Leibniz

(El presente texto es la transcripción de una conferencia dictada por don Julián Marías, que, como se sabe, no utiliza para ello un texto escrito -en la edición se mantiene el estilo oral. Conferencia del curso “Los estilos de la Filosofía”, Madrid, 1999/2000 - edición: Jean Lauand

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BIBLIOTECA BÁSICA DEL CRISTIANO

 

Julián Marías

 

Buenas tardes, hoy vamos a hablar de Leibniz, Gottfried Wilhelm Leibniz. Él nació exactamente 50 años después de Descartes: él nació en 1646 y murió el 1716. Una vida -70 años- para la época relativamente larga (Descartes murió joven, a los 54 años). Había nacido en Leipzig y murió en Hannover. Es una figura particularmente compleja y sumamente interesante.

Fue matemático -uno de los grandes matemáticos de la historia- su gran descubrimiento es el Cálculo Infinitesimal, que llamó Calcul de l'infinement petit. Es un descubrimiento que se hizo paralelamente a lo de Newton; Newton llamó a su descubrimiento Método de las Fluxiones. Ha habido una disputa sobre la prioridad del descubrimiento, parece que no hubo prioridad por parte de ninguno: fue un descubrimiento simultáneo en formas distintas y además las notaciones eran diferentes: la de Leibniz es la que ha prevalecido -aproximadamente es la que se conserva, a lo largo de la historia en el Cálculo Infinitesimal.

Era además físico, físico sumamente importante. Luego diremos una palabra sobre la discrepancia -parcial- que tiene con Descartes. Era además jurista, historiador, en ocasiones diplomático. Tenía una gran preocupación religiosa; era protestante, pero se sentía muy próximo al catolicismo. Él era partidario, tenía mucho entusiasmo por la unión de las iglesias: mantuvo una relación muy prolongada con el gran obispo y teólogo francés Bossuet y con el obispo español Rojas Espinola, para conseguir una aproximación y un poco de unión entre las iglesias. Él no quería convertirse; él quería que las iglesias protestantes y católica se aproximaran y llegaran a una unión, sin cambiar las confesiones. Esto, como saben ustedes no llegó a producirse. Hay varios estudios, hay un libro muy importante de Jean Baruzi, a quien conocí en París hace bastantes años y se llama Leibniz y la organización religiosa de la tierra. Escribió historias, sobre todo los Annales Brunsvicenses, es decir, de la casa de Brunswick. Pero naturalmente lo que fue sobre todo y primariamente -y en eso que fue absolutamente genial- fue filósofo.

La obra de Leibniz tiene una estructura y sobre todo una transmisión muy azarosa. Él escribió principalmente en francés y en latín. Escribió doce libros, bastante extensos -no enormes-; dos libros considerablemente extensos: Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, un título reflejo del título de Locke -de quien hablaremos la próxima semana- Ensayos sobre el entendimiento humano; él escribe en francés Nouveaux essais sur l'entendement humain y otro libro extenso Teodicea. La palabra "teodicea" quiere decir literalmente "justificación de Dios", el esfuerzo por interpretar la realidad divina -en relación con el mundo, el hombre- y justificar porque Dios -siendo infinitamente bueno, infinitamente sabio- ha creado un mundo en el cual hay el mal - en muchos sentidos: el mal físico, el mal moral... Pero la palabra "teodicea" luego ha sido usada en un sentido más lato, más general, como el conocimiento filosófico de Dios.

Escribió además una serie de breves tratados -no más de cincuenta o sesenta páginas-, algunos muy importantes. El Discurso de Metafísica -yo lo he traducido hace bastantes años, casi sesenta-, La monadología, Los principios de la naturaleza y de la gracia y otros más, muy importantes.

Como todos los autores de su tiempo mantuvo una correspondencia científica con figuras importantes de varios países, y esa correspondencia está en latín o en francés -algunas cartas en inglés y muy pocas en alemán.

Como autor es un autor de lengua francesa y latina; el alemán no era todavía una lengua de cultura, no era una lengua en que se escribiera filosofía. El primer autor que escribe en alemán de un modo normal -además de en latín- es Wolff, discípulo de Leibniz. Luego ya Kant escribirá casi toda su obra en alemán.

Esta es en conjunto, digamos, la obra externa de Leibniz. No fue nunca profesor; él fue fundador de la Academia de Ciencias de Berlín, en 1700, y fue director de ella. Viajaba por Europa, en coches -de caballo, naturalmente- y leía y escribía en esos grandes coches del siglo XVIII.

Es una figura por tanto amplísima; escribe sobre gran cantidad de temas, y fue sobre todo como matemático y como filósofo una de las grandes figuras creadoras. No olviden ustedes que la matemática superior es creación simultánea de Leibniz y Newton.

Como físico tiene ciertas discrepancias con Descartes. Descartes se ocupa del movimiento, por supuesto, pero lo ve como un cambio de lugar y estudia lo que llama la cantidad de movimiento cuya fórmula es mv, masa por la velocidad. Pero la concepción de Leibniz -y lo digo porque tiene conexión con sus ideas filosóficas- es una concepción dinámica, no se trata simplemente de cambio de lugar y lo que importa no es la cantidad de movimiento, sino lo que él llama "la fuerza viva", que tiene una fórmula distinta:

mv2

2

Esto tiene conexión con la idea de fuerza, de vis, de conato, de impulso..., a diferencia de la concepción de cierto modo estática de Descartes.

Y hay un concepto enormemente importante, que está en el centro de la filosofía de Leibniz, el concepto de mónada. Mónada es una palabra griega, monás, monadós, que quiere decir unidad. Y llama mónadas justamente a los componentes de la realidad. Son precisamente lo que llama substancias indivisibles, que no tienen partes. Y por tanto no pueden proceder por agregación, porque no tienen partes, ni pueden desaparecer por disgregación. Añade, con una imagen muy curiosa que "las mónadas no tienen ventanas", no se pueden comunicar entre sí, directamente no se comunican. La comunicación que tienen es en Dios. Recuerden ustedes como aparecía la intervención de Dios en la realidad en todo el pensamiento del siglo XVII: en Descartes; en Malebranche, en forma de ocasionalismo; en Spinosa... En Leibniz la solución va a ser justamente que las mónadas por ser indivisibles, sin ventanas, no pueden aparecer más que por creación y no se pueden destruir más que por aniquilación.

Vean ustedes que este concepto capital en el cristianismo, el concepto de creación -y su reverso, aniquilación- tiene un carácter ontológico, un carácter filosófico capital en el pensamiento de Leibniz. En definitiva, diríamos que las ventanas de las mónadas dan a Dios; es decir, la comunicación de las mónadas es con Dios, no es entre ellas. Y esto lo lleva a un concepto que ha sido muy famoso: la armonía preestablecida. Las mónadas que son, repito, incomunicantes, que no tienen ventanas, que no tienen partes, sin embargo componen un universo coherente: porque han sido creadas por Dios justamente siguiendo la armonía preestablecida. Es decir, Dios ha preestablecido la coherencia de las innumerables mónadas de tal manera que es como si se comunicaran; no se comunican realmente pero la armonía preestablecida hace que estén concordes. Recuerden ustedes el problema planteado por Descartes de cómo puede ser que la realidad física, extensa, afecte a la res cogitans, a la substancia pensante o a la inversa: que el entendimiento o la voluntad, que son espirituales, puedan actuar sobre lo físico: que yo pueda mover mi brazo... Recuerdan ustedes como Malebranche atribuía a Dios una intervención constante de tal manera que con ocasión de la existencia de este tapiz rojo yo tengo la sensación de rojo; con ocasión de mi voluntad de levantar el brazo, Dios hace ese acto. Pues bien, en el caso de Leibniz hay una armonía preestablecida y por tanto hay una concordancia general en el universo porque Dios justamente ha hecho que el mundo sea de esa manera.

Hay una idea muy arraigada en Leibniz y que después ha sido muchas veces comentada -en general entendida muy mal, superficialmente-, decir que el mundo es el mejor de los posibles. Esto fue llamado de optimismo de Leibniz; pero no se trata de optimismo, sino de lo mejor de los posibles. El mundo ha sido criado por Dios y es el mejor de los posibles porque... hay un concepto capital, enormemente interesante, que utiliza Leibniz y que es lo composible, la composibilidad.

Qué quiere decir Leibniz con composible? En la concepción tradicional es posible lo que no es contradictorio; por ejemplo, un círculo cuadrado es imposible porque justamente hay contradicción entre la circularidad y el cuadrado. Pero si ustedes preguntan si es posible el centauro -mitad hombre, mitad caballo-, bueno, sí. O la sirena, que es mujer y pez -siempre he pensado que no sabría lo qué hacer con una sirena: si enamorarse o comérsela con mayonesa...

Son posibles, diría Leibniz, con posibilidad abstracta, pero no real, no son composibles: es decir no puede haber un organismo que sea mujer y pez, o hombre y caballo... no hay una posibilidad real, una posibilidad concreta. Ese concepto de composibilidad es sumamente importante, porque el mundo está regido por el principio de la composibilidad: las cosas tienen estructuras que las hacen a algunas composibles y a otras no: hay problemas importantes de coherencia en la realidad. Dios ha creado el mundo con el mayor bien posible (de lo que es composible): y así no es que el mundo sea óptimo; sino que es el mejor de los posibles, el que tiene mayor grado de perfección posible, tomando la realidad en conjunto. Lo que pasa además es que esto se debe aplicar teniendo en cuenta que nosotros no conocemos el mundo, no conocemos más que muy parcialmente el mundo: imaginen ustedes con todo lo que ha avanzado el conocimiento del mundo, por ejemplo, desde Leibniz hasta ahora y el número de cosas que ignoramos -es abrumador: sabemos una pequeña fracción de lo que había que saber...

Por otra parte, él tiene una distinción muy importante entre las mónadas personales y las demás. Las mónadas personales son libres y además tienen percepción, tienen conocimiento. Él tiene la idea de que la realidad está compuesta de mónadas, cada una de las cuales refleja el universo entero, una concepción maravillosa de Leibniz. Hay un verso suyo que dice: "Particula in minima micat integer orbis", en la partícula más pequeña se encuentra el reflejo del universo entero.

Es una idea capital en Leibniz porque en las mónadas personales hay libertad y hay conocimiento. Cada una de las mónadas conoce en principio -aunque sea de una manera parcial, incompleta- el proceso entero del universo. Y es libre, tiene espontaneidad. Todo, todo en sí misma: las mónadas son cerradas, no pueden percibir nada de fuera, no tienen partes, no tienen ventanas, en definitiva lo que hacen, las acciones de cada mónada son el despliegue de sus posibilidades internas. Y en el caso de las personas es una espontaneidad que añade conocimiento y la libertad: es libre.

Es muy importante esto, porque precisamente el pensamiento leibniziano está impregnado de la idea de libertad. Veremos en la próxima conferencia como el teórico del liberalismo y de la democracia fue Locke. Y Locke no acababa de creer en la libertad humana, la libertad personal; para Leibniz la libertad era condición fundamental de la persona. Ya veremos como Locke creía en la libertad política, pero no demasiado en la libertad humana; hay un cierto determinismo en su pensamiento. Es lo contrario de Leibniz. Siempre he pensado que si el teórico del liberalismo -y secundariamente de la democracia- no hubiese sido Locke sino Leibniz, creo que las historia sería sensiblemente diferente y hubiera habido una dosis capital de libertad. Es interesante ver como a veces la creencia en la libertad política y la defensa de la libertad política -que me parece muy bien- no está sostenida por algo mucho más profundo, que es precisamente la creencia en la libertad humana. Yo he dicho muchas veces que es muy importante tener libertad, pero es mucho más importante ser libre. Porque libertad, siempre hay alguna, por lo menos la que uno se toma; pero si no se es libre, si el hombre no es libre, por muchas libertades reconocidas, políticas, no hay verdadera libertad. Yo creo que si hubiera sido Leibniz, diríamos, el patrono de los sistemas políticos de los últimos siglos, hubiera sido más profunda y más verdadera la libertad.

Era un hombre que afirmaba la libertad personal y la relación del hombre con Dios. Para él, Dios es rigurosamente personal. Está muy lejos del panteísmo de Spinosa, pero tampoco tiene la idea muy dominante en la época de un Dios, que sí es creador, providente, que tiene todos los atributos de infinitud y de perfección, pero a quien no se ve rigurosamente como persona.

Y cuando se refiere a Dios emplea palabras sumamente curiosas y yo creo que no se han empleado más que en su pluma: él hablando de Dios y del amor de Dios emplea la palabra ternura, tendresse. Es extraordinario. A veces se entiende el amor a Dios de un modo abstracto, se piensa que el amor a Dios consiste en cumplir los mandamientos: sí, pero la palabra amor quiere decir otra cosa. El sentido primario de la palabra amor es otra cosa. Recuerden ustedes la distinción que hace Pascal: le Dieu des philosophes et des savants a diferencia del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios religioso. Para Leibniz amar a Dios es amarlo con ternura, lo cual no he encontrado en ningún otro lugar. Y hablando de Dios emplea otra palabra extraña: dice que es encantador, charmant. Dios nos encanta, es encantador. Y tiene por nosotros no un amor abstracto sino ternura y el hombre debe sentir también ternura respeto de Dios. Hay una relación estrictamente personal. Relaciones de amor, de ternura, de libertad: justamente esto es lo que es la persona.

Hay un hecho curioso, Leibniz era naturalmente una figura muy admirada y respetada pero con poca difusión: los escritos suyos circulaban poco. Y hay un hecho tremendo: la primera edición de conjunto -incompletísima- es de 1765, es decir, medio siglo después de la muerte del autor... Y hay otra cosa muy importante: uno de sus dos grandes libros, Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, era una réplica a Locke, que había publicado sus Ensayos sobre el entendimiento humano en 1690. Los Nuevos Ensayos son, en definitiva, una discusión con Locke y la obra termina hacia 1704, que es cuando muere Locke. Y entonces Leibniz por una excesiva delicadeza no lo publica: porque era una discusión con Locke, Locke no puede contestar y no lo publica y el libro permanece inédito hasta 1765... Y hay cosas extraordinarias que, naturalmente no fueron leídas -fueron leídas por pocos- hasta medio siglo después de la muerte de Leibniz. Y hay unas páginas -yo las comenté hace tiempo en un artículo- en que Leibniz, hacia 1704, prevé una revolución general en Europa. La revolución se produce en 1789; en 1704 la prevé Leibniz. Y la ve como una crisis general de los usos, de las valoraciones y de la moral; de como los grandes modelos de perfección humana se han olvidado... Ustedes imaginen que este libro hubiera sido leído desde el comienzo del siglo XVIII, que hubiera estado en manos competentes, que se hubiera tenido en Europa otras actitudes avanzadas, creadoras, personales, fundadas en el concepto de libertad, fundadas en una actitud religiosa, en la esperanza en Dios etc. Pero por el azar editorial, por esa delicadeza -un poco excesiva- de Leibniz, los efectos fueron mínimos... Y se ha leído una serie de obras muy inferiores, muy superficiales, los llamados "filósofos" filosóficamente eran muy poca cosa: no olviden ustedes que la gran creación de la ciencia y de la filosofía es del siglo XVII; el siglo XVIII vive de las rentas y hay una disminución de valor, de profundidad de ese pensamiento filosófico y científico: los grandes creadores son del siglo XVII -sin duda ninguna- los demás son continuadores, divulgadores -a veces rebajadores- del gran pensamiento del siglo XVII. Habrá que llegar a Kant, para encontrar una gran filosofía creadora en el siglo XVIII.

Ven ustedes los azares de la historia. El estudio de Descartes en el siglo XVIII es superficial; se habla de sus doctrina físicas, de los animales como máquinas, la idea de los torbellinos; de Leibniz, se habla de la idea de lo mejor de los mundos posibles, pero no se piensa a fundo el concepto de substancia, que es fuerza, que es dynamis, conato, impulso, creación: armonía preestablecida, que hace que el mundo sea un mundo, un universo, en el cual hay una relación con un Dios, que es amable, que es amado con ternura etc.

La idea de felicidad –que es justamente lo más importante- ha sido tratada por Leibniz con una profundidad extraordinaria. La felicidad es al hombre lo que la perfección es a los entes. La idea que corresponde a la perfección en las cosas, los entes deben ser perfectos; en el hombre, justamente la perfección es ser feliz. Y esa felicidad radica muy fundamentalmente en el amor. Y el amor -hay una frase suya que me parece extraordinaria-, el amor a Dios, dice Leibniz, debe ser un amor con tendresse y dice además que tiene que tener el ardor combinado con la luz. Ardor y luz, es precisamente una combinación del amor con la razón. A veces se contraponen amor y razón -el amor no es razonable, el amor es ciego..., Ortega opinaba que eso es un error gravísimo; el amor es perspicaz, el amor descubre... las perfecciones del amado, por ejemplo. La perfección humana consiste en amor luminoso, un amor esclarecido, un amor en que se combina la ternura con la razón.

Vean ustedes como es una figura extraordinaria, la amplitud: es quizá el último hombre en Europa capaz de poseer el universo de las ciencias, después esto no ha sido posible, por la especialización, por el crecimiento de la información... Y actualmente se llega hasta el extremo de que los científicos no conocen la disciplina que profesan, sino conocen una pequeña parcela de ella: un botánico que está especializado en las algas o en una variedad de algas y nada más, no sabe mucho de lo demás. Y lo mismo ocurre con el físico, con el químico, con todos los científicos. Hay una parcelación del saber que impide la visión universal que posee todavía Leibniz.

¿Es esto posible? ¿Es necesaria esa visión de conjunto, la visión abarcadora del real? Ustedes piensen que la crisis de la filosofía en estos últimos decenios, que es muy grande -lo que se llama filosofía muchas veces tiene muy poco que ver con ella- consiste precisamente en un abandono de la perspectiva filosófica, del punto de vista filosófico. El filósofo no sabe casi nada sobre casi todo, pero tiene el punto de vista filosófico: él se pregunta sobre la realidad y por el puesto que cada cosa, cada parroquial realidad tiene en el conjunto de la realidad. En esto consiste la filosofía y por esto siempre insisto en que se trata de hacer las preguntas radicales: las respuestas son inseguras, no son necesarias, a veces no se encuentran... pero si se hacen las preguntas radicales, se está haciendo filosofía; si no se hacen esas preguntas –hágase lo que se haga- se está fuera de la filosofía. Y es interesante ver como el exceso de crítica que aparece ya después de Leibniz, justamente consiste en una serie de renuncias... Renuncias que van a estar de cierto modo compensadas por lo contrario: por excesos. En las sesiones siguientes nos ocuparemos de eso.