Jansenismo
Cornelio Jansen (1585-1638), obispo de Ypres, Holanda, dejó a su
muerte un libro, el Agustinus, que fue publicado dos años después, en 1640. Las
doctrinas en él contenidas habían sido ya maduradas desde el año 1620, cuando,
siendo profesor en Lovaina, Jansen escribió a su amigo francés Duvergier de
Hauranne, abad de Saint-Cyran, anunciándole que había descubierto la verdadera
doctrina de San Agustín sobre la gracia y la predestinación. La obra fue
inmediatamente condenada por la Inquisición en 1614 y, al cabo de un año, por
Urbano VIII; sin embargo, encontró ardientes defensores en Duvergier de Hauranne
y Antonio Arnauld, tras los cuales estaba todo el importante Monasterio de Port-Royal
que se convirtió pronto en una fortaleza inexpugnable.
Inocencio X, en la bula Cum Occasione del 31 de mayo de 1653, condenó 5
proposiciones contenidas a lo largo del libro de Jansen. Dos años después,
Antonio Arnauld, con la Segunda carta a un duque y semejantes, a pesar de que
aceptaba la condena de las cinco proposiciones, defendió y sostuvo que tales
proposiciones no se encontraban en el libro de Jansen o que, por lo menos, no
correspondían al sentido que él les había querido dar (cuestión de derecho y no
de hecho). Alejandro VII, con la constitución Ad Sacram beati Petri Sedem, del
16 de octubre de 1656, se decidió también por las cuestiones de hecho,
declarando que las cinco proposiciones habían sido declaradas en el libro de
Jansen y condenadas en el mismo sentido que él les daba. La controversia entre
jansenistas y católicos se encendió todavía más con la publicación de las
Provinciales de Pascal (1656-1657), y como la contienda no tenía trazas de
apagarse, la Asamblea del Clero propuso un formulario que debían firmar todos
los miembros del Clero, los monasterios y los conventos del reino. Las
religiosas de Port Royal se resistieron y se negaron, por lo que fueron
excomulgadas. La paz clementina apagó la controversia, pero pocos años después,
con el Compendio de la moral del Evangelio, de Pascasio Quesnel, oratoriano
(1634-1719), impreso y desarrollado en cuatro tomos de El Nuevo Testamento con
reflexiones morales, el jansenismo reapareció todavía más fuerte y peligroso.
Clemente XI, con la constitución Vineam Domini del 16 de julio de 1705 renovó
las condenas precedentes y precisó que no bastaba el silencio obsequioso
sostenido por los jansenistas, sino que se requería la adhesión interna. Con la
constitución dogmática Unigenitus del 8 de septiembre de 1715 se condenaron 101
proposiciones de Quesnel. Los jansenistas se indignaron terriblemente y apelaron
a un concilio general (de donde el nombre de apelantes). De este movimiento de
los apelantes surgió la iglesia jansenista cismática de Utrecht el año 1723, la
cual cuenta actualmente con cerca de 10.000 fieles, 30 sacerdotes y 3 obispos.
En el siglo XVIII el jansenismo encontró seguidores también en Italia; entre
ellos el más famoso es Escipión de Ricci, que convocó el sínodo de Pistoya el
año 1786 y fue condenado con la bula Auctorem fidei del 28 de agosto de 1794. La
doctrina jansenista queda resumida en las cinco proposiciones condenadas el año
1653.
algunos preceptos divinos son imposibles de poderse cumplir por parte de las almas justas, a pesar de sus buenos deseos y sus esfuerzos, y además falta a estas almas la gracia que haría posible su cumplimiento;
en el estado de naturaleza caída no se resiste nunca a la gracia interior;
para merecer y desmerecer en el estado de naturaleza caída no se requiere la
libertad interior; es suficiente la libertad exterior o ausencia de obligación y
presión externa;
los semipelagianos admitían la necesidad de una gracia interior proveniente para todos los actos, incluso para el inicio de la fe; su herejía consistía en creer que esta gracia era de una naturaleza tal que la voluntad podía, a su arbitrio, resistir u obedecer;
es semipelagiano afirmar que Cristo ha muerto y ha derramado su sangre por todos
los hombres.
El jansenismo, además, afirmaba que el hombre después del pecado original está
radicalmente corrompido en sus facultades naturales, no es enteramente libre de
hacer el bien, puesto que está arrastrado por la concupiscencia que le induce
necesariamente al pecado; y si, por otra parte, obra bien es porque no puede
resistir a la gracia, la cual siempre se le da y es necesitante, irresistible y
concedida solamente a los predestinados, o sea, a aquellos por los que Cristo ha
muerto sobre la Cruz. Por consiguiente: "los paganos, los judíos, los herejes y
otros del mismo estilo no reciben ningún influjo de Cristo"; todos los amores de
las criaturas son siempre concupiscencia y, por lo mismo, pecaminosos; cada acto
que no vaya movido por el amor perfecto y directo de Dios es un acto inmoral:
"todo aquello que no proviene de la fe sobrenatural que obra por amor es
pecaminoso".
En la historia del jansenismo, hace notar Cayré, deben distinguirse dos fases
principales: en la primera, el jansenismo es ante todo un sistema teológico en
torno a la gracia y a la predestinación; en la segunda fase, además, se
convierte en un partido de oposición política parlamentaria,
filosófico-religiosa durante un período de tiempo que va desde los últimos años
del siglo XVII y que dura, con alternas vicisitudes, hasta la Revolución
francesa.
(s. XVII) – bajo esta designación se conoce al conjunto de teorías elaboradas por el obispo de Ypres y teólogo francés, Cornelius Jansenius o Jansenio (1585-1638), vertidas principalmente en su libro “Agustinus”. En síntesis, sus ideas significaron un resurgimiento de la antigua disputa teológica entre el valor de la libertad y la predestinación, inclinándose Jansenio por éste último en desmedro de la libertad. Creía que a causa del pecado original el hombre sólo podía alcanzar la salvación mediante la intervención de la Gracia, intervención que inexorablemente inclinaba la voluntad hacia el bien, sin que la libertad interior del hombre pueda resistirla. Ello implicaba necesariamente limitar el carácter universal de la Redención puesto que los no predestinados carecían de la posibilidad de recibir influjo alguno de Cristo y con ello, quedaban fuera de toda posibilidad de salvación al estar irremediablemente sometidos a los efectos del pecado original.
La
rápida difusión de tales doctrinas y las disputas que se originaban a su
alrededor (principalmente con los jesuitas), hizo que muchos vieran en ellas el
inicio de una nueva herejía. Bien cabe aclarar que Jansenio nunca estuvo en su
espíritu promover unas doctrinas contrarias al magisterio eclesial y menos aún
un cisma. A tal punto ello era así que, antes de morir, ordenó a sus discípulos
obedecer a la autoridad de Roma y modificar todo aquello que resultare
inconveniente. Sin embargo, ello no fue óbice para que muchos desatendieran su
última voluntad, promoviéndolas a pesar de las condenas dispuestas por los papas
Urbano VIII (1615) y Alejandro VII a través de la constitución ‘Ad Sacram
beati Petri Sedem”. Finalmente, el golpe de gracia al jansenismo lo dio el
papa Clemente XI, a través de la bula ‘Unigenitus Dei Fillius’ (1715).
Esta última originó la desobediencia de algunos obispos holandeses quienes,
liderados por Cornelius Steenoven, en el año 1723, provocaron un cisma que dio
origen a la Iglesia Vetero-católica de Utrecht.