EL DIÁLOGO CON NICODEMO

 

 

A) ENCUADRAMIENTO

B) CONTENIDO DEL DIÁLOGO

  1. Primera respuesta de Jesús

  2. Segunda respuesta de Jesús

  3. El largo monólogo

C) NOTAS

 

 

 

 

1. El marco externo

El episodio que vamos a estudiar comienza con unas palabras relativas al marco geográfico y cronológico. Jesús sigue en Jerusalén y siguen todavía las fiestas de Pascua (2,23). Nos volvemos a situar en el contexto del pasaje precedente: “Como se acercaba la fiesta de los judíos, Jesús subió a Jerusalén” (2,13). Seguimos en Jerusalén y seguimos en la Pascua, no ha variado ni el marco ni el contexto.

En el relato anterior Juan nos ha narrado un único signo del Señor, la sustitución del templo y la reacción de incredulidad de los judíos. A continuación se nos dice que Jesús hizo signos en Jerusalén y la que la reacción provocada por estos signos fue la de una fe imperfecta.

La secuencia de signo-reacción de fe se irá repitiendo a largo del 4Ev En Caná el primer signo provoca la fe de los discípulos. En Jerusalén el signo del templo provoca incredulidad. Ahora estos múltiples signos provocan una fe incompleta.

Fe incompleta es la de aquellos que creen en Jesús por los signos que realiza, pero no penetran en el significado de estos signos. La fe fundada en los signos es insuficiente y ambigua, Jesús no se acaba de fiar de ella. Algunos sólo ven en los signos un aval de Dios en la línea tradicional. También Dios había avalado a Moisés por medio de signos prodigiosos que legitimaron su mensaje ante el Faraón. Interpretan estos signos en las categorías de poder, dominio, pero no están preparados para comprender el nuevo concepto de la gloria, del Dios revelado en el amor que se entrega. No están preparados a creer en el supremo signo que será la muerte por amor.

Más adelante Jesús reprenderá una fe demasiado dependiente de los signos: “Si no veis signos y prodigios, no creéis” (4,48). Una cosa es ver el exterior de un signo y otra es penetrar en su significado. Cuando el dedo apunta hacia la luna, el necio se queda mirando el dedo. “Me buscáis no porque hayáis visto signos, sino porque os habéis saciado de los panes” (6,26). 

2. Presentación de Nicodemo

Nicodemo representa a ese tipo de personas de fe imperfecta. Habla en plural: “Sabemos que has venido…” Es portavoz, sin duda, del grupo del que se nos acaba de hablar, de aquellos de cuya fe Jesús no se acababa de fiar (2,25).

En el verso anterior el evangelista había dicho: “Jesús no necesitaba que nadie le interpretarse al hombre, porque el conocía al hombre por dentro. Ahora bien, había un hombre…”

De Nicodemo se nos dan las siguientes precisiones: era del partido de los fariseos, por tanto representaba a la Ley. Era un hombre principal que ostentaba algún tipo de autoridad, probablemente miembro del Sanhedrín (7,50). Se nos dice que era “Maestro en Israel” (3,­10).

Viene a Jesús de noche (v.2). Algunos han dicho que la noche puede representar la costumbre judía de estudiar la Torah a esa hora. Para otros la noche puede representar el miedo a los judíos. De José de Arimatea se nos dice que era discípulo de Jesús a escondidas (19.38). Pero la noche significa más probablemente una actitud espiritual, la esfera de las tinieblas que se oponen a Jesús, la esfera de la ignorancia y la mentira. Cuando sale Judas del cenáculo también era de noche (13,30). “Los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (3,19). Pero con Nicodemo sucede al revés que con Judas. Judas fue desde Jesús, la luz, hacia la noche. Nicodemo en cambio al principio se debate entre la luz y las tinieblas, pero sale de la noche para venir a Jesús, para venir a la luz; no tiene miedo de ir a la luz (3,21). En el evangelio de San Mateo Jesús dijo a un escriba: “No estás lejos del Reino” (Mt 12,34). Nicodemo está lejos del Reino, pero ya ha comenzado a moverse hacia él.

Nicodemo y Jesús intercambian entre ellos el título de “maestro” (3,2.10). Con la típica ironía juánica Jesús hace ver a Nicodemo, maestro de Israel, que ignora el misterio de Dios. La expresión está muy estudiada. No dice: “Tú eres un maestro” o “tú eres maestro”, sino tú eres “el maestro”, dándole así un significado simbólico. Nicodemo representa al magisterio de Israel, que ha sido reemplazado por el nuevo maestro, así como el primer vino y el primer templo encontrarán su cumplimiento en Cristo. 

3. Estructura del diálogo

El diálogo está perfectamente enmarcado por la inclusión:

-Nicodemo fue a Jesús de noche (3,2).

-el que obra la verdad viene a la luz (3,21).

Venir a Jesús es lo mismo que venir a la luz. Hay todo un movimiento desde las tinieblas hasta la luz, como en el caso del ciego de nacimiento. Nicodemo aparece tres veces en el 4Ev Al principio, al medio (7,50-52) y al final (19,39). Al principio viene en la noche, lleno de miedos y reticencias. En su segunda aparición se va envalentonando más y ya es capaz de enfrentarse con los otros miembros del Sanhedrín protestando contra sus hábitos procesales. Al final Nicodemo da la cara, precisamente cuando los otros discípulos han huido y se atreverá a comprometer su prestigio y su carrera para dar sepultura a Jesús.

Cuando Jesús era todavía un personaje misterioso y fascinante, Nicodemo todavía muestra reservas y tiene miedo de ser identificado con él. Curiosamente cuando Jesús ha quedado ya desacreditado a los ojos de todos es cuando Nicodemo, da la cara por él y no tiene miedo por su prestigio ni su status social. Vemos cómo progresivamente en el evangelio va saliendo desde la noche hasta la plena luz. Quizás puede ser un símbolo del lector del evangelio de quien se pide que progresivamente vaya abandonando su actitud de curiosidad por Jesús, hasta un pleno compromiso de vida con él.

El diálogo puede dividirse en tres partes bastante bien señaladas. Hay tres intervenciones de Nicodemo y tres respuestas de Jesús. Cada una de las respuestas de Jesús comienza con las mismas palabras: “En verdad, en verdad te digo”. Las respuestas son progresivamente más extensas, la primera, un versículo (v.3); la segunda, cuatro (vv 5-8); la tercera, once (11-21).

Al final el diálogo se va transformando en un monólogo. Nicodemo regresa a la penumbra de la que había salido, y queda solo Jesús, remontando el vuelo de su discurso, remontándose hacia lo más alto del misterio de Dios.

Todavía podríamos sintetizar más, reduciéndolo todo a dos secciones. La primera, más dialogada abarcaría la primera y segunda pregunta y trata sobre el nuevo nacimiento. En cambio la segunda parte (a partir de la tercera pregunta) se centra en el tema de la ascensión del Hijo del Hombre, que es la condición de posibilidad para el nuevo nacimiento.

La división en dos partes está sugerida por el cambio de estilo, el paso del diálogo al monólogo, pero sobre todo por la alusión a un contraste entre el discurso sobre las cosas terrenas (el nuevo nacimiento) y las cosas celestes (la ascensión del Hijo). 

Parte primera. Diálogo. Las cosas terrenas. Nacimiento en el Espíritu.

    -1ª intervención de Nicodemo (v.2).

          -1ª Respuesta de Jesús: “En verdad, en verdad…” (v.3).

    -2ª intervención de Nicodemo (v. 4).

          - 2ª respuesta de Jesús: “En verdad, en verdad…” (v. 5-8).

    -3ª intervención de Nicodemo (v. 10a).

          - 3ª respuesta de Jesús: “en verdad, en verdad…” (v. 10b-11). 

Parte segunda. Monólogo. Las cosas celestes. La ascensión del Hijo.

    -Introducción a las cosas celestes (11-12).

    -El Hijo del Hombre, ascenso y descenso (13-17).

    -Doble respuesta del hombre a esta realidad: fe o incredulidad (18-21).

 

 

B) CONTENIDO DEL DIÁLOGO

 

            1. Respuesta de Jesús: Nacer de lo alto

La primera intervención de Jesús contiene una palabra equívoca que da pie a un primer malentendido de Nicodemo. Este malentendido originará a su vez una ulterior explicación por parte de Jesús.

Nicodemo reconoce en Jesús a un maestro acreditado por Dios mediante los signos que realiza. Encaja a Jesús en las categorías antiguas, en línea con los otros maestros y profetas de Israel, acreditados con signos, y sobre todo con Moisés. Jesús ha denunciado los abusos del templo, contra los que probablemente también estaría en contra Nicodemo, como fariseo piadoso. Nicodemo estaba dispuesto a acoger a Jesús como un maestro que viene a profundizar en la ley de Moisés y a purificar el culto del templo. Pero quiere ubicar a Jesús dentro de los parámetros de su teología.

Jesús rechaza esta acogida de Nicodemo. No se deja encajar en categorías antiguas. No es vino nuevo para odres viejos. Su primera intervención desarticula todos los esquemas del viejo Nicodemo, y declara la nulidad de su saber.

Jesús habla de “ver” el reino usa el verbo que se refiere a algo experimental y se contrapone al  de los que habían visto signos en 2,23. El verbo se usa también en expresiones como “ver” la vida (3,36), ver cosas mayores y cielos abiertos (1,51); “Ver” la gloria de Dios (11,40).

Para experimentar el reino de Dios hay que nacer de nuevo. En el v. 15 se repite la idea diciendo que hay que nacer del agua y del espíritu. Ver el reino, entrar en el Reino. Son dos expresiones paralelas. El reino es una esfera, un ámbito, en el que hay que entrar; es la esfera de Dios, del Espíritu, de la comunidad nueva, de la vida definitiva (NOTA 1). No se trata de estudio, ni de observancia, sino de una cambio radical y una nueva capacitación. Generación divina y no logro humano.

El equívoco en la expresión de Jesús reside en la palabra  que en griego tiene dos posibles significados: “de nuevo” y “de lo alto”. Jesús postula un nacimiento de lo alto, pero Nicodemo entiende un nuevo nacimiento en un sentido material, volviendo a entrar en el vientre de la madre.

 Ya vimos que estos malentendidos son un recurso muy utilizado en el 4Ev y sirven para poderse uno remontar a significaciones más espirituales (NOTA 2). La comparación por otra parte es obvia. Entramos en este mundo cuando somos engendrados por nuestros padres. La generación constituye la entrada en la esfera de este mundo. La naturaleza carnal nos llega mediante la generación carnal. Nuestros padres sólo nos pueden dar esta vida perecedera.

Pero para entrar en el mundo sobrenatural, debemos ser reengendrados por el Padre celeste. En su primera carta Juan lleva esta metáfora hasta extremos de gran crudeza, cuando dice que los engendrados por Dios tienen el semen, la semilla de Dios (1 Jn 3,9: cfr. 1P 1,23; Ti 3,5).

En los sinópticos hay un logion sobre la radicalidad del seguimiento de Jesús, que supone dejar todo lo anterior, una ruptura con el pasado, que es en realidad el comienzo de una nueva vida. Lucas habla de dejar casa, mujer, hermanos, padres o hijos “por el Reino” (Lc 18,29).

¿Podría Nicodemo en su estudio de la Ley haber comprendido aquello de lo que Jesús le hablaba? La tradición de Oseas y el Deuteronomio nos habla ya del pueblo de Israel como hijo de Dios (Ex 4,22; Dt 32,6; Os 11,1l). Los salmos reales hablan también del rey como hijo de Dios (Sal 2,7; 89.27). Pero sólo después del exilio se empieza a aplicar este título a los individuos, a cada piadoso israelita (Sb 2,13.16.18; 5,5; Si 4,10; 23,1.4). Este trasfondo bíblico hubiese podido servir algo a Nicodemo, estudioso de la ley, para entrever algo de lo que Jesús quería decir. Pero la revelación de Jesús va mucho más allá de la perspectiva del AT. 

2. Segunda respuesta de Jesús: Nacer del agua y del Espíritu.

Ante el equívoco creado, Nicodemo se sale por la tangente, diciendo que un viejo no puede entrar en el vientre de su madre. En realidad no ha entendido nada de lo que Jesús le ha querido decir.

El viejo no quiere renunciar a su pasado. Le horroriza empezar de nuevo. Para él es ilusorio desandar el camino andado. Quizás está demasiado aferrado a lo que ha adquirido por sus propios méritos y esfuerzos. Nacer de nuevo significa para él empezar de cero, renunciar al bagaje que ha ido adquiriendo al cabo de la vida, y recibirlo todo como un niño (NOTA 3).

En su segunda intervención Jesús se reafirma en lo dicho pero haciendo avanzar su pensamiento. “En verdad, en verdad te digo, si uno no nace de agua y espíritu no puede entrar en el reino de Dios (v.5). Nos explica cómo acontece esta generación. Nacemos a la vida de Dios cuando recibimos en nosotros el Espíritu.

Dios dio comienzo a la vida del hombre cuando le infundió un soplo de vida (Gn 2,7). Si la misma vida natural se puede atribuir a un soplo de Dios, mucho más la vida definitiva. Esta efusión del Espíritu se promete para después de la glorificación de Jesús. El resucitado llamará a sus discípulos: “mis hermanos” y se refiere a Dios como “Mi Padre y vuestro Padre” (20,17), porque ya el Espíritu les ha sido comunicado engendrándolos para Dios.

La efusión del Espíritu relacionada con el agua es ya un tema clásico del AT en el contexto de la renovación del pueblo mesiánico. En Is 44,1-5 se promete una efusión de agua y Espíritu que sellará a los hombres para que pertenezcan enteramente a YHWH. En Ez 36,24-28 la efusión de agua y Espíritu indica una purificación de las inmundicias del pueblo, y un corazón nuevo como principio de vida interior que capacita para entrar en una alianza nueva (NOTA 4).

La generación por obra del Espíritu no es por tanto del todo rara en el AT, aunque no se utilice esta expresión como tal. Ya había una presencia del Espíritu en la creación, cuando se cernía sobre las aguas (Gn 1,2), y en la resurrección del pueblo tras el cautiverio de Babilonia, en la profecía de Ezequiel sobre los huesos secos (Ez 37,1-14).

En el momento de morir Jesús entrega el Espíritu como un último aliento (19,30) y en el momento de resucitar sopla su aliento sobre los discípulos y les concede el Espíritu (20,22). en Juan se liga así la efusión del Espíritu con el misterio pascual de muerte y resurrección.

De la contraposición entre los dos nacimientos (carnal y espiritual) pasa Jesús a referirse a la carne y al espíritu como principios diversos de vida. Este dualismo no hay que entenderlo en el sentido griego de una contraposición entre material e inmaterial, sino en el sentido teológico de la diferencia entre lo natural y lo sobrenatural.

Para Juan la carne es la existencia terrena natural del hombre, en cuanto corruptible y condenada a la muerte; su incapacidad para procurarse la salvación. Carne es el hombre entero (cuerpo y alma) en su limitación y debilidad. La generación de la carne da comienzo a una existencia carnal. La generación del espíritu comunica una vida espiritual, no sometida a la caducidad de la muerte. En este sentido también todo el hombre (cuerpo y alma) es espiritual, está penetrado por el Espíritu.

Los versos 7 y 8 nos exponen el carácter misterioso de este nacimiento por el Espíritu. El término griego fwnhv significa a la vez “voz” y “ruido”, así como el término pneu'ma significa a la vez espíritu y viento. Se va a comparar el ruido del viento, son la voz del Espíritu. Oímos el sonido, percibimos los efectos, pero no conocemos sus leyes, su trayectoria, su modo de actuar. Dirá el Eclesiastés “Como no sabes cómo viene el espíritu a los miembros dentro de un seno encinta, así tampoco sabes la obra de Dios que todo lo hace” (Qo 11,5).

El Espíritu no se deja encasillar. Nicodemo llegó tratando de encasillar a Jesús en sus esquemas viejos de maestro de Israel. Quiso meter la vida nueva en la red de sus viejas estructuras. Pero el Espíritu es una fuerza que supera el control del hombre. Uno experimenta en sí esa fuerza carismática que testimonia su presencia y el nacimiento de lo alto, pero no puede manipularla.

Al hablarnos de la voz del Espíritu, recordamos que esa voz no es otra que la voz de Jesús. Jesús se refiere a la voz del esposo (3,29), la voz del pastor (10,4), la voz del Hijo de Dios (5,25). Una voz perfectamente audible, aunque sólo la reconocen aquellos que le pertenecen. El Espíritu es por tanto la voz de Jesús, el aliento sobre el que se articula su palabra de vida. 

3. El largo monólogo de Jesús

Nicodemo, cada vez más perdido, hace una última pregunta en la que expresa su total ignorancia: “¿Cómo pueden suceder estas cosas?” Jesús le hace ver su ignorancia, la incapacidad de la Ley para revelar estos misterios. Los maestros de Israel ignoran todo sobre esta revelación del amor del Padre.

Distingue Jesús dos tipos de temas en el curso de esta conversación. “Si no creéis cuando os hablo de lo terreno, ¿cómo vais a creer cuando os hable de lo celeste?” (3,12) Discuten los exegetas qué quiere decir lo terrestre y lo celeste. La interpretación más obvia es que lo terrestre es aquello de lo que Jesús ha estado hablando hasta ahora (sus dos primeras respuestas), y lo celeste es aquello de lo que va a empezar a hablar a partir de este momento. Efectivamente a partir del monólogo que empieza ahora se repetirá tres veces la palabra cielo en el primer versículo (v.13).

Lo terrestre es lo relativo al nacimiento que ha sido descrito con imágenes de la tierra (viento, agua, generación). Lo celeste será el movimiento del Hijo que desciende de arriba, del amor del Padre, y es elevado a fin de que todos lo puedan contemplar y creer en él.

Ambos temas están relacionados entre sí. Lo celeste es el fundamento de lo terrestre. Si los hombres hoy día por la fe pueden hacerse hijos de Dios, es porque previamente Dios ha enviado su Hijo desde el cielo y este Hijo ha sido elevado para que todos los hombres puedan ver el rostro del Padre.

El dinamismo de conjunto es el siguiente: Dios envía a su Hijo, el Hijo es elevado para que todos lo puedan mirar, los hombre le miran y creen y así pueden también ellos nacer de Dios.

En este largo monólogo Nicodemo desaparece del todo sin despedirse. Esta desaparición de personajes es típica del 4Ev Mlakhuzyl la llama “Technique of vanishing characters”. Así se desvanecen también el Bautista (1,36), Andrés (1,42), los vecinos del ciego (9,13). De hecho no se comenta nada sobre el resultado que esta conversación tuvo en su corazón. Por varios detalles podemos intuir que Nicodemo no rechazó del todo la luz, especialmente teniendo en cuenta sus posteriores intervenciones en el evangelio.

En el monólogo Jesús comienza a hablar en plural. “Sabemos”. Se dirige a un auditorio plural: “No creéis”. Ha cambiado el género literario. Ya no es una conversación entre dos personas. Algunos han pensado incluso en un diálogo entre dos interlocutores: la sinagoga y la comunidad juánica.

Nicodemo había empezado diciendo con cierta pompa: “Nosotros sabemos” (3,2). A este “sabemos” de Nicodemo responde ahora el evangelista: “Nosotros hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto (3,11). Se contraponen dos saberes, el de Nicodemo y el de Jesús. Todo el valor de lo que Jesús sabe reside en que él ha visto. Volvemos al prólogo: Jesús es el único que ha visto al Padre, y por tanto el único que lo puede revelar (1,18; 5,37; 6,46; 14,7-9). Este es el contraste entre el Hijo y Moisés. Por eso el don de la Ley es reemplazado por la gracia y la verdad del Hijo.

El discurso, en el que ya no se sabe bien si el que habla sigue siendo Jesús, o el propio evangelista, tiene una estructura dinámica: 

a) Acción de Dios: (3,13-17). Descenso y ascenso del Hijo.

    -Dios ama al mundo y envía a su Hijo para salvarlo.

    -Sólo el Hijo puede revelar al Padre, porque ha bajado del cielo.

    -Pero para que todos puedan verlo, tiene que ser elevado.

b) Respuesta del hombre: (3,18-21). Fe o incredulidad. Juicio.

    -El que cree ya está salvado y no es juzgado.

    -El que no cree, queda ya juzgado por este solo hecho.

    -El juicio consiste en la reacción de los hombres ante la luz.

      La luz al provocar una reacción positiva o negativa, revela las obras de cada uno. 

Detallemos cada una de estas acciones:

 a) Acción de Dios:

Todo se origina en el corazón del Padre, en su inmenso amor hacia los hombres perdidos en el mundo. Su amor llega hasta el extremo de enviar a su Hijo. El Hijo ha de revelar este amor a los hombres. Es el único que lo conoce porque ha bajado del cielo. Ha de mostrar el rostro de un Padre que ama y perdona, de un Padre que no tiene en cuanta los pecados de los hombres, porque es todo misericordia, amor y fidelidad. Pero para reflejarlo, el Hijo tiene que pasar por la muerte. Sólo en su amor hasta la muerte puede el Hijo mostrar la inmensidad y la fidelidad del amor. Tiene que ser sometida a la última prueba, dar la vida, para mostrar el amor hasta el extremo. Para que la luz pueda brillar tiene que verse atacada por las tinieblas que tratan de sofocarla.

Para ilustrar este tema de la exaltación, Juan usará el signo de la serpiente en el desierto (NOTA 5). El paralelismo es perfecto:

La palabra elevar  es otro de los términos equívocos utilizados por Juan. Designa a la vez la crucifixión y la glorificación de Jesús. Puesto en alto, puede atraer todo hacia sí. El inmenso atractivo de la persona de Jesús consiste en el hecho de haber muerto por amor. Tres veces se repite la alusión a la elevación del Hijo del Hombre, correspondiendo en clave juánica a las tres predicciones de la Pasión en los sinópticos.

1. Debe ser levantado el Hijo del Hombre para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna (3,15).

2. Cuando levantéis al Hijo del Hombre, entonces comprenderéis que YO SOY (8,28).

3. Cuando yo sea levantado sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí (12,32).

Esta elevación es un movimiento que se inicia en la muerte. Es algo que debe suceder conforme a un designio divino. Este “debe” se repite también en las predicciones sinópticas. La exaltación del siervo sufriente aparecía ya en la profecía de Isaías. Ese siervo debería también ser levantado en alto  y glorificado en gran medida (Is 52,13).

Junto con la alusión explícita a Moisés, encontramos también una alusión implícita a otro de los grandes temas del A. Testamento, el sacrificio de Isaac (p. 41). A Abraham se le pidió que entregase a su Hijo único, y en esta entrega se ve prefigurada la entrega que el Padre hace de su Hijo (Gn 22,16; 1 Jn 4,10; Rm 8,32). 

b) Respuesta del hombre

La acción de Dios debe ser acogida por el hombre para que se efectúe la salvación. Esa acogida se expresa mediante una serie de imágenes:

Mirar: el hombre debe contemplar, mirar a Jesús elevado sobre la cruz, como los israelitas miraron la serpiente bronce.

Venir a: el mirar no es algo estático, sino que tiene que dinamizar al hombre para acercarse a Jesús. Venir a Jesús es lo mismo que venir a la luz.

Creer: en su sentido pleno de prestar adhesión, comprometerse con la vida definitiva que Jesús aporta.

Sólo los que contemplan, los que vienen a la luz, los que prestan a Jesús su adhesión, pueden recibir la vida definitiva. Porque la vida definitiva consiste precisamente en esto, en tener un conocimiento experiencial del único Dios verdadero y de su Hijo Jesucristo (17,3).

El último tema tratado en el monólogo final, es el tema del juicio, estrechamente ligado al de la fe. La respuesta positiva o negativa lleva implícita una sentencia.

Juan nos habla del juicio en dos claves tan diferentes que algunos piensan que no pueden pertenecer al mismo evangelio, y las atribuyen a distintos estratos redaccionales. En pasajes como en este de Nicodemo se nos habla del juicio como algo ya presente. En cambio hay otros pasajes que nos hablan del juicio como una realidad futura que será ejercida por el Hijo (5,28-29).

Unos textos están narrados desde la perspectiva de la escatología realizada, y los otros desde una escatología consecuente (p. 41). No pensemos que ambas perspectivas sean contradictorias. Sin negar la existencia de un juicio final, diremos que el juicio se adelanta ya al momento en que uno opta por o contra Jesús. “el que no cree ya está juzgado” (3,18). No hay necesidad de que Jesús juzgue a nadie (8,15), porque quien le rechaza ya ha pasado sentencia sobre sí mismo. El Hijo no ha venido a juzgar, sino a salvar.

Esto es muy importante. Algunas veces presentamos el juicio de Dios hablando de un Dios que absuelve o que condena. Es un modo de hablar equívoco. Deberíamos decir que es Dios más bien quien salva, y el hombre el que se condena a sí mismo.

Jesús no ha venido para juzgar al mundo (3,17). “Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo (12,47). ¡Cuidado con ciertas representaciones pictóricas como el juicio final de Miguel Ángel!

Lo que nos juzga en realidad es la palabra de la predicación. “El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la Palabra que yo he hablado (12,48). La Palabra, al confrontarnos, al obligarnos a optar, revela lo que hay en nosotros.

Se explica esto con la bellísima metáfora del efecto revelador de la luz. La luz revela la realidad de lo que hay en cada uno. Jesús es la luz y con su llegada al mundo ejerce un efecto revelador sobre lo que hay en el hombre. Aquél cuyas obras son buenas, se acerca a la luz. Aquel cuyas obras son malas huye de la luz, odia la luz.

Dios no odia a nadie, no rechaza a nadie. Hasta al final espera, hasta el final perdona, hasta el final sigue ofreciendo su amor al hombre. Pero hay un misterio de iniquidad por el cual algunos hombres aman mas las tinieblas que la luz, y prefieren permanecer en ellas antes que venir a la luz.

Es claro que estas tinieblas de las que habla el pasaje, no son simplemente los pecados de los hombres. El hombre pecador puede ir hacia la luz. Es más, el ciego busca la luz. El pecador es salvado por Cristo.

Las tinieblas de las que aquí se habla son las del que no quiere dejarse salvar, del que no quiere reconocer su ceguera. “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís: ‘Vemos’, vuestro pecado permanece” (Jn 9,41). “Para un juicio he venido a este mundo, para que los que no ven, vean, y los que ven (los que se creen que ven) se vuelvan ciegos” (9,39).

Las tinieblas son la mentira (8,44), la mentira de decir que no tenemos pecado (1 Jn 1,8-10). La tiniebla no quiere ser denunciada, no quiere ser descubierta como tal tiniebla y por eso odia la luz.

 

C) NOTAS

1. Encontramos aquí las dos únicas ocasiones en que Juan usa la expresión Reino de Dios, tan frecuente en la tradición sinóptica. Jesús predicaba el Reino, pero poco él mismo fue convirtiéndose en el objeto de la predicación y no sólo el predicador. El mismo era la buena noticia. Por eso Juan habla más de Jesús rey que de el Reino de Dios. Se ha ido produciendo un desarrollo cristológico. Quizás estas dos alusiones al Reino de Dios pueden deberse a dos citas literales de Jesús transmitidas en una tradición paralela a la sinóptica. 

2. Ya hicimos notar la utilización juánica de palabras equívocas. En el presente relato encontramos tres de ellas:

En 3,3.7 a[vwqen significa a la vez “de nuevo” o “de lo alto”.

En 3,8 fwnhv significa a la vez voz y ruido.

En 3,14 uJysou'n significa elevar en la cruz (crucificar) y glorificar. 

3. Algunos han hecho notar un gran paralelismo entre el dicho sinóptico “Si no os hacéis como niños no podéis entrar en el Reino de los cielos” (Mt 18,3), y el dicho juánico de 3,5. De hecho la alusión sinóptica ‘hacerse como un niño’ fue entendida por la tradición como una alusión al bautismo, en la misma línea del dicho juánico. 

4. Incluso en las citas en las que no se menciona expresamente la palabra ‘agua’ hay siempre una resonancia implícita en el uso del verbo ejkcei'n que sólo se utiliza para líquidos (derramar). Cada vez que se nos habla del Espíritu derramado, se trasluce un paralelismo con el agua (Ez 39,29; Jl 3,1-2; Za 12,10). Más adelante trataremos despacio la equivalencia entre Espíritu y agua en el 4Ev y su coloración bautismal. 

5. El episodio de la serpiente está narrado en Nm 21,4-9. Como respuesta a las continuas murmuraciones del pueblo, aparece una plaga de víboras que causa gran estrago entre el pueblo. Dios manda a Moisés que construya una serpiente de bronce y la ponga sobre el mástil. Todos los que han sido mordidos por el veneno de las víboras quedarán curados al mirar a la serpiente.

El término que usa tanto el TM hebreo (nes) como la traducción de los LXX -shmei'on- significan “palo de estandarte”. Quizá este empleo de la palabra ‘signo’ fuese una de las razones que le llevó a Juan a escoger este episodio para profundizar en la cruz como signo de salvación.