«GUÍA».
Capítulo I. Una vida, una filosofía
UNA SENDA EN EL BOSQUE
Guía del pensamiento de Kierkegaard
Por Mariano Fazio
Capítulo 1. Una vida, una filosofía
"Es la muerte; reza por mí para que llegue pronto y bien. Estoy
desazonado; tengo, como San Pablo, un aguijón en la carne; por eso no pude
hacer la vida ordinaria, y de aquí deduje que mi misión era extraordinaria;
procuré llevarla a cabo lo mejor que pude. He sido un juguete de la
Providencia, que me lanzó y quiso valerse de mí; ¡así pasaron los años
entre tirones y más tirones! Luego tiende la Providencia su mano y me recoge
en el arca. Tal es siempre la existencia y el sino de los mensajeros
extraordinarios"(1).
Estas palabras, pronunciadas por Sören Aabye Kierkegaard en su lecho de
muerte a su amigo Emil Boesen, unos días antes de morir, contienen algunos
elementos importantes para entender la relación íntima entre la vida y la
filosofía del pensador danés. Un ser extraordinario -la conciencia de su
heterogeneidad-, el plan amoroso de la Providencia, y la carencia de una
normalidad psicosomática serán tres líneas de fuerza nunca olvidadas en la
vasta obra autobiográfica de Kierkegaard.
¿Por qué esta conciencia de su heterogeneidad? ¿Cuáles son las causas que
hacen de Kierkegaard un hombre distinto de los demás? Una respuesta última
es difícil de encontrar. Hay un texto de su Diario, que constituye un
verdadero punctum dolens para los estudiosos kierkegaardianos. El
fragmento, escrito en torno a 1843, dice así: "después de mi muerte,
ninguno encontrará entre mis "papeles" (y este es mi consuelo) ni
una sola explicación de aquello que verdaderamente ha llenado mi vida; no se
encontrará ¡ni en los recovecos de mi alma! aquel texto que lo explica todo
y que, muy a menudo, de aquello que el mundo tiene como una bagatela, a mí me
lo hace considerar con una importancia enorme; yo también lo consideraré una
futilidad cuando caiga esa nota secreta, que es la llave"(2).
La bibliografía kierkegaardiana ha dado diversas respuestas que intentan
desvelar el secreto: unos hablan de una represión sexual; otros de una
enfermedad de tipo epiléptico. Sea una cosa u otra, fue no obstante decisión
de Kierkegaard llevarse consigo este secreto, que sería la clave
hermenéutica de toda su obra. Sin embargo, el pensador danés nos ha dejado
en herencia un vastísimo material autobiográfico, que contiene muchos
elementos importantes para al menos delinear su complicada personalidad.
a) El hombre a quien más debo
"Si quisiera saberse cómo -aparte de la relación con Dios- he sido
impulsado a ser el escritor que soy, respondería: ello ha dependido de un
anciano, que es el hombre a quien más debo; de una joven, con la que he
contraído la mayor deuda. Por ello, me parecía que mi naturaleza es el
resultado de una síntesis entre vejez y juventud, entre rigor invernal y
suavidad del estío... El primero me educó con su noble sabiduría, la otra
con su amable imprudencia"(3).
El anciano a quien se refiere Kierkegaard es su padre, Michael Pedersen
Kierkegaard. El abuelo de Sören, Peder Christiensen, era un pobre campesino
de Saeding, en el Jütland occidental. Su hijo -y padre de Sören- Michael
Pedersen, sufrió la pobreza familiar y se vio obligado a trabajar como pastor
de ovejas desde la misma infancia. Cuando Michael tenía doce años de edad,
dejó el frío y desértico Jütland y marchó a Copenhague. Allí inició un
pequeño comercio de tejidos, que prosperó poco a poco hasta convertirse en
uno de los comerciantes más ricos de la capital danesa. A sus cuarenta años
decidió ampliar su cultura: estudia alemán y lee a Christian Wolff. Viudo de
su primera esposa y sin hijos, decide contraer segundas nupcias, esta vez con
su asistenta, Anna Lund. La primera hija llegó sólo cuatro meses después
del matrimonio. Sören sería el último de siete hijos de este matrimonio.
El padre de Sören, "hombre estimado, piadoso y austero"(4), educó
a su hijo en el más riguroso cristianismo luterano. Pertenecía a la secta de
los pietistas, y fundaba su religiosidad en un sentimiento opresivo del
pecado(5). Al mismo tiempo, Michael hacía que el pequeño Sören tomara parte
en las discusiones lógicas y dialécticas sobre el racionalismo y el
cristianismo que tenía con algunos intelectuales de Copenhague y con el
obispo luterano y director espiritual de Michael, J. P. Mynster. La
religiosidad paterna y el prematuro ejercitarse en las discusiones
dialécticas hicieron de nuestro filósofo un hombre sin infancia, distinto al
resto(6).
A estos elementos de la educación paterna -educación "severa y
exagerada" según Sören- se debe añadir su contacto con la muerte y con
el dolor. Kierkegaard ve morir a casi todos sus hermanos desde la primera
infancia. Sören nació el 5 de mayo de 1813. Seis años después murió su
hermano Michael; tres años más tarde dejaba este mundo su hermana Maren. La
muerte dio un respiro de diez años a la familia Kierkegaard, pero después
morirían, en un espacio de cuatro años, otros tres hermanos y su propia
madre. Cuando Sören llegó a los 25 años sólo quedaba su padre y su
hermano, posteriormente obispo luterano, Pedro.
Después de cursar sus primeros estudios en la escuela pública, Sören entra
en 1830 en la Facultad de Teología de la Universidad de Copenhague, movido
por el deseo paterno de que su hijo se convirtiera en pastor. En esa facultad
entra en contacto con los clásicos griegos, pero sobre todo con la dogmática
luterana de su tiempo, que en gran parte se alimentaba de la filosofía
idealista alemana.
Los años de estudios universitarios presentan un Kierkegaard inclinado a la
melancolía, que intentaba esconder bajo una vida mundana de fiestas, bailes y
diversiones: "en un cierto sentido pocas personas podían ser tan
sociables como era yo, pero la miserable preocupación que me afligió desde
la primera edad, me ha movido a retraerme y a hacer que encontrara un gran
alivio alejando todo de mí para esconder mi dolor. En este sentido es verdad
que no me he sentido inclinado hacia la sociabilidad. Para poder tener algo
que ver con el cristianismo, la mayor parte de los hombres deben, sobre todo,
encontrarse con un sufrimiento insospechado. Mi vida ha sido sufrimiento desde
la primera edad. Es el "pendant" de lo que en otras palabras se
llama el placer de vivir, y mi placer de vivir era poder esconder aquel
sufrimiento"(7).
Este texto, escrito al final de su vida, presenta su sufrimiento melancólico
como preparación al cristianismo. Siendo una visión retrospectiva, es
posible que Kierkegaard tienda a aplicar categorías de su madurez a un
periodo en el que sobre todo veía un alejamiento de su vida cristiana y un
hundimiento en la desesperación(8). Dramático, y más veraz, por haber sido
escrito pocos minutos después de la emoción sufrida, es este otro fragmento
del Diario de 1836: "acabo de llegar de una velada en la que he
sido el animador; las agudezas manaban de mi boca, todo el mundo se reía y me
admiraba -pero yo me he marchado. Sí, haría falta un trazo tan grande como
el rayo de traslación de la tierra... -y yo me he marchado, dispuesto a
dispararme un tiro en la cabeza"(9).
La profunda crisis interior y su escaso interés por los estudios de teología
-Kierkegaard fue un estudiante mediocre- llevaron al danés a una ruptura con
su padre: Sören se traslada a un apartamento, donde vive solo, aunque su
padre continuaba a sostenerlo económicamente.
El año 1838 presenta dos episodios biográficos de grandísima importancia y
que señalarán una conversión interior profunda. El primer episodio, una
especie de fenómeno místico, sucede el 19 de mayo, a las 9 y media de la
mañana: así, con esta exactitud lo indica Sören en su Diario. Lo
describe del siguiente modo: "hay una "alegría
indescriptible", cuyo influjo enardecedor sobre nosotros es tan
inexplicable como inmotivado el súbito arrebato del Apóstol: "Alegraos;
otra vez os digo: alegraos" (Philip. 4,4). No es una alegría por esto o
aquello, sino la radiante exclamación del alma "con la lengua y con la
boca desde el fondo del corazón. Por medio de mi alegría, me alegro de mi
alegría, en mi alegría, por mi alegría, a causa de mi alegría y con mi
alegría". Celestial estribillo que parece interrumpir súbitamente cada
estrofa de nuestro canto; es una alegría que refrigera y conforta como la
brisa en estío, como los vientos alisios que soplan desde el soto de Mambre
(Gen. 18, 1ss), hasta las moradas eternas"(10).
Haecker considera como decisiva esta experiencia espiritual de difícil
calificación, comparable a la manifestación narrada por Pascal en el Mémorial(11).
Más clara, y posiblemente más íntima, es la experiencia denominada por
Sören "el gran terremoto". Aunque los intérpretes no se ponen de
acuerdo, este suceso parece que se refiere a la confesión que le hace su
padre poco antes de morir. Ocho años después de la terrible revelación,
Kierkegaard lo narraba así: "¡Horrible! Aquel hombre que siendo aún
niño cuidaba los rebaños en las colinas de Jütland, acuciado por la miseria
y sufriendo terriblemente por el hambre, un día subió a una colina y maldijo
a Dios: ¡este hombre no era capaz de olvidarlo a la edad de ochenta y dos
años!"(12).
Fabro se inclina a identificar "el gran terremoto" con el
descubrimiento por parte de Sören del hecho de que su padre viviera
maritalmente con su asistenta antes del segundo matrimonio. A esto se refiere
el fragmento El Sueño de Salomón, incluido por Kierkegaard en los Estadios
en el camino de la vida(13).
La confesión de su padre -sea de una cosa o de otra- le afecta mucho, hasta
el punto de llevarle a pensar que caía sobre su familia una maldición
divina: "fue entonces cuando ocurrió el gran terremoto. Un golpe
terrible que, de pronto, me impuso una nueva clave de interpretación de todos
los sucesos. Fue entonces cuando tuve la sospecha de que la avanzada edad de
mi padre no era una bendición divina sino más bien una maldición y los
claros dones de inteligencia en nuestra familia fueron concedidos para que
lucharan entre ellos. Entonces sentí un silencio de muerte agrandarse en
torno a mí, cuando mi padre me pareció un desafortunado que nos sobrevivía
a todos, como una cruz sobre la tumba de sus propias esperanzas. Alguna deuda
debía pesar sobre la familia entera, algún castigo de Dios se cernía sobre
ella: la familia debía desaparecer, a ras de suelo de la divina omnipotencia,
cancelada como un intento fallido. Sólo por momentos encontraba algo de
alivio cuando pensaba que mi padre había cumplido la gran misión de
serenarnos con el consuelo de la religión, de darnos el viático de manera
que descansara tranquilo delante de un mundo mejor -aunque debiéramos perder
todo en este mundo de aquí abajo, aunque le golpeara aquella pena que el Juez
auguraba siempre a sus enemigos: que nuestro recuerdo se borrara
completamente, y no se encontrara nunca más"(14).
El 8 de agosto de 1838 moría Michael Pedersen Kierkegaard. Sören -que se
había reconciliado con su padre algunos meses antes de su muerte- considera
que tiene una obligación de devoción filial de hacer el examen final de
teología, y así lo hará en 1840(15). La relación con su padre es de
fundamental importancia en la vida espiritual de Sören. Fue él quien le
educó en la severidad y pietismo luterano, y le inició en la dialéctica.
Gran parte de la melancolía y del sentimiento de culpabilidad
kierkegaardianos son herencia de la melancolía paterna: "¡Dios
misericordioso! mi padre con su melancolía me ha causado una sinrazón
tremenda: un anciano que descarga toda su profunda melancolía sobre un pobre
muchacho, por no hablar de aquello que es aún más tremendo. Y aún así era
el mejor de los padres"(16).
b) Una joven con la que he contraído la mayor deuda
Más decisiva quizá que la relación con su padre fue el compromiso y la
posterior ruptura con Regina Olsen. Kierkegaard la vio por primera vez en la
casa de los Roerdam, una familia amiga, cuando Regina tenía sólo catorce
años. Antes de la muerte de su padre, Sören se había prometido con ella. En
otoño de 1840 se licencia en teología y realiza un viaje a Jütland. A su
vuelta a Copenhague, el 8 de septiembre se encuentra con Regina delante de su
casa y le declara su amor. Un día después se encuentra con el padre de
Regina, el Consejero de Estado Terkel Olsen: "el padre no dijo ni sí ni
no, pero era bastante propenso a estar de acuerdo. Le pedí charlar con él, y
eso es lo que hice el 10 de septiembre por la tarde. No le dije ni una palabra
para ganármela: sólo asintió"(17).
Todo parecía andar bien, pero justo después de haberse prometido, Sören se
arrepiente del paso que ha dado: "pero al día siguiente, vi en mi
interior que me había equivocado. Un penitente como yo era, con mi vida
"ante acta" y mi melancolía...: aquello era suficiente"(18).
La heterogeneidad de la que es consciente irrumpe en su compromiso desde el
comienzo. La relación amorosa con Regina Olsen marcará la vida del
filósofo. Hasta el momento de su muerte conservará su recuerdo,
reflexionará sobre la rectitud de su conducta, tanto del inicio como de la
ruptura. Pero la decisión había sido tomada: Sören no podía casarse con
Regina. Su melancolía(19) habría hecho de ella una persona infeliz, y
Kierkegaard no tenía el derecho de hacerlo: "pero había una
prohibición divina: así lo entendí yo. La consagración. Yo le tendría que
haber ocultado tantas cosas, basar todo sobre una falsedad..."(20).
Después de un año de noviazgo, Kierkegaard rompe con Regina. El 11 de
octubre de 1841 le envía una carta con el anillo de compromiso, que dice
así: "para no someterte más a probar aquello que debe suceder, aquello
que, una vez ocurrido, proporcionará las energías necesarias: está bien,
dejemos que suceda. Olvida, antes que nada, a quien ha escrito esta carta;
perdona a un hombre que, si ha sido capaz de cualquier cosa, no es capaz de
hacer feliz a una jovencita.
"Enviar una cinta de seda significa, en Oriente, pena capital para el que
la recibe; enviar el anillo de compromiso significa pena capital para quien lo
envía"(21).
Regina, después de intentar retenerlo por todos los medios, se casará en
1847 con un funcionario, Johannes Frederik Schlegel. Kierkegaard seguirá
amándola, y será ella el continuo leitmotiv de su obra literaria:
"amada, ella lo era. Mi existencia exaltará su vida de manera absoluta.
Mi profesión de escritor podrá incluso considerarse como un monumento en su
honor y gloria. Yo la tomo conmigo en la historia. Y a mí, que
melancólicamente no tengo más que un deseo, esto es encandilarla: esto, en
la historia no se me negará, yo avanzo a su lado. Como un mayordomo, la llevo
triunfante diciendo: "por favor, hazte a un lado, por ella, por nuestra
querida, la amable, la pequeña Regina"(22). Llegará incluso a ordenar
la construcción de un armario de palo de rosa, en el que conservará dos
copias de todas sus obras, en papel velina: "una para ella, otra para
mí".
Sören siempre interpretó su ruptura con Regina como una manifestación de la
voluntad divina. Más aún, como castigo divino: "una vez se la he pedido
a Dios como un don: incluso en los momentos en los que entreveía la
posibilidad del matrimonio, se lo he agradecido como un don. Más adelante he
debido considerarla como un castigo de Dios: esto lo he mantenido siempre
honestamente (...) ¡Y en verdad Dios castiga de manera terrible! ¡Qué
castigo más horrible para una conciencia angustiada! Tener esta jovencita en
la palma de la mano, poder encandilarle la vida, ver su belleza indescriptible
(lo que constituye la mayor felicidad de un melancólico) y después, sentir
en el interior esta voz del Juez: "¡tú la debes abandonar!". Es tu
castigo. Se apaciguará a la vista de su sufrimiento, debe ser aumentado por
medio de la oración y las lágrimas de ella, que no sospecha que todo esto es
un castigo tuyo; piensa que depende de tu dureza... que se debe
dulcificar"(23).
Pero la razón última de la ruptura del noviazgo, ¿fue el entender que Dios
le quería célibe para llevar a cabo otra misión, una "tarea
seria", o simplemente Kierkegaard sufría de una imposibilidad
psicosomática que le impedía contraer matrimonio, y no queriendo aceptar
esta limitación natural la reinterpretó subjetivamente dándole un tinte
teológico? Una respuesta definitiva no es posible, aunque probablemente no
sea necesario hacerlo, como le habría gustado al danés, con un "aut-aut".
El convencimiento de una inestabilidad psicológica y de una enfermedad
física se podía asumir incluso como un signo de la voluntad divina sobre
él. No es necesario interpretar el comportamiento religioso kierkegaardiano
como una excusa para justificar su heterogeneidad: puede ser también la
sincera sobrenaturalización del dolor de saberse "heterogéneo".
Es un hecho que la interpretación personal más radical de su relación con
Regina es la religiosa: "mi compromiso con "ella" y la
posterior ruptura dependen en el fondo de mi relación con Dios; forman parte,
si se puede hablar así, de mi compromiso con Dios"(24).
c) Una forma de sufrimiento cercano a la locura
La relación con Regina Olsen ha puesto en primer plano la melancolía de
nuestro pensador, imposibilitado de llevar a cabo una vida normal. Su
relación con su padre manifestaba una tendencia hereditaria hacia esa
melancolía. Es impresionante este texto del Diario: "Había una
vez un padre y un hijo, ambos dotados de grandes riquezas de espíritu, ambos
agudos, especialmente el padre. Todos los que frecuentaban la casa,
encontraban gran distracción. En general no hacían otra cosa que discutir
entre ellos: se podría decir que era un entretenimiento entre dos
inteligencias, no entre padre e hijo. Alguna rara vez, observando al hijo y
viéndolo tan preocupado, el padre se detenía a mirarlo y le decía:
"¡Pobre muchacho, tu estás incubando una desesperación
silenciosa!" Pero no le preguntaba nada más. ¡¿Cómo podría hacerlo,
si también él había caído en una desesperación semejante?! Fuera de esto,
no intercambiaban una palabra sobre el tema. Pero el padre y el hijo fueron
quizá los seres más melancólicos que han vivido en esta tierra desde que
tiene memoria el hombre.
"Este es el origen de la expresión "la desesperación
silenciosa" que hasta ahora nadie había usado nunca y que se ha solido
presentar en otro modo. Apenas el hijo profería por sí mismo esa palabra, se
derramaba en lágrimas, ya sea por la inexplicable emoción que sentía, ya
sea por el recuerdo de la voz conmovida del padre, lacónica como toda
melancolía, pero que de la melancolía tenía todavía el nervio.
"El padre se creía culpable de la melancolía del hijo, el hijo de la
del padre: la angustia impidió siempre que se confiaran el uno con el
otro"(25).
Pero ¿en qué consiste exactamente esta característica decisiva del alma de
Kierkegaard? La melancolía kierkegaardiana aparece sobre todo unida a un
sufrimiento interior, presente desde la primera infancia: "herido por una
marca primitiva (...) he entendido este tormento como mi aguijón de la
carne". Un sufrimiento tal "que podría darle la vuelta a la cabeza
a cualquiera en medio año"(26).
En un texto de 1850 Kierkegaard confiesa sentirse "melancólico hasta el
borde de la locura". Melancolía causada por el aguijón de la carne.
"Atado a las cadenas de una miseria penosa, me encuentro como un pájaro,
al que se le han cortado las alas"(27). Esta miseria le impidió casarse:
"es cierto que habría acogido a mi prometida con la mayor de las
alegrías. Dios sabe cuánto la habría amado, he aquí precisamente la causa
de mi miseria"(28)
El aguijón de la carne es lo determinante para tomar conciencia de su
heterogeneidad: Kierkegaard no se puede comportar como un hombre corriente,
porque no lo es. Es más, este tormento es su principal relación con Dios:
"desde mi más tierna infancia estoy gimiendo por un "aguijón de la
carne", al que se ha unido incluso la conciencia de culpabilidad y de
pecado: yo me he sentido heterogéneo. Este dolor, esta heterogeneidad la he
entendido como mi propia relación con Dios"(29).
Como hemos visto más arriba, el "aguijón de la carne" no ha sido
todavía identificado con certeza con alguna enfermedad física o mental(30).
Es probable que se trate del "secreto" con el que el danés
descendió a la tumba. Las consecuencias de este aguijón, sin embargo, las
conocemos bien. Se pueden resumir en su "infinita melancolía". A
veces Kierkegaard considera que su melancolía está causada por un
escrúpulo, por considerar "como culpa aquello que en realidad era sólo
un sufrimiento infeliz"(31); otras veces, como la causa de su producción
literaria, como cuando en un texto de 1847 escribe que su obra seudónima era
un mundo de fantasía, que se encontraba entre la melancolía y él mismo:
"mi melancolía ha hecho que durante muchos años yo no pudiera tutearme
en su sentido más profundo. Entre mi melancolía y mi "tú" había
todo un mundo de fantasía. Es este mundo fantástico el que yo he
desenterrado de mí, ahora, en parte, con mis seudónimos"(32). Con
frecuencia, la melancolía va unida al recuerdo de su padre, del pecado
confesado antes de morir, de la imposibilidad -precisamente por la supuesta
maldición divina que recaía sobre la familia- de un "porvenir feliz y
amable", en su proceder más natural y en la continuidad histórica de la
vida doméstica familiar(33).
Esta melancolía congénita que se manifiesta en la inestabilidad psíquica
-las referencias a este estado cercano a la locura aparecen a lo largo de todo
el Diario- es, a pesar de todo, fuente de felicidad y de alegría en su
relación con los hombres: Kierkegaard hablará de una "melancolía
simpática"(34). Sobre todo ha sido la causa de haberse convertido en
escritor. Como Sherazade, que en las Mil y una Noches salva la vida contando
historias, así él escribe frenéticamente(35). En 1846, en un texto
importante -"Es así que me he comprendido a mí mismo en toda mi
actividad de escritor"- se autodefine como una "individualidad
infeliz". Melancólico por herencia -"un anciano, él mismo
extraordinariamente melancólico (el modo no lo quiero describir) tiene un
hijo a quien transmite en herencia toda esta melancolía"-, sufre desde
la infancia -"he estado inclinado hacia un tipo de sufrimiento muy
cercano a la locura, que debe tener su razón profunda de ser en una relación
desproporcionada entre mi alma y mi cuerpo"-. Melancolía y sufrimiento
que impedirán a Kierkegaard realizar lo que él llama "el deber ético
"general"": esto es, casarse, convertirse en pastor, aceptar
una actividad estable. "Desde ese momento" -la ruptura de su
compromiso con Regina- "yo dedico mi vida, con toda su energía, aunque
débil, al servicio de una idea"(36).
A esta idea -hacerse cristiano, convertirse en individuo, como veremos más
adelante- llegó por la vía del dolor, del sufrimiento, y hará que vea
siempre estrechamente relacionados el dolor con el auténtico cristianismo,
que no es otra cosa que la imitación de Cristo.
d) ¡Ay!, ¡ay de la prensa!
Más adelante haremos la descripción de su ingente producción literaria. Si
hemos subrayado hace un momento la importancia que tuvo su sufrimiento
interior como la primera motivación de su actividad de escritor, esta misma
actividad, lejos de procurarle paz y quietud interiores, acarreó otros
dolores, que se sumaron a su melancolía constitutiva. Entre estos dolores y
sufrimientos tiene una particular relevancia su polémica con la prensa danesa
y su enfrentamiento frontal con la Iglesia Luterana de Dinamarca.
El primer conflicto tuvo lugar en 1846. En diciembre del 45 el literato P.L.
Moëller escribió un artículo en el que criticaba la mezcla de ideas
filosóficas y morales de ¿Culpable? ¿No Culpable?, una de las partes
de la obra seudónima kierkegaardiana Estadios en el camino de la vida.
Sören no aceptó la crítica, y contestó a través de un artículo publicado
en el periódico Faedrelandet, sabiendo que Moëller era uno de los
colaboradores de una publicación semanal, titulada El Corsario. Este
periódico tenía un estilo satírico, irrespetuoso, propenso al escándalo:
criticado por todos, por todos era leído. Kierkegaard, en su artículo de
defensa, desafiaba a El Corsario a que, si así lo deseaban, le
atacaran a él. El Corsario, con la pluma de Moëller y bajo la
dirección de Goldschmidt, un hebreo director de la publicación satírica y
viejo amigo de Sören, así lo hizo. Estos ataques significaban un cambio en
la línea editorial, ya que El Corsario había elogiado en el pasado
las obras seudónimas de Kierkegaard. Semana tras semana, El Corsario
publicaba artículos irónicos, que hacían alusión maliciosa a sus defectos
físicos y a sus extravagancias. Kierkegaard se defendía, pero al mismo
tiempo sufría interiormente las burlas del populacho de Copenhague.
Nuestro escritor reconoce que el incidente con El Corsario tuvo en él
"un efecto ennoblecedor"(37). Es más, agradece los ataques, ya que
hacen que Kierkegaard pueda encontrarse en "una situación que conviene a
la idea"(38), esto es, sufrir a causa de la verdad. Una vez que cesaron
los ataques, se siente "más al seguro de la hipocondría y siento el
influjo del cristianismo de un modo más preciso"(39).
Fue, en efecto, una prueba dura(40). A pesar de sus buenas disposiciones, en
el fragmento que reproducimos a continuación, muestra su profundo desgarro
interior: "es innegablemente educativo encontrarse como yo, así, en una
ciudad pequeña como Copenhague. Trabajar con el máximo esfuerzo hasta la
desesperación, entre tormentos profundos del alma y muchos sufrimientos en mi
vida interior; tener que gastar mis ahorros para publicar mis libros, y
después no encontrar ni diez personas que le lean a uno como se debe,
¡cuando incluso a los estudiosos y a los demás le es más cómodo
ridiculizar el escribir libros voluminosos! Y luego hay por ahí un periódico
que pasa de mano en mano y goza del privilegio de poder decir lo que le venga
en gana, para preparar los disfraces más embusteros -¡se entiende, que eso
"no es nada"!- sin embargo, ¡todos lo leen! Y mientras tanto toda
la jauría de los envidiosos tienen la osadía de decir precisamente lo
contrario, para empequeñecer el asunto. Ser sin tregua objeto de las
conversaciones y las observaciones de todos, y cuando parece que me defienden,
no hacen otra cosa que lanzarme un ataque peor. Cualquier
"joven-carnicero" se cree autorizado, siguiendo las órdenes
recibidas de El Corsario, a ofenderme; los jóvenes estudiantes se
burlan, se ríen a escondidas y la gozan al ver decapitado a quien brilla. Los
profesores, llenos de envidia, muestran simpatía por los ataques, les dan
publicidad: ¡añadiendo, eso sí, que "es... una infamia"! La
mínima cosa que haga, aunque sólo sea visitar a alguien, se tergiversa
vulgarmente, y es comentada por todos: si El Corsario llega a saberlo,
lo publica y todos lo leen. El hombre a quien he visitado se ve involucrado en
los ataques, se enoja conmigo y no con los verdaderos culpables. En fin, debo
permanecer en casa y relacionarme sólo con los que no puedo soportar, porque
hacerlo con los otros sería casi un pecado. Y así, las cosas van adelante; y
cuando un día me muera y se les abran los ojos, admirarán lo que yo he
siempre querido. Y al mismo tiempo se comportarán del mismo modo con un
contemporáneo, que puede que sea el único que me comprenda. ¡Buen Dios! Si,
por el contrario, en el hombre no hubiera algo de más íntimo, donde todo
esto se puede olvidar, olvidarlo completamente en unión Contigo; ¿quién lo
podría soportar?"(41).
Kierkegaard se lamentaba no por los artículos irónicos, sino por el público
a quienes iban destinados: el populacho, que no tiene la formación teórica
suficiente para entender la ironía, y que la convierte en crueldad(42). Por
eso, el conflicto con El Corsario fue una ocasión para desahogarse
contra la pequeñez del ambiente intelectual danés. Si Copenhague es un
"pueblucho"(43), Dinamarca es un "pequeño país sin
moral", en el que la opinión general es la brutalidad del populacho(44).
Pero Kierkegaard salió bien del conflicto. Consiguió sobrenaturalizar el
dolor y perdonar a sus atacantes. En 1848 hacía un resumen del conflicto
periodístico: "el pensamiento de todos los ataques padecidos y de todas
las traiciones sufridas no me amargan en absoluto, ni siquiera me viene a la
mente la idea de librarme de una vez para siempre de ellos con la muerte.
Estoy seguro de que en la eternidad si hay tiempo y lugar para bromear, será
para mí la mayor de las diversiones volver con el pensamiento a mis gráciles
piernas y a mis maltrechos pantalones. Qué felicidad poder decir: "todo
esto que me ha tocado sufrir, todo lo he padecido por una buena causa y por
haber realizado, humanamente hablando, una buena acción, con verdadero
sacrificio y desinterés". Tendré el coraje de decírselo a Dios
directamente: de esto estoy más seguro del hecho de que yo existo, que de
cualquier otra cosa, porque lo siento ya ahora. Y Dios me contestará:
"sí, mi querido chiquillo, en esto tienes razón". Y después
añadirá: "todos tus pecados y todos tus defectos te son perdonados por
los méritos de Nuestro Señor Jesucristo"(45).
Un poco más tarde, en 1849, dirigirá a los periódicos una crítica muy
severa. Después de haber definido su conflicto con El Corsario como
"una colisión propiamente cristiana" -sufrir a causa de la verdad-,
escribe: "el hecho de que se entrometa incluso la prensa, confiere al mal
una fuerza tremenda. Si no fuera por la prensa, osaría confiar en mis propias
fuerzas: pero que un hombre solo pueda cada semana o cada día obtener que en
un momento entre 40 y 50.000 personas digan y piensen exactamente lo mismo,
esto es horrible. Y los culpables no se pueden nunca aferrar; y las multitudes
que se levantan contra quien sea son en cierto sentido inocentes.
¡Ay, ay, ay de la prensa! Si volviera Cristo al mundo, Él -igual que es
cierto que yo vivo- no tendría como adversarios a los Sumos Sacerdotes, sino
a los periodistas"(46).
e) La Cristiandad es un engaño
Si la polémica con la prensa fue muy áspera y dolorosa, el enfrentamiento
con la Iglesia Luterana de Dinamarca -la Iglesia del Estado, "el orden
establecido"- fue tan violento que llevó a Kierkegaard a la tumba. Los
diversos sufrimientos que padeció, la educación paterna, el convencimiento
de su propia heterogeneidad son elementos fundantes de su concepción del
cristianismo: el cristiano es el contemporáneo de Cristo, que sufre con El,
que se odia a sí mismo para amar a Dios, que es capaz de vivir "en alta
mar, allí donde el agua tiene 70.000 pies de profundidad", es decir, en
la inseguridad de este mundo pero con la seguridad de la fe. Tendremos tiempo
de delinear la visión kierkegaardiana del cristianismo. Noción que que se
opone a la de Cristiandad, esto es, el cristianismo acomodaticio de la Iglesia
luterana danesa, donde todos son cristianos, pero se comportan como paganos.
Es un cristianismo mundanizado, hecho de cultura y de complicidad con las
pasiones de los hombres. Esta Cristiandad está personificada en los pastores
-funcionarios oficiales de la Iglesia de Estado, pagados por la casa real- y
en particular en la figura del obispo luterano de Copenhague, Mynster(47).
Las relaciones entre Kierkegaard y Mynster -viejo amigo de su padre- pasan por
diversas etapas. En 1846 escribe que "yo lo he venerado tanto"(48),
y encontramos referencias parecidas en el Diario en el que Sören
manifiesta al menos una admiración humana por él. Pero según testimonia el
danés, Mynster no pudo entender a Kierkegaard, porque el obispo "no ha
estado nunca en alta mar, allí donde el agua tiene 70.000 pies de
profundidad, nunca se ha anclado en alta mar; él siempre se ha apoyado en el
"orden establecido" y él mismo ha crecido con él". A pesar de
esto, Kierkegaard afirma respetarlo: "nunca le olvidaré, le honraré
siempre y siempre que piense en él, pensaré en mi padre"(49).
A finales de 1847 Mynster le recibe fríamente, -"me dice que tiene mucho
que hacer..."(50)-. Kierkegaard sospecha que Mynster está molesto por su
último libro publicado, Las Obras del Amor.
Después reconoce que "yo he sido educado con la predicación de Mynster...
por mi padre. Aquí está el núcleo, porque a mi padre no se le podía pasar
por la mente que esta predicación no se debía tomar al pie de la letra.
Educado en las enseñanzas de Mynster -por Mynster, claro: esto sí que es un
problema"(51).
Mynster, aunque admirado, es presentado por Kierkegaard como un oportunista,
que se adapta a los intereses políticos de la Corona: "el único hombre
de mi tiempo a quien he prestado atención es Mynster. Pero él sólo se
preocupaba de estar en la cima persuadido de encontrarse ya en la verdad: pero
de la verdad en sí poco se preocupaba, aunque fuese degradada delante de sus
propios ojos. Pudo entender sólo que la verdad tiene el derecho y el deber de
gobernar: pero que la verdad deba sufrir, eso está por encima de su
entendimiento"(52).
Kierkegaard criticará la concepción mynsteriana del cristianismo: para el
obispo luterano sería tan sólo un "ennoblecimiento" de la
naturaleza. Irónicamente, Sören identifica el cristianismo de Mynster con
"la buena educación". Incluso a él le atribuye el concepto de
"Iglesia de Estado", y le considera el maestro para establecer la
paz entre el mundo y el cristianismo. A pesar de esto continúa honrándolo:
"¡honor al obispo Mynster! Haya lo que haya en su interior, nunca he
admirado a nadie como a él, y es para mí siempre una gran alegría que me
recuerde a mi padre"(53).
En 1848 los textos del Diario se radicalizan. Mynster es un producto de
la Cristiandad -en la Cristiandad todos son cristianos, pero ninguno vive como
tal- y afirma que hay diferencias entre lo que predica y su propia vida:
"en sus discursos afirma que los cristianos son pocos, y su vida muestra
que todos son cristianos y por eso ser pastor puede proporcionarle una
existencia segura y tranquila como la suya"(54). A pesar de todo, admite
que "al obispo Mynster yo a pesar de todo le quiero. Mi único deseo es
poder reforzar su reputación, porque yo le he admirado y humanamente hablando
le admiro"(55).
El comportamiento distante de Mynster frente a los ataques sufridos por
Kierkegaard en El Corsario hacen que nuestro escritor se distancie del
obispo, y le considere como formando parte de un conventículo de sus enemigos
(56).
A este hecho se debe añadir otro: en 1851 Mynster escribe un opúsculo
titulado: Ulterior contribución a la discusión sobre la situación de la
Iglesia en Dinamarca. En él, el obispo ponía en un mismo nivel a
Kierkegaard y a Goldschmidt, y consideraba a este último como un potencial
instrumento en favor del cristianismo. Kierkegaard no lo soportará más:
"Mynster -además de permanecer en la cúspide y tener bajo su mano el
"orden establecido"- intenta convertirse en democrático y va del
brazo de los periodistas, que son los aduladores de la masa..."(57).
La visión de Kierkegaard de la Cristiandad como un gran engaño -la
predicación de un cristianismo suave, tibio, cómodo, mundano, cómplice de
las tendencias caídas de la naturaleza humana- la relaciona cada vez más a
los pastores de la Iglesia Establecida. En 1849 escribe lo siguiente: "a
veces, cuando pienso en el obispo Mynster, me sobrecoge la angustia y el miedo
por él. Ahora tiene 72 años. ¡Pronto comparecerá ante... el juicio! Y
cuánto mal le ha hecho al cristianismo al darle una apariencia engañosa
-¡para poder gobernar! Sus predicaciones son pasables, pero en la eternidad
no deberá predicar: deberá ser...¡juzgado!"(58).
Llegará a definirlo como "un gran bellaco"(59), y hará una
comparación dialéctica entre él mismo y Mynster: si para predicar el
cristianismo uno es asesinado, escarnecido, perseguido, la vida de Kierkegaard
es precisamente esto: él -Sören- se ha convertido en nada. Por el contrario
para Mynster predicar el cristianismo ha significado "realizar una
brillante carrera, para llevar una vida placentera. Debería ser realmente muy
extraño que yo no entendiera que todos huyan de mí y corran detrás de
Mynster"(60).
Kierkegaard sostendrá una larga entrevista con Mynster después de la
publicación del Ejercicio del Cristianismo. Cordial, pero clara, la
opinión de Mynster sobre el libro: "no creo que el libro ayude". El
obispo se daba cuenta de que los dardos estaban dirigidos contra él y contra
el pastor Martensen, su principal colaborador.
La importancia de Mynster en la actividad literaria de Kierkegaard es
decisiva, sólo comparable a aquella mantenida con su padre o con Regina.
Kierkegaard, repitiendo la finalidad religiosa de toda su obra, considera que
Mynster, en cierto sentido, ha facilitado las cosas: "mi labor ha
consistido en aplicar un correctivo al Orden Establecido, no en anunciar nada
nuevo que debiera derrumbar o eliminar el Orden Establecido.
"Si yo hubiera pretendido eso desde el principio, y Mynster no hubiera
existido, debería primero haber creado a alguien que representara al Orden
Establecido y debería haberlo hecho muy bien.
"Pero como yo no he entendido con total claridad mi labor, sin duda todo
esto se me habría pasado por alto, y mi denuncia habría tomado una
dirección distinta, puede que equivocada.
"Pero Mynster estaba ahí como representante del Orden Establecido. Su
persona me vino dada y por eso yo le veneraba y he hecho todo lo posible por
expresarlo así.
"Y así es como yo he encontrado lo que debía hacer. ¡Ha sido una
suerte! Desde el punto de vista personal la veneración por Mynster era para
mí como una necesidad -y sólo más tarde he visto con claridad que, además,
era de gran importancia para mi tarea y para poder encontrar mi postura
exacta"(61).
La relación entre Kierkegaard y Mynster se fue complicando -"Mynster ha
causado un daño incalculable"- pero el enfrentamiento abierto contra el
orden establecido personificado en Mynster, sobreviene después de la muerte
del obispo, ocurrida el 30 de enero de 1854. Su sucesor, Martensen, un día
antes del entierro, pronunció un panegírico del obispo difunto, en el que lo
definió como un "testigo de la verdad".
Kierkegaard no pudo soportar aquello por considerarlo un tremendo engaño.
Publicará un artículo en el Faedrelandet, titulado: ¿Fue el
obispo Mynster un "testigo de la verdad", uno de los
"verdaderos testigos de la verdad"? En él, Kierkegaard
reivindicaba su concepto de cristianismo como imitación de Cristo a través
del sufrimiento, la pobreza, la humildad, y comparaba este cristianismo con la
Cristiandad de Mynster y Martensen: "se nos presenta al obispo Mynster
como un "testigo de la verdad", como uno de los "verdaderos
testigos de la verdad"; el predicador lo afirma categóricamente. Y
recreando delante de nosotros la imagen del obispo desaparecido, contándonos
su vida, su actividad religiosa y su muerte, nos invita a "imitar la fe
de los auténticos modelos: los testigos de la verdad"; que han mostrado,
por tanto, su fe -y aquí cita explícitamente a Mynster- "no sólo con
los discursos y las afirmaciones, sino con los hechos"; Martensen incluye
al obispo Mynster en la "sacra estirpe de los testigos de la verdad que
desde la época de los apóstoles han continuado su labor a través de los
siglos hasta nuestros días"...
"Debo alzarme en contra de estas afirmaciones... No es necesario ser
demasiado perspicaz para darse cuenta -comparando el Nuevo Testamento con lo
que predicaba Mynster- de que tendía deliberadamente a suavizar, ocultar y
silenciar todo lo que en el cristianismo se presenta como más exigente, todo
lo que resulta incómodo, lo que hace más difícil una vida placentera: el
hecho de morir a uno mismo, el deber de sufrir a causa de esta doctrina,
etc...
"¿Era el obispo Mynster un testigo de la verdad? Tú que estás leyendo
sabes muy bien lo que el cristianismo entiende por "testigo de la
verdad", pero permíteme que te recuerde que para serlo es imprescindible
sufrir por su causa...
"Un "testigo de la verdad" es una persona cuya vida transcurre,
desde su inicio y hasta el fin, lejos de todo aquello que denominamos
placeres...
"Un "testigo de la verdad" es un hombre que da testimonio de
aquella verdad de su estado de pobreza, viviendo en la mediocridad, en la
humillación; un hombre a quien nadie aprecia por lo que posee, un hombre a
quien se abomina, a quien se desprecia, se insulta y padece burlas...,
finalmente es crucificado, decapitado, quemado en fuego o tostado sobre una
parrilla, y su cadáver es abandonado por su verdugo, sin recibir sepultura
-¡así se entierran a los testigos de la verdad!- y sus cenizas son
esparcidas por los cuatro vientos...
"Como niños jugando con soldaditos, juega al cristianismo quien intenta
evitar los peligros que conlleva, y en el cristianismo "testigo" y
"peligro" son términos que se encuentran en una relación
mutua..."(62).
El enfrentamiento con la Iglesia luterana danesa estaba ya abierto. Al
artículo apenas citado se unen otros veinte más de carácter religioso,
publicados en el mismo periódico, y una serie de breves ensayos, más
incisivos y provocadores, publicados por su cuenta bajo el título El
Momento.
La dureza de la polémica terminó por arruinar el débil sistema nervioso de
Kierkegaard, ya empeorado por la ausencia de Regina Olsen, que se había
marchado en marzo de 1855 a las Antillas danesas, donde su marido, Schlegel,
había sido nombrado gobernador. El día de su marcha Regina logró verse con
Sören, en una calle de Copenhague. Ella le dice: "¡Que Dios te bendiga,
y ojalá que todo te vaya bien!". Kierkegaard, sorprendido y emocionado,
apenas es capaz de dar un paso atrás y le saluda con una inclinación de
cabeza.
El 2 de octubre de 1855 Kierkegaard se cayó, sin fuerzas, sobre el pavimento
de una calle de Copenhague. Sus débiles piernas no podían ya con su peso
físico y menos aún con el moral. Un transeúnte le llevó al Hospital
Frederik. No conseguirá ya abandonarlo. Entra en una lenta agonía, hasta el
11 de noviembre de 1855, día en el que el Juez Divino le llamó a su
presencia. El día antes había rehusado recibir la comunión de manos de un
pastor, y ni siquiera quiso recibir la visita de su hermano Pedro. Sólo le
acompañaron su fiel amigo de la infancia, Emil Boesen, y el personal médico.
Según el testimonio de su sobrina Henriette, el tío Sören, antes de morir,
daba "la impresión de ser una persona victoriosa, con la mirada viva y
luminosa que emanaba de su rostro".
Sören Kierkegaard fue enterrado el 18 de noviembre. Su funeral se celebró en
"Frue Kirche". Asistieron muchas personas de la ciudad. Fuera de la
Iglesia, su hermano Pedro pronunció unas palabras en tono conciliador. En el
cementerio, el pastor Tryde, enemigo de Kierkegaard pero ministro del
entierro, se permitió dirigir algunas palabras de desaprobación en relación
a la obra de Sören. Sin embargo, su sobrino H. Lund tomó la palabra en
defensa de su tío. Llevaba en la mano el último escrito de Kierkegaard, una
copia del nº 10 de El Momento, que había sido entregado a la imprenta
en esos días. Como desafío a la Iglesia Establecida de Dinamarca, leyó la
carta a la Iglesia de Laodicea del Apocalipsis, mientras el féretro de
Kierkegaard era introducido en la fría tierra de Copenhague: "conozco
tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Así, porque eres tibio y no eres ni caliente ni frío voy a vomitarte de mi
boca. Porque dices: Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad, y
no sabes que eres un desdichado y miserable, pobre, ciego y desnudo. Te
aconsejo que compres de mí, oro acrisolado por el fuego para que te
enriquezcas, túnicas blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza
de tu desnudez, y colirio con que ungir tus ojos para que veas" (Ap 3,
15-21).
Sobre la tumba, siguiendo indicaciones precisas de Sören, se grabó este
verso del poeta H. A. Brorson:
"Todavía un poco de tiempo
y entonces se ha ganado.
Y toda la disputa
se reduce a nada.
Entonces podré descansar
en la sala de las rosas
y eternamente, sin cesar,
hablar con Jesús".
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Notas:
(1) KIERKEGAARD, S. Diario, Ultima malattia, Apéndice A, en Diario
di Kierkegaard, a cura di Cornelio FABRO, Morcelliana, Brescia 1980 (vol.
12, p.96). La traducción es nuestra.
(2) IV A 85. Seguimos aquí el modo tradicional de citar el Diario. El
número romano indica el volumen de la segunda edición integral danesa (Samlede
Vaerker, Copenaghen 1909-1948) en la que se encuentra el texto; la letra
indica el tipo de obra (para el Diario es siempre la A); el número
arábigo indica la página.
(3) X A 374.
(4) V A 108.
(5) Hay muchos textos del Diario en los que Kierkegaard escribe acerca
de su relación con el pietismo. En 1850 afirma: "Ciertamente el pietismo
(no en el sentido de abstenerse del baile y de otras cosas exteriores, sino en
el sentido de testimoniar y de sufrir por la verdad y también en el sentido
de que el sufrimiento en este mundo pertenece al cristianismo y que el
acomodarse de la prudencia mundana en este mundo es anticristiano), es
indudablemente la única forma lógica del cristianismo" (X3 A 437). Cfr.
también X3 A 556, X4 A 84.
(6) En la introducción a su obra incompleta Johannes Climacus o De omnibus
est dubitandum, Kierkegaard cuenta cómo las reflexiones paternas
influyeron en él desde la más tierna edad. Cfr. IV B 13, 18. Sobre el
influjo paterno cfr. también JOLIVET, R., Introduction à Kierkegaard,
Fontenelle, Abbaye S. Wandille 1946, pp. 1-6; LOWRIE, W., A short life of
Kierkegaard, Princeton University Press, Princeton 1990, pp. 50-51.
(7) XI A 44.
(8) En un texto del Diario de 1835, escribiendo sobre la teología,
afirma: "Parece que es el campo que he preferido, pero también aquí
encuentro grandes dificultades: es el cristianismo mismo que en ella me
muestra tantos y tales contrastes que me impiden por lo menos la libertad de
ver. Yo he crecido, lo puedo decir, en la ortodoxia; pero en el momento en que
he empezado a reflexionar por mi cuenta, poco a poco el enorme coloso ha
comenzado a tambalearse" (I A 72). En 1837 confiesa haber intentado todas
las escapatorias para no ser cristiano en serio (II A 202). Cfr. JOLIVET, R., Introduction...,
op. cit., pp. 12-15, donde pinta con vivos colores el alejamiento de Sören
del cristianismo.
(9) I A 161.
(10) II A 228.
(11) Cfr. HAECKER, T. La joroba de Kierkegaard, 2ª edición, Rialp,
Madrid 1956, pp. 67-68. Sciacca, en cambio, considera que estos sucesos no son
comparables al de Pascal, para quien la experiencia del Mémorial
marcó un cambio radical, mientras que en Kierkegaard sólo una decisión a
tomarse más en serio el cristianismo. (Cfr. SCIACCA, M. F., L"estetismo.
Kierkegaard. Pirandello, Epos, Palermo 1990, p. 196). El mismo Kierkegaard,
dos meses más tarde, escribirá: "Estoy tratando de abrazar más
intimamente mi relación con el cristianismo. Porque hasta ahora yo he luchado
por su verdad quedándome en un cierto modo afuera: he llevado la cruz de
Cristo en un modo puramente exterior, como Simón el Cireneo (Luc 23,
26)" (II A 232). Jolivet, en cambio, acerca Kierkegaard a Pascal (cfr.
JOLIVET, R., Introduction...., cit., p. X).
(12) VII A 5.
(13) Cfr. FABRO, C. Introduzione al Diario di Kierkegaard, 3ª
edición, Morcelliana, Brescia 1980, p. 32.
(14) II A 805.
(15) Comentando en su Diario el deseo de satisfacer los deseos
paternos, escribe: "La obligación por mi parte de acontentarlo sería en
verdad poca cosa en comparación con lo que le debo. Porque es de él que he
aprendido qué es el amor de un padre, de lo cual después me hice la idea del
amor paterno de Dios, la única cosa permanente de la vida, el verdadero punto
de Arquímedes" (III A 73).
(16) VIII A 117.
(17) X5 A 149.
(18) Ibidem.
(19) Haecker lo explica así: "con todo, esperó todavía más de un
año, profundamente apenado, antes de romper su compromiso de manera efectiva
y públicamente. ¿Por qué lo rompió? He aquí la verdadera cuestión que
preocupó a sus contemporáneos y no menos que a ellos al propio Kierkegaard,
y que sigue interesando todavía a la posteridad por la gran repercusión que
este suceso tuvo en sus escritos.
(...) Hubiera dado la vida por casarse, pero no podía. ¿Por qué? Con
frecuencia resumió él los motivos en esta sola palabra:
"melancolía"". (HAECKER, T. La joroba de Kierkegaard,
op. cit., p. 173).
(20) X5 A 149.
(21) KIERKEGAARD, S, Stadi sul cammino della vita, Rizzoli, Milano
1993, pp. 499-500.
(22) X5 A 149.
(23) X5 A 150.
(24) X5 A 21.
(25) V A 33.
(26) VIII¹ A 185.
(27) X² A 61.
(28) Ibidem.
(29) X5 A 89.
(30) Cfr. HAECKER, T. La joroba de Kierkegaard, op. cit., pp. 180-183.
(31) IX A 488.
(32) VIII¹ A 27.
(33) II A 806. Jolivet considera que la melancolía kierkegaardiana está
compuesta por un conjunto de elementos: la herencia paterna, bajo la forma
quizá de una psicosis maníaco-depresiva (como ha sostenido el Dr. Hidman
Helweg), el fracaso de su actitud estética en su juventud, la tristeza
romántica y el sentimiento de culpa (cfr. JOLIVET, R., Introduction...,
op. cit., p. 82). Cfr. también GUARDINI, R., Ritratto della malinconia,
Morcelliana, Brescia 1990.
(34) X¹² A 46.
(35) Cfr. III A 113.
(36) VII¹ A 126.
(37) VII¹ A 98.
(38) VII¹ A 99.
(39) X¹ A 98.
(40) El 27 de junio de 1846 se representó en el Teatro Real una comedia
estudiantil. En ella aparecía como personaje ridículo un cierto "Sören
Kirk".
(41) VII¹ A 98.
(42) Cfr. VII¹ A 147.
(43) X1 A 247. Kierkegaard hizo solamente dos viajes al extranjero, los dos a
Berlín. El primero tuvo lugar desde octubre de 1841 hasta marzo de 1842,
inmediatamente después de la ruptura definitiva con Regina. Allí frecuenta
las lecciones de Schelling en la Universidad de Berlín, que le decepcionan.
El segundo viaje lo hizo en mayo de 1843, y allí escribe La repetición.
(44) X¹ A 247.
(45) IX A 64.
(46) X¹ A 258.
(47) cfr. FABRO, C., Kierkegaard e la Chiesa di Danimarca, en "Nuovi
Studi Kierkegaardiani", 1 (Potenza 1989), p. 122.
(48) VII¹ A 169.
(49) VII¹ A 221.
(50) VIII¹ A 390.
(51) VIII¹ A 397.
(52) VIII¹ A 414.
(53) VIII¹ A 415.
(54) IX A 84.
(55) IX A 85.
(56) Cfr. IX A 206.
(57) X A 353.
(58) X¹ A 320.
(59) X¹ A 454.
(60) X³ A 215.
(61) X³ A 565.
(62) KIERKEGAARD, S. Was Bishop Mynster a "witness to the truth",
one of the genuine witnesses to the truth -is this the truth? en
Kierkegaard"s Attack Upon "Christiandom", Princeton University
Press, Princeton 1943, p. 5-8. (Traducción de Walter Lowrie).
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(*) Mariano Fazio, filósofo e historiador, es Rector de la Universidad de la
Santa Cruz (Roma)
© 2002 El Autor
© 2002 Edición digital Arvo Net en línea.
Gentileza
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