3. TIEMPO ORDINARIO


DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA
 
De la carta a los Romanos 4, 1-25
 
Abrahán, justificado por la fe
 
Veamos el caso de Abrahán, antepasado de nuestra raza. ¿Aceptó Dios a Abrahán por sus obras? Si es así, tiene de qué estar orgulloso; pero de hecho, delante de Dios no tiene de qué. A ver, ¿qué dice la Escritura?: «Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber».
 
Pues bien, a uno que hace un trabajo, el jornal no se le cuenta como un favor, sino como algo debido; en cambio, a éste que no hace ningún trabajo, pero tiene fe en que Dios absuelve al culpable, esa fe se le cuenta en su haber.
 
También David llama dichoso al que Dios cuenta como inocente, prescindiendo de sus obras: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito».
 
Ahora bien: esta bienaventuranza ¿se refiere sólo al circunciso o también al no circunciso? Hemos quedado en que «la fe de Abrahán se le contó en su haber», pero ¿cuándo se le contó: antes o después de circuncidarse? Antes, no después, y la circuncisión se le dio como señal, como sello de la justificación obtenida por la fe antes de estar circuncidado; así es padre de todos los no circuncisos que creen, contándoseles también a ellos en su haber, y al mismo tiempo de todos los circuncisos que, además de estar circuncidados, siguen las huellas de la fe que tuvo nuestro padre Abrahán antes de circuncidarse.
 
No fue la observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Además, si el ser herederos dependiera de observar la ley, la fe quedaría sin contenido y la promesa anulada, porque la ley no trae más que reprobación; en cambio, donde no hay ley no hay violación posible.
 
Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia: así la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así lo dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos».
 
Al encontrarse con Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia». No vaciló en la fe aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto –tenía unos cien años- y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte por la gloria dada a Dios al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual se le contó en su haber. Y no sólo por él está escrito: «Sede contó», sino también por nosotros, a quienes se contará si creemos en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
 
RESPONSORIO                    Heb 11,17.19; Rom 4,17
 
R./ Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia». * Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos.
V./ La promesa está asegurada ante aquel en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe.
R./ Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos.
 
 
SEGUNDA LECTURA
 
Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 7: PG 14, 981-985)
 
Abrahán creyó en lo que había de venir, nosotros creemos
en lo que ya ha venido
 
Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber. No escribió esto Moisés para que lo leyera Abrahán, que hacía tiempo estaba muerto, sino para que, de su lectura, sacáramos nosotros provecho para nuestra fe, en la convicción de que si creemos en Dios como él creyó, también a nosotros se nos contará en nuestro haber, a nosotros que creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesucristo. Veamos por qué, al confrontar nuestra fe con la de Abrahán, saca Pablo a colación el tema de la resurrección.
 
¿Es que Abrahán creyó en el que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, cuando Jesús todavía no había resucitado de entre los muertos? Quisiera ahora considerar qué es lo que pensaba Pablo al prometernos que así como al creyente Abrahán la fe se le contó en su haber, así también a nosotros se nos contará si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús.
 
Cuando le fue ordenado sacrificar a su hijo único, Abrahán creyó que Dios era capaz de resucitarlo de entre los muertos; creyó asimismo que aquel asunto no concernía únicamente a Isaac, sino que la plena realización del misterio estaba reservada a su posteridad, es decir, a Jesús. Por eso, ofrecía gozoso a su único hijo, porque en este acto veía no la extinción de su posteridad, sino la reparación del mundo y la renovación de todo el género humano, que se llevó a cabo por la resurrección del Señor. Por eso dice de él el Señor: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando en ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría.
 
Consideradas así las cosas, se ve muy.oportuna la comparación entre la fe de Abrahán y la de quienes creen en aquel que resucitó al Señor Jesús; pues lo que él creyó que había de venir, eso es lo que nosotros creemos ya venido.
 
RESPONSORIO                    Rom 4,20-21.18
 
R./ Ante la promesa divina no cedió a la incredulidad, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, * pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete.
V./ Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos.
R./ Pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete.
 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.


 
EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 
EVANGELIO

Ciclo A: In 11 29-34.

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 2: PG 73, 191-194)

Aquel Cordero, aquella víctima inmaculada, fue llevado al
matadero por todos nosotros

Hemos de explicar quién es ése que está ya presente, y cuáles fueron las motivaciones que indujeron a bajar hasta nosotros al que vino del cielo. Dice en efecto: Este es el Cordero de Dios, Cordero que el profeta Isaías nos había predicho, diciendo: Como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía. Cordero prefigurado ya antes por la ley de Moisés. Sólo que entonces la salvación era parcial y no derramaba sobre todos su misericordia: se trataba de un tipo y una sombra. Ahora, en cambio, aquel cordero, enigmáticamente en otro tiempo prefigurado, aquella víctima inmaculada, es llevada por todos al matadero, para que quite el pecado del mundo, para derribar al exterminador de la tierra, para abolir la muerte muriendo por todos nosotros, para cancelar la maldición que pesaba sobre la humanidad, para anular finalmente la vieja condena: Eres polvo y al polvo volverás, para que sea él el segundo Adán, no de la tierra, sino del cielo, y se convierta en origen de todo el bien de la naturaleza humana, en solución de la muerte introducida en el mundo, en mediador de la vida eterna, en causa del retorno a Dios, en principio de la piedad y de la justicia, en camino, finalmente, para el reino de los cielos.

Y en verdad, un solo cordero murió por todos, preservando así toda la grey de los hombres para Dios Padre: uno por todos, para someternos todos a Dios; uno por todos, para ganarlos a todos; en fin, para que todos no vivan ya para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

Estando efectivamente implicados en multitud de pecados y siendo, en consecuencia, esclavos de la muerte y de la corrupción, el Padre entregó a su Hijo en rescate por nosotros, uno por todos, porque todos subsisten en él y él es mejor que todos. Uno ha muerto por todos, para que todos vivamos en él.

La muerte que absorbió al Cordero degollado por nosotros, también en él y con él se vio precisada a devolvernos a todos la vida. Todos nosotros estábamos en Cristo, que por nosotros y para nosotros murió y resucitó. Abolido, en efecto, el pecado, ¿quién podía impedir que fuera asimismo abolida por él la muerte, consecuencia del pecado? Muerta la raíz, ¿cómo puede salvarse el tallo? Muerto el pecado, ¿qué justificación le queda a la muerte? Por tanto, exultantes de legítima alegría por la muerte del Cordero de Dios, lancemos el reto: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, infierno, tu aguijón?

Como en cierto lugar cantó el salmista: A la maldad se le tapa la boca, y en adelante no podrá ya seguir acusando a los que pecan por fragilidad, porque Dios es el que justifica. Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito, para que nosotros nos veamos libres de la maldición del pecado.

 

RESPONSORIO                    Ex 12, 5.6.13; 1Pe 1, 18.19
 
R./ Vuestro cordero sea sin defecto; toda la asamblea de Israel lo inmolará al atardecer. * La sangre en vuestras casas será la señal: para vosotros no existirá flagelo de exterminio.
V./ Fuisteis liberados con la sangre preciosa de Cristo, como la de un cordero sin defecto y sin mancha.
R./ La sangre en vuestras casas será la señal: para vosotros no existirá flagelo de exterminio.
 


Ciclo B: Jn
1,35-42

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 18, 41-43: PL 15, 1542-1544)

El que busca a Cristo, busca también su tribulación y
no rehúye la pasión

Dice la Sabiduría: Me buscarán los malos y no me encontrarán. Y no es que el Señor rehusara ser hallado por los hombres, él que se ofrecía a todos, incluso a los que no le buscaban, sino porque era buscado con acciones tales, que los hacía indignos de encontrarlo. Por lo demás, Simeón, que lo aguardaba, lo encontró.

Lo encontró Andrés y dijo a Simón: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). También Felipe dice a Natanael: Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret. Y con el fin de mostrarle cuál es el camino para encontrar a Jesús, le dice: Ven y verás. Así pues, quien busca a Cristo, acuda no con pasos corporales, sino con la disposición del alma; que lo vea no con los ojos de la cara, sino con los interiores del corazón. Pues al Eterno no se le ve con los ojos de la cara, ya que lo que se ve es temporal; lo que no se ve, es eterno.

Y Cristo no es temporal, sino nacido del Padre antes de los tiempos, como Dios que es y verdadero Hijo de Dios; y como poder sempiterno y supratemporal, al que ningún límite temporal es capaz de circunscribir; como vida metatemporal, a quien jamás podrá sorprenderle el día de la muerte. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.

¿Oyes lo que dice el Apóstol? Al pecado —dice— murió de una vez para siempre. Una vez murió Cristo por ti, pecador: no vuelvas a pecar después del bautismo. Murió una vez por toda la colectividad, y una vez —y no frecuentemente— muere por cada individuo en particular. Eres pecado, oh hombre: por eso el Padre todopoderoso hizo a su Cristo pecado. Lo hizo hombre para que cargara con nuestros pecados. Por mí, pues, murió el Señor Jesús al pecado: para que nosotros, por su medio, obtuviéramos la justificación de Dios. Por mí murió, para resucitar por mí. Murió una vez y una vez resucitó. Y tú has muerto con él, con él has sido sepultado, y con él, en el bautismo, has resucitado: cuida de que, pues has muerto una vez, no vuelvas a morir más. En adelante, ya no morirás al pecado, sino al perdón: no sea que habiendo resucitado, mueras por segunda vez. Pues Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. ¿Es que la muerte le había dominado? Sí, puesto que al decir: la muerte ya no tiene dominio sobre él, muestra el dominio de la muerte. ¡No eches a perder este beneficio, oh hombre! Por ti Cristo se sometió al dominio de la muerte, a fin de liberarte del yugo de su dominación. El acató la servidumbre de la muerte, para otorgarte la libertad de la vida eterna.

Por tanto, el que busca a Cristo, busca también su tribulación y no rehúye la pasión. En el peligro grité al Señor, y me escuchó poniéndome a salvo. Buena es, pues, la tribulación que nos hace dignos de que el Señor nos escuche poniéndonos a salvo. Ser escuchado por el Señor es ya una gracia. Por eso, quien busca a Cristo, no rehúye la tribulación; quien no la rehúye, es hallado por el Señor. Y no la rehúye quien medita los mandatos del Señor con la adhesión cordial y con las obras.

 

RESPONSORIO                    1 Pe 2, 21; Is 53, 4
 
R./ Cristo padeció por vosotros * dejándoos un ejemplo, para que sigáis sus huellas.
V./ Él cargo sobre sí nuestros sufrimientos y sobre sus espaldas nuestros dolores.
R./ Dejándoos un ejemplo, para que sigáis sus huellas.
 


Ciclo C: Jn 2,1-12

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 2: PG 73, 223-226)

Cristo santifica, con su presencia, la fuente misma de la
generación humana

Oportunamente comienza Cristo a realizar milagros, aun cuando la ocasión de iniciar su obra de taumaturgo parezca ofrecida por circunstancias casuales. Pues como se celebraban unas bodas —castas y honestas bodas, es verdad—, a las que está presente la madre del Salvador, vino también él con sus discípulos aceptando una invitación, no tanto para participar en el banquete, cuanto por hacer el milagro, y de esta forma santificar la fuente misma de la generación humana, en lo que concierne sobre todo a la carne.

Era efectivamente muy conveniente que quien venía a renovar la misma naturaleza humana y a reconducirla en su totalidad a un nivel más elevado, no se limitara a impartir su bendición a los que ya habían nacido, sino que preparase la gracia también para aquellos que habían de nacer, santificando su nacimiento. Con su presencia cohonestó las nupcias, él que es el gozo y la alegría de todos, para alejar del alumbramiento la inveterada tristeza. El que es de Cristo es una criatura nueva. Y Pablo insiste: Lo antiguo ha cesado, lo nuevo ha comenzado. Vino, pues, con sus discípulos a las bodas. Convenía, en efecto, que acompañasen al taumaturgo los que tan aficionados a lo maravilloso eran, para que recogieran como alimento de su fe la experiencia del portento.

En eso, comienza a faltar el vino de los convidados, y su madre le ruega quiera poner en juego su acostumbrada bondad y benignidad. Le dice: No les queda vino. Le exhorta a realizar el milagro, dando por supuesto que tiene el poder de hacer cuanto quisiera.

Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Respuesta del Salvador perfectamente calculada. Pues no era oportuno que Jesús se apresurara a realizar milagros ni que espontáneamente se ofreciera a hacerlos, sino que el milagro debería ser fruto de la condescendencia a una petición, teniendo en cuenta, al conceder la gracia, más la utilidad real, que la admiración de los espectadores. Además, las cosas deseadas resultan más gratas, si no se conceden inmediatamente. De esta suerte, al ser diferida un tanto la concesión, la esperanza sublima la petición. Por otra parte, Cristo nos demostró con su ejemplo el gran respeto que se debe a los padres, al acceder, en atención a su madre, a hacer lo que hacer no quería.

 

RESPONSORIO                    Is 43, 19; 2 Cor 5, 17
 
R./ He aquí que hago nuevas todas las cosas * precisamente ahora germinan, ¿no os dais cuenta?
V./ Si uno está en Cristo es una criatura nueva; las cosas viejas han pasado, he aquí que está naciendo las nuevas.
R./ Precisamente ahora germinan, ¿no os dais cuenta?