«GUÍA». Capítulo V. Hacerse subjetivo

UNA SENDA EN EL BOSQUE
Guía del pensamiento de Kierkegaard
Por Mariano Fazio

 


Capítulo V. Hacerse subjetivo

La Apostilla conclusiva no científica a las "Migajas filosóficas" es considerada por el mismo Kierkegaard como la obra central de toda su producción. Obra seudónima, pero en la que aparece su nombre como editor, en ella expone el problema que cada individuo debe resolver: cómo hacerse cristiano. En un capítulo anterior, intentamos presentar una posible hermenéutica de las obras kierkegaardianas, basándonos en algunos textos del mismo danés, en particular del Diario y de Mi punto de vista. De aquel estudio resaltamos dos cuestiones importantes del pensamiento kierkegaardiano: lo que él mismo llamaba su categoría, esto es, el individuo, y el problema de cómo hacerse cristiano.

Tanto la categoría como el problema proporcionan una clave de lectura que permite recorrer el intrincado sendero del frondoso bosque kierkegaardiano sin perderse, o por lo menos facilita llegar a una visión de conjunto más coherente de su pensamiento.

En las páginas que siguen queremos exponer la importancia que tiene el concepto de hacerse sujetivo en el pensamiento de Kierkegaard, analizando la primera parte y los dos primeros capítulos de la segunda de la Apostilla conclusiva. El "hacerse subjetivo" constituye uno de los aspectos nodales donde se entrecruzan la categoría y el problema(1).

a) El cristianismo como verdad objetiva.

Ya desde el prefacio de esta monumental obra, Johannes Climacus revela cuál será el blanco preferido de sus dardos dialécticos: el sistema, el pensamiento especulativo abstracto, el pensamiento puro, o con otras palabras, Hegel y sus seguidores. El sistema nos oprime, nos aniquila. Siempre es preferible la vida finita del existente concreto, con todas sus limitaciones, miserias y dolores, pero real y concreta, que la vida abstracta. Con la consabida ironía de sus seudónimos, Kierkegaard escribe: "más vale morir ahorcado, que contraer matrimonio con el sistema y emparentarse con el mundo entero"(2).

El sistema adopta una actitud bastante clara con respecto a la fe. Esta actitud determina incluso la consideración que hace del cristianismo y el significado que tiene ser cristiano. El sistema presupone la fe como algo recibido, y se acerca a ella objetivamente. El enfoque intelectual con el que se acerca a la fe es, para los filósofos sistemáticos, objetivo, desinteresado: los filósofos sistemáticos pretenden entender la fe "permaneciendo fuera de la pasión de la fe". El sistema cae en la ilusión de pensar que sabe qué es la fe. Pero es necesario aclarar si la respuesta que da el sistema al problema de la fe es adecuada o es una falsificación.

La respuesta a la pregunta sobre la fe no puede dejar de ser interesada: el cristianismo ha querido ser para el individuo el punto de partida de su certeza en su salvación eterna. Johannes Climacus, a pesar de mantenerse al margen del cristianismo -Climacus es un hombre en busca de la verdad, pero todavía no es cristiano-, espera en una bienaventuranza eterna. Este "insignificante individuo del siglo XIX" se ha dado cuenta que el cristianismo pretende "conceder al individuo la bienaventuranza eterna", y eso ya despierta el interés finito por la propia salvación(3).

De esta forma aparece uno de los conceptos más importantes de la Apostilla: la existencia humana concreta es problemática. Existir significa encontrarse con problemas, tener problemas. ¿Por qué? Porque la existencia es contradictoria, porque el hombre debe alcanzar una síntesis de elementos contradictorios entre sí. Finitud e infinitud, tiempo y eternidad, posibilidad y necesidad se deben sintetizar en la existencia concreta. Existir significa interesarse, entendiendo por interés no sólo el significado habitual de prestar atención, sino en su sentido más profundo: interés es inter-esse, encontrarse inter, es decir en medio de dos elementos. Pero estos dos elementos son contradictorios: este interés es por tanto una pasión, porque en el intento de hacer esa síntesis se lo juega uno todo. Si el interés es la actitud propia de la existencia auténtica, el interés por la salvación eterna lleva a la pasión a su culmen. Se entiende así que Johannes Climacus presuponga un interés infinito por la salvación eterna(4).

La pretensión del cristianismo de proporcionar una salvación eterna nos enfrenta con el conocido problema de Lessing, que era el argumento central de las Migajas filosóficas: "¿Se puede de alguna manera concebir un punto de partida histórico de una conciencia eterna? ¿Cómo es que un punto de partida de este tipo puede interesar más que desde el punto de vista de la historia? ¿Se puede acaso construir una felicidad eterna que esté fundamentada sobre una conciencia histórica?"(5). Este problema se encuentra en la relación entre historia y eternidad. No hay que olvidar que el cristianismo, además de ofrecer una esperanza eterna, está basado en un hecho histórico, y por eso el problema de Lessing es un interrogante que se hace de modo particular sobre el cristianismo.

Es posible afrontar el problema de Lessing - que en parte coincide con el problema: cómo hacerse cristiano- desde distintos puntos de vista. La pregunta sobre el cristianismo se puede formular objetivamente. En tal caso interesará "la verdad del cristianismo". Pero también se puede, y se debe, formular la pregunta de modo subjetivo: ¿cuál es mi relación personal con el cristianismo?, es decir, ¿qué certeza tengo yo de mi destino eterno? La misma estructura de la Apostilla gira alrededor de estos dos modos de hacerse la pregunta sobre el cristianismo: objetivamente (Primera Parte) y subjetivamente (Segunda Parte).

La consideración objetiva del cristianismo se puede afrontar, a su vez, histórica o filosóficamente, dependiendo de si se considera la verdad objetiva como histórica o filosófica. En ambos casos, al sujeto que investiga, precisamente porque es un estudio "objetivo", le faltarán las condiciones subjetivas necesarias para entender el cristianismo: le faltará la fe, entendida como pasión personal infinita por el cristianismo(6).

Comenzaremos por la concepción histórica del cristianismo. En este ámbito objetivo, la certeza a la que se puede llegar es sólo aproximativa: "en el campo de la historia, la mayor de las certezas se reduce, a pesar de todo, a una mera aproximación". Johannes Climacus añade que es evidente que "una mera aproximación es bien poca cosa si lo que se pretende es construir sobre ella la propia bienaventuranza eterna"(7). El saber histórico jamás alcanzará una certeza absoluta: los resultados de la investigación son siempre aproximativos, porque jamás existirá una identificación entre sujeto-objeto, y el objeto histórico es inabarcable en sí mismo.

En el ámbito de la investigación histórica sobre el cristianismo, tiene una particular importancia el papel que desempeña la Sagrada Escritura: es un documento decisivo para encontrar la verdad histórica de la religión cristiana. Pero la investigación objetiva, erudita, no deja el problema de la fe en su esfera propia, es decir, la subjetiva; de ahí que no se pueda resolver el problema estudiándolo en un ámbito extraño a esta problemática como es el de la erudición objetiva. Se podría demostrar que todo el contenido de la Sagrada Escritura ha sido inspirado y que no hay contradicciones, y también todo lo contrario, que todo el contenido es una farsa. Pero el resultado de este estudio, que siempre sería aproximativo, no añadiría nada al creyente: la objetividad no influye en la decisión porque nunca llega a un resultado, y sucede así porque la verdad histórica siempre es una aproximación(8).

El prestigio que tenía el pensamiento objetivo en el siglo XIX era tal, que cualquiera se podía haber engañado pensando que esa imposibilidad de llegar a un resultado definitivo sería sólo una cuestión de tiempo. Se entiende que un pastor -otro blanco preferido de Kierkegaard- pudiera ser tan ingenuo como para llegar a decir que como todavía no se ha conseguido comprender todo, por el momento "no tenemos más remedio que conformarnos con la fe"(9). Mediante esta vía objetiva, que busca ir más allá de la fe e intenta instalarse en un pensamiento desinteresado, resulta muy arduo llegar a la verdad del cristianismo, porque "el cristianismo es espíritu, el espíritu es interioridad, la interioridad es subjetividad, la subjetividad es esencialmente una pasión, y cuando ésta llega a su culmen, se convierte en la pasión infinita de la persona interesada por la propia salvación eterna"(10). Si la Sagrada Escritura, precisamente por el hecho de ser un documento histórico, no abre una posibilidad que sea mayor que la de ofrecer una aproximación a la verdad, se podría caer en la tentación de pensar que la Iglesia, en cuanto realidad actual, podría eliminar los problemas de la historicidad de la Escritura. Pero inmediatamente después nos damos cuenta de que el problema no se resuelve, ya que se trata de afirmar que esta Iglesia es aquélla que fundó Cristo, la Iglesia apostólica, etc; por tanto el problema se vuelve a convertir en un problema histórico, y lo histórico siempre lleva consigo la marca de la aproximación.

¿Y la fe entendida como un símbolo, como profesión de fe? Siendo ésta más breve que la entera Biblia parecería más fácilmente examinable. Pero el problema no está en la cantidad de lo que se va a examinar, sino en la alternativa entre objetividad y subjetividad: "si en la profesión de fe el elemento histórico (que deriva de los apóstoles, etc.) fuera el punto decisivo, en ese caso se podría insistir en todas y cada una de las más minúsculas tildes; y como a esto sólo se llega aproximadamente, el individuo se encontraría ante una contradicción, al tener que unir eso a su salvación eterna, sin poder alcanzarla nunca porque la aproximación nunca llegará a su fin"(11).

El problema de la verdad objetiva del cristianismo nunca se resuelve si no salimos del ámbito de la objetividad. No se encontrará la paz en la objetividad de una profesión de fe y menos aún en el acto externo del bautismo, que en este sentido sería "una necesidad de encontrar un punto de apoyo supersticioso"(12), un intento de eliminar el momento dialéctico de la decisión. Es una solución imposible porque "la verdad es la transformación del sujeto en sí mismo", y por tanto el problema permanece en el ámbito de la subjetividad: la paz sólo se encontrará "en la relación con Dios en libertad de espíritu"(13).

Climacus indica otra posibilidad, aunque también fallida: la historia victoriosa del cristianismo en el mundo: "la garantía de dieciocho siglos de cristianismo, que el cristianismo ha penetrado en todas las situaciones de la vida, ha transformado el mundo, etc.; esta garantía es una escapatoria con la que se engaña el sujeto cuando debe tomar una decisión y le hace caer de cabeza en la perdición. Dieciocho siglos no tienen mayor fuerza demostrativa que un sólo día con respecto a la verdad eterna, que es decisiva para alcanzar la bienaventuranza eterna"(14). El individuo pecador, el "minúsculo yo del siglo XIX", no se pregunta por la historia, sino que está sólo preocupado de la relación que tiene él con el cristianismo y por tanto de su salvación eterna. Desde el punto de vista de la verdad históricamente considerada, en la esfera de la objetividad no existe un modo directo e inmediato de pasar al cristianismo.

¿Qué sucede si intentamos explicar el cristianismo como una verdad filosófica? No llegaremos muy lejos porque filosóficamente -y no olvidemos la tendencia kierkegaardiana a identificar la filosofía tout court con el sistema hegeliano- el pensamiento y la historia coinciden: "la consideración especulativa concibe el cristianismo como un fenómeno histórico. La cuestión de su verdad significa por lo tanto esto: penetrarlo todo con el pensamiento, de manera que al final el cristianismo mismo es el pensamiento eterno"(15).

La especulación, en cuanto que pensamiento puro, pretende iniciarse sin presupuestos previos. Este hecho -un comenzar con la nada- haría que se eliminaran los obstáculos que aparecerían al considerar históricamente el cristianismo. Pero en realidad la especulación inicia con un presupuesto: el cristianismo como dato, el cristianismo del orden establecido. En Dinamarca, en el siglo XIX, todos eran cristianos, y si por alguna casualidad alguien hubiera dudado de su verdad habría sido considerado un loco. "Nos hemos convertido en seres tan objetivos que hasta la mujer de un empleado sabe llegar a la calidad del individuo, a la vista de todo el conjunto de las cosas, del Estado, de la idea de comunidad, de la ciencia, de la geografía"(16).

El que especula, aunque pueda estar de acuerdo con lo dicho hasta ahora, valora estas consideraciones como algo superficial. La especulación pretende ir más allá, pretende indentificar la Idea con su concreción histórica. Pero asombra el hecho de que se hable de la especulación como si se tratara de un ser, de un individuo. "La especulación hace de todo, duda de todo, etc. El que especula por el contrario se convierte en alguien demasiado objetivo como para hablar de sí mismo"(17). Para Johannes Climacus se precisa de un especulante que sustente el pensamiento puro.

El especulante, qua hombre concreto existente, debe tomar partido frente al cristianismo. Si es creyente y, a pesar de eso, pretende construir su salvación sobre sus elucubraciones, entonces es un personaje cómico. Porque creer y estar infinitamente interesado en la salvación eterna, nada tiene que ver con la objetividad de la especulación: "es un personaje cómico todo aquél que no estando infinitamente interesado en su salvación eterna, quiera dar a entender a la gente que sí está infinitamente interesado en su salvación eterna"(18).

Podría ser que no fuera creyente. En tal caso no sería un personaje cómico. Pero se perderá a sí mismo igualmente, porque se convertirá en un ser demasiado objetivo, y no alcanzará esa síntesis en la que consiste el hombre. "Para el especulante la cuestión de su personal salvación eterna no tendrá salida, precisamente porque su misión consiste en ir alejándose cada vez más de sí mismo al ir convirtiéndose cada vez más en un ser objetivo, diluyéndose a sí mismo al ir convirtiéndose en la fuerza contemplativa de la especulación"(19).

Este ideal de contemplación era precisamente lo característico de la vida de los dioses griegos: el feliz pasatiempo de los dioses, recordaba Aristóteles, está en el pensamiento. Pero los dioses no se preocupaban por su salvación eterna: "pero como el hombre es una síntesis de tiempo y eternidad, la bienaventuranza especulativa que pueda tener un especulador será una ilusión, porque él pretende llegar a ser eterno en el tiempo. Y aquí es donde está la falsedad del especulante. El interés infinitamente apasionado por su propia salvación eterna es mayor que la felicidad de la especulación. Es mayor porque es más verdadero, porque expresa exactamente la síntesis"(20).

Es imposible resolver el problema de cómo llegar a ser cristiano desde el punto de vista objetivo. Y lo es porque al considerar el cristianismo como algo puramente histórico, la única verdad que se puede alcanzar es aproximativa, sin llegar nunca a una conclusión, a un resultado. Es imposible entre otras cosas porque la especulación, aunque intente rechazar todo elemento histórico, se encuentra inmersa en el pensamiento eterno, objetivo y desinteresado. Pero la fe es una pasión que está infinitamente interesada por la salvación eterna. Siguiendo el adagio latino, citando explícitamente por Johannes Climacus, quidquid cognoscitur per modum cognoscentis cognoscitur, el especulante no podrá nunca llegar a conocer nada de la fe, porque le falta la condición(21). La fe que presenta la especulación será como mucho una mistificación. El creyente subjetivo, por el contrario, no se pierde a sí mismo, como el caso del que especula, sino que se realiza a sí mismo en la síntesis de tiempo y eternidad.

El pensamiento objetivo, olvidándose de alcanzar un resultado definitivo que proporcione una certeza, no considera el riesgo que conlleva toda existencia humana. Decíamos antes que la existencia es problemática porque es contradictoria. La síntesis en la que consiste el hombre, es decir el espíritu como síntesis de alma y cuerpo, de tiempo y eternidad, no se apoya sobre una certeza objetiva, sino sobre el riesgo que se deriva de una decisión libre. La existencia es arriesgada, el riesgo que se desprende de la elección. La esfera de la libertad no se puede confundir con la esfera de la especulación. Sirviéndose de algunos textos de Lessing, Johannes Climacus nos conduce hacia las categorías existenciales subjetivas, que son las únicas capaces de ofrecer una respuesta válida, no sólo especulativa, sino ético-religiosa al problema del cristianismo.

b) Tras los pasos de Lessing

Johannes Climacus comienza la segunda parte de la Apostilla haciendo una larga referencia a Lessing. Lo que admira del pensador alemán no es su erudición, ni su capacidad literaria, ni su capacidad de mezclar distintos estilos. Le admira porque "se retiró religiosamente aislándose en su subjetividad, porque no se dejó engañar por consideraciones histórico-mundiales o sistemáticas, sino que comprendió y se mantuvo firme al pensar que el momento religioso hacía referencia a Lessing, únicamente a Lessing. De igual manera a como le sucede a todo hombre: se dio cuenta de que estaba infinitamente relacionado con Dios, pero no de una forma directa, no como cualquier otro hombre"(22).

En los tiempos en los que escribe Climacus, Lessing parece que ya ha sido superado, "se ha convertido en una pequeña estación de paso de la vía del tren del sistema histórico-mundial"(23). Pero Johannes Climacus continúa la brecha abierta por Lessing sin convertirse en un discípulo suyo: no hay que extrañarse porque la religiosidad es precisamente algo muy personal, y no una relación directa entre hombre y hombre.

Climacus distingue entre la actitud que toma el pensador objetivo frente a la verdad de la del pensador subjetivo. El objetivo busca resultados, independientemente del sujeto pensante y de su existencia; el subjetivo, por el contrario, se enfrenta a la verdad "como existente esencialmente interesado en su propio pensamiento, es eso mismo el motivo de su existencia"(24).

Por esa razón el pensador subjetivo se acerca a la verdad no por aproximación sino por apropiación, es decir, se convierte él mismo en verdad: "su pensamiento adquiere otra especie de reflexión, la de la interioridad, la de la posesión, por la que ese pensamiento le pertenece a él y a nadie más"(25). Esta reflexión del pensador subjetivo es doble: "pensando el pensador piensa lo universal; pero como existente que es en este pensamiento, se lo apropia en su interioridad, se aisla de una manera cada vez más subjetiva"(26).

Aparece aquí otro concepto importante: la interioridad. El existir consiste en el interés por la existencia auténtica, por la síntesis. La síntesis del espíritu no es algo exterior sino lo que hay de más íntimo en el hombre. Es la verdad propia del hombre. Por eso el interés por la existencia y la interioridad son la misma cosa. La interioridad será también un concepto dialéctico anti-hegeliano: romper la identificación externo-interno propia del sistema.

La apropiación de la verdad, ese vivir la verdad del pensador subjetivo -no el conocimiento indiferente del especulante objetivo- hace que la verdad se encuentre en un devenir, porque la propia existencia personal está en continuo movimiento. "Mientras que el pensamiento objetivo se basa en los resultados que obtiene, y estimula al hombre por entero a engañarse copiando y proclamando hechos y resultados obtenidos, el pensamiento subjetivo sólo se preocupa del devenir sin importarle el resultado, en parte porque esta es precisamente la misión del pensador, puesto que está en posesión de la vía, y en parte porque como existente también él está en continuo movimiento"(27).

Un punto firme de la concepción antropológica kierkegaardiana es la concepción del devenir como ubi de la existencia del individuo. Existir es encontrarse en continuo movimiento, existir es el proceso de autoconstitución del espíritu. Una autoconstitución que no se realiza a través de la mediación, porque no se puede mediar entre dos elementos contradictorios, y la existencia es autocontradictoria. Esa autoconstitución del individuo se realiza en la elección, en las continuas decisiones libres.

El devenir es contingente, y lo contingente se contrapone a lo necesario; he aquí otra noción dialéctica antihegeliana. El sistema se desarrolla necesariamente y la esfera de la especulación es el ámbito de lo necesario, y por eso el que especula se encuentra sub specie aeterni.Pero como el especulante es un individuo existente, y la existencia es un continuo devenir, la especulación acaba siendo un espejismo. El individuo puede pensar en abstracto, objetivamente, pero no eternamente. Lo podrá hacer de cuando en cuando pero siempre tendrá que volver al mundo real de lo contingente que está en continuo movimiento.

Así como la verdad del pensador objetivo es distinta de la del subjetivo, también será distinto el modo de comunicarlas. El pensador objetivo puede comunicar directamente la verdad objetiva: los resultados de una investigación científica, por ejemplo, se pueden comunicar directamente. Pero el pensador subjetivo, aquél que vive según la verdad, en la verdad y que se va transformando con la verdad, sólo puede comunicarla indirectamente, a través de su propia vida.

Esta doble reflexión obliga a comunicar indirectamente la verdad subjetiva. De lo contrario se convertiría en la verdad objetiva, y por tanto desinteresada. Como decía Sócrates: es necesario "liberar al otro" con la comunicación, "despertar las conciencias", hacer que los otros descubran que se encuentran en la no-verdad. La comunicación indirecta, que es comunicación existencial, es difícil de lograr: es necesario poseer un arte consumado para practicarla.

El existente está en movimiento. Esta es la condición de todo individuo existente. Si el devenir, utilizando terminología hegeliana, es la alternancia entre ser y no ser, se podría hablar también del devenir como de la alternancia entre lo positivo y lo negativo. Lo positivo, según Climacus, es la no verdad: "lo positivo, en el ámbito del pensamiento se puede reducir a lo siguiente: certeza sensible, saber histórico, resultado especulativo. Pero esto constituye precisamente la no verdad. La certeza sensible es un engaño (...); el saber histórico es una ilusión (...), y el saber especulativo es un truco. Todo esto no dice de hecho nada acerca de la condición del individuo existente en la existencia: hace referencia, más bien, a un individuo objetivo ficticio"(28). Lo positivo, en sentido kierkegaardiano, está siempre unido a lo finito, a lo inmediato. Es una consideración parcial del ser del hombre, y en cuanto parcial no es verdadera. Aquél que permanece estancado en lo inmediato -el estadio estético de las obras seudónimas- no posee una verdadera identidad porque le falta la posibilidad de poner la síntesis del espíritu.

El sujeto existente, que no es una ficción objetiva, debe expresar su propia existencia en cada uno de sus actos de conocer, pero de manera que ese conocimiento no caiga en la certeza sensible, en el saber histórico o en un resultado ilusorio, porque el hombre no se identifica con ninguno de estos tres tipos de saber: "en el saber histórico el hombre consigue saber gran cantidad de cosas sobre el mundo, y nada de sí mismo (...). El resultado especulativo es una ilusión, en cuanto que el sujeto existente quiere abstraerse, pensando, del hecho de que es un existente, para ser sub specie aeterni"(29).

"La negatividad del sujeto existente (...) está fundamentada en la síntesis del sujeto que es un espíritu infinito existente"(30). El hombre como síntesis -idea que desarrollará Kierkegaard de manera magistral tres años más tarde en La enfermedad mortal- es positivo y negativo al mismo tiempo: finitud e infinitud, tiempo y eternidad conviven dialécticamente. "La infinitud y la eternidad es lo único cierto; pero en cuanto que están en el sujeto, se encuentran en la existencia, y por consiguiente la primera expresión que se formula de ello es equívoca: la enorme contradicción de que la eternidad se transforma y pasa a la existencia"(31). Lo negativo es lo infinito, la eternidad, lo necesario, el Absoluto, pero que se transforman. La expresión gnoseológica de la síntesis entre lo positivo y lo negativo será, como veremos enseguida, la paradoja, la convivencia real de dos nociones contradictorias.

La propia existencia es ambigüedad, contradictoriedad. La comunicación de la verdad más íntima del hombre debe ser ambigua, indirecta, nunca una comunicación directa propia del saber objetivo(32). El pensador subjetivo se da cuenta de que la infinitud y la negatividad conviven en su existencia. Es decir, lo infinito se da en un finito existente: "él mantiene siempre abierta esta llaga de la negatividad, la cual (llaga) es, a su vez, principio de salvación (los demás dejan que la llaga se cierre y se convierten en lo positivo -es decir, se engañan); en la comunicación que hace, él expresa el mismo sentir. Por eso nunca llega a ser un maestro, sino un discípulo, y siendo siempre tanto negativo como positivo, él no deja nunca de ser un aspirante"(33).

Aspirar a algo es lo propio de la existencia en movimiento. El ser en movimiento es la ambigüedad de la infinitud de la existencia; el ser en movimiento es "la incertidumbre de la vida terrena, en la que todo es incierto"(34). La vida del existente, en otras palabras, es cómica y trágica al mismo tiempo: "lo que está en la base de lo cómico y lo trágico es la desproporción que existe en la contradicción entre lo finito y lo infinito, lo eterno y el devenir"(35). Climacus desarrolla una interesante fenomenología de lo cómico y lo trágico. Cuando el existente vuelve la mirada hacia el futuro, hacia lo infinito que se encuentra en él como algo que todavía no ha alcanzado, se produce el pathos; cuando le vuelve la espalda a lo infinito y ve la finitud con la que intentaba alcanzar la infinitud, se produce lo cómico. La religiosidad del sujeto existente -ponerse delante de Dios, "tutearle"- es cómica y trágica, porque la existencia humana es cómica y trágica, síntesis de finitud e infinitud, de tiempo y eternidad. El aspirante es también, por tanto, cómico y trágico: "trágico, porque el aspirante es infinito, es decir, está orientado hacia la infinitud, es la infinitud más trágica que se podría dar; cómico, porque aspirar a algo es autocontradicción. Situación trágica es que un sólo segundo tenga un valor infinito; situación cómica es que 10.000 años son como el día de ayer. También el tiempo en el que se encuentra el existente está compuesto así"(36).

Climacus hará referencia a Platón: según el filósofo ateniense, Eros era la síntesis entre Riqueza y Pobreza. Para el seudónimo kierkegaardiano, la existencia es "aquel niño que es engrendado del finito y lo infinito, del tiempo y la eternidad, y por eso siempre es un aspirante (...) Sólo los pensadores sistemáticos y objetivos han dejado de ser hombres convirtiéndose en la especulación"(37). Con estas nuevas determinaciones existenciales, Climacus vuelve a proponer el "problema de Lessing". Si la formulación de Climacus era: "¿Es posible construir una salvación eterna partiendo de un hecho histórico?", la de Lessing sería: "las verdades históricas fortuitas nunca podrán convertirse en una prueba de verdades eternas de razón, y el paso con el que se pretende construir una verdad eterna sobre un hecho histórico es un salto"(38).

Nos encontramos ante una categoría clave: el salto. Climacus hace una referencia explícita de Temor y Temblor, de Johannes de Silentio, y califica de probable el posible influjo que Lessing haya podido tener en ese seudónimo. El salto es la categoría con la que se critica "el método con el que se llega a la cualidad mediante la cantidad", o dicho de otra forma, "él (Lessing) se opone al paso directo que se hace de la credibilidad histórica de la salvación eterna a la decisión para lograrla"(39). El salto no es un paso aproximativo, propio de un conocimiento histórico, sino "el momento decisivo cualitativamente dialéctico"(40). Es la decisión que determina lo que es cristiano -la paradoja, que el pensamiento humano acepta superándose a sí mismo y colocándose al margen de los conceptos. La categoría del "salto" es, de acuerdo con Climacus, la protesta más determinante que se puede hacer contra el método dialéctico hegeliano.

En el último párrafo de esta primera sección, Johannes Climacus afirma con fuerza, basándose en las célebres palabras de Lessing sobre la aspiración a la verdad, que es imposible elaborar un sistema sobre la existencia. Es necesario distinguir entre un sistema lógico y un sistema de la existencia. El primero es posible, si deja de lado la existencia individual que es un continuo devenir. En la esfera de la lógica todo es objetividad e indiferencia con respecto a cada existencia concreta.

Pero la misma lógica debe iniciarse en un individuo concreto. El sistema debe comenzar abstrayendo, pero debe haber alguien que haga abstracción de todo. La pretensión hegeliana de comenzar con lo inmediato, que es la nada, es una fantasía de la imaginación pura. "Un filósofo de hoy se ha convertido poco a poco en un ser tan quimérico que ni siquiera la fantasía más desenfrenada ha podido inventar algo tan asombroso"(41).

Por el contrario, no se puede dar un sistema de la existencia. Porque el sistema es algo cumplido, terminado, conclusivo. La existencia es un devenir, es inconclusividad, es apertura. La filosofía de la existencia servirá sobre todo para resaltar el momento ético, porque ese momento es una conclusividad todavía alejada y pospuesta. La conclusividad de la existencia consiste en un "aspirar a": "aspirar continuamente a algo es la expresión de la concepción ética de la vida del sujeto existente"(42).

El sistema, por el contrario, arranca tal aspiración: "la idea del sistema es la identidad objeto-sujeto, unidad entre pensamiento y ser; la existencia es precisamente la separación"(43). El existente no es un ser sin pensamiento, pero la existencia pone una separación entre pensamiento y ser. Con una imagen poética, termina Johannes Climacus esta primera sección, distinguiendo entre saltar y volar: la filosofía de la existencia habla del salto como de algo momentáneo -la decisión siempre se toma en el momento-, pero saltar "significa esencialmente que uno pertenece a la tierra y está sometido a la ley de la gravedad". Volar, sin embargo, es algo reservado a las criaturas con alas: el sistema especulativo ha abolido "lo que constituye el ser del hombre y todo especulante se intercambia con la entera humanidad, convirtiéndose en algo infinitamente inmenso y al mismo tiempo en la nada"(44).

En la primera sección de la segunda parte de la Apostilla, Johannes Climacus, haciéndose eco de Lessing, presenta los elementos claves para desarrollar con todas sus consecuencias el problema que él mismo le pone al existente, es decir, cómo llegar a ser cristiano: la religiosidad no es una tarea de la generalidad sino del individuo. Sólo el pensador subjetivo tiene un interés personal por su propia salvación. La verdad subjetiva es la verdad de apropiación y por tanto no se puede comunicar directamente; se identifica con la propia existencia, que, en cuanto tal, es ambigua porque es una síntesis entre finitud e infinitud, temporalidad y eternidad. Esta síntesis hace que la existencia sea cómica y trágica, hace que sea una continua aspiración hacia la eternidad en la contradicción de los elementos que se deben sintetizar. La aspiración continua en el devenir de la existencia humana es, por tanto, una conclusividad postpuesta porque la existencia es justo lo contrario de la conclusividad. El sistema de la existencia es imposible, puesto que sistema y conclusividad se identifican. La existencia es una síntesis en movimiento que aspira continuamente hacia la eternidad.

Las categorías están puestas: el salto, el pensamiento subjetivo, la verdad como aproximación, la ambigüedad y el ser dialéctico del hombre.

c) La subjetividad es la verdad

"Objetivamente se habla sólo de un algo, subjetivamente se habla del sujeto y de la subjetividad: de la subjetividad de ese algo"(45). El problema -cómo hacerse cristiano- se encuentra en la decisión subjetiva: el objeto, aquel "algo", se debe eliminar. La cuestión fundamental no es la verdad objetiva del cristianismo, sino "el modo con el que el sujeto la acepta". La decisión consiste en la subjetividad, y tratar de resolver el problema de forma objetiva, de manera que la presentación de la verdad objetiva imponga un paso directo a la aceptación subjetiva, sería paganismo(46). El cristianismo ofrece al individuo una salvación eterna, "un bien que sólo se otorga de uno en uno". La subjetividad se debe desarrollar, elaborar, en esta "concentración infinita de sí misma frente a la representación del bien supremo de la infinitud"(47). Por esta razón, el cristianismo obliga a preocuparse infinitamente de sí mismo. La preocupación infinita es una pasión. El cristianismo refuerza la pasión, mientras que la ciencia tiende a debilitar la subjetividad, haciéndonos cada vez más objetivos.

En lo que respecta a la subjetividad, lo que tiene en cuenta es el problema ético: cada hombre debe aclarar su posición en la esfera ética, escogiendo y aclarando cuál es su elección desde el punto de vista de la ética. Subjetividad, pasión, momento ético, se contraponen a la objetividad del desarrollo dialéctico de la idea. En la esfera ética la distinción absoluta está entre el bien y el mal. En la corriente histórico mundial lo determinante es lo estético-metafísico: "lo importante", "lo grandioso", etc. La dialéctica de esa corriente histórico mundial es cuantitativa. La dialéctica de la subjetividad es cualitativa: "la recurrencia continua a la historia universal incapacita de hecho para obrar. El verdadero entusiasmo ético consiste en querer con todas nuestras fuerzas; pero al mismo tiempo estando sometidos a un juego divino de tal manera que nunca podamos pensar si llegaremos o no a algún resultado válido"(48). La historia universal, la objetividad, la especulación, busca resultados: en la esfera ética el resultado no cuenta.

La esfera ética se realiza en la relación personal con Dios: esto es lo que debe desencadenar el entusiasmo de la pasión. Todo aquel que quiera convertirse en una individualidad ética debe experimentar "la hipertensión de la infinitud con la que se actúa en todo comienzo"(49). El comienzo no es la nada como pretende iniciar el sistema. El comienzo es un acto libre: la libertad se actúa mediante la libertad; como en las fábulas de los niños en las que había una lámpara "maravillosa", así, en la esfera ética esta lámpara es la libertad: "cuando el hombre la frota con pasión ética, entonces sucede que Dios existe para él. Y además, el espíritu de la lámpara es un siervo (¡oh!, no dejéis de desearlo también vosotros, porque ese espíritu es un deseo); pero quien frota esa lámpara de la libertad se convierte en siervo: el espíritu es el amo. Este es el comienzo"(50).

El espíritu, la síntesis entre cuerpo y alma, finitud e infinitud, tiempo y eternidad, es el que manda. Y da sus órdenes con el fin de establecer la relación de fundamentación en el Absoluto. El comienzo del proceso por el que se convierte uno en subjetivo es una decisión libre, fruto de la preocupación infinita de uno mismo. Tiempo atrás, Johannes Climacus escribió interés, ahora escribe preocupación. Como se puede apreciar, existe un in crescendo en el conocimiento de la problemática del ser del hombre, conocimiento que profundiza ahora aún más en la interioridad del hombre. La decisión libre del comienzo es un sumergirse en la subjetividad. Esta vía de la interiorización es la única que se le abre al individuo que quiere convertirse en él mismo poniendo la síntesis(51).

Interés, preocupación, interioridad alcanzan su culmen en la pasión. El momento de la pasión se encuentra en la unidad entre la finitud y la infinitud. El pensamiento objetivo consideraba la posibilidad de salir de sí mismo y encontrarse sub specie aeterni. Eso es imposible, porque el existir, como intervalo entre pensamiento y ser lo impide. Pero momentáneamente, instantáneamente, sí se puede alcanzar esta unidad: "sólo en algunos momentos el individuo existente puede encontrarse en esta unidad de finitud e infinitud, que es lo que trasciende la existencia. Este momento es el instante de la pasión"(52). Distanciándose cada vez más de la especulación, Johannes Climacus establece una distinción entre conocimiento esencial y conocimiento causal. El primero tiene una relación esencial con el existente, al segundo, la existencia le es indiferente. "El hecho de que el conocimiento esencial se relacione esencialmente con la existencia no significa que se encuentre aquella identidad abstracta entre pensamiento y ser, ni tampoco que objetivamente el conocimiento se relacione con algo existente como a su propio objeto; más bien quiere decir que el conocimiento se relaciona con el que conoce que sí es un existente, y por tanto todo conocimiento esencial se relaciona esencialmente con la existencia y con el existir. Por eso sólo mediante el conocimiento ético y el ético-religioso se conoce esencialmente"(53). El conocimiento esencial será por tanto conocimiento de interioridad, ya que la existencia es problemática, contradictoria, y poner la síntesis entre los elementos opuestos requiere una labor de interiorización. Lo característico de la interioridad, ya lo hemos dicho antes, es la pasión, y a ella le corresponde la verdad como paradoja: aquél imposible, al menos desde el punto de vista conceptual, convivir de la finitud con la infinitud, del tiempo y la eternidad. En el conocimiento esencial la verdad es paradójica, porque la existencia misma es paradójica. Cuando no se capta la dialéctica intrínseca del ser del hombre, se vuelve a caer en el error de plantearse el problema de la verdad objetivamente, volviendo otra vez al pensamiento eterno del sistema o al conocimiento indiferente. "Cuando se plantea uno el problema de la verdad de modo objetivo, se reflexiona objetivamente sobre la verdad como si ésta fuera un objeto del conocimiento con el que nos relacionamos pensando. No se reflexiona sobre la relación misma, sino sobre el hecho de que se trata de la verdad, lo verdadero, aquéllo que hace que exista esa relación en nosotros. Cuando eso es sólo la verdad, lo verdadero, entonces el sujeto está en la verdad. Cuando nos planteamos el problema de la verdad subjetivamente, reflexionamos subjetivamente sobre la relación que existe en el individuo; sólo el "cómo" esa relación está en la verdad, en este caso el individuo sí está en la verdad, incluso aunque se relacione con la no verdad"(54).

El conocimiento objetivo siempre es aproximativo. El intento de exponer a Dios objetivamente es vano. No es posible llegar a Dios, de manera aproximada, en toda una eternidad. Dios no es objeto sino sujeto, y "por tanto existe sólo para la interioridad de la subjetividad"(55).

Por eso, la forma de llegar a Dios es la sujetiva, es decir, mediante la pasión de la interioridad. La pasión permite una unión momentánea entre lo finito y lo infinito: la pasión expresa el cómo del individuo, precisamente porque el individuo es una síntesis en movimiento entre finitud e infinitud. Si el conocimiento esencial se relaciona esencialmente con la existencia, el conocimiento esencial sólo puede ser subjetivo. En el conocimiento esencial subjetivo se expresa el modo de la propia existencia: la verdad esencial es una verdad de apropiación, no de aproximación. Se vive en la verdad, y la verdad de la paradoja -de la paradoja de la eternidad que entra en la historia, de la infinitud que se hace finita- se alcanza sólo mediante la pasión. Por eso, "si alguien que vive inmerso en el cristianismo entra en la casa de Dios, en la casa del verdadero Dios, con la verdadera idea de Dios, y empieza a rezar, pero reza en la no-verdad; y si otro que vive en una tierra de idólatras también reza, pero lo hace con toda la pasión de la infinitud, fijando su mirada en la imagen del ídolo: ¿en cuál de los dos casos existe mayor verdad? Este último le reza a Dios en verdad; el primero reza en la no-verdad al verdadero Dios y por eso adora en verdad a un ídolo"(56). En el conocimiento objetivo se acentúa aquello que se dice, en el subjetivo el cómo se dice. Siendo el conocimiento subjetivo un conocimiento esencial, esto es, que hace siempre referencia a la existencia, en la esfera ético-religiosa se acentúa el cómo se dice la verdad, en el sentido de que en ese cómo se debe expresar "la relación del existente con aquello que se dice en la propia existencia"(57). El punto álgido de este cómo es la pasión de la infinitud, porque la existencia es precisamente síntesis de finitud e infinitud, una incansable tendencia hacia el infinito. La pasión de infinitud es la misma verdad. "Pero la pasión de la infinitud es precisamente la subjetividad y así, la subjetividad es la verdad"(58).

Johannes Climacus ofrece más adelante una definición de verdad: "la verdad es la incertidumbre objetiva mantenida en la apropiación de la más apasionada interioridad, y esta es la verdad mayor que pueda darse en un existente"(59). En el ámbito ético-religioso no se da la certeza objetiva, sino la decisión libre de afirmar la incertidumbre subjetiva, movida por la pasión de la infinitud. "Allí donde el camino se bifurca", escribe poéticamente Climacus: ese instante interior, el de la decisión libre de dar el salto y aceptar -no sólo gnoseológicamente sino esencialmente- la paradoja, que es falta de certeza. Es más, ese es el martirio de la razón que se ve obligada a traspasar sus estrechos esquemas conceptuales.

Por eso la definición de la verdad es una descripción de la fe: "sin riesgo no existe la fe. La fe es precisamente la contradicción entre la pasión infinita de la interioridad y la incertidumbre objetiva. Si fuera capaz de llegar a Dios objetivamente, entonces no creería; pero gracias a que no puedo debo creer. Y si quiero conservarme en la fe, deberé siempre procurar mantenerme en la incertidumbre objetiva, no perder de vista que me encuentro en la incertidumbre objetiva "a 70.000 pies de profundidad" y aún así, creer"(60).

A diferencia de Sócrates, que consideraba que la verdad eterna esencial no era paradójica en cuanto tal, es decir que lo paradójico sólo se verificaba cuando esta verdad eterna entraba en relación con el existente, Johannes Climacus admite la posibilidad de que la verdad eterna esencial sea la misma paradoja. Análogamente, Climacus difiere de Sócrates también en otro punto: el ateniense consideraba que el individuo podía relacionarse con la eternidad en el pasado, a través del recuerdo; Climacus, por el contrario, relacionándose con el cristianismo y por tanto, en un intento de ir más allá de Sócrates, consideraba que la subjetividad se inicia en la no-verdad, es decir en el pecado. El individuo existente se hace pecador en el devenir: nace en pecado y como pecador. Por tanto el individuo no puede retomarse con el recuerdo del pasado.

Que la verdad esencial eterna se relacione con un individuo así de pecador, es la paradoja absoluta. Y la incerteza objetiva en el cristianismo se convierte en el absurdo: "con la verdad frente a sí misma como paradoja, en la angustia del pecado y con el dolor y el riesgo enorme de la objetividad -¡y ahora, cree! (...). En este caso es cuando el cristianismo se presenta como la verdad eterna esencial que ha entrado en el tiempo, se ha anunciado como lo paradójico, y exige la interioridad de la fe respecto a lo que era "escándalo para los judíos y necedad para los griegos" -el absurdo para la inteligencia. No se puede expresar con más fuerza que la subjetividad es la verdad"(61).

No se puede explicar el cristianismo como la religión de la paradoja absoluta: esta es la demencial pretensión de la especulación; no se puede comunicar directamente, porque no se trata de un saber objetivo sino de una verdad esencial; no es un problema cultural, sino la religión en la que se acentúa que el individuo es un pecador, que la existencia es tiempo de decisiones, que la verdad es la paradoja.

d) Crítica católica e interpretación personal

Después de estas páginas en las que hemos tratado de exponer resumidamente con algunas reflexiones personales, la doctrina que se contiene en la primera parte y en los dos primeros capítulos de la segunda parte de la Apostilla conclusiva no científica a las "Migajas filosóficas", debemos ahora hacer la interpretación de esta doctrina. Nos fijaremos en la hermenéutica de algunos filósofos católicos para dar después una interpretación personal.

Todos aquellos que profesan la fe católica experimentan un sentimiento contradictorio cuando leen estos capítulos de Johannes Climacus. El acento que pone en la necesidad de vivir en la verdad, viviendo lo que Heidegger calificó como una vida auténtica, de una parte, no puede menos que despertar en nosotros entusiasmo y conformidad; pero de otra parte, el acento puesto en el cómo que difiere del qué de la verdad, y la identificación del objeto de la fe con el absurdo, pueden provocar en nosotros perplejidad y disconformidad.

Se han puesto de relieve recientemente los puntos de contacto que la diversidad de la consideración de las relaciones entre fe y razón presentan entre el pensamiento kierkegaardiano y la tradición católica. Tanto el uno como la otra coinciden en afirmar que la verdad fundamental para el hombre es la que puede ofrecer una salvación eterna. Esta verdad, tanto para Kierkegaard como para la tradición católica, implica la fe en los misterios divinos. Esta fe lleva consigo un ir más allá de los límites de la razón. Por tanto Kierkegaard y la tradición católica concuerdan sustancialmente cuando dicen que la verdad fundamental -aquélla que contiene un valor salvífico- rebasa la capacidad de la razón.

Pero la tradición católica, tal y como aparece en los documentos magisteriales, no es idéntica a la posición kierkegaardiana en lo que se refiere a la conclusión: rebasar la razón no significa llegar al absurdo o a la paradoja. La fe no contradice a la razón; la razón puede prepararnos para la fe; algunas verdades de fe rebasan la capacidad de la razón, y algunas de esas, "puede parecer" a veces que van en contra de la razón. Según Kierkegaard, por el contrario, la fe supone un escándalo para la razón, los intentos que hace la razón para acercarse a la fe son muchas veces perjudiciales para ella; la misión de la razón es que encuentre sus propios límites.(62)

Cornelio Fabro y Theodor Haecker coinciden en el experimentar esa atracción y repulsa de la doctrina de la verdad como subjetividad, al tiempo que existe una diferencia de visión entre el italiano y el alemán. El maestro de Friuli considera que la afirmación "la verdad es la subjetividad" hay que entenderla, dentro de la crítica que hace de la especulación idealista, como "el golpe de gracia que (Kierkegaard) dio contra Hegel". Además, la distinción entre la verdad puramente especulativa o abstracta y la verdad subjetiva existencial que se hace en el ámbito ético-religioso pertenece intrínsecamente a la tradición cristiana. El problema del cristianismo es un problema de subjetividad: el problema de la salvación eterna no se puede plantear desde el punto de vista científico especulativo(63). No porque las verdades cristianas no tengan un contenido objetivo susceptible de análisis científico, sino porque este contenido objetivo sólo se actúa plenamente cuando el sujeto lo acepta con un acto de fe y lo pone en práctica en su propia vida, encarnándolo. "Las verdades puramente especulativas terminan en la contemplación de su contenido abstracto: el que conoce reposa de esa manera. Pero el contenido formal de las verdades ético-religiosas sólo es el punto de partida; el contenido "real" lo alcanzan "al final", en el movimiento interior y exterior de las acciones con las que el sujeto las hace propias: exigen que sean "encarnadas" en la acción, en el movimiento de la libertad. Se puede decir que si la primera es la verdad de Anschauung (Anskuelse), la segunda es la verdad de Aneignung (Tilegnelse); si la primera es inicio, la segunda es término y cumplimiento; si la primera puede muchas veces ser una intuición genial y una afirmación de individualidades diferentes, la segunda es posibilidad universal abierta al hombre esencial, conquista de voluntad y factor primario de personalidad. Por eso se puede muy bien decir que "cuando se trata de la fe es necesario llegar a la caridad y a la coherencia práctica, a esa situación que se llama realismo integral" (CORDOVANI, M. Itinerario della renascita spirituale, Roma 1946, p. 28: la cursiva es de Cornelio Fabro)"(64).

Hasta aquí, Fabro no tiene nada que decir en contra de las afirmaciones de Climacus, "la verdad es la subjetividad". Es algo que se tiene incluso como "esencial en toda moral humana y lo es especialmente para la ascética cristiana"(65). El hecho de que la verdad ético-religiosa conlleve exigencias existenciales, o dicho con otras palabras, que la verdad ético-religiosa deba ser encarnada, es el contenido fundamental de lo que Fabro denomina el "primer momento" del pensamiento kierkegaardiano, y subraya el valor y el sentido positivo que tiene.

Pero existe un "segundo momento", cuando Kierkegaard propone la actualización concreta de esa intuición, que impone en Fabro las mayores reservas. En concreto, Fabro rechaza el enfoque kierkegaardiano de darle mayor primacía al momento de la pasión por la verdad, que al contenido que ésta tiene, es decir, el cómo se relaciona el sujeto con la verdad y no el qué de esa relación. Según el gran maestro tomista, "en este sentido Kierkegaard termina por olvidar precisamente aquel concepto de criatura que está en la base de toda su obra, la distinción entre finito e infinito que atribuye a Dios la verdad por esencia y a la criatura la verdad por participación. Sólo Dios es la verdad, mientras que la criatura tiene o puede llegar a tener la verdad. La tesis del hombre como "medida de la verdad" pertenece a la antigua y moderna sofística de Protágoras y Feuerbach, de Sartre y Camus, y debería estar en las antípodas de la de un espíritu de la religiosidad de Kierkegaard"(66). También la noción de la fe como lo absurdo o paradójico consiste en tomar lo que debe ser medido por la medida. Lejos de profesar un irracionalismo del cual el pensador danés ha sido apresuradamente acusado, Kierkegaard se habría inclinado más bien por encerrar la fe en los límites de la razón(67), y de esto surgiría la definición de la fe como un absurdo: "no ver más que oposiciones y poner negaciones aquí y allá, es una cuestión de la razón y no de la Fe: la Fe "añade", afirma, unifica, da paz. Por eso pararse en las oposiciones, encerrar la Fe en la "paradoja" y en la negatividad, es en el fondo encerrar la Fe en la razón, colocar la Fe al servicio de la razón, es decir, imponer al Logos divino la medida de la propia finitud: eso es, en el fondo, rechazarlo como Logos absoluto, para conformarse con el movimiento del logos finito, de la dialéctica que nunca tiene fin. No basta decir: Credo ut intellegam como hacen Kierkegaard y Barth, para salvar los derechos de la "palabra de Dios", cuando después se pone de relieve la indiferencia cualitativa de su contenido: la paradoja. El dogma cristiano según el cual Dios se ha hecho hombre, no equivale a la paradoja de que lo imposible se ha hecho posible. La paradoja se convierte así en la sustitución de la Revelación, en un subterfugio de la razón para rechazar la obediencia y entonces Fe y Revelación desaparecen"(68).

Fabro considera que para establecer una hermenéutica de la fe en Kierkegaard es necesario tener en cuenta la entera producción kierkegaardiana, y en particular las obras seudónimas de Anti-Climacus y el Diario. Las afirmaciones de tendencia racionalista de la Apostilla sobre la fe son tomadas como fruto de su "discutible gusto por las paradojas y los juegos de palabras"(69).

Theodor Haecker, por su parte, en un escrito publicado en Innsbruck en 1932 (Der Begriff der Wahrheit bei S. Kierkegaard) y traducido al francés en 1934, interpreta la tesis de la verdad como subjetividad en el marco de la filosofía de Santo Tomás. Al igual que Fabro, el pensador alemán coincide con Kierkegaard en la afirmación de que es necesario actualizar las verdades ético-religiosas hasta que se conviertan en una realidad vivida existencial. Pero en sentido metafísico la tesis de la identidad entre verdad y subjetividad sólo se puede verificar en Dios, sujeto absoluto que se identifica con el conocimiento objetivo que tiene de sí mismo. "La verdad es la subjetividad" se puede aplicar ontológicamente sólo al ser cuya esencia y existencia se identifican, al actus purus, a Aquel que ha dicho Ego sum qui sum.

Haecker -también Fabro-, reprueba a Kierkegaard el hecho de haber olvidado de vez en cuando la condición creatural del hombre. Si ontológicamente a la criatura le es imposible indentificarse con la verdad, en el campo del actuar ético la identidad entre sujetividad y verdad sólo será una posibilidad que nunca se alcanzará plenamente: el hombre debe imitar la perfección del Padre celestial contando con las imperfecciones de un ser participado.

Las críticas más ásperas del filosófo alemán -también en esto coincide con Fabro- las dirige contra la concepción de la fe como lo absurdo, considerado por Haecker como "algo verdaderamente absurdo, no solamente inverosímil, sino imposible. Es la renuncia desesperada de la misma razón"(70). Pero lejos de imitar la actitud fabriana de considerar la doctrina de la fe de Johannes Climacus como una especie de reduccionismo racionalista, Haecker acusa a Kierkegaard de irracionalista apasionado.

La fe, afirma Haecker, no se fundamenta en el absurdo sino en la certeza natural. Dejando de un lado la fe sobrenatural, en el ámbito de la ciencia histórica uno puede decir que cree en la existencia histórica de Napoleón sin haberle visto nunca, fundamentándolo en una certeza natural. Kierkegaard, movido por una pasión moral desmesurada, ha separado la decisión en cuanto tal, del objeto sobre el que decide.

En Kierkegaard, el fin de la decisión es ella misma. Kierkegaard, moralista metafísico, eterniza el momento de la decisión, hace ontológica la pasión de la decisión. Pero en el actuar de las criaturas cada decisión está precedida por una certeza natural. Kierkegaard no distingue, según Haecker, entre la "gran decisión" de aceptar la fe de la revelación, y las consiguientes decisiones en las que sí se puede aplicar el lema "la verdad es la subjetividad". La criatura está necesitada de una revelación objetiva, presentada con los elementos suficientes que garanticen una certeza natural. "Su definición de la subjetividad cristiana como subjetividad, apenas se analiza con seriedad, se revela como una catástrofe en la que cae todo irracionalismo objetivo, toda negación de la común inteligencia humana, ya sea en las cuestiones preeliminares, como en los primeros pasos de la fe. Debido, sin duda, a su fanático radicalismo en la exigencia de lo que debe ser un hombre que se llame a sí mismo cristiano, Kierkegaard suministra ya de antemano una prueba desesperada mostrando que no ha existido, no existe y no existirá más que un sólo Cristiano. Esta "subjetividad pura" como "verdad pura", no puede ser encarnada por ningún hombre del mundo, ni siquiera por uno que esté bautizado, ni tampoco por un santo, solamente por el hombre que al mismo tiempo es Dios puede hacerlo -nadie de este mundo podría ser cristiano, ¡sólo puede serlo el mismo Cristo!"(71).

Un autor español, historiador de filosofía, Eusebi Colomer, en las páginas que dedica a Kierkegaard, da otra clave de lectura del principio de Johannes Climacus(72). Según Colomer, la formulación "la verdad es la subjetividad" se debe entender en su más pura radicalidad, sin intentar suavizarla. Kierkegaard no es un relativista y no pretende colocar al hombre como medida de la verdad. Partiendo de la noción clásica de verdad como adaequatio rei et intellectus, el danés -continúa Colomer- se pregunta sobre la posibilidad misma de que se pueda dar esta adaequatio, porque esta adecuación es posible sólo cuando el sujeto es abstracto, pero se convierte en algo imposible cuando el sujeto es un individuo existente. El conocimiento objetivo capta la verdad como objeto. Al hacerlo, el sujeto se olvida de sí mismo y se dispersa en la objetividad. Concebir objetivamente la verdad significa dejar a un lado la relación que se da realmente entre la verdad y el sujeto que la busca. Por el contrario, la consideración subjetiva realiza una reflexión doble: considera objetivamente la verdad, y después reflexiona sobre la relación que tiene con el sujeto. En esta doble reflexión, el sujeto se descubre a sí mismo como un aspirante a la verdad, como alguien que tiende hacia ella.

Colomer, coincidiendo con Schulz(73), afirma que, según Kierkegaard, "el tender como tender es, pues, el único modo como el hombre, como sujeto existente, está en la verdad"(74). Es más, la tendencia hacia la verdad se convierte en el contenido de la existencia humana. Por tanto, más que una sofística kierkegaardiana, o un olvido de la condición creatural del hombre, Kierkegaard afirma los límites radicales de la razón. Colomer interpreta el texto polémico de la falsa adoración del verdadero Dios y la verdadera adoración del falso ídolo explicando que, según Kierkegaard, el conocimiento objetivo de Dios es imposible partiendo de la finitud: sólo queda la tendencia hacia, la aspiración como única forma de relacionarse con Dios, y de aquí deriva que lo importante para mí, el porro unum est necessarium es reconocer que soy una subjetividad que tiende hacia Dios. Por tanto, la pasión por lo infinito es lo decisivo, el cómo subjetivo y no el qué objetivo, inalcanzable con las fuerzas humanas.

Ha llegado el momento de presentar nuestra interpretación personal, que será breve, porque pensamos que la solución se encuentra en tomarse en serio todo lo que Kierkegaard ha dicho sobre sus seudónimos. Como muy bien escribe Mc Kinnon, "las obras seudónimas se diferencian tanto de las obras firmadas por él como aquéllas mismas entre sí. La concepción que tiene Kierkegaard de las relaciones entre los seudónimos es, a fin de cuentas, sustancialmente correcta. Las amonestaciones que hace respecto a su producción literaria están totalmente justificadas y no hay motivo para no tomarlas en consideración"(75). ¿Quién es Johannes Climacus? Es un no cristiano, que mira al cristianismo desde fuera, y que por tanto se mueve en el plano de la razón natural. Sus argumentaciones están dirigidas a criticar el sistema, y por eso la subjetividad como verdad entra en polémica con las identificaciones entre sujeto-objeto, externo-interno, realidad-racionalidad del idealismo hegeliano.

En este sentido, Climacus contrapone la dialéctica de la libertad del "minúsculo yo del siglo XIX" a la necesidad del devenir del Absoluto en la historia. Este individuo, síntesis contradictoria de finitud e infinitud, temporalidad y eternidad, no puede captar la verdad salvífica en su subjetividad, a no ser que aparezca una ayuda divina. Climacus no la puede captar porque no es cristiano. Mira con interés al cristianismo, pero él se encuentra fuera. Rechazando la conclusividad objetiva que propone el sistema, a Climacus sólo le queda la aspiración de un ser contradictorio que desea apoyarse sobre el Absoluto.

Si Climacus no puede salirse del plano de la razón natural, entonces es coherente al aplicar los esquemas conceptuales del logos finito a la verdad salvífica. Por tanto, aceptamos la afirmación fabriana de una especie de racionalización de la fe en la Apostilla, pero esta racionalización es una lógica consecuencia de la posibilidad existencial que expresa Climacus como no cristiano, y es una prueba de la sustancial sinceridad de las referencias que hace Kierkegaard de sus seudónimos.

Este seudónimo kierkegaardiano, llevando la razón natural hasta el extremo, expone la crítica más aguda del sistema especulativo hegeliano, y agota su potencialidad con la afirmación de la verdad como subjetividad y del absurdo de la fe. Será el mismo Kierkegaard en su Diario, y aquel "cristiano extraordinario" que es Anti-Climacus, quien presentará una respuesta más profunda del "problema": cómo hacerse cristiano. Johannes Climacus no es Kierkegaard. El danés no se arrodilló ante un ídolo con la pasión de la interioridad, sino ante Cristo crucificado y ante el Padre Eterno con la mayor de las pasiones: "Señor Cristo Jesús, son tantas las cosas que nos retienen y nos quieren arrastrar hacia ellas; cada uno tiene las suyas, ¡y son tantas! Tú que eres eternamente el más fuerte, arrástranos con mayor fuerza aún hacia Ti. Nosotros te llamamos nuestro Salvador, porque has venido al mundo para deshacer todos los lazos que nos tienden las preocupaciones indignas y que nosotros mismo nos imponemos, has venido para romper las duras cadenas del pecado. Te llamamos Salvador porque así has querido Tú salvarnos y liberarnos de todo eso. Porque la voluntad de Dios era que Tú cumplieras e hicieras posible nuestra santificación. Para esto descendiste hasta lo más bajo de la tierra, por eso ascendiste de nuevo para atarnos a Ti allá arriba"(76).

Compartimos la tesis que sobre Climacus expone Giuseppe Mario Pizzuti en su reciente libro Invito al pensiero di kierkegaard. En nuestra opinión, las páginas que dedica a Climacus, constituyen una adecuada síntesis de este personaje, que además es expuesta por el autor con gran profundidad y con un admirable conocimiento de los escritos kierkegaardianos. Pizzuti hace un estudio muy detallado de los textos referentes a la verdad como subjetividad, tanto de la Apostilla como del Diario, donde puede parecer que Kierkegaard se contradice. En realidad no existe tal contradicción, sino que entran en juego los seudónimos. Climacus expresa una posibilidad existencial que entra en polémica con el sistema. Frente a la célebre elección de Lessing -la elección entre la continua aspiración a la verdad o la verdad absoluta- Climacus se inclinará por la aspiración. La verdad completa, según la lectura que Climacus hace de Lessing, es en realidad el sistema absoluto. Pero una cosa es el Climacus no cristiano, y otra distinta Kierkegaard, que en cuanto cristiano no separa la aspiración a la verdad de su contenido. Aunque Climacus ya había dicho que la aspiración a la verdad no podía ser una aspiración a nada, Kierkegaard mismo llenará de contenido esa aspiración: "él cree que el Logos se ha hecho carne; nunca habría podido concluir la cuestión de la verdad pagando el precio de la verdad, porque la Verdad tiene su propia concreción histórico-esencial, que coincide con la realidad viviente de una Persona, Jesucristo: el cual es una realidad histórica, no una aspiración"(77).


---------------------------------------------------------------------------

Notas:

1 Como estudios sobre Apostilla conclusiva: JOHNSON, R.H., The concept of existence in the "Concluding Unscientific Postscript",Martinus Nijhoff, The Hague 1972; THULSTRUP, N., Commentary on Kierkegaard"s "Concluding Unscientific Postscript" with a new introduction, Princeton University Press, Princeton 1984; LOWRIE, W., Introduction, en KIERKEGAARD, S., Concluding Unscientific Postcript, Princeton University Press, Princeton 1974.

2 KIERKEGAARD, S. Postilla conclusiva..., p. 261.

3 Cfr. Ibid. p. 268.

4 Cfr. GARCÍA AMILBURU, M. La existencia en Kierkegaard,p. XX.

5 KIERKEGAARD, S. Postilla conclusiva..., p. 267.

6 Cfr. Ibid. p. 270.

7 Ibid. p. 272.

8 Cfr. Ibid. p. 273.

9 Ibid. p. 275.

10 Ibid. p. 276.

11 Ibid. p. 282.

12 Ibid. p. 283.

13 Ibidem.

14 Ibid. pp. 284-285.

15 Ibid. p. 286.

16 Ibidem.

17 Ibid. p. 287.

18Ibid. p. 289.

19 Ibidem.

20 Ibidem.

21 El pensador sólo objetivo se pierde a sí mismo: Cfr. MARINO, G., S. Kierkegaard. The objective thinker is a suicide, en Philosophy Today, 1985 (29), pp. 203-212.

22 KIERKEGAARD, S. Postilla conclusiva.., p. 292.

23 Ibid. p. 294.

24 Ibid. p. 296.

25 Ibidem.

26 Ibidem.

27 Ibidem.

28 Ibid. p. 301.

29 Ibidem.

30 Ibidem.

31 Ibid. p. 302.

32 Este aspecto es el que orienta el estudio: CORNU, M., Kierkegaard et la communication de l"existence, Editions L"Age d"Homme, Lausanne 1972. También se trata en: FAY, T., "Communication of truth and the existential dialectic in the thought of Kierkegaard", en The Personalist, 1972, (53), pp. 161-169.

33 KIERKEGAARD, S. Postilla conclusiva..., p. 303.

34 Ibid. p. 304.

35 Ibid. p. 306.

36 Ibid. p. 307.

37 Ibid. p. 308.

38 Ibid. p. 309.

39 Ibidem.

40 Ibid. p. 313.

41 Ibid. p. 321.

42 Ibid. p. 324.

43 Ibidem.

44 Ibid. p. 325.

45 Ibid. p. 325.

46 Cfr. Ibid. p. 327.

47 Ibid. p. 326.

48 Ibid. p. 330.

49 Ibid. p. 331.

50 Ibidem.

51 Acerca de la relación entre subjetividad y verdad, y la carga ética que conlleva, pueden verse: BOUSQUET, F., "La verité est de devenir sujet. La veritŽ comme question ethique chez Kierkegaard", en La Verité, Beauchesne, París 1983; STACK, G., "La verdad como subjetividad: interpretación", Folía Humanística, 1977 (15), pp. 607-616; ZANOVELLO, N., "La soggettività della verità in Kierkegaard", en Rivista Rosminiana di Filosofia e di Cultura, 1979 (73).

52 KIERKEGAARD, S. Postilla conclusiva..... p. 364.

53 Ibid. p. 365.

54 Ibid. p. 366.

55 Ibidem.

56Ibid.p. 367.

57 Ibid. p. 368.

58 Ibidem.

59 Ibidem.

60 Ibidem.

61 Ibid. pp. 372-373.

62 Cfr. GUERRERO, L. Fe luterana y fe católica en el pensamiento de Kierkegaard, en Scripta Theologica 3, Pamplona 1991, pp. 990-992. Cfr. también del mismo autor, Kierkegaard: Los límites de la razón en la existencia humana, pp. 240-241. En estas dos obras, Guerrero presenta muchas referencias magisteriales de la relación entre razón y fe.

63 Cfr. FABRO, C. Studio preliminare alle Opere di Sören Kierkegaard, en Kierkegaard. Opere, op. cit., p. 104.

64 FABRO, C. Introduzione al Diario di kierkegaard, p. 95.

65 Ibid. p. 96.

66 Ibid. p. 99.

67 Cfr. también las tesis centrales de: EVANS, C.S., Kierkegaard"s "Fragments" and "Postscript". The Religious Philosophy of Johannes Climacus, Humanities Press, Atlantic Highlands 1983.

68 FABRO, C. Introduzione al Diario di kierkegaard, p. 103.

69 Ibid. p. 99.

70 HAECKER, T. La notion de la verité chez Kierkegaard, en Courrier des îles, Desclée de Brouwer, Paris 1934, p. 70.

71 Ibid. pp. 76-77.

72 COLOMER, E. El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, pp. 27-90.

73 Cfr. SCHULZ, W. Kierkegaard. Existenz und System, Pfullingen 1967, pp. 23-25.

74 COLOMER, E. El pensamiento alemán de Kant a Heidegger,p. 58.

75 Mc KINNON, A. Kierkegaard and his Pseudonyms: A Preliminary Report, en Kierkegaardiana 7 (1968), p. 71.

76 KIERKEGAARD, S. Diario, VIII¹ A 372.

77 PIZZUTI, G. M. Invito al pensiero di kierkegaard, Mursia, Milano 1995, p. 161.
-----------------------------------------------------
(*) Mariano Fazio, filósofo e historiador, es Rector de la Universidad de la Santa Cruz (Roma)
© 2002 El Autor
© 2002 Edición digital Arvo Net en línea.

Gentileza de http://www.arvo.net/ para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL