CONCLUSIÓN


EL CRISTIANISMO, a lo largo de dos mil años de historia y en el ancho mundo donde se ha ido encarnando, nos ha mostrado la esencia de su ser en su capacidad de anunciar al hombre de ayer y de hoy su mensaje evangelizador, y se ha revelado en su ya larga historia cómo el evangelio ha de ser propuesto por la Iglesia en oferta generosa y gratuita. La semilla es acogida en distintos tipos de cultivo y germina en variadas formas de grano.

Quien se haya asomado al mundo oriental descubrirá con asombro que existen unas comunidades cristianas con otra cultura, con otra historia, con otra forma de ser y de pensar, donde también se proclama, se celebra y se vive el evangelio de la salvación. Las Iglesias orientales católicas han nacido de la única semilla evangélica y han crecido con el abono de ricas tradiciones particulares. Hasta nosotros han llegado sin pretensiones de grandeza, sino con la humildad de quien ofrece cuanto tiene: así han tratado de discurrir las páginas que anteceden.

La historia y la actualidad se tejen en todas y cada una de las Iglesias orientales: muestran su genealogía y su descendencia. A lo largo de mil años convivieron como hermanas en la gran casa de la católica Iglesia, presididas por Roma. Saben de unidad, de fortaleza y de fe. Las diferencias fraternas desencadenaron ruptura, división e ignorancia recíproca. Han tenido que pasar muchos siglos para descubrir que sus diferencias legítimas han de ser valoradas como base de la unidad siempre deseada y añorada, y que encierran la capacidad de enriquecerse y complementarse.

Varios son los siglos desde que algunas Iglesias orientales despertaron deseos de unidad con la Iglesia de Roma a la par que defendían su legítima diversidad: pequeñas comunidades eclesiales han decidido alcanzar la unidad católica como adelantadas del ecumenismo, mientras otras comunidades hermanas han entendido que la unidad plena se ha de lograr —sin fusión ni absorción— con la integración de todas. Las Iglesias orientales católicas aportan su experiencia y solemnemente afirman que allí donde se fracturó la Iglesia indivisa, allí hay que buscar las claves para la unidad.

La existencia de las Iglesias orientales católicas ha sido y lamentablemente es desconocida para el fiel católico de Occidente. La ruptura católica producida entre Roma y las Iglesias orientales a comienzos del segundo milenio vino a identificar a la Iglesia católica con la Iglesia latina y su tradición. Esta concepción medieval ya superada ha de ofrecer una nueva comprensión de la Iglesia católica «extendida de Oriente a Occidente». Además, las Iglesias orientales católicas han sido, en muchos casos, censuradas por otras Iglesias orientales, y unas y otras se han ignorado y en algún caso hasta se han hecho violencia. Todas han sufrido por su fidelidad, pero «los sufrimientos de ahora no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará» (Rom 8,18).

Un nuevo milenio para la única Iglesia de Cristo ha de significar un acercamiento a la herencia apostólica y al patrimonio común de toda la cristiandad en las tradiciones teológicas, litúrgicas y espirituales de las Iglesias orientales (cf TMA 25). Es necesario restablecer la unidad querida por Cristo, incluso con nuevas iniciativas, abandonando viejos prejuicios, intolerancias y prepotencias que han existido, e ir caminando con paciencia perseverante y perseverancia paciente hacia la unidad, don del Espíritu Santo, que hay que implorar, merecer y valorar.

Conocer las Iglesias orientales católicas supone «conocer la liturgia de las Iglesias de Oriente; profundizar el conocimiento de las tradiciones espirituales de los Padres y de los Doctores del Oriente cristiano; tomar ejemplo de las Iglesias de oriente para la inculturación del evangelio; combatir las tensiones entre latinos y orientales e impulsar el diálogo entre católicos y ortodoxos; formar en instituciones especializadas para el Oriente cristiano a teólogos, liturgistas, historiadores y canonistas que puedan difundir, a su vez, el conocimiento de las Iglesias de Oriente; ofrecer en los seminarios y en las facultades teológicas una enseñanza adecuada sobre esas materias, sobre todo para los futuros sacerdotes» (OL 24).

La Iglesia católica siempre ha de profesar la unidad y defender la legítima diversidad: son como el anverso y el reverso de una misma moneda. El futuro del ecumenismo há de moverse entre estos dos polos. Y las Iglesias orientales católicas afirman, cada una con su peculiar timbre de voz, la armonía de la unidad y de la diversidad.