Los iconos están hechos de símbolos y también de letras, con las cuales se puede escribir el texto sagrado. Puede leer y comprender este texto sólo quien conoce las “letras” de este alfabeto.

La recopilación de todos los iconos canónicos constituye por sí misma la plenitud de la enseñanza ortodoxa. “Si se te acerca un pagano, diciendo: Muéstrame tu fe, lo llevarás a la iglesia y lo pondrás delante de varios tipos de imágenes sagradas”.

El icono es una representación sinóptica de la Sagrada Escritura. Y para que permaneciera inmutable, se creaban y transmitían de un autor a otro, de una generación a otra, los originales iconográficos, los modelos. Durante la elaboración de estos modelos, los rostros de los santos canonizados perdían sus trazos individuales y se transformaban en símbolos, es decir, en signos de una espiritualidad sobrenatural.

Las decisiones del VII Concilio Ecuménico se dirigían a todo el mundo cristiano. Pero el rey francés Carlos –el futuro emperador Carlomagno–, competidor del emperador bizantino en aquel mundo medieval, no aceptó estas decisiones (hecho que se convirtió en un motivo lógico de la oposición de Occidente a Oriente).

Como respuesta a las decisiones del VII Concilio Ecuménico, por iniciativa de Carlos se compilaron, en los años 790 a 794, los libros carolingios, en los cuales se hacía constar que el objeto del culto sólo podía ser Dios y de ningún modo los iconos. Estos podían utilizarse únicamente para adornar los templos y con fines ilustrativos. Por esta razón, no se admitía la canonización de las imágenes.
Así, en la Iglesia Occidental no existían modelos iconográficos, y los pintores de la Europa Occidental podían dar su propia interpretación de los temas veterotestamentarios y cristianos. Poco a poco, el arte religioso de la Europa Occidental se aleja cada vez más de la iconografía y crea lo que se llama cuadros de temas religiosos.

El significado de este proceso es enorme. La actividad del pintor es siempre una búsqueda. Y esta búsqueda encuentra sus frutos: se descubren la perspectiva lineal, los modos de representar el movimento y la transmisión de las características del aire, entre otras cosas.

Los parroquianos, cuando venían al templo y se maravillaban de imágenes que podemos llamar iconos, conocían estos descubrimientos y –sin darse cuenta– aprendían. Este “aprendían” debe entenderse en sentido directo y en serio, porque en aquella época la ciencia todavía no estaba separada del arte, y muchos descubrimientos artísticos fueron embriones de las nacientes ciencias.
En Bizancio y en los demás países ortodoxos la situación del arte representativo era diferente. La iconografía canonizada y los dogmas de la fe ortodoxa crearon un sistema de coordenadas que mostraban al hombre el verdadero camino del mar en el cual debía navegar durante su vida. El pintor de iconos no necesitaba la búsqueda de nuevos métodos de representación: ya existían los principios de creación de imágenes adecuadas a la fe.

Al inicio del segundo milenio, la Europa Occidental y la Oriental van hacia el futuro por caminos diferentes tanto en la cultura como en el arte y la ciencia.
La recopilación de las imágenes canónicas que se había realizado y los modelos iconográficos que se habían confirmado, han creado el mundo de la iconografía ortodoxa, cuyas obras maestras refuerzan y purifican la fe. De esta forma, ya plenamente delimitada, el arte iconográfico fue transmitido por Bizancio al pueblo de la antigua Rus.

En la Rus, la iconografía ha encontrado una nueva patria. Los maestros iconográficos rusos no sólo han asimilado de los griegos la tradición del gran arte que estos crearon, sino que también la enriquecieron generosamente. Han dado a la iconografía la estética y el temperamento de un pueblo joven, apenas salido a la escena de la historia mundial. A diferencia de las pesadas y estáticas imágenes bizantinas, los iconos rusos resplandecen de colores luminosos y sonoros, de líneas difuminadas, pero llenas de fuerza y movimento. Los autores de la mayoría de los iconos rusos no son conocidos. Los iconos, al igual que las oraciones, son producto de la creatividad común y han sido cuidadosamente formados por muchas generaciones, como la talla de una piedra preciosa. El pintor de iconos, durante el proceso de pintar, crea sólo una reproducción nueva del original, se remonta al Prototipo. Pero un buen maestro también podía expresarse con difuminados delicadísimos. Tal icono-oración era un directo y personal modo de dirigirse a Dios, y por ello no tenía necesidad de llevar el nombre de la persona que lo creaba. Los mejores iconos de la antigua Rus están llenos de un profundo significado espiritual y, aunque representan el mismo tema, son sorprendentemente distintos, como distintas eran las personas que los pintaron.

CLIC PARA VERLO MÁS GRANDELa canonización de la iconografía desempeñaba un doble papel: por una parte, limitaba la libertad creativa del pintor de iconos y, por otra, encarnaba la rica experiencia iconográfica, fruto de esfuerzos intelectuales y espirituales de las generaciones pasadas. La iconografía era una obra creativa común, y cada pintor aportaba su contribución a esta gran labor.

El arte eclesiástico puede considerarse sólo desde el punto de vista eclesiástico; tal comprensión no es posible sin conocer la enseñanza ortodoxa. Los iconos y el canto eclesial no pueden tratarse únicamente desde una óptica estética. Por sí mismos representan algo diferente del arte. Y se comprende por qué la Iglesia Ortodoxa Rusa insiste en recuperar los iconos milagrosos, conservados en museos. En un museo, el icono deja de ser icono. Tiene necesidad de toda la estructura de la vida eclesial: el templo, la liturgia, el lugar en el orden de los demás iconos y, sobre todo, los ojos de los fieles, para los cuales el icono es la ventana a otra realidad: la realidad del mundo divino.

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