DOMINGO V DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 18, 21—19, 10

Se anuncia la boda del Cordero

Un ángel vigoroso levantó una piedra grande como una rueda de molino y la tiró al mar, diciendo:

«Así, de golpe, precipitarán a Babilonia, la gran metrópoli, y desaparecerá. El son de arpistas y músicos, de flautas y trompetas, no se oirá más en ti. Artífices de ningún arte habrá más en ti, ni murmullo de molino se oirá más en ti; ni luz de lámpara brillará más en ti, ni voz de novio y novia se oirá más en ti, porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra, y con tus brujerías embaucaste a todas las naciones. Y en ella se encontró sangre de profetas y santos y de todos los degollados en la tierra».

Oí después en el cielo algo que recordaba el vocerío de una gran muchedumbre; cantaban:

«Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos. El ha condenado a la gran prostituta que corrompía a la tierra con sus fornicaciones, y le ha pedido cuenta de la sangre de sus siervos».

Y repitieron:

«Aleluya. El humo de su incendio sube por los siglos de los siglos».

Se postraron los veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes rindiendo homenaje a Dios, que está sentado en el trono, y diciendo:

«Amén. Aleluya».

Y salió una voz del trono que decía:

«Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le teméis, pequeños y grandes».

Y oí algo que recordaba el rumor de una muchedumbre inmensa, el estruendo del océano y el fragor de fuertes truenos. Y decían:

«Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido, y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura —el lino son las buenas acciones de los santos—».

Luego me dice:

«Escribe: "Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero"».

Y añadió:

«Estas palabras verídicas son de Dios».

Caí a sus pies para rendirle homenaje, pero él me dijo:

«No, cuidado, soy tu compañero de servicio, tuyo y de esos hermanos tuyos que mantienen el testimonio de Jesús; rinde homenaje a Dios».

Es que dar testimonio de Jesús equivale a la inspiración profética.

 

RESPONSORIO                    Ap 14, 2; 19, 6; 12, 10; 19, 5
 
R./ Oí una voz que venía del cielo, como el fragor de un gran trueno: Ha establecido su reinado nuestro Dios. * Ahora ha llegado la salvación, la fuerza y la potestad de su Cristo. Aleluya.
V./ Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que la teméis, pequeños y grandes.
R./ Ahora ha llegado la salvación, la fuerza y la potestad de su Cristo. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 148 (1-2: CCL 40, 2165-2166)

El aleluya pascual

Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura; y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura, si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos; y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.

Por razón de estos dos tiempos –uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas–, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.

En aquel que es nuestra cabeza, hallamos figurado y demostrado este doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la penuria de la vida presente, en la que tenemos que padecer la fatiga y la tribulación, y finalmente la muerte; en cambio, la resurrección y glorificación del Señor es una muestra de la vida que se nos dará.

Ahora, pues, hermanos, os exhortamos a la alabanza de Dios; y esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos: Aleluya. «Alabad al Señor», nos decimos unos a otros; y, así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones.

En efecto, lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia; y, cuando volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en nuestra buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos.

 

RESPONSORIO                    Cf. Jn 16, 20. 21
 
R./ Vosotros lloraréis y el mundo se alegrará; * vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Aleluya.
V./ La mujer cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre.
R./ Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Aleluya

 
ORACIÓN
 
Dios nuestro que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 19,11-21

Victoria del que es la Palabra de Dios

Yo, Juan, vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco; su jinete se llama el Fiel y el Veraz, porque es justo en el juicio y en la guerra. Sus ojos llameaban, ceñían su cabeza mil diademas, y llevaba grabado un nombre que sólo él conoce. Iba envuelto en una capa tinta en sangre, y lo llaman Palabra de Dios. Lo seguían las tropas del cielo en caballos blancos, vestidos de lino blanco puro. De su boca salía una espada aguda, para herir con ella a las naciones, pues él va a regirlas con cetro de hierro y a pisar el lagar del vino del furor de la cólera de Dios, soberano de todo. En la capa y en el muslo llevaba escrito un título: «Rey de reyes y Señor de señores».

Vi entonces un ángel de pie en el sol, que dio un grito estentóreo, diciendo a todas las aves que vuelan por mitad del cielo:

«Venid acá, reuníos para el gran banquete de Dios; comeréis carne de reyes, carne de generales, carne de valientes, carne de caballos y de jinetes, carne de hombres de toda clase, libres y esclavos, pequeños y grandes».

Vi a la fiera y a los reyes de la tierra con sus tropas, reunidos para hacer la guerra contra el jinete del caballo y su ejército. Capturaron a la fiera y con ella al falso profeta que efectuaba señales a su vista, extraviando con ellas a los que llevaban la marca de la fiera y veneraban su estatua. A los dos los echaron vivos en el lago de azufre ardiendo. A los demás los mató el jinete con la espada que sale de su boca, y las aves todas se hartaron de su carne.

 

RESPONSORIO                    Ap 19, 13. 15. 16
 
R./ Viste un manto empapado en sangre y su nombre es Palabra de Dios. * Él pisa el lagar del vino de la cólera de Dios todopoderoso. Aleluya.
V./ Lleva escrito en su manto y en su muslo: Rey de reyes y Señor de señores.
R./ Él pisa el lagar del vino de la cólera de Dios todopoderoso. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 20, 54-55: CSEL 62, 471-472)

De la plenitud del Verbo todos hemos recibido

Mira cómo amo tus decretos; Señor, por tu misericordia dame vida. También aquí invita el salmista al Señor a que examine atentamente el pleno afecto de su caridad. Nadie dice: Mira, sino el que juzga que ha de agradar, de ser contemplado. Y bellamente dice: Mira, y lo dice en conformidad con la ley, pues la ley manda que cada israelita se presente tres veces al año ante el Señor. El santo diariamente se ofrece a sí mismo, diariamente aparece ante el Señor, y no se presenta con las manos vacías, pues no está vacío quien ha recibido de su plenitud.

No estaba vacío David cuando decía: La boca se nos llenaba de risas, pues el gozo es uno de los frutos del Espíritu Santo. Y como –según dice san Juan– de la plenitud del Verbo todos hemos recibido, así también el Espíritu Santo llenó de su plenitud toda la tierra. No estaba vacío Zacarías que, lleno del Espíritu Santo, profetizaba la llegada del Señor Jesús. No estaba vacío Pablo, que evangelizaba «en la abundancia»; y estaba rebosante al recibir de los efesios el sacrificio fragante, una hostia agradable a Dios. No estaban vacíos los corintios, en los que abundaba la gracia de Dios, según el testimonio del propio Apóstol.

Por eso David se ofrecía diariamente a Dios, y no se ofrecía vacío, él que podía decir: Abro la boca y respiro. Y por eso decía: Mira cómo amo tus decretos. Escucha en qué debes ofrecerte a Cristo. No en las cosas visibles, sino en las ocultas y en lo escondido, para que tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pague y remunere tu fiel afecto. Amo —dice— tus decretos. No dice: observo; ni tampoco: guardo, pues los imprudentes no observaron los preceptos del Señor.

En cambio, el que es perfecto en la inteligencia, perfecto en la sabiduría, éste ama, que es mucho más que guardar; pues guardar es muchas veces fruto de la necesidad o del temor; mientras que amar es fruto de la caridad. Guarda quien evangeliza; pero el que voluntariamente evangeliza, recibe su merecido. ¡Cuánto mayor no será la recompensa del que ama! Podemos en efecto no amar loque queremos, pero imposible no querer lo que amamos. Pero aun cuando espere el premio de la caridad perfecta, pide además el socorro de la misericordia divina, para ser vivificado en ella por el Señor. No es, pues, el arrogante exactor de la recompensa debida, sino el modesto suplicante de la divina misericordia.

 

RESPONSORIO                    1Co 1, 30-31; Tt 2, 14
 
R./ Dios hizo a Cristo para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención * a fin de que el que se gloríe, se gloríe en el Señor. Aleluya.
V./ Él se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad.
R./ A fin de que el que se gloríe, se gloríe en el Señor. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que te aman, impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad de las cosas humanas, estén firmemente anclados nuestros corazones en el deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 20, 1-15

Última batalla del dragón

Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo llevando la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Agarró al dragón, que es la serpiente primordial, el diablo o Satanás, y lo encadenó para mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no pueda extraviar a las naciones antes que se cumplan los mil años. Después tiene que estar suelto por un poco de tiempo.

Vi también unos tronos y en ellos se sentaron los encargados de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no habían rendido homenaje a la bestia ni a su estatua y no habían recibido su señal en la frente ni en la mano. Estos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años. El resto de los muertos no volvió a la vida hasta pasados los mil años.

Esta es la primera resurrección. Dichoso y santo aquel a quien le toca en suerte la primera resurrección; sobre ellos la segunda muerte no tiene poder: serán sacerdotes de Dios y de Cristo y serán reyes con él los mil años. Pasados los mil años soltarán a Satanás de la prisión.

Saldrá él para engañar a las naciones de los cuatro lados de la tierra, a Gog y Magog, y reclutarlos para la guerra, incontables como las arenas del mar.

Subieron a la llanura y cercaron el campamento de los santos y la ciudad predilecta, pero bajó fuego del cielo y los devoró. Al diablo que los había engañado lo arrojaron al lago de fuego y azufre con la fiera y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.

Luego vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. A su presencia desaparecieron cielo y tierra, porque no hay sitio para ellos. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar entregó sus muertos, muerte y abismo entregaron sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras.

Después muerte y abismo fueron arrojados al lago de fuego –el lago de fuego es la segunda muerte–. Los que no estaban escritos en el libro de la vida fueron arrojados al lago de fuego.

 

RESPONSORIO                    1 Co 15, 25-26; cf. Ap 20, 13. 14
 
R./ Cristo debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies: * el último enemigo en ser destruido será la muerte. Aleluya.
V./ La muerte y el abismo devolvieron los muertos que guardaban, luego la muerte y el abismo fueron arrojados al lago de fuego.
R./ El último enemigo en ser destruido será la muerte. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

De la carta a Diogneto (Caps 5-6: Funck 1, 397-401)

Los cristianos en el mundo

Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños, y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.

El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar.

 

RESPONSORIO                    Jn 8, 12; Sir 24, 25 (Vulg)
 
R./ Yo soy la luz del mundo; * el que me sigue no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida. Aleluya.
V./ Yo soy el recto camino y la plena verdad, la esperanza de vida y la fuerza.
R./ El que me sigue no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Dios nuestro, que por la resurrección de Cristo nos restituyes el derecho de entrar en la vida eterna, fortifica la fe y la esperanza de tu pueblo, para que esperemos siempre confiadamente la realización de todo aquello que nos tienes prometido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 21, 1-8

La nueva Jerusalén

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono:

«Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado».

Y el que estaba sentado en el trono dijo:

«Todo lo hago nuevo».

Y añadió:

«Escribe, que estas palabras son fidedignas y verídicas».

Y me dijo todavía:

«Ya son un hecho. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al sediento, yo le daré a beber de balde de la fuente de agua viva. Quien salga vencedor heredará esto, porque yo seré su Dios, y él será mi hijo. En cambio, a los cobardes, infieles, nefandos, asesinos, lujuriosos, hechiceros e idólatras y a todos los embusteros, les tocará en suerte el lago de azufre ardiendo, que es la segunda muerte».

 

RESPONSORIO                    Ap 21, 3. 4
 
R./ Ésta es la morada de Dios con los hombres. Habitará con ellos. * Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. Aleluya.
V./ No habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatiga, porque todo lo de antes ha pasado.
R./ Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Sermón 1 sobre la resurrección de Cristo (PG 46, 603-606.626-627)

Primogénito de la nueva creación

Ha comenzado el reino de la vida y se ha disuelto el imperio de la muerte. Han aparecido otro nacimiento, otra vida, otro modo de vivir, la transformación de nuestra misma naturaleza. ¿De qué nacimiento se habla? Del de aquellos que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

¿Preguntas que cómo es esto posible? Lo explicaré en pocas palabras. Este nuevo ser lo engendra la fe; la regeneración del bautismo lo da a luz; la Iglesia, cual nodriza, lo amamanta con su doctrina e instituciones y con su pan celestial lo alimenta; llega a la edad madura con la santidad de vida; su matrimonio es la unión con la Sabiduría; sus hijos, la esperanza; su casa, el reino; su herencia y sus riquezas, las delicias del paraíso; su desenlace no es la muerte, sino la vida eterna y feliz en la mansión de los santos.

Este es el día en que actuó el Señor, día totalmente distinto de aquellos otros establecidos desde el comienzo de los siglos y que son medidos por el paso del tiempo. Este día es el principio de una nueva creación, porque, como dice el profeta, en este día Dios ha creado un cielo nuevo y una tierra nueva. ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en Cristo. Y, ¿qué tierra? El corazón bueno que, como dijo el Señor, es semejante a aquella tierra que se impregna con la lluvia que desciende sobre ella y produce abundantes espigas.

En esta nueva creación, el sol es la vida pura; las estrellas son las virtudes; el aire, una conducta sin tacha; el mar, aquel abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento de Dios; las hierbas y semillas, la buena doctrina y las enseñanzas divinas en las que el rebaño, es decir, el pueblo de Dios, encuentra su pasto; los árboles que llevan fruto son la observancia de los preceptos divinos.

En este día es creado el verdadero hombre, aquel que fue hecho a imagen y semejanza de Dios. ¿No es, por ventura, un nuevo mundo el que empieza para ti en este día en que actuó el Señor? ¿No habla de este día el Profeta, al decir que será un día y una noche que no tienen semejante?

Pero aún no hemos hablado del mayor de los privilegios de este día de gracia: lo más importante de este día es que él destruyó el dolor de la muerte y dio a luz al primogénito de entre los muertos, a aquel que hizo este admirable anuncio: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.

¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se hizo hombre semejante a nosotros, siendo el Unigénito del Padre, quiere convertirnos en sus hermanos y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su raza.

 

RESPONSORIO                    1Co 15, 21-22; 1Pe 3, 13
 
R./ Por un hombre vino la muerte, por un hombre vendrá la resurrección de los muertos; * como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo. Aleluya.
V./ Según su promesa, esperamos cielos nuevos y una tierra nueva.
R./ Como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Dios nuestro, que amas la inocencia y la restituyes a quien la ha perdido, dirige hacia ti los corazones de tus hijos, para que vivan siempre a la luz de la verdad los que han sido liberados por ti de las tinieblas del error. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 21, 9-27

Visión de la Jerusalén celestial, esposa del Cordero

Se acercó uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas últimas y me habló así:

«Ven acá, voy a mostrarte a la novia, a la esposa del Cordero».

Me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

El que me hablaba tenía una vara de medir de oro, para medir la ciudad, las puertas y la muralla. La planta de la ciudad es cuadrada, igual de ancha que de larga. Midió la ciudad con la vara, y resultaron cuatrocientas cincuenta y seis leguas; la longitud, la anchura y la altura son iguales. Midió la muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, medida humana que usan los ángeles. La mampostería del muro era de jaspe, y la ciudad, de oro puro, parecido a vidrio claro.

Los basamentos de la muralla de la ciudad estaban incrustados de toda clase de piedras preciosas: el primero, de jaspe; el segundo, de zafiro; el tercero, de calcedonia; el cuarto, de esmeralda; el quinto, de ónix; el sexto, de granate; el séptimo, de crisólito; el octavo, de aguamarina; el noveno, de topacio; el décimo, de ágata; el undécimo, de jacinto; el duodécimo, de amatista.

Las doce puertas eran doce perlas, cada puerta hecha de una sola perla. Las calles de la ciudad eran de oro puro, como vidrio transparente.

Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra llevarán a ella su esplendor, y sus puertas no se cerrarán de día, pues allí no habrá noche.

Llevarán a ella el esplendor y la riqueza de las naciones, pero nunca entrará en ella nada impuro, ni idólatras ni impostores; sólo entrarán los inscritos en el libro de la vida que tiene el Cordero.

 

RESPONSORIO                    Cf. Ap 21, 21; Tb 13, 21. 22. 13
 
R./ Tus plazas, Jerusalén, están pavimentadas de oro puro, y en tus puertas se entonarán cantos de alegría. * Y todas tus casas cantarán. Aleluya.
V./ Brillarás cual luz de lámpara y todos los confines de la tierra vendrán a ti.
R./ Y todas tus casas cantarán. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Cap 7, 50-51)

Somos hijos de Dios y constituimos una familia en Cristo

La Iglesia de los peregrinos desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ofreció sufragios por ellos, porque es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado. Siempre creyó la Iglesia que los apóstoles y mártires de Cristo, por haber dado un supremo testimonio de fe y de amor con el derramamiento de su sangre, nos están íntimamente unidos: a ellos junto con la bienaventurada Virgen María y los santos ángeles, profesó peculiar veneración e imploró piadosamente el auxilio de su intercesión. A éstos luego se unieron también aquellos otros que habían imitado más de cerca la virginidad y la pobreza de Cristo y, en fin, otros cuyo preclaro ejercicio de virtudes cristianas y cuyos divinos carismas los hacían recomendables a la piadosa devoción e imitación de los fieles.

Al mirar la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, nuevos motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura y al mismo tiempo aprendemos cuál sea, entre las mundanas vicisitudes, el camino seguro, conforme al propio estado y condición de cada uno, que nos conduzca a la perfecta unión con Cristo, o sea, a la santidad. Dios manifiesta a los hombres en forma viva su presencia y su rostro en la vida de aquellos, hombres como nosotros, que con mayor perfección se transforman en la imagen de Cristo. En ellos, él mismo nos habla y nos ofrece un signo de ese reino suyo, hacia el cual somos poderosamente atraídos con tan gran nube de testigos que nos cubre y con tan gran testimonio de la verdad del evangelio.

Y no sólo veneramos la memoria de los santos del cielo por el ejemplo que nos dan, sino aún más, para que la unión de la Iglesia en el Espíritu sea corroborada por el ejercicio de la caridad fraterna. Porque así como la comunión cristiana entre los viadores nos conduce más cerca de Cristo, así el consorcio de los santos nos une con Cristo, de quien dimana como de fuente y cabeza toda la gracia y la vida del mismo pueblo de Dios. Conviene, pues, en sumo grado, que amemos a estos amigos y coherederos de Jesucristo, hermanos también nuestros y eximios bienhechores; rindamos a Dios las debidas gracias por ellos, «invoquémosle humildemente y, para impetrar de Dios beneficios por medio de su Hijo Jesucristo, único redentor y salvador nuestro, acudamos a sus oraciones, ayuda y auxilio». En verdad, todo genuino testimonio de amor ofrecido por nosotros a los bienaventurados, por su misma naturaleza, se dirige y termina en Cristo, que es la «corona de todos los santos», y por él a Dios, que es admirable en sus santos y en ellos es glorificado.

Porque todos los que somos hijos de Dios y constituimos una sola familia en Cristo, al unirnos en mutua caridad y en la misma alabanza de la Trinidad, correspondemos a la íntima vocación de la Iglesia y participamos con gusto anticipado de la liturgia de la gloria perfecta del cielo. Porque cuando Cristo aparezca y se verifique la resurrección gloriosa de los muertos, la claridad de Dios iluminará la ciudad celeste, y su lámpara será el Cordero. Entonces toda la Iglesia de los santos, en la suma beatitud de la caridad, adorará a Dios y al Cordero degollado, a una voz proclamando: Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

 

RESPONSORIO                    Ap 19, 6.5; 12, 10
 
R./ Oí una voz del cielo, como el fragor de fuertes truenos, aleluya: Ha establecido su reinado el Señor nuestro Dios, aleluya * porque ha llegado la salvación, la fuerza y el reinado de su Cristo. Aleluya, aleluya.
V./ Salió una voz del trono que decía: Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos, los que le teméis, pequeños y grandes.
R./ Porque ha llegado la salvación, la fuerza y el reinado de su Cristo. Aleluya, aleluya.

 
ORACIÓN
 
Dios nuestro, cuya gracia nos transforma de culpables en justos, de infelices en dichosos, no dejes de favorecernos con la acción de tu gracia y con tus dones, y concédenos a los que hemos alcanzado ya la justificación por la fe, la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 22, 1-9

El río de agua viva

El ángel del Señor me mostró el río de agua viva, luciente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. A mitad de la calle de la ciudad, a ambos lados del río, crecía un árbol de la vida; da doce cosechas, una cada mes del año, y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones. Allí no habrá ya nada maldito. En la ciudad estarán el trono de Dios y el del Cordero, y sus siervos le prestarán servicio, lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá más noche, ni necesitarán luz de lámpara o del sol, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos. Me dijo:

«Estas palabras son ciertas y verdaderas. El Señor Dios, que inspira a los profetas, ha enviado su ángel para que mostrase a sus siervos lo que tiene que pasar muy pronto. Mira que estoy para llegar. Dichoso quien hace caso del mensaje profético contenido en este libro».

Soy yo, Juan, quien vio y oyó todo esto. Al oírlo y verlo, caí a los pies del ángel que me lo mostraba, para rendirle homenaje, pero él me dijo:

«No, cuidado, yo soy tu compañero de servicio, tuyo y de tus hermanos, los profetas, y de los que hacen caso de las palabras de este libro; rinde homenaje a Dios».

 

RESPONSORIO                    Ap 22, 5. 3
 
R./ No habrá más noche, porque el Señor Dios alumbrará sobre sus siervos, * y reinarán por los siglos de los siglos. Aleluya.
V./ El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad santa, y los siervos de Dios le rendirán culto.
R./ Y reinarán por los siglos de los siglos. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Carta 63 (8-9: CSEL 3, parte 2, 706-708)

Los sacramentos vitales

Siempre que en las Escrituras se menciona el agua sola, se proclama el bautismo, como lo vemos significado en Isaías: No recordéis –dice– lo de antaño. Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo; para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza. En este pasaje Dios preanuncia por medio del profeta que entre los paganos, en lugares anteriormente áridos, nacerían próximamente ríos caudalosos y apagaría la sed de su pueblo escogido, esto es, de los hijos que le nacerían a Dios por la generación del bautismo.

Nuevamente se predice y se preanuncia que si los judíos tuvieran sed y buscaran a Cristo, se saciarían junto con nosotros, es decir, conseguirían la gracia del bautismo. Si tuvieran —dice— sed en el desierto, los conducirá a las aguas, hará brotar agua de la roca, hendirá la roca y manará agua y mi pueblo beberá. Lo cual tiene su pleno cumplimiento en el evangelio, cuando Cristo, que es la roca, se hiende a golpe de lanza en la pasión. El mismo, refiriéndose a lo que mucho antes había predicho el profeta, grita diciendo: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Y para que quedase más claro todavía que aquí el Señor no habla del cáliz sino del bautismo, añade la Escritura: Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él.

Por el bautismo se recibe el Espíritu Santo y, una vez bautizados y recibido el Espíritu Santo, son admitidos a beber del cáliz del Señor. Que nadie se extrañe de que, al hablar del bautismo, la Escritura divina diga que tenemos sed y que bebemos, puesto que el mismo Señor declara en el evangelio: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, pues lo que se recibe con avidez y ansiedad, se toma con mayor plenitud y abundancia. Por lo demás, en la Iglesia siempre se tiene sed y siempre se bebe el cáliz del Señor.

No son necesarios muchos argumentos para demostrar que, bajo el apelativo de agua, se designa siempre el bautismo y que así debemos entenderlo, puesto que el Señor al venir al mundo nos ha revelado la verdad del bautismo y del cáliz. El que ha mandado dar a los creyentes, en el bautismo, el agua de la fe, el agua de la vida eterna, nos enseñó, con el ejemplo de su magisterio, que el cáliz debe estar integrado de una mezcla de vino y agua. Pues la víspera de su pasión, tomó el cáliz, lo bendijo y lo dio a sus discípulos diciendo: Bebed todos de él; porque ésta es la sangre de la alianza derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.

De este texto se deduce que el cáliz que el Señor ofreció era un cáliz mezclado, y que lo que él llama sangre era vino. Es, pues, evidente que no se ofrece la sangre de Cristo, si falta vino en el cáliz; ni se da celebración santa y legítima del divino sacrificio, si nuestra ofrenda y nuestro sacrificio no están en sintonía con la pasión del Señor. Y ¿cómo podríamos beber con Cristo en el reino del Padre del nuevo fruto de la vid, si en el sacrificio de Dios Padre y de Cristo no ofrecemos vino, ni mezclamos el cáliz del Señor, de acuerdo con la tradición que él nos legó?

 

RESPONSORIO                    Cf. Sir 46, 8; Sal 131, 7
 
R./ El Señor nos ha introducido en su santa morada y hemos visto la fuente de agua que mana leche y miel. * Ofrezcamos las primicias. Aleluya.
V./ Entremos a su morada, postrémonos ante el estrado de sus pies.
R./ Ofrezcamos las primicias. Aleluya.

 
ORACIÓN
Señor, concédenos realizar plenamente en nosotros mismos el misterio pascual, para que la alegría que experimentamos en estas fiestas nos dé una fuerza constante que nos lleve a la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 22, 10-21

Atestiguación de nuestra esperanza

El ángel me dijo a mí, Juan:

«No selles el mensaje profético contenido en este libro, que el momento está cerca. El que daña, siga dañando; el manchado, siga manchándose; el justo, siga obrando con justicia; el consagrado, siga consagrándose.

Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.

Dichosos los que lavan su ropa, para tener derecho al árbol de la vida y poder entrar por las puertas de la ciudad. Fuera los perros, los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todo amigo de cometer fraudes».

Yo, Jesús, os envío mi ángel con este testimonio para las Iglesias:

«Yo soy el retoño y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana».

El Espíritu y la novia dicen:

«¡Ven!».

El que lo oiga, que repita:

«¡Ven!».

El que tenga sed, y quiera, que venga a beber de balde el agua viva.

A todo el que escucha la profecía contenida en este libro, le declaro:

«Si alguno añade algo, Dios le mandará las plagas descritas en este libro. Y si alguno suprime algo de las palabras proféticas escritas en este libro, Dios lo privará de su parte en el árbol de la vida y en la ciudad santa descritos en este libro».

El que se hace testigo de estas cosas dice:

«Sí, voy a llegar en seguida».

Amén. Ven, Señor Jesús.

La gracia del Señor Jesús esté con todos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Ap 22, 16.17.20; Is 55, 1.3
 
R./ Yo soy el vástago y la descendencia de David, el lucero radiante del alba; el Espíritu y la esposa dice: «¡Ven!» * Y el que escucha diga «¡Ven!» Ven, Señor Jesús. Amén. Aleluya.
V./ Sedientos todos, acudid por agua; inclinad el oído, venid a mí.
R./ Y el que escucha diga «¡Ven!» Ven, Señor Jesús. Amén. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Gaudencio de Brescia, Tratado 2 (CSEL 68, 26.29-30)

La eucaristía, Pascua del Señor

Uno solo murió por todos; y este mismo es quien ahora por todas las Iglesias, en el misterio del pan y del vino, inmolado, nos alimenta; creído, nos vivifica; consagrado, santifica a los que lo consagran.

Esta es la carne del Cordero, ésta la sangre. El pan mismo que descendió del cielo dice: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. También su sangre está bien significada bajo la especie del vino, porque, al declarar él en el Evangelio: Yo soy la verdadera vid, nos da a entender a las claras que el vino que se ofrece en el sacramento de la pasión es su sangre; por eso, ya el patriarca Jacob había profetizado de Cristo, diciendo: Lava su ropa en vino y su túnica en sangre de uvas. Porque habrá de purificar en su propia sangre nuestro cuerpo, que es como la vestidura que ha tomado sobre sí.

El mismo Creador y Señor de la naturaleza, que hace que la tierra produzca pan, hace también del pan su propio cuerpo (porque así lo prometió y tiene poder para hacerlo), y el que convirtió el agua en vino hace del vino su sangre.

Es la Pascua del Señor, dice la Escritura, es decir, su paso, para que no se te ocurra pensar que continúe siendo terreno aquello por lo que pasó el Señor cuando hizo de ello su cuerpo y su sangre.

Lo que recibes es el cuerpo de aquel pan celestial y la sangre de aquella sagrada vid. Porque, al entregar a sus discípulos el pan y el vino consagrados, les dijo: Esto es mi cuerpo; esto es mi sangre. Creamos, pues, os pido, en quien pusimos nuestra fe. La verdad no sabe mentir.

Por eso, cuando habló a las turbas estupefactas sobre la obligación de comer su cuerpo y beber su sangre, y la gente empezó a murmurar, diciendo: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?, para purificar con fuego del cielo aquellos pensamientos que, como dije antes, deben evitarse, añadió: El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.

 

RESPONSORIO                    Cf. Jn 6,57; Lc 22, 19
 
R./ Como el Padre me ha enviado y yo vivo por el Padre: * el que me coma vivirá por mí, aleluya.
V./ Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros.
R./ El que me coma vivirá por mí, aleluya.

 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, que por el nuevo nacimiento del bautismo has infundido en nosotros la vida eterna, concédenos alcanzar la plenitud de la gloria a los que, por la justificación has hecho capaces de llegar a la inmortalidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.