DOMINGO XIII DELTIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 10, 37-42

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 96 (1-4: PL 38, 584-586)

Si quieres seguir a Cristo, vuélvete a la cruz; soporta,
aguanta, manténte firme

Parece duro y grave este precepto del Señor de negarse a sí mismo para seguirle. Pero no es ni duro ni grave lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena. Es verdad, en efecto, lo que se dice en el salmo: Según tus mandatos, yo me he mantenido en la senda penosa. Como también es cierto lo que él mismo afirma: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. El amor hace suave lo que hay de duro en el precepto.

Todos sabemos de qué no es capaz el amor. El amor es no pocas veces hasta réprobo y lascivo. ¡Cuántas cosas duras no tuvieron que tolerar los hombres, cuántas cosas indignas e intolerables no hubieron de soportar para lograr el objeto de su amor!

Pues bien, siendo en su mayoría los hombres cuales son sus amores, ni es preciso preocuparse tanto de cómo se vive cuanto de saber elegir lo que es digno de ser amado, ¿por qué te admiras de que quien ama a Cristo y quiere seguir a Cristo, amando se niegue a sí mismo? Pues si es verdad que el hombre se pierde amándose, no hay duda de que se encuentra negándose.

¿Quién no ha de querer seguir a Cristo, en quien reside la felicidad suma, la suma paz, la eterna seguridad? Bueno le es seguir a Cristo, pero conviene considerar el camino. Porque cuando el Señor Jesús pronunció estas palabras, todavía no había resucitado de entre los muertos. Todavía no había padecido, le esperaba la cruz, el deshonor, los ultrajes, la flagelación, las espinas, las heridas, los insultos, los oprobios, la muerte. Un camino casi desesperado; te acobarda; no quieres seguirlo. ¡Síguelo! Erizado es elcamino que el hombre se ha construido, pero Cristo lo ha allanado recorriéndolo fatigosamente de retorno.

Pues ¿quién no desea caminar hacia la exaltación? A todo el mundo le deleita la grandeza: pues bien, la humildad es la escala para ascender a ella. ¿Por qué alzas el pie más allá de tus posibilidades? ¿Quieres caer en vez de ascender? Da un primer paso y ya has iniciado la ascensión. No querían respetar esta gradación de la humildad aquellos dos discípulos, que decían: Señor, concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Aspiraban a la cima sin tener en cuenta las escalas intermedias. El Señor se las indicó. ¿Qué es lo que les respondió? ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? Vosotros que aspiráis a la cúpula de la grandeza, ¿sois capaces de beber el cáliz de la humildad? Por eso no se contentó con, decir: Que se niegue a sí mismo y me siga, sino que intercaló: Que cargue con su cruz y me siga.

¿Qué significa: Cargue con su cruz? Soporte cualquier molestia: y así que me siga. Bastará que se ponga a seguirme imitando mi vida y cumpliendo mis preceptos, para que al punto aparezcan muchos contradictores, muchos que intenten impedírselo, muchos que querrán disuadirle, y los encontrará incluso entre los seguidores de Cristo. A Cristo acompañaban aquellos que querían hacer callar a los ciegos. Si quieres seguirle, acepta como cruz las amenazas, las seducciones y los obstáculos de cualquier clase; soporta, aguanta, manténte firme. Estas palabras del Señor parecen una exhortación al martirio. Si arrecia la persecución, ¿no debe despreciarse todo por amor a Cristo?


Ciclo B: Mc 5, 21-43

HOMILÍA

San Pedro Crisólogo, Sermón 34 (1.5: CCL 34,193.197-199)

Realmente, para Dios la muerte es un sueño

Todas las perícopas evangélicas, carísimos hermanos, nos ofrecen los grandes bienes de la vida presente y de la futura. Pero la lectura de hoy es un compendio perfecto de esperanza, y la exclusión de cualquier motivo de desesperación.

Pero hablemos ya del jefe de la sinagoga, que, mientras conduce a Cristo a la cabecera de su hija, deja expedito el camino para que la mujer se acerque a Cristo. La lectura evangélica de hoy comienza así: Se acercó un jefe de la sinagoga, y al verlo se le echó a sus pies, rogándole con insistencia: Señor mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Conocedor del futuro como era, a Cristo no se le ocultaba que iba a producirse el encuentro con la susodicha mujer: de ella había de aprender el jefe de los judíos que a Dios no hay que moverlo de sitio, ni llevarlo de camino, ni exigirle una presencia corporal, sino creer que Dios está presente en todas partes, íntegramente y siempre; que puede hacerlo con sola una orden, sin esfuerzo; infundir ánimo, no deprimirlo; ahuyentar la muerte no con la mano, sino con su poder; prolongar la vida no con el arte, sino con el mandato.

Mi niña está en las últimas; ven. Que es como si dijera: Aún conserva el calor de la vida, aún se notan síntomas de animación, todavía respira, todavía el señor de la casa tiene una hija, todavía no ha descendido a la región de los muertos; por tanto, date prisa, no dejes que se le vaya el alma. En su ignorancia, creyó que Cristo no podía resucitar a la muerta sino tomándola de la mano. Esta es la razón por la cual Cristo, cuando, al llegar a la casa, vio que a la niña se la lloraba como perdida, para mover a la fe a los ánimos infieles, dijo que la niña no estaba muerta, sino dormida, a fin de infundirles esperanza, pensando que era más fácil despertar del sueño que de la muerte. La niña —dice— no está muerta, está dormida.

Y realmente, para Dios la muerte es un sueño, pues Dios devuelve más rápidamente a la vida que despierta un hombre del sueño a un dormido; y tarda menos Dios en infundir el calor vivificante a unos miembros fríos con el frío de la muerte de lo que puede tardar un hombre en infundir el vigor a los cuerpos sepultados en el sueño. Escucha al Apóstol: En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, los muertos despertarán. El bienaventurado Apóstol, al no hallar palabras capaces de expresar la velocidad de la resurrección, acudió a los ejemplos. Porque, ¿cómo hubiera podido imprimir celeridad al discurso allí donde la potencia divina se adelanta incluso a esa misma celeridad? ¿O en qué sentido podía expresarse en categorías de tiempo, allí donde se nos otorga una realidad eterna no sometida al tiempo? Así como el tiempo dio paso a la temporalidad, así excluyó el tiempo la eternidad.


Ciclo C: Lc 9, 51-62

HOMILÍA

San Bernardo de Claraval, Sermón 1 para el domingo de las kalendas de noviembre (2: Opera omnia, Edit Cister t. 5, 305)

Sigámoslo con el empeño de una vida santa

En distintas ocasiones y de muchas maneras no sólo habló Dios por los profetas, sino que fue visto por los profetas. Lo conoció David hecho poco inferior a los ángeles; Jeremías lo vio incluso viviendo entre los hombres; Isaías nos asegura que lo vio unas veces sobre un trono excelso, y otras no sólo inferior a los ángeles o entre los hombres, sino como leproso, es decir, no sólo en la carne, sino en una carne pecadora como la nuestra.

También tú, si deseas verlo sublime, cuida de ver primero a Jesús humilde. Vuelve primero los ojos a la serpiente elevada en el desierto, si deseas ver al Rey sentado en su trono. Que esta visión te humille, para que aquélla exalte al humillado. Que ésta reprima y cure tu hinchazón, para que aquélla colme y sacie tu deseo. ¿Lo ves anonadado? Que no sea ociosa esta visión, pues no podrías ociosamente contemplar al exaltado. Cuando lo vieres tal cual es, serás semejante a él; sé ya desde ahora semejante a él, viéndolo tal cual por ti se ha hecho él.

Pues si ni en la humildad desdeñas ser semejante a él, seguramente te esperará también la semejanza con él en la gloria. Nunca permitirá él que sea excluido de la comunión en la gloria el que haya participado en su tribulación. Finalmente, hasta tal punto no desdeña admitir consigo en el reino a quien hubiere compartido su pasión, que el ladrón que le confesó en la cruz estuvo aquel mismo día con él en el paraíso. He aquí por qué dijo también a los Apóstoles: Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas y yo os transmito el reino. Y dado que si sufrimos con él también reinaremos con él, sea entre tanto, hermanos, nuestra meditación Cristo, y éste crucificado. Grabémosle como un sello en nuestro corazón, como un sello en nuestro brazo. Abracémosle con los brazos de un amor recíproco, sigámoslo con el empeño de una vida santa. Este es el camino por el que se nos muestra él mismo, que es la salvación de Dios, pero no ya privado de belleza y esplendor, sino con tanta claridad, que su gloria llena la tierra.