Domingo después del 6 de enero

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Fiesta


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 3, 13-17

HOMILÍA

San Gregorio de Neocesarea, Homilía 4 [atribuida], en la santa Teofanía (PG 10, 1182-1183)

Vino a nosotros el que es el esplendor
de la gloria del Padre

Estando tú presente, me es imposible callar, pues yo soy la voz, y precisamente la voz que grita en el desierto: preparad el camino del Señor. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Al nacer, yo hice fecunda la esterilidad de la madre que me engendró, y, cuando todavía era un niño, procuré medicina a la mudez de mi padre, recibiendo de ti, niño, la gracia de hacer milagros.

Por tu parte, nacido de María la Virgen según quisiste y de la manera que tú solo conociste, no menoscabaste su virginidad, sino que la preservaste y se la regalaste junto con el apelativo de Madre. Ni la virginidad obstaculizó tu nacimiento ni el nacimiento lesionó la virginidad, sino que ambas realidades: nacimiento y virginidad —realidades contradictorias si las hay—, firmaron un pacto, porque para ti, Creador de la naturaleza, esto es fácil y hacedero.

Yo soy solamente hombre, partícipe de la gracia divina; tú, en cambio, eres a la vez Dios y hombre, pues eres benigno y amas con locura el género humano. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Tú que eras al principio, y estabas junto a Dios y eras Dios mismo; tú que eres el esplendor de la gloria del Padre; tú que eres la imagen perfecta del padre perfecto; tú que eres la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo; tú que para estar en el mundo viniste donde ya estabas; tú que te hiciste carne sin convertirte en carne; tú que acampaste entre nosotros y te hiciste visible a tus siervos en la condición de esclavo; tú que, con tu santo nombre como con un puente, uniste el cielo y la tierra: ¿tú acudes a mí? ¿Tú, tan grande, a un hombre como yo?, ¿el Rey al precursor?, ¿el Señor al siervo? Pues aunque tú no te hayas avergonzado de nacer en las humildes condiciones de la humanidad, yo no puedo traspasar los límites de la naturaleza. Tengo conciencia del abismo que separa la tierra del Creador. Conozco la diferencia existente entre el polvo de la tierra y el Hacedor. Soy consciente de que la claridad de tu sol de justicia me supera con mucho a mí, que soy la lámpara de tu gracia. Y aun cuando estés revestido de la blanca nube del cuerpo, reconozco no obstante tu dominación. Confieso mi condición servil y proclamo tu magnificencia. Reconozco la perfección de tu dominio, y conozco mi propia abyección y vileza. No soy digno de desatar la correa de tu sandalia; ¿cómo, pues, voy a atreverme a tocar la inmaculada coronilla de tu cabeza? ¿Cómo voy a extender sobre ti mi mano derecha, sobre ti que extendiste los cielos como una tienda y cimentaste sobre las aguas la tierra? ¿Cómo abriré mi mano de siervo sobre tu divina cabeza? ¿Cómo lavar al inmaculado y exento de todo pecado? ¿Cómo iluminar a la misma luz? ¿Qué oración pronunciaré sobre ti, sobre ti que acoges incluso las plegarias de los que no te conocen?

 

RESPONSORIO                     Mt 3, 16-17; Lc 3, 22
 
R./ Hoy, en el Jordán, apenas bautizado el Señor, se abrieron los cielos y él vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él. Y la voz del Padre dijo: * Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
V./ Bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como de paloma; y vino sobre él una voz del cielo:
R./ Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
 


Ciclo B: Mc
1, 6b-11

HOMILIA

San Gregorio de Antioquía, Homilía 2 en el Bautismo de Cristo (5.6.9.10: PG 88, 1875-1879.1882-1883)

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Éste es el que sin abandonar mi seno, entró en el seno de María; el que inseparablemente permaneció en mí y en ella habitó no circunscrito; el que indivisiblemente está en los cielos, y moró en el seno de la Virgen inmaculada.

No es uno mi Hijo y otro el hijo de María; no es uno el que yació en la gruta y otro el que fue adorado por los Magos; no es uno el que fue bautizado y otro distinto el exento de bautismo. Sino: éste es mi Hijo; el mismo en quien la mente piensa y contemplan los ojos; el mismo invisible en sí y visto por vosotros; sempiterno y temporal; el mismo que, siéndome consustancial por su divinidad, es consustancial a vosotros por su humanidad en todo, menos en el pecado.

Este es mi Mediador y el de sus hermanos, ya que por sí mismo reconcilia conmigo a los que habían pecado. Este es mi Hijo y cordero, sacerdote y víctima: es al mismo tiempo oferente y oblación, el que se convierte en sacrificio y el que lo recibe.

Este es el testimonio que dio el Padre de su Unigénito al bautizarse en el Jordán. Y cuando Cristo se transfiguró en el monte delante de sus discípulos y su rostro desprendía una luminosidad tal que eclipsaba los rayos del sol, también entonces se volvió a oír aquella voz: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.

Si dijera: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, escuchadlo. Si dijera: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, escuchadlo porque dice la verdad. Si dijera: El Padre que me ha enviado es más que yo, inscribid esta manera de hablar en la economía de su condescendencia. Si dijera: Esto es mi cuerpo que se reparte entre vosotros para el perdón de los pecados, contemplad el cuerpo que él os muestra, contemplad el cuerpo que, tomado de vosotros, se ha convertido en su propio cuerpo, cuerpo destrozado por vosotros. Si dijera: Esta es mi sangre, pensad en la sangre del que habla con vosotros, no en la sangre de otro cualquiera.

Dios nos ha llamado a la paz y no a la discordia. Permanezcamos en nuestra vocación. Estemos con reverente temor en torno a la mística mesa, en la cual participamos de los misterios celestes. Guardémonos de ser al mismo tiempo comensales y mutuamente intrigantes; unidos en el altar por la comunión y sorprendidos fuera en flagrante delito de discordia. No sea que el Señor tenga que decir también de nosotros: «Hijos engendré y elevé y con mi carne los alimenté, pero ellos renegaron de mí».

Quiera el Salvador del mundo y Autor de la paz reunir en la tranquilidad a sus iglesias; conservar a este su santo rebaño. Que él proteja al pastor de la grey; que reúna en su aprisco a las ovejas descarriadas, de modo que no haya más que una grey y un solo redil. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                     Jn 1, 32. 34. 33
 
R./ He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. * Yo he visto y doy testimonio que éste es el Hijo de Dios.
V./ El que me envió a bautizar con agua, me dijo: El hombre sobre quien veas bajar y quedarse el Espíritu es el que bautiza con Espíritu Santo.
R./ Yo he visto y doy testimonio que éste es el Hijo de Dios.
 


Ciclo C: Lc 3, 15-16.21-22

HOMILÍA

San Hipólito de Roma, Sermón [atribuido] en la santa Teofanía (PG 10, 858-859)

¡Venid al bautismo de la inmortalidad!

Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. ¿No ves cuántos y cuán grandes bienes hubiéramos perdido si el Señor hubiese cedido a la disuasión de Juan y no hubiera recibido el bautismo? Hasta el momento los cielos estaban cerrados e inaccesibles las empíreas regiones. Habíamos descendido a las regiones inferiores y éramos incapaces de remontarnos nuevamente a las regiones superiores. ¿Pero es que sólo se bautizó el Señor? Renovó también el hombre viejo y volvió a hacerle entrega del cetro de la adopción. Pues al punto se le abrió el cielo. Se ha efectuado la reconciliación de lo visible con lo invisible; las jerarquías celestes se llenaron de alegría; sanaron en la tierra las enfermedades; lo que estaba escondido se hizo patente; los que militaban en las filas de los enemigos, se hicieron amigos.

Has oído decir al evangelista: Se le abrió el cielo. A causa de estas tres maravillas: porque habiendo sido bautizado Cristo, el Esposo, era indispensable que se le abrieran las espléndidas puertas del tálamo celeste; asimismo era necesario que se alzaran los celestes dinteles al descender el Espíritu Santo en forma de paloma y dejarse oír por doquier la voz del Padre. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible. Éste es mi Hijo amado que apareció aquí abajo, pero sin separarse del seno del Padre: apareció y no apareció. Una cosa es lo que apareció, porque –según las apariencias– el que bautiza es superior al bautizado. Por eso el padre hizo descender sobre el bautizado el Espíritu Santo. Y así como en el arca de Noé el amor de Dios al hombre estuvo simbolizado por la paloma, así también ahora el Espíritu, bajando en forma de paloma cual portadora del fruto del olivo, se posó sobre aquel que así era testimoniado. ¿Por qué? Para dejar también constancia de la certeza y solidez de la voz del Padre y robustecer la fe en las predicciones proféticas hechas con mucha anterioridad. ¿Cuáles? La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. ¿Qué voz? Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Este es el que se llamó hijo de José y es mi Unigénito según la esencia divina.

Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar la cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.

Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.

El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu; y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible.

Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la generación del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.

Por lo cual, grito con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. A vosotros que todavía vivís en las tinieblas de la ignorancia, os traigo el fausto anuncio de la vida. Venid de la servidumbre a la libertad, de la tiranía al reino, de la corrupción a la incorrupción. Pero me preguntaréis: ¿Cómo hemos de ir? ¿Cómo? Por el agua y el Espíritu Santo. Esta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el Paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.

 

RESPONSORIO                     Cf. Mt 3, 16-17
 
R./ El Espíritu de Dios apareció en forma de paloma, y he aquí una voz del cielo: * Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
V./ Se abrieron los cielos sobre él y la voz del Padre dijo:
R./ Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.