DOMINGO III DE ADVIENTO

Si este domingo coincide con el día 17 de diciembre, la primera y la segunda lecturas se toman del día 17; el evangelio y la homilía son los propios del domingo III.

 

 PRIMERA LECTURA

 Del libro de Rut 4, 1-22

 La boda

 Booz fue a la plaza del pueblo y se sentó allí. En aquel momento pasaba por allí el pariente del que había hablado Booz. Lo llamó:

 —Oye, ven y siéntate aquí.

 El otro llegó y se sentó.

 Booz reunió a diez concejales y les dijo:

 Sentaos aquí.

 Y se sentaron.

 Entonces Booz dijo al otro:

 Mira, la tierra que era de nuestro pariente Elimélec la pone en venta Noemí, la que volvió de la campiña de Moab. He querido ponerte al tanto y decirte: «mprala ante los aquí presentes, los concejales, si es que quieres rescatarla, y si no, házmelo saber; porque tú eres el primero con derecho a rescatarla y yo vengo después de ti».

 El otro dijo:

 –La compro.

 Booz prosiguió:

 –Al comprarle esa tierra a Noemí adquieres también a Rut, la moabita, esposa del difunto, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad.

 Entonces el otro dijo:

 —No puedo hacerlo, porque perjudicaría a mis herederos. Te cedo mi derecho; a mí no me es posible.

 Antiguamente había esta costumbre en Israel, cuando se trataba de rescate o de permuta: para cerrar el trato se quitaba uno la sandalia y se la daba al otro. Así se hacían los tratos en Israel.

 Así que el otro dijo a Booz:

 Cómpralo tú.

 Se quitó la sandalia y se la dio. Y entonces Booz dijo a los concejales y a la gente:

 —Os tomo hoy por testigos de que adquiero todas las posesiones de Elimélec, Kilión y Majlón, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad, para que no desaparezca el apellido del difunto entre sus parientes y paisanos. ¿Sois testigos?

 Todos los allí presentes respondieron:

 —Somos testigos.

 Y los concejales añadieron:

 —¡Que a la mujer que va a entrar en tu casa la haga el Señor como Raquel y Lía, las dos que construyeron la casa de Israel! ¡Que tenga riqueza en Efrata y renombre en Belén! ¡Que por los hijos que el Señor te dé de esta joven tu casa sea como la de Fares, el hijo que Tamar dio a Judá!

 Así fue como Booz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diera a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí:

 —Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.

 Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo:

 —¡Noemí ha tenido un niño!

 Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.

 Lista de los descendientes de Fares: Fares engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró a Booz, Booz engendró a Obed, Obed engendró a Jesé y Jesé engendró a David.

 

RESPONSORIO

R./ Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. * Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

V./ Le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo.

R./ Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

 

SEGUNDA LECTURA

 

San Agustín, obispo, Comentario sobre los salmos (Sal 118, 81; Sermón 20,1)

 

Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra (Sal 118, 81). Bueno es este consumirse, pues indica deseo del bien que aún no se ha conseguido pero la anhela avidísima y vehementísimamente. ¿Y quién dice esto? El linaje elegido, el sacerdocio real, la gente santa, el pueblo de adquisición (1Pe 2,9); y lo dice desde el origen del género humano hasta el fin de los siglos, en aquellos que en su respectivo tiempo vivieron, viven y vivirán aquí deseando el cielo.

Testigo de esto es el anciano Simeón, el cual, habiendo tomado en sus manos al Señor siendo niño, dijo: Ahora, Señor, puedes según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación (Lc 2,29-30). Dios lo había vaticinado que no moriría antes de ver al Cristo Señor (cf. Lc 2,26). El mismo deseo que tuvo este anciano ha de creerse que lo tuvieron todos los santos de los tiempos pasados. De aquí que el mismo Señor dijo a sus discípulos: Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron (Mt 13,17); de suerte que también de ellos es esta voz: Me consumo ansiando tu salvación.

Luego ni entonces cesó este deseo de los santos, ni cesa ahora hasta el fin de los siglos en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, hasta tanto que venga el Deseado de todas las gentes (Ag 2,8 vulg), como se prometió por el profeta Ageo. Por esto dice el apóstol: Solo me resta la corona de justicia, la cual me dará el Señor, justo juez, en aquel día; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su manifestación (2Tim 4,8). Así, pues, este deseo del que ahora tratamos procede del amor de su manifestación, de la cual dice a sí mismo: Cuando aparezca Cristo, nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en la gloria (Col 3,4). Luego en los primeros tiempos de la Iglesia, antes del parto de la Virgen, hubo santos que desearon la venida de su encarnación, y en los tiempos actuales, contados a partir desde que subió al cielo, hay santos que anhelan su manifestación o aparición, en la que ha de juzgar a los vivos y a los muertos.

Este deseo de la Iglesia no ha cesado ni por un momento desde el principio de los siglos, ni cesará hasta el fin de ellos, fuera del tiempo en que el Verbo, hecho hombre, permaneció en este mundo tratando con sus discípulos. Por eso, en las palabras del salmo, se oye la voz de todo el cuerpo de Cristo que gime en este mundo: Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra. Esta palabra es la promesa. Y es esta la esperanza que hace aguardar con paciencia lo que los creyentes no ven todavía.

 

RESPONSORIO

 R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz, y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * el Señor será rey sobre toda la tierra.

V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.

R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.

 (o bien)

 San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 802-803)

 Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera

 Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera. La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando añade: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.

 Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente, los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro Salvador.

 Podríamos decir que en otro tiempo a los hombres les estaba vedado el acceso a una vida eximia, y poco trillado el sendero del comportamiento evangélico, pues su alma era prisionera de las apetencias mundanas y terrenas y estaba sometida a los impulsos impulsos nefandos de la carne. Mas una vez que se hizo hombre y carne como dice la Escritura, en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas pronunciadas, sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.

 Se ha enderezado lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará —dice— la gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del Señor. ¿Pero por qué razones o de qué manera dice que va a revelarse la gloria de Dios? Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. El es el Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria, gloria que antes no conocíamos, cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.

 Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como salvador y redentor. No pudiendo la ley llevar nada a la perfección y como los sacrificios rituales eran incapaces dé purificar los pecados, en Cristo llegamos a la perfección y, libres de toda mancha, se nos hace el honor del espíritu de adopción. Esta gracia que tenemos en Cristo, en cuanto a la finalidad y a la voluntad del depositario, tiene la intención de difundirse a toda carne, es decir, a todos los hombres.

 

RESPONSORIO                    Cf. Za 14, 5. 8. 9

R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * El Señor será rey sobre toda la tierra.

V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.

R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.

 

ORACIÓN

Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


Ciclo A:
Mt 11, 2-11

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Exposición sobre el evangelio de san Lucas (Lib 5, 93-95.99-102.109: CCL 14, 165-166.167-168.171-177)

¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». No es sencilla la comprensión de estas sencillas palabras, o de lo contrario este texto estaría en contradicción con lo dicho anteriormente. ¿Cómo, en efecto, puede Juan afirmar aquí que desconoce a quien anteriormente había reconocido por revelación de Dios Padre? ¿Cómo es que entonces conoció al que previamente desconocía mientras que ahora parece desconocer al que ya antes conocía? Yo —dice— no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu Santo...». Y Juan dio fe al oráculo, reconoció al revelado, adoró al bautizado y profetizó al enviado Y concluye: Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el elegido de Dios. ¿Cómo, pues, aceptar siquiera la posibilidad de que un profeta tan grande haya podido equivocarse, hasta el punto de no considerar aún como Hijo de Dios a aquel de quien había afirmado: Éste es el que quita el pecado del mundo?

Así pues, ya que la interpretación literal es contradictoria, busquemos el sentido espiritual. Juan –lo hemos dicho ya– era tipo de la ley, precursora de Cristo. Y es correcto afirmar que la ley –aherrojada materialmente como estaba en los corazones de los sin fe, como en cárceles privadas de la luz eterna, y constreñida por entrañas fecundas en sufrimientos e insensatez– era incapaz de llevar a pleno cumplimiento el testimonio de la divina economía sin la garantía del evangelio. Por eso, envía Juan a Cristo dos de sus discípulos, para conseguir un suplemento de sabiduría, dado que Cristo es la plenitud de la ley.

Además, sabiendo el Señor que nadie puede tener una fe plena sin el evangelio —ya que si la fe comienza en el antiguo Testamento no se consuma sino en el nuevo—, a la pregunta sobre su propia identidad, responde no con palabras, sino con hechos. Id —dice a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. Y sin embargo, estos ejemplos aducidos por el Señor no son aún los definitivos: la plenificación de la fe es la cruz del Señor, su muerte, su sepultura. Por eso, completa sus anteriores afirmaciones añadiendo: ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí! Es verdad que la cruz se presta a ser motivo de escándalo incluso para los elegidos, pero no lo es menos que no existe mayor testimonio de una persona divina, nada hay más sobrehumano que la íntegra oblación de uno solo por la salvación del mundo; este solo hecho lo acredita plenamente como Señor. Por lo demás, así es cómo Juan lo designa: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. En realidad, esta respuesta no va únicamente dirigida a aquellos dos hombres, discípulos de Juan: va dirigida a todos nosotros, para que creamos en Cristo en base a los hechos.

Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Pero, ¿cómo es que querían ver a Juan en el desierto, si estaba encerrado en la cárcel? El Señor propone a nuestra imitación a aquel que le había preparado el camino no sólo precediéndolo en el nacimiento según la carne y anunciándolo con la fe, sino también anticipándosele con su gloriosa pasión. Más que profeta, sí, ya que es él quien cierra la serie de los profetas; más que profeta, ya que muchos desearon ver a quien éste profetizó, a quien éste contempló, a quien éste bautizó.

 

RESPONSORIO                    Is 35, 4-6; Mt 11,5
 
R./ Dios viene a salvarnos; entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos. * Entonces el cojo saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo.
V./ Los ciegos recuperan la vista, los tullidos caminan, los leprosos son curados, los sordos oyen.
R./ Entonces el cojo saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo.
 


Ciclo B:
Jn 1, 6-8.19-28

HOMILÍA

Ruperto de Deutz, Tratado sobre las obras del Espíritu Santo (Lib III, cap 3: SC 165, 26-28)

En medio de vosotros hay uno que no conocéis

El bautismo de Juan es el bautismo del siervo; el bautismo de Cristo es el bautismo del Señor. El bautismo de Juan es un bautismo de conversión; el bautismo de Cristo es un bautismo para el perdón de los pecados. Mediante el bautismo de Juan, Cristo fue manifestado; mediante su propio bautismo, es decir, mediante su pasión, Cristo fue glorificado. Juan habla así de su bautismo: Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. Por lo que a Cristo se refiere, una vez recibido el bautismo de Juan, habla así de su bautismo: Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! Finalmente, mediante el bautismo de Juan el pueblo se preparaba para el bautismo de Cristo; mediante el bautismo de Cristo el pueblo se capacita para el reino de Dios.

No cabe duda de que los que fueron bautizados con el bautismo de Juan –de Juan que decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después–, y salieron de esta vida antes de la pasión de Cristo, una vez que Cristo fue bautizado en su pasión, fueron absueltos de sus pecados por graves que fueran, entraron con él en el paraíso y con él vieron el reino de Dios. En cambio, los que despreciaron el plan de Dios para con ellos y, sin haber recibido el bautismo de Juan, abandonaron la luz de esta vida antes del susodicho bautismo de la pasión de Cristo, de nada les sirvió el antiguo remedio de la circuncisión; como tampoco les aprovechó la pasión de Cristo ni fueron sacados del infierno, porque no pertenecían al número de aquellos de quienes decía Cristo: Y por ellos me consagro yo.

Por otra parte, tampoco conviene olvidar que quienes recibieron el bautismo de Juan y sobrevivieron al momento en que, glorificado Jesús, fue predicado el evangelio de su bautismo, si no lo recibieron, si no juzgaron necesario ser bautizados con su bautismo, de nada les valió el haber recibido el bautismo de Juan. Consciente de ello el apóstol Pablo, habiendo encontrado unos discípulos, les preguntó: ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Y de nuevo: Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido? –se sobreentiende: si ni siquiera habéis oído hablar de un Espíritu Santo—, respondiendo ellos: El bautismo de Juan, les dijo: El bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después, es decir, en Jesús. Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo.

¡Qué enorme diferencia entre el bautismo del siervo, en el que ni mención se hacía del Espíritu Santo, y el bautismo del Señor que no se confiere sino en el nombre del Espíritu Santo, a la vez que en el nombre del Padre y del Hijo, y en el que se otorga el Espíritu Santo para el perdón de los pecados! Luego bajo un nombre común, ambas realidades son denominadas bautismo; mas a pesar de la identidad de nombre el sentido profundo es muy diferente.

 

RESPONSORIO                    Jn 1, 29-30. 27; Mt 3, 11
 
R./ Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es de quien yo dije: Después de mí viene un hombre superior a mí porque era antes que yo, * al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
V./ Yo bautizo con agua: él os bautizará en Espíritu Santo.
R./ Al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
 


Ciclo C: Lc 3, 10-18

HOMILÍA

Orígenes, Homilía 26 sobre el evangelio de san Lucas (3-5: SC 87, 341-343)

Seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta
consiga derribar

El bautismo de Jesús es un bautismo en Espíritu Santo y fuego. Si eres santo, serás bautizado en el Espíritu, si pecador, serás sumergido en el fuego. Un mismo e idéntico bautismo se convertirá para los indignos y pecadores en fuego de condenación, mientras que a los santos, a los que con fe íntegra se convierten al Señor, se les otorgará la gracia del Espíritu Santo y la salvación.

Ahora bien, aquel de quien se afirma que bautiza con Espíritu Santo y fuego, tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

Quisiera descubrir la razón por la que nuestro Señor tiene la horca y cuál es ese viento que, al soplar, dispersa por doquier la leve paja, mientras que el grano de trigo cae por su propio peso en un mismo lugar: de hecho, sin el viento no es posible separar el trigo de la paja.

Pienso que aquí el viento designa las tentaciones que, en el confuso acervo de los creyentes, demuestran quiénes son la paja, y quiénes son grano. Pues cuando tu alma ha sucumbido a una tentación, no es que la tentación te convierta en paja, sino que, siendo como eras paja, esto es, ligero e incrédulo, la tentación ha puesto al descubierto tu verdadero ser. Y por el contrario, cuando valientemente soportas las tentaciones, no es que la tentación te haga fiel y paciente, sino que esas virtudes de paciencia y fortaleza, que albergabas en la intimidad, han salido a relucir con la prueba: «¿Piensas –dice el Señor– que al hablarte así tenía yo otra finalidad sino la de manifestar tu justicia?». Y en otro lugar: Te he hecho pasar hambre para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones.

De idéntica forma, la tempestad no permite que se mantenga en pie un edificio construido sobre arena; por tanto, si te dispones a construir, construye sobre roca. La tempestad desencadenada no logrará derrumbar lo cimentado sobre roca; pero lo cimentado sobre arena se tambalea, demostrando así que no está bien cimentado. Por consiguiente, antes que se desate la tormenta, antes de que arrecien los vientos, y los ríos salgan de madre, mientras aún está todo en calma, centremos toda nuestra atención en los cimientos de la construcción, edifiquemos nuestra casa con los variados y sólidos sillares de los divinos preceptos, de modo que, cuando se cebe la persecución y arrecie la tormenta suscitada contra los cristianos, podamos demostrar que nuestro edificio está construido sobre la roca, que es Cristo Jesús.

Y si alguien –no lo quiera Dios– llegare a negarlo, piense éste tal que no negó a Cristo en el momento en que se visibilizó la negación, sino que llevaba en sí inveterados los gérmenes y las raíces de la negación: en el momento de la negación se hizo patente su realidad interior, saliendo a la luz pública.

Oremos, pues, al Señor para que seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta consiga derribar, cimentado sobre la roca, es decir, sobre nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Mt 3, 11
 
R./ El que viene después de mí es más poderoso que yo y yo no soy digno ni de llevarle las sandalias. * Él os bautizará en Espíritu santo y fuego.
V./ Juan rindió testimonio, diciendo:
R./ Él os bautizará en Espíritu santo y fuego.