DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 5, 38-48

HOMILÍA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre los celos y la envidia (12-13.15: CSEL 3, 427-430)

Que nuestras obras proclamen la generosidad de Dios

Conviene no olvidar el nombre que Cristo da a su pueblo y con qué título denomina a su grey. Lo llama ovejas, para que la inocencia cristiana se adecue a las ovejas; lo llama corderos, para que la simplicidad de la mente imite la natural simplicidad de los corderos. ¿Por qué el lobo se cubre con piel de oveja?, ¿por qué infama al rebaño de Cristo quien se finge cristiano?

Ampararse con el nombre de Cristo y no seguir las huellas de Cristo, ¿qué otra cosa es sino traicionar el nombre de Dios, desertar del camino de la salvación? Sobre todo cuando el mismo Cristo enseña y declara que entra en la vida quien guarda los mandamientos y llama prudente a quien escucha sus palabras y las pone en práctica; más aún, califica de doctor eminente en el reino de los cielos a quien enseñe y cumpla lo que enseña: pues sólo entonces aprovechará al predicador lo que recta y útilmente hubiere predicado, si él mismo pone por obra lo que oralmente ha enseñado.

Y ¿hay algo sobre lo que el Señor haya insistido tanto a sus discípulos, algo, entre sus saludables avisos y celestiales preceptos, cuya guarda y custodia haya inculcado tanto como que nos amemos mutuamente también nosotros con el mismo amor con que él mismo amó a sus discípulos? Y ¿cómo va a conservar la paz y la caridad del Señor quien, a causa de los celos, no consigue ser ni pacífico ni amable?

Por eso, el mismo apóstol Pablo, después de enumerar los méritos de la paz y de la caridad, después de enseñar yafirmar rotundamente que de nada le aprovecharía ni la fe ni las limosnas ni siquiera los sufrimientos típicos del confesor o del mártir, de no mantener íntegras e invioladas las exigencias del amor, añadió lo siguiente: El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia, enseñando de este modo y demostrando que sólo puede mantener la caridad el que es comprensivo, servicial e invulnerable a los celos y al rencor. Asimismo, cuando, en otro pasaje, exhorta al hombre ya plenificado por el Espíritu Santo y convertido en hijo de Dios por el nacimiento celeste, a no buscar más que las realidades espirituales y divinas, agrega y dice: Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres de espíritu, sino como a gente débil, como a cristianos todavía en la infancia. Y todavía seguís los bajos instintos. Mientras haya entre vosotros envidiasy contiendas, es que os guían los bajos instintos y que procedéis como gente cualquiera.

Por otra parte, no podemos ser portadores de la imagen del hombre celestial si no nos asemejamos a Cristo desde los comienzos de nuestra vida espiritual. Lo cual implica dejar de ser lo que habías sido y comenzar a ser lo que no eras, para que en ti brille la filiación divina, para que tu conducta deifica corresponda a tu calidad de hijo de Dios, para que en tu modo de vivir digno y encomiable sea Dios glorificado. Es Dios mismo quien nos exhorta y nos estimula a ello, prometiendo reciprocidad a quienes glorifican a Dios. Dice en efecto: Porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian. Para formarnos y prepararnos a esta glorificación, el Señor e Hijo de Dios –apuntando a su semejanza con Dios Padre– nos dice en su evangelio: Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo». Yo, en cambio, os digo: «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo».

 

RESPONSORIO                    Mt 5, 44-45; Ef 4, 32
 
R./ Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, * para que seáis hijos de vuestro Padre celestial.
V./ Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.
R./ Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial.
 


Ciclo B: Mc 2, 1-12

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Tratado sobre el sacerdocio (Lib 3, 3-6: PG 48, 643-644)

Todas estas cosas las realizan las manos consagradas
de los sacerdotes

Quien atentamente considere qué gran cosa sea poder aproximarse a aquella dichosa y simple naturaleza, aun siendo hombre y hombre plasmado de carne y sangre, comprenderá perfectamente el inmenso honor de que la gracia del Espíritu ha revestido a los sacerdotes. Pues por sus manos se realizan no sólo los mencionados misterios, sino otros ministerios en nada inferiores, tanto en razón de su propia dignidad, como a causa de nuestra salvación. En efecto, a personas que moran en la tierra y en la tierra tienen sus ocupaciones se les ha encomendado la administración de los tesoros del cielo, y han recibido un poder que Dios no otorgó ni a los ángeles ni a los arcángeles. Pues no se les dijo a ellos: Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. En verdad que los que, en la tierra, ejercen la autoridad, tienen también el poder de atar, pero sólo los cuerpos; en cambio el poder vinculante del sacerdote afecta al alma y penetra los cielos: y todo lo que los sacerdotes hacen aquí abajo, lo ratifica Dios allá arriba, y la sentencia de los siervos es confirmada por el mismo Señor.

¿Y qué es lo que les otorgó sino la plena potestad sobre las cosas celestiales? Dice en efecto: A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. ¿Puede haber poder mayor que éste? El Padre ha confiado al Hijo el juicio de todos: y veo que el Hijo ha delegado en los sacerdotes esta potestad de juzgar. Han sido encumbrados a un poderío tal, como si hubiesen sido ya trasladados al cielo y, liberados de nuestras pasiones, hubieran traspasado las fronteras dela humana naturaleza. Porque si nadie puede entrar en el reino de los cielos si no naciere de agua y de Espíritu; y si al que no comiere la carne del Salvador y no bebiere su sangre, se le priva de la vida eterna; y todas estas cosas no se confieren sino por medio de aquellas sagradas manos, es decir, por las manos sacerdotales, ¿quién sin su ayuda podrá escapar al fuego del infierno, o alcanzar las coronas reservadas a los elegidos?

A ellos, precisamente a ellos, les ha sido confiada la misión del nacimiento espiritual y la regeneración por el bautismo: por ellos nos revestimos de Cristo, somos sepultados con el Hijo de Dios y nos convertimos en miembros de aquella bienaventurada cabeza. Ellos son los autores de nuestra divina generación, a saber, de aquella feliz regeneración, la de la libertad verdadera y de la filiación por la gracia.

 

RESPONSORIO                    Mt 28, 18; Jn 20, 22-23; 3, 35
 
R./ Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra: * Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
V./ El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano.
R./ Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
 


Ciclo C: Lc 6, 27-38

HOMILÍA

San León Magno, Tratado 17 (1-4: CCL 138, 68-71)

Tu bienhechor te quiere espléndido

La doctrina legal, amadísimos, presta un inestimable servicio a la normativa evangélica, ya que algunos mandatos antiguos han pasado a la nueva observancia, y la misma práctica religiosa demuestra que el Señor Jesús no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud. Habiendo, en efecto, cesado los signos con los que se anunciaba la venida de nuestro Salvador, y cumplidas las figuras, que la presencia de la realidad hizo desaparecer, todas las prescripciones emanadas de la piedad, bien como norma de conducta, bien para asegurar la pureza del culto divino, continúan vigentes entre nosotros y en la misma forma en que se promulgaron, y todo lo que estaba de acuerdo con ambos Testamentos, no ha sufrido mutación alguna.

Pues bien, para suplicar a Dios sigue siendo eficacísima la petición avalada por obras de misericordia, porque quien no distrae su atención del pobre, inmediatamente se atrae la atención de Dios, como él mismo dice: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo; perdonad y seréis perdonados. ¿Hay algo más benigno que esta justicia? ¿Qué más clemente que esta retribución, en la que la sentencia del juez se deja a la discreción del juzgado? Dad —dice— y se os dará. ¡Con qué rapidez es amputada la preocupada desconfianza y la morosa avaricia, de suerte que la humanidad pueda segura erogar lo que la verdad promete recompensar!

¡Sé constante, cristiano generoso! Da y recibirás, siembra y cosecharás, esparce y recogerás. No temas el dispendio ni te inquiete la incertidumbre de los rendimientos. Tu hacienda, bien administrada, aumenta. Ambiciona la justa ganancia de la misericordia y corre tras el comercio de las ganancias eternas. Tu bienhechor te quiere espléndido, y el que te da para que tengas, te manda que des, diciendo: Dad y se os dará. Has de aceptar con alegría la condición de esta promesa.

Y aun cuando no tengas sino lo que has recibido, sin embargo, no puedes no tener lo que has de dar. El que ame el dinero y desee multiplicar desmesuradamente sus riquezas, ejerza más bien este santo lucro y se enriquezca mediante el arte de este tipo de usuras: no esté al acecho de las necesidades de los menesterosos, no sea que, a causa de beneficios simulados, caiga en los lazos de unos deudores insolventes, sino constitúyase en acreedor y usurero de aquel que dice: Dad y se os dará y La medida que uséis la usarán con vosotros.

Así, pues, amadísimos, vosotros que de todo corazón habéis dado fe a las promesas del Señor, huyendo la inmundísima lepra de la avaricia, usad sabia y piadosamente de los dones de Dios. Y puesto que os gozáis de su generosidad, procurad hacer a otros partícipes de vuestra felicidad.

 

RESPONSORIO                    Lc 6, 35-36; Sal 144, 8
 
R./ El Altísimo es bueno con los malvados y desagradecidos. * Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.
V./ El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
R./ Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.