8 Paisajes para 8 Días de Ejercicios

EL JARDÍN - EL DESIERTO - EL JORDÁN - EL CAMINO

LA CASA - EL MONTE - JERUSALÉN - EL MUNDO


EL JARDÍN

Ambientación geográfico-bíblica

El jardín es el lugar de la infancia donde se experimenta el amor y la ternura del Padre.

Es el cúmulo de memorias amables que constituye la despensa de felicidad para toda la vida.

El Señor hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos y buenos para comer (Gn 2,9).

Vio Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien (Gn 1,31).

Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gn 2,25).

El Señor Dios se paseaba por el jardín a la hora de la brisa (Gn 3,8).

"Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino" (Mt 18,3). Hacerse como niño es tener una experiencia bautismal: sentirse mirado con amor por el rostro de un Padre que nos dice: "Tú eres mi hijo amado; en ti me complazco" (Mc 1,11).

La vida se despliega ante un rostro que se goza con nosotros y nos ama. "Cuando Israel era niño yo lo amé". Yo enseñé a Efraín a caminar tomándolo de los brazos... Con cuerdas humanas les atraía, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza un niño contra sus mejillas; me inclinaba ante él y le daba de comer" (Os 11,1-4). "Eres precioso ante mis ojos. Eres estimado y yo te amo" (Is 43,4). "Has encontrado gracia ante Dios" = Le gustas a Dios (Lc 1,30).

El jardín es también la Galilea de nuestros primeros encuentros con el Señor, de la vocación, de las primeras experiencias espirituales, del lago y la pesca milagrosa. Tras cada una de nuestras crisis, se nos invita a volver a la memoria amable de Galilea. "Allí me veréis" (Mt 28,10).

En el jardín aprendo a vivir cantando. La alabanza se convierte en un estilo de vida. "De la boca de los niños has sacado una alabanza" (Sal 8,3). Vivir en alabanza es descubrir por todas partes la belleza de Dios. Frente a la queja de la vasija: "¿Por qué me has hecho así?" (Is 29,16), está el canto de María: "Ha hecho en mí maravillas" (Lc 1,49). "Yo te doy gracias por tantas maravillas; prodigio soy, prodigio son tus obras" (Sal 139,14).

La vida en la alabanza libera de los enemigos (Nm 10,9); rompe nuestras prisiones (Hch 16,25); derriba los muros que se oponen a nuestro paso (Jos 6,5); reanima el ánimo abatido (Is 61,3); nos cura y nos guía (Is 57,18); atrae sobre nosotros la ternura de Dios (Sal 40,10-11); nos hace caminar a la luz de su rostro (Sal 89,16). Alabanza y servicio se yuxtaponen: "Sirvan al Señor con alegría" (Sal 100,2)

El camino de la filiación es un camino de servicio. Ser hijo es ser también ser siervo (Is 42,1). Frente a la imagen del "hijo de papá" que se sirve de su condición de hijo para provecho propio, está la imagen de Jesús que entiende su filiación como una actitud de servicio amoroso al plan de su Padre.

El tentador trata de desviar la vivencia bautismal por otros derroteros. Cita las palabras que Jesús oyó en el Jordán, pero desfigurando el tono de voz: "¿No te han dicho que eres hijo? Si eres hijo, haz esto o lo otro..." El pródigo cede a la tentación, cierra el puño y se va de casa. Pero Jesús nos enseña que "el hijo se queda en casa para siempre" (Jn 8,35).

"El hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre" (Jn 5,19). "Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8,29). "Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,34). No tiene nada propio. Todo lo recibe y todo lo da.

 

 

Textos de la Escritura

Creados para alabanza de su gloria (Ef 1,3.14).

El Magnificat en nuestra vida (Lc 1,39-56).

Dadle gracias porque es eterno su amor. Componer el propio gran Hallel (Sal 136).

Como niño en brazos de su madre (Sal 131).

La belleza del niño de luz enriquecido por Dios (Ez 16,6-14).

La vida entera transformada en canción (Ef 5,18-20; Col 3,12-17).

Dios se revela a los sencillos (Mt 11,25-27).

El servicio a Dios nos pone a los pies de los hermanos (Jn 13,1-17).

La parábola del hijo aprendiz (Jn 5,19-21).

Disponibilidad a la voluntad de Dios (Jn 8,28-29; 4,34; 12,26-27; 17,4).

Preguntas para nuestros encuentros con Dios

¿En qué medida conservo la luminosidad de mi infancia: mi capacidad de jugar, de comunicarme, de admirarme de la vida, de confiar en las personas, de sentirme seguro, de gozar con cosas sencillas, de soñar, de explorar mundos nuevos...?

¿Qué relación encuentro entre mi imagen deteriorada de Dios y mi imagen deteriorada de mí mismo? ¿Dejo que el rostro del Padre me revele mi verdadero rostro de hijo querido?

¿En qué grado me siento precioso a los ojos de Dios? ¿Qué cosas valoran en mí las personas que me quieren? ¿Me gusta como soy o me rechazo en el fondo? Revivir algunos momentos de mi infancia en los que me he sentido maravillado o he vibrado interiormente con experiencias de libertad, de comunicación, de generosidad, de acogida, de confianza...

En mi oración y en mi vida, ¿en qué medida surgen espontáneamente en mí la alabanza y la adoración? ¿Qué grado de libertad tengo para expresar mi alabanza con mi cuerpo, mi sonrisa, mi canto, mis manos?

¿Tengo una mirada fundamentalmente benevolente o fundamentalmente crítica para enjuiciar lo que me rodea? ¿Reconozco y valoro a los demás? ¿Soy acariciante en mi trato con otros? ¿Proyecto una mirada que despierta a los demás a la vida?

¿Me resulta posible vivir alabando a Dios por todo lo bueno y lo menos bueno? ¿Hago de toda mi vida una alabanza a su gloria, sabiendo que a los que aman a Dios todo les sirve para su bien?

¿En qué medida la disponibilidad, la actitud de servicio, es para mí una vivencia gozosa y plenificante o una carga difícil de llevar? ¿En qué áreas de mi vida me siento especialmente poco disponible? Haz una lista de las principales. ¿Me sale decir con convicción que "Quien a Dios tiene, nada le falta" y que "sólo Dios basta"? ¿Qué es lo que más me costaría que Dios me pidiese en estos ejercicios? ¿Cómo es de grande mi ánimo y liberalidad?

¿Me dejo interpelar por los demás? En mi servicio de Dios ¿acojo fácilmente las denuncias y sugerencias que me llegan de superiores o hermanos de la comunidad? ¿Qué es lo que me suelen reprochar habitualmente? ¿Qué cambios esperarían de mí en estos ejercicios mis superiores, mis hermanos de comunidad, las personas para quienes trabajo pastoralmente?

 

EL DESIERTO

Ambientación geográfico-bíblica

El desierto es ante todo el lugar donde la tentación pone a prueba nuestra fe en Dios. "El desierto lleva en sí el signo de la aridez, del desasimiento de los sentidos, tanto para la vista como para el oído; lleva en sí el signo de la pobreza, de la austeridad, de la sencillez más absoluta; el signo de la total impotencia del hombre que descubre su debilidad porque no puede subsistir en el desierto y se ve obligado a buscar su fuerza y su amparo en Dios solo. Por otra parte Dios es quien lleva al desierto, porque el espíritu no puede ser mantenido allí sin ser sostenido directamente por Dios. Para ir al desierto hay que creer que Dios puede venir a encontrarnos en la oración" (Voillaume).

En el desierto sólo se puede vivir de fe, colgado de la providencia del Padre, sin despensas y graneros. El maná se recibe cada día, pero no se puede guardar para mañana porque se pudre (Ex 16,19-20). El desierto es "tierra seca y sombría, por donde nadie pasa, por donde nadie se asienta" (Jr 2,7), "soledad poblada de aullidos" (Dt 32,10), "enorme y temible desierto" (Dt 1,19). Allí no hay mapas ni caminos. Se hace camino al andar como en el mar, donde no hay rutas sino estelas. Dios va marcando la ruta de cada día y se camina sin saber a dónde se va; cada día la nube va marcando una etapa nueva y hay que seguirla. Donde se para la nube, allí está la gracia. Pero cuando la nube se va, el lugar deja de ser ya un lugar de gracia para los que insisten en quedarse. En cambio, mientras la nube no se levante, hay que continuar allí la espera (Ex 40,37).

Dios nos alimenta cada día con el maná, pero en cuanto el maná o el agua se hacen esperar un día, inmediatamente desconfiamos del Señor. "Dudaron de mí aunque habían visto mis obras" (Sal 95,9). Es el día de Meribá y de Masá. La tentación duda del amor y de la providencia del Padre. "¿Está o no está Dios con nosotros?" (Ex 17,7). Se añoran los tiempos de la esclavitud, cuando al menos teníamos asegurado el pan del día siguiente sin tenerlo que esperar de Dios, y el tiempo "cuando nos hartábamos junto a las ollas de carne, y comíamos pan hasta hartarnos" (Ex 16,3).

Nos resulta incómodo ir recibiendo el pan día a día y preferimos pedir la herencia toda junta, como el hijo pródigo, para administrarla nosotros. Porque eso nos da más seguridad. Al dudar del Señor, de que su palabra "nos da vida" (Sal 119,50), de que sólo Dios es imprescindible, de que "el hombre no vive de pan sólo sino de la palabra que sale de la boca del Señor (Dt 8,3), necesitamos otros ídolos más manipulables, más de fiar. Entonces nos los fabricamos diciendo: "Este becerro es tu dios, el que te sacó de Egipto" (Ex 32,4). En lugar de un Dios que nos lleve a nosotros, preferimos un dios a quien podamos nosotros llevar. Pensamos que es este dios manipulable el que nos sacó de Egipto y el que nos puede dar la felicidad. "Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas" (Os 2,7). Y todo "porque no conocieron que era yo el que cuidaba de ellos" (Os 11,3).

La infidelidad del desierto tiene dos vertientes: falta de fe y traición. Cuando dejamos de creer en Dios como alguien real, capaz de salvarnos, hacernos felices y guiarnos hasta el final, entonces le traicionamos con otros dioses. Idolatría y adulterio coinciden en la experiencia bíblica. Cuando comienzo a absolutizar una persona, un trabajo, un destino, una ideología que me da seguridad, una determinada imagen de mí mismo que me agrada y que deseo potenciar, un activismo que me mantiene siempre en jaque y me evita tener que preguntarme sobre lo esencial. Dios deja de ser el Deus semper maior, para ser el Deus semper minor.

En el jardín del paraíso había una serpiente. Ceder a sus tentaciones y sugerencias nos expulsa de ese paraíso. Sólo una vez que hayamos superado las tentaciones del desierto se abrirá de nuevo para nosotros el jardín de la Tierra prometida.

Textos de la Escritura

La raíz de todo pecado es querer ser como dioses (Gn 3,1-24)

El pecado es descrito como idolatría y adulterio (Os 2,7-10)

El pecado como cáncer que crece y que va destruyendo en nosotros todo lo bueno (Stg 1,13-15).

Las raíces del mal y la lista de las obras de la carne (Ef 4,17-5,8; Ga 5,17-21).

Visión de un mundo que camina a su destrucción (Rm 1,21-32).

El pecador esclavo del pecado (Rm 6,15-19; Jn 8,31-34).

Experiencia de la necesidad de salvación: obro el mal que no quiero (Rm 7,14-23).

Revelación del pecado y la misericordia. (Rm 5,18-20).

Cristo ha venido no para los sanos, sino para los enfermos (Mt 9,12).

Al que mucho se le perdona, mucho ama. Relato de la mujer pecadora (Lc 7,36-50).

Crea en mí un corazón puro (Sal 51).

La parábola del padre maravilloso y el hijo pródigo (Lc 15,1-32).

Pedro pecador: su orgullo (Mc 14,26-31), su caída y sus lágrimas (Lc 22,54-62); su rehabilitación (Jn 21,15-19).

Preguntas para nuestros encuentros con Dios

¿Qué resonancia tiene en mí la palabra ‘pecado’? ¿Tengo conciencia concreta de ser pecador? ¿Me identifico con la visión dramática que la Biblia da sobre el pecado o me parece exagerada?

¿Cuáles son las principales raíces del mal en mi vida? Imaginarme a mí mismo dentro de veinte años, suponiendo que esas tendencias al mal sigan creciendo.

¿A quiénes ha dañado mi pecado? ¿En qué medida he destruido en torno a mi vida, esperanza, fe, ilusión, alegría...? ¿Me siento cómplice del pecado del mundo? ¿Contribuyo a reforzar ambientes negativos, a erosionar niveles de exigencia, de austeridad, de vida en común?

¿Qué ídolos hay en mi vida? ¿Qué realidades he absolutizado como fuente de mi propia felicidad? ¿Qué personas, cosas, valores, destinos, puestos, antepongo a Dios?

¿En qué medida experimento en mi vida la necesidad de salvación? ¿Me creo capaz de apañármelas por mí mismo? ¿He gritado alguna vez en mi vida: ‘¡Pobre de mí! ¿quién me salvará’? ¿He hecho alguna vez la experiencia de Jesús como mi salvador personal? Revivir ahora estas vivencias. ¿De qué me salvó en aquellas ocasiones?

En la revelación de mi pecado, ¿se me manifiesta simultáneamente la sobreabundancia de la gracia, o experimento una culpabilidad que me degrada y paraliza?

¿Cómo concreto en mi vida la dimensión de "combate espiritual" que tiene el seguimiento de Cristo? ¿En qué prácticas lo concreto: examen, confesión, acompañamiento, vigilancia…?

¿Amo mucho porque se me ha perdonado mucho? Confieso mi amor al Señor tras cada una de mis negaciones? ¿Es la conciencia del perdón recibido una de las motivaciones más poderosas en mi deseo de entregarme a Cristo?

La experiencia de la misericordia que Dios tiene conmigo ¿me hace más misericordioso con los demás? ¿Tengo una doble vara de medir para mis propias culpas y las de los otros?

 

EL JORDÁN

Ambientación geográfico-bíblica

El Jordán está situado al término de un largo peregrinar por el desierto y da acceso a la tierra prometida que mana leche y miel. Atravesando el Jordán el pueblo se purifica del polvo acumulado en el desierto y se prepara para acceder a la posesión de la promesa (Jos 3 y 4).

En el Jordán predicaba el Bautista un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, para purificar el corazón y acceder al advenimiento del Salvador y de su reino (Lc 3,1-18).

En el Jordán quedó limpio de su lepra Naamán el sirio (2 R 5,1-15); sus llagas se cerraron, "su carne se le tornó como la carne de un niño pequeño y quedó limpio.

En el Jordán fue bautizado Jesús y se reveló sobre él todo el amor del Padre. El bautismo en el agua es un momento de renacimiento al amor, a la experiencia de filiación y la unción del Espíritu.

Las aguas del Jordán en el bautismo sepultan para siempre al hombre viejo, para dar lugar a una nueva criatura. "¿Ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Fuimos sepultados por el bautismo en su muerte, a fin de que vivamos a una vida nueva" (Rm 6,3-4). Muere el hombre carnal, renace el hombre espiritual creado según Dios en justicia y santidad de vida (Ef 4,24).

El agua tiene el simbolismo de fuente de vida, especialmente en las tierras de Israel y también un simbolismo de limpieza. "Os rociaré con un agua pura y quedaréis purificados. De todas vuestras impurezas y de todas basuras os voy a purificar. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36,25-26).

"Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola por el baño del agua en virtud de la palabra y presentarla ante sí resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida" (Ef 5,25-27).

Del costado de Cristo brota un torrente de agua viva (Jn 19,34), que estaba prefigurado en el torrente del Templo que en la profecía de Ezequiel iba a desembocar en el Mar Muerto, llenándolo de vida abundante. "Desemboca en el agua hedionda y el agua queda saneada. Por dondequiera que pasa el torrente, cualquier ser que en él se mueve, vivirá. Los peces serán abundantes y a sus orillas crecerán toda clase de árboles frutales, cuyas hojas no se marchitarán y cuyos frutos no se agotarán" (Ez 47,1-12).

En esa fuente del Templo nos lavamos del barro que cubre nuestros ojos ciegos y recobramos la vista. "Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘¡Vete a la fuente y lávate!’ Yo fui, me lavé y veo" (Jn 9,11).

El agua bautismal tiene un poder para seguir purificándonos mediante el don del Espíritu que brota del corazón abierto de Jesús. "Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que habían de recibir todos los que creyeran en él" (Jn 7,39). Uno de los carismas que menciona san Pablo es precisamente el carisma de sanación. ¿Qué oportunidades tengo de practicarlo en mi ministerio pastoral?

El ciego de Jericó sólo pudo seguir a Jesús por el camino después de haber sido sanado de su ceguera. Antes de embarcarse en la segunda semana de ejercicios hay que experimentar una gracia de sanación de todas aquellas cosas que nos hacen imposible el seguimiento del Señor. Pedimos la sanación no sólo para sentirnos más felices, sino ante todo para ser más aptos para el Reino.

 

Textos de la Escritura

Hay en nosotros fibras íntimas de nuestro ser que han sido dañadas por nuestro pecado y el de los demás. "El demonio era homicida desde el principio" (Jn 6,44). "El ladrón no viene más que a robar, a matar y destruir, en cambio yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Jesús tiene el poder para sanar los destrozos causados en el cuerpo y en el alma (Lc 4,40-41; 7,21-23).

Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos del demonio (Hch 10,38). De su cuerpo salía un poder que curaba a todos (Mt 6,19). "Con sólo tocar la orla de su manto, quedaré curada" (Mt 9,21). Este poder de curación física y espiritual reside en las heridas y en la pasión de Jesús. "Con sus llagas hemos sido curados" (Is 53,5).

Él sana los corazones destrozados y venda sus heridas" (Sal 147,3). "Sostiene a todos los que caen, a todos los encorvados endereza" (Sal 145,14). "Está cerca de los que tienen roto el corazón" (Sal 34,19). La sanación debe comenzar en el fondo del corazón, donde echa sus raíces el mal que luego se desborda hacia fuera. "De lo que rebosa el corazón, habla la boca" (Mt 12,34). Del corazón salen las intenciones malas y eso es lo que contamina al hombre (Mt 15,19-20).

Jesús ejerce su acción liberadora frente al mal espíritu que se adueña de la psicología, de la afectividad, de la interioridad del hombre. Ver el pasaje del endemoniado de Gerasa (Mc 5,1-20).

Jesús ha confiado a su Iglesia un ministerio de curación (Mc 16,17-19). En los Hechos y en las cartas de los apóstoles hay conciencia de que la primera Iglesia ejerció este ministerio para el que Jesús otorgó unos carismas especiales del Espíritu (Hch 3,1-10; 10,15-16).

Preguntas para nuestros encuentros con Dios

El niño que hay en mí, el que un día se sintió hijo, ha sido herido y humillado. Revivir en presencia de Jesús los momentos y situaciones que causaron esta herida. Exponerla ante el poder sanador de la gracia. Reconocer que estoy herido y necesito sanarme.

¿Qué fibras de mi ser han sido más dañadas? ¿Qué aspectos de la luminosidad de mi infancia han sido más opacados: confianza, alegría, ilusión, creatividad, capacidad para admirarme o comunicarme...? ¿Cómo me siento al volver a recordar aquello?

Esta herida que he sufrido ¿me lleva a mi vez a herir a los demás? ¿En qué hiero o aplasto al niño que hay en los otros? ¿Quiénes son las víctimas de mi posesividad, de mis manipulaciones?

¿Cuáles de mis heridas son aquellas que más estorban la obra de Dios en mí y a través de mí? ¿Qué es lo primero que el Señor querría sanar en mí. No siempre coincide con lo primero de lo que yo querría ser curado. No todas mis heridas estorban a la gracia. Hay algunas que pueden ser decisivas en el fruto de mi trabajo apostólico (Cf. 2 Co 12,7-10).

Presentar todas estas heridas ante la mirada de Jesús. Dejarme tocar por él. Experimentar que sólo el amor es el único capaz de curar las heridas causadas por falta de amor.

Hay a mi alrededor un mundo gravemente herido. ¿En qué medida soy instrumento para que el amor de Jesús toque a través de mí a mis hermanos? ¿Soy consciente de que el amor es lo único que puede curar? ¿Pertenezco a una comunidad terapéutica, capaz de acoger y sanar a hombres y mujeres golpeados por la vida?

 

EL CAMINO

Ambientación geográfico-bíblica

La vida humana es como un camino en el que el hombre es conducido por Dios, y por el que cada uno puede caminar o negarse a caminar. Jesús es el camino que Dios ha dispuesto para llegar a la salvación (Rm 11,33).

Él se denomina a sí mismo "Camino, Verdad y Vida" (Jn 14,6). Cristo con su encarnación ha abierto un nuevo camino a través del cual el hombre puede llegar hasta Dios (Sb 10.19).

El hombre tiene que optar entre el camino de Jesús que lleva a la vida y el camino del mundo que lleva a la perdición. "Ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición... ¡Qué estrecha es la entrada y qué angosto el camino que lleva a la vida!" (Mt 7,13-14).

Para que le podamos seguir por el camino Jesús nos sana previamente. El hombre es un ciego, mendigo, tirado en la cuneta. Pasa Jesús y le da la vista. "Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino" (Mc 10,52).

Jesús va delante y a nosotros nos toca seguir sus huellas. Toda la vida de Jesús es una continua llamada a caminar detrás de él. El seguimiento de Cristo es la única norma moral del cristiano. "Para esto habéis sido llamados, ya que Cristo también padeció por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas" (1 P 2,21).

En este camino escarpado cada uno debe avanzar llevando su cruz cada día. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mc 8,34).

En este género de vida itinerante hay que vivir colgados de la voluntad del Padre. No podemos instalarnos, ni hacer nidos ni madrigueras. La pobreza nos lleva a no echar raíces, sino vivir en una continua desposesión. Al que dice: ‘Maestro, te seguiré adondequiera que vayas’, Jesús le responde: ‘Las zorras tienen madrigueras y las aves nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza’ (Mt 8,19-20).

Nadie puede volver la vista atrás una vez comenzado el camino. "Nadie que pone la vista en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios" (Lc 9,62). "Continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús... Olvido lo que dejé atrás y me lanzo hacia lo que está delante, corriendo hacia la meta para alcanzar el premio" (Flp 3,12-14).

Marcos presenta la última parte de la vida de Jesús como un camino hacia Jerusalén, jalonado de predicciones de la pasión. "Iban de camino subiendo a Jerusalén" (Mc 10,33). Este viaje no tiene sólo una dimensión geográfica, sino también teológica. Se trata de un camino catecumenal en el que Jesús marca para los suyos un itinerario de filiación. Quiere evitar que se escandalicen cuando llegue la hora del fracaso. Nosotros somos llamados también a seguir a Jesús como discípulos, subiendo a Jerusalén, para celebrar cada uno nuestra propia Pascua con Jesús.

San Ignacio presenta a Jesús al principio de la segunda semana de Ejercicios recorriendo sinagogas, villas y castillos por donde predicaba. Quiere hacernos contemplar la vida de Jesús desde una clave particular: la llamada al seguimiento. Quiere que nos decidamos a seguirle, dejando atrás redes e impedimentos. El final del camino es siempre la entrega de la vida. "Con esto indicaba la clase de muerte con la que había de glorificar a Dios. Luego dijo: ‘Sígueme’" (Jn 21,19; cf. 13,36-37).

 

Textos de la Escritura

Contemplación del ciego del camino (Mc 10,46-52).

Decisión de darlo todo a cambio del tesoro que supone Jesús (Flp 3,7-15).

Parábola del tesoro escondido y la perla preciosa (Mt 13,44-45).

Triple llamada a los discípulos:

Junto al camino (Jn 1,35-50). Invitación a ir a vivir con Jesús.

Junto al lago (Lc 5,1-11). Renuncia a redes y vínculos familiares.

En el monte (Mc 3,13-19). Llamada definitiva a estar con él y a ser enviado.

Tres preguntas sobre el seguimiento en el camino

Te seguiré adonde quiera que vayas (Lc 9,57).

Déjame ir primero a enterrar a mi padre (Lc 9,59).

Déjame ir antes a despedirme de los de casa (Lc 9,61).

Tres etapas en el camino a Jerusalén

Predicción (Mc 8,31). Incomprensión (8,32-33) Catequesis (8,34-9,1)

Predicción (Mc 9,30-31). Incomprensión (9,32-34) Catequesis (9,35-37)

Predicción (Mc 10,32-34). Incomprensión (10,35-41) Catequesis (10,42-45)

Necesidad de renunciar a las riquezas. "Si quieres ser perfecto". El joven rico se niega a seguir a Jesús porque era muy rico (Mc 10,17.22).

Preguntas para nuestros encuentros con Dios

¿Con qué frecuencia pienso en mi vida como respuesta a la llamada personal de Cristo? ¿Con qué radicalidad condiciona esta llamada toda mi existencia?

Revivir los primeros días de mi vocación y mis primeras experiencias de Cristo.

¿Sigue siendo Cristo el tesoro y la perla preciosa? ¿Cuáles son los desengaños que he tenido que me llevan a dudar sobre el valor del tesoro? ¿Lo tengo todo por basura con tal de ganarle a él?

Les llamó para estar con él. ¿Con qué asiduidad vivo su presencia? ¿Qué hábitos de oración he creado? ¿Permite mi ritmo de vida un mejor diálogo con él?

Y para enviarlos a predicar. ¿Me siento enviado, en misión? ¿Cómo vivo la dimensión apostólica de mi vocación? "Lo dejaron todo y lo siguieron. ¿Sigue siendo íntegra mi renuncia o voy recuperando poco a poco lo que dejé por Cristo: comodidad, prestigio, diversiones, seguridad, éxitos, títulos cotizables, independencia, relaciones sentimentales...?

¿En qué ocasiones me escandalizo cuando me doy cuenta de que mi seguimiento de Cristo me lleva a Jerusalén, a beber un cáliz, y a dejarme ceñir por otro?

¿Cuál es en conjunto mi respuesta: simplemente ofrecer mi persona al trabajo, o una oblación de mayor estima y momento? Puede pronunciar sinceramente la oblación del "Eterno Señor de todas las cosas

 

LA CASA

Ambientación geográfico-bíblica

La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros y hemos visto su gloria" (Jn 1,14).

Jesús entra en el espacio concreto de nuestra vida. Toma nuestra carne y sangre. Se hace de nuestra propia familia. Dios se hace visible en la debilidad de nuestra carne.

La creación entera ha quedado transfigurada por su presencia. Desaparece para siempre la distinción entre espacios sagrados y profanos. La casa humilde, la cotidianeidad de Nazaret, quedan convertidos en Templo donde se revela la gloria de Dios y donde se da culto al Padre en espíritu y en verdad.

En esta llegada de Jesús hay siempre una llamada a la intimidad. "Estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré a su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20). "Vieron donde vivía y se quedaron con él desde aquel día" (Jn 1,39).

"Entrando donde ella estaba": la casa de Nazaret (Lc 1,26).

"Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1,40).

"Se fue a casa de Simón y Andrés" (Mc 1,29).

"Una mujer llamada Marta lo recibió en su casa" (Lc 10,38).

"Vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).

En esta encarnación del Verbo hay un misterio de desposesión y pobreza. Ha descendido hasta lo más profundo de nuestra miseria para abrazarla y besarla.

"Entra en casa de los pecadores y come con ellos" (Mt 9,10).

"No había lugar para ellos en la posada" (Lc 2,7).

"El Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza" (Lc 9,58).

"Siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza" (2 Co 8,9).

"Se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y apareciendo en su porte como hombre, y se humilló a sí mismo hasta la muerte" (Flp 2,6-8).

"Pero a los que le recibieron les dio poder para hacerse hijos de Dios" (Jn 1,12).

Esta venida de Jesús en la humildad de nuestra carne es causa de salvación para cuantos la reciben con gozo:

"Hoy ha entrado la salvación a esta casa" (Lc 19,9).

"Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa" (Mt 8,8).

"Vino del cielo un ruido como de viento impetuoso que llenó la casa donde estaban... y quedaron todos llenos del Espíritu Santo.

"De su plenitud hemos recibido todos un amor en respuesta a su amor" (Jn 1,16).

La comunidad cristiana es el nuevo templo, la nueva casa de Nazaret donde se vive el amor. "Todos los creyentes vivían en común y lo compartían todo. Partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón" (Hch 2,46).

Los pobres y lisiados son invitados a beneficiarse de ese amor. "Sal a los caminos y cercas y obliga a entrar a la gente hasta que se llene mi casa" (Lc 14,23).

Textos de la Escritura

Contemplación ignaciana de los misterios de la vida oculta: Anunciación (Lc 1,26-38), Visitación (Lc 1,39-56), Nacimiento (Lc 2,1-20), Vida en Nazaret (Lc 2,51-52).

La humillación del Hijo: el himno de Filipenses. "Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Flp 2,1-11). Probado en todo igual que nosotros (Hb 4,14-5,10).

Dios ha escogido lo necio del mundo y lo débil del mundo (1 Co 1,26-31).

Los sumarios de la comunidad cristiana: Hch 2,42-47; Hch 4,32-35; Hch 5,12-16.

La comunidad comparte la fe, la oración, los bienes, las debilidades

Acude asiduamente a la enseñanza y cuida su formación

Vive unida con un solo corazón

Celebra gozosamente los sacramentos con espíritu de fiesta

Crece en número y vitalidad

Goza de la simpatía del pueblo

Da testimonio con poder y con signos

Los textos fundamentales del amor cristiano

1 Co 13: himno al amor

Ef 4,25-32: desechar toda maldad

Rm 12: caridad sin farsa

 

 

Ga 5,19-6,12: frutos del Espíritu

Flp 2,1-5: sin rivalidades

Col 3,12-15: entrañas de misericordia

Preguntas para nuestros encuentros con Dios

¿En qué medida sé encontrar al Señor en lo cotidiano de mi vida, en los pucheros? ¿Es mi casa, mi habitación, mi despacho, un templo consagrado en el que el Señor se hace presente y en el que vivo una liturgia de alabanza?

¿En qué medida tengo los sentimientos de Cristo? ¿Recuerdo alguna vez en el que él ha crecido cuando yo disminuía? ¿Valoro el ocultamiento y el fracaso como valiosos para el advenimiento del Reino?

¿Tengo sensibilidad para dejarme seducir por la simplicidad de la vida evangélica de Nazaret? ¿Puedo hacer mías las palabras del salmo 131: "No he tomado un camino de grandezas que me viene ancho, sino que vivo tranquilo y calladamente, como un niño en brazos de su madre"?

¿Qué compañía busco? ¿La de la gente sencilla o la compañía de la gente influyente e importante, los grupos con poder de decisión?

¿Soy consciente de que el seguimiento de Cristo me va a traer incomprensiones, rechazos, desposesión, provisionalidad? Recordar un momento de la vida en que ha sucedido algo de esto. ¿Cómo reaccioné entonces y cómo lo valoro ahora? ¿Qué frutos ha traído la humillación a mi vida?

¿Cuál es la presencia de María en mi vida? ¿Vivo su espiritualidad de sencillez, pobreza, alabanza, silencio, aceptación, ocultamiento, servicio, fe...?

¿Cómo es mi amor para con mis hermanos de comunidad? Hacer una lista con sus nombres y examinar mi relación con cada uno de ellos. ¿Es mi amor hacia él tierno, fuerte, fiel, compasivo, generoso? ¿Mi amor por él lo cree todo, lo acepta todo, lo espera todo, lo excusa todo?

¿Cuánta ilusión y tiempo dedico a la vida interna de la comunidad? ¿Me dejo conocer o procuro esconderme para que sepan de mí lo menos posible? ¿Colaboro en los trabajos comunes? ¿Me intereso por la vida, la familia y el trabajo de los otros? ¿Celebro sus cumpleaños, sus éxitos, sus momentos importantes? ¿Tengo práctica en perdonar y en pedir perdón?

 

EL MONTE

Ambientación geográfico-bíblica

Tres montes aparecen durante el ministerio público de Jesús: el monte de la cuarentena, el monte de las bienaventuranzas y el monte de la transfiguración. Representan tres aspectos fundamentales de la vida de Jesús: la tentación, el evangelio del reino, y la revelación de la gloria.

El monte lugar de tentación:

Jesús, cabeza del nuevo Israel, va a superar las tres tentaciones a las que sucumbió el pueblo en el desierto. Son todas tentaciones mesiánicas que versan sobre el modo de configurar su misión, instaurar el Reino y traer la salvación. La tentación estuvo siempre presente en la vida de Jesús. Satanás tienta a Jesús a través de sus discípulos (Mc 8,33), sus familiares (Jn 7,3-4), el pueblo (Jn 6,15), los fariseos (Mc 8,11), los sacerdotes (Mc 15,32). La tentación siempre trata de desviar el curso de actuación de Jesús para adaptarlo a los esquemas del mundo.

Meditamos hoy sobre lo que Ignacio llama tentaciones de Segunda Semana. Queremos tomar conciencia de los engaños tan frecuentes que se presentan en nuestro discernimiento a la hora de escoger los medios para la llegada del Reino. Hay una triple tentación de instaurar el reino mediante el tener, el valer y el poder. Queremos eliminar la ambigüedad, la oscuridad y el riesgo. Buscamos seguridades materiales, medios humanos absolutizados, señales del cielo, espectacularidad, triunfalismo, culto a la personalidad, montajes, eliminación de la libertad como estorbo, paternalismo, manipulación de las conciencias débiles...

El monte lugar de promulgación de la ley:

El monte de las bienaventuranzas nos recuerda al Sinaí, donde se promulgó la antigua ley. Desde la cercanía de Dios, en lo alto, Jesús enseña con autoridad, no como los escribas y fariseos (Mt 7,29). Él es el Señor del sábado (Mt 12,8).

Una justicia que abunda más que la de los escribas y fariseos (Mt 5,20). "Habéis oído que se os dijo... Yo en cambio os digo" (Mt 5,21-22.27-28.31-32.33-34.38-39.43-44).

Una justicia que carga su acento en la misericordia por encima de cualquier precepto positivo (Mt 12,7; 23,23-24).

Una justicia que se fija más en las intenciones del corazón que en los actos externos.

Una justicia de la que hay que tener hambre y sed; que debe ser buscada apasionadamente porque con ella se nos da todo lo demás por añadidura (Mt 6,33).

Una justicia que trae la felicidad y la bienaventuranza ya aquí en la tierra, instaurando un pueblo pobre y sencillo, manso y misericordioso, creador de paz en medio de persecuciones y violencias (Mt 5).

El monte lugar de teofanía:

El antiguo nombre de Dios es El Shadday, el que habita en los montes.

Ex 24,12-18; 33,18-22: Moisés sube al Horeb para hablar con Dios.

1 R 19: Elías encuentra a Dios en el Horeb bajo la forma de una suave brisa.

Mt 17,1-8: Moisés y Elías acompañan a Jesús en el Tabor, cuando se manifiesta toda la gloria que lo habita.

Pero no podemos hacer tres tiendas. Hay que seguir caminando hacia Jerusalén. Los mismos testigos que en el monte vieron la gloria de Jesús serán también testigos de su agonía en Getsemaní.

Textos de la Escritura

Pasaje de las tentaciones: Mt 4,1-11; Lc 4,1-13; Mc 1,12-13. Mateo concluye las tentaciones en el monte, lugar clave teológico en su evangelio. En un monte se nos dirá al final del evangelio que le ha sido dado a Jesús todo poder (Mt 28,18). Lucas en cambio concluye las tentaciones en el monte del templo de Jerusalén donde había comenzado y donde terminará el evangelio.

Satanás padre de la mentira y Jesús luz del mundo (Jn 8,12-47).

Enfrentamiento de las dos banderas: Satanás en Babilonia (Ap 17 y 18), y Jesús en la Jerusalén del cielo (Ap 7,9-8,5).

La bandera del enemigo: concupiscencia de la carne y de los ojos, jactancia de las riquezas y soberbia de la vida (1 Jn 2,13-17).

La bandera de la pobreza (Lc 12,13-34)

La bandera de las humillaciones: (Lc 15,18-23; Mt 10,16-25).

El cántico del Magnificat: mirada al mundo y a la humanidad desde la luz de las bienaventuranzas (Lc 1,46-55).

Sermón del monte: el programa del evangelio del Reino (Mt 5-7).

El pasaje de la transfiguración (Lc 9,28-36).

La gloria oculta en medio de la humillación (Jn 12,23-30; 2 Co 4,5-5,10).

María de Betania a los pies de Jesús imagen del discípulo ante el Maestro (Lc 10,38-42).

Preguntas para nuestros encuentros con Dios

¿Qué grado de conciencia tengo de la sutileza de los engaños en las opciones por el Reino? Recuerda algún caso de tu vida o de la vida de otros en los que el camino del Reino se ha desviado bajo capa de bien. ¿Has descubierto en estos días alguno de estos engaños?

¿Quién es mi verdadero Maestro, el que modela mis criterios? ¿Soy consciente de hasta qué punto mis criterios pueden estar inconscientemente educados por otros maestros: la prensa diaria, la televisión, las modas, la letra de las canciones, la publicidad, las ideologías preponderantes...?

¿Aplico los criterios evangélicos a las pequeñas opciones de cada día: nivel de vida, uso de instrumentos de trabajo, actitudes de servicio, rechazo de todo tipo de dignidades y homenajes, dedicación a los pobres...?

¿Cuáles son las riquezas de las que hoy podría gloriarse mi corazón: títulos universitarios, dominio de idiomas, extracción social de mi familia, experiencia de mundo, viajes, elocuencia, simpatía, atractivo personal, prestigio de la propia congregación, puestos de gobierno, radicalidad de mis opciones...? ¿Me siento apegado a estas riquezas? ¿Las dejaría con facilidad?

¿Cómo vivo los criterios de las bienaventuranzas, sobre todo la mansedumbre y la no-violencia, el desprendimiento y la limpieza de corazón?

¿Es mi vida de discípulo una buena noticia para los pobres? ¿Repercute en ellos? ¿Quiénes son los beneficiarios de mi consagración a Dios? ¿Son los pobres que no tienen más valedor, o más bien son personas a quienes no les faltan en la vida oportunidades de todo tipo?

¿Qué momentos de transfiguración experimento en mi vida? ¿Qué efectos causan en mi proceso espiritual y en mis actividades? ¿Los busco por sí mismos o más bien como un momento para recargar las pilas antes de seguir el viaje?

 

JERUSALÉN

Ambientación geográfico-bíblica

El largo camino de Jesús tiene un término: Jerusalén. Es la meta de la peregrinación, la cima de una penosa ascensión. Allí se darán cita definitiva la maldad de los hombres y la misericordia de Dios.

Jerusalén es la ciudad de David, la ciudad de la paz donde se custodiaba el arca de la alianza. En ella Salomón había edificado el templo. Jerusalén es la ciudad que Dios ha escogido en contraposición a Babilonia, ciudad del mal y de la impiedad.

En ella se celebraba la Pascua antigua y todo el mundo acudía allí en peregrinación. Se celebraba durante la Pascua el sacrificio del cordero, el recuerdo del paso del Mar Rojo, el éxodo de Egipto. En Jerusalén Jesús dará cumplimiento a la Nueva Pascua, ofreciendo su cuerpo como cordero inmolado (Jn 19,36; Ap 5,6). Es la nueva alianza en su sangre (Lc 22,20) que sella un testamento nuevo. El pueblo queda liberado de la esclavitud del pecado y rescatado por el precio de la sangre (1 P 1,18-20). Del costado abierto de Jesús surge la Iglesia, el Israel de Dios (Ga 6,16).

Jerusalén es también la ciudad que apedrea a los profetas y los mata (Mt 23,37-39; Lc 13,34-35). Representa la dureza de corazón de las autoridades religiosas, políticas y sociales que acabarán condenando a Jesús y atrayendo sobre la ciudad su destrucción. Al llorar Jesús sobre Jerusalén, llora el misterio de la iniquidad (Lc 19,41-44).

Pero Jerusalén es también la ciudad de la nostalgia del desterrado junto a los canales de Babilonia. "Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me seque la mano derecha" (Sal 137,5). Es la meta de la peregrinación para cuantos no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que anhelamos la del cielo (Hb 13,14). La ciudad adonde confluirán los pueblos en la unidad de una Humanidad nueva, sin razas ni fronteras, rescatados por la sangre de Cristo. La capital del nuevo pueblo de Dios, congregado de todas las razas y pueblos. "El Señor inscribirá a todos en el registro de los pueblos como nacidos allí" (Sal 67).

Y así Jerusalén es figura de la Iglesia. Comunidad redimida, esposa que como Eva brota del costado de Adán dormido. En Jerusalén se reúnen todos los pueblos en Pentecostés y desciende sobre ellos el Espíritu Santo que les hace entenderse a pesar de la diversidad de lenguas. Jerusalén es la antítesis de Babel, ciudad del orgullo y la opresión. El orgullo divide; el amor une y comunica.

Jerusalén es la ciudad santificada que baja del cielo de junto a Dios, engalanada como una novia vestida para su esposo (Ap 21,2), iluminada por la gloria de Dios y por la lámpara del Cordero (Ap 21,13).

En su entrada solemne Jesús es aclamado como rey que viene en el nombre del Señor y purifica el templo que se había convertido en una cueva de ladrones. Él es el nuevo templo que los hombres destruirán, pero que Dios reconstruirá en tres días. Como discípulos acompañamos al Señor en su entrada dispuestos a acompañarle en la celebración de la Pascua y pasar con él al Padre de la muerte a la vida.

Los discípulos abandonaron a Jesús en Jerusalén, porque no le habían acompañado a lo largo del camino catecumenal que él les fue proponiendo. El ejercitante ha acompañado a Jesús a lo largo del camino, ha tomado sus opciones por el evangelio, y ahora acompaña a Jesús en su muerte, haciendo suya su actitud de ofrenda en manos del Padre.

 

Textos de la Escritura

Relatos de la Pasión: Mt 26,36-27,61

Mc 14,26-15,47

Lc 22,39-23,56

Jn 18,1-19,42

Profecías del siervo sufriente: Is 50,4-11; 53,1-12.

La predicación de la cruz es fuerza de Dios: 1 Co 1,17-25.

Así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo: 2 Co 1,3-7; 4,7-18; 5,14-21.

Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables a la gloria que se nos ha de manifestar: Rm 8,14-23.

Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo: Co 1,24-29; Flp 3,7-11.

Estoy crucificado con Cristo; llevo las cicatrices de Cristo: Ga 2,19-20; 6,14.17.

Fijos los ojos en Jesús que soportó la cruz: Hb 12,1-4.

Alegraos en la medida en la que participáis de los sufrimientos de Cristo: 1 P 4,13; 2,19-21.

Preguntas para nuestros encuentros con Dios

Jesús entrega su vida libremente. ¿En qué grado me siento libre para entregar mi vida y mi muerte al Padre para colaborar en su plan de salvación?

Ante la injusticia y la violencia de los demás ¿cuáles son mis resistencias a perseverar en el amor en mi identificación con Cristo?

¿Cómo puedo completar en mi cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo? Detallar alguna de las formas en las que este proceso tiene lugar en mi vida.

¿Con qué frecuencia confronto con la cruz de Cristo mis tentaciones de triunfalismo y mis descorazonamientos y fracasos?

Cuando sufro la injusticia, ¿puedo hacerlo sin rebeldía? ¿Sé perdonar a los que me crucifican?

¿En qué medida contribuyo a que el inocente siga siendo aplastado en mi mundo? Recuerda algunos casos en que has asistido al sufrimiento injusto de otros con pasividad, en silencio, con miedo a implicarte y a complicarte. ¿Con cuál de los personajes de la pasión me identifico más: Pilato, Herodes, Judas, Caifás, Pedro...?

¿Sé descubrir el rostro del crucificado en todos los rostros desencajados por el dolor? ¿Se me ocurre espontáneamente pensar en Jesús cuando veo a alguien aplastado por el sufrimiento?

¿He vivenciado alguna vez el amor de Jesús crucificado hacia mí de una manera personal? ¿En qué medida hago mías las palabras de San Pablo: ‘Me amó y se entregó por mí’? Revivir en este día el coloquio de la meditación de los tres pecados ante el crucificado. ¿Qué ha hecho Cristo por mí? ¿Qué voy a hacer por Cristo?

 

 

EL MUNDO

Ambientación geográfico-bíblica

El mundo es creación y huella de Dios. "Y vio Dios que era bueno" (Gn 1,10). El mundo es testimonio de la grandeza divina cuando lo miramos con ojos iluminados. "¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Sal 8,2). "Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos" (Sal 19,2).

Pero por el pecado entró el mal en el mundo y éste se ha convertido en un "valle de lágrimas". "La creación fue sometida a la vanidad no voluntariamente, pero tiene la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos" (Rm 8,19-22).

Con la efusión del Espíritu el mundo entero se ha convertido en un templo. En cualquier rincón del universo podemos adorar al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,24). Roto el cuerpo de Jesús, el espíritu que lo habitaba se ha derramado sobre el universo y el creyente puede encontrar a su Señor resucitado en todas partes.

Jesús cita a sus discípulos en Galilea, en el trabajo cotidiano de la pesca, de la vida ordinaria. A partir de la resurrección el mundo es lugar de encuentro. El Jesús que he encontrado en la soledad y el silencio de los ejercicios me da ahora un nuevo número de teléfono para localizarle: el del ancho mundo al que me veo proyectado en mi misión apostólica. "Allí le verán".

El cristiano es enviado al mundo para anunciar una buena noticia. "Vayan por todo el mundo y anuncien la buena nueva a toda la creación (Mc 16,15). Este mandato incluye la indicación de hacer discípulos de todas las gentes. Corresponde al mandato del Génesis de crecer y multiplicarse y henchir la tierra. Hay que henchir la tierra de nuevos discípulos.

El cristiano es invitado a recapitular en Cristo todas las cosas "según el benévolo designio que en él se propuso Dios de antemano para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1,9-10).

"Todo es suyo, ustedes son de Cristo y Cristo de Dios" (1 Co 3,23). "Todo fue creado por él y para él; él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia. Él es también cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de los muertos, para que sea el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él la plenitud" (col 1,16-19).

Cristo resucitado es la primicia de la humanidad nueva y la creación nueva. "Entonces dijo el que está sentado en el trono: ‘Mira que hago un mundo nuevo’" (Ap 21,5). "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron" (Ap 21,1). "Y enjugará toda lágrima de sus ojos y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21,4).

Al salir de los ejercicios nos vemos remitidos a un mundo que es a la vez un lugar de encuentro y una tarea. En este mundo podemos realizar nuestra vocación a ser "contemplativos en la acción" y a "buscar y hallar a Dios en todas las cosas". En la espiritualidad ignaciana la acción no rompe el encuentro con Dios y por eso no hay que huir del mundo, sino sumergirnos en él realizando la tarea de nuestra misión evangelizadora.

Una vez que he ordenado mi vida y me he liberado de mis apegos, puedo realizar el anhelo ignaciano de "en todo amar y servir". Para un corazón libre las criaturas ya no son trampas, sino lugares de cita donde encuentro la presencia radiante de mi Señor.

 

Textos de la Escritura

Contemplación ignaciana de las apariciones de Jesús

La tumba vacía: Mc 16,1-8

Las mujeres: Mt 28,1-10

La Magdalena en el huerto: Jn 20,11-18

Los de Emaús: Lc 24,13-35

Los apóstoles en el cenáculo: Jn 20,19-29

Los pescadores en el lago: Jn 21

Últimas instrucciones: Lc 24,36-49

La misión universal desde el monte: Mt 28,16-20

La Iglesia del Espíritu: Ascensión y Pentecostés: Hch 1,9-14; 2,4-35.

La vida en el Espíritu: Rm 8.

El tesoro en vasos de barro: 2 Co 4,7-18.

Dios nos vivificó juntamente con Cristo: Ef 2,1-10.

Si han resucitado con Cristo, busquen lo de arriba: Col 3,1-17.

Voy a prepararles un lugar y volveré a ustedes: Jn 14,1-20.

Estén alegres en el Señor: Flp 4,4-9.

Preguntas para nuestros encuentros con Dios

¿Con qué frecuencia experimento la alegría de Cristo resucitado en mi vida? Recordar y revivir la experiencia de alguno de estos encuentros en el pasado.

¿Es mi talante habitual optimista, esperanzado, positivo, o por el contrario suele dominar en mí un talante de tristeza y desesperanza? ¿Cómo puede mi vida teologal de fe, esperanza y caridad tener un influjo mayor en mis sentimientos psicológicos básicos?

¿Me resulta fácil identificar al resucitado con el crucificado? ¿Cómo integro en mi vida las dos vertientes del misterio pascual? ¿DSé encontrar vida en situaciones de muerte?

¿Me esfuerzo por dar a mi vida de comunidad su sentido de signo de la resurrección de Jesús para los hombres? "Miren cómo se aman" era el testimonio más eficaz de la comunidad primera. ¿Puede decir lo mismo la gente de hoy al hablar de mi comunidad?

¿Estoy abierto a la acción del Espíritu en mí y a través de mí? ¿Pongo mi confianza en los dones y carismas del Espíritu o más bien en mis talentos adquiridos y mis cualidades naturales?

¿Cómo vivo mi vocación a ser contemplativo en la acción? ¿Me resulta fácil integrar estas dos dimensiones en mi vida? ¿Pierdo la presencia de Dios cuando me encuentro en medio de una jornada muy complicada? ¿Conservo la práctica ignaciana de los dos exámenes diarios?

¿Es el amor la motivación última que me empuja en todas mis acciones y tareas? ¿Siento mi corazón vivo? ¿Quiero a los demás de verdad? ¿Trasciendo el amor humano para experimentar en él y por medio de él el amor de Dios?