EVANGELIOS DOMINGO 2º DE ADVIENTO


Ciclo A: Mt 3, 1-12

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 109 (1; PL 38,636)

Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos

Hemos escuchado el evangelio y en el evangelio al Señor descubriendo la ceguera de quienes son capaces de interpretar el aspecto del cielo, pero son incapaces de discernir el tiempo de la fe en un reino de los cielos que está ya llegando. Les decía esto a los judíos, pero sus palabras nos afectan también a nosotros. Y el mismo Jesucristo comenzó así la predicación de su evangelio: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Igualmente, Juan el Bautista, su Precursor, comenzó así: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Y ahora corrige el Señor a los que se niegan a convertirse, próximo ya el Reino de los cielos. El Reino de los cielos —como él mismo dice— no vendrá espectacularmente. Y añade: El Reino de Dios está dentro de vosotros.

Que cada cual reciba con prudencia las admoniciones del preceptor, si no quiere perder la hora de misericordia del Salvador, misericordia que se otorga en la presente coyuntura, en que al género humano se le ofrece el perdón. Precisamente al hombre se le brinda el perdón para que se convierta y no haya a quien condenar. Eso lo ha de decidir Dios cuando llegue el fin del mundo; pero de momento nos hallamos en el tiempo de la fe. Si el fin del mundo encontrará o no aquí a alguno de nosotros, lo ignoro; posiblemente no encuentre a ninguno. Lo cierto es que el tiempo de cada uno de nosotros está cercano, pues somos mortales. Andamos en medio de peligros. Nos asustan más las caídas que si fuésemos de vidrio. ¿Y hay algo más frágil que un vaso de cristal? Y sin embargo se conserva y dura siglos. Y aunque pueda temerse la caída de un vaso de cristal, no hay miedo de que le afecte la vejez o la fiebre.

Somos, por tanto, más frágiles que el cristal porque debido indudablemente a nuestra propia fragilidad, cada día nos acecha el temor de los numerosos y continuos accidentes inherentes a la condición humana; y aunque estos temores no lleguen a materializarse, el tiempo corre: y el hombre que puede evitar un golpe, ¿podrá también evitar la muerte? Y si logra sustraerse a los peligros exteriores, ¿logrará evitar asimismo los que vienen de dentro? Unas veces sonlos virus que se multiplican en el interior del hombre, otras es la enfermedad que súbitamente se abate sobre nosotros; y aun cuando logre verse libre de estas taras, acabará finalmente por llegarle la vejez, sin moratoria posible.

 

RESPONSORIO                    Jer 4, 7-8.9; Rom 11, 26
 
R./¡Señor. actúa por el honor de tu nombre! Ciertamente son muchas nuestras rebeldías, hemos pecado contra ti. * Oh esperanza de Israel, su salvador en el tiempo de la angustia, ¡no nos abandones!
V./ Está escrito: Llegará de Sión el Libertador; alejará los crímenes de Jacob; y ésta será la alianza que haré con ellos cuando perdone sus pecados.
R./ Oh esperanza de Israel, su salvador en el tiempo de la angustia, ¡no nos abandones!
 


Ciclo B: Mc 1, 1-8

HOMILÍA

Orígenes, Homilía 22 sobre el evangelio de san Lucas (1-2: SC 87, 301-302)

Allanad los senderos del Señor

Veamos qué es lo que se predica a la venida de Cristo. Para comenzar, hallamos escrito de Juan: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Lo que sigue se refiere expresamente al Señor y Salvador. Pues fue él y no Juan quien elevó los valles. Que cada uno considere lo que era antes de acceder a la fe, y caerá en la cuenta de que era un valle profundo, un valle escarpado, un valle que se precipitaba al abismo.

Mas cuando vino el Señor Jesús y envió el Espíritu Santo como lugarteniente suyo, todos los valles se elevaron. Se elevaron gracias a las buenas obras y a los frutos del Espíritu Santo. La caridad no consiente que subsistan en ti valles; y si además posees la paz, la paciencia y la bondad, no sólo dejarás de ser valle, sino que comenzarás a ser «montaña» de Dios.

Diariamente podemos comprobar cómo estas palabras: elévense los valles, encuentran su plena realización en los paganos; y cómo en el pueblo de Israel, despojado ahora de su antigua grandeza, se cumplen estas otras: Desciendan los montes y las colinas. Este pueblo fue en otro tiempo un monte y una colina, y ha sido abatido y desmantelado. Por haber caído ellos, la salvación ha pasado a los gentiles, para dar envidia a Israel. Ahora bien, si dijeras que estos montes y colinas abatidos son las potencias enemigas que se yerguen contra los mortales, no dices ningún despropósito. En efecto, para que estos valles de que hablamos sean allanados, necesario será realizar una labor de desmonte en las potencias adversas, montes y colinas.

Pero veamos si la profecía siguiente, relativa a la venida de Cristo, ha tenido también su cumplimiento. Dice en efecto: Que lo torcido se enderece. Cada uno de nosotros estaba torcido —digo que estaba, en el supuesto de que todavía no continúe en el error–, y, por la venida de Cristo a nuestra alma, ha quedado enderezado todo lo torcido. Porque ¿de qué te serviría que Cristo haya venido un día en la carne, si no viniera también a tu alma? Oremos para que su venida sea una realidad diaria en nuestras vidas y podamos exclamar: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Vino, pues, mi Señor Jesús y limó tus asperezas y todo lo escabroso lo igualó, para trazar en ti un camino expedito, por el que Dios Padre pudiera llegar a ti con comodidad y dignamente, y Cristo el Señor pudiera fijar en ti su morada y decirte: Mi Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él.

 

RESPONSORIO                    Cf. Jn 1, 6-7; Lc 1, 17; Mc 1, 4
 
R./ Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, * para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
V./ Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
R./ Para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
 


Ciclo C: Lc 3, 1-6

HOMILIA

San Bernardo de Claraval, Sermón 1 en el Adviento del Señor (9-10: Opera omnia, edit. Cist. 4, 1966, 167-169)

Todos verán la salvación de Dios

Hora es ya de que consideremos el tiempo mismo en que vino el Salvador. Vino, en efecto –como sin duda bien sabéis– no al comienzo, no a la mitad, sino al final de los tiempos. Y esto no se hizo porque sí, sino que, conociendo la Sabiduría la propensión de los hijos de Adán a la ingratitud, dispuso muy sabiamente prestar su auxilio cuando éste era más necesario. Realmente atardecía y el día iba ya de caída; el Sol de justicia se había prácticamente puesto por completo, de suerte que su resplandor y su calor eran seriamente escasos sobre la tierra. La luz del conocimiento de Dios era francamente insignificante y, al crecer la maldad, se había enfriado el fervor de la caridad.

Ya no se aparecían ángeles ni se oía la voz de los profetas; habían cesado como vencidos por la desesperanza, debido precisamente a la increíble dureza y obstinación de los hombres. Entonces yo digo –son palabras del hijo–: «Aquí estoy». Oportunamente, pues, llegó la eternidad, cuando más prevalecía la temporalidad. Porque –para no citar más que un ejemplo– era tan grande en aquel tiempo la misma paz temporal, que al edicto de un solo hombre se llevó a cabo el censo del mundo entero.

Conocéis ya la persona del que viene y la ubicación de ambos: de aquel de quien procede y de aquel a quien viene; no ignoráis tampoco el motivo y el tiempo de su venida. Una sola cosa resta por saber: es decir, el camino por el que viene, camino que hemos también de indagar diligentemente, para que, como es justo, podamos salirle al encuentro. Sin embargo, así como para operar la salvación en medio de la tierra, vino una sola vez en carne visible, así también, para salvar las almas individuales, viene cada día en espíritu e invisible, como está escrito: Nuestro aliento vital es el Ungido del Señor. Y para que comprendas que esta venida es oculta y espiritual, dice: A su sombra viviremos entre las naciones. En consecuencia, es justo que si el enfermo no puede ir muy lejos al encuentro de médico tan excelente, haga al menos un esfuerzo por alzar la cabeza e incorporarse un tanto en atención al que se acerca.

No tienes necesidad, oh hombre, de atravesar los mares ni de elevarte sobre las nubes y traspasar los Alpes; no, no es tan largo el camino que se te señala: sal al encuentro de tu Dios dentro de ti mismo. Pues la palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Sal a su encuentro con la compunción del corazón y la confesión sobre los labios, para que al menos salgas del estercolero de tu conciencia miserable, pues sería indigno que entrara allí el Autor de la pureza.

Lo dicho hasta aquí se refiere a aquella venida, con la que se digna iluminar poderosamente las almas de todos y cada uno de los hombres.

 

RESPONSORIO                    Lc 3, 3.6; Heb 10, 37
 
R./ Juan recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto: * Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. ¡Y toda carne verá la salvación de Dios!
V./ Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso.
R./ Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. ¡Y toda carne verá la salvación de Dios!