DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 5, 17-37

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón sobre el discurso del Monte (1, 9, 21: CCL 35, 22-23)

Para que conservemos la inocencia en el corazón

Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos; es decir, si no sólo cumplís aquellos preceptos menos importantes que vienen a ser como una iniciación para el hombre, sino además estos que yo añado, yo que no he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud, no entraréis en el reino de los cielos.

Pero me dirás: Si cuando al hablar, unas líneas más arriba, de aquellos preceptos menos importantes, afirmó que, en el reino de los cielos, será menos importante el que se saltare uno solo de estos preceptos, y se lo enseñare así a los hombres, y que será grande quien los cumpla y enseñe –de donde se sigue que el tal estará en el reino de los cielos, pues se le tiene por grande en él–, ¿qué necesidad hay de añadir nuevos preceptos a los mínimos de la ley, si puede estar ya en el reino de los cielos, puesto que es tenido por grande quien los cumpla y enseñe? En consecuencia dicha sentencia hay que interpretarla así: Pero quien los cumpla y enseñe así, será grande en el reino de los cielos, esto es, no en la línea de esos preceptos menos importantes, sino en la línea de los preceptos que yo voy a dictar. Y ¿cuáles son estos preceptos?

Que seáis mejores que los letrados y fariseos –dice–, porque de no ser mejores, no entraréis en el reino de los cielos. Luego quien se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante; pero quien los cumpla y enseñe, no inmediatamente habrá de ser tenido ya como grande e idóneo para el reino de los cielos, pero al menos no será tan poco importante como el que se los saltare. Para poder ser grande e idóneo para el reino, debe cumplir y enseñar como Cristo ahora enseña, es decir, que sea mejor que los letrados y fariseos.

La justicia de los fariseos se limita a no matar; la justicia de los destinados a entrar en el reino de los cielos ha de llegar a no estar peleado sin motivo. No matar es lo mínimo que puede pedirse, y quien no lo cumpla será el menos importante en el reino de los cielos. En cambio, el que cumpliere el precepto de no matar, no inmediatamente será tenido por grande e idóneo para el reino de los cielos, pero al menos sube un grado.

Llegará a la perfección si no anda peleado sin motivo; y si esto cumple, estará mucho más alejado del homicidio. En consecuencia, quien nos enseña a no andar peleados, no deroga la ley de no matar, sino que le da plenitud, de suerte que conservemos la inocencia: en el exterior, no matando; en el corazón, no irritándonos.

 

RESPONSORIO                    Prov 19, 16; Sant 1, 25
 
R./ Quien guarda el precepto guarda su vida, * quien descuida su conducta morirá.
V./ El que se concentra en una ley perfecta, la de la libertad, y permanece en ella, no como oyente olvidadizo, sino poniéndola en práctica, ese será dichoso al practicarla.
R./ Quien descuida su conducta morirá.
 


Ciclo B: Mc 1, 40-45

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 25 sobre el evangelio de san Mateo (1-2: PG 57, 328-329)

Grande es la prudencia y la fe del que se acerca

Se acercó un leproso, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Grande es la prudencia y la fe del que se acerca. Pues no interrumpe el discurso ni irrumpe en medio de los oyentes, sino que espera el momento oportuno; se le acerca cuando Cristo ha bajado del monte. Y le ruega no superficialmente, sino con gran fervor, postrándose a sus pies, con fe sincera y con una justa opinión de él.

Porque no dijo: «Si se lo pides a Dios», ni: «Si haces oración», sino: Si quieres, puedes limpiarme. Tampoco dijo: «Señor, límpiame»; sino que todo lo deja en sus manos, le hace señor de su curación y le reconoce la plenitud de poder. Mas el Señor, que muchas veces habló de sí humildemente y por debajo de lo que a su gloria corresponde, ¿qué dice aquí para confirmar la opinión de quienes contemplaban admirados su autoridad? Quiero: queda limpio. Aun cuando hubiera el Señor realizado ya tantos y tan estupendos milagros, en ninguna parte hallamos una expresión que se le parezca.

Aquí, en cambio, para confirmar la opinión que de su autoridad tenía tanto el pueblo en su totalidad como el leproso, antepuso este: quiero. Y no es que lo dijera y luego no lo hiciera, sino que la obra secundó inmediatamente a la palabra. Y no se limitó a decir: quiero: queda limpio, sino que añade: Extendió la mano y lo tocó. Lo cual es digno de ulterior consideración. En efecto, ¿por qué si opera la curación con la voluntad y la palabra, añade el contacto de la mano? Pienso que lo hizo únicamente para indicar que él no estaba sometido a la ley, sino por encima de la ley, y que en lo sucesivo todo es limpio para los limpios.

El Señor, en efecto, no vino a curar solamente los cuerpos, sino también para conducir el alma a la filosofía. Y así como en otra parte afirma que en adelante no está ya prohibido comer sin lavarse las manos —sentando aquella óptima ley relativa a la indiferencia de los alimentos—, así actúa también en este lugar enseñándonos que lo importante es cuidar del alma y, sin hacer caso de las purificaciones externas, mantener el alma bien limpia, no temiendo otra lepra que la lepra del alma, es decir, el pecado. Jesús es el primero que toca a un leproso y nadie se lo reprocha.

Y es que aquel tribunal no estaba corrompido ni los espectadores estaban trabajados por la envidia. Por eso, no sólo no lo calumniaron, sino que, maravillados ante semejante milagro, se retiraron adorando su poder invencible, patentizado en sus palabras y en sus obras.

Habiéndole, pues, curado el cuerpo, mandó el Señor al leproso que no lo dijera a nadie, sino que se presentase al sacerdote y ofreciera lo prescrito en la ley. Y no es que lo curase de modo que pudiera subsistir duda alguna sobre su cabal curación: pero lo encargó severamente no decirlo a nadie, para enseñarnos a no buscar la ostentación y la vanagloria. Ciertamente él sabía que el leproso no se iba a callar y que había de hacerse lenguas de su bienhechor; hizo, sin embargo, lo que estaba en su mano.

En otra ocasión, Jesús mandó que no exaltaran su persona, sino que dieran gloria a Dios; en la persona de este leproso quiere exhortarnos el Señor a que seamos humildes y que huyamos la vanagloria; en la persona de aquel otro leproso, por lo contrario, nos exhorta a ser agradecidos y no echar en olvido los beneficios recibidos. Y en cualquier caso, nos enseña a canalizar hacia Dios toda alabanza.

 

RESPONSORIO                    Sal 37, 4.3; Jer 17,14
 
R./ No hay parte ilesa en mi carne a causa de tu furor; no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados. * Cúrame, Señor, y quedaré curado; ponme a salvo y a salvo quedaré.
V./ Tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí.
R./ Cúrame, Señor, y quedaré curado; ponme a salvo y a salvo quedaré.
 


Ciclo C: Lc 6, 17.20-26

HOMILÍA

San Cromacio de Aquileya, Sermón 39 (SC 164, 216-220)

Hemos de trabajar por la paz, para que se nos llame
«los hijos de Dios»

Cuando nuestro Señor y Salvador recorría numerosas ciudades y regiones, predicando y curando todas las enfermedades y todas las dolencias, al ver el gentío –como nos refiere la lectura que acabamos de oír– subió a la montaña. Con razón el Dios Altísimo sube a una altura, para allí predicar sublimes doctrinas a hombres deseosos de escalar las más sublimes virtudes.

Y es justo que la ley nueva se predique en una montaña, ya que la ley de Moisés fue dada en un monte. Esta consta de diez preceptos, destinados a iluminar y reglamentar la vida presente; aquélla consta de ocho bienaventuranzas, ya que conduce a sus seguidores a la vida eterna y a la patria celestial.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Por tanto, los sufridos han de ser de carácter tranquilo y sinceros de corazón. Que su mérito no es irrelevante lo evidencia el Señor, cuando añade: Porque ellos heredarán la tierra. Se refiere a aquella tierra de la que está escrito: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Así pues, heredar esa tierra equivale a heredar la inmortalidad del cuerpo y la gloria de la resurrección eterna.

La mansedumbre no sabe de soberbia, ignora la jactancia, desconoce la ambición. Por eso, no sin razón exhorta en otro lugar el Señor a sus discípulos, diciendo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. No los que deploran la pérdida de seres queridos, sino los que lloran los propios pecados, los que con lágrimas lavan sus delitos; o también los que lamentan la iniquidad de este mundo o lloran los pecados ajenos.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los hijos de Dios». Fíjate en el inmenso mérito de los que trabajan por la paz, pues ya no son llamados siervos, sino «los hijos de Dios». Y no sin razón, pues quien ama la paz, ama a Cristo, el autor de la paz, a quien el apóstol Pablo llamó «paz», cuando dijo: El es nuestra paz. En cambio, quien no ama la paz, propugna la discordia, pues ama al diablo que es el autor de la discordia. En efecto, él fue el primero en sembrar la discordia entre Dios y el hombre, pues arrastró al hombre a la transgresión del precepto de Dios. Y si el Hijo de Dios bajó del cielo, fue justamente para condenar al diablo, autor de la discordia, y hacer las paces entre Dios y el hombre, reconciliando al hombre con Dios y devolviendo al hombre el favor divino. Por lo cual, hemos de trabajar por la paz, para merecer ser llamados «los hijos de Dios», ya que sin la paz no sólo perdemos el nombre de hijos, sino el mismo nombre de siervo, pues dice el Apóstol: Buscad la paz, sin la cual nadie puede agradar a Dios.

 

RESPONSORIO                    Mt 5, 9.12
 
R./ Bienaventurados los que trabajan por la paz, * porque serán llamados hijos de Dios.
V./ Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en cielo.
R./ Porque serán llamados hijos de Dios.