INTRODUCCIÓN

Significativamente, la Liturgia de las Horas según el rito romano (LHR) da a las primitivas «Vigilias» y a nuestros actuales «Maitines» —si bien sólo fuera del Oficio coral (SC 89c)— el nombre de «Oficio de lectura» (Officium lectionis), tanto por situarlo al margen de cualquier condicionamiento horario que impusiera a su celebración un momento determinado de la jornada orante para adecuarse a la veritas horarum —acertadamente propugnada por los ordenamientos litúrgicos—, como porque en realidad el elemento preponderante de esta celebración litúrgica es la escucha de la Palabra.

Bien lo ha comprendido la Unión monástica italiana para la liturgia, cuando denomina a esta Hora del Opus Dei «L'Ora dell'Ascolto», la Hora de la Escucha; correctamente lo ha interpretado el autor del himno de maitines, correspondiente al Martes I de la Liturgia de las Horas según el rito monástico (LHM), cuando dice en su primera estrofa —segunda del Martes II—:

Los primeros instantes de este día
a escuchar la palabra consagremos,
y el Espíritu ponga en nuestros labios
la alabanza al Padre de los cielos.

                  (LHM I, pp. 790.862)

Así pues, los Maitines, es decir, el Oficio de lectura extracoral, son el lugar privilegiado de un acercamiento fecundo a la Palabra.

Ahora bien, ¿qué sentido tiene y cuál es realmente la utilidad de la publicación del presente Leccionario bienal de lecturas?

Al hacer, en 1977, la presentación del Leccionario bíblico-patrístico, de ciclo bienal, preparado por la Unión monástica italiana para la liturgia, Mons. Mariano Magrassi, arzobispo de Bari y presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia italiana, se formulaba casi idéntica pregunta. Se preguntaba concretamente si la edición italiana que él presentaba nacía como contrarréplica a la de la LHR, como una iniciativa privada.

Antes de dar una respuesta al interrogante planteado, Mons. Magrassi –anteriormente abad del monasterio benedictino de Noci–, nos remitía a la legislación del Vaticano II y a las variadas vicisitudes por las que ha debido pasar la reforma litúrgica posconciliar. Nos recordaba cómo el Vaticano II había invitado a una reestructuración del Opus Dei en la que «los tesoros de la Palabra divina fueran accesibles con mayor facilidad y plenitud» (SC 92a), y en donde figurase una más cuidada selección de lecturas tomadas de los Padres, doctores y escritores eclesiásticos (SC 92b).

Como respuesta práctica a estas directrices conciliares, se ha creado un curso bienal de lecturas, independiente –aunque complementario– de los ciclos binarios (ferias) o ternarios (domingos y festivos) de la misa.

El curso bienal de la Liturgia de las Horas ofrece a quienes sienten una sed más viva y experimentan un mayor gusto de la Palabra, una lectura casi integral de los escritos apostólicos, que permite percibir la coherencia interna y el movimiento propio.

Para el AT, la posibilidad de perícopas más largas permite presentar los temas más significativos de todos los libros. Distribuidos según el ritmo de la historia salvífica, nos ofrecen una visión orgánica evidenciando los gesta Dei que forman su trama. Los Profetas se leen en el contexto histórico en que vivieron y enseñaron. Intérpretes autorizados de los acontecimientos salvíficos, nos brindan la clave para comprender su alcance en orden a la salvación (cf. OGLH 152).

Sin embargo, la edición típica de la Liturgia de las Horas nos ha reservado, por lo que a la distribución de lecturas se refiere –distribución larga y sabiamente estudiada–, una sorpresa: la reducción de las lecturas a solo un ciclo anual, con todos los cortes y omisiones que semejante decisión imponía. Esta decisión se tomó exactamente en abril de 1970 por puras razones tipográficas y económicas. Queriendo incluir las lecturas en los cuatro volúmenes previstos para la edición típica latina, y deseando mantener a la vez esta última dentro de unas razonables dimensiones, se topó con la dificultad de incluir dos lecturas bíblicas y otras dos patrísticas para cada día del año. Por esta razón se procedió a una selección que –concretamente para las lecturas bíblicas– ha debido excluir necesariamente algunos libros de la Escritura: concretamente el libro de los Hechos de los apóstoles y una parte del epistolario paulino.

Estaba prevista, no obstante, la edición íntegra del Leccionario en un volumen aparte (Cf. LC 20; OGLH 145-146: lecturas biblicas, y 161-162: lecturas patrísticas). Hasta el presente este Leccionario facultativo no ha aparecido y todos los síntomas apuntan hacia un abandono definitivo del proyecto.

En este contexto se sitúa la preparación del presente Leccionario, que vuelve sobre el proyecto original de la Comisión litúrgica romana en toda su riqueza. Los monasterios benedictinos de España –al igual que los de otras naciones– han asumido este cometido, llevándolo a feliz término –no sin un gran esfuerzo técnico y un no escaso riesgo económico– en estos dos volúmenes, que abarcan: el primero –volumen III de la LHM– desde Adviento hasta Pentecostés; y el segundo –volumen IV de la LHM– desde Pentecostés hasta el final del Tiempo Ordinario.

No se trata, pues, de un Leccionario «benedictino», sino del Leccionario inicialmente previsto para la Iglesia universal, pero que razones editoriales han impedido realizar en toda la plenitud de su extensión y riqueza.

En el presente Leccionario bienal de lecturas bíblico-patrísticas se da una riqueza doctrinal sin precedentes. Por lo que a la sagrada Escritura se refiere, están representados– a distintos niveles de utilización– todos los Libros sagrados, a excepción, naturalmente, del Libro de los Salmos, que son el elemento oracional más importante y no tienen, en consecuencia, lugar en el Leccionario.

Al ciclo bienal bíblico corresponde un ciclo bienal patrístico, según estaba previsto. Se abre así con una mayor abundancia el tesoro de la tradición de la Iglesia: nada más y nada menos que 2.127 lecturas pertenecientes a unos 217 autores diferentes. Número de autores aproximado, dado que el contingente de «anónimos» no nos permite precisar siempre la cifra de autores personalizados. En la selección de las lecturas patrísticas se han seguido los criterios que presidieron ya la selección de la primera serie de lecturas. Dos principalmente:

  1. equilibrio entre la aportación de la tradición occidental y oriental, entre antigüedad y época moderna, para presentar en todas sus dimensiones la más valiosa y solvente tradición católica. Si hacemos abstracción del bloque de «anónimos», tenemos que 156 autores representan la tradición occidental, y 61 la oriental. Esta desproporción real entre oriente y occidente, además de a los destinatarios inmediatos de la LHR: mundo occidental, se debe al contingente de lecturas seleccionadas para el propio de los santos, cuya fiesta se celebra en el calendario romano, en el que existe una normal desproporción entre santos del oriente y del occidente.

  2. conexión de estas páginas con las articulaciones litúrgicas del día y del tiempo (Cf. OGLH 165).

Como se ve, en el presente Leccionario bíblico-patrístico para el Oficio de lectura o Maitines según el rito monástico, impresiona «la riqueza espiritual de los textos, a los cuales, además de los monjes, podrán asimismo tener provechoso acceso los sacerdotes, religiosos y laicos tanto para la lectio divina como para la meditación de la palabra de Dios, o bien –y esto se refiere particularmente a los pastores de almas– para un fecundo ministerio basado en la palabra sagrada» (Cf. OGLH 165; Carta del Card. Villot, Secretario de Estado, al P. Paolino Beltrame-Quattrochi, responsable del Leccionario monástico italiano, del 21 jul. 1978).

 

ANTOLOGÍA DE TEXTOS
SOBRE EL SENTIDO DEL OFICIO, DE LECTURA

Sobre la importancia de la lectura de la Palabra de Dios, de los santos padres y escritores eclesiásticos, y sobre las cautelas con que debe hacerse esta lectura de modo que sirva para la edificación y no para la desedificación del espíritu orante, puesto a la escucha atenta de lo que Dios –a través de sus mediaciones–quiera hablarle al corazón, ofrecemos esta antología o florilegio de textos los más significativos, escogidos de la Regla de los monjes, de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, del Concilio Vaticano II, de la Constitución apostólica Laudis Canticum, con la que Pablo Vl promulgó el Oficio divino reformado según las directrices del Vaticano II (1 noviembre 1970), y, finalmente, de la Ordenación general de la Liturgia de las Horas.
 

REGLA DE LOS MONJES

En las Vigilias, léase los escritos de inspiración divina, así del antiguo como del nuevo Testamento, como también los comentarios que de ellos han hecho los más renombrados y ortodoxos Padres católicos (9,8).
 

SACROSANCTUM CONCILIUM

En la celebración litúrgica, la importancia de la sagrada Escritura es sumamente grande (maximum momentum). Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu, y de ella reciben su significado las acciones y los signos (n.° 24).

En cuanto a las lecturas, obsérvese lo siguiente:

a) Ordénense las lecturas de la sagrada Escritura de modo que los tesoros de la palabra divina sean accesibles con mayor facilidad y plenitud.

b) Estén mejor seleccionadas las lecturas tomadas de los Padres, doctores y escritores eclesiásticos.

c) Devuélvase la verdad histórica a las pasiones o vidas de los santos (n.° 92).


LAUDIS CANTICUM

En esta Constitución apostólica, Pablo VI afirma que en el Oficio divino reformado se han tenido presentes las consignas de la Sacrosanctum Concilium. Veamos algunos textos:

1. Sagrada Escritura

El tesoro de la palabra de Dios entra más abundantemente en la nueva ordenación de las lecturas de la sagrada Escritura, ordenación que se ha dispuesto de manera que se corresponda con la de las lecturas de la misa. Las perícopas presentan en su conjunto una cierta unidad temática, y han sido seleccionadas de modo que reproduzcan, a lo largo del año, los momentos culminantes de la historia de la salvación (n.° 5).

Aquel suave y vivo conocimiento de la sagrada Escritura que respira la Liturgia de las Horas... [ha de convertirse] en la fuente principal de toda la oración cristiana. [...] La lectura más abundante de la sagrada Escritura... hará que la historia de la salvación se conmemore sin interrupción y se anuncie eficazmente su continuación en la vida de los hombres (n.° 8).

2. Santos Padres

La lectura cotidiana de las obras de los santos Padres y de los autores eclesiásticos, dispuesta según los decretos del Concilio ecuménico, presenta los mejores escritos de los autores cristianos, en particular de los Padres de la Iglesia (n.° 6).

De los textos de la Liturgia de las Horas ha sido eliminado todo lo que no responde a la verdad histórica; igualmente, las lecturas, especialmente las hagiográficas, han sido revisadas a fin de exponer y colocar en su justa luz la fisonomía espiritual y el papel ejercido por cada santo en la vida de la Iglesia (n.° 7).


ORDENACIÓN GENERAL DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

1. Oficio divino y santificación humana

La santificación humana y el culto de Dios se dan en la Liturgia de las Horas de forma tal que se establece aquella especie de correspondencia o diálogo entre Dios y los hombres, en que «Dios habla a su pueblo... y el pueblo responde con el canto y la oración».

Los que participan en la Liturgia de las Horas pueden hallar una fuente abundantísima de santificación en la palabra de Dios, que tiene aquí principal importancia... Por tanto, no sólo cuando se leen las cosas que «se escribieron para enseñanza nuestra» (Rm 15,4), sino también cuando la Iglesia ora y canta se alimenta la fe de cuantos participan (n.° 14). Las lecturas y oraciones de la Liturgia de las Horas constituyen un manantial de vida cristiana (n.° 18).

2. El Oficio de lectura

El Oficio de lectura es principalmente una celebración litúrgica de la palabra de Dios (n.° 29) y se orienta a ofrecer al pueblo de Dios –y principalmente a quienes se han entregado al Señor con una consagración especial– una más abundante meditación de la palabra de Dios y de las mejores páginas de los autores espirituales. Pues si bien es verdad que en la misa diaria se lee ahora una serie más rica de lecturas bíblicas, no puede negarse que el tesoro de la revelación y de la tradición contenido en el Oficio de lectura es de gran provecho espiritual. Traten de buscar esta riqueza, ante todo, los sacerdotes, para que puedan transmitir a otros la palabra de Dios que ellos han recibido y convertir su doctrina en «alimento para el pueblo de Dios» (n.° 55.)

3. La lectura de la sagrada Escritura

La lectura de la sagrada Escritura, que conforme a una antigua tradición se hace públicamente en la liturgia, no sólo en la celebración eucarística, sino también en el Oficio divino, ha de ser tenida en máxima estima por todos los cristianos, porque es propuesta por la misma Iglesia, no según los gustos e inclinaciones particulares, sino en orden al misterio que la Esposa de Cristo «desarrolla en el transcurso del año, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectación de la dicha que esperamos: la venida del Señor». Además, en la celebración litúrgica, la lectura de la sagrada Escritura siempre va acompañada de la oración, de modo que la lectura produce frutos más plenos, y a su vez la oración [...] es entendida, por medio de las lecturas, de un modo más profundo y la piedad se vuelve más intensa (n.° 140).

En la distribución de las lecturas de la sagrada Escritura en el Oficio de lectura se tienen en cuenta tanto aquellos tiempos sagrados en los que, siguiendo una tradición venerable, se han de leer ciertos libros, como la distribución de las lecturas de la misa. De esta forma, pues, la Liturgia de las Horas se coordina con la misa de modo que la lectura de la Escritura en el Oficio completa las lecturas hechas en la misa, ofreciendo así un panorama de toda la historia de la salvación (n.° 143).

4. El curso bienal de las lecturas

Hay un doble curso de lectura bíblica: el primero –que va inserto en el Libro de la Liturgia de las Horas [según el rito romano]– comprende tan sólo un año; el segundo, que se puede utilizar libremente, va incluido en el Suplemento –no aparecido todavía– y es bienal, lo mismo que el curso de lectura del tiempo ordinario en la misa ferial (n.° 145).

El curso bienal de las lecturas está dispuesto de forma que casi todos los libros de la Escritura son leídos cada año; se asignan a la Liturgia de las Horas aquellos textos más largos y más difíciles que apenas pueden tener cabida en la misa. Pero mientras el nuevo Testamento se lee íntegramente todos los años, parte en la misa, parte en la Liturgia de las Horas, se han seleccionado de entre los libros del antiguo Testamento tan sólo aquellas partes que son de mayor importancia para la inteligencia de la historia de la salvación y para el fomento de la piedad.

Sin embargo, la coordinación entre las lecturas de la Liturgia de las Horas y las lecturas de la misa, para que no se propongan los mismos textos en los mismos días o se distribuyan con relativa frecuencia los mismos libros para las mismas épocas del año (lo que dejaría a la Liturgia de la Horas perícopas de menos importancia y perturbaría la lectura seguida de los textos), exige necesariamente que el mismo libro figure en años alternos en la misa y en la Liturgia de las Horas o, al menos, dejar cierto intervalo de tiempo si se ha de leer en el mismo año (n.° 146).

Los libros del antiguo Testamento se distribuyen según la historia de la salvación: Dios se revela a sí mismo en el decurso de la vida del pueblo, que es guiado e iluminado paulatinamente. Por ello los profetas son leídos entre los libros históricos, teniendo en cuenta el tiempo en que vivieron y enseñaron. Así, el primer año, la serie de lecturas del antiguo Testamento presenta juntamente los libros históricos y los oráculos de los profetas, desde el libro de Josué hasta el tiempo del exilio inclusive. El segundo año, después de las lecturas del Génesis que se han de leer antes de Cuaresma, se continúa la narración de la historia de la salvación desde el exilio hasta los tiempos de los Macabeos. En ese mismo año se incluyen, además, los profetas más recientes, los libros sapienciales y las narraciones de los libros de Ester, Tobías y Judit.

Las cartas de los apóstoles que no se lean en períodos especiales van distribuidas teniendo en cuenta ya las lecturas de la misa, ya el orden cronológico en que fueron escritas (n.° 152).

El curso de un año queda abreviado de modo que todos los años se lean algunas partes seleccionadas de la sagrada Escritura, habida cuenta de los dos ciclos de lecturas de la misa a los que sirven de complemento (n. ° 153). A las solemnidades y a las fiestas se les asigna lectura propia; en caso contrario se tomará del Común de los santos (n.° 154).

Cada una de las perícopas guarda, en la medida de lo posible, cierta unidad; por ello, para no sobrepasar los límites adecuados, que, por lo demás, son distintos según los diversos géneros literarios, se omiten a veces algunos versículos, lo cual es señalado en cada caso. Pueden, no obstante, ser leídas con provecho íntegramente en un texto aprobado (n.° 155).

5. La lectura de los Padres y de los escritores eclesiásticos

Según la tradición de la Iglesia romana, en el Oficio de lectura, a continuación de la lectura bíblica, tiene lugar la lectura de los Padres o de los escritores eclesiásticos (n.° 159). En esta lectura se proponen diversos textos tomados de los escritos de los santos Padres, de los doctores y de otros escritores eclesiásticos, pertenecientes ya a la Iglesia oriental ya a la occidental, cuidando, no obstante, de conceder un lugar preferente a los santos Padres, que gozan en la Iglesia de una autoridad especial (n.° 160).

Además de las lecturas asignadas para cada día en el libro de la Liturgia de las Horas, hay un leccionario libre que contiene una mayor abundancia de lecturas, para que sea más accesible a los que rezan el Oficio divino el tesoro de la tradición de la Iglesia. Se concede a todos la facultad de tomar la segunda lectura o del libro de la Liturgia de las Horas o del Leccionario libre (n.° 161).

Además, las Conferencias episcopales pueden proponer otros textos acordes con las tradiciones y la mentalidad de su demarcación, los cuales han de incluirse a modo de suplemento en el Leccionario libre. Dichos textos estarán tomados de las obras de escritores católicos insignes por su doctrina y santidad de vida (n.° 162).

La finalidad de esta lectura es, ante todo, la meditación de la palabra de Dios tal como es entendida por la Iglesia en su tradición. Porque la Iglesia siempre estimó necesario declarar auténticamente a los fieles la palabra de Dios, de modo que «la línea de interpretación profética y apostólica siga la norma del sentido eclesiástico y católico» (n.° 163).

Mediante el trato asiduo con los documentos que presenta la tradición universal de la Iglesia, los lectores son llevados a una meditación más plena de la sagrada Escritura y a un amor suave y vivo de la misma. Porque los escritos de los santos Padres son testigos preclaros de aquella meditación de la palabra de Dios prolongada a lo largo de los siglos, mediante la cual la Esposa del Verbo encarnado, es decir, la Iglesia, «que tiene consigo el pensamiento y el espíritu de su Dios y Esposo», se afana por conseguir una inteligencia cada vez más profunda de las sagradas Escrituras (n.° 164).

La lectura de los Padres conduce asimismo a los cristianos al verdadero sentido de los tiempos y de las festividades litúrgicas. Además, les hace accesibles las inestimables riquezas espirituales que constituyen el egregio patrimonio de la Iglesia y que a la vez son el fundamento de la vida espiritual y el alimento ubérrimo de la piedad. Y por lo que se refiere a los predicadores de la palabra de Dios, tendrán así todos los días a su alcance ejemplos insignes de la sagrada predicación (n.° 165).

6. La lectura hagiográfica

Con el nombre de lectura hagiográfica se designa el texto de algún Padre o escritor eclesiástico que habla directamente del santo cuya festividad se celebra o que puede aplicársele rectamente, o bien un fragmento de los escritos del santo en cuestión, o bien la narración de su vida (n.° 166).

En la elaboración de los propios particulares de los santos se ha de atender a la verdad histórica y al verdadero aprovechamiento espiritual de aquellos que han de leer o escuchar la lectura hagiográfica; se ha de evitar cuidadosamente todo lo que suscite tan sólo la admiración; más bien se ha de poner a la luz la peculiar índole espiritual de los santos, de un modo adecuado a las condiciones actuales, así como su importancia para la vida y la espiritualidad de la Iglesia (n.° 167).

Antes de la lectura misma, y para instrucción tan sólo, no para ser proferida en la celebración, se pone una breve noticia hagiográfica, que contiene datos meramente históricos y describe brevemente la historia del santo (n.° 168).

7. El silencio sagrado, subsuelo de la escucha de la palabra

Como ha de procurarse de un modo general que en las acciones litúrgicas «se guarde, a su debido tiempo, un silencio sagrado», también ha de darse cabida al silencio en la Liturgia de las Horas (n.° 201).

Por lo tanto, según la oportunidad y la prudencia, para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia, es lícito dejar un espacio de silencio después de las lecturas, tanto breves como largas, indiferentemente antes o después del responsorio.

Ha de evitarse, sin embargo, que el silencio introducido sea tal que deforme la estructura del Oficio o resulte molesto o fastidioso para los participantes (n.° 202: cf. RB, 20).

8. Los responsorios

A la lectura bíblica, en el Oficio de lectura, le sigue su propio responsorio, cuyo texto ha sido seleccionado del tesoro tradicional o compuesto de nuevo, de forma que arroje nueva luz para la inteligencia de la lectura que acaba de hacerse, ya sea insertando dicha lectura en la historia de la salvación, ya conduciéndonos desde el antiguo Testamento al nuevo, ya convirtiendo la lectura en oración o contemplación, ya, finalmente, ofreciendo la fruición variada de sus bellezas poéticas (n.° 169).

Asimismo, la segunda lectura lleva anejo un responsorio idóneo, pero que no va tan estrechamente ligado con el texto de la lectura, favoreciendo así más la libertad de la meditación (n.° 170).

Los responsorios, junto con sus partes que han de ser repetidas, conservan, por tanto, su valor, incluso cuando la recitación ha de ser hecha por uno solo. No obstante, la parte que se suele repetir en el responsorio puede omitirse en la recitación sin canto, a no ser que la repetición venga exigida por el sentido mismo (n.° 171).

El Paular, 15 de octubre de 1983          
Fiesta de santa Teresa, doctora de la Iglesia