Modernismo
Hubo entre finales del siglo XIX y principios del XX una tentativa 
de adaptar la inmutabilidad del dogma católico al espíritu racionalista de los 
tiempos. Sus mayores y más importantes primeros representantes fueron el abate 
Alfredo Loisy en Francia, el ex jesuita Tyrrell en Ingraterra, H. Schell en 
Alemania y Rómulo Murri y Ernesto Buonaiuti en Italia.
A la oportuna condena de las sesenta y cinco proposiciones modernistas con el 
decreto Lamentabili del año 1907, siguió en el mismo año la encíclica Pascendi 
(8 de septiembre), la cual arrostraba de frente al modernismo con una tan clara 
y sistemática exposición de sus errores que maravilló a los mismos modernistas. 
Sin dar ni revelar ningún nombre, la encíclica retrataba perfectamente al 
modernista considerado como filósofo, como creyente, como teólogo, como crítico, 
como apologista y como reformador. Como filósofo, el modernista parte del 
agnosticismo kantiano y positivista; no sabemos nada de Dios, de su existencia 
ni de sus atributos, cualquier cosa que de él conozcamos sólo la podemos saber a 
través de la religión que es la revelación de Dios en lo íntimo de los 
corazones, sentimiento instintivo del alma que tiene necesidad de un ideal para 
vivir. Como creyente el modernista se acoge a Dios, que se revela en lo íntimo 
de la conciencia y del que tiene una experiencia interior (inmanentismo); por 
tanto, la religión es un hecho puramente subjetivo. Como teólogo, el modernista 
describe la propia fe, la fe subjetiva, recurriendo a los ideales de su tiempo, 
inventando fórmulas que se transmiten de unos a otros y que llegan así a 
convertirse en "tradicionales" pero que no responden a la verdadera tradición 
eclesiástica; son, por tanto, mudables y cambiantes como cambiantes y mudables 
son las ideas de los tiempos. Como historiador el modernista, aunque da un valor 
a los textos, los interpreta y manipula según previos conceptos filosóficos y 
teológicos (cuando no políticos); declara, por tanto, imposible el milagro y 
expurga los textos de todo aquello que tiene visos de sobrenatural; o sea, hace 
una historia crítica y cientificista. Con esta historia crítica y cientificista, 
el modernista cree ser un apologista de la religión, conciliando el cristianismo 
con el espíritu "moderno", e intenta una reforma de la Iglesia, en sus dogmas, 
sin salirse de la Iglesia. Aparte de las airadas reacciones de los modernistas 
de la época, el decreto de San Pío X echó por tierra las formas más "duras" con 
que se manifestaba la herejía de la época, haciéndola retroceder en forma y 
conteniendo por mucho tiempo más una de las herejías de las más peligrosas de la 
historia de la Iglesia.
(s. 
XiX – XX) – 
término generalmente utilizado 
para designar al movimiento surgido en Europa (y de allí al resto del mundo) y 
que supiera ejercer una fuerte influencia en amplios campos del que hacer humano 
(vgr. literatura, pintura, arquitectura, etc.). El ámbito religioso, 
específicamente el cristiano, no se mantuvo incólume a sus influencias. Así, los 
seguidores de la corriente modernista intentaron armonizar la doctrina 
tradicional de la Iglesia con las nuevas tendencias filosóficas, los nuevos 
descubrimientos históricos y científicos. Entre sus principales propulsores 
dentro del Catolicismo pueden citarse (sin que su señalamiento implique 
juicio de valor alguno) al jesuita y teólogo inglés George Tyrrell, al 
filósofo Edouard Le Roy; al investigador y exegeta Alfred Loisy y al historiador 
Ernesto Buonaiutti, entre muchos otros. Al considerar que las formulaciones 
efectuadas por los representantes del modernismo eran una ‘síntesis de todas las 
herejías’ en donde se mezclaban el agnosticismo, el subjetivismo, el 
fenomenismo, el relativismo, el inmanentismo y un evolucionismo radical, el 
Santo Oficio lo condenó a través del decreto ‘Lamentabili’ (1907). Luego, 
la condena fue reafirmada sucesivamente por el papa Pío X (1903-1914) mediante 
su encíclica ‘Pascendi’ y el motu proprio ‘Sacrorum Antistium’ 
(1910).