CAPITULO III

Demostración válida de la existencia de Dios

81. En el presente capítulo pasamos ya a demostrar «de facto» (de hecho) la existencia de Dios, en torno a la cual se nos plantean cinco puntos: 1. Las cinco vías de Santo Tomás. 2. Posibilidad de demostrar eficazmente la existencia de Dios a partir de los efectos intramundanos: Dios sería entonces la causa primera y el ser «a se» (por sí mismo). 3. Id. A partir de la contingencia de las cosas: Dios sería el ser absolutamente necesario. 4. Id. A partir del orden intramundano: Dios sería la inteligencia suprema. 5. Conclusión según la cual esta causa primera, este ser «a se» y ser necesario sería el verdadero Dios, es decir, un ser distinto del mundo, ente supremo verdadero y gobernador del mismo, personal y objeto de adoración propiamente dicha.

ARTICULO I

LAS CINCO VÍAS DE SANTO TOMAS

82. Las cinco vías son otros tantos argumentos mediante los cuales S. Tomás, en la Summa Theologica (1 q.2 a.3), prueba la existencia de Dios. El principio en que dichos argumentos se fundan es el «principio de causalidad», o ciertas consecuencias que algunos pretenden deducir inmediatamente del principio de causalidad. Pero los predicados a partir de los cuales se organizan los argumentos son diversos, a saber:

La primera vía, a partir del movimiento, concluye afirmando la existencia de un Motor Inmóvil. La segunda vía, partiendo de las causas, ordenadas «per se» (por su misma naturaleza), en la dependencia que unas tienen de otras, concluye afirmando la existencia de una causa que no esté subordinada en su obrar a ninguna otra: la causa primera, el ser «a se». La tercera, a partir de los seres que se muestran corruptibles, deduce la existencia de un ser no corruptible, que ha de,, ser incorruptible «per se» o «a se» (por su propia naturaleza o por si mismo). Lar cuarta procede tomando en consideración los diversos grados que existen de, perfección, para deducir de ellos la perfección máxima, causa, a su vez, de todas! las perfecciones que se encuentran fuera de Dios. La quinta, partiendo del orden intramundano, se eleva a considerar la inteligencia suprema u ordenadora de la cual dicho orden procede (cf. n.120).

83. En torno a estas cinco vías se plantean no pocas cuestiones.

La primera es si dichas cinco vías son verdaderamente sólidas por lo que se refiere a la materia misma de la cual se toman. La respuesta es afirmativa. Lo que se prueba, ante todo, por las recomendaciones de los Romanos Pontífices y de la Santa Sede. Se prueba, además, por la autoridad de tantos autores escolásticos, que se sirven de semejantes argumentos. Por último tenemos una prueba, en el hecho mismo ‑ como se mostrará más adelante ‑ de que los argumentos que vamos a establecer a partir de tales predicados son plenamente sólidos.

La segunda cuestión es acerca de la solidez que ofrece la misma configuración dialéctica de estas cinco vías. Es bastante común la respuesta de que en dichas vías de Santo Tomás se incluyen algunos fundamentos y principios no poco dudosos y controvertidos, que es conveniente suprimir con el fin de que los argumentos aparezcan más fuertes y consistentes. Esto se comprueba por el hecho de que todos aquellos que utilizan estas vías como pruebas de la existencia de Dios, las exponen siempre pasando por alto dichos principios controvertidos y configurándolos de otra manera. Los que se contentan con comentarlas reconocen con ingenuidad que existen algunos puntos que obscurecen o debilitan el argumento en cuestión.

84. La tercera cuestión que se plantea es si cada uno de los argumentos llega a demostrar, por separado, algún predicado propio y característico de Dios, como la aseidad o la independencia absoluta en el ser y en el obrar. A lo que se debe responder introduciendo una distinción: las cuatro vías primeras, que son verdaderamente metafísicas, demuestran en efecto tal predicado. Por lo que hace a la última vía, que es física, demuestra de forma inmediata solamente una‑ inteligencia excelentísima, si bien de forma mediata y recurriendo a las demás vías, se llega a concluir que esta inteligencia es precisamente la inteligencia increada.

La cuarta cuestión se pregunta por la posibilidad de que todos estos argumentos se reduzcan a uno solo, o si son tan diversos entre sí que no pueden reducirse a uno solo. La duda no surge acerca del principio en que se apoyan todos los argumentos que, o bien es el mismo principio de causalidad, o bien algún otro que se deduce de él inmediata y evidentemente; sino acerca del predicado del cual se toma y se organiza el argumento.

La respuesta es doble. La primera sostiene que todos los argumentos se reducen a tino solo, puesto que se toman de unos hechos que incluyen contingencia y dependencia causal; ahora bien, lo que es contingente y causalmente dependiente está reclamando un ser necesario, «a se» y causa primera, de suerte que, si tal reducción no se hace, los argumentos quedan sin valor. La segunda respuesta insiste en afirmar que estos argumentos son tan diversos entre sí que uno no puede reducirse a otro, y no se admite que todos ellos estén tomados de la contingencia o de la dependencia causal: y así la primera vía procede a partir del movimiento en cuanto que es una afección de aquello que se mueve; la segunda, a partir de la dependencia de las causas en su obrar; la tercera, a partir de lo que es corruptible; la cuarta, a partir de la diversidad que se advierte en los grados de perfección; y la quinta, a partir del orden.

Nosotros, sin embargo, vamos a reducir todos los argumentos a uno: efectivamente, estos predicados o hechos, con toda su diversidad, en tanto sirven para probar la existencia de Dios en cuanto que incluyen los elementos de la contingencia y de la dependencia causal (cf. n.120).

85. La quinta cuestión es si tanto el número como el orden en que aparecen las cinco vías responden, en la mente de S. Tomás, a algún principio de diversificación o de orden, o simplemente, de forma casi empírica, han sido tomados de autores antiguos, con independencia de cualquier principio de multiplicación o de orden. La respuesta más corriente es que dichos argumentos, en la mente de S. Tomás, no sufren multiplicación ni reciben ningún orden de algún principio sistemático o «a priori», sino que han sido tomados, de manera casi empírica, de autores más antiguos.

La sexta cuestión es si las vías para probar la existencia de Dios son precisamente cinco y nada más, o bien pueden multiplicarse. La respuesta es que, en realidad, pueden multiplicarse con tal que se reduzcan a cierta unidad. Pues puede argumentarse a partir de los efectos en cuanto tales argumento que ya no está en las cinco vías; de las necesidades del hombre, las cuales muestran nuestra indigencia y dependencia; del origen de los organismos, del origen del alma humana, de la multitud y composición de las cosas, de la finitud de las mismas, etc.

86. La séptima cuestión es acerca de si los argumentos para probar la existencia de Dios pueden organizarse de otra manera que no sea la de las cinco vías. La respuesta es afirmativa. Pues los argumentos para probar la existencia de Dios pueden ser metafísicos, físicos y morales.

Los metafísicos son los que se toman de un principio metafísico y de algún predicado que es común a los seres corpóreos y a los incorpóreos, como son la contingencia y la dependencia causal.

Los argumentos físicos son los que se toman de algún hecho físico, como el orden cósmico, y de un principio físico, por ejemplo, que «la inteligencia es el principio del orden».

Los argumentos morales se toman de algún hecho moral, como son el consentimiento, la obligación, el deseo de felicidad.

Sin embargo, el valor de estos argumentos no es el mismo; pues los argumentos metafísicos son apodícticos, mientras que los físicos no comunican una certeza tan inviolable; en cuanto a los morales, mucho se discute acerca de ellos, como veremos a su tiempo y en su lugar.

Vamos, pues, a defender las cinco vías por el siguiente orden: primero demostraremos la existencia de Dios a partir de los efectos intramundanos; luego, a partir de la contingencia de las cosas; después, a partir del orden intramundano; por último, siguiendo las cinco vías de S.Tomás. Una vez expuestos estos argumentos plenamente ciertos y firmes, pasaremos a exponer otros argumentos controvertidos que se refieren ya sea al orden metafísico, ya al físico, ya al moral.

ARTICULO II

POSIBILIDAD DE DEMOSTRAR CON EFICACIA LA EXISTENCIA DE DIOS

A PARTIR DE LOS EFECTOS INTRAMUNDANOS

Tesis 5. A partir de los efectos intramundanos se demuestra eficazmente la existencia de Dios en cuanto que es causa primera y ser «a se».

88. Nociones. Ya anteriormente se ha hecho una amplia exposición acerca de la naturaleza de Dios, describiéndola de tres maneras (n.27). Ahora, con el nombre de Dios entendemos la causa primera, el ser «a se», el ser necesario. Pues, aunque esta descripción no contenga formalmente los atributos que son característicos de Dios: «ser distinto del mundo, autor supremo y verdadero gobernador del mismo, personal y objeto de adoración propiamente dicha», los contiene, sin embargo, virtualmente, puesto que de los predicados ser «a se», causa primera y ser necesario, se deducen con facilidad todas las demás cosas que son propias de Dios.

Explicación de estos predicados fundamentales de Dios. CAUSA PRIMERA es,, la que es causa eficiente de todas las cosas fuera de ella misma, mientras que ella no es causada por ninguna otra causa. De aquí se desprende que la causa primera ha de ser también ser «a se» (por sí mismo), y no «ab alio» (por otro), pues es un ser que no depende de ningún otro; igualmente ha de ser «ser necesario» o existente en virtud de su misma esencia; sí, pues, existe, y no existe por otro, existe en virtud de su propia esencia.

SER «A SE», es aquel ser que no ha sido hecho por ningún otro. Sin embargo, no hay que entender el «a se» en forma positiva, como si se hubiese hecho a sí mismo ‑ así lo entendió Descartes ‑, lo cual es absurdo por completo, sino en forma negativa, en cuanto que no ha sido hecho por ningún otro. De aquí se sigue que el ser «a se» ha de ser también el ser necesario; puesto que, si existe sin haber sido hecho por otro, es porque existe en virtud de su propia esencia.

SER ABSOLUTAMENTE NECESARIO, en la razón misma del ser, es aquel cuya no existencia implica una contradicción interna con su propia esencia absoluta, puesto que existe en virtud de la sola esencia. Es evidente que el ser absolutamente necesario ha de ser el ser «a se», ya que no existe por ningún otro. En efecto, si existiera «ab alio» (por otro), aunque este otro obrase por necesidad, diríamos que era necesario únicamente «ab extrinseco» (extrínsecamente, en cuanto que el otro no podía dejar de obrar o prescindir de la acción, pero de ninguna manera «ab intrínseco» (intrínsecamente), toda vez que, al no existir en virtud de su esencia, esa no existencia no implicaría contradicción alguna con su esencia.

89. DEMOSTRACIÓN es la argumentación con la cual, de unas premisas ciertas y evidentes, se deduce una conclusión igualmente cierta y evidente, debido a la conexión absolutamente necesaria que existe entre la conclusión y las premisas. La única forma de demostración que hace ahora a nuestro caso es la demostración «a posteriori», que es aquella en la cual una de las premisas afirma un hecho, p. ej., la existencia de unos efectos o bien de unos seres contingentes; mientras que la otra premisa afirma la conexión absolutamente necesaria que existe con su causa proporcionada. Al final, en la conclusión se deduce la existencia de esta causa.

90. EL PRINCIPIO EN QUE NOS VAMOS A APOYAR es el principio de causalidad bajo la fórmula siguiente: todo aquello que comienza a ser, tiene una causa real y adecuadamente distinta. Y esta es una verdad inmediata que, en rigor, no puede probarse con argumento alguno: sencillamente porque no necesita pruebas. No obstante vamos a tratar de explicarla. Si algo comienza a ser, es que la existencia no pertenece a sus propios constitutivos, por lo que es indiferente que exista o no; de sí, por tanto, es pura nada, y en el caso de que se le abandonase a sí mismo, no perseveraría en la existencia; luego, si de hecho existe, es señal de que no ha sido abandonado a sí mismo, sino que ha sido empujado por otro a la existencia. Lo cual es, ni más ni menos, tener una causa eficiente adecuadamente distinta de la realidad que comienza a ser.

O de otra manera: todo lo que es hecho, tiene una causa real y adecuadamente distinta de la realidad producida, es decir, no puede ser causa de sí mismo; efectivamente, la causa es anterior a su efecto ‑ al menos con prioridad de naturaleza ‑, y la realidad que ha sido hecha no tiene ninguna prioridad de naturaleza sobre sí misma; de lo contrario estaría obrando antes de que nadie la hiciese y, por tanto, antes de que existiese. No hay quien no vea que todo esto sería absurdo por completo.

91. Estado de la cuestión. Nos preguntamos, pues, si la existencia de Dios se puede demostrar, de forma eficaz, a partir de los efectos intramundanos, con una verdadera demostración que proceda en virtud de la conexión necesaria de los efectos con la existencia de Dios.[1]

Opiniones. Son radicalmente las mismas que en la tesis acerca de la posibilidad de demostrar, por vía natural, la existencia de Dios (n.55-57). Nuestra respuesta es afirmativa y es totalmente cierta en Filosofía. Por lo que se refiere a la Teología, es de fe definida que Dios puede ser conocido con certeza a partir de los efectos como verdadera causa de los mismos (DB 1806); en cuanto a que se demuestre verdaderamente su existencia mediante los efectos, es doctrina católica (DB 21-45).

92. Prueba de la tesis. En el mundo existen efectos reales que son producidos por un agente distinto, no por sí mismos; luego uno de dos: o este otro agente es, a su vez, producido, o es «no producido». Ahora bien, si es «no producido», ya tenemos lo que pretendemos; pero si es «producido», tiene que serlo, a su vez, por otro, y de este último habría que plantear la misma cuestión hasta que, o bien nos detenemos en el ser «improducido», o bien caemos en el círculo vicioso, o establecemos un proceso hasta el infinito. Es así que no es posible que se dé un círculo vicioso en la serie de producciones ni que se establezca un proceso hasta el infinito, luego hemos de detenernos en una causa primera que no ha sido hecha por nadie y que será el ser «a se».

La mayor: a) es evidente que en el mundo existen efectos reales: a diario, en efecto, aparecen nuevas realidades -plantas, árboles, animales, hombres -, de los que tenemos constancia de que no son seres necesarios sino contingentes, puesto que la existencia de los mismos no es de su esencia, toda vez que anteriormente no existían; luego, de sus propios constitutivos nada son. Ahora bien, aquello que no, es «nada» por sus propios constitutivos, dejado a su propia suerte continúa no siendo «nada». Luego, si tales realidades existen, es que no han sido abandonados a su propia suerte, sino que han sido impulsadas a la existencia por un agente distinto. Y no otra cosa es el que se den hechas o realizadas «ab alio» (por un agente distinto).

b) Es evidente también la imposibilidad de que se admita un círculo vicioso en la serie de causas productoras y producidas. Decimos que tal círculo se establece cuando alguien afirma que una realidad produce una segunda realidad y esta segunda termina por producir la primera, ya sea de una forma inmediata, ya sea de una forma mediata y a través de un sinfín de generaciones. De esta manera, cualquiera podría imaginar que toda realidad es producida por otra distinta y, a la vez, ninguna de dichas realidades es «improducida».

Ahora bien, tal círculo es absolutamente imposible, puesto que en él el agente se producirá a sí mismo, al menos de forma mediata a través de una serie de generaciones, lo cual repugna, puesto que obraría antes de existir; en otras palabras: no existirá sino en cuanto producido por alguno de sus propios efectos y, entretanto ‑ cuando aún no había sido producido ni había adquirido la existencia ya produjo sus efectos.

93. c) Por último resulta evidente el que no se pueda pues proceder hasta el infinito en la serie de causas eficientes, subordinadas unas a otras tanto «per se» como «per accidens», sin recurrir a alguna causa independiente de la cual, en definitiva, dependan todas las demás: si al tomar la colección entera de las causas resulta que ha sido hecha en su totalidad, ¿cómo puede esto ser verdad cuando no existe absolutamente ninguno de sus miembros que no haya sido hecho? Además, en tal caso, la serie entera habría sido producida por otro agente ‑ conforme al postulado ‑ y no habría sido producida por otro al mismo tiempo. Efectivamente, no habría sido producida por otro agente fuera de la serie establecida, puesto que, al margen de la serie de causas producidas, no existiría ninguna otra de acuerdo con la hipótesis; ni tampoco por otro agente dentro de la misma serie, puesto que, de lo contrario, aquello de lo cual todo lo demás depende se produciría a sí mismo, al menos de forma mediata. Se supone, con razón, que todos los demás agentes dependen de este último y, al ser él mismo también producido, resulta que depende necesariamente de sí mismo, o lo que es equivalente, se produce a sí mismo, al menos de forma mediata.

La consecuencia es manifiesta pues, si no todos los seres pueden ser efectos, debe haber alguno que sea causa de los demás y que no haya sido hecho, sino que sea la causa primera y verdadero ser «a se».

94. Dificultades contra el argumento. 1. Muchos afirman, y entre ellos S.Tomás (1 q.46 a.2 a 7), que no repugna una serie infinita de causas subordinadas «per accidens» unas a otras; luego no parece necesario que haya de llegarse a una causa primera de la que tenga que depender toda la serie, sino que se trataría sencillamente de una serie en la que nunca se podría llegar hasta el primer miembro.

Distingo el antecedente: es posible una serie infinita de causas subordinadas unas a otras «per se» o «per accidens», sin que se dé una causa primera y no hecha, que se halle al margen de la serie de causas dependientes y contingentes y de la que dependa la serie entera, niego; supuesta tal causa, al margen de dicha serie de causas causadas y contingentes, paso por alto (el miembro en cuestión), dado que es una cuestión controvertida la posibilidad de una serie infinita de causas en el supuesto mencionado (!), y contradistingo el consecuente.

2. Todos y cada uno de los miembros de una colección infinita pueden ser contingentes, pero la colección entera puede ser un «ser necesario»; de la misma manera que las partes de una casa pueden ser pequeñas, siendo la casa, toda ella, grande; o que cada uno de los hombres que componen un ejército no es el ejército, pero sí que lo es el conjunto de todos ellos. Luego, de modo semejante, los miembros que componen una colección pueden perfectamente ser contingentes, siendo la colección misma necesaria.

Niego el antecedente y, en cuanto a la prueba aducida, niego la paridad: en efecto, cada una de las partes que constituyen la casa, incoativamente es ya la casa, puesto que es parte alícuota de la casa, que tiene su valor propio con independencia de las partes restantes; y cada uno de los hombres citados incoativamente ya es también el ejército, en cuanto que tiene sus propias fuerzas y su propio valor prescindiendo de los que tengan todos los demás; razón por la cual, en virtud de la adición de sí mismo que cada uno hace, entre todos pueden contribuir a la formación de un ejército numeroso. Pero en la colección o conjunto de seres contingentes ninguno de los miembros es incoativamente, de por sí, la colección, puesto que no tiene ningún valor independientemente de aquel otro en que hunde sus raíces, al ser él mismo, de por sí, pura «nada». Luego, si en toda la colección no hubiese más que seres contingentes, se tendría solamente una colección de seres que son, de por sí, pura «nada»; ahora bien, una colección de semejante índole no puede originar algo que sea positivo y que pueda servir de soporte a la existencia. Así todos los perros, p. ej., son irracionales, pero el conjunto de los mismos no pertenece a la categoría de los racionales; cada uno de los que son ciegos no ve nada, y el conjunto de los ciegos sigue sin ver nada; y por último en la enumeración de ejemplos, cada uno de los pobres carece de dinero, y el conjunto de todos los pobres carece igualmente de dinero.

N.B. Cuando cada uno de los miembros se encuentra «a cero» en el orden de un determinado predicado, también el conjunto se encontrará «a cero» en el orden del predicado en cuestión; asimismo, cuando por la añadidura de un miembro, nada se suprime del defecto que tenía el miembro anterior, tampoco quedará suprimido tal defecto por la añadidura que se haga de infinitos miembros. Por ejemplo, si por la añadidura de otro ciego, no deja de ser ciego el primer miembro de la serie, tampoco dejará de serlo por más que se sumen infinitos ciegos. De modo semejante, si el ser contingente, de por sí, es pura «nada», en el caso que se añada otro ser contingente, tendremos una mayor insuficiencia global, pero no por ello vamos a tener un soporte para la existencia.

3. La causalidad mutua no repugna; así, el fin causa el movimiento M agente, y el movimiento de] agente causa el fin. Luego una realidad puede producir otra, y ésta a su vez, la primera.

Distingo el antecedente: perteneciendo las causas - el fin y el agente -, a géneros distintos, concedo; perteneciendo al mismo género, de suerte que cada una no tenga su propia entidad sino por la otra, niego; y niego la consecuencia en razón de la disparidad. El «fin» es causa únicamente en cuanto objeto conocido y motivo de obrar, pero no realizando algo físicamente; mientras que el agente produce el ser físico de¡ fin, que anteriormente no tenía. Por el contrario, en el género de la causa eficiente no puede darse la causalidad mutua, porque entonces, lo que es pura «nada» de por sí como ya dijimos ‑, sería capaz de obrar. Y esto evidentemente es absurdo.

95. Escolios. 1. El argumento expuesto no depende de la imposibilidad de un proceso hasta el infinito, puesto que muchos disputan acerca de si tal proceso es imposible o no lo es. Pero, tanto si se da un proceso infinito como si no, la serie entera es imposible sin la existencia de una causa «no producida» que se halle al margen de la serie de causas producidas, como queda bien claro por el mismo argumento.

96. 2. Algunos fundamentan la fuerza del argumento en la imposibilidad de un proceso infinito en las causas «per se ordinatis» («per se» subordinadas unas a otras. Las causas subordinadas «per se» son aquellas de las cuales una depende en su actuación de la acción de la precedente que esté actualmente («actu») influyendo; así es cómo la piedra es movida por el bastón; el bastón lo es, a su vez, por el brazo, el brazo por los nervios, los nervios por la voluntad, y la voluntad, en fin, es movida por el «fin» que uno ama. En cambio, las causas subordinadas «per accidens» son aquellas cuya acción, no depende de la acción actualmente ejercida de la causa precedente. Así, por ejemplo, la acción de un hijo no depende de la acción actual de su padre, ni ésta depende de la acción actual del abuelo, ni la acción del abuelo depende de la del bisabuelo, y así sucesivamente. Y argumentan de la forma siguiente:

En el mundo vemos que existen causas. De cada una de las causas hemos de preguntar si depende, en su obrar, de otra que le preste su concurso; si no depende en su obrar de ninguna otra, ya tenemos la causa primera e increada pues, en el caso que fuera creada, estaría dependiendo de otra en su obrar. Es así que es imposible un proceso infinito en la sucesión de causas subordinadas «per se», aunque concedamos que sea posible en las causas subordinadas «per accidens»; luego hemos de llegar a la causa primera e increada. Y prueban la menor: en las causas subordinadas «per se», la última depende de las que están en medio, y éstas dependen de la primera; luego si no se da la primera, tampoco habrá causa intermedia ni última, y así nada se causaría, en contra del presupuesto.

Crítica de este argumento. Es, en realidad, una cuestión controvertida por muchos capítulos. Lo primero es que muchos rechazan el concurso inmediato de Dios, así como cualquier dependencia inmediata de unas causas respecto de otras, en el obrar. Los segundo es que, una vez concedida la posibilidad de un proceso infinito en las causas subordinadas «per accidens», pasan a admitir la misma posibilidad para las causas subordinadas «per se». Lo tercero es que se da petición de principio, pues dicen que en cualquier serie de causas subordinadas «per se», la última depende de la intermedia, y las intermedias dependen de la primera. Lo cuarto es que, en realidad, no se da ninguna conclusión pues, aunque se conceda que es preciso llegar hasta una causa primera en la serie de causas subordinadas «per se», con todo, la primera causa de la serie de causas subordinadas «per se», podría estar subordinada «per accidens» a otras causas anteriores, subordinadas unas a otras también «per accidens» y, al concederse la posibilidad de un proceso infinito en la sucesión de causas subordinadas «per accidens» se sigue que ya no se ve la necesidad de llegar hasta una causa absolutamente primera e increada.

De todo esto se desprende que resulta más práctico prescindir de la posibilidad o imposibilidad de un proceso infinito, y en cambio establecer bien la necesidad de llegar hasta la causa primera e increada, tanto si se da el proceso infinito como si no se da.

Objeciones: n.119ss.

ARTICULO III

POSIBILIDAD DE DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DE DIOS

A PARTIR DE LOS SERES CONTINGENTES

Tesis 6. A partir de los seres contingentes se demuestra la existencia de Dios en cuanto que Él es el ser absolutamente necesario.

98. Nexo. El presente argumento difiere del anterior - a partir de los efectos - tanto por razón del término «a quo» como por razón del término «ad quem». El término «a quo» allí eran los efectos intramundanos, mientras que aquí son las realidades contingentes. El término «ad quem» era allí la causa primera y el ser «a se», y aquí es el ser absolutamente necesario. Pero en ambos casos el principio en que nos apoyamos es el mismo, a saber, el principio de causalidad, expresado en la forma de que «lo que es contingente tiene una causa eficiente que ha de ser real y adecuadamente distinta».

99. Nociones. SER CONTINGENTE, en el orden del ser, es aquel que puede ser o no ser, sin que exista contradicción interna; así, el acto de la voluntad que comienza, dura y, por último cesa, es contingente.

SER ABSOLUTAMENTE NECESARIO, por oposición al ser contingente, es aquel cuya no existencia implica contradicción interna, ya que de su razón y esencia es la existencia actual. Por esto se distingue de las demás realidades que se dicen necesarias, pero que no lo son absolutamente en el orden del ser. De este modo, necesario, en el orden de la consecuencia, es la consecuencia inevitable que se sigue de unas premisas; en el orden del agente, es aquel agente que de tal modo actúa, que no puede dejar de poner su acción; su acción, pues, será necesaria en virtud de una denominación extrínseca por parte del agente, pero no con necesidad que proceda de su propia entidad («ab intrinseco»). Necesario en el orden del ser, aunque en forma hipotética, es aquel ser que no puede existir más que de modo condicionado e hipotético, es decir, mientras existe y bajo la condición de que existe.

100. Estado de la cuestión. Nos preguntamos, pues, si a partir de los seres contingentes puede demostrarse la existencia de Dios en cuanto ser absolutamente necesario.

Las opiniones así como la calificación de la tesis, igual que en la tesis anterior (n.55‑58).

101. Prueba de la tesis. Existen seres contingentes que se fundan realmente en otro. Precisamente, a propósito de este otro ser, nos planteamos: o es contingente o no lo es; si no es contingente, tenemos ya lo que pretendemos, es decir, se tratará del ser absolutamente necesario, cuya simple no existencia implica contradicción. Pero si es contingente, entonces es que tiene la razón suficiente de su existencia, a su vez, en otro ser, respecto del cual habremos de establecer análogo planteamiento, hasta ir a parar al ser absolutamente necesario que sea la razón de los contingentes, a menos que caigamos en el círculo (como en el argumento anterior), o admitamos un proceso infinito. Es así que es imposible (por ser absurdo) establecer un círculo en la sucesión de causas o admitir un proceso infinito, luego hemos de detenernos en el ser absolutamente necesario que sea la razón de todos los restantes.

a) Es manifiesto que existen seres contingentes: diariamente hacen su aparición en el mundo nuevas realidades, que antes no existían, para después desaparecer y dar lugar a otras nuevas realidades; así, por ejemplo, nuevas plantas, nuevos animales, nuevos hombres; igualmente advertimos mutaciones de todo tipo: nuevos pensamientos, nuevos actos de la voluntad, del aparato locomotor, etc. Ahora bien, todas estas realidades son contingentes, pues comienzan a existir, cuando antes no existían, y dejan de existir, sin contradicción alguna, a pesar de, haber existido; por lo cual vemos que la existencia no es de la esencia de los mismos y, consiguientemente, de sí mismos son pura «nada».

b) Es evidente que el ser contingente debe fundarse en otro ser, del cual causalmente depende: porque el ser contingente, por parte de sus propios constitutivos, es pura «nada» y, abandonado a su propia suerte, continuará siendo pura «nada»; luego, si existe, ello es prueba de que no ha sido abandonado a su propia suerte, sino que ha recibido de otro el impulso para la existencia, y este otro será su causa eficiente y el fundamento de su propio acto de ser.

c) Es asimismo evidente la imposibilidad de establecer un círculo en la sucesión de las causas, ya que entonces una cosa terminaría por producirse a sí misma, recorridos todos los intermedios.

d) Por último, es claro que no se puede admitir un proceso infinito: si todos los seres son contingentes, también lo será la colección o el conjunto de los mismos, al ser cada uno de los miembros, de sí mismo, pura «nada» en lo que se refiere a la suficiencia para existir de por sí. Luego ha de fundarse en otro ser (o, lo que es lo mismo, es producido por este otro ser), puesto que, lo que es contingente, tiene una causa y, al mismo tiempo, no se funda en otro ser (ni es producido por él), pues no es ningún otro que se halle al margen de la colección de los seres contingentes (pues se supone que no se da), ni tampoco ningún otro que esté dentro de la misma colección, ya que, de lo contrario, algo vendría a depender de sí mismo, al tener que depender todos los contingentes de él, siendo él uno de los contingentes.[2]

102. Escolios. 1. Del ser necesario ‑como ya ha sido demostrado ‑no puede decirse que alguna vez existiera y que ya no existe más. Se ha probado que existe un ser necesario por oposición a los seres contingentes. Es así que el ser contingente es aquel cuya «no existencia» no implica contradicción alguna, luego el ser necesario es aquel ser cuya «no existencia» implica contradicción interna. De donde se ve que resulta contradictorio afirmar que antes existiera y que ya no existe más.

103. 2. Asimismo, por este último argumento y por el del artículo anterior, queda demostrado que Dios no es accidente sino que es substancia. El accidente, en efecto, depende de otro; mientras que el ser «a se», causa primera y ser necesario no puede depender de ningún otro.

104. Objeciones. 1. Contra la demostración a partir de los seres contingentes. No hay ser que pueda decirse contingente; luego la prueba que parte del ser contingente no tiene valor. El antecedente: si conociéramos las cosas en toda su profundidad, veríamos que todo lo que ocurre, ocurre por necesidad; luego la contingencia no existe.

Niego el antecedente. En cuanto a la prueba aducida, distingo el antecedente: en relación también con las causas libres, niego; con las causas necesarias, subdistingo: ocurre por necesidad, en forma hipotética, que no suprime la contingencia absoluta, concedo; ocurre por necesidad, en forma absoluta, procedente de necesidad interna, niego y distingo el consecuente. Por más que una causa obre por necesidad, sin embargo el efecto que se deriva no existe por necesidad, que proceda de su propia entidad o consistencia, ya que, de por sí, es pura «nada», sino por razón de la entidad de la causa, y por razón de la entidad o consistencia del ser necesario.

2. El ser necesario, a cuya conclusión hemos Negado, no es otra cosa más que la serie misma de las realidades intramundanas, o es el substrato del mundo; luego no hemos llegado a demostrar la existencia de un Dios distinto del mundo.

Niego la primera parte: si es, en verdad, el ser necesario, no es posible identificarlo ni con el devenir o serie de las mutaciones intramundanas, ni con el conjunto de las realidades existentes, que ha podido perfectamente ser otro sin contradicción alguna. Distingo la segunda parte: no hemos demostrado formalmente que el ser necesario se distingue de la materia y de cualquier substrato del mundo, concedo; virtual e implícitamente, niego; pues el ser necesario es único, omniperfecto, simplicísimo, inteligente, capaz de querer, etc., cualidades todas ellas que no convienen al substrato material del mundo.

3. El ser contingente no puede concebirse sin el ser necesario; es así que en las premisas aún no conocemos la existencia del ser necesario, luego no es posible conocer la existencia del ser contingente si no es recurriendo a una petición de principio.

Distingo la mayor: en forma adecuada, concedo; en forma inadecuada, niego; y concedida la menor distingo igualmente el consecuente: no podemos en las mismas premisas conocer el ser contingente en forma adecuada, concedo; en forma inadecuada pero suficiente para establecer el argumento, niego.

4. Para dar explicación de la existencia del ser contingente, basta otra causa contingente; luego no es preciso llegar a un ser necesario. El antecedente: una causa contingente puede, en efecto, dar origen a otro ser contingente, como consta por la experiencia.

Distingo el antecedente: si no se presupone la existencia del ser necesario, niego; si se presupone la existencia del mismo, concedo y contradistingo el consecuente. En cuanto a la prueba aducida, distingo igualmente.

Toda colección de seres contingentes, de por si, es pura «nada» y, evidentemente, la nada no puede dar explicación de ninguna realidad contingente que exista.

5. Para tener explicación de la existencia de algún efecto 6 de alguna realidad contingente, es bastante que el efecto no supere la realidad reconocida como causa; es así que muchos efectos no superan otras realidades contingentes incomparablemente mayores, o más excelentes, reconocidas como causas, luego las realidades contingentes pueden tener explicación por solo seres contingentes.

Distingo el antecedente (como en la objeción anterior): si no se presupone la existencia del ser necesario, niego; si se presupone la existencia del ser necesario, concedo; y concedida la menor distingo igualmente el consecuente.

Una colección de seres contingentes, de por sí, es pura «nada», y la nada no puede explicar la existencia de cosa alguna que sea contingente.

105. 6. (Objeción tomada de la filosofía kantiana). El argumento a partir de la contingencia, al igual que el que parte de los efectos, se reduce al argumento de S.Anselmo; efectivamente, cabe argumentar: el ser necesario es perfectísimo o, lo que es lo mismo, realísimo; de aquí que, dándole la vuelta a la afirmación, se puede decir que el ser perfectísimo existe por necesidad o necesariamente; que es el mismo argumento de S. Anselmo.

Niego el aserto. En cuanto a la prueba aducida: una vez probada «a posteriori» la realidad del ser necesario, podemos concluir que el ser necesario es realísimo o perfectísimo, mientras que S.Anselmo, partiendo únicamente del concepto mismo del ser perfectísimo, llega a la conclusión de la necesidad de su existencia antes de probar dicha existencia «a posteriori». Así que no hay paridad alguna.

7. El principio de causalidad únicamente tiene vigencia en el mundo de los fenómenos (en. sentido kantiano); luego, a partir de él cabe llegar a la conclusión de otros fenómenos, sin término alguno; pero lo que no es posible es llegar a la conclusión del ser primero, toda vez que no se trata de un fenómeno. Antecedente: el principio de causalidad se enuncia de la siguiente manera; todo fenómeno procede de otro fenómeno.

Niego el antecedente. En cuanto a la prueba aducida, niego el aserto: el principio de causalidad tiene los siguientes enunciados: «todo aquello que comienza ha de tener una causa real y adecuadamente distinta», o bien, «lo que es contingente tiene una causa real y adecuadamente distinta», o bien, «todo ser que es producido lo es por otro ser real y adecuadamente distinto». Todos estos enunciados tienen validez universal, ya se trate de fenómenos, ya se trate de seres reales y existentes en sí mismos.

8. El argumento expuesto en la tesis depende de la repugnancia de un proceso infinito; ahora bien, no aparece que un proceso infinito repugne.

Distingo la mayor: depende de la repugnancia de un proceso infinito simpliciter, niego; de la repugnancia de un proceso infinito sin algún principio o causa no hecha que se halle al margen de la serie, sea ésta finita, sea infinita, concedo y contradistingo la menor: no aparece que repugne un proceso infinito sin alguna causa primera, que se halle al margen de la serie, niego; con alguna causa primera, que esté al margen de la serie de seres causados, paso la afirmación; pues de ello se discute.

9. Del argumento se concluye la necesidad de un ser incondicionado. Pero esto repugna, pues desde el momento en que algún ser existe, es que se han cumplido las condiciones para que exista; luego todo ser que existe, es condicionado.

Niego el aserto; en cuanto a la prueba aducida, distingo el antecedente: si se trata de un ser que depende de otro, concedo; si se trata de un ser totalmente independiente, niego (pues existe con absoluta necesidad y por ello no reúne las condiciones sin las cuales no puede existir); y distingo el consecuente (todo ello puede verse con mayor extensión en OM, n.81‑83 y 94‑96).

ARTICULO IV

POSIBILIDAD DE DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DE DIOS

A PARTIR DEL ORDEN INTRAMUNDANO

Tesis 7. A partir de la finalidad que reluce en los organismos y en el mismo mundo inorgánico, se demuestra la existencia de una inteligencia excelentísima, que es Dios.

107. Nociones. ORDEN es la disposición que las cosas tienen, por la cual a cada miembro se le asigna su propio lugar, desde la perspectiva de alguna relación o de alcanzar un fin determinado.

El orden intramundano es el orden que resplandecen en el mundo sensible. Puede considerarse, bien en la universalidad del cosmos, bien restringido al mundo del sistema solar, por lo que hace a la vida en el planeta tierra; bien particularizado en cualquiera de los organismos vivientes. Nosotros vamos a limitar nuestra consideración al orden del mundo sólo en el sistema solar y en cuanto favorece el desarrollo de la vida en la tierra, y al orden que se puede admirar en cualquier organismo.

El orden - así como el fin que a través de él se logra - puede considerarse material y formalmente. El fin, considerado materialmente, es la recta disposición de varios elementos a obrar del modo más apropiado para lograr un bien determinado, prescindiendo de la intención que pudiera tener algún agente intelectual. Considerado formalmente es esta misma disposición, pero considerándola como pretendida por alguna inteligencia. Nuestro argumento lo establecemos a partir del orden material, y de él derivamos la conclusión relativa al orden formal, o pretendido por alguna inteligencia.

108. Finalidad intrínseca es la que se logra mediante las virtualidades internas de la realidad que se halla ordenada, como es el orden que se percibe en los organismos. Finalidad extrínseca es aquella que no se logra por dichas virtualidades intrínsecas de la realidad objeto del orden. Así, por ejemplo, el hombre no tiene poder para que existan animales que le estén sometidos y le sirvan de provecho, ni tampoco los animales pueden hacer que existan las plantas, ni los vivientes, en general, pueden influir en que exista el sistema solar, dispuesto para su utilidad de forma tan apropiada y admirable. Por el contrario, los organismos tienen virtualidades internas para disponer adecuadamente su propia organización estructural, con tal que se den las circunstancias apropiadas: aire, comida, etc. Por lo que se refiere al orden vigente en el sistema solar, argumentaremos a partir de la finalidad extrínseca, mientras que en los organismos lo haremos a partir de la finalidad intrínseca.

109. El principio a partir del cual vamos a establecer nuestro argumento no es el principio metafísico de finalidad, que es como sigue: «todo agente obra por un fin», o también «todo lo que existe, existe por algún fin». Pues la verdad de tal principio se conoce perfectamente una vez demostrada la existencia de Dios, que es sapientísimo y todopoderoso; pero antes de dicha demostración no puede conocerse con certeza, por lo que no puede utilizarse para demostrar la existencia de Dios. El principio en que nos vamos a apoyar es el principio del orden, cuya formulación es la siguiente: la disposición constante, a pesar de que sea complicada, en que se hallan muchas realidades independientes entre sí e indiferentes, a ser colocadas de otras muchas maneras inconvenientes, y apropiada a que pueda obtenerse de ella un buen relevante para el mismo sujeto que obra o para otros, ha de ser efecto de alguna inteligencia.

110. La verdad de dicho principio se demuestra mediante el siguiente razonamiento: Una disposición útil, de la que se sigue un bien destacado, no puede deberse a una causa «per accidens», sino a una causa «per se». Es así que esta causa «per se» debe ser inteligente, luego la disposición útil de la que se sigue un bien destacado es obra de la inteligencia.

Prueba de la mayor en cuanto a su primera parte. Tal disposición ha de deberse a una causa «per se», es decir que, por su propia virtualidad, se halle determinada a la producción de tal efecto. Si la disposición mencionada no se debiera a una causa «per se», se debería a la casualidad; ahora bien, a la casualidad no puede deberse ya que ésta es sumamente rara y no produce precisamente lo que es más útil al sujeto operante, sino cualquier cosa. Además, considerando la cuestión desde un punto de vista matemático, podríamos admitir que se diera a través de la pura casualidad una probabilidad de orden infinitesimal; pero tal probabilidad, en la práctica, es completamente despreciable. Así, pongamos por caso, si ocho letras pueden colocarse en 40.320 posiciones diversas, si diez pueden serlo en 3.628.800 y veinte letras en 620 sextillones (!!), calcúlese cuál será el número de combinaciones posibles si tenemos en cuenta los innumerables átomos del universo. De entre todas estas combinaciones, las combinaciones que podrían resultar útiles para la vida serían extraordinariamente pocas, en comparación con las innumerables que son completamente inútiles. Luego, en la práctica, la probabilidad de que se verifique por casualidad aquella combinación que precisamente es útil para la vida, viene a ser nula (GISOUIÉRE, 1 p.236).

Si, pues, aquella disposición es útil no puede deberse a la pura casualidad ni, a lo que es lo mismo, a una causa «per accidens»; ha de deberse a una causa «per se», que por su propia virtualidad es capaz de originar la existencia de aquel efecto.

111. La menor (que la causa «per se» debe ser inteligente) se prueba, en primer lugar con un argumento de analogía. Pues, si al considerar un reloj - e incluso un simple objeto de barro cocido -, todo el mundo reconoce que es obra de la inteligencia, «a fortiori» (con mucha mayor razón) deberá ser obra de la inteligencia aquella disposición admirable de que estamos hablando. Sin embargo, menester es confesar que los argumentos que proceden por analogía gozan únicamente de probabilidad, por grande que ésta seas; pero no de certeza absoluta.

En segundo lugar se prueba además por eliminación de las causas que no son inteligentes. Pues una causa que determina una ordenación de tal naturaleza, debe contener la unidad de aquella disposición que determina «per se»; ahora bien, sólo la inteligencia - o los seres inteligentes - puede contener semejante unidad, mientras que las causas que carecen de inteligencia no pueden contenerla en modo alguno. Pues una de dos: a) o la contendrían todas y cada una de las causas que deben ser ordenadas, y esto evidentemente no es posible, puesto que son puramente pasivas respecto de dicha ordenación; o b) habría de contenerla alguna forma substancial ciega. Pero esto tampoco puede tener lugar, pues, o ninguna de dichas causas es la forma única que puede determinar la unidad en cuestión - como ocurre, p. ej. en el sistema solar, cuya disposición tanto favorece la vida -; o, si tienen verdaderamente tales formas, como son los organismos, es evidente que ellas no pueden ser la razón última capaz de aglutinar unas realidades tan diversas y, de por sí, indiferentes a una disposición múltiple, como ocurre, p. ej., con los elementos nitrógeno, hierro y carbono en relación con la unidad de la planta o del animal. Por tanto, una tal forma intrínseca no puede obrar si no es como vicaría del agente que tiene en sí mismo la idea de la disposición e imprimió dicha idea en alguna forma. Al igual que una fábrica parece que se mueve sola y que, sola, pone a su vez otras cosas en funcionamiento, y sin embargo todo ello se debe a la idea del artífice, que el mismo artífice dejó como impresa en algún mecanismo.

Así pues, es en este principio en el que se apoya toda la tesis que nos ocupa.

112. Estado de la cuestión. Nos preguntamos, por tanto, si a partir del orden y de la finalidad material que se percibe en el sistema solar, así como en la evolución de cualquier organismo, se puede demostrar la existencia de alguna inteligencia excelentísima que sería Dios.

113. Opiniones. La primera es la de los materialistas (atomistas) de la antigüedad HERÁCLITO y EMPÉDOCLES, quienes afirmaban que todo consta de átomos increados, los cuales no tienen virtualidad alguna propia, sino únicamente el movimiento y que, por pura casualidad, habían ido agrupándose hasta llegar a la constitución de las disposiciones a que damos los nombres de mundo, plantas, animales, hombres.

La segunda opinión es la de los materialistas (mecanicistas) de época más reciente. Estos afirman que todas las cosas constan de átomos, los cuales, a su vez, poseen virtualidades que les son propias, así como leyes constantes. Los átomos, si bien por un puro azar se fueron reuniendo alguna vez y dando origen a algunas disposiciones sumamente útiles, sin embargo posteriormente, por la imposición de determinadas leyes (físicas), mantienen los mismos tipos de plantas, de animales y de hombres.

Nuestra opinión sostiene que una disposición tan admirable que vemos introducida en las realidades del mundo ‑ plantas, animales y hombres ‑ ha sido producida mediante una inteligencia sapientísima, que es precisamente Dios. De este argumento se han servido siempre los sabios: así ANAXÁGORAS ya enseñó que existe una mente a la que se debe todo el orden que vemos en el mundo. Lo enseñaron, sobre todo, SÓCRATES, PLATÓN, ARISTÓTELES, los ESTOICOS, CICERÓN, los SANTOS PADRES con extraordinaria frecuencia, SANTO TOMÁS, SUÁREZ y los filósofos teístas del siglo XVIH, que escribían contra los ateos de su misma época.

Esta opinión es plenamente cierta en filosofía. También se afirma en la sagrada Escritura que la existencia de Dios se prueba por el orden y la belleza del mundo; si bien acaso en la sagrada Escritura no se afirma expresamente si se prueba por el orden ‑ en cuanto tal orden ‑, o por el orden en cuanto que es un hecho contingente y mudable.

114. Prueba de la tesis. Parte 1. A PARTIR DEL ORDEN Y DE LA FINALIDAD INTRÍNSECA DE LOS ORGANISMOS SE DEMUESTRA LA EXISTENCIA DE UNA INTELIGENCIA EXCELENTÍSIMA.

En el mundo de los organismos se da una espléndida finalidad material; es así que dicha finalidad reclama la existencia de una causa inteligente que haya concebido y pretendido el fin correspondiente, ordenando a él los medios proporcionados, luego de hecho existe la causa inteligente que haya podido concebir y pretender tal fin y haya ordenado los medios para lograrlo.

La mayor se prueba por multitud de hechos, pero bastará que la ilustremos con un ejemplo, que puede ser el órgano del ojo.

En él, efectivamente, se da una admirable convergencia de muchas causas independientes que podrían haber sido dispuestas de otra manera y, sin embargo, se hallan colocadas de modo estable, tanto a lo largo del proceso de formación, como en el órgano ya constituido, como en la formación hereditaria, y ello de tal manera que el resultado de tal constitución sea el más apropiado para su efecto útil, que es la visión. Pues para que pueda darse la visión son necesarias unas fibras nerviosas en la debida conexión con el cerebro; éstas deben terminar en un tejido que sea sumamente sensible a la luz y deben estar colocadas en el fondo de una cámara obscura, con una separación del foco proporcionada al índice de refracción del aire y de las varias capas o casquetes ópticos constituyentes y de suerte que la tal distancia focal pueda variar desde infinito hasta los quince centímetros. Debe haber también un diafragma (o iris), que permita el paso solamente de la cantidad o intensidad conveniente de luz e impida al mismo tiempo la dispersión de los rayos (irisación). Deben darse elementos mediante los cuales se perciba no sólo la luz, sino también las diversas variedades cromáticas. El órgano debe hallarse en número par, con el fin de que puedan apreciarse debidamente tanto el volumen como la distancia. Debe haber músculos gracias a los cuales ambos ojos puedan moverse a la par hacia cualquier lado y converjan de manera que la imagen se encuentre en el lugar en que la claridad es mayor. Por otra parte, la extensión del campo visual ha de ser grande para poder buscar lo que es útil, evitar lo que es nocivo, escoger lo que parece más conveniente y, sin embargo, la imagen nítida debe colocarse únicamente en el lugar central para que la atención no se disperse. Debe haber un humor acuoso que mantenga limpia la córnea y la conserve diáfana. No debe faltar la protección del órgano mediante huesos sumamente duros, pestañas, cejas, etc.

115. Todas las cosas que acabamos de enumerar son independientes unas de otras, tanto en el ser como en el obrar, como se evidencia si consideramos los elementos oxígeno, carbono, calcio; el cristalino, el humor acuoso y el vítreo, la esclerótica. Y se muestran asimismo indiferentes a recibir cualquier otra colocación que no resulte apropiada y, sin embargo, es manifiesto que están colocadas precisamente de la manera más apropiada. Y esto se ha hecho, y se mantiene en su ser, de modo constante; pues la constitución del órgano dura meses, y es posible observar una elección adecuada de los elementos para que, al final, tengamos el órgano del ojo totalmente constituido. Y es de notar que todo este proceso es capaz de resistir a cualquier impedimento pues, en caso de darse alguna resistencia, termina por vencerla, e incluso, si el proceso se ve comprimido, tan pronto como es posible vuelve a tomar su camino para llegar al fin establecido.

Por tanto, todo ocurre como si el efecto, que aún no tiene existencia real, preexistiese de alguna forma en la idea y estuviese dirigiendo toda la estructuración del organismo. Y esto es precisamente lo que hemos designado con el nombre de finalidad material, pues por fuera todo se desarrolla como si alguien hubiese concebido y pretendido el fin y hubiese ordenado los medios para conseguirlo, prescindiendo, por el momento, de si realmente existe tal intención y tal ordenación.

La menor se prueba por el principio físico del orden, que ya se demostró (n.110, 111).

116. Parte II. IGUALMENTE, A PARTIR DEL ORDEN Y DE LA FINALIDAD INTRÍNSECOS DEL SISTEMA SOLAR, SE DEMUESTRA LA EXISTENCIA DE UNA INTELIGENCIA EXCELENTÍSIMA.

En la integridad del sistema solar, cuya utilidad llega hasta nosotros (no nos referimos al universo en general), está vigente un orden admirable, extraordinariamente complicado, constante y sabio, perfectamente subordinado al bien de los vivientes y, en particular, al bien del género humano, así como al bien del universo. Es así que un orden semejante no puede ser algo casual o «per accidens», sino «per se» y procedente de la determinación de una causa inteligente sumamente sabia, luego existe una inteligencia sumamente sabia, que es la causa de todo este orden u organización admirable.

La mayor. El hecho de que exista en el mundo una disposición admirable es manifiesto por la misma experiencia, ya que nunca cesamos de admirarlo; si es que no carecemos de dotes para la contemplación. Dicho orden es extraordinariamente complicado, según aparece por los innumerables elementos de que consta nuestro universo y por las innumerables leyes que lo rigen. Es también extraordinariamente constante, ya que tal disposición admirable viene manteniéndose a lo largo de muchos millares, y aun millones de años. Es, por último, sumamente sabio, puesto que ya constituye una sabiduría no pequeña el conocer tan sólo una parte diminuta de estas leyes por las cuales las cosas se subordinan al bien de los vivientes y al bien del mismo universo.

La menor se prueba por el principio físico. del orden, que ya quedó demostrado (n.110,111).

117. Parte III. ESTA INTELIGENCIA ES DIOS.

En efecto, una tal inteligencia, o es increada, o es creada por otro. Si es increada, ella misma es Dios; si es creada, entonces, al no poder todas las causas ser creadas, no hay más remedio que llegar hasta una causa increada que sea el' origen de tal inteligencia ordenadora, y que sea también sumamente sabia. No puede ser más que Dios (cf. n.88‑105).

118. Clamor universal de alabanza. Una vez que hemos dado por terminada la' demostración de la existencia de Dios a partir de la consideración de las criaturas, podemos, en cierto modo, escuchar el clamor del universo entero, que alaba a grandes voces a su Hacedor. Pues los' innumerables efectos están proclamando la existencia de una causa primera y de un ser «a se», del cual ellos mismos dependan en su propio ser. Innumerables señales de contingencia, tanto en el interior del hombre como fuera de él, están apuntando hacia el Ser absolutamente necesario que les ofrezca fundamento. El orden intramundano indica la existencia de una inteligencia excelsa que le comunica la admirable disposición que tiene. El incesante movimiento, tanto físico como espiritual, está afirmando que hay una causa absolutamente inmóvil que lo origina. Los diversos grados de perfección están mostrando que existe una perfección infinita, de cuya riqueza proceden todos los demás grados. La pluralidad de cosas semejantes o iguales manifiesta que existe un ser absolutamente único, que no puede tener semejante en sentido unívoco, sino sólo analógico. Por último, todas las criaturas, así como todas las afecciones y atributos o propiedades de las mismas, proclaman a su manera que hay un Ser supremo del que dependen en su misma esencia, en el que se fundan y por medio del cual encuentran cabal explicación, ya sea en la esencia, ya sea en la existencia o en el obrar.

119. Objeciones. 1. En el mundo existen muchas cosas que son malas, tales como fríos, sequías, inundaciones, productos naturales de muchas semillas que perecen sin utilidad alguna, guerras injustas, robos, sacrilegios, opresión de los débiles por parte de los fuertes, etc.; es así que todas estas realidades no aparecen en absoluto ordenadas, luego el orden que está vigente en el mundo no es tan admirable.

Respuesta 1. Concedo la mayor y la menor, pero distingo el consecuente: si sólo hubiese en el mundo las cosas citadas en la mayor, concedo; si hay otras muchas cosas que exigen un ordenador sumamente sabio, niego.

Respuesta 2. Una vez probada la existencia de la sabiduría soberana, que es Dios, la solución se presenta así: concedo la mayor y distingo la menor: no aparecen en absoluto ordenadas en cuanto que no caen bajo la providencia primaria de Dios, concedo; en cuanto que caen bajo la providencia secundaria y relativa, niego. Todos estos males, en efecto, si son morales, se permiten de forma que están compensados por otros bienes incomparablemente superiores, como son, p. ej., la penitencia, la prueba que reciben los justos a través de las injurias que les infieren los pecadores, la manifestación de la justicia divina en el castigo de los obstinados y, si se trata de males físicos, Dios mismo los puede querer «per accidens», tanto para someternos a prueba como para el bien general del universo.

2. La casualidad ha podido explicar todo este orden, con tal que supongamos que la materia se halla sometida a leyes. Pues en un principio pudo haber simplemente una masa informe; conforme a unas leyes determinadas se originó después la división de la materia en toda la variedad de astros, que quedaron situados a diversas distancias, alcanzando diferentes grados de enfriamiento e incluso una atmósfera más o menos acomodada a la vida; entonces hizo su aparición la vida. Ahora bien, los diferentes grados de vida se sirven de cosas de orden inferior para su propia utilidad, no por el hecho de que los seres inferiores hayan sido hechos precisamente con la finalidad e intención de que estén sometidos a los superiores, sino porque los seres superiores tienen unas virtualidades orientadas a la utilización activa, mientras que los seres inferiores poseen aptitud para la utilización pasiva (para ser utilizados). De este modo, a partir de una materia sometida a leyes, con la sola intervención de la casualidad, ha podido obtenerse perfectamente el orden vigente, que parece algo tan digno de admiración. Es así que, en tal hipótesis, no es menester la intervención de ninguna inteligencia rectora, luego, a través del orden natural existente, no se prueba la existencia de ninguna inteligencia sumamente sabia y poderosa.

Respuesta 1. Niego el aserto. En cuanto a la prueba aducida es falsa la suposición de que la vida haya podido hacer su aparición únicamente a partir de las fuerzas materiales y de las leyes de la materia.

Respuesta 2. Es imposible que se obtenga por pura casualidad una subordinación tan admirable sin la intervención de inteligencia alguna; puesto que nuestro universo consta de partes punto menos que infinitas, que podrían haber sido dispuestas de otras infinitas maneras no apropiadas para el desarrollo de la vida. Ahora bien, el agrupar para formar una unidad y para tender, de consuno, a un solo efecto, diversas partes que son, de por sí, indiferentes a tal objetivo, es propio de una inteligencia capaz de concebir dicha unidad y de congregar las partes mencionadas para realizarla: lo que aparece, en primer lugar, por el argumento de analogía, p. ej., por la simple contemplación de un reloj; en segundo lugar, porque la casualidad no ocasiona precisamente aquello que es útil para el logro de un efecto determinado, sino cualquier otra cosa; y, en tercer lugar, porque la pretendida unidad no puede contenerse en ninguna causa irracional, sino sólo en una causa inteligente, tal como se ha explicado (n.110-111).

3. Al menos los acerbos dolores que sufren los animales superiores carecen por completo de finalidad; luego una de dos: o los animales superiores no han sido dispuestos por ninguna inteligencia, o lo han sido por una inteligencia necia. El antecedente: pues tales dolores (en el caso de los hombres), no sirven como satisfacción de los pecados ni para dar ejemplo de virtudes al no ser sobrellevados con paciencia, ni tampoco sirven de advertencia contra los peligros, puesto que tal advertencia podría hacerse de manera bastante más suave.

Respuesta 1. Dejemos pasar el antecedente y niego el consecuente: para probar la existencia y la sabiduría de, la referida inteligencia, basta que haya muchas cosas que no pueden explicarse en absoluto sin el recurso a una gran sabiduría.

Respuesta 2. Dejemos pasar el antecedente y niego el consecuente: los dolores tan acerbos no son más que la consecuencia de una naturaleza que es corruptible y sensible, la cual se halla rodeada de muchos factores adversos debido a su limitación; luego lo que tenemos que buscar no es la finalidad, sino el defecto del que proviene el dolor, que es defecto de tal naturaleza y no defecto del artífice.

4. Nuestro orden intramundano es una realidad finita. Es así que, para concebir y llevar a cabo una realidad finita no hace falta echar mano de un ser infinito, luego del argumento del orden no extraemos la conclusión de un ser infinito.

Concedo la mayor y distingo la menor: no hace falta echar mano de un ser infinito de forma inmediata y próxima, concedo; al menos de forma remota, niego y distingo el consecuente. Por el orden se demuestra la existencia del ordenador; ahora bien, que se trate de un ordenador creado o increado sólo se puede concluir a partir de] argumento de la contingencia y de los efectos, como ya lo hemos hecho. (Todo puede verse con mayor extensión en OM, n.206‑208, 214‑215).

ARTICULO V

ACERCA DE SI SE DEMUESTRA LA EXISTENCIA DE Dios

POR LAS CINCO VÍAS DE SANTO TOMÁS

Tesis 8. La existencia de Dios se demuestra por las cinco vías de Santo Tomás. (n.82‑86).

120. 1. Por el movimiento metafísico se demuestra la existencia de Dios en cuanto que es el Motor absolutamente inmóvil. Es cosa manifiesta el que en el mundo las cosas se mueven, y que lo que se mueve es contingente: en efecto, el ser necesario no se mueve (n.224); es así que lo contingente exige al ser necesario (n.101), el cual es la causa de todo movimiento, él mismo es absolutamente inmóvil; luego por el movimiento metafísico se demuestra la existencia de Dios, en cuanto que es el Motor absolutamente inmóvil.

2. Por las causas subordinadas o dependientes en el obrar se demuestra la existencia de Dios, en cuanto que es la causa primera e independiente. Vemos que muchas causas en el mundo dependen de muchísimas condiciones y prerrequisitos a fin de poder obrar, y por ello son causas contingentes en el ser; pues el ser necesario no depende de nadie; es así que lo contingente exige al ser necesario y causa primera, que no depende de ningún otro ser, luego por las causas subordinadas se demuestra la existencia de Dios, en cuanto que es la causa primera e independiente.

3. Por los seres corruptibles se demuestra la existencia de Dios en cuanto que es el ser absolutamente necesario. En efecto, vemos en el mundo muchísimos seres corruptibles, y por ello son contingentes: pues el ser necesario no es corruptible; es así que el ser contingente exige al ser absolutamente necesario, luego por los seres corruptibles se demuestra la existencia de Dios, en cuanto que es el ser absolutamente necesario.

4. Por los grados de la perfección se demuestra la existencia de Dios, en cuanto que es el ser simpliciter infinito. En efecto, vemos que en el mundo se dan perfecciones de vida, de substancia, de ser, según grados mayores y menores, y por consiguiente al menos los grados menores son finitos, y por tanto contingentes: pues el ser necesario no puede ser finito (n.237, 361, 362.); es así que el ser contingente exige al ser necesario, el cual es infinito simpliciter; luego por los grados de la perfección, atendiendo al más y al menos, se demuestra la existencia de Dios en cuanto que es el ser simpliciter infinito.

5. Por el orden que se encuentra en el mundo se demuestra la existencia de Dios en cuanto que es la inteligencia ordenadora. En efecto, existe en el mundo un orden admirable, como aparece a aquel que lo contempla; es así que la obra ordenada es obra de la inteligencia (n.114, 116); luego existe la inteligencia ordenadora del mundo. Ahora bien, dicha inteligencia o es creada o increada; si es increada, esta inteligencia es Dios; si por el contrario es creada, exige una causa increada, que sea inteligente, a fin de no ser menor que sus efectos inteligentes; luego por el orden que se da en el mundo se demuestra la existencia de Dios en cuanto que es la inteligencia ordenadora del mundo (OM n.195‑198).

ARTICULO VI

ACERCA DE SI SE HA PROBADO LA EXISTENCIA DE DIOS

POR MEDIO DE LOS ARGUMENTOS PRECEDENTES

Tesis 9. Por los argumentos precedentes ha quedado virtualmente demostrada la existencia de Dios. 

121. Estado de la cuestión. Se ha demostrado ciertamente que existe la causa primera, que es el ser «a se» y el ser absolutamente necesario, y que es también la inteligencia excelentísima a la que se debe el origen del orden que se da en el mundo. Y ahora se pregunta acerca de si esta causa primera, el ser «a se», el ser absolutamente necesario y la inteligencia excelentísima es el verdadero Dios o no lo es.

122. Sentencias. La primera sentencia es de los panteístas de todo género: conceden que se ha demostrado la existencia del ser necesario y ser «a se», pero dicen que dicho ser es el substrato del mundo, el cual se desarrolla necesariamente como se desarrolla el mundo. Y dicen que esta inteligencia, que se ha probado por el orden existente en el mundo, es el alma del mundo, por cuya información sucede todo lo que vemos que acontece en el mundo tanto de los seres racionales como de los irracionales. Y Julián Marías dice que los escolásticos no han podido todavía responder a esta dificultad.

La segunda sentencia es de algunos agustinos de época más reciente, v.gr. de FEDERICO SCIACCA. Afirma que ha sido demostrada ciertamente la existencia de la causa primera, que es el ser «a se» y el ser absolutamente necesario, y que se ha demostrado cierta inteligencia, que es el arquitecto del mundo, el acto puro; sin embargo, dice que mediante esta demostración todavía no se ha demostrado la existencia del verdadero Dios, puesto que, según él, no se ha probado que Dios es amor, providente, que se comunica con nosotros, el cual sea también el objeto de toda nuestra bienaventuranza y el ser infinito. Se ha probado la existencia de cierta causa cósmica última, pero no del verdadero Dios. A fin de probarse la existencia del verdadero Dios, sigue diciendo este autor, debe darse una definición nominal de Dios, que contenga los caracteres que están incluidos en el Dios del cristianismo, y en ese caso debe demostrarse la existencia del Dios descrito de este modo con un único argumento; ahora bien, el argumento, por el que se concluye la existencia de este Dios, es el argumento extraído de la Verdad, la cual es independiente de nosotros, y mediante su presencia se nos comunica como el bien absoluto e infinito y el objeto de la bienaventuranza.

123. Nuestra sentencia, la cual es la sentencia de todos los escolásticos, puede reducirse a estos cuatro puntos: en primer término, que se ha demostrado de forma evidente explícitamente la existencia de la causa primera, que es el ser por sí y el ser absolutamente necesario, y la existencia de alguna inteligencia ordenadora del mundo. En segundo término, que ciertamente aún no se han demostrado de manera explícita todos los atributos que son propios y característicos de Dios, sino que se han demostrado implícita y virtualmente todos los atributos de Dios que exige Sciacca, por el hecho de que se deduce necesaria y evidentemente de los. predicados que se han citado con anterioridad. En tercer lugar, que la deducción. clara y necesaria de estos atributos hay que dejársela a aquellos capítulos de la, Teodicea en los cuales se trata de la esencia y de los atributos de Dios, pues en el, caso de que queramos demostrar simultáneamente todos los aspectos en alguna disciplina, surge una gran confusión. Por último, en cuarto lugar, que puede anticiparse aquí, después de haber sido demostrada la existencia del ser necesario y causa primera, la demostración de los atributos propios de Dios, los cuales se explicarán después más ampliamente.

Así pues expondremos primeramente las propiedades del ser necesario, y después mostraremos de qué modo, una vez demostrada la realidad del ser necesario, ha quedado demostrada la existencia del verdadero Dios.

§ 1. Índole del ser necesario

124. Primero. El ser necesario se constituye por la esencia, que sea absolutamente necesaria, actual e independiente: esto está claro: en efecto, el ser necesario, actual e independiente no puede estar constituido por notas contrarias a sí mismo, a saber por una esencia que sea potencial o contingente o dependiente.

Segundo: esta esencia del ser necesario, es en concreto formalmente la existencia, esto es, se identifica real y racionalmente con la existencia actual y en ejercicio, y no con una existencia meramente posible o abstracta. En efecto, el ser necesario existe en virtud de su esencia, y no por otra causa; es así que no puede existir en virtud de su esencia de manera eficiente, como si la esencia misma hubiera hecho a la existencia, ya que, si hubiera sido así, algo se hubiera hecho a sí mismo; luego existe en virtud de la esencia formalmente, a saber porque la esencia es formalmente la existencia misma.

125. Tercero: la esencia de Dios es actualidad pura. Con estas palabras queremos decir que la esencia de Dios se constituye por la existencia y sólo por la existencia, excluyendo toda otra diferencia o constitutivo esencial mediante el cual esté constituida la esencia del ser necesario.

Pues constituye alguna esencia como único constitutivo de la misma aquel predicado que, además de ser el constitutivo de la esencia, por sí solo distingue a la esencia de toda otra esencia; es así que la existencia actual y en ejercicio es el constitutivo de la esencia del ser necesario, y distingue a dicha esencia de toda otra esencia; luego la existencia actual y en ejercicio es el único constitutivo de la esencia del ser necesario.

La mayor está clara por la noción misma. Y se explica la menor: a) en primer lugar la existencia actual y en ejercicio es el constitutivo de la esencia del ser necesario, porque la esencia del ser necesario es formalmente la existencia actual y en ejercicio, según se ha probado. b) Además la existencia actual y en ejercicio como constitutivo de la esencia, distingue a la esencia divina de toda otra esencia: puesto que, por el hecho mismo de que alguna esencia sea formalmente existente, es la esencia del ser necesario, de tal manera que su no existencia implica contradicción; y la esencia que no es propia del ser necesario, sino de un ser contingente, no se constituye formalmente por la existencia: pues al ser indiferente para existir y para no existir, se concibe que la existencia le sobreviene a la esencia de un ser contingente como accidentalmente: por lo que también se distingue necesariamente de la esencia, al menos con distinción de razón con fundamento en la realidad.

126. Cuarto, de aquí se sigue que la esencia de Dios no puede carecer de ninguna actualidad posible. Pues si careciera de alguna actualidad, en ese caso la esencia de Dios constaría de dos elementos constitutivos, de los cuales el uno sería la actualidad, y el otro sería la carencia de actualidad o la restricción de la actualidad hasta un determinado grado y no más; es así que esto es imposible, luego no puede carecer de actualidad alguna.

La mayor: pues si la esencia de Dios careciera de alguna actualidad, esto sucedería o por oposición a tener dicha actualidad, o no por oposición sino por capacidad de adquirirla; es así que ambas cosas pertenecen a la esencia y no a lo accidental de un ser, luego si la esencia de Dios careciera de alguna actualidad, tendría otro constitutivo además de la actualidad.

La menor: si no fuera así, no sería la actualidad pura, en contra de lo que se ha demostrado.

 127. Quinto: Dios es el Ser mismo. Un motivo para dudar sería el que en toda creatura concreta, como es v.gr. el hombre, se distingue por una parte el sujeto que tiene la forma o esencia, por otra la forma o esencia poseída, y además la subsistencia por la que la forma es subsistente en si y no como parte de otro ser. Y se pregunta acerca de si en Dios subsistente, esto es, en concreto, sucede lo mismo. La respuesta es negativa. Y el sentido de nuestra doctrina es que en Dios se da la actualidad pura, y que no puede distinguirse en Él ni el sujeto en el que subsista dicha actualidad, ni la subsistencia por la cual subsista; en consecuencia Dios en concreto y en cuanto subsistente no será más que la actualidad pura, o sea el ser subsistente.

Y se prueba: Dios es el Ser mismo subsistente «per se» si se da en Él la actualidad, o sea el ser, y no se da en Él el sujeto o la subsistencia que se distingue de la actualidad pura con distinción real o con distinción de razón; es así que así sucede, luego Dios es el Ser Subsistente Mismo.

La mayor está clara por las nociones; y se prueba la menor: a) pues si además de la actualidad se distinguiera en Dios con distinción real o con distinción de acción o bien el sujeto o bien la subsistencia como distintos de la actualidad, en ese caso dicha actualidad dependería o se supondría que dependía de otro ser distinto de la esencia, y de este modo no sería la esencia del ser necesario, sino una esencia de un ser contingente; b) así mismo la esencia de Dios carecería dentro de ella, misma de la actualidad del sujeto o de la subsistencia, ya que tendría éstos mediante realidades distintas de la esencia.

128. Sexto. El Ser necesario es el Acto Puro. Mediante estas palabras queremos decir que Dios es la actualidad en la cual no se da ninguna potencialidad lógica, la cual es la capacidad de no existir; ni tampoco se da potencialidad física o pasiva alguna, la cual consiste en la capacidad de recibir o de perder alguna percepción. Y se prueba: En efecto, Dios es el Acto Puro, si es la actualidad, y no se da en Él ni la capacidad lógica de no existir ni la capacidad pasiva de adquirir o de perder algo; es así que así sucede, luego Dios es el Acto Puro.

La mayor está clara por las nociones, y se explica la menor. a) El que Dios es alguna actualidad está claro, pues es la actualidad pura y el Ser mismo. b) EL que no se da en Él potencialidad lógica, consta porque, al ser Dios el Ser absolutamente necesario, es imposible que no exista dicho ser absolutamente necesario. c) El que no puede adquirir o perder alguna cosa, también consta: pues, si no fuera así, podría carecer de alguna actualidad, a saber de aquella actualidad que puede adquirir y todavía no tiene, y de aquella que puede perder, en contra de lo indicado en el n.126. Además el Ser absolutamente necesario no puede tener algo contingente o potencial ni esencial ni accidentalmente: no esencialmente: pues el Ser absolutamente necesario ya está plenamente constituido con anterioridad al ente contingente, puesto que es la causa y el fundamento de toda contingencia; por consiguiente, si ya está plenamente constituido con anterioridad a todo ente contingente y potencial y con independencia de estos entes contingentes y potenciales, el Ser absolutamente necesario no tiene constitutivamente ninguna contingencia o potencialidad. Ni tampoco accidentalmente, pues si tuviera algo contingente o potencial accidentalmente, tendría capacidad intrínseca para recibir lo que es contingente y potencial; y tener esta interna capacidad pertenece a los constitutivos del ser, y por ello estaría constituido por referencia a lo contingente y en dependencia de lo mismo, lo cual ya se ha dicho que es imposible.

129. Séptimo. Dios es inmutable. Se prueba del mismo modo: pues si pudiera experimentar mutación, podría adquirir o perder algo, y en ese caso no sería el Acto Puro.

Octavo. La esencia del ser «a se» es esencialmente singular e individual, y por ello ni puede ser ni concebirse en lo universal. Pues lo que es existente por sí mismo es singular; es así que la esencia del Ser necesario es existente, más aún, es incluso la existencia actual y en ejercicio, luego la esencia del ser necesario, en cuanto que es la esencia del ser necesario, y no en cuanto que es tal o tal ser individual, es singular e individual; y por ello no puede darse un concepto de Dios en lo universal.

130. Noveno. La esencia del ser «a se» es única e inmultiplicable en muchos individuos, o lo que es lo mismo, no pueden darse muchos individuos en los cuales se realice la nota característica del ser necesario. En efecto, lo que es singular es esencialmente único, según está patente por la Ontología. Es así que la esencia del ser «a se», por la que se constituye como ser «a se» o como ser necesario, es singular e individual, luego la esencia del ser «a se» es esencialmente única e inmultiplicable.

Décimo. El ser «a se» es el autor de todas las cosas, que existen fuera de Él Mismo, mediante creación de la nada. En efecto, el ser increado es único; luego todo lo que hay fuera de Él ha sido hecho por Él inmediata o mediatamente, ciertamente de la nada; pues si se presupusiera en los efectos algo que no hubiera sido hecho, se darían ya muchos seres que no habrían sido hechos.

131. Undécimo: el ser «a se» es omniperfecto. Primeramente porque la esencia de Dios es la actualidad pura y ésta no puede carecer de ninguna perfección: en otro caso carecería de alguna actualidad, a saber de la actualidad de aquella perfección que le faltaría (en contra de los expuesto en el n.126), además, porque Dios es la causa de todas las cosas que existen y que pueden existir fuera de El; luego tiene las perfecciones de todas las cosas que existen y que pueden existir.

Duodécimo. El ser «a se» es inteligente: se prueba esto porque es el origen de los seres inteligentes; luego no puede carecer de inteligencia, en otro caso sería más imperfecto que alguno de sus efectos.

Decimotercero. El ser «a se» posee voluntad y es libre, exactamente por la misma razón por la que es inteligente.

132. Decimocuarto. El ser «a se» es el Señor absoluto de todos los seres, tanto cosas como personas. Pues es Señor aquél del que depende algo o a cuya potestad está sujeto algo; es así que el ser «a se» es aquel del que dependen todos los seres en cuanto a la esencia, ya que se fundamentan en El, y en cuanto a la existencia, y a cuya potestad están plenamente sujetos, luego el Señor «a se» es el señor de todos los seres.

Decimoquinto. El ser «a se» y necesario es nuestro bien infinito. En efecto, Dios ha hecho todas las cosas a causa de su bondad, y no a causa de algún bien extrínseco a Él; si no hubiera sido así, el acto de su amor dependería de aquello extrínseco a Él. Ahora bien, no ha hecho todas las cosas a causa de poseerse a sí mismo, puesto que Él ya se posee sin necesidad de dichas cosas; luego las ha hecho a causa de comunicarse a las cosas conforme a la índole de las mismas, ya de un modo meramente entitativo, por semejanza analógica, ya también de un modo intencional por el entendimiento y la voluntad; pues bien, comunicarse a las cosas por el entendimiento y la voluntad es querer el que éstas le posean a Él mismo mediante el entendimiento y la voluntad; luego ha creado a los, seres intelectuales para que posean a Dios, como al bien infinito, mediante el entendimiento y la voluntad.

§ 2. Se prueba la tesis enunciada: a saber, que por medio de los argumentos

precedentes ha quedado probada la existencia del verdadero Dios

133. En efecto, con el nombre de Dios entendemos al ser increado y absolutamente independiente, el cual es distinto del mundo, autor y Señor de éste, personal, o sea inteligente y libre, al cual se le debe suma reverencia y amor; es así que tal ser es el Ser necesario, que ha sido demostrado mediante los argumentos precedentes, luego por los argumentos precedentes a quedado demostrada la existencia del verdadero Dios.

La mayor consta por las nociones. Y se explica la menor. El Ser necesario y «a se» es increado y absolutamente independiente, según queda claro por la prueba de la existencia de Dios.

El ser «a se» es distinto del mundo: en efecto el mundo está lleno de imperfecciones, es mutable y plural, puesto que siempre tiene algo con lo que conviene genéricamente, ya que al menos mediante la división de la materia se darán dos seres que coinciden en el hecho de ser materiales; en cambio el ser «a se» es omniperfecto, totalmente inmutable y único, según ha quedado probado.

El ser «a se» es el Creador y Señor del mundo: y es personal, esto es, inteligente y poseedor de voluntad; y es todo nuestro bien conforme se ha explicado. 

Y por último se le debe la máxima reverencia: pues si dependemos absolutamente de Él en el ser, y estamos ordenados a Él como a fin al cual nos hallamos subordinados, y es nuestro sumo bien, no podemos dejar de estar totalmente sujetos a Él en cuanto al entendimiento, a la voluntad y a la acción, si queremos obrar de manera razonable.

Según está claro, mediante los argumentos precedentes, con los que ha quedado probada la existencia del ser necesario y «a se», se ha demostrado la existencia del verdadero Dios, al menos implícita y virtualmente.

Baste aquí con haber tratado estos puntos brevemente, pues se explicarán y se probarán más ampliamente en su debido lugar.
 

[1] No pretendemos afirmar que se adquiera con estos argumentos diestramente elaborados la primera certeza acerca de la existencia de Dios: pues en la mayoría de las ocasiones precede una certeza vulgar respecto a la existencia de Dios, certeza que ha sido adquirida con argumentos implícitos, cuyas características son las siguientes: a) esta certeza vulgar es muy común y universal: pues todas las personas, excepto unos pocos ateos, tienen conocimiento de la existencia de Dios; b) dicho conocimiento es claro, puesto que conocen a Dios como ser distinto del mundo y autor de todas las cosas; e) por otra parte es un conocimiento confuso, ya que apenas conocen algo intrínsecamente conveniente a Dios, sino que prácticamente solamente conocen el que Dios es el creador del mundo; d) este conocimiento se adquiere basándose en el orden que admiramos en el mundo, mediante la analogía con el reloj que necesita del relojero; o a través del asombro curioso que se pregunta de dónde proviene todo lo que vemos en el mundo; o mediante la autoridad; o por la tendencia a algo ultraterreno; e) dicho conocimiento es siempre dativo, o sea conclusivo a partir de las creaturas, más nunca es intuitivo o sentimental.

[2] ¿De qué modo presentó S.Tomás este argumento? Este argumento lo aduce S.Tomás en la Sumnía contra Gentiles (1 CG c.15 n.4; y 2 CG c.15 n.5) y en la Summa theologica (1 q.2 n.3), cuyo sentido es el siguiente: vemos que se dan seres contingentes o corruptibles; ahora bien, es imposible que todos los seres sean corruptibles (porque lo que es corruptible en alguna ocasión no existe, y por tanto tampoco ahora existiría nada): por consiguiente existe algo incorruptible o necesario. Es así que todo lo necesario es necesario por sí o por otro; y puesto que es imposible un proceso infinito en los necesarios causados; luego es menester llegar al ser necesario «per se»: por consiguiente dicho ser necesario «per se» es Dios.