SOLEMNIDADES DEL SEÑOR
DURANTE EL TIEMPO ORDINARIO

Domingo después de Pentecostés
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Solemnidad

EVANGELIO


Ciclo A: Jn 3, 16-18

HOMILÍA

San Gregorio de Nisa, Carta 5 (PG 46, 1031)

En el santo Bautismo se nos imparte la gracia de la
inmortalidad por la
fe en el Padre y en el Hijo
y en el Espíritu Santo

Como quiera que gracias al don de la santísima Trinidad se hacen partícipes de una fuerza vivificante los que, a partir de la muerte, son reengendrados a la vida eterna y por la fe son hechos dignos de esta gracia, así también esta gracia es imperfecta si en el bautismo de salvación es omitido el nombre de una cualquiera de las personas de la santísima Trinidad. En efecto, el misterio del segundo nacimiento no adquiere su plenitud en el solo nombre del Padre y del Hijo, sin el Espíritu Santo; ni tiene el bautismo capacidad de otorgarnos la vida perfecta en el solo nombre del Padre y del Espíritu, si se silencia al Hijo; ni en el Padre y el Hijo, omitido el Espíritu, se consuma la gracia de nuestra resurrección. Por eso tenemos depositada toda nuestra esperanza y la confianza de la salvación de nuestras almas en tres personas, que conocemos con estos nombres: creemos en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es fuente de la vida; y en el Hijo unigénito del Padre, que es el autor de la vida, según afirma el Apóstol; y en el Espíritu Santo de Dios, del que dice el Señor: El Espíritu es quien da vida.

Y como quiera que a nosotros, redimidos de la muerte, se nos imparte en el bautismo —como acabamos de decir—la gracia de la inmortalidad por la fe en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, basados en esta razón creemos no estar autorizados a admitir en la santísima Trinidad nada servil, nada creado, nada indigno de la majestad del Padre; toda vez que una sola es nuestra vida, vida que conseguimos por la fe en la santísima Trinidad, y que indudablemente fluye del Dios de todo lo creado, como de su fuente, que se difunde a través del Hijo y que se consuma en el Espíritu Santo.

Teniendo, pues, esto por cierto y por bien sentado, accedemos a recibir el bautismo tal como se nos ha ordenado; creemos tal como hemos sido bautizados; sentimos tal como creemos; de suerte que, sin discrepancia alguna, nuestro bautismo, nuestra fe y nuestro modo de sentir están radicados en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.

Y todos cuantos, acomodándose a esta regla de verdad, confiesan tres personas y pía y religiosamente las reconocen en sus propiedades, y creen que existe una sola divinidad, una sola bondad, un solo principado, una sola potestad y un solo poder, ni abrogan la potencia de la monarquía, ni se dejan arrastrar a la confesión del politeísmo, ni confunden las personas, ni se forjan una Trinidad con elementos dispares y heterogéneos, sino que aceptan con simplicidad el dogma de fe, colocando toda la esperanza de su salvación en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo: todos estos comparten con nosotros una misma forma de pensar. Pedimos a Dios tener también nosotros parte con ellos en el Señor.


Ciclo B: Mt 28, 16-20

HOMILÍA

San Basilio Magno, Tratado [atribuido] sobre el bautismo (Lib 1, cap 1, 1-2: PG 51, 1514-1515)

Es necesario imponerse primero en la doctrina
del Señor y luego iniciarse en el bautismo

Nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito del Dios vivo, cuando, después de haber resucitado de entre los muertos, hubo recibido la promesa de Dios Padre, que le decía por boca del profeta David: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy; pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra, y hubo reclutado discípulos, lo primero que hace es revelarles con estas palabras el poder recibido del Padre: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la' tierra. E inmediatamente después les confió una misión diciendo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Habiendo, pues, el Señor ordenado primero: Haced discípulos de todos los pueblos, y agregado después: Bautizándolos, etc., vosotros, omitiendo el primer mandato, nos habéis apremiado a que os demos razón del segundo; y nosotros, convencidos de actuar contra el precepto del Apóstol, si no os respondemos inmediatamente —puesto que él nos dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere—, os hemos transmitido la doctrina del bautismo según el evangelio del Señor, bautismo mucho más excelente que el de Juan. Pero lo hemos hecho de forma que sólo hemos recogido una pequeña parte del inmenso material que, sobre el bautismo, hallamos en las sagradas Escrituras.

Sin embargo, hemos creído necesario recurrir al orden mismo transmitido por el Señor, para que de esta suerte también vosotros, adoctrinados primeramente sobre el alcance y el significado de esta expresión: Haced discípulos y recibida después la doctrina sobre el gloriosísimo bautismo, lleguéis prósperamente a la perfección, aprendiendo a guardar todo lo que el Señor mandó a sus discípulos, como está escrito. Aquí, pues, le hemos oído decir: Haced discípulos, pero ahora es necesario hacer mención de lo que sobre este mandato se ha dicho en otros lugares; de esta forma, habiendo descubierto primero una sentencia grata a Dios, y observando luego el apto y necesario orden, no nos apartaremos de la inteligencia de este precepto, según nuestro propósito de agradar a Dios.

El Señor tiene por costumbre explicar claramente lo que en un primer momento se había enseñado como de pasada, acudiendo a argumentos aducidos en otro contexto. Un ejemplo: Amontonad tesoros en el cielo. Aquí se limita a una afirmación escueta; cómo haya que hacerlo concretamente, lo declara en otro lugar, cuando dice: Vended vuestros bienes, y dad limosna; haced talegas que no se echen a perder, un tesoro inagotable en el cielo.

Por tanto —y esto lo sabemos por el mismo Señor—, discípulo es aquel que se acerca al Señor con ánimo de seguirlo, esto es, para escuchar sus palabras, crea en él y le obedezca como a Señor, como a rey, como a médico, como a maestro de la verdad, por la esperanza de la vida eterna con tal que persevere en todo esto, como está escrito: Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres», entendiéndolo indudablemente de la libertad del alma, por la que se libera de la virulenta tiranía del diablo, al liberarse de la esclavitud del pecado.


Ciclo C: Jn 16, 12-15

HOMILÍA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre la Trinidad (Lib 12, 55-56: PL 10, 468-472)

Bendito sea Dios por los siglos de los siglos

Según mi criterio, no es suficiente afirmar, en la confesión de mi fe, que el Señor Jesucristo, mi Dios y tu Unigénito, no es una mera criatura; ni soporto que se emplee una tal expresión al referirse a tu santo Espíritu, que procede de ti y es enviado por medio de él. Yo siento una gran veneración por las cosas que a ti te conciernen. Sabiendo que sólo tú eres el Ingénito y que el Unigénito ha nacido de ti, no se me ocurrirá no obstante decir queel Espíritu Santo ha sido engendrado, ni jamás afirmaré que ha sido creado. Me temo que, de esta manera de hablar, que me es común con el resto de tus representantes, pudieran derivarse para ti hasta ciertas mal disimuladas injurias. Según el Apóstol, tu Espíritu Santo sondea y conoce tus profundidades y tu abogado en favor mío te dice cosas que yo jamás sería capaz de decir: ¿y yo, a la potencia de su naturaleza permanente que procede de ti a través de tu Unigénito, no sólo la llamaré, sino que además la infamaré llamándola «creada»? Nada, sino algo que te pertenezca, puede penetrar tu intimidad: ni el abismo de tu inmensa majestad puede ser mensurado por fuerza alguna que te sea ajena o extraña. Todo lo que está en ti es tuyo: ni puede serte ajeno lo que es capaz de sondearte.

Para mí es inenarrable el que te dice, en favor mío, palabras que yo no puedo expresar. Pues, así como en la generación de tu Unigénito, antes de todos los tiempos, queda en suspenso toda ambigüedad de expresión y toda dificultad de comprensión, y resta solamente que ha sido engendrado por ti, así también, aun cuando no llegue a percibir con los sentidos la procesión de tu Espíritu Santo de ti a través de él, lo percibo no obstante con la conciencia.

En efecto, en las cosas espirituales soy tardo de comprensión, como dice tu Unigénito: No te extrañes de que te haya dicho: «Tenéis que nacer de nuevo»; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu. Habiendo obtenido la fe de mi regeneración, no la entiendo; y poseo ya lo que ignoro. Renazco sin yo sentirlo, con sola la virtualidad de renacer. Al Espíritu no se le puede canalizar: habla cuando quiere, lo que quiere y donde quiere. Si, pues, desconozco el motivo de sus idas y venidas, aun siendo consciente de su presencia, ¿cómo podré colocar su naturaleza entre las cosas creadas y limitarla pretendiendo definir su origen? Todo se hizo por el Hijo, que en el principio estaba junto a ti, oh Dios, y la Palabra era Dios, como dice tu evangelista Juan. Y Pablo enumera todas las cosas creadas por medio de él: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Y mientras recuerda que todo ha sido creado en Cristo y por Cristo, del Espíritu Santo juzgó suficiente con indicar que es tu Espíritu.

Abrigando, como abrigo, los mismos sentimientos en tales materias que estos santos varones expresamente elegidos por ti, de suerte que no me atreveré a afirmar de tu Unigénito nada que, según su criterio, supere el nivel de mi propia comprensión, excepto que ha nacido; de idéntico modo tampoco diré de tu Espíritu Santo nada que, según ellos, vaya más allá de las posibilidades de la inteligencia humana, excepto que es tu Espíritu. Ni quiero perderme en una inútil pugna de palabras, sino mantenerme más bien en la perenne profesión de una fe inquebrantable.

Conserva, te lo ruego, esta incontaminada norma de mi fe y, hasta mi postrer aliento, concede esta voz a mi conciencia, para que me mantenga siempre fiel a lo que he profesado en el Símbolo de mi nuevo nacimiento, cuando fui bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: a saber, que pueda siempre adorarte a ti, Padre nuestro, junto con tu Hijo, y merezca a tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito. Porque para mí, mi Señor Jesucristo es idóneo testigo para creer, él que dijo: Padre, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; él que permanece siempre Dios en ti, de ti y junto a ti. ¡Bendito él por los siglos de los siglos! Amén.