DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de la Sabiduría 1, 1-15

Alabanza de la sabiduría divina

Amad la justicia, los que regís la tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con corazón entero. Lo encuentran los que no exigen pruebas, y se revela a los que no desconfían. Los razonamientos retorcidos alejan de Dios, y su poder, sometido a prueba, pone en evidencia a los necios. La sabiduría no entra en el alma de mala ley ni habita en cuerpo deudor del pecado.

El espíritu educador y santo rehúye la estratagema, levanta el campo ante los razonamientos sin sentido y se rinde ante el asalto de la injusticia. La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres que no deja impune al deslenguado; Dios penetra sus entrañas, vigila puntualmente su corazón y escucha lo que dice su lengua. Porque el espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido.

Por eso, quien habla impíamente no tiene escapatoria, no podrá eludir la acusación de la justicia. Se indagarán los planes del incrédulo, el informe de sus palabras llegará hasta el Señor, y quedarán probados sus delitos, porque un oído celoso lo escucha todo y no le pasan inadvertidos cuchicheos ni protestas. Guardaos, por tanto, de protestas inútiles y absteneos de la maledicencia; no hay frase solapada que caiga en el vacío; la boca calumniadora mata.

No os procuréis la muerte con vuestra vida extraviada ni os acarreéis la perdición con las obras de vuestras manos; Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 19, 36-40: PL 15, 1480-1482)

Cristo penetra el alma y la ilumina cual reflejo
de la luz eterna

Tú, Señor, estás cerca, y todos tus mandatos son estables. El Señor está cerca de todos, pues es omnipresente; si le ofendemos, no podemos huir de él; ni engañarle si en algo faltamos; ni lo perdemos si le adoramos. Dios todo lo escudriña, todo lo ve, asiste a cada uno, diciendo: Yo soy un Dios de cerca. Y ¿cómo podría Dios estar ausente de algún sitio, cuando de su Espíritu se lee: El Espíritu del Señor llena la tierra? Porque donde está el Espíritu del Señor, allí está el Señor Dios. ¿No lleno yo el cielo y la tierra? —oráculo del Señor—. Y ¿de dónde está ausente el que todo lo llena? ¿O cómo podemos todos recibir de su plenitud, si no se acerca a todos?

Sabiendo, pues, que Dios está en todas partes, y que llena el cielo y la tierra y los mares, dice David: ¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada? En qué pocas palabras ha expresado que Dios está en todas partes y que donde está Dios, allí está también presente su Espíritu, y que donde quiera que esté el Espíritu de Dios, allí está Dios. En este pasaje está expresada la unión existente en la Trinidad.

En realidad, todo esto lo ha dicho el Hijo de Dios por boca del profeta, hablando en la persona del Hombre, que por su encarnación bajó a la tierra, por su resurrección subió al cielo, por la muerte del cuerpo penetró en el infierno, para liberar a los que allí estaban prisioneros. O bien, si prefieres entenderlo como referido al profeta, no debes perder de vista que siempre que está presente la mano y la diestra de Dios, es decir, Cristo, allí está Dios Padre y el santo Espíritu de Dios.

Porque, ¿cómo podremos dudar de que, al avanzar el día, el sol difunde sus rayos por todo el orbe e ilumina todas las cosas, si su presencia es advertida por los mismos invidentes mediante un progresivo calentamiento de la atmósfera? ¿En dónde no penetra su calor? ¿A dónde no alcanzan sus rayos cuando, disipada la tiniebla de la noche o de las nubes, ilumina la redondez de la tierra? Brilla en el cielo, reverbera en el mar, abrasa en la tierra. Así pues, no te cabe duda de que el sol resplandece por doquier: ¿y dudas de que Dios brille por doquier en la persona de quien es el reflejo de su gloria y la impronta de su ser?

¿Qué es lo que no penetra el Verbo de Dios, esplendor eterno que ilumina incluso los ocultos sentimientos del alma, donde este nuestro sol no puede penetrar? Pues la Palabra de Dios es una espada espiritual, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. De ella dice a María el honrado Simeón: Y a ti una espada te traspasará el alma: así quedará clara la actitud de muchos corazones.

Penetra, pues, el alma y la ilumina cual reflejo de la luz eterna. Y si bien está difusamente presente por todas y sobre todas las potestades, ya que por todos —buenos o malos— nació de la Virgen, calienta sólo al que se acerca a él. Porque así como el que cierra las ventanas de su casa y elige un lugar oscuro para habitar, rechaza la luz del sol, así también el que se vuelve de espaldas al Sol de justicia no puede disfrutar de su resplandor, vive en las tinieblas y, mientras los demás se gozan de la luz, él mismo es causa de su propia ceguera.

Abrele, pues, de par en par las ventanas, para que ilumine toda tu casa con el fulgor del verdadero sol; abre los ojos para que veas al Sol de justicia nacer para ti. La Palabra de Dios llama a tu puerta, y dice: Si alguien me abre, entraré. En realidad, ninguna puerta está atrancada para Dios, ninguna puerta le está cerrada a la luz eterna: pero él no se digna franquear el dintel de la malicia, se resiste a penetrar los conventículos de la iniquidad.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 1, 16—2, la.10-24

Necios razonamientos de los impíos contra el justo

Los impíos llaman a voces y con gestos a la muerte, se consumen por ella, creyéndola su amiga; hacen pacto con ella, pues merecen ser de su partido.

Se dijeron, razonando equivocadamente:

«Atropellemos al justo que es pobre, no nos apiademos de la viuda ni respetemos las canas venerables del anciano; que sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil, es claro, no sirve para nada. Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás, y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios.

Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él».

Así discurren, y se engañan, porque los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud ni valoran el galardón de una vida intachable. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido pasarán por ella.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 10, 10-11: PL 14, 1332-1334)

Eres, oh hombre, una obra maestra, animada
por la potencia creadora de Dios

Oh hombre, conócete a ti mismo. Conócete, alma, pues no estás hecha de tierra ni formada de barro, sino que Dios te insufló e hizo de ti un ser vivo. Eres una obra maestra, animada por la potencia creadora de Dios. Preocúpate de ti, como manda la ley: de ti, es decir, de tu alma. No te dejes atrapar por las cosas seculares y mundanas, ni te entretengan las terrenas. Dirígete con todo el impulso de tu ser hacia aquel cuyo soplo te creó.

Grande es el hombre y algo precioso el varón misericordioso; pero lo que hay que hallar es un hombre veraz. Aprende, oh hombre, de dónde procede tu grandeza, en qué sentido eres precioso. La tierra te presenta como algo vil, pero la virtud hace de ti un ser glorioso, la fe raro, la imagen precioso. ¿O es que hay algo más precioso que la imagen de Dios, que es lo primero que debe infundirte la fe, para que en tu corazón resplandezca una reproducción aproximada del Creador, no ocurra que quien interrogue tu mente, no reconozca a su autor?

¿Hay algo tan precioso como la humildad, por la que, conociendo la naturaleza del cuerpo y la del alma, te sometas al alma y aprendas a gobernar el cuerpo? Eres, pues, oh hombre, una gran obra de Dios y grande es asimismo lo que Dios te ha dado. Mira de no perder el grán don que Dios te ha hecho, de ser creado a imagen suya, para no merecer ser más gravemente castigado. En efecto, Dios no sanciona a su imagen, sino al que, habiendo sido hecho a semejanza de Dios, fue incapaz de conservar el don recibido. Se sanciona, pues, aquello que ha dejado de ser imagen de Dios, es decir, se castiga tu pecado. Porque Dios no condena su imagen, ni la envía a aquel fuego eterno; lo que venga es más bien su imagen en aquel que hainjuriado su imagen: ya que, por obra de la malicia, dejas de ser el hombre que eras, y de hombre te has convertido en un mulo.

Por tanto, la imagen es vengada, no condenada. Se la venga como repudiada, no se la condena como rea. De hecho, al pecar, comenzaste a ser otra cosa, y dejaste de ser lo que eras. Entonces, ¿cómo se castiga en ti lo que en ti no se encuentra? Pues de encontrarse en ti la imagen y semejanza de Dios, comenzarías a ser digno no de suplicio, sino de premio. De esta forma, aquella imagen, por la que fuiste creado a imagen y semejanza de Dios, no es condenada, sino premiada. Se te condena en aquello en que te has convertido, transformándote en serpiente, en mulo, en caballo. La Escritura ya nos ha condenado bajo estos nombres, pues despojados del ornamento de la imagen celeste, perdimos incluso el nombre de hombre al no haber sabido retener la gracia propia del hombre.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 3, 1-19

Los justos poseerán el reino

La vida de los justos está en manos de Dios, y no los tocará el tormento. La gente insensata pensaba que morían, consideraban su tránsito como una desgracia, y su partida de entre nosotros como una destrucción; pero ellos están en paz.

La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad; sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio de holocausto; a la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden por un cañaveral; gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente.

Los que confían en él comprenderán la verdad, los fieles a su amor seguirán a su lado; porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira por sus elegidos.

Los impíos serán castigados por sus razonamientos: menospreciaron al justo y se apartaron del Señor; desdichado el que desdeña la sabiduría y la instrucción: vana es su esperanza, baldíos sus afanes e inútiles sus obras; necias son sus mujeres, depravados sus hijos y maldita su posteridad.

Dichosa la estéril irreprochable que desconoce la unión pecaminosa: alcanzará su fruto el día de la cuenta; y el eunuco que no cometió delitos con sus manos ni tuvo malos deseos contra el Señor: por su fidelidad recibirá favores extraordinarios y un lote codiciable en el templo del Señor. Pues quien se afana por el bien obtiene frutos espléndidos; la sensatez es tronco inconmovible.

Los hijos de los adúlteros no llegarán a la madurez, y la prole ilegítima desaparecerá. Si llegan a viejos, nadie les hace caso, al fin tendrán una vejez ignominiosa; si fallecen antes, no tendrán esperanza ni quien los tranquilice el día de la sentencia; el final de la gente perversa es cruel.


SEGUNDA LECTURA

Gregorio de Palamás, Homilía 25 (PG 151, 322-323)

Dios es admirable en sus santos

Realmente Dios es admirable en sus santos. Por eso, al decir el salmista-profeta: Dios es admirable en sus santos, añadió: Él es quien da fuerza y poder a su pueblo. Considerad y comprended la fuerza de la palabra profética; dice que Dios da la fuerza y el poder a todo su pueblo, pues Dios no es parcial con nadie, y que es admirable en solos sus santos.

Dios distribuye desde lo alto a todos las riquezas de su gracia, pues él es la fuente de la salvación y de la luz, de la que perennemente fluyen la misericordia y la clemencia. Pero gozan de su fuerza y de su gracia en orden a la práctica y perfeccionamiento de la virtud, o para hacer milagros, no todos indiscriminadamente, sino los que consiguieron su buen propósito y, mediante las obras, dieron pruebas de la eficiencia de su caridad para con Dios; los que, apartándose radicalmente de las torpezas e infamias, y adhiriéndose firmemente a los mandatos divinos, tienen los ojos del alma fijos en Cristo, verdadero sol de justicia. Cristo no se limita a prestar desde el cielo el auxilio de su brazo a los que luchan invisiblemente, sino que mediante la exhortación evangélica le oímos decir con nuestros propios oídos: Todo el que se ponga de mi parte ante los hombres, también yo me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. ¿Veis cómo no podemos hacer abierta confesión de nuestra fe en Cristo, si él no nos da valentía con su cooperación? Nuestro Señor Jesucristo no se pronunciará en favor nuestro en el mundo futuro, ni nos presentará y unirá al Padre altísimo, si nosotros no le damos ocasión para ello.

Y pensemos que cada santo, por ser siervo de Dios, se ha pronunciado por Cristo en esta vida temporal, ante unos hombres mortales; más aún, en un breve espacio de tiempo de este mundo y ante unos pocos hombres mortales. En cambio, nuestro Señor Jesucristo, como es Dios y Señor del cielo y tierra, se pronunciará a favor nuestro en aquel mundo eterno y perenne, ante Dios Padre rodeado de ángeles, arcángeles y de todas las potestades celestiales, en presencia de todos los hombres, desde Adán hasta el fin del mundo: pues todos resucitarán y comparecerán ante el tribunal de Dios. Y entonces, en presencia de todos, viéndolo todos, proclamará, glorificará y coronará a los que, hasta el final, hubieren confesado su fe en él.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 4, 1-20

Verdadera y falsa felicidad

Más vale ser virtuoso, aunque sin hijos; la virtud se perpetúa en el recuerdo: la conocen Dios y los hombres. Presente, la imitan; ausente, la añoran; en la eternidad, ceñida la corona, desfila triunfadora, victoriosa en la prueba de los trofeos bien limpios.

La familia innumerable de los impíos no prosperará: es retoño bastardo, no arraigará profundamente ni tendrá base firme; aunque por algún tiempo reverdezcan sus ramas, como está mal asentado, lo zarandeará el viento y lo descuajarán los huracanes. Se troncharán sus brotes tiernos, su fruto no servirá: está verde para comerlo, no se aprovecha para nada; pues los hijos que nacen de sueños ilegales son testigos de cargo contra sus padres a la hora del interrogatorio.

El justo, aunque muera prematuramente, tendrá descanso; vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años; que las canas del hombre son la prudencia; la edad avanzada, una vida sin tacha.

Agradó a Dios, y Dios lo amó; vivía entre pecadores, y Dios se lo llevó; lo arrebató para que la malicia no pervirtiera su conciencia, para que la perfidia no sedujera su alma; la fascinación del vicio ensombrece la virtud, el vértigo de la pasión pervierte una mente sin malicia.

Madurando en pocos años, llenó mucho tiempo; como su alma era agradable a Dios, lo sacó aprisa de en medio de la maldad; lo vieron las gentes, pero no lo entendieron, no reflexionaron sobre ello; la gracia y la misericordia son para los elegidos del Señor y la visitación para sus santos.

El justo fallecido condena a los impíos que aún viven, y una juventud colmada velozmente, a la vejez longeva del perverso; la gente verá el final del sabio y no comprenderá lo que el Señor quería de él, ni por qué lo puso al seguro.

Lo mirarán con desprecio, pero el Señor se reirá de ellos; se convertirán en cadáver sin honra, baldón entre los muertos para siempre; pues los derribará cabeza abajo, sin dejarles hablar, los zarandeará desde los cimientos, y los arrasará hasta lo último; vivirán en dolor y su recuerdo perecerá.

Comparecerán asustados cuando el recuento de sus pecados y sus delitos los acusarán a la cara.


SEGUNDA LECTURA

San Pedro Damiani, Opúsculo 11 (56.10: PL 145, 235-236. 239)

La comunión de los santos en la unidad de la fe

La Iglesia de Cristo posee una estructura tan compacta gracias a la mutua caridad, que es místicamente una en la pluralidad y plural en su singularidad; hasta el punto de que no sin razón toda la Iglesia universal es singularmente presentada como la única esposa de Cristo, y cada alma en particular es considerada, en virtud del misterio sacramental, como la Iglesia en su plenitud.

De todo lo cual podemos claramente deducir que si toda la Iglesia es designada en la persona de un solo hombre y esa misma Iglesia es lógicamente llamada virgen única, la santa Iglesia es simultáneamente una en todos y toda en cada uno: simple en la pluralidad gracias a la unidad de fe, y múltiple en la singularidad gracias a la fuerza cohesiva de la caridad y la diversidad de carismas, ya que todos proceden del Uno.

Así pues, aunque diversificada por la multiplicidad de personas, la santa Iglesia está fundida en la unidad por el fuego del Espíritu Santo: por eso, aun cuando en su existencia corporal parezca geográficamente dividida, esta comprobación en nada consigue mermar la integridad del misterio de su íntima unidad. Pues el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Pues bien, este Espíritu, que indudablemente es uno y múltiple: —uno en la majestad de la esencia, múltiple en la diversidad de sus carismas—, es el que permite a la Iglesia santa —que él plenifica— ser una en su universalidad y universal en su parcialidad.

Por consiguiente, si los que creen en Cristo son una misma cosa, donde quiera que está visiblemente un miembro, allí está también místicamente presente todo el cuerpo. Donde se da una verdadera unidad de fe, esta unidad no admite la soledad en uno, ni en la pluralidad tolera el cisma de la diversidad. En realidad, ¿qué dificultad hay en que de una sola boca salga una diversidad de voces, voces que si son plurales por la lengua, es una misma fe la que las alterna? En efecto, toda la Iglesia es indudablemente un solo cuerpo.

Si, pues, toda la Iglesia es el único cuerpo de Cristo y nosotros somos miembros de la Iglesia, ¿qué inconveniente hay en que cada uno de nosotros nos sirvamos de las palabras de nuestro cuerpo, esto es, de la Iglesia, con la cual formamos realmente una unidad? Un ejemplo: si siendo muchos formamos una sola cosa en Cristo, en él cada uno de nosotros se posee íntegramente, hasta tal punto que, aunque parezcamos estar por la soledad de los cuerpos, muy alejados de la Iglesia, le estamos no obstante siempre íntimamente presentes en virtud del inviolable sacramento de la unidad. De esta suerte, lo que es de todos, lo es también de cada uno; y lo que para algunos es singularmente especial, es asimismo común a todos en la integridad de la fe y de la caridad. Rectamente, pues, puede el pueblo clamar: Misericordia, Dios mío, misericordia.

Nuestros santos Padres decretaron que la existencia de esta indisoluble unión y comunión de los fieles en Cristo debía adquirir un grado de certeza tal que la introdujeron en el símbolo de la profesión de fe católica, y nos ordenaron repetirla habitualmente entre los mismos rudimentos de la fe cristiana. Porque inmediatamente después de haber dicho: Creo en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia, añadimos a renglón seguido: en la comunión de los santos, para que al mismo tiempo que testimoniamos nuestra fe, en Dios, afirmemos también lógicamente la comunión de la Iglesia, que es una sola cosa con él. Esta es efectivamente la comunión de los santos en la unidad de la fe: que los que creen en el único Dios han renacido en un solo bautismo, han sido confirmados por un mismo Espíritu Santo, han sido invitados a la misma vida eterna en virtud de la gracia de adopción.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 5, 1-24

El juicio de Dios

Aquel día el justo estará en pie sin temor delante de los que lo afligieron y despreciaron sus trabajos. Al verlo, se estremecerán de pavor, atónitos ante la salvación imprevista; dirán entre sí, arrepentidos, entre sollozos de angustia:

«Este es aquel de quien un día nos reíamos con coplas injuriosas, nosotros insensatos; su vida nos parecía una locura, y su muerte una deshonra.

¿Cómo ahora lo cuentan entre los hijos de Dios y comparte la herencia de los santos? Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad, no nos iluminaba la luz de la justicia, para nosotros no salía el sol; nos enredamos en los matorrales de la maldad y la perdición, recorrimos desiertos intransitables, sin reconocer el camino del Señor.

¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos? Todo aquello pasó como una sombra, como un correo veloz; como nave que surca las undosas aguas, sin que quede rastro de su travesía ni estela de su quilla en las olas; o como pájaro que vuela por el aire sin dejar vestigio de su paso; con su aleteo azota el aire leve, lo rasga con un chillido agudo, se abre camino agitando las alas, y luego no queda señal de su ruta; o como flecha disparada al blanco: cicatriza al momento el aire hendido y no se sabe ya su trayectoria; igual nosotros: nacimos y nos eclipsamos, no dejamos ni una señal de virtud, nos malgastamos en nuestra maldad».

Sí, la esperanza del impío es como tamo que arrebata el viento; como escarcha menuda que el vendaval arrastra; se disipa como el humo al viento, pasa como el recuerdo del huésped de una noche.

Los justos, en cambio, viven eternamente, reciben de Dios su recompensa, el Altísimo cuida de ellos. Recibirán la noble corona, la rica diadema de manos del Señor; con su diestra los cubrirá, con su brazo izquierdo los escudará.

Tomará la armadura de su celo y armará a la creación para vengarse de sus enemigos; vestirá la coraza de la justicia, se pondrá como casco un juicio insobornable; empuñará como escudo su santidad inexpugnable; afilará la espada de su ira implacable y el universo peleará a su lado contra los insensatos.

Saldrán certeras ráfagas de rayos del arco bien tenso de las nubes y volarán hacia el blanco; la catapulta de su ira lanzará espeso pedrisco; las aguas del mar se embravecerán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad; se levantará contra ellos su aliento poderoso que los aventará como un huracán, la iniquidad arrasará toda la tierra y los crímenes derrocarán los tronos de los soberanos.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado de la vida en Cristo (Lib 6: PG 150, 678-679)

Cristo en persona es nuestro arquetipo

Los que están poseídos por el amor de Dios y de la virtud deben estar prontos a soportar incluso las persecuciones y, si la ocasión se presenta, no han de rehusar exilarse y hasta aceptar alegremente las mayores afrentas, en la certeza de los grandes y preciosísimos premios que les están reservados en el cielo.

El amor de los combatientes hacia el caudillo y remunerador de la lucha produce este efecto: infunde en elfos una convicción de fe en los premios que todavía no están a la vista y les comunica una sólida esperanza en los premios futuros. De esta forma, pensando y meditando continuamente en la vida de Cristo, les inspira sentimientos de moderación y les mueve a compasión de la fragilidad de que son conscientes; les hace además delicados, justos, humanos y modestos, instrumentos de paz y de concordia, y, de tal suerte ligados a Cristo y a la virtud, que por ellos no sólo están prontos a padecer, sino que soportan serenamente los insultos y se alegran en las persecuciones. En una palabra, de estas meditaciones podemos sacar aquellos bienes inconmensurables que son el ingrediente de la felicidad. Y así, en aquel que es el sumo bien, podemos conservar la inteligencia, tutelar la habitual buena compostura, hacer mejor el alma, custodiar las riquezas recibidas en los sacramentos y mantener limpia e intacta la túnica real.

Pues bien: así como es propio de la naturaleza humana estar dotada de una inteligencia y actuar de acuerdo con la razón, así debemos reconocer que para contemplar las cosas de Cristo nos es necesaria la meditación. Sobre todo cuando sabemos que el arquetipo en el que los hombres han de inspirarse, tanto si se trata de hacer algo en sí mismos, como si se trata de marcar la dirección a los demás, es únicamente Cristo. El es el primero, el intermedio y el último que mostró a los hombres la justicia, tanto la justicia en relación con uno mismo como la que regula el trato y la conveniencia social. Por último, él mismo es el premio y la corona que se otorgará a los combatientes.

Por tanto, debemos tenerle siempre presente, repasando cuidadosamente todo cuanto a él se refiere y, en la medida de lo posible, tratar de comprenderlo, para saber cómo hemos de trabajar. La calidad de la lucha condiciona el premio de los atletas: fijos los ojos en el premio, arrostran los peligros, mostrándose tanto más esforzados cuanto más bello es el premio. Y al margen de todo esto, ¿hay alguien que desconozca la razón que le indujo a Cristo a comprarnos al precio de sola su sangre? Pues ésta es la razón: no hay nadie más a quien nosotros debemos servir ni por quien debemos emplearnos a fondo con todo lo que somos: cuerpo, alma, amor, memoria y toda la actividad mental. Por eso dice Pablo: No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros.

De hecho, en el principio la naturaleza humana fue creada con miras al hombre nuevo; tanto la inteligencia como la voluntad a él están ordenadas: la inteligencia, para conocer a Cristo, y el apetito o el deseo para que corramos tras él, la memoria para llevarlo en nosotros, porque cuando éramos plasmados, él en persona nos sirvió de arquetipo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 6, 1-27

Hay que amar la sabiduría

La sabiduría es mejor que la fuerza, y el hombre prudente mejor que el poderoso. Escuchad, pues, reyes, y entended; aprendedlo, gobernantes del orbe hasta sus confines; prestad atención, los que domináis los pueblos y alardeáis de multitud de súbditos; el poder os viene del Señor, y el mando, del Altísimo: él indagará vuestras obras y explorará vuestras intenciones; siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni procedisteis según la voluntad de Dios.

Repentino y estremecedor vendrá contra vosotros, porque a los encumbrados se les juzga implacablemente. A los más humildes se les compadece y perdona, pero los fuertes sufrirán una fuerte pena; el Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza: él creó al pobre y al rico y se preocupa por igual de todos, pero a los poderosos les aguarda un control riguroso.

Os lo digo a vosotros, soberanos, a ver si aprendéis a ser sabios y no pecáis; los que observan santamente su santa voluntad serán declarados santos; los que se la aprendan encontrarán quien los defienda. Ansiad, pues, mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción.

La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta.

Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; losaborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento.

Su comienzo auténtico es un deseo de instrucción; el afán por la instrucción es amor; el amor es la observancia de sus leyes; la custodia de las leyes es garantía de incorruptibilidad; la incorruptibilidad acerca a Dios; por tanto, el deseo de la sabiduría conduce al reino. Así que, si os gustan los tronos y los cetros, soberanos de las naciones, respetad la sabiduría, y reinaréis eternamente.

Os voy a explicar lo que es la sabiduría y cuál es su origen, sin ocultaros ningún secreto; me voy a remontar al comienzo de la creación, dándola a conocer claramente, sin pasar por alto la verdad. No haré el camino con la podrida envidia, que con la sabiduría ni se trata.

Muchedumbre de sabios salva al mundo, y rey prudente da bienestar al pueblo. Por tanto, dejaos instruir por mi discurso, y sacaréis provecho.


SEGUNDA LECTURA

Beato Guigo el Cartujo, Sobre la vida contemplativa (Cap 3, 6-7: SC 163, 84-86.94-96)

Buscaba tu rostro, Señor

La lectura busca la dulzura de la vida bienaventurada, la meditación la encuentra, la oración la pide, la contemplación la saborea. La lectura es como un manjar sólido que uno se lleva a la boca, la meditación lo mastica y tritura, la oración le coge gusto, la contemplación es la misma dulzura que alegra y restablece. La lectura toca la corteza, la meditación penetra en la médula, la oración consiste en la expresión del deseo, y la contemplación radica en la delectación de la dulzura obtenida.

Viendo, pues, el alma que no puede alcanzar por sí misma la tan deseada dulzura del conocimiento y de la experiencia, y que cuanto más ella se engríe, tanto más Dios se aleja de ella, se humilla y se refugia en la oración, diciendo: Señor, que no te dejas ver sino por los limpios de corazón, investigo leyendo, meditando en qué consiste y cómo puede conseguirse la verdadera pureza de corazón para, mediante ella, poder conocerte al menos en parte.

Buscaba tu rostro, Señor, tu rostro, Señor, buscaba, largamente he meditado en mi corazón, y en mi meditación creció el fuego y el deseo de conocerte más. Mientras me partes el pan de la sagrada Escritura, y en la fracción del pan te me das a conocer, y cuanto más te conozco, tanto más deseo conocerte, no ya en la corteza de la letra, sino en el sabroso conocimiento de la experiencia. No pido esto, Señor, en razón de mis méritos, sino atendiendo a tu misericordia. Pues confieso ser una indigna pecadora; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Dame, pues, Señor, las arras de la futura herencia, una gota al menos de la lluvia celestial para refrescar mi sed, pues desfallezco de amor.

Con éstas o parecidas ardientes invocaciones, el alma inflama su deseo, muestra así su afecto, con estas encantadoras palabras reclama al esposo. Por su parte, el Señor, cuyos ojos miran a los justos y sus oídos escuchan no sólo sus gritos, sino que está pendiente de ellos, no espera el final de la súplica, sino que irrumpiendo en mitad de la oración, se mezcla rápidamente en ella, y sale presuroso al encuentro del alma que lo ansía, la cabeza cuajada del rocío de la celestial dulzura, perfumado con los más exquisitos ungüentos; recrea al alma fatigada, sacia a la hambrienta, engorda a la desnutrida, hace que se olvide de las realidades terrenas, la vivifica haciéndola maravillosamente morir en el olvido de sí misma, y, embriagándola, la hace sobria.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 7, 15-30

La sabiduría es imagen de Dios

Que me conceda Dios saber expresarme y pensar como corresponde a ese don, pues él es el mentor de la sabiduría y quien marca el camino a los sabios. Porque en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras, y toda la prudencia y el talento.

El me otorgó un conocimiento infalible de los seres, para conocer la trama del mundo y las propiedades de los elementos; el comienzo y el fin y el medio de los tiempos, la sucesión de los solsticios y el relevo de las estaciones; los ciclos anuales y la posición de las estrellas; la naturaleza de los animales y la furia de las fieras; el poder de los espíritus y las reflexiones de los hombres; las variedades de plantas y las virtudes de las raíces; todo lo sé, oculto o manifiesto, porque la sabiduría, artífice del cosmos, me lo enseñó.

En efecto, la sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado, lúcido, invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, todopoderoso, todovigilante, que penetra todos los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos.

La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; porque es efluvio del poder divino, emanación purísima de la gloria del Omnipotente; por eso, nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad.

Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones; comparada a la luz del día, sale ganando, pues a éste lo releva la noche, mientras que a la sabiduría no la puede el mal.
 

SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Sermón 2 contra los arrianos (78.79: PG 26, 311.314)

Las obras de la creación, reflejo de la Sabiduría eterna

En nosotros y en todos los seres hay una imagen creada de la Sabiduría eterna. Por ello, no sin razón, el que es la verdadera Sabiduría de quien todo procede, contemplando en las criaturas como una imagen de su propio ser, exclama: El Señor me estableció al comienzo de sus obras. En efecto, el Señor considera toda la sabiduría que hay y se manifiesta en nosotros como algo que pertenece a su propio ser.

Pero esto no porque el Creador de todas las cosas sea él mismo creado, sino porque él contempla en sus criaturas como una imagen creada de su propio ser. Esta es la razón por la que afirmó también el Señor: El que os recibe a vosotros me recibe a mí, pues, aunque él no forma parte de la creación, sin embargo, en las obras de sus manos hay como una impronta y una imagen de su mismo ser, y por ello, como si se tratara de sí mismo, afirma: El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras.

Por esta razón precisamente, la impronta de la sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la creación: para que el mundo, reconociendo en esta sabiduría al Verbo, su Creador, llegue por él al conocimiento del Padre. Es esto lo que enseña el apóstol san Pablo: Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismó se lo ha puesto delante. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles son visibles para la mente que penetra en sus obras. Por esto, el Verbo, en cuanto tal, de ninguna manera es criatura, sino el arquetipo de aquella sabiduría de la cual se afirma que existe y que está realmente en nosotros.

Los que no quieren admitir lo que decimos deben responder a esta pregunta: ¿existe o no alguna clase de sabiduría en las criaturas? Si nos dicen que no existe, ¿por quéarguye san Pablo diciendo que, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría? Y, si no existe ninguna sabiduría en las criaturas, ¿cómo es que la Escritura alude a tan gran número de sabios? Pues en ella se afirma: El sabio es cauto y se aparta del mal y con sabiduría se construye una casa.

Y dice también el Eclesiastés: La sabiduría serena el rostro del hombre; y el mismo autor increpa a los temerarios con estas palabras: No preguntes: «¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora». Eso no lo pregunta un sabio.

Que exista la sabiduría en las cosas creadas queda patente también por las palabras del hijo de Sira: La derramó sobre todas sus obras, la repartió entre los vivientes, según su generosidad se la regaló a los que lo temen; pero esta efusión de sabiduría no se refiere, en manera alguna, al que es la misma Sabiduría por naturaleza, el cual existe en sí mismo y es el Unigénito, sino más bien a aquella sabiduría que aparece como su reflejo en las obras de la creación. ¿Por qué, pues, vamos a pensar que es imposible que la misma Sabiduría creadora, cuyos reflejos constituyen la sabiduría y la ciencia derramadas en la creación, diga de sí misma: El Señor me estableció al comienzo de sus obras? No hay que decir, sin embargo, que la sabiduría que hay en el mundo sea creadora; ella, por el contrario, ha sido creada, según aquello del salmo: El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos.