DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 13, 1-23

HOMILÍA

San Atanasio de Alejandría, Homilía [atribuida] sobre la sementera (2.3.4: PG 28, 146-150)

Al hombre le toca sembrar; a Dios, dar el crecimiento

Pasaba el Señor por unos sembrados: el grano de trigo por entre las mieses; aquel grano de trigo espiritual, que cayó en un lugar concreto y resucitó fecundo en el mundo entero. El dijo de sí mismo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

Pasaba, pues, Jesús por unos sembrados: el que un día habría de ser grano de trigo por su virtud nutritiva, de momento es un sembrador, conforme se dice en los evangelios: Salió el sembrador a sembrar. Jesús, es verdad, esparce generosamente la semilla, pero la cuantía del fruto depende de la calidad del terreno. Pues en terreno pedregoso fácilmente se seca la semilla, y no por impotencia de la simiente, sino por culpa de la tierra, pues mientras la semilla está llena de vitalidad, la tierra es estéril por falta de profundidad. Cuando la tierra no mantiene la humedad, los rayos solares penetrando con más fuerza resecan la simiente: no ciertamente por defectuosidad en la semilla, sino por culpa del suelo.

Si la semilla cae en una tierra llena de zarzas, la vitalidad de la semilla acaba siendo ahogada por las zarzas, que no permiten que la virtualidad interior se desarrolle, debido a un condicionante exterior. En cambio, si la semilla cae en tierra buena no siempre produce idéntico fruto, sino unas veces el treinta, otras el sesenta y otras el ciento por uno. La semilla es la misma, los frutos diversos, como diversos son también los resultados espirituales en los que son instruidos.

Salió, pues, el sembrador a sembrar: en parte lo hizo personalmente y en parte a través de sus discípulos. Leemos en los Hechos de los apóstoles que, después de la lapidación de Esteban, todos —menos los apóstoles— se dispersaron, no que se disolvieran a causa de su debilidad; no se separaron por razones de fe, sino que se dispersaron. Convertidos en trigo por virtud del sembrador y transformados en pan celestial por la doctrina de vida, esparcieron por doquier su eficacia.

Así pues, el sembrador de la doctrina, Jesús, Hijo unigénito de Dios, pasaba por unos sembrados. El no es únicamente sembrador de semillas, sino también de enseñanzas densas de admirable doctrina, en connivencia con el Padre. Este es el mismo que pasaba por unos sembrados. Aquellas semillas eran ciertamente portadores de grandes milagros.

Veamos ahora lo concerniente a la semilla en el momento de la sementera, y hablemos de los brotes que la tierra produce en primavera, no para abordar técnicamente el tema, sino para adorar al autor de tales maravillas. Van los hombres y, según su leal saber y entender, uncen los bueyes al arado, aran la tierra, ahuecan las capas superiores para que no se escurran las lluvias, sino que empapando profundamente la tierra hagan germinar un fruto copioso. La semilla, arrojada a una tierra bien mullida, goza de una doble ventaja: primero, la profundidad y la frialdad de la tierra; segundo, permanece oculta, a resguardo de la voracidad de las aves. El hombre hace ciertamente todo lo que está en su mano; pero no está asu alcance el hacer fructificar. Al hombre le toca sembrar; a Dios, dar el crecimiento. Cuando la semilla comienza a brotar y crece, de la espiga se desprende y el fruto lo indica si se trata de trigo o de cizaña.

Habéis comprendido lo que acabo de decir; ahora debo dar un paso más y apuntar a realidades más espirituales. Por medio de los apóstoles, sembró Jesús la palabra del reino de los cielos por toda la tierra. El oído que ha escuchado la predicación la retiene en su interior; y echa hojas en tanto en cuanto frecuente asiduamente la Iglesia. Y nos reunimos en un mismo local tanto los productores de trigo como de cizaña; así el infiel como el hipócrita, para manifestar con mayor verismo lo que se predica. Nosotros, los agricultores de la Iglesia, vamos metiendo por los sembrados el azadón de las palabras, para cultivar el campo de modo que dé fruto. Desconocemos aún las condiciones del terreno: la semejanza de las hojas puede con frecuencia inducir a error a los que presiden. Pero cuando la doctrina se traduce en obras y adquiere solidez el fruto de las fatigas, entonces aparece quién es fiel y quién es hipócrita.



Ciclo B: Mc 6, 7-13

HOMILÍA

San Gregorio Magno, Homilía 17 sobre los evangelios (5.6.7.8: PL 76, 1140-1142)

Sobre el servicio de la predicación

No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a .saludar a nadie por el camino. El predicador ha de tener tanta confianza en Dios que, aunque no se provea de lo necesario para la presente vida, esté sin embargo segurísimo de que nada le ha de faltar, no ocurra que por tener la atención centrada en las cosas temporales, descuide de proveer a los demás las realidades eternas.

Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. La paz que se ofrece por boca del predicador, o descansa en la casa, si en ella hay gente de paz, o vuelve al mismo predicador; porque o bien habrá allí alguno predestinado a la vida y pondrá en práctica la palabra celestial que oye, o bien si nadie quisiere oír, el mismo predicador no quedará sin fruto, pues a él vuelve la paz, por cuanto el Señor le recompensará dándole la paga por el trabajo realizado.

Y ved cómo quien prohibió llevar ni alforja ni talega concede los necesarios medios de subsistencia a través de la misma predicación, pues agrega: Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. Si nuestra paz es aceptada, justo es que nos quedemos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan, y así recibamos una retribución terrena de aquellos a quienes ofrecemos los premios de la patria celestial. De este modo, la recompensa que se recibe en la presente vida debe estimularnos a tender con más entusiasmo a la recompensa futura. Por lo cual, un predicador ya curtido no debe predicar para recibir la recompensa en esta tierra, sino que ha de recibir la recompensa para poder seguir predicando. Porque quien predica para recibir aquí la paga, en prestigio o en metálico, se priva indudablemente de la recompensa eterna. En cambio, quien predica buscando agradar a los hombres para atraerlos con sus palabras al amor del Señor, no al suyo propio, o bien percibe una retribución para no caer extenuado en el ministerio de la predicación a causa de su pobreza, éste ciertamente recibirá su recompensa en la patria celestial, porque durante su peregrinación sólo recibió lo estrictamente necesario.

Y ¿qué hacemos nosotros, oh pastores, que no sólo recibimos la recompensa, sino que para colmo no somos operarios? Recibimos, ya lo creo, los frutos de la santa Iglesia para nuestro cotidiano sustento, y sin embargo no nos empleamos a fondo en la predicación en beneficio de la Iglesia eterna. Pensemos cuál será la penalización subsiguiente al hecho de haber percibido un salario sin haber llenado la jornada laboral. Mirad: nosotros vivimos de las ofrendas de los fieles; y ¿qué hacemos por las almas de losfieles? Invertimos en gastos personales lo que los fieles ofrecieron para remisión de sus pecados, y sin embargo no nos afanamos, como sería justo, en luchar, con la dedicación a la plegaria o a la predicación, contra esos mismos pecados.


Ciclo C: Lc 10, 25-37

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 10 sobre la carta a los Hebreos, capítulo 6 (4: PG 63, 88-89)

Debemos atender a todos por igual

Todo fiel es santo, en la medida en que es fiel; aun cuando viva en el mundo y sea seglar, es santo. Por tanto, si vemos a un hombre del mundo en dificultades, echémosle una mano. Ni debemos mostrarnos obsequiosos únicamente con los que moran en los montes: ciertamente, ellos son santos tanto por la vida como por la fe; los que viven en el mundo son santos por la fe y muchos también por la vida. No suceda que si vemos a un monje en la cárcel, entremos a visitarlo; pero si se trata de un seglar, no entremos: también éste es santo y hermano. Y, ¿qué hacer, me dirás, si es un libertino y un depravado? Escucha a Cristo que dice: No juzguéis y no os juzgarán. Tú hazlo por Dios.

Pero ¿qué es lo que digo? Aunque al que viéramos en apuros fuera un pagano cualquiera, nuestra obligación es ayudarlo; y, para decirlo de una vez, debemos socorrer a todo hombre a quien hubiera ocurrido una desgracia: ¡con mayor razón a un fiel seglar! Oye lo que dice san Pablo: Trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. De hecho, el que pretende favorecer únicamente a los que viven en soledad y dijere, examinándolos con curiosidad: «Si no es digno, si no es justo, si no hace milagros, no lo ayudo», ya ha quitado a la limosna buena parte de su mérito; más aún, poco a poco le irá quitando hasta ese poco que le resta. Por tanto, es también limosna la que se hace tanto a los pecadores como a los reos. La limosna consiste en esto: en compadecerse no de los que hicieron el bien, sino de los que pecaron. Y para que te convenzas de ello, escucha esta parábola de Cristo.

Dice así: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que después de haberlo molido a palos, lo abandonaron en el camino herido y medio muerto. Por casualidad, un levita pasó por allí y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo; lo mismo hizo un sacerdote: al verlo, pasó de largo. Vino finalmente un samaritano y se interesó por él: le vendó las heridas, las untó con aceite, lo montó sobre su asno, lo llevó a la posada, y dijo al posadero: cuida de él. Y extremando su generosidad, añadió: Yo te daré lo que gastes. Después Jesús preguntó: ¿Cuál de éstos se portó como prójimo? Y el letrado qué contestó: El que practicó la misericordia con él, hubo de oír: anda, pues, y haz tú lo mismo.

Reflexiona sobre el protagonista de la parábola. Jesús no dijo que un judío hizo todo esto con un samaritano, sino que fue un samaritano el que hizo todo aquel derroche de liberalidad. De donde se deduce que debemos atender a todos por igual y no sólo a los de la misma familia en la fe, descuidando a los demás. Así que también tú si vieres que alguien es víctima de una desgracia, no te pares a indagar: tiene él derecho a tu ayuda por el simple hecho de sufrir. Porque si sacas del pozo al asno a punto de ahogarse sin preguntar de quién es, con mayor razón no debe indagarse de quién es aquel hombre: es de Dios, tanto si es griego como si es judío: si es un infiel, tiene necesidad de tu ayuda.