DOMINGO IV DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Levítico 8, 1-17; 9, 22-24

Consagración de los sacerdotes

En aquellos días, el Señor habló a Moisés:

«Toma a Aarón y a sus hijos, los vestidos, el aceite de la unción, el novillo del sacrificio expiatorio, los dos carneros y el cestillo de panes ázimos, y convoca a toda la asamblea a la entrada de la tienda del encuentro».

Moisés cumplió el mandato del Señor, y se congregó la asamblea a la entrada de la tienda del encuentro. Moisés dijo a la asamblea:

«Esto es lo que el Señor manda hacer».

Después hizo acercarse a Aarón y a sus hijos, y los hizo bañarse. A Aarón le vistió la túnica y le ciñó la banda, le puso el manto y encima le colocó el efod, sujetándolo con el cíngulo. Le impuso el pectoral con los urim y tumim. Le puso un turbante en la cabeza y, en el lado frontal del mismo, le impuso la flor de oro, la diadema santa, como el Señor se lo había ordenado.

Moisés, tomando después el aceite de la unción, ungió la morada y cuanto en ella había. Y los consagró. Salpicó con el aceite siete veces sobre el altar, y ungió el altar con todos sus utensilios, el barreño y su peana, para consagrarlos. Luego derramó aceite sobre la cabeza de Aarón, y lo ungió para consagrarlo. Después Moisés hizo acercarse a los hijos de Aarón, les vistió la túnica, les ciñó la banda y les puso sobre la cabeza las birretas; como el Señor se lo había ordenado.

Hizo traer el novillo del sacrificio expiatorio. Aarón y sus hijos pusieron sus manos sobre la cabeza de la víctima. Moisés la degolló y, tomando sangre, untó con el dedo los salientes del altar por todos los lados: así purificó el altar. Derramó la sangre al pie del altar,'y así lo consagró para expiar en él. Tomó toda la grasa que envuelve las vísceras, el lóbulo del hígado, los dos riñones con su grasa, y lo dejó quemarse sobre el altar. El resto del novillo, la piel, carne e intestinos, lo quemó fuera del campamento; como el Señor se lo había ordenado.

Aarón, alzando las manos sobre el pueblo, lo bendijo; y, después de haber ofrecido el sacrificio expiatorio, el holocausto y el sacrificio de comunión, bajó. Aarón y Moisés entraron en la tienda del encuentro. Cuando salieron, bendijeron al pueblo. Y la gloria del Señor se mostró a todo el pueblo. De la presencia del Señor salió fuego que devoró el holocausto y la grasa. Al verlo, el pueblo aclamó y cayó rostro a tierra.


SEGUNDA LECTURA

Eusebio de Cesarea, Demostración evangélica (Lib 5,3: PG 22, 366-367)

Y tal convenía que fuese nuestro Pontífice:
santo, inocente, sin mancha

Reflexionemos sobre aquellas palabras: Tú eres sacerdote eterno. Pues no dice: Serás lo que antes no eras; ni tampoco: lo que antes eras, pero ahora no eres; sino que dice: eres y seguirás siendo sacerdote eterno únicamente por voluntad de aquel que dijo: Yo soy el que soy. Y precisamente porque su sacerdocio no comenzó en el tiempo, ni Cristo procede de la tribu de Leví, ni fue ungido con un óleo material preparado por especialistas, su sacerdocio no tendrá fin ni será establecido para solos los judíos, sino para todos los pueblos. Por todas estas razones, lo desvincula del sacerdocio aaronítico que tenía valor de figura, y lo proclama sacerdote según el rito de Melquisedec. Y ciertamente que es maravillosa la realidad del símbolo para quien observe cómo nuestro Salvador Jesús –que es el Ungido de Dios–, cumple, según el rito del propio Melquisedec y a través de sus ministros, todo lo que hace referencia al sacerdocio que se ejerce entre los hombres.

Como Melquisedec —que era sacerdote de los paganos– y a quien jamás le vemos ofreciendo sacrificios de animales, sino tan sólo pan y vino incluso en el momento de bendecir a Abrahán, así también hizo en primer lugar nuestro Señor y Salvador en persona; y posteriormente sus sucesores —sacerdotes para todos los pueblos—, con la ofrenda espiritual del pan y del vino según las normas de la Iglesia, nos hacen presente el misterio de aquel cuerpo y de aquella sangre salutífera; aquel misterio que, tantos siglos antes, había Melquisedec aprendido por obra del Espíritu de Dios, y había prefigurado sirviéndose de imágenes de la realidad futura, como lo atestigua el mismo Moisés, cuando dice: Melquisedec, rey de Salén, sacerdote de Dios Altísimo, le sacó pan y vino, y bendijo a Abrahán.

Con razón, pues, y con la interposición de un juramento, se le prometieron tales cosas a aquel de quien ahora tratamos: El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

Y ahora escucha lo que dice el apóstol Pablo a este respecto: De la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que por dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que se nos ha ofrecido. Y añade: De aquellos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, dura para siempre, tiene un sacerdocio exclusivo. De aquí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor.

Y tal convenía que fuese nuestro Pontífice: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Levítico 16, 2-2

Fiesta de la expiación

En aquellos días, mandó el Señor a Moisés:

«Di a tu hermano Aarón que no entre en cualquier fecha en el santuario, de la cortina hacia dentro, hasta la cubierta que tapa el arca. Así no morirá. Porque yo me muestro en una nube sobre la cubierta del arca.

Así entrará Aarón en el santuario: Con un novillo para el sacrificio expiatorio y un carnero para el holocausto. Se vestirá la túnica sagrada de lino, se cubrirá con calzones de lino, se ceñirá una banda de lino y se pondrá un turbante de lino. Son vestiduras sagradas: las vestirá después de haberse bañado.

Además, recibirá de la asamblea de los israelitas dos machos cabríos para el sacrificio expiatorio y un carnero para el holocausto. Aarón ofrecerá su novillo víctima expiatoria, y hará la expiación por sí mismo y por su casa. Después tomará los dos machos cabríos y los presentará ante el Señor a la entrada de la tienda del encuentro. Echará a suerte los dos machos cabríos: uno le tocará al Señor y el otro a Azazel. Tomará el que haya tocado en suerte al Señor y lo ofrecerá en sacrificio expiatorio. El que tocó en suerte a Azazel lo presentará vivo ante el Señor, hará la expiación por él y después lo mandará al desierto, a Azazel.

Aarón ofrecerá su novillo, víctima expiatoria, y hará la expiación por sí mismo y por su casa; y lo degollará. Tomará del altar que está ante el Señor un incensario lleno de brasas y un puñado de incienso de sahumerio pulverizado, pasando con ellos dentro de la cortina. Pondrá incienso sobre las brasas, ante el Señor; el humo del incienso ocultará la cubierta que hay sobre el documento de la alianza; y así no morirá. Después tomará sangre del novillo y salpicará con el dedo la cubierta, hacia oriente; después, frente a la cubierta, salpicará siete veces la sangre con el dedo.

Degollará el macho cabrío, víctima expiatoria, presentado por el pueblo; llevará su sangre dentro de la cortina, y hará igual que con la sangre del novillo: la salpicará sobre la cubierta y delante de ella. Así hará la expiación por el santuario, por todas las impurezas y delitos de los israelitas, por todos sus pecados.

Lo mismo hará con la tienda del encuentro, establecida entre ellos, en medio de sus impurezas. Mientras esté haciendo la expiación por sí mismo, por su casa y por toda la asamblea de Israel, desde que entra hasta que sale, no habrá nadie en la tienda del encuentro. Después saldrá, irá al altar, que está ante el Señor, y hará la expiación por él: tomará sangre del novillo y del macho cabrío, irá untando con ella los salientes del altar. Salpicará la sangre con el dedo siete veces sobre el altar. Así lo santificará y lo purificará de las impurezas de los israelitas.

Acabada la expiación del santuario, de la tienda del encuentro y del altar, Aarón presentará el macho cabrío vivo. Con las dos manos puestas sobre la cabeza del macho cabrío vivo, confesará las iniquidades y delitos de los israelitas, todos sus pecados; se los echará en la cabeza al macho cabrío, y después, con el encargado de turno, lo mandará al desierto.

El macho cabrío se lleva consigo, a región baldía, todas las iniquidades de los israelitas. El encargado lo soltará en el desierto. Después Aarón entrará en la tienda del encuentro, se quitará los vestidos de lino que se había puesto para entrar en el santuario y los dejará allí. Se bañará en lugar santo y se pondrá sus propios vestidos. Volverá a salir, ofrecerá su holocausto y el holocausto del pueblo. Hará la expiación por sí mismo y por el pueblo, y dejará quemarse sobre el altar la grasa de la víctima expiatoria. El que ha llevado el macho cabrío a Azazel lavará sus vestidos, se bañará, y después podrá entrar en el campamento.

Las víctimas expiatorias, el macho cabrío y el carnero, cuya sangre se introdujo para expiar en el santuario, se sacarán fuera del campamento; y se quemará piel, carne e intestinos. El encargado de quemarlos lavará sus vestidos, se bañará, y después podrá entrar en el campamento.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 9 sobre el libro del Levítico (5.10: PG 12, 515.523)

Cristo es nuestro sumo sacerdote, nuestra propiciación

Una vez al año, el sumo sacerdote, alejándose del pueblo, entra en el lugar donde se hallan el propiciatorio, los querubines, el arca de la alianza y el altar del incienso, en aquel lugar donde nadie puede penetrar, sino sólo el sumo sacerdote.

Si pensamos ahora en nuestro verdadero sumo sacerdote, el Señor Jesucristo, y consideramos cómo, mientras vivió en carne mortal, estuvo durante todo el año con el pueblo, aquel año del que él mismo dice: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar el año de gracia del Señor, fácilmente advertiremos que, en este año, penetró una sola vez, el día de la propiciación, en el santuario, es decir, en los cielos, después de haber realizado su misión, y que subió hasta el trono del Padre, para hacerle propicio al género humano y para interceder por cuantos creen en él.

Aludiendo a esta propiciación con la que vuelve a reconciliar a los hombres con el Padre, dice el apóstol Juan: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados.

Y, de manera semejante, Pablo vuelve a pensar en esta propiciación cuando dice de Cristo: A quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre.

De modo que el día de propiciación permanece entre nosotros hasta que el mundo llegue a su fin.

Dice el precepto divino: Pondrá incienso sobre las brasas, ante el Señor; el humo del incienso ocultará la cubierta que hay sobre el documento de la alianza; y así no morirá. Después tomará sangre del novillo y salpicará con el dedo la cubierta, hacia oriente.

Así se nos explica cómo se llevaba a cabo entre los antiguos el rito de propiciación a Dios en favor de los hombres; pero tú, que has alcanzado a Cristo, el verdadero sumo sacerdote, que con su sangre hizo que Dios te fuera propicio, y te reconcilió con el Padre, no te detengas en la sangre física; piensa más bien en la sangre del Verbo, y óyele a él mismo decirte: Ésta es mi sangre, derramada por vosotros para el perdón de los pecados.

No pases por alto el detalle de que esparció la sangre hacia oriente. Porque la propiciación viene de oriente, pues de allí proviene el hombre cuyo nombre es Oriente, que fue hecho mediador entre Dios y los hombres. Esto te está invitando a mirar siempre hacia oriente, de donde brota para ti el sol de justicia, de donde nace siempre para ti la luz del día, para que no andes nunca en tinieblas ni en ellas aquel día supremo te sorprenda: no sea que la noche y el espesor de la ignorancia te abrumen, sino que, por el contrario, te muevas siempre en el resplandor del conocimiento, tengas siempre en tu poder el día de la fe y no pierdas nunca la lumbre de la caridad y de la paz.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Levítico 19, 1-18. 31-37

Preceptos para con el prójimo

El Señor habló a Moisés:

«Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles:martes IV - 431

"Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.

Respetad a vuestros padres y guardad mis sábados. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

No acudáis a ídolos ni os hagáis dioses de fundición. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

Cuando ofrezcáis al Señor sacrificios de comunión, hacedlo de forma que os sean aceptados. Se comerá la víctima el día mismo de su inmolación o al día siguiente. Lo que sobre se quemará al tercer día. Lo que se come al tercer día es de desecho e inadmisible. El transgresor cargará con su culpa, por haber profanado lo santo del Señor, y será excluido de su pueblo.

Cuando seguéis la mies de vuestras tierras, no desovillarás el campo, ni espigarás después de segar. Tampoco harás el rebusco de tu viña ni recogerás las uvas caídas. Se lo dejarás al pobre y al forastero. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

No robaréis ni defraudaréis ni engañaréis a ninguno de vuestro pueblo. No juraréis en falso por mi nombre, profanando el nombre de Dios. Yo soy el Señor.

No explotarás a tu prójimo ni lo expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero. No maldecirás al sordo ni pondrás tropiezos al ciego. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.

No daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu conciudadano. No andarás con cuentos de aquí para allá, ni declararás en falso contra la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor.

No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

No acudáis a nigromantes ni consultéis adivinos. Quedaréis impuros. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

Alzate ante las canas y honra al anciano. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.

Cuando un forastero se establezca con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. Será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque forasteros fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

No daréis sentencias injustas ni cometeréis injusticias en pesos y medidas. Tened balanzas precisas, pesas y fanegas y cántaros exactos. Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os sacó de Egipto.

Cumplid todas mis leyes y mandatos poniéndolos por obra. Yo soy el Señor"».


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 10 sobre la Cuaresma (3-5: PL 54, 299-301)

Del bien de la caridad

Dice el Señor en el evangelio de Juan: La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros; y en la carta del mismo apóstol se puede leer: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

Que los fieles abran de par en par sus mentes y traten de penetrar, con un examen verídico, los afectos de su corazón; si llegan a encontrar alguno de los frutos de la caridad escondido en sus conciencias, no duden de que tienen a Dios consigo, y, a fin de hacerse más capaces de acoger a tan excelso huésped, no dejen de multiplicar las obras de una misericordia perseverante.

Pues, si Dios es amor, la caridad no puede tener fronteras, ya que la Divinidad no admite verse encerrada por ningún término.

Los presentes días, queridísimos hermanos, son especialmente indicados para ejercitarse en la caridad, por más que no hay tiempo que no sea a propósito para ello; quienes desean celebrar la Pascua del Señor con el cuerpo y el alma santificados deben poner especial empeño en conseguir, sobre todo, esta caridad, porque en ella se halla contenida la suma de todas las virtudes y con ella se cubre la muchedumbre de los pecados.

Por esto, al disponernos a celebrar aquel misterio que es el más eminente, con el que la sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades, comencemos por preparar ofrendas de misericordia, para conceder, por nuestra parte, a quienes pecaron contra nosotros lo que la bondad de Dios nos concedió a nosotros.

La largueza ha de extenderse ahora, con mayor benignidad, hacia los pobres y los impedidos por diversas debilidades, para que el agradecimiento a Dios brote de muchas bocas, y nuestros ayunos sirvan de sustento a los menesterosos. La devoción que más agrada a Dios es la de preocuparse de sus pobres, y, cuando Dios contempla el ejercicio de la misericordia, reconoce allí inmediatamente una imagen de su piedad. No hay por qué temer la disminución de los propios haberes con esas expensas, ya que la benignidad misma es una gran riqueza, ni puede faltar materia para la largueza allí donde Cristo apacienta y es apacentado. En toda esta faena interviene aquella mano que aumenta el pan cuando lo parte, y lo multiplica cuando lo da.

Quien distribuye limosnas debe sentirse seguro y alegre, porque obtendrá la mayor ganancia cuando se haya quedado con el mínimo, según dice el bienaventurado apóstol Pablo: El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia en Cristo Jesús, Señor nuestro, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Levítico 26, 3-17.38-45

Bendiciones y maldiciones

Así dice el Señor:

«Si seguís mi legislación y cumplís mis preceptos poniéndolos por obra, yo os mandaré la lluvia a su tiempo: la tierra dará sus cosechas y los árboles sus frutos. La trilla alcanzará a la vendimia y la vendimia a la sementera.

Comeréis hasta saciaros y habitaréis tranquilos en vuestra tierra.

Pondré paz en el país y dormiréis sin alarmas. Descartaré las fieras y la espada no cruzará vuestro país.

Perseguiréis a vuestros enemigos, que caerán ante vosotros a filo de espada. Cinco de vosotros pondrán en fuga a cien, y cien de vosotros, a diez mil. Vuestros enemigos caerán ante vosotros a filo de espada.

Me volveré hacia vosotros y os haré crecer y multiplicaros, manteniendo mi pacto con vosotros.

Comeréis de cosechas almacenadas y sacaréis lo almacenado para hacer sitio a lo nuevo.

Pondré mi morada entre vosotros y no os detestaré. Caminaré con vosotros y seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo.

Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os saqué de Egipto, de la esclavitud, rompí las coyundas de vuestro yugo, os hice caminar erguidos.

Pero si no me obedecéis y no ponéis por obra todos estos preceptos, si rechazáis mis leyes y detestáis mis mandatos, no poniendo por obra todos mis preceptos y rompiendo mi pacto, entonces yo os trataré así: despacharé contra vosotros el espanto, la tisis y la fiebre, que nublan los ojos y consumen la vida; sembraréis en balde, pues vuestros enemigos se comerán la cosecha; me enfrentaré con vosotros y sucumbiréis ante vuestros enemigos; vuestros contrarios os someterán y huiréis sin que nadie os persiga.

Pereceréis en medio de los pueblos. El país enemigo os devorará.

Los que sobrevivan de vosotros, se pudrirán en país enemigo por su culpa y la de sus padres. Confesarán su culpa y la de sus padres: de haberme sido infieles y haber procedido obstinadamente contra mí; por lo que también yo procedí obstinadamente contra ellos, y los llevé a país enemigo, para ver si se doblegaba su corazón incircunciso y expiaban su culpa.

Entonces yo recordaré mi pacto con Jacob, mi pacto con Isaac, mi pacto con Abrahán: me acordaré de la tierra. Pero ellos tendrán que abandonar la tierra, y así ella disfrutará de sus sábados, mientras queda desolada en su ausencia. Expiarán la culpa de haber rechazado mis mandatos y haber detestado mis leyes.

Pero aun con todo esto, cuando estén en país enemigo, no los rechazaré ni los detestaré hasta el punto de exterminarlos y romper mi pacto con ellos. Porque yo soy el Señor, su Dios. Recordaré en favor de ellos el pacto con los antepasados, a quienes saqué de Egipto, a la vista de los pueblos, para ser su Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 45 (23-24: PG 36, 654-655)

Vamos a participar en la Pascua

Vamos a participar en la Pascua, ahora aún de manera figurada, aunque ya más clara que en la antigua ley (porque la Pascua de la antigua ley era, si puedo decirlo así, como una figura oscura de nuestra Pascua, que es también aún una figura). Pero dentro de poco participaremos ya en la Pascua de una manera más perfecta y más pura, cuando el Verbo beba con nosotros el vino nuevo en el reino de su Padre, cuando nos revele y nos descubra plenamente lo que ahora nos enseña sólo en parte. Porque siempre es nuevo lo que en un momento dado aprendemos.

Qué cosa sea aquella bebida y aquella comprensión plena, corresponde a nosotros aprenderlo, y a él enseñárnoslo e impartir esta doctrina a sus discípulos. Pues la doctrina de aquel que alimenta es también alimento.

Nosotros hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no literal; de manera perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna. Tomemos como nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella que ahora pisan los ejércitos, sino la que resuena con las alabanzas de los ángeles.

Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y pezuñas, más muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales. Atravesemos la primera cortina, avancemos hasta la segunda y dirijamos nuestras miradas al Santísimo.

Yo diría aún más: inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz.

Si eres Simón Cireneo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que, fuera, quede muerto el murmurador con sus blasfemias.

Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo.

Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos.

Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás también quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 3, 1-13; 8, 5-11

Legislación levítica

Ésta es la historia de Aarón y Moisés cuando el Señor habló a Moisés en el monte Sinaí.

Nombres de los hijos de Aarón: Nadab, el primogénito, Abihú, Eleazar e Itamar. Estos son los nombres de los aaronitas ungidos como sacerdotes, a quienes consagró sacerdotes. Nadab y Abihú murieron sin hijos, en presencia del Señor, cuando ofrecieron al Señor fuego profano en el desierto de Sinaí. Eleazar e Itamar oficiaron como sacerdotes en vida de su padre, Aarón.

El Señor dijo a Moisés:

—Haz que se acerque la tribu de Leví y ponla al servicio del sacerdote Aarón. Harán la guardia tuya y de toda la asamblea delante de la tienda del encuentro y desempeñarán las tareas del santuario. Guardarán todo el ajuar de la tienda del encuentro y harán la guardia en lugar de los israelitas y desempeñarán las tareas del santuario. Aparta a los levitas de los demás israelitas y dáselos a Aarón y a sus hijos como donados. Al extraño que se meta se le dará muerte.

El Señor dijo a Moisés:

—Yo he elegido a los levitas de entre los israelitas en sustitución de los primogénitos o primeros partos de los israelitas. Los levitas me pertenecen, porque me pertenecen los primogénitos. Cuando di muerte a los primogénitos en Egipto, me consagré todos los primogénitos de Israel, de hombres y animales. Me pertenecen. Yo soy el Señor.

El Señor dijo a Moisés:

—Escoge entre los israelitas a los levitas y purifícalos con el siguiente rito: Los rociarás con agua expiatoria. Luego se pasarán la navaja por todo el cuerpo, se lavarán los vestidos y se purificarán. Después cogerán un novillo con la ofrenda correspondiente de flor de harina amasada con aceite. Y tú cogerás otro novillo para el sacrificio expiatorio. Harás que se acerquen los levitas a la tienda del encuentro y convocarás toda la asamblea de Israel.

Puestos los levitas en presencia del Señor, los demás israelitas les impondrán las manos. Aarón, en nombre de los israelitas, se los presentará al Señor con el rito de la agitación, para desempeñar las tareas del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Carta 11 (PG 91, 454-455)

La misericordia de Dios para con los penitentes

Quienes anunciaron la verdad y fueron ministros de la gracia divina, cuantos desde el comienzo hasta nosotros trataron de explicar, en sus respectivos tiempos, la voluntad salvífica de Dios hacia nosotros, dicen que nada hay tan querido ni tan estimado de Dios como el que los hombres, con una verdadera penitencia, se conviertan a él.

Y, para manifestarlo de una manera más propia de Dios que todas las otras cosas, la Palabra divina de Dios Padre, el primero y único reflejo insigne de la bondad infinita, sin que haya palabras que puedan explicar su humillación y descenso hasta nuestra realidad, se dignó, mediante su encarnación, convivir con nosotros; y llevó a cabo, padeció y habló todo aquello que parecía conveniente para reconciliarnos con Dios Padre, a nosotros, que éramos sus enemigos; de forma que, extraños como éramos a la vida eterna, de nuevo nos viéramos llamados a ella.

Pues no sólo sanó nuestras enfermedades con la fuerza de los milagros, sino que, habiendo aceptado las debilidades de nuestras pasiones y el suplicio de la muerte —como si él mismo fuera culpable, siendo así que se hallaba inmune de toda culpa—, nos liberó, mediante el pago de nuestra deuda, de muchos y tremendos delitos y, en fin, nos aconsejó, con múltiples enseñanzas, que nos hiciéramos semejantes a él, imitándolo con una condescendiente benignidad y una caridad más perfecta hacia los demás.

Por ello clamaba: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. Y también: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Por ello añadió que había venido a buscar la oveja que se había perdido, y que, precisamente, había sido enviado a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. Y, aunque no con tanta claridad, dio a entender lo mismo con la parábola de la dracma perdida: que había venido para restablecer en el hombre la imagen divina empañada con la fealdad de los vicios. Y acaba: Os digo que habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.

Así también, alivió con vino, aceite y vendas al que había caído en manos de ladrones y, desprovisto de toda vestidura, había sido abandonado medio muerto a causa de los malos tratos; después de subirlo sobre su cabalgadura, lo dejó en el mesón para que lo cuidaran, y, si bien dejó lo que parecía suficiente para su cuidado, prometió pagar a su vuelta lo que hubiera quedado pendiente.

Consideró que era un padre excelente aquel hombre que esperaba el regreso de su hijo pródigo, al que abrazó porque volvía con disposición de penitencia, y al que agasajó con amor paterno, sin pensar en reprocharle nada de todo lo que antes había cometido.

Por la misma razón, después de haber encontrado la ovejilla alejada de las cien ovejas divinas, que erraba por montes y collados, no volvió a conducirla al redil con empujones y amenazas, ni de malas maneras, sino que, lleno de misericordia, la puso sobre sus hombros y la volvió, incólume, junto a las otras.

Por ello dijo también: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Y también: Cargad con mi yugo; es decir, llama «yugo» a los mandamientos, o sea, a la vida de acuerdo con el Evangelio; y llama «carga» a la penitencia, que puede parecer a veces algo más pesado y molesto: Porque mi yugo es llevadero —dice— y mi carga ligera.

Y de nuevo, al enseñarnos la justicia y la bondad divina, manda y dice: Sed santos, perfectos, compasivos, como lo es vuestro Padre. Y también: Perdonad, y seréis perdonados. Y: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 9, 15—10, 10.33-36

La columna de nube

Cuando montaban la tienda, la nube cubría el santuario sobre la tienda de la alianza, y desde el atardecer al amanecer se veía sobre el santuario una especie de fuego. Así sucedía siempre: la nube lo cubría y de noche se veía una especie de fuego. Cuando se levantaba la nube sobre la tienda, los israelitas se ponían en marcha. Y donde se detenía la nube, acampaban. A la orden del Señor se ponían en marcha y a la orden del Señor acampaban. Mientras estaba la nube sobre el santuario, acampaban. Y si se quedaba muchos días sobre el santuario, los israelitas, respetando la prohibición del Señor, no se ponían en marcha. A veces la nube se quedaba pocos días sobre el santuario; entonces, a la orden del Señor, acampaban, y a la orden del Señor se ponían en marcha. Otras veces se quedaba desde el atardecer hasta el amanecer, y cuando al amanecer se levantaba, se ponían en marcha. O se quedaba un día y una noche, y cuando se levantaba, se ponían en marcha. A veces se quedaba sobre el santuario dos días o un mes o más tiempo aún; durante este tiempo los israelitas seguían acampados sin ponerse en marcha. Sólo cuando se levantaba se ponían en marcha. A la orden del Señor acampaban y a la orden del Señor se ponían en marcha. Respetaban la orden del Señor comunicada por Moisés.

El Señor dijo a Moisés:

—Haz dos trompetas de plata labrada para convocar a la comunidad y poner en marcha el campamento. Alto que de las dos trompetas se reunirá contigo toda la comunidad a la entrada de la tienda del encuentro. Al toque de una sola, se reunirán contigo los jefes de clanes. Al primer toque agudo se pondrán en movimiento los que acampan al este. Al segundo, los que acampan al sur. Se les dará un toque para que se pongan en marcha. Para convocar a la asamblea se dará un toque, pero no agudo.

Se encargarán de tocar las trompetas los sacerdotes aaronitas. Es ley perpetua para vuestras generaciones. Cuando en vuestro territorio salgáis a luchar contra el enemigo que os oprima, tocaréis a zafarrancho. Y el Señor, vuestro Dios, se acordará de vosotros y os salvará de vuestros enemigos. También los días de fiesta, festividades y principios de mes tocaréis las trompetas anunciando los holocaustos y sacrificios de comunión. Y vuestro Dios se acordará de vosotros. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

Partieron del monte del Señor y anduvieron por espacio de tres días. Durante todo el tiempo el arca de la alianza del Señor marchaba al frente de ellos, buscándoles un lugar donde descansar. Desde que se pusieron en marcha, la nube del Señor iba sobre ellos. Cuando el arca se ponía en marcha, Moisés decía:

«¡Levántate, Señor! Que se dispersen tus enemigos, huyan de tu presencia los que te odian».

Y cuando se detenía el arca, decía:

«Descansa, Señor, entre las multitudes de Israel».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 5: PG 68, 394-395)

La Iglesia sigue a Cristo doquiera que va

Lo que hasta aquí hemos dicho se refiere al sentido histórico. Es hora ya de pasar al sentido espiritual. Tan pronto como se erigió y apareció sobre la tierra aquel verdadero santuario, que es la Iglesia, la gloria de Cristo la cubrió; pues no otra cosa significa –según creo– el hecho de que aquel primitivo santuario fuera cubierto por la nube.

Así pues, Cristo inundó a la Iglesia de su gloria; y para los que están inmersos en la tenebrosa noche de la ignorancia y del error, resplandece como el fuego, irradiando una espiritual ilustración; a aquellos, en cambio, que ya han sido iluminados y en cuyo corazón amaneció el día espiritual, les brinda sombra y protección, y los nutre con el rocío espiritual, esto es, con los consuelos de lo alto, donación del Espíritu Santo; por eso se dice que aparecía de noche como fuego, y de día en forma de nube. Pues los que todavía eran niños necesitaban de ilustración y de iluminación para llegar al conocimiento de Dios; en cambio, los más avanzados y los ya ilustrados por la fe requerían protección y ayuda, para poder soportar con valentía el bochorno de la presente vida y el peso de la jornada: pues todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido.

Cuando se levantaba la nube sobre la tienda, los israelitas se ponían en marcha. Pues la Iglesia sigue a Cristo doquiera que va, y la santa multitud de los creyentes jamás se aparta de aquel que la llama a la salvación.

¿Y qué hemos de entender por este nuestro acampar y ponernos en marcha en pos de Cristo que nos precede y nos guía?

No existe diferencia alguna entre estas dos expresiones de la Escritura, ya que tanto el ponerse en marcha siguiendo a la nube como acampar al detenerse ella, es como una figura de nuestra voluntad, que desea estar con Dios.

Sin embargo, si quisiéramos afinar al máximo la comprensión del tema a la que convocamos lo más sutil de nuestra inteligencia, diríamos: que existe un primer punto de partida y es el que va de la infidelidad a la fe, de la ignorancia al conocimiento, del desconocimiento del que por naturaleza y en realidad de verdad es Dios a la clara visión del que es al mismo tiempo Señor y Creador del universo.

A continuación del ya mencionado, existe un segundo punto de partida, enormemente útil, cuando de una vida disoluta y desarreglada tratamos de llegar a un mejoramiento de sentimientos y acciones.

Existe un tercer punto de partida todavía más noble y excelente, cuando de un estado de imperfección pasamos a la perfección de comportamientos y creencias.

¿O es que no tendemos gradualmente a una mayor configuración con Cristo, cuando crecemos hacia el hombre perfecto, hacia la medida de Cristo en su plenitud? Esto es probablemente lo que san Pablo nos dice cuando escribe: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 11, 4-6. 10-30

Efusión del espíritu sobre los ancianos y Josué

En aquellos días, la masa que iba con el pueblo estaba hambrienta, y los israelitas se pusieron a llorar con ellos, diciendo:

«¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná».

Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor:

«¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"? ¿De dónde sacaré carne para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: "Danos de comer carne".

Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas».

El Señor respondió a Moisés:

«Tráeme setenta ancianos de Israel que te conste que son ancianos al servicio del pueblo, llévalos a la tienda del encuentro y que esperen allá contigo. Yo bajaré y hablaré allí contigo. Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo.

Al pueblo le dirás: "Purificaos para mañana, pues comeréis carne. Habéis llorado pidiendo al Señor: `¡Quién nos diera de comer carne! Nos iba mejor en Egipto'. El Señor os dará de comer carne. No un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, sino un mes entero, hasta que os produzca náusea y la vomitéis. Porque habéis rechazado al Señor, que va en medio de vosotros, y habéis llorado ante él diciendo: `¿Por qué salimos de Egipto?'».

Replicó Moisés:

«El pueblo que va conmigo cuenta seiscientos mil de a pie, ¿y tú dices: "Les daré carne para que coman un mes entero"? Aunque matemos las vacas y las ovejas, no les bastará, y aunque reuniera todos los peces del mar, no les bastaría».

El Señor dijo a Moisés:

«¿Tan mezquina es la mano de Dios? Ahora verás si se cumple mi palabra o no».

Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Después reunió a los setenta ancianos y los colocó alrededor de la tienda. El Señor bajó en la nube, habló con él y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar en seguida.

Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobreellos, y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:

«Eldad y Medad están profetizando en el campamento».

Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:

«Señor mío, Moisés, prohíbeselo».

Moisés le respondió:

«¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!»

Moisés volvió al campamento con los ancianos de Israel.


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núms 37-38)

Que toda la actividad del hombre se purifique
en el misterio pascual

La sagrada Escritura, con la que está de acuerdo la experiencia de los siglos, enseña a la familia humana que el progreso, que es un gran bien para el hombre, también encierra un grave peligro, pues una vez turbada la jerarquía de valores y mezclado el bien con el mal, no le queda al hombre o al grupo más que el interés propio, excluido el de los demás.

De esta forma, el mundo deja de ser el espacio de una auténtica fraternidad, mientras el creciente poder del hombre, por otro lado, amenaza con destruir al mismo género humano.

Si alguno, por consiguiente, se pregunta de qué manera es posible superar esa mísera condición, sepa que para el cristiano hay una respuesta: toda la actividad del hombre, que por la soberbia y el desordenado amor propio se ve cada día en peligro, debe purificarse y ser llevada a su perfección en la cruz y resurrección de Cristo.

Pues el hombre, redimido por Cristo y hecho nueva criatura en el Espíritu Santo, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. De Dios las recibe y, como procedentes continuamente de la mano de Dios, las mira y las respeta.

Por ellas da gracias a su Benefactor y, al disfrutar de todo lo creado y hacer uso de ello con pobreza y libertad de espíritu, llega a posesionarse verdaderamente del mundo, como quien no tiene nada, pero todo lo posee. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

La Palabra de Dios, por quien todo ha sido hecho, que se hizo carne y acampó en la tierra de los hombres, penetró como hombre perfecto en la historia del mundo, tomándola en sí y recapitulándola. El es quien nos revela que Dios es amor y, al mismo tiempo, nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana y, por consiguiente, de la transformación del mundo es el mandamiento nuevo del amor.

En consecuencia, a quienes creen en el amor divino les asegura que el camino del amor está abierto para el hombre, y que el esfuerzo por restaurar una fraternidad universal no es una utopía. Les advierte, al mismo tiempo, que esta caridad no se ha de poner solamente en la realización de grandes cosas, sino, y principalmente, en las circunstancias ordinarias de la vida.

Al admitir la muerte por todos nosotros, pecadores, el Señor nos enseña con su ejemplo que hemos de llevar también la cruz, que la carne y el mundo cargan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia.

Constituido Señor por su resurrección, Cristo, a quien se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, obra ya en los corazones de los hombres por la virtud de su Espíritu, no sólo excitando en ellos la sed de la vida futura, sino animando, purificando y robusteciendo asimismo los generosos deseos con que la familia humana se esfuerza por humanizar su propia vida y someter toda la tierra a este fin.

Pero son diversos los dones del Espíritu: mientras llama a unos para que den abierto testimonio con sudeseo de la patria celeste y lo conserven vivo en la familia humana, a otros los llama para que se entreguen al servicio temporal de los hombres, preparando así, con este ministerio, la materia del reino celeste.

A todos, sin embargo, los libera para que, abnegado el amor propio y empleado todo el esfuerzo terreno en la vida humana, dilaten su preocupación hacia los tiempos futuros, cuando la humanidad entera llegará a ser una oblación acepta a Dios.