, y simultáneamente nuestra vida se convierte en la clave para leer y entender la Biblia. Ambas realidades se iluminan mutuamente.

Si la Biblia es una historia de amor entre Dios y su pueblo, puedo leerla también como una historia de amor entre Dios y yo, con todas sus vicisitudes, la historia de mi vocación, de su fidelidad y de mis muchas traiciones.

Es muy importante aprender a expresar nuestra vida espiritual en términos bíblicos. No es lo mismo hablar de uno mismo en términos psicoanalíticos, o hablar de esas mismas experiencias en términos bíblicos. Sólo entonces leeré la Biblia apasionadamente, sabiendo que están hablando de mí. La gente que no ha aprendido a hablar de sí en términos bíblicos, toman la Biblia en sus manos como un libro extraño del pasado, que habla de cosas que son irrelevantes en la vida de hoy.

“La predicación de la Iglesia y de suyo toda la religión cristiana debería alimentarse y regirse por la Sagrada Escritura. En los sagrados libros el Padre del cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos y habla con ellos. Y es tal la fuerza y el poder de la Palabra de Dios que sirve de apoyo y vigor de la Iglesia, y a sus hijos de fuerza para su fe, alimento para el alma y fuente pura y perenne de vida espiritual” (DV 21).

El Sagrado Sínodo exhorta vehementemente a todos los fieles cristianos, especialmente a los que viven en la vida religiosa a aprender el conocimiento de Cristo en la lectura frecuente de las Sagradas Escrituras. (DV 25).

Los salmos son composiciones poéticas: más propias para ser cantadas. Por eso los salmos sólo despliegan toda su virtualidad oracional cuando son cantados, y mejor aún cuando son cantados con el acompañamiento de los instrumentos. La música era uno de los elementos más importantes de aquella alabanza. Hemos visto ya hasta qué punto los salmos fueron compuestos para ser cantados y acompañados por instrumentos. Nada menos que 19 instrumentos son mencionados en la Biblia. Entre los instrumentos de cuerda tenemos el arpa (Éøåðë), la lira de doce cuerdas (ìáð), la lira de diez cuerdas (øåùò ìáð), el laúd (íéðéî). Entre los instrumentos de viento, la doble flauta (ìéìç), el cuerno (øôåù), la trompeta (úøöåöç), y el áâåò (¿flauta?). Había también una gran cantidad de instrumentos de percusión, como los címbalos (íééúìöî), castañuelas (éòðòî), panderetas (íéôåú).

 

b) Orar con Cristo

La Ordenación general establece el carácter cristocéntrico de las Horas. “La oración que se dirige a Dios ha de establecer conexión con Cristo, Señor de todos los hombres y único Mediador, por quien tenemos acceso a Dios” (OGLH 6). “Cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo, y cuando es el Cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su cabeza, y el mismo Salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, y es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues en él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros” (OGLH 7).

Reconocer en él nuestras voces y su voz en las nuestras es orar en Cristo. Él es el cantor de los salmos. Cuando los rezamos deberíamos atinar con el tono correcto con el que él los reza. El fue cantor de los salmos en su existencia histórica, y sigue siendo cantor de los salmos en su sacerdocio actual. Sigue alabando al Padre con los miles de bocas de los que le pertenecen.

Si una intuición muy fecunda en el rezo de los salmos, sobre todo en comunidad, es sentirse en comunión con todos los que están orando ese salmo, o con todos los que están viviendo lo que ese salmo trata de expresar, primera y principalmente nos debemos sentir en comunión con Cristo. Es lo que Raguer llama cristificar los salmos desde arriba o desde abajo: “Cristo está presente en la asamblea congregada, en la palabra de Dios que se proclama y ‘cuando la Iglesia suplica y canta salmos’” (SC 7).

“No es sólo de la Iglesia esta voz, sino también de Cristo, ya que las súplicas se profieren en nombre de Cristo, es decir ‘por nuestro Señor Jesucristo’. Así la Iglesia continúa las plegarias y súplicas que Cristo presentó al Padre durante su vida mortal (Hb 5,7) y que por lo mismo poseen singular eficacia. Tomando los salmos en las manos, y sabiendo que Cristo los utilizó para su oración en la tierra, podemos realizar el deseo de tener en nosotros los mismos sentimientos de Cristo (Flp 2,5). Con nuestras bocas que son miembros de su cuerpo, le damos la oportunidad a Cristo para seguir diciendo los salmos al Padre, y seguir siendo “vox Christi ad Patrem.”

Entre los evangelistas, Lucas es el que se fija más en la oración de Jesús y en la oración en general. Trae nueve oraciones de Jesús. Todas las oraciones de Jesús en Lucas comienzan con la palabra “Padre”. Su oración no sólo nos revela la relación única que existe entre Cristo y su Padre, sino su capacidad de extender a nosotros esta relación. Expresa en su plegaria un sentimiento de confianza y abandono absoluto en su Padre. Su oración es como su respiración, una fuente de gozo.

Los salmos fueron el libro de oraciones de Jesús. En ellos aprendió a expresar su oración en lenguaje humano. Cuando Jesús oraba los salmos, proyectaba sobre ellos una luz nueva que los hacía brillar con un nuevo resplandor. San Agustín llama a Jesús “iste cantator psalmorum”. La palabra “iste” contiene un sentido de admiración. Podemos traducir esta expresión como “este admirable cantor de los salmos”.

Lucas presenta la plegaria de María en el Magnificat como un potpurrí de textos bíblicos. De ahí podemos deducir que la plegaria de Jesús estaría también muy influenciada por las oraciones del AT.

Cuando subió a Jerusalén a la edad de 12 años como peregrino de la Pascua, cantaría gozosamente junto con su pueblo los “Cantos de las Subidas”, y especialmente el salmo 122. Jesús guardaba fielmente todas las fiestas judías que marcan el año litúrgico. Cada año al final de la Cena pascual recitaría el gran Hallel (Sal 136) y el pequeño Hallel que incluye salmos como el 114 que recuerda la salida de Egipto, la travesía del Mar Rojo y del Jordán.

El día de Año Nuevo Jesús habrá sin duda tocado el cuerno o shofar, y cantado los 3 salmos (105, 19 y 34) que exaltan la majestad divina en la creación. Durante los días santos entre el Año Nuevo y el Yom Kippur cantaría los salmos escogidos para cada día: 24, 48, 82 ,94, 81, 93, 92...

Durante sus visitas semanales a la sinagoga se aplicó a sí mismo los salmos que cantaba la liturgia, de la misma forma que más tarde se aplicó la profecía de Isaías que acababan de leer (Lc 4,16. 21).

Jesús encontró en los salmos una fuente de inspiración para expresar sus vivencias profundas, o para aclarar los sucesos de su ministerio. Podemos imaginar cómo leería todas las frases sálmicas sobre los pobres, los “anawim” que profesan en los salmos su confianza ilimitada en Dios. “Yo soy un ‘anaw’, manso y humilde de corazón (Mt 11,29). “Que los humildes lo escuchen y se alegren” (Sal 34,3). “Los humildes poseerán la tierra y gozarán de una gran paz” (Sal 37, 11).

Sabiendo que Jesús hizo de los salmos su oración favorita y que los recitaba a menudo, un método provechoso de rezar los salmos sería leerlos tratando de imaginar el eco que tuvieron en la oración de Jesús. “Tú no quisiste sacrificio ni ofrenda, y en cambio me abriste el oído. No exigiste sacrificio ni víctima y entonces dije: “Yo vengo” (Sal 40,7-8).

Durante las tres largas horas de Getsemaní en que Jesús repitió la oración “¡Hágase tu voluntad!”, es difícil pensar que Jesús no se haya apropiado de las palabras de este salmo para expresar su oración.

El hecho de que Jesús se presenta a sí mismo como el esposo cuya presencia es causa de alegría (Mc 2,19),y la parábola del rey que da un banquete de bodas para su hijo, ¿no nos revela que leyó el canto de las bodas reales (Sal 45) y se lo aplicó a sí mismo? El salmo 72 que describe al rey que viene a gobernar a los pobres con justicia y se apiada del humilde e indigente, ¿no habrá sido su fuente de inspiración cuando proclamó el Reino como un cambio radical en el destino de los pobres?

Probablemente todos los judíos cultos del siglo I vieron referencias mesiánicas en esos mismos salmos donde el Señor también las descubrió. Todas las Escrituras tienen un sentido espiritual o sentido pleno. Este enfoque era general en aquella época. Incluso un gentil como el etíope de la reina de Candaces sabía que los libros sagrados de Israel no podían ser leídos sin un guía formado en la tradición judía que podía descubrir los sentidos ocultos. De hecho la aplicación de las referencias bíblicas al Mesías en los textos rabínicos es aún más imaginativa que la que encontramos en los Evangelios.

La presencia de Judas sentado a la mesa trajo sin duda a la memoria de Jesús el salmo 41: “Incluso mi amigo y confidente que comía mi pan, levanta contra mí su calcañar” (Sal 41,10). A la hora de la muerte los evangelistas ponen en sus labios dos citas distintas de los salmos. Según Marcos y Mateo el salmo 22,2: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” Según Lucas, el salmo 31,6: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.

Este procedimiento se llama cristificar los salmos, poner a Jesucristo como “yo” del salmo, como salmista. Es muy útil en el conjunto de Salmos de los pobres de YHWH, que proceden “de aquel ambiente privilegiado de los pobres llamados anawim. Piadosos y místicos, cliente de Dios, cuyo comportamiento espiritual preparaba de antemano el del Señor. El anaw está en la presencia de Dios, tiembla ante su palabra, obedece a sus órdenes, acoge sus dones... Son estos salmos los que dieron a Cristo sus expresiones y su vocabulario”. (A. Gelin).

 

c) Orar a Cristo

Otro modo de cristificar los salmos es hacerlo “desde arriba”, poniendo a Cristo en el “tú” del salmo, dirigiendo a Jesús de Nazaret las plegarias que eran dirigidas a YHWH en el Salterio. Esto sólo es lícito desde una profunda fe en la divinidad de Cristo, que ha heredado el título de Kyrios.

Plinio en su carta a Trajano alude al hecho de que los Cristianos acostumbraban a dirigir himnos a Cristo como Dios: "carmina Christo tamquam Deo". Jesús mismo nos ha abierto este camino cuando aceptó la alabanza de homenaje que le dirigieron los niños con gran escándalo de los fariseos. Ha justificado estas alabanzas citando el salmo 8 sobre la alabanza que Dios recibe de labios de los niños (Sal 8,3).

La carta a los Hebreos para acentuar la superioridad de Jesús sobre los ángeles, le aplica las palabras de los salmos dirigidas a Dios: ¿A cuál de los ángeles se le ha dicho: 'Eres tú, Señor, quien en los orígenes fundaste la tierra y los cielos son obra de tus manos; ellos perecerán, pero tú permaneces, todos ellos envejecerán como un vestido...?´" (Hb 1,10; Sal 102,26-28).

Las palabras del salmo 68,19 que hablan del Dios que se eleva sobre las alturas, captura prisioneros y hace dones a los hombres, se aplican a Jesús en la carta a los Efesios (4,7-10). Cuando el salmo 34,9 nos invita a gustar qué bueno es el Señor, la primera de Pedro nos dice que gustemos la bondad del Señor que es la piedra viva rechazada por los hombres y escogida por Dios (1 P 2,3-4).

En el momento de su muerte Esteban el diácono dirige a Jesús las mismas palabras que Jesús había dirigido a su Padre celestial confiándole su espíritu (Hch 7,59). Así Jesús puede ser a la vez el que canta con nosotros al Padre utilizando las palabras de los salmos, o aquél a quienes esas palabras se dirigen, Rey de reyes y Señor de señores.

 

d) Desmenuzar los salmos

Desmenuzar los salmos consiste en rezarlos deteniéndose en versículos concretos. Hay dos modos de rezar los salmos, lo mismo que hay dos modos de andar. Se puede andar de un modo funcional, para llegar a una meta, buscando el camino más corto y directo, sin detenerse. Otro modo de andar es pasearse. No hay meta exterior. El camino es la meta en sí misma. Podemos aflojar el paso, mirar el paisaje, y hasta sentarnos un rato.

En el rezo comunitario la acción litúrgica tiene su ritmo que no podemos interrumpir demasiado, pero en la oración personal podemos detenernos todo lo que queramos. En esa lectura pausada, podemos gozar un verso concreto. A veces la liturgia ha escogido un determinado salmo para una fiesta sólo por un determinado versículo que guarda relación con ella, y que se escoge como antífona al principio y al final.

Se trata de rumiar los salmos, de hacer de ellos cantera de jaculatorias. Decía san Ignacio que “no el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar las cosas internamente”.

Al terminar de rezar o de meditar un salmo, pregúntate qué versículo te ha llamado más la atención, o qué sentido nuevo le has visto. Apréndelo, repítelo. Cuando vuelvas a rezar ese salmo más adelante te encontrarás en él con antiguos conocidos, y poco a poco puedes ir teniendo un buen repertorio de versículos. Si además los aprendes con música, o los musicalizas tú mismo, el efecto se multiplicará, porque, como ya hemos dicho, los salmos se compusieron para ser cantados y es sólo con música cuando despiden todo su aroma. En Taizé se utilizan versos de salmos musicalizados y repetidos a veces durante horas para crear un clima de oración muy profundo y contagioso.

Esta repetición podría parecer tediosa o monótona. Pero sorprendentemente, a medida que las palabras y la música van calando, se relaja el cuerpo y el alma y alcanzamos los umbrales de la contemplación. Esta forma de cantar recuerda el oleaje del mar. Contemplar cómo las olas van y vienen no es algo aburrido. Uno se deja mecer por ese vaivén y se abandona serenamente a la contemplación.

La rumia de los salmos era ya corriente entre los israelitas. Precisamente el salmo 1 dice: “Dichoso el hombre que se complace en la instrucción de YHWH y su instrucción susurra día y noche; es como un árbol plantado junto a la corriente de las aguas, que da a su tiempo su fruto (Sal 1,2). El verbo empleado es äâä (hagáh, susurrar, mascullar). Se aplica al arrullo de la tórtola (Is 59,11), al gruñido del león (Is 31,4), al gemir del hombre (Jr 48,31). La meditación es siempre vocal, va acompañada de un movimiento de labios, como en el rezo del rosario.

En la catequesis sobre los salmos, un ejercicio muy práctico puede ser buscar versículos aplicables a distintas finalidades o aplicaciones. ¿Con qué verso felicitarías la Navidad, o a un amigo que se casa? ¿Con cuál darías el pésame a un amigo por una pérdida familiar? ¿Qué versículo pondrías a la puerta de tu casa, en un sagrario, en la sala de estar? ¿Qué versículos podrías utilizar para bendecir la mesa o dar gracias por la comida?

También en la oración comunitaria hay grupos que al terminar el rezo del salmo dan lugar para un tiempo de silencio tras el cual cada uno puede repetir el verso o palabras que más le han impresionado, o incluso glosar con palabras espontáneas el sentido de ese verso en la realidad de su vida. Hay que hacerlo con una cierta sobriedad, porque si no, se puede convertir la oración litúrgica en una meditación comunitaria. Esta meditación comunitaria es muy fructuosa, pero tiene otro lugar en la espiritualidad de la comunidad que no es el de la liturgia.

 
3.- Historia de la  Liturgia de las Horas
 

a) Comienzos (s- I al III)

Tenemos muy pocos datos sobre el Oficio divino en los primeros siglos del cristianismo. La Didajé se refiere ya a la recitación del Padrenuestro tres veces al día.[v] La carta de Plinio a Trajano nos habla de los himnos a Cristo en una reunión matinal. San Clemente de Roma menciona que había unos tiempos y horas establecidos para hacer lo que manda el Señor: oblaciones y oficios sagrados.[vi]

El testimonio más explícito es el de Clemente de Alejandría en la segunda mitad del siglo II: “Al salir el sol se tienen las preces matinales. Algunos también dedican a la plegaria unas horas fijas y determinadas, como tercia, secta y nona, de forma que el gnóstico (iniciado) puede orar toda su vida en coloquio con Dios por medio de la plegaria. Ellos saben que esta triple división de las horas, que siempre son santificadas con la oración, recuerda a la santa Trinidad.[vii]

Tertuliano nos habla de cómo estas tres horas de tercia, sexta y nona, se relacionaban con pasajes bíblicos, la tercia con Pentecostés, la sexta con la oración de Pedro en la azotea de Joppe, la nona con la curación del paralítico de la Puerta hermosa. Tertuliano deja claro que no había una obligación estricta de orar a estas horas, pero “es bueno pensar que en la recomendación a orar se presupone una cierta urgencia y que, como si fuera una ley, nos apartemos de los negocios y nos dediquemos de cuando en cuando a orar”. Aparte de estas horas facultativas nos habla de otras ‘legítimas’ (según la ley), que “por encima de cualquier recomendación debemos observar al salir el sol y al caer la tarde”.[viii]

Hipólito de Roma en su Tradición apostólica es el autor del testimonio principal de la práctica litúrgica romana en la primera mitad del siglo III. En el número 25 habla de los lucernarios o bendición de lámparas; en el número 35 habla de la oración al levantarse y de la reunión matutina; en el número 41 se refiere a la reunión de oración matinal, a las tres oraciones privadas (tercia, sexta y nona) y a la oración al acostarse y durante la noche: seis horas de oración, mañana, tercia, sexta, nona, tarde y vigilia nocturna. Hipólito fundamenta las distintas horas en la pasión de Cristo, asociándose a la oración que Cristo tuvo en aquellas horas.

Otro texto muy importante para ver cómo se vivía la oración de la Iglesia en el siglo III es el de san Cipriano, que, como los otros autores distingue entre unas horas obligatorias, que son la del amanecer y la de la puesta del sol, que son horas legítimas según la ley, y otras horas devocionales que son la tercia, sexta y nona, que agrupa cada una terna de horas en la que es “enumerada la Trinidad perfectamente”. Aparte se refiere a la hora matutina y a la vespertina:

Por la mañana se debe orar, para celebrar con la plegaria la resurrección del Señor. Pues ya el Espíritu Santo, en otro tiempo, decía: “Rey mío y Dios mío, a ti te suplico, Señor, por la mañana escucharás mi voz, por la mañana me auxiliarás y te contemplaré (Sal 5,4-5).

Al ponerse el sol y terminar el día, de nuevo es necesario orar. Puesto que Cristo es el sol indeclinable y el día verdadero, al faltarnos la luz y el día naturales, oramos y pedimos que  de nuevo la luz venga sobre nosotros.[ix]

Por tanto vemos como ya en el siglo III hay una plegaria establecida en las comunidades y asignada a diferentes horas del día. El número tres de las horas diurnas es un homenaje a la Trinidad. Las horas de la mañana y de la tarde son las que tienen una mayor significación pascual, y así como la oración judía se estableció en paralelismo con los sacrificios que se celebraban en el templo, así también la oración de las Horas se relaciona con la oración de Jesús en su misterio pascual.

 

b) La oración catedralicia y monástica (s. IV al VI)

Durante los siglos IV al VI la oración de las Horas se va a institucionalizar aún más en dos espacios diferentes. Uno es el de las iglesias catedrales, junto al obispo, y otro es el de los monasterios. En principio ambos desarrollos van a ser paralelos e independientes, aunque posteriormente habrá un mutuo influjo de uno sobre el otro.

En las iglesias catedralicias o parroquiales, el oficio se centra en los laudes y las vísperas presididas por el obispo con asistencia del clero local y con gran asistencia de pueblo, sobre todo en el oficio de la mañana. Son las únicas horas que se celebran a diario en una época en la que todavía la Eucaristía no se celebra diariamente. El oficio del anochecer se configura como lucernario. Además existen vigilias u oraciones nocturnas, especialmente antes de las grandes fiestas de Navidad o de Pentecostés.

En los monasterios el oficio va a tener más  horas, y una extensión mayor. Además en los monasterios se reza todos los días. Surgen la hora prima y las completas, que eran desconocidas anteriormente. Los monjes desean encarnar el deseo de Cristo de orar ininterrumpidamente y van a considerar obligatorias todas las oraciones, incluso aquellas que sólo estaban recomendadas en el siglo III. Es curioso que cada monasterio parece tener su propia ordenación del número y orden de los salmos en las distintas horas.

 

c) El oficio completo, cotidiano y solemne (s. VI al IX)

De los siglos VI al IX el oficio sigue celebrándose en catedrales y monasterios a diario y con solemnidad. Todavía no hay la más mínima sombra de una recitación privada. Cada país y cada familia monástica conocen diversas configuraciones de la oración pública de la Iglesia. Los que acabarán teniendo un mayor influjo son los de la Iglesia romana y los de la familia benedictina. Se multiplican los elementos no bíblicos del oficio: antífonas, himnos, responsorios, colectas. Se introduce el modo responsorial de cantar los salmos. Se multiplican los libros litúrgicos necesarios para el oficio. Llegó un momento en que estaban en uso siete libros distintos, cada uno de los cuales contenía sólo una parte del rito, leccionarios, antifonarios...

 

d) Aparición del oficio privado (s. X al XV)

La legislación carolingia impone la celebración diaria y solemne del oficio a todas las iglesias, lo cual suponía una gran carga para el clero con cura de almas. En aquella época todavía los canónigos vivían en común, y el rezo comunitario del clero tenía un sentido.

Por una parte se intenta aligerar el oficio reduciendo el número de salmos y lecturas. Por otra parte se intenta codificar la parte principal del oficio en un “breviario” único, que supliese la multiplicidad de libros diversos entonces en uso.

Inocencio III codifica por primera vez el oficio que venía celebrándose en la curia de san Juan de Letrán con ocasión del concilio de Letrán de 1215. Este mismo oficio fue asumido por los franciscanos que le dieron una gran difusión por toda Europa.

Progresivamente se va pasando de la recitación coral a la recitación privada. Los clérigos deben tener un breviario para viajar en caso de viaje; el clero parroquial comienza a dispersarse; los franciscanos van cada vez prefiriendo más el rezo privado. Todo el mundo comienza a sentirse dispensado del “coro”. El pueblo deja de asistir al oficio divino que se convierte en algo clerical o monacal. Simultáneamente aparece la distinción entre Misa solemne y privada. La liturgia se va privatizando para la devoción personal del clero. Los cantos, ministros y solemnización de los ritos pasan a considerarse elementos accidentales. El pueblo ya no entiende el latín y asiste mudo y sordo a las ceremonias.

 

e) Conatos de reforma (s. XVI-XX)

Unos conatos de reforma van en la línea de los breviarios para el rezo privado del clero. Se abandona ya del todo la idea de que el rezo del Oficio pueda adaptarse al pueblo. En el siglo XVI hay dos intentos de reforma del Breviario, uno el de Quiñónez que distribuía el salterio en una semana, con tres salmos para cada hora, y una profusión de lecturas bíblicas y de los Padres. Tuvo una corta vida de 1535 a 1558.

Otro intento fue el de los Teatinos, que inicialmente fue pensado para esta orden, y que el Papa Pablo IV quiso imponer a toda la Iglesia. La temprana muerte del Papa lo impidió. Al final triunfó la reforma de san Pío V de 1568, que es básicamente el libro que se ha venido usando en la Iglesia católica hasta la reforma del Vaticano II,

San Pío X inició la reforma a principios del siglo XX, pero no pasó de pequeños retoques. Muy importante fue la decisión de Pío XII de utilizar una traducción distinta del Salterio distinta del Salterio galicano que había estado en uso hasta entonces.

 

f) La reforma litúrgica del Vaticano II

El concilio Vaticano dedicó el capítulo IV de la Constitución sobre Sagrada Liturgia al oficio divino, para actualizarlo. Pablo VI en la constitución Laudis Canticum (1970) concretó los principios fundamentales de la reforma, que ha quedado materializada en la “Ordenación general de la Liturgia de las Horas” y la edición típica del Oficio divino según el rito romano, cuyo primer volumen sale en abril de 1971. La edición provisional española es de 1972.  Hasta 1979 no habrá una edición oficial..

Algunos de los principios que rigen la reforma:

1) Oración más desclericalizada. Se rompe la división entre oración litúrgica y no litúrgica. Todos son llamados a participar en una misma oración oficial y solemne, en lengua popular, más breve, adaptada a las circunstancias de lugares y tiempos.

2) Oración más comunitaria: exhortación al rezo comunitario como más adecuado. Se introducen diversos ministerios.

3) Oración más creativa: evita el riesgo de ritualización. Hay esquemas de oración oficiales pero al mismo tiempo se fomenta la creatividad y la personalización.

4) Oración más cristológica: entran con mayor abundancia que antes los textos del NT. Aparte de los cánticos del Benedictus, Magnificat y Nunc Dimittis, que ya existían, se añaden los cánticos del Nuevo Testamento en las Vísperas.

5) Oración para santificar las horas del día. Se impone la ‘veritas temporis’.

 

Bibliografía sobre la Liturgia de las Horas

 

1.- Documentos

Pablo VI, Carta Sacrificium Laudis de 15.8.1966, Enchiridion, 1056-1058.

Pablo VI, Constitución apostólica “Laudis Canticum” de 1.9.70, Enchiridion, 1060-1065.

Sagrada Congregación para el culto divino, “Ordenación general de la Liturgia de las Horas”, Enchiridion., 1066-1115.

Sagrada Congregación para el culto divino, “Nota sobre la celebración del Oficio divino en algunas comunidades religiosas”, de 6.8.72, en A. Pardo, Enchiridion. Documentación litúrgica postconciliar, pp.1116-1119.

Código de Derecho Canónico, de 25.1.83, cánones 1173-1175, en A. Pardo, Enchiridion. Documentación litúrgica postconciliar, pp. 1120.

 

2.- Comentarios

Ver una buena reseña bibliográfica infra, en J. Castellano, La Liturgia de las Horas.

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NOTAS

[i] De oratione 25

[ii] “La celebración de la Liturgia de las Horas. Su pedagogía”, Phase 22 (1982), p. 301

[iii] J. López, La oración de las Horas, p. 113.

[iv] J.M. Bernal, El año litúrgico, op.cit., p. 296

[v] Didajé, 8,3.

[vi] S.Clemente, Cor 40,1: PG 1,287-288

[vii] Stromata 7,7: PG 456-457.

[viii] Ad uxorem 3.4-5: PL 1,1047-1048.

[ix] De oratione domin. 34, PL 4,560