PECADO, HUÍDA DEL
"El que muere halla en la muerte el reposo y la
libertad de sus miserias: pero el que huye de la persecución, como siempre está
en el susto y continuo temor de encontrarse con sus enemigos, halla que la fuga
es más penosa y molesta que la misma muerte: por lo cual, los que mueren en la
fuga, no mueren sin gloria, antes bien. merecen la corona del martirio. (S.
Atanasio, sent. 18, Tric.T.2,p. 175.)"
"Los bienaventurados Padres que nos han
precedido, no cedieron al temor en las persecuciones, antes bien. mostraron en
ella la fuerza de su valor, observando en estas ocasiones una prudente conducta,
ocultándose al principio en lugares escondidos en donde tenían mucho que
sufrir; pero se manifestaban después
cuando llegaba el tiempo de padecer
la muerte, teniendo
igualmente cuidado de no evitar por cobardía
el tiempo de morir,
y de no prevenir el término prescrito por la
divina Providencia, temiendo que si se exponían
con temeridad, podrían hacerse ellos mismos reos
y causa de su muerte. (S. Atanasio, sent.
19, Tric. T. 2, p. 175 y
176.)"
"La
fuga de los Santos ha sido en muchas ocasiones muy
útil a los pueblos fieles. Por esta
razón se ocultaron varias veces, para reservarse como prudentes
y sabios médicos para el tiempo en que podrían ser más útiles a los
enfermos. (S. Atanasio, sent.
20, Tric. T. 2, p. 176.)"
"Si alguna vez hubo Santos que se presentaron a
los tiranos du rante la persecución, no debemos
atribuir este movimiento a temeridad, sino creer lo que ellos mismos decían,
que el Espíritu Santo los impedía a descubrirse y a ofrecerse voluntariamente
al martirio. (S. Atanasio, sent. 21, Tric. T. 2, p. 176.)"
"Las cadenas y muertes son desconocidas en
nuestra Iglesia. Jamás entregó Atanasio a ninguno a los verdugos, y en cuanto
ha estado de su parte, nunca ha llenado las cárceles de delincuentes para que
les den la muerte. Nuestros santuarios siempre han estado puros e inocentes, en
ningún tiempo se ha teñido con otra sangre que la de Jesucristo que los ha
santificado: jamás han servido para otros usos que para el culto debido a este
Salvador. (S. Atanasio, sent. 22, Tric. T. 2, p. 176.)"
"Se debe huir la persecución, pues ninguno hace
bien en esperar a que otros pequen, persiguiéndole injustamente. (S. Ambrosio,
c. 12, sent.
100, Tric. T. 4, p. 333.)"
"Huir de la persecución, no es culpa del que
huye, sino del que le persigue. (S. Bern.
Ep. 1. sent. 14, Tric. T. 10, p. 323.)"
"Tertuliano después que cayó en los errores de
los montañistas, quienes daban en el exceso del rigorismo de la moral, escribió
de intento un tratado para probar que no es lícito huir para librarse de la
persecución, ni redimirse con dinero. Claro está que sus pruebas no pueden ser
sólidas, y que en esta ocasión, siguió el ardor de un genio, que propendía
siempre a los extremos. Contradice expresamente a Jesucristo, que dijo a sus Apóstoles:
Si os persiguieren en una ciudad, huid a otra. (S. Matth., c. 10', v. 32, Bergier., T. 4, p.
64S.)"
"San Clemente de Alejandría dice lo contrario:
que el que no huye de la persecución, y se expone a ella con temeraria osadía,
o va por su gusto a presentarse a los jueces, se hace cómplice del crimen que
comete el que le condena: que si trata de irritarle, es causa de los males que
sucedan, como si se hubiese acercado a hacer halagos a un animal feroz. (Strom., lib. 4, c. 10, Bergier., ibid., p. 469.)"
"Pero puede haber aún
razones legítimas para los pastores para que huyan. A ellos buscaban
principalmente los perseguidores, y si desaparecían, muchas veces dejaban en
paz a los simples fieles. Así, San Policarpo, a solicitud de sus ovejas, se
ocultó algún tiempo a las pesquisas de sus perseguidores, lo cual vemos en las
actas de su martirio. S. Gregorio Taumaturgo se retiró al desierto durante la
persecución de Decio,
para continuar consolando y alentando a su rebaño: esto no fue motivo para que
le acusasen y reprendiesen los demás Obispos: antes bien, todos ellos elogiaron
su conducta. Lo mismo hicieron S. Cipriano, S. Atanasio y otros. (Bergier., ibid.,
ibid.)"
"Una de las precauciones que mandan los autores
ascéticos y directores de las conciencias a sus penitentes, es el huir de las
ocasiones que les fueron funestas, los lugares, las personas, los objetos y los
placeres a que tuvieron un afecto desarreglado. Esto no es puro consejo, sino un
deber indispensable, sin el cual un pecador no puede lisonjearse de estar
convertido. El corazón no está desasido del pecado cuando aún conserva las
causas de sus recaídas: y aunque no esté absolutamente en su mano el no
conservar hacia ellos su propensión, por lo menos es dueño de sí mismo para
no buscarlas y alejarse de ellas. Un cristiano que tiene experiencia de su
propia debilidad debe temer hasta el menor peligro: las cosas que para otros
pueden ser inocentes, para él pueden no serlo. El Ecco., c.
3, v. 27, nos
advierte que el que ama el peligro perece en él. Jesucristo nos manda sacar el
ojo y cortar la mano que nos escandaliza, es decir, que nos induce al pecado. (S. Math., c. 5, v. 29, Bergier., ibid., p. 64^.)"