DOMINGO I DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Exodo 5, 1-6, 1

Opresión del pueblo

En aquellos días, Moisés y Aarón se presentaron al Faraón y le dijeron:

«Así dice el Señor Dios de Israel: "Deja salir a mi pueblo, para que celebre mi fiesta en el desierto"». Respondió el Faraón:

«¿Quién es el Señor para que tenga que obedecerle dejando marchar a los israelitas? Ni reconozco al Señor ni dejaré marchar a los israelitas».

Replicaron ellos:

«El Dios de los hebreos nos ha llamado: tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto, para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios; de lo contrario, nos herirá con peste o espada».

El rey de Egipto les dijo:

«¿Por qué, Moisés y Aarón, soliviantáis al pueblo en su trabajo? Volved a transportar vuestras cargas. Ya son más numerosos que los naturales del país, y vosotros queréis que dejen de transportar cargas».

Aquel día el Faraón dio órdenes a los capataces y a los inspectores:

«No volváis a proveerles de paja para fabricar adobes, como hacíais antes; que ellos vayan y se busquen la paja. Pero la cantidad de adobes que hacían antes se la exigiréis sin disminuir nada. Son unos holgazanes, y por eso andan gritando: "Vamos a ofrecer sacrificios a nuestro Dios". Imponedles un trabajo pesado, y que lo cumplan; y no hagáis caso de sus mentiras».

Los capataces y los inspectores salieron, y dijeron al pueblo:

«Esto dice el Faraón: "No os proveeré de paja; id vosotros a buscarla donde la encontréis; y no disminuirá en nada vuestra tarea"».

El pueblo se dispersó por todo el país de Egipto para buscar la paja. Los capataces les apremiaban:

«Completad vuestro trabajo, la tarea de cada día, como cuando se os daba paja».

Los capataces golpeaban a los inspectores israelitas que habían nombrado, diciéndoles:

«¿Por qué no completáis hoy vuestra cantidad de adobes, como antes?».

Entonces, los inspectores israelitas fueron a reclamar al Faraón:

«¿Por qué tratas así a tus siervos? No nos dan paja, y nos exigen que hagamos adobes; tus siervos se llevan los golpes, pero tu pueblo es el culpable».

Contestó el Faraón:

«Holgazanes es lo que sois, holgazanes; por eso andáis diciendo: "Vamos a ofrecer sacrificios al Señor". Y, ahora, id a trabajar, no se os dará paja, y vosotros produciréis vuestra cantidad de adobes».

Los inspectores israelitas se vieron en un aprieto cuando les dijeron: «No disminuirá la cantidad de adobes diaria»; y, encontrando a Moisés y Aarón, que los esperaban a la salida del palacio del Faraón, les dijeron:

«El Señor os examine y os juzgue; nos habéis hecho odiosos al Faraón y a su corte, le habéis puesto en la mano una espada para que nos mate».

Moisés volvió al Señor y le dijo:

«Señor, ¿por qué maltratas a este pueblo?, ¿por qué me has enviado? Desde que me presenté al Faraón para hablar en tu nombre, el pueblo es maltratado, y tú no has librado a tu pueblo».

El Señor respondió a Moisés:

«Pronto verás lo que voy a hacer al Faraón: a la fuerza los dejará marchar y aun los echará de su país».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 140 (13-15), Libro sobre la gracia del nuevo Testamento (CSEL 44, 164-166)

La pasión de Cristo como premio de la piedad

Para que por medio de Cristo se revelara la gracia del nuevo Testamento, que no dice relación con la vida temporal, sino con la eterna, no convenía que el hombre Cristo fuera propuesto como ejemplo de felicidad eterna. Esto explica la sujeción, la pasión, la flagelación, los salivazos, los desprecios, la cruz, las heridas y la misma muerte como a un vencido y derrotado, para que sus fieles supieran cuál era el premio que por la piedad cabía pedir y esperar de Aquel cuyos hijos han llegado a ser; no fuera que sus servidores se consagraran al servicio de Dios con la intención de conseguir —como una gran cosa—, la felicidad eterna, desdeñando y conculcando su fe, considerándola de escasísimo valor.

Por esta razón, el hombre-Cristo que es al mismo tiempo el Dios-Cristo, por cuya misericordiosísima humanidad y en cuya condición de siervo deberemos aprender lo que hemos de desdeñar en esta vida y lo que hemos de esperar en la otra, durante su pasión —en la que sus enemigos se consideraban los grandes vencedores—, hizo suya la voz de nuestra debilidad, en la que era también crucificado nuestro hombre viejo, y dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Por la voz, pues, de nuestra debilidad, que en sí transfiguró nuestra cabeza, se dice en el salmo 21: Dios mío, Dios mío, mírame, ¿por qué me has abandonado?, pues el que ora, si no es escuchado, se siente abandonado. Esta es la voz que Jesús transfiguró en sí mismo, a saber, la voz de su cuerpo, es decir, de su Iglesia, que iba a ser transformada de hombre viejo en hombre nuevo; a saber, la voz de su debilidad humana, a la que fue preciso negarle los bienes del antiguo Testamento, para que aprendiera de una vez a desear y a esperar los bienes del nuevo Testamento.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 6, 2-13

Segundo relato de la vocación de Moisés

En aquellos días, Dios dijo a Moisés:

«Yo soy el Señor. Yo me aparecí a Abrahán, Isaac y Jacob como "Dios todopoderoso", pero no les di a conocer mi nombre: "El Señor". Yo hice alianza con ellos prometiéndoles la tierra de Canaán, tierra donde habían residido como emigrantes. Yo también, al escuchar las quejas de los israelitas esclavizados por los egipcios, me acordé de la alianza; por tanto, diles a los israelitas: "Yo soy el Señor, os quitaré de encima las cargas de los egipcios, os rescataré de vuestra esclavitud, os redimiré con brazo extendido y haciendo justicia solemne. Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios; para que sepáis que soy el Señor, vuestro Dios, el que os quita de encima las cargas de los egipcios, os llevaré a la tierra que prometí con juramento a Abrahán, Isaac y Jacob, y os la daré en posesión: Yo, el Señor"».

Moisés comunicó esto a los israelitas, pero no le hicieron caso, porque estaban agobiados por el durísimo trabajo. El Señor dijo a Moisés:

«Ve al Faraón, rey de Egipto, y dile que deje salir de su territorio a los israelitas».

Moisés se dirigió al Señor en estos términos:

«Si los israelitas no me escuchan, ¿cómo me escuchará el Faraón a mí, que soy tan torpe de palabra?».

El Señor habló a Moisés y Aarón, les dio órdenes para el Faraón, rey de Egipto, y para los israelitas, y les mandó sacar de Egipto a los israelitas.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 14, sobre el amor a los pobres (23-25: PG 35, 887-890)

Actualicemos unos con otros la bondad del Señor

Reconoce de dónde te viene que existas, que tengas vida, inteligencia y sabiduría, y, lo que está por encima de todo, que conozcas a Dios, tengas la esperanza del reino de los cielos y aguardes la contemplación de la gloria (ahora, ciertamente, de forma enigmática y como en un espejo, pero después de manera más plena y pura); reconoce de dónde te viene que seas hijo de Dios, coheredero de Cristo, y, dicho con toda audacia, que seas, incluso, convertido en Dios. ¿De dónde y por obra de quién te vienen todas estas cosas?

Limitándonos a hablar de las realidades pequeñas que se hallan al alcance de nuestros ojos, ¿de quién procede el don y el beneficio de que puedas contemplar la belleza del cielo, el curso del sol, la órbita de la luna, la muchedumbre de los astros y la armonía y el orden que resuenan en todas estas cosas, como en una lira?

¿Quién te ha dado las lluvias, la agricultura, los alimentos, las artes, las casas, las leyes, la sociedad, una vida grata y a nivel humano, así como la amistad y familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco?

¿A qué se debe que puedas disponer de los animales, en parte como animales domésticos y en parte como alimento?

¿Quién te ha constituido dueño y señor de todas las cosas que hay en la tierra?

¿Quién ha otorgado al hombre, para no hablar de cada cosa una por una, todo aquello que le hace estar por encima de los demás seres vivientes?

¿Acaso no ha sido Dios, el mismo que ahora solicita tu benignidad, por encima de todas las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No habríamos de avergonzarnos, nosotros, que tantos y tan grandes beneficios hemos recibido o esperamos de él, si ni siquiera le pagáramos con esto, con nuestra benignidad? Y si él, que es Dios y Señor, no tiene a menos llamarse nuestro Padre, ¿vamos nosotros a renegar de nuestros hermanos?

No consintamos, hermanos y amigos míos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido, para que no tengamos que escuchar aquellas palabras: Avergonzaos, vosotros, que retenéis lo ajeno, proponeos la imitación de la equidad de Dios, y nadie será pobre.

No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza, para no merecer el ataque acerbo y amenazador de las palabras del profeta Amós: Escuchad, los que decís: «¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano?».

Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios, que hace llover sobre los justos y los pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves, y el agua a los que viven en ella, y a todos da, con abundancia, los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia, y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones, y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 6, 29-7, 25

Primera plaga de Egipto

El Señor dijo a Moisés:

«Yo soy el Señor. Repite al Faraón de Egipto todo lo que te digo».

Y Moisés le respondió al Señor:

«Soy torpe de palabra, ¿cómo me va a hacer caso el Faraón?».

El Señor dijo a Moisés:

«Mira, te hago ser un dios para el Faraón; y Aarón, tu hermano, será tu profeta. Tú dirás todo lo que yo te mande, y Aarón le dirá al Faraón que deje salir a los israelitas de su territorio. Yo pondré terco al Faraón y haré muchos signos y prodigios contra Egipto. El Faraón no os escuchará, pero yo extenderé mi mano contra Egipto y sacaré de Egipto a mis escuadrones, mi pueblo, los israelitas, haciendo solemne justicia. Para que los egipcios sepan que yo soy el Señor, cuando extienda mi mano contra Egipto y saque a los israelitas de en medio de ellos».

Moisés y Aarón hicieron puntualmente lo que el Señor les mandaba. Cuando hablaron al Faraón, Moisés tenía ochenta años, y Aarón ochenta y tres. El Señor dijo a Moisés y Aarón:

«Cuando os diga el Faraón que hagáis algún prodigio, le dirás a Aarón que coja su bastón y lo tire delante del Faraón, y se convertirá en una culebra».

Moisés y Aarón se presentaron al Faraón e hicieron lo que el Señor les había mandado. Aarón tiró el bastón delante del Faraón y de sus ministros, y se convirtió en una culebra.

El Faraón llamó a sus sabios y a sus hechiceros, y los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos: cada uno tiró su bastón, y se convirtieron en culebras; pero el bastón de Aarón se tragó los otros bastones. Y el Faraón se puso terco y no les hizo caso, como había anunciado el Señor. El Señor dijo a Moisés:

«El Faraón se ha puesto terco y se niega a dejar marchar al pueblo. Acude mañana al Faraón, cuando salga al río, y espéralo a la orilla del Nilo, llevando contigo el bastón que se convirtió en serpiente. Y dile: "El Señor, Dios de los hebreos, me ha enviado a ti con este encargo: Deja salir a mi pueblo, para que me rinda culto en el desierto; hasta ahora no me has hecho caso. Ahora dice el Señor: Con esto sabrás que yo soy el Señor: con el bastón que llevo en la mano golpearé el agua del Nilo, y se convertirá en sangre; los peces del Nilo morirán, el río apestará y los egipcios no podrán beber agua del Nilo"».

El Señor dijo a Moisés:

«Dile a Aarón: "Coge tu bastón, extiende la mano sobre las aguas de Egipto: ríos, canales, estanques y aljibes", el agua se convertirá en sangre. Y habrá sangre por todo Egipto: en las vasijas de madera y en las de piedra».

Moisés y Aarón hicieron lo que el Señor les mandaba. Levantó el bastón y golpeó el agua del Nilo a la vista del Faraón y de su corte. Toda el agua del Nilo se convirtió en sangre. Los peces del Nilo murieron, el Nilo apestaba y los egipcios no podían beber agua, y hubo sangre por todo el país de Egipto.

Los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos, de modo que el Faraón se empeñó en no hacer caso, como lo había anunciado el Señor. El Faraón se volvió a palacio, pero no aprendió la lección. Los egipcios cavaban a los lados del Nilo buscando agua de beber, pues no podían beber el agua del Nilo. Se cumplieron siete días desde que el Señor había golpeado el Nilo.


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (Caps 1-3: CSEL 3, 267-268)

El que nos dio la vida nos enseñó también a orar

Los preceptos evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa que las enseñanzas divinas, fundamentos que edifican la esperanza, cimientos que corroboran la fe, alimentos del corazón, gobernalle del camino, garantía para la obtención de la salvación; ellos instruyen en la tierra las mentes dóciles de los creyentes, y los conducen a los reinos celestiales.

Muchas cosas quiso Dios que dijeran e hicieran oír los profetas, sus siervos; pero cuánto más importantes son las que habla su Hijo, las que atestigua con su propia voz la misma Palabra de Dios, que estuvo presente en los profetas, pues ya no pide que se prepare el camino al que viene, sino que es él mismo quien viene abriéndonos y mostrándonos el camino, de modo que quienes, ciegos y abandonados, errábamos antes en las tinieblas de la muerte, ahora nos viéramos iluminados por la luz de la gracia y alcanzáramos el camino de la vida, bajo la guía y dirección del Señor.

El cual, entre todos los demás saludables consejos y divinos preceptos con los que orientó a su pueblo para la salvación, le enseñó también la manera de orar, y, a su vez, él mismo nos instruyó y aconsejó sobre lo que teníamos que pedir. El que nos dio la vida nos enseñó también a orar, con la misma benignidad con la que da y otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad, al dirigirnos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó.

El Señor había ya predicho que se acercaba la hora en que los verdaderos adoradores adorarían al Padre en espíritu y verdad; y cumplió lo que antes había prometido, de tal manera que nosotros, que habíamos recibido el espíritu y la verdad como consecuencia de su santificación, adoráramos a Dios verdadera y espiritualmente, de acuerdo con sus normas.

¿Pues qué oración más espiritual puede haber que la que nos fue dada por Cristo, por quien nos fue también enviado el Espíritu Santo, y qué plegaria más verdadera ante el Padre que la que brotó de labios del Hijo, que es la verdad? De modo que orar de otra forma no es sólo ignorancia, sino culpa también, pues él mismo afirmó: Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición.

Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios, nuestro maestro, nos enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo que llega a sus oídos.

Cuando hacemos oración, que el Padre reconozca las palabras de su propio Hijo; el mismo que habita dentro del corazón sea el que resuene en la voz, y, puesto que lo tenemos como abogado por nuestros pecados ante el Padre, al pedir por nuestros delitos; como pecadores que somos, empleemos las mismas palabras de nuestro defensor. Pues, si dice que hará lo que pidamos al Padre en su nombre, ¿cuánto más eficaz no será nuestra oración en el nombre de Cristo, si la hacemos, además, con sus propias palabras?



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 10, 21-11, 10

La plaga de las tinieblas
y el anuncio de la plaga de los primogénitos

El Señor dijo a Moisés:

«Extiende tu mano hacia el cielo, y se extenderá sobre el territorio egipcio una oscuridad palpable».

Moisés extendió la mano hacia el cielo, y una densa oscuridad cubrió el territorio egipcio durante tres días. No se veían unos a otros ni se movieron de su sitio durante tres días, mientras que todos los israelitas tenían luz en sus poblados. El Faraón llamó a Moisés y Aarón y les dijo:

«Id a ofrecer culto al Señor; también los niños pueden ir con vosotros, pero dejad las ovejas y las vacas».

Respondió Moisés:

«Tienes que dejarnos llevar víctimas para los sacrificios que hemos de ofrecer al Señor nuestro. También el ganado tiene que venir con nosotros, sin quedar ni una res, pues de ello tenemos que ofrecer al Señor, nuestro Dios, y no sabemos qué hemos de ofrecer al Señor hasta que lleguemos allá».

Pero el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejarlos marchar. El Faraón, pues, le dijo:

«Sal de mi presencia, y cuidado con volver a presentarte; si te vuelvo a ver, morirás inmediatamente». Respondió Moisés:

«Lo que tú dices: no volveré a presentarme».

El Señor dijo a Moisés:

«Todavía tengo que enviar una plaga al Faraón y a su país. Después os dejará marchar de aquí, es decir, os echará a todos de aquí. Habla a todo el pueblo: que cada hombre pida a su vecino y cada mujer a su vecina utensilios de plata y oro».

El Señor hizo que el pueblo se ganase el favor de los egipcios; y también Moisés era muy estimado en Egipto por los ministros del Faraón y por el pueblo. Dijo Moisés:

«Así dice el Señor: "A medianoche yo haré una salida entre los egipcios": morirán todos los primogénitos de Egipto, desde el primogénito del Faraón que se sienta en el trono hasta el primogénito de la sierva que atiende al molino, y todos los primogénitos del ganado. Y se oirá un inmenso clamor por todo Egipto como nunca lo ha habido ni lo habrá. Mientras que a los israelitas ni un perro les ladrará, ni a los hombres ni a las bestias; para que sepáis que el Señor distingue entre egipcios e israelitas. Entonces todos estos ministros tuyos acudirán a mí y, postrados ante mí, me pedirán: "Sal con el pueblo que te sigue". Entonces saldré».

Y salió airado de la presencia del Faraón. Así, pues, el Señor dijo a Moisés:

«El Faraón no os hará caso, y así se multiplicarán mis prodigios en Egipto».

Y Moisés y Aarón hicieron todos estos prodigios en presencia del Faraón; pero el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejar marchar a los israelitas de su territorio.


SEGUNDA LECTURA

Afraates, Demostración 11, sobre la circuncisión (11-12: PS 1, 498-503)

La circuncisión del corazón

La ley y la alianza fueron transformadas totalmente. Dios cambió el primer pacto, hecho con Adán, e impuso otro a Noé; luego, concertó otro también con Abrahán, que cambió para darle uno nuevo a Moisés. Y como la alianza mosaica no fue observada, otorgó otra en la última generación, alianza que, en adelante, ya no habría de cambiarse. Pues, a Adán, le había impuesto el precepto de que no comiera del árbol de la vida; para Noé, hizo aparecer el arco iris sobre las nubes; luego, a Abrahán, elegido ya a causa de su fe, le entregó la circuncisión, como señal para la posteridad; Moisés tuvo, a su vez, el cordero pascual, como propiciación para el pueblo.

Y cada uno de estos pactos era diferente de los otros. En efecto, la circuncisión que da por buena aquel que selló los pactos es la aludida por Jeremías: Quitad el prepucio de vuestros corazones. Y, si se mantuvo firme el pacto que Dios sellara con Abrahán, también éste es firme y fiel, y no podrá añadírsele ninguna otra ley, ya tenga su origen en los que se hallan fuera de la ley, ya en los sometidos a ella.

Dios, en efecto, dio a Moisés una ley con todos sus preceptos y observancias, pero como no la guardaron, abrogó lo mismo la ley que sus preceptos; y prometió que daría una alianza nueva que habría de ser distinta de la anterior, por más que no haya sino un mismo dador de ambas. Y ésta es la alianza que prometió que daría: Todos me conocerán, desde el pequeño al grande. Y en esta alianza ya no hay circuncisión de la carne que sirva de señal del pueblo.

Sabemos con certeza, queridos hermanos, que Dios fue otorgando distintas leyes a lo largo de las varias generaciones, y que dichas leyes estuvieron en vigor mientras a él le plugo, y luego quedaron anticuadas, de acuerdo con lo que el Apóstol dice: A través de muchas semejanzas, el reino de Dios fue subsistiendo en cada momento histórico de la antigüedad.

Efectivamente, nuestro Dios es veraz, y sus preceptos son fidelísimos; por eso cada uno de los pactos se mantuvo firme en su tiempo y se comprobó como verdadero, y ahora los que son circuncisos de corazón viven y se circuncidan de nuevo en el verdadero Jordán, que es el bautismo de la remisión de los pecados.

Josué, hijo de Nun, circuncidó por segunda vez al pueblo con un cuchillo de piedra, cuando él y su pueblo atravesaron el Jordán; Jesús, nuestro salvador, circuncidó por segunda vez, con la circuncisión del corazón, a todas las gentes que creyeron en él y se purificaron con el bautismo, y lo hizo con la espada de su palabra, más tajante que espada de doble filo. Josué, hijo de Nun, hizo pasar al pueblo a la tierra prometida; Jesús, nuestro salvador, prometió la tierra de la vida a todos los que estuvieran dispuestos a pasar el verdadero Jordán, creyeran y fueran circuncidados en su corazón.

Bienaventurados, pues, quienes fueron circuncidados en el corazón y volvieron a nacer de las aguas de la segunda circuncisión; éstos serán quienes reciban la herencia junto con Abrahán, guía fiel y padre de todas las gentes, porque su fe le valió la justificación.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 12, 1-20

La Pascua y los ázimos

Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

«Éste mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel:

"El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.

Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde•lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Nocomeréis de ella nada crudo ni cocido en agua, sino asado a fuego: con cabeza, patas y entrañas. No dejaréis restos para la mañana siguiente; y, si sobra algo, lo quemaréis.

Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.

Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta al Señor, ley perpetua para todas las generaciones.

Durante siete días comeréis panes ázimos; el día primero, haréis desaparecer de vuestras casas toda levadura, pues el que coma algo fermentado será excluido de Israel. Así del primero al séptimo día. El día primero, hay asamblea litúrgica, y lo mismo el día séptimo: no trabajaréis en ellos; solamente prepararéis lo que haga falta a cada uno para comer.

Observaréis la ley de los ázimos, porque este mismo día sacó el Señor a sus legiones de Egipto: es la ley perpetua para todas vuestras generaciones. Desde el día catorce por la tarde al día veintiuno por la tarde, comeréis panes ázimos; durante siete días, no habrá levadura en vuestras casas, pues quien coma algo fermentado será excluido de la asamblea de Israel, sea forastero o indígena. No comáis nada fermentado, sino comed panes ázimos en todos vuestros poblados"».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía pascual 19 (2: PG 77, 823-825)

El verdadero cordero se inmoló por nosotros

Los israelitas en Egipto inmolaron un cordero siguiendo las órdenes e instrucciones de Moisés. Se les mandó añadir también panes ázimos y verduras amargas. Pues realmente así está escrito: Durante siete días comerás panes ázimos y verduras amargas. ¿Deberemos también nosotros estar eternamente ligados a los símbolos y a las figuras? ¿Qué pensar entonces de aquellas palabras de Pablo, que indudablemente era un experto en cuestiones legales y uno de los más insignes por su sabiduría, sabemos que la ley es espiritual? ¿Es que cabe dudar de un hombre –me pregunto–, portador de Cristo, que hablaba rectamente y que hubiera sido incapaz de propalar falsedades? ¿A título de qué deberemos también nosotros someternos a la antigua ley, desde el momento en que Cristo ha afirmado taxativamente: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán?

Así pues, aquel verdadero cordero, que quita el pecado del mundo, se inmoló también por nosotros, que estamos llamados a la santidad mediante la fe. Acerquémonos en su compañía a aquellos banquetes espirituales, sublimes y realmente santos, prefigurados en cierto modo por los ázimos prescritos en la ley, y que espiritualmente han de ser recibidos. De hecho, en las sagradas Escrituras la levadura ha sido siempre considerada como símbolo de la iniquidad y del pecado. Por lo cual, nuestro Señor Jesucristo exhorta a sus santos discípulos que se abstengan del pan fermentado de los fariseos y saduceos, diciendo: Tened cuidado con la levadura de los fariseos y saduceos. Igualmente, el doctísimo Pablo escribe a los santificados recomendándoles que se mantengan lo más alejados posible de la levadura de la impureza que mancha el alma: Barred –dice– la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos.

Para estar espiritualmente unidos a Cristo, nuestro Salvador, y tener un alma pura, no es, pues, inútil, antes muy necesario y hemos de tomarlo muy a pecho, librarnos de nuestras miserias y evitar el pecado; en una palabra, mantener nuestra alma alejada de todo lo que pudiera contaminarla. De este modo, libres de todo culpable remordimiento, podremos acercarnos dignamente a la comunión.

Pero hemos de añadir asimismo verduras amargas, es decir, hemos de aceptar la amargura de las arduas fatigas para poder llegar a la consecución de la paciencia. En primer lugar, ciertamente, por sí mismas. Sería efectivamente de lo más absurdo pensar que los hombres piadosos puedan conseguir la virtud de modo diverso, imponerse a la ajena estimación por medio de grandes fatigas, sin tener ellos mismos que superar luchas y dificultades, para dar de este modo un ejemplo luminoso y magnífico de fortaleza. Porque el camino de la virtud es áspero, está erizado de dificultades y es asequible a pocos. Es llano y fácil solamente para quienes lo recorren con ánimo alegre, sin temor a afrontar las dificultades, y ofreciéndose espontáneamente a las fatigas.

También a esto nos exhorta el mismo Cristo con estas palabras: Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que llevan a la perdición, y muchos entran por ellas. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Y pocos dan con ellos.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De libro del Exodo 12, 21-36

La plaga de los primogénitos

En aquellos días, Moisés llamó a todos los ancianos de Israel y les dijo:

«Escogeos una res por familia y degollad la víctima de Pascua. Tomad un manojo de hisopo, mojadlo en la sangre del plato y untad de sangre el dintel y las dos jambas; y ninguno de vosotros salga por la puerta de casa hasta mañana. El Señor va a pasar hiriendo a Egipto, y, cuando vea la sangre en el dintel y las jambas, el Señor pasará de largo y no permitirá al exterminador entrar en vuestras casas para herir. Cumplid la palabra del Señor: es ley perpetua para vosotros y vuestros hijos.

Y, cuando entréis en la tierra que el Señor os va a dar, según lo prometido, observaréis este rito. Y, cuando os pregunten vuestros hijos qué significa este rito, les responderéis: "Es el sacrificio de la Pascua, cuando el Señor pasó junto a las casas de los israelitas, hiriendo a los egipcios y protegiendo nuestras casas"».

El pueblo se inclinó y se prosternó. Y los israelitas fueron y pusieron por obra lo que el Señor había mandado a Moisés y Aarón.

A medianoche, el Señor hirió de muerte a todos los primogénitos de Egipto: desde el primogénito del Faraón, que se sientan el trono, hasta el primogénito del preso encerrado en el calabozo; y los primogénitos de los animales. Aquella noche se levantó el Faraón y su corte y todos los egipcios, y se oyó un clamor inmenso en todo Egipto, pues no había casa en que no hubiera un muerto. Llamó a Moisés y a Aarón de noche y les dijo:

«Levantaos, salid de en medio de mi pueblo, vosotros con todos los israelitas, id a ofrecer culto al Señor, como habéis pedido; llevaos también las ovejas y las vacas, como decíais; despedíos de mí y salid».

Los egipcios urgían al pueblo para que saliese cuanto antes del país, pues decían:

«Moriremos todos».

El pueblo sacó de las artesas la masa sin fermentar, la envolvió en mantas y se la cargó al hombro. Además, los israelitas hicieron lo que Moisés les había mandado: pidieron a los egipcios utensilios de plata y de oro y ropa; el Señor hizo que se ganaran el favor de los egipcios, que les dieron lo que pedían. Así despojaron a Egipto.


SEGUNDA LECTURA

Elredo de Rievaulx, Espejo de caridad (Lib 3, 5: PL 195, 582)

Debemos practicar la caridad fraterna
según el ejemplo de Cristo

Nada nos anima tanto al amor de los enemigos, en el que consiste la perfección de la caridad fraterna, como la grata consideración de aquella admirable paciencia con la que aquel que era el más bello de los hombres entregó su atractivo rostro a las afrentas de los impíos, y sometió sus ojos, cuya mirada rige todas las cosas, a ser velados por los inicuos; aquella paciencia con la que presentó su espalda a la flagelación, y su cabeza, temible para los principados y potestades, a la aspereza de las espinas; aquella paciencia con la que se sometió a los oprobios y malos tratos, y con la que, en fin, admitió pacientemente la cruz, los clavos, la lanza, la hiel y el vinagre, sin dejar de mantenerse en todo momento suave, manso y tranquilo. En resumen, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

¿Habrá alguien que, al escuchar aquella frase admirable, llena de dulzura, de caridad, de inmutable serenidad: Padre, perdónalos, no se apresure a abrazar con toda su alma a sus enemigos? Padre –dijo–, perdónalos. ¿Quedaba algo más de mansedumbre o de caridad que pudiera añadirse a esta petición?

Sin embargo, se lo añadió. Era poco interceder por los enemigos; quiso también excusarlos. «Padre —dijo—, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Son, desde luego, grandes pecadores, pero muy poco perspicaces; por tanto, Padre, perdónalos. Crucifican; pero no saben a quién crucifican, porque, si lo hubieran sabido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre, perdónalos. Piensan que se trata de un prevaricador de la ley, de alguien que se cree presuntuosamente Dios, de un seductor del pueblo. Pero yo les había escondido mi rostro, y no pudieron conocer mi majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

En consecuencia, para que el hombre se ame rectamente a sí mismo, procure no dejarse corromper por ningún atractivo mundano. Y para no sucumbir ante semejantes inclinaciones, trate de orientar todos sus afectos hacia la suavidad de la naturaleza humana del Señor. Luego, para sentirse serenado más perfecta y suavemente con los atractivos de la caridad fraterna, trate de abrazar también a sus enemigos con un verdadero amor.

Y para que este fuego divino no se debilite ante las injurias, considere siempre con los ojos de la mente la serena paciencia de su amado Señor y Salvador.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 12, 37-49; 13, 11-16

Salida de los hebreos.
Leyes concernientes a la Pascua y a los primogénitos

En aquellos días, los israelitas marcharon de Ramsés hacia Sucot: eran seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños; y les seguía una multitud inmensa, con ovejas y vacas y enorme cantidad de ganado. Cocieron la masa que habían sacado de Egipto, haciendo hogazas de pan ázimo, pues no había fermentado, porque los egipcios los echaban y no los dejaban detenerse; y tampoco se llevaron provisiones.

La estancia de los israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años. Cumplidos los cuatrocientos treinta años, el mismo día, salieron de Egipto las legiones del Señor. Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto: noche de vela para los israelitas por todas las generaciones.

El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

«Este es el rito de la Pascua: Ningún extranjero la comerá. Los esclavos que te hayas comprado, circuncídalos, y sólo entonces podrán comerla. Ni el criado ni el jornalero la comerán. La Pascua se ha de comer en una sola casa: no sacarás fuera nada de la carne y no le romperéis ningún hueso. La comunidad entera de Israel la celebrará. Y, si algún forastero que vive contigo quiere celebrar la Pascua del Señor, hará circuncidar a todos los varones de su casa, y sólo entonces podrá tomar parte en ella: será como un indígena. Pero ningún incircunciso la comerá. La misma ley vale para el indígena y para el forastero que vive con vosotros».

Y Moisés dijo al pueblo:

«Cuando el Señor te introduzca en la tierra de los cananeos, como juró a ti y a tus padres, y te la haya entregado, dedicarás al Señor todos los primogénitos: El primer parto de tus animales, si es macho, pertenece al Señor. La primera cría de asno la rescatarás con un cordero; si no la rescatas, la desnucarás. Pero los primogénitos de los hombres los rescatarás siempre.

Y cuando mañana tu hijo te pregunte: "¿Qué significa esto?", le responderás: "Con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto, de la esclavitud. El Faraón se había obstinado en no dejarnos salir; entonces el Señor dio muerte a todos los primogénitos de Egipto, lo mismo de hombres que de animales. Por eso yo sacrifico al Señor todo primogénito macho de los animales. Pero los primogénitos de los hombres los rescato".

Será para ti como señal sobre el brazo y signo en la frente de que con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto».


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núms 9-10)

Los interrogantes más profundos del hombre

El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado y que pueden aplastarlo o salvarlo. Por ello se interroga a sí mismo.

En realidad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano.

Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior.

Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como débil y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y deje de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad.

Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Muchos piensan hallar su descanso en una interpretación de la realidad, propuesta de múltiples maneras.

Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos.

Y no faltan, por otra parte, quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la audacia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo.

Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima vocación, y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que haya de encontrar la salvación.

Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se hallan en su Señor y Maestro.

Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre.