DOMINGO V DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 16, 16-40

Dificultades de Pablo en Filipos

Una vez que íbamos al sitio de la oración nos salió al encuentro una criada que era adivina y proporcionaba a sus amos mucho dinero echando la buenaventura. Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando:

–Estos hombres son siervos de Dios Soberano y os anuncian el camino de la salvación.

Hizo lo mismo muchos días, hasta que Pablo, fastidiado, se volvió y le dijo al espíritu:

–En nombre de Jesucristo te mando que salgas de ella. Y al instante salió.

Los amos, viendo que se les iba toda esperanza de negocio, agarraron a Pablo y a Silas, los arrastraron a la plaza ante las autoridades y los presentaron a los magistrados diciendo:

–Estos hombres están alborotando nuestra ciudad. Judíos como son, predican enseñando costumbres que nosotros no podemos aceptar ni practicar siendo como somos romanos.

La plebe se amotinó contra ellos y los magistrados dieron orden de que los desnudaran y los apalearan; después de molerlos a palos, los metieron en la cárcel, encargando al carcelero que los vigilara bien; según la orden recibida, los metió en la mazmorra y les sujetó los pies en el cepo.

A eso de medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los otros presos escuchaban. De repente vino una sacudida tan violenta, que temblaron los cimientos de la cárcel. Las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó, y al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pablo lo llamó a gritos:

–No te hagas nada, que estamos todos aquí.

El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó y les preguntó:

–Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme? Le contestaron:

–Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia. Y le explicaron la palabra del Señor a él y a todos los de su casa.

El carcelero se los llevó a aquellas horas de la noche, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos, los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios.

Por la mañana los magistrados enviaron alguaciles con esta orden:

–Pon en libertad a esos hombres.

El carcelero se lo comunicó a Pablo:

–Los magistrados mandan a decir que se os ponga en libertad. Por tanto, salid y marchaos en paz.

Pero Pablo replicó a los alguaciles:

–¿Cómo? Nos azotan en público, sin previa sentencia, a nosotros, ciudadanos romanos, nos meten en la cárcel, ¿y ahora pretenden echarnos a escondidas? Ni hablar. Que vengan ellos en persona a sacarnos.

Los alguaciles comunicaron la respuesta a los magistrados. Al oír que eran ciudadanos romanos, se asustaron y fueron a excusarse; los sacaron fuera y les rogaron que se marcharan de la ciudad.

Al salir de la cárcel, Pablo y Silas fueron a casa de Lidia, y después de ver a los hermanos y animarlos, se marcharon.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 5,9: PG 14,1043-1044)

Si estamos injertados en Cristo, preciso será
que nos pode el Padre, que es el labrador

Si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya. Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros, libres de la esclavitud del pecado; porque el que muere ha quedado absuelto del pecado.

Por esta razón afirma asimismo el Apóstol que estamos muertos al pecado, y que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Ahora escribe que nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, añadiendo que si participamos de una muerte como la suya, por la que él murió al pecado, podemos esperar participar también de una resurrección como la suya.

Cómo pueda realizarse esto, lo demuestra diciendo que nuestra vieja condición debe ser crucificada juntamente con Cristo. Por vieja condición se entiende la vida de pecado que anteriormente llevamos, a la que pusimos fin –y, en cierto modo, dimos muerte- cuando recibimos la fe en la cruz de Cristo, mediante la cual de tal modo queda destruida nuestra personalidad de pecadores, que nuestros miembros, esclavos antes del pecado, no sirvan ya al pecado, sino a Dios.

Pero retomando el hilo del discurso, veamos ahora qué quiere decir ser injertados en una muerte como la de Cristo. El Apóstol nos presenta la muerte de Cristo comparándola a la planta de un árbol cualquiera, en la que nos quiere injertos, de modo que chupando nuestra raíz la savia de su raíz, produzca ramas de justicia y dé frutos de vida.

Y si quieres saber, mediante el testimonio de las Escrituras, cuál sea la planta en la que hemos de ser injertados y de qué clase ha de ser ese árbol, escucha lo que se escribe en la Sabiduría: Es árbol de vida –dice– para los que la cogen, son dichosos los que la retienen. Así pues, Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, es el árbol de la vida, en que debemos estar injertos; y, por un nuevo y amabledon de Dios, su muerte se ha convertido para nosotros en el árbol de la vida. Con razón, pues, el Apóstol, consciente de que en el presente texto no es su propósito hablar de la muerte, tributo común de la condición humana, sino de la muerte al pecado, no dijo: Si hemos quedado incorporados a su muerte, sino a una muerte como la suya. Pues de tal suerte Cristo murió de una vez al pecado, que no cometió pecado alguno ni encontraron engaño en su boca.

Impecabilidad radical que en vano buscaríamos en cualquier otro hombre. Nadie está limpio de pecado, ni siquiera el hombre de un solo día (Job 14, 4-5: LXX). Por consiguiente, nosotros, es verdad, no podemos morir –de modo que no conozcamos el pecado– con la misma muerte con que Jesús murió al pecado, de modo que en absoluto pudiera cometer el pecado; podemos, no obstante, obtener una cierta aproximación si imitándole y siguiendo sus huellas, nos abstenemos de pecado.

Esto es lo único de que es capaz la naturaleza humana: morir de una muerte como la suya al no pecar a imitación suya. Y fíjate en la oportunidad del simbolismo de la planta. Toda planta, después de la muerte del invierno, espera la resurrección de la primavera. Por tanto, si también nosotros somos injertados en la muerte de Cristo en el invierno de este mundo y de la vida presente, nos encontraremos con que en la primavera futura, producimos frutos de justicia succionados de la savia de su raíz; y si estamos injertados en Cristo, preciso será que, como a los sarmientos de la vid verdadera, nos pode el Padre, que es el labrador, para que demos fruto abundante.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 17, 1-18

Pablo en Atenas

Atravesando Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga judía. Pablo, según su costumbre, se presentó allí y por tres sábados discutió con ellos. Apoyándose en la Escritura, explicaba y probaba que el Mesías tenía que padecer y resucitar, y concluía: «Ese Mesías es Jesús, el que yo os anuncio».

Algunos judíos se convencieron y se juntaron a Pablo y a Silas, con gran número de adictos griegos y no pocas mujeres principales.

Envidiosos los judíos, reclutaron unos maleantes del arroyo y, provocando tumultos, alborotaron la ciudad. Irrumpieron en casa de Jasón, en busca de Pablo y Silas, para conducirlos ante la plebe; al no encontrarlos, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos a presencia de los concejales, vociferando:

—Esos que han revolucionado el mundo se han presentado también aquí y Jasón les ha dado hospedaje. Todos éstos actúan contrariamente a los edictos del emperador, porque afirman que hay otro rey, Jesús.

Estas palabras alarmaron a la multitud y a los concejales, y exigieron una fianza a Jasón y a los otros para ponerlos en libertad.

Inmediatamente, de noche, los hermanos hicieron salir a Pablo y a Silas para Berea. Llegados allí, se dirigieron a la sinagoga.

Los judíos de Berea eran de mejor natural que los de Tesalónica y recibieron el mensaje con toda buena voluntad escudriñando a diario la Escritura para comprobar si estaban así las cosas. En consecuencia, muchos de ellos creyeron y, además, no pocos paganos, señoras distinguidas y hombres.

Pero cuando los judíos de Tesalónica descubrieron que Pablo anunciaba el mensaje de Dios en Berea, fueron allí a agitar a la gente y a alborotarla. Entonces los hermanos, sin tardar, hicieron que Pablo saliese para la costa, mientras Silas y Timoteo se quedaron allí. Los que conducían a Pablo lo llevaron hasta Atenas, y se volvieron con el encargo de que Silas y Timoteo se reuniesen con Pablo cuanto antes.

Mientras Pablo los aguardaba en Atenas, le llegaba al alma ver la ciudad poblada de ídolos. Por un lado, hablaba en la sinagoga a los judíos y adictos, y además a diario en la plaza mayor con los que encontraba. Incluso algunos filósofos epicúreos y estoicos conversaban con él. Unos preguntaban:

—¿Qué tendrá que decir ese charlatán?

Otros, al oír que anunciaba a Jesús y la resurrección, decían:

—Parece un propagandista de dioses extranjeros.


SEGUNDA LECTURA

Beato Isaac de Stella, Sermón 42 (PL 194, 1831-1832)

Primogénito de muchos hermanos

Del mismo modo que, en el hombre, cabeza y cuerpo forman un solo hombre, así el Hijo de la Virgen y sus miembros constituyen también un solo hombre y un solo Hijo del hombre. El Cristo íntegro y total, como se desprende de la Escritura, lo forman la cabeza y el cuerpo. En efecto, todos los miembros juntos forman aquel único cuerpo que, unido a su cabeza, es el único Hijo del hombre, quien, al ser también Hijo de Dios, es el único Hijo de Dios y forma con Dios el Dios único.

Por ello el cuerpo íntegro con su cabeza es Hijo del hombre, Hijo de Dios y Dios. Por eso se dice también: Padre, éste es mi deseo: que sean uno, como tú, Padre, en mí yo en ti.

Así, pues, de acuerdo con el significado de esta conocida afirmación de la Escritura, no hay cuerpo sin cabeza, ni cabeza sin cuerpo, ni Cristo total, cabeza y cuerpo, sin Dios.

Por tanto, todo ello con Dios forma un solo Dios. Pero el Hijo de Dios es Dios por naturaleza, y el Hijo del hombre está unido a Dios personalmente; en cambio, los miembros del cuerpo de su Hijo están unidos con él sólo místicamente. Por esto los miembros fieles y espirituales de Cristo se pueden llamar de verdad lo que es él mismo, es decir, Hijo de Dios y Dios. Pero lo que él es por naturaleza, éstos lo son por comunicación, y lo que él es en plenitud, éstos lo son por participación; finalmente, él es Hijo de Dios por generación y sus miembros lo son por adopción, como está escrito: Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).

Y por este mismo Espíritu les da poder para ser hijos de Dios, para que, instruidos por aquel que es el primogénito de muchos hermanos, puedan decir: Padre nuestro, que estás en los cielos. Y en otro lugar afirma: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.

Nosotros renacemos de la fuente bautismal como hijos de Dios y cuerpo suyo en virtud de aquel mismo Espíritu del que nació el Hijo del hombre, como cabeza nuestra, del seno de la Virgen. Y así como él nació sin pecado, del mismo modo nosotros renacemos para remisión de todos los pecados.

Pues, así como cargó en su cuerpo de carne con todos los pecados del cuerpo entero, y con ellos subió a la cruz, así también, mediante la gracia de la regeneración, hizo que a su cuerpo místico no se le imputase pecado alguno, como está escrito: Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Este hombre, que es Cristo, es realmente dichoso, ya que, como Cristo-cabeza y Dios, perdona el pecado, como Cristo-cabeza y hombre no necesita ni recibe perdón alguno y, como cabeza de muchos, logra que no se nos apunte el delito.

Justo en sí mismo, se justifica a sí mismo. Único Salvador y único salvado, sufrió en su cuerpo físico sobre el madero lo que limpia de su cuerpo místico por el agua. Y continúa salvando de nuevo por el madero y el agua, como Cordero de Dios que quita, que carga sobre sí, el pecado del mundo; sacerdote, sacrificio y Dios, que, ofreciendo su propia persona a sí mismo, por sí mismo se reconcilió consigo mismo, con el Padre y con el Espíritu Santo.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 17, 19-34

Discurso de Pablo en el Areópago

Cogieron a Pablo, lo llevaron al Areópago y le preguntaron:

–¿Se puede saber qué es esa nueva doctrina que enseñas? Porque estás metiendo conceptos que nos suenan extraños y queremos saber qué significan.

(Es que los atenienses todos y los forasteros residentes allí gastaban el tiempo contando y escuchando la última novedad).

Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo:

–Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a religión. Porque paseándome por ahí y fijándome en vuestros monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: «Al Dios desconocido».

Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo: El Dios que hizo el mundo y lo que contiene. El es Señor de cielo y tierra y no habita en templos construidos por hombres ni lo sirven manos humanas; como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento, y todo. De un solo hombre sacó todo el género humano para que habitara la tierra entera, determinando las épocas de su historia y las fronteras de sus territorios.

Quería que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo dicen incluso algunos de vuestros poetas: «somos estirpe suya».

Por tanto, si somos estirpe de Dios, no podemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre. Dios pasa por alto aquellos tiempos de ignorancia, pero ahora manda a todos los hombres en todas partes que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que

juzgará el universo con justicia, por medio del hombre designado por él; y ha dado a todos la prueba de esto resucitándolo de entre los muertos.

Al oír «resurrección de muertos», unos lo tomaban a broma, otros dijeron:

—De esto te oiremos hablar en otra ocasión.

Entonces Pablo se marchó del grupo. Algunos se le juntaron y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, De la vida en Cristo (Lib 3: PG 150, 578-579)

Cristo es al mismo tiempo sacerdote y altar,
ofrenda y oferente, sujeto y objeto de la ofrenda

La iluminación bautismal se opera instantáneamente en el alma de los neófitos; pero sus efectos no son inmediatamente discernibles por todos, sino sólo —y después de un cierto tiempo— son conocidos por algunas personas probas, que purificaron los ojos del alma a base de muchos sudores y fatigas y mediante el amor a Cristo. La Unción sagrada dispone favorablemente los templos para ser casas de oración. Ungidos con este óleo sagrado, son para nosotros lo que significan. Porque Cristo —unción derramada— es nuestro abogado ante Dios Padre. Para esto se derramó y se hizo unción: para empapar hasta las médulas de nuestra naturaleza.

Los altares vienen a ser como las manos del Salvador: y así, de la sagrada mesa, cual de su santísima mano, recibimos el pan, es decir, el cuerpo de Cristo, y bebemos su sangre, lo mismo que la recibieron los primeros a quienes el Señor invitó a este sagrado banquete, invitándoles a beber aquella copa realmente tremenda.

Y dado que él es al mismo tiempo sacerdote y altar ofrenda y oferente, sujeto y objeto de la ofrenda, ha repartido las funciones entre estos dos misterios, asignando aquéllas al pan de bendición, y éstas a la unción sagrada. El altar es realmente Cristo, que sacrifica en virtud de la unción. Ya desde su misma institución, el altar lo es en virtud de su unción, y los sacerdotes lo son por haber sido ungidos. Pero el Salvador es además sacrificio por la muerte en cruz, que padeció para gloria de Dios Padre. Por eso nos dice que, cada vez que comemos este pan anunciamos su muerte y su inmolación.

Es más. El Señor es ungüento y es unción por el Espíritu Santo. Esta es la razón por la que Cristo podía, sí, ejercer las más sagradas funciones y santificar; pero no podía ser santificado ni en modo alguno padecer. Santificar es incumbencia del altar, del sacrificador y del oferente, no de la víctima ofrecida y sacrificada. Que el altar tenga capacidad de santificar lo afirma la Escritura: Es el altar —dice— el que consagra la ofrenda. Cristo es pan en virtud de su carne santificada y deificada: santificada por la unción, deificada por las heridas. Dice en efecto: El pan que yo daré es mi carne, carne que yo daré —a saber, sacrificándola— para la vida del mundo. El mismo Cristo es ofrecido como pan y ofrece como ungüento, bien deificando la propia carne, bien haciéndonos partícipes de su unción.

Tenemos en Jacob un tipo de estas realidades, cuando habiendo ungido la piedra con aceite, se la dedicó al Señor ofrendándosela junto con la unción: rito que indicaba ora la carne del Salvador como piedra angular, sobre la que el verdadero Israel —el Verbo, único que conoce al Padre—derramó la unción de la divinidad; ora para prefigurarnos a nosotros, que nos ha hecho hijos de Abrahán sacándonos de las piedras y haciéndonos partícipes de la unción. Prueba de ello es que el Espíritu Santo, derramado sobre los que recibieron la unción, es —sin hablar de los demás dones que nos otorga— un Espíritu de adopción filial. Ese Espíritu —dice— y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y es el mismo que clama en nuestros corazones: ¡Abba! (Padre). Tales son los efectos que la sagrada unción produce en los que desean vivir en Cristo.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 18, 1-28

Fundación de la Iglesia de Corinto

En aquellos días, Pablo dejó Atenas y fue a Corinto. Se encontró con un judío llamado Aquila, natural del Ponto, que poco antes había llegado de Italia, y con su mujer Priscila (porque Claudio había dado orden de que todos los judíos abandonasen Roma). Se juntó con ellos, y como ejercía el mismo oficio, paraba y trabajaba en su casa (eran tejedores de lona).

Los sábados discutían en la sinagoga, procurando convencer a judíos y griegos. Cuando Silas y Timoteo bajaron de Macedonia, Pablo se dedicó enteramente a la palabra testimoniando ante los judíos que Jesús es el Mesías.

Como éstos reaccionaban con blasfemias, sacudió su manto y les dijo:

—Caiga vuestra sangre sobre vuestras cabezas. La culpa no es mía. Desde ahora iré a los paganos.

Salió de allí y entró en casa de uno llamado Ticio Justo, que daba culto a Dios, y cuya casa estaba contigua a la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia, y también muchos corintios escuchaban, creían y se bautizaban.

Una noche le dijo el Señor a Pablo en una visión.

—No temas, sigue hablando y no te calles, que yo estoy contigo y nadie se atreverá a hacerte daño; muchos de esta ciudad son pueblo mío.

Pablo se quedó allí un año y medio, explicándoles la palabra de Dios.

Pero siendo Galión procónsul de Acaya, los judíos se abalanzaron en masa contra Pablo y lo condujeron al tribunal y lo acusaron:

—Este induce a la gente a dar a Dios un culto contrario a la ley.

Iba Pablo a tomar la palabra, cuando Galión dijo a los judíos:

—Judíos, si se tratara de un crimen o de un delito grave, sería razón escucharos con paciencia; pero si discutís de palabras, de nombres y de vuestra ley, arreglaos vosotros. Yo no quiero meterme a juez de esos asuntos.

Y ordenó despejar el tribunal.

Entonces agarraron a Sóstenes, jefe de la sinagoga, y le dieron una paliza delante del tribunal. Galión no se dio por aludido.

Pablo se quedó en Corinto todavía algún tiempo.

Luego se despidió de los hermanos y se embarcó para Siria con Priscila y Aquila. En Cencreas se afeitó la cabeza, porque había hecho un voto. Al llegar a Efeso se separó allí de ellos y fue a la sinagoga, donde se puso a hablar con los judíos. Le pidieron que se quedara más tiempo, pero no accedió, y se despidió diciendo:

—Ya volveré por aquí, si Dios quiere.

Zarpó de Efeso, desembarcó en Cesarea, subió a saludar a la comunidad y luego bajó a Antioquía.

Pasado algún tiempo, emprendió otro viaje y recorrió Galacia y Frigia animando a los discípulos.

Llegó a Efeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y muy versado en la Escritura. Lo habían instruido en el camino del Señor, y era muy entusiasta; aunque no conocía más que el bautismo de Juan, exponía la vida de Jesús con mucha exactitud.

Apolo se puso a hablar públicamente en la sinagoga. Cuando lo oyeron, Priscila y Aquila lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino del Señor. Decidió pasar a Acaya y los hermanos le animaron y escribieron a los discípulos de allí que lo recibieran bien. Su presencia, con la ayuda de la gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes; pues rebatía vigorosamente en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Jesús es el Mesías.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, De la vida en Cristo (Lib 4: PG 150, 582-583)

Si moramos en Cristo, ¿qué más podemos desear?

Después de la sagrada unción, pasamos a la mesa santa, que es el fin y la meta de esta vida de que estamos tratando. Lograda la cual, nada faltará a la felicidad tan buscada y anhelada. En ella no recibimos ya la muerte, la sepultura, ni siquiera la participación de una vida mejor, sino al mismo Resucitado; ni recibimos tampoco los dones del Espíritu en la medida en que pueden ser participados, sino al mismo Bienhechor, al templo mismo en el que se encierra la multitud de todas las gracias. Cristo, es verdad, está presente en cada uno de los sacramentos, y cabría decir que en él somos ungidos y lavados o, mejor, que él es nuestra unción y nuestra ablución, como es también nuestra comida.

Sin embargo está especialmente presente en los que son iniciados y a ellos les confiere sus dones; pero no a todos de igual modo, sino que, lavando, purifica del fango de los vicios e imprime en el bautizado su propia imagen; y, ungiéndole, lo dinamiza y lo hace esforzado para las obras del Espíritu Santo, de las que, por su encarnación, se ha convertido él en tesorero.

Admitido luego el iniciado a la mesa, es decir, a nutrirse de los dones de su cuerpo, lo cambia totalmente, transformándolo en sí mismo. Por eso la Eucaristía es el sacramento supremo, que cierra toda ulterior progresión y cualquier posible adición.

Al ser bautizados, este sacramento nos confiere todas las gracias que le son propias: pero todavía no hemos tocado las cimas de la perfección. En efecto, todavía no poseemos los dones del Espíritu Santo, que se nos confieren con el sagrado crisma. Sobre los bautizados por Felipe, no por eso había descendido el Espíritu Santo: fue necesaria la imposición de manos de Pedro y Juan. Dice la Escritura: Aún no había bajado sobre ninguno el Espíritu Santo, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

A algunos de aquellos que estaban llenos del Espíritu, que profetizaban, que poseían el don de lenguas y que estaban revestidos de otros carismas, les faltaba mucho, sin embargo, para ser totalmente hombres de Dios, movidos por el Espíritu, y se hallaban enredados en envidias, ambiciones, rivalidades inútiles y otros vicios por el estilo. Pablo se lo echaba en cara cuando les decía: Todavía sois carnales y os guían los bajos instintos. Y sin embargo eran espirituales por lo que se refiere a cierto sector de la gracia, pero no lo suficiente para erradicar del alma cualquier asomo de maldad.

Nada de esto ocurre en la Eucaristía. Aquellos en quienes el pan de vida ha activado los mecanismos liberadores de la muerte y, al participar en la sagrada Cena, no son conscientes de pecado alguno ni lo cometieron con posterioridad, a éstos nadie podrá tacharles de espirituales a medias. Pues es imposible, lo repito, absolutamente imposible que este sacramento obre con toda su eficacia y no consiga liberar a los iniciados de cualquier imperfección.

Y esto ¿por qué? Pues porque un sacramento es eficaz cuando comunica a quienes lo reciben todos los efectos que pueda causar. La promesa de la Eucaristía nos hace habitar en Cristo y a Cristo en nosotros. Leemos en efecto: Habita en mí y yo en él. Si Cristo habita en nosotros, ¿qué más podemos buscar? Y si moramos en Cristo, ¿qué más podemos desear? El es a la vez nuestro huésped y nuestra morada. ¡Dichosos nosotros por una tal inhabitación! ¡Doblemente dichosos nosotros por habernos convertido en moradores de semejante casa! Pues en el mismo instante se espiritualizan nuestra alma y nuestro cuerpo y todas las facultades, porque el alma se compenetra con su alma, el cuerpo con su cuerpo y la sangre con su sangre. ¿Con qué resultado? Con el resultado de que lo más noble prevalece sobre lo más humilde, lo humano es superado por lo divino, y —lo que san Pablo escribe de la resurrección— lo mortal queda absorbido por la vida. Y en otro lugar dice también: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 19, 1-20

Pablo en Éfeso

Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Efeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó:

—¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?

Contestaron:

—Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo.

Pablo les volvió a preguntar:

—Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido?

Respondieron:

—El bautismo de Juan.

Pablo les dijo:

—El bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después, es decir, en Jesús.

Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.

Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses habló en público del Reino de Dios, tratando de persuadirlos. Como algunos se obstinaban en no dejarse convencer y desacreditaban el camino aquel delante de la asamblea, Pablo prescindió de ellos y formó grupo aparte con los discípulos, teniendo conversaciones todos los días en la escuela de Tirano.

Esto duró dos años, y así todos los habitantes de la provincia de Asia, lo mismo judíos que griegos, pudieron escuchar el mensaje del Señor.

Dios hacía por medio de Pablo prodigios extraordinarios, hasta el punto que bastaba aplicar a los enfermos pañuelos o prendas que él llevaba encima, para ahuyentar las enfermedades y expulsar los espíritus malos.

Algunos exorcistas judíos ambulantes probaron también a invocar el nombre del Señor Jesús sobre los poseídos, diciéndoles:

—Os conjuro por ese Jesús que Pablo predica.

Entre los que hacían esto estaban siete hijos de un tal Escevas, sumo sacerdote judío, pero el espíritu malo les replicó:

—A Jesús lo conozco y Pabló sé quién es, pero vosotros, ¿quiénes sois?

Y el poseído por el espíritu malo se abalanzó de un salto sobre ellos y les pudo, acogotándolos a todos, de modo que huyeron de la casa aquella desnudos y malheridos.

El suceso se divulgó entre los habitantes de Efeso, lo mismo judíos que griegos; todos quedaban espantados y se proclamaba la grandeza del Señor Jesús. Muchos de los que ya creían iban a confesar públicamente sus malas prácticas, y buen número de los que habían practicado la magia hicieron un montón con los libros y los quemaron a la vista de todos. Calculado el precio, resultó ser cincuenta mil monedas de plata.

Así, con el poder del Señor, el mensaje se difundía vigorosamente.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, De la vida en Cristo (Lib 6: PG 150: 574-575)

La unción del Espíritu Santo

La finalidad de la iniciación es la de impartir la virtud y la eficacia del Espíritu bueno. La unción, en particular, nos introduce en la participación del Señor Jesús, en quien reside la salvación de los hombres, la esperanza de todos los bienes, por quien nos es comunicado el Espíritu Santo y por el cual tenemos acceso al Padre.

Mas lo que este ungüento procurará siempre a los cristianos y que les es útil en todo momento, son los dones de piedad, de oración, de caridad, de castidad y otros enormemente ventajosos para quienes los reciben. Y esto a pesar de que muchos cristianos no lo comprenden, ocultándoseles la gran importancia de este sacramento, antes —como se escribe en el libro de los Hechos— ni siquiera oyeron hablar de un Espíritu Santo. Semejante fallo es imputable en algunos a que, al recibir el sacramento antes de la edad adecuada, no estaban capacitados para comprender estos dones; a otros porque al recibirlo en plena adolescencia, se les cegaron los ojos del alma, arrastrados al torbellino de la culpa.

La verdad es que, el Espíritu otorga sus carismas a los iniciados, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece. Ni nos abandona el mismo dador de esos bienes, él que nos ha prometido estar con nosotros hasta el fin del mundo. No es, pues, inútil y superflua esta iniciación, porque así como en el divino baño recibimos el perdón de los pecados y el cuerpo de Cristo en la sagrada mesa y estas realidades no cesarán mientras no venga en su gloria el que es su fundamento, de igual modo conviene que los cristianos se beneficien de este sacratísimo ungüento y es altamente recomendable que participen de los dones del Espíritu Santo.

¿Sería, en efecto, razonable que mientras los demás sacramentos de la iniciación conservan toda su eficacia, sólo éste estuviera desposeído de ella? ¿Cómo pensar que —como dice san Pablo— sea Dios fiel a sus promesas en el primer caso y dudar que lo sea en el segundo? Ahora bien: desde el momento en que hemos de admitir o rechazar la eficacia sacramental en todos o en ninguno de los sacramentos, ya que en todos actúa la misma virtud, y única es la inmolación del único Cordero, es necesario concluir que su muerte y su sangre confieren la perfección a todos los sacramentos. Por consiguiente, es cosa comprobada la donación del Espíritu Santo. A unos se les ha dado paraque puedan hacer el bien a los demás o, como dice san Pablo, para edificación de la Iglesia: prediciendo el futuro, administrando los sacramentos o curando las enfermedades con sola su palabra; a otros, para que ellos mismos sean mejores, modelos de piedad, de castidad, de caridad o de una extraordinaria humildad.

Así pues, el sacramento produce en todos los iniciados su efecto propio, si bien no todos tienen conciencia de los dones ni poseen la necesaria capacidad para la correcta utilización de tales riquezas: unos porque la inmadurez de la edad no les permite de momento la comprensión de lo que han recibido; otros porque no están preparados o por no manifestar el fervor necesario.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 19, 21-40

El motín de Éfeso

Cumplido todo esto, decidió Pablo ir a Jerusalén atravesando Macedonia y Grecia, declarando que, después de haber estado en Jerusalén, tenía que visitar también Roma.

Envió a Macedonia dos auxiliares suyos, Timoteo y Erasto, mientras él se detenía un poco en la provincia de Asia. En aquella ocasión se produjo un grave tumulto a propósito del nuevo camino.

Un tal Demetrio, platero, que labraba en plata reproducciones del templo de Artemisa, proporcionando no poca ganancia a los artesanos, reunió a éstos con los otros obreros del ramo y les dijo:

—Amigos, sabéis que de esta ganancia depende nuestro bienestar; y estáis viendo y oyendo decir que ese Pablo ha persuadido a numerosa gente a cambiar de idea, no sólo en Éfeso, sino prácticamente en toda la provincia de Asia, diciéndoles que no son dioses los que se fabrican con las manos. No sólo hay peligro de que nuestro oficio se desacredite, sino también de que se desprestigie el santuario

de la gran Artemisa y se derrumbe la majestad de la diosa que venera toda el Asia y el mundo entero.

Al oír aquello, se pusieron a gritar furiosos:

—¡Arriba la Artemisa de los efesios!

El revuelo cundió por la ciudad y la gente se precipitó en masa hacia el teatro arrastrando a dos macedonios, Gayo y Aristarco, compañeros de viaje de Pablo.

Pablo quería entrar en el mitin, pero los discípulos no se lo permitieron. Algunos senadores amigos suyos le mandaron recado aconsejándole también que no compareciera en el teatro.

Cada uno gritaba una cosa, porque la asamblea estaba hecha un lío y la mayoría ni sabía para qué se habían reunido. Algunos de los presentes aleccionaron a un tal Alejandro, a quien los judíos habían empujado adelante. Alejandro hizo seña con la mano de que quería dar explicaciones a la concurrencia, pero en cuanto cayeron en la cuenta de que era judío, estuvieron gritando todos a coro por casi dos horas:

—¡Arriba la Artemisa de los efesios!

Consiguiendo por fin calmar a la gente, dijo el canciller:

—Efesios, ¿quién hay en el mundo que no sepa que la ciudad de Efeso es la guardiana del templo de la gran Artemisa y de su estatua caída del cielo? Esto es indiscutible; por tanto, es menester que conservéis la calma y no obréis precipitadamente. Estos hombres que habéis traído no son ni sacrílegos ni blasfemos contra nuestra diosa. Y si Demetrio y los artesanos sus compañeros tienen querella contra alguno, ahí tienen las audiencias públicas y los procónsules: que unos y otros presenten allí sus querellas. Y si tenéis alguna otra demanda, se proveerá en la asamblea legal. De hecho, corremos riesgo de ser acusados de motín por lo de hoy, pues no podemos alegar ningún motivo que justifique este alboroto.

Y con esto despidió a la asamblea.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 7, 6-7: CSEL 62, 130-131)

En el momento de la tentación, nos consuela la esperanza

Este es mi consuelo en la aflicción: que tu promesa me da vida. Esta es la esperanza, sí, ésta es la esperanza que me sale al encuentro con tu palabra y que me ha aportado el consuelo necesario para tolerar las amarguras de la vida presente. Mientras Pablo persigue el Nombre de Jesús, del consuelo saca la esperanza. Y una vez hecho creyente, escucha cómo nos consuela: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza». Y a continuación señala el motivo de esa paciente tolerancia: Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

Por tanto, si alguien desea superar la adversidad, la persecución, el peligro, la muerte, una grave enfermedad, la intrusión de los ladrones, la confiscación de los bienes, o cualquiera de esos sucesos que el mundo considera como adversos, fácilmente lo conseguirá si tiene la esperanza que lo consuele. Pues aunque tales cosas sucedieren, no pueden resultarle graves a quien afirma: Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Puesto que a quien espera cosas mejores no pueden abatirle las baladíes.

Así pues, en el momento de nuestra humillación nos consuela la esperanza, una esperanza que no defrauda. Y por momento de humillación de nuestra alma entiendo el tiempo de prueba. En efecto, nuestra alma se siente humillada cuando se la deja a merced del tentador, para ser probada con duros trabajos, experimentando de esta suerte en la lucha y el combate el choque de fuerzas contrarias. Pero en estas tentaciones se siente vivificada por la palabra de Dios.

Esta palabra es, pues, la sustancia vital de nuestra alma, sustancia que la nutre, la hace crecer y la gobierna. Fuera de esta palabra de Dios, nada existe capaz de mantener en la vida al alma dotada de razón. En efecto, lo mismo que la palabra de Dios va creciendo en el alma en proporción directa a su acogida, su inteligencia y su comprensión, así también va en progresivo aumento la vida del alma. Y viceversa, en la medida en que decae la palabra de Dios en nuestra alma, en idéntica proporción languidece la vida del alma. Así pues, del mismo modo que el binomio alma y cuerpo es animado, alimentado y sostenido gracias al soplo de vida, de igual suerte nuestra alma es vivificada por la palabra de Dios y la gracia espiritual.

De lo dicho se sigue que, posponiendo todo lo demás, hemos de esforzarnos por todos los medios a nuestro alcance en atesorar la palabra de Dios, trasvasándola a lo más íntimo de nuestro ser, a nuestros sentimientos, preocupaciones, reflexiones y a nuestro obrar, de modo que nuestros actos sintonicen con las palabras de la Escritura, de manera que nuestras acciones no estén en desacuerdo con la globalidad de los preceptos celestiales. Así podremos decir también nosotros: Porque tu promesa me da vida.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 20, 1-16

Pablo abandona Éfeso

Cuando se apaciguó el tumulto mandó Pablo llamar a los discípulos para animarlos; luego se despidió y salió para Macedonia.

Después de recorrer aquella región animando a los discípulos con frecuentes conversaciones, llegó a Grecia.

A los tres meses de estar allí, como lo amenazaba un atentado de los judíos al zarpar para Siria, decidió volverse a Macedonia. Hasta la provincia de Asia lo acompañaron Sópater, natural de Pirro de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo de Derbe; Timoteo, Fortunato y Trófimo, naturales de Asia. Estos se adelantaron y nos esperaron en Tróade. Nosotros, en cambio, al terminar las fiestas de Pascua, nos hicimos a la mar en Filipos, y en cinco días los alcanzamos en Tróade, donde nos detuvimos una semana.

El domingo nos reunimos a partir el pan; Pablo les estuvo hablando y, como iba a marcharse al día siguiente, prolongó el discurso hasta medianoche. Había lámparas en abundancia en la sala de arriba, donde estábamos reunidos.

Un joven, de nombre Eutiquio, estaba sentado en la ventana. Mientras Pablo hablaba y hablaba le iba entrando cada vez más sueño; al final, vencido por él, se cayó del tercer piso abajo. Lo levantaron ya cadáver, pero Pablo bajó, se echó sobre él y, abrazándolo, dijo:

–No os alarméis, que tiene aliento.

Volvio a subir, partió el pan y cenó. Estuvo conversando largo hasta el alba y, por fin, se marchó. Por lo que hace al muchacho, lo trajeron vivo, con gran alivio de todos.

Nosotros nos embarcamos con tiempo y zarpamos con rumbo a Aso, donde teníamos que recoger a Pablo, pues él había dispuesto hacer el viaje por tierra. Cuando nos alcanzó en Aso, subió a bordo con nosotros y llegamos a Mitilene. Zarpamos de allí, y al día siguiente llegamos a la altura de Quíos; al otro costeamos en dirección a Samos y un día después llegamos a Mileto. Pablo había resuelto no hacer escala en Efeso para no perder tiempo en Asia; se daba prisa a ver si lograba estar en Jerusalén para el día de Pentecostés.
 

SEGUNDA LECTURA

San Justino, Primera apología en defensa dedos cristianos (Caps 66-67: PG 6, 427-431)

La celebración de la eucaristía

A nadie es lícito participar de la eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.

Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó.

Los apóstoles, en efecto, en sus tratados llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias y dijo: Esto es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.

El día llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles o los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.

Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables.

Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia fervorosamente preces y acciones de gracias, y el pueblo responde Amén; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.

Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los necesitados.

Y nos reunimos todos el día del sol, primero porque este día es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra consideración.