Notas de un traductor

Una contribución para el homenaje a Romano Guardini

José María Valverde *

Escribo estas líneas para el homenaje a Romano Guardini apoyándome en la modesta pero sólida autoridad del traductor: he tenido la feliz experiencia de verter varios centenares de páginas, sobre todo las "Homilías universitarias" (Verdad y orden), que me parecen su más lograda pieza, aunque seguramente en esto discrepará de mí toda opinión "culta" y específicamente "universitaria".

Pero no espere el lector que yo aproveche mi punto de vista para hablar de "bellezas de estilo" ni para ensalzar al Guardini escritor, dejando en segundo plano lo "único necesario" (Lucas, 10, 42).

No seré yo quien contribuya al malentendido de acuñar la figura de un Guardini con valor autónomo de pensador, de humanista, de filósofo, de moralista, etc., que después se aplicará, como por feliz azar, a ese contenido que es Jesucristo, con su Iglesia. Guardini no es ni quiere ser más que cristiano: una voz entregada totalmente a la transmisión del Mensaje divino de la "Palabra hecha carne", resonando en el acento que puede oír mejor el hombre de hoy. (Sin embargo, quien dudara del talento "autónomo" de Guardini no tendría más que leer, por ejemplo, su conferencia "Sobre la esencia de la obra de arte", en que, antes de abordar el aspecto trascendente, ha desarrollado ya un admirable curso brevísimo de estética.)

Como traductor lo digo también: no hay propiamente en Guardini un "estilo", ni el clásico sentido elocuente de esa palabra, ni el nuevo sentido en que, en otros autores, puede hablarse de un estilo actual de la teología germánica —donde hay resonancias que van desde San Pablo hasta Kierkegaard, el Rilke prosista, y Heidegger—. No: Guardini habla —digo "habla", no "escribe"— con el tono de quien está acostumbrado a la cátedra teológica y al pulpito para universitarios: o sea, con la viveza de la voz que resuena ante la cara de los oyentes, pero también con una leve negligencia, en parte por modestia y sencillez, y en parte por la natural propensión de los trabajadores de la palabra —profesores, predicadores— a apoyarse en moldes fijos, humildes y obvios, que permitan atender mejor a la urgencia pedagógica de la exposición de unas ideas.

En términos de síntoma, y para entendernos de prisa: yo disfruto a Guardini menos al traducirle que al releerle, a diferencia de lo que suele ser mi caso al traducir a un poeta.

Y es que la intención y el logro de Guardini residen en que sus medios no se interpongan con sustancia propia por delante de su objetivo teológico: teologico en el significado radical y original de la palabra, y no como hoy la entienden muchos, en cuanto manejo de un sistema más o menos hermético de conceptos de entidad filosófica propia. Aun las ideas de Guardini que alcanzan valor de hallazgo feliz —ideal éticas y psicológicas, sobre todo—- no se pueden separar de esa absorción en la luz central de la Palabra.

Por eso, la labor de Guardini es primordialmente liberadora —alguien dirá ceñudamente: negativa—. Frente a ciertas actitudes apologéticas que quieren reducir al Cristianismo a una especie de apogeo de la religión natural, o a un quod erat demonstrandum de ecuaciones abstractas, Guardini, santamente perogrullesco, subraya que el Cristianismo no tiene estructura lógica. Y su estribillo es: Dios no tenía necesidad de encarnarse. En Su libertad tomó esa decisión por inalcanzables motivos de amor, y entró en nuestra historia hecho un hombre individual y carnal. Ante El, todo hombre, desde su propia libertad, responde o rehúsa a Su llamada, en la situación de "tú" y "yo" en que Dios le situó originalmente. Ahí se decide todo.

Por eso, la lectura de Guardini nos hace volver la mirada a los Evangelios, para los cuales es, sin duda, el mejor introductor que puede encontrar el hombre de hoy. Y esa mirada brota con una sensación de alivio y a la vez de infinita responsabilidad. Vemos que no se trata de convencernos del valor de estructuras teóricas, de actitudes morales o de sistemas histórico-sociales: se trata de que, desde lejos, Alguien nos llama por nuestro nombre: la Palabra hecha carne. No queda más que decir "aquí estoy" o volverse de espaldas.
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* Doctor en Filosofía, Universidad de Barcelona. Ha sido traductor de varios autores de lengua alemana. De Guardini ha traducido, entre otros, la serie Verdad y orden.

 

 

 

Fuente: Alfonso López Quintás (dir.), Psicología religiosa y pensamiento existencial, ensayos filosóficos-teológicos, Libros del Monograma, Madrid, 1963, pp. 203-205