Wittgenstein

Por James G. Colbert, jr



Datos biográficos. Escritos.

Pensador austríaco afincado en Inglaterra, n. en Viena el 16 abr. 1889, m. en Cambridge el 29 abr. 1951. Es posiblemente el filósofo del s. xx que ha tenido más influjo en los círculos universitarios de habla inglesa, aunque otros, como Bertrand Russell, sean más conocidos en el gran público. Muchos le conside­ran como el padre del análisis lingüístico. Este hecho no deja de ser curioso ya que, aun cuando llegó a tener una cátedra en la Univ. de Cam­bridge, la formación intelectual de W. fue la de ingeniero en las Univ. de Berlín y Manchester. Además, se dedicó a la filosofía de modo intermitente: fue soldado austríaco durante la I Guerra mundial, maestro, jardinero de un convento, empleado de hospital y subalterno de laborato­rio durante épocas en que prefirió no dedicarse a la do­cencia de la filosofía.

Durante su vida, aparte de unos artículos, publicó un solo libro, Logische-Philosophische Abhandlung (1921), que se conoce más por el título latino de la traducción in­glesa: Tractatus Logico-Philosophicus (2 ed. 1933). W. temía con bastante acierto que se le entendiera mal, lo cual era difícilmente evitable, ya que presentó su doctrina en una serie de aforismos de tono oracular, donde la temática lógica no se refleja en la organización del material. Frente a posibles malas interpretaciones, W. insistió en que el texto original alemán del Tractatus acompañara a la traducción inglesa (deseo que ha solido respetarse en traducciones a otros idiomas, como la italiana y la españo­la). Asimismo, las principales ediciones de las obras pós­tumas de w. son bilingües. La muerte alcanzó a W. mien­tras preparaba la edición de otro libro que se conoce con el nombre de Philosophische Untersuchungen (1953 In­vestigaciones filosóficas).

Con su nombre aparecieron también varios libros cuya publicación no proyectó; fueron compilados a partir de manuscritos de W. por su albacea literario, G.E.M Ans­combe, en colaboración con otros discípulos suyos. Son los Notebooks (1914-16; Cuadernos), anteriores al Tractatus; los Zettel (palabra alemana que viene a significar «recortes» y refleja el estado en que se encontró el material que actualmente integra el libro); y Foundations of Mathe­matics (1939; Fundamentos de la matemática). Los úl­timos pertenecen al periodo entre el Tractatus y las Investi­gaciones. Han sido también publicados otros dos textos alemanes, Philosophische Bemerkungen (1964; Anota­ciones filosóficas) y el Prototractatus, que de momento no se han traducido. Durante la vida de W. se llevó a impren­ta sin su autorización, Blue Book, 1933-34, y Brown Book, 1934-35 (Cuadernos azul y marrón), volumen compuesto de apuntes dictados por Wittgenstein. Después de su muer­te, los recelos hacia esta publicación han desaparecido y se la acepta como fuente valiosa para entender su pensa­miento. Menos interesantes son dos libros breves, uno de Lectures and conversations on Aesthetic, Psychology and Religious Belief (1966; Conferencias y conversaciones sobre estética, psicología y creencia religiosa) y otro de Cartas recogidos por Engelmann.


Pensamiento y evolución.

Hay algunas diferencias entre el Tractatus y las Investigaciones, de forma que frecuente­mente se distinguen dos filosofías en W., e incluso ha sur­gido todo un cuerpo de literatura en torno al «último Wittgenstein». A nuestro modo de ver, la distinción no es radical, pero puede ser útil como simple organización de la exposición.

El primer W., el del Tractatus, rechaza todo lenguaje excepto el de las ciencias naturales; una posición, pues, muy semejante a la de los llamados neopositivistas lógicos. Sólo las proposiciones científicas nos darían imagen (Bild) de la realidad; el lenguaje ético y metafísico no tienen sentido según él. Intentan articular lo inefable, que sólo se puede conocer de modo «místico». La lógica y la matemática tampoco tienen contenido, pero por otra razón: constan de tautologías. Coinciden las proposiciones con contenido y las proposiciones que pueden ser fal­sas, es decir, las proposiciones de materia contingente; en otras palabras, la única razón por la que una proposición además de verdadera puede ser necesaria es si es una mera tautología. Aparte de su teoría sobre el lenguaje. el primer W. tiene una tesis denominada atomismo lógico, que realmente es metafísica; tanto las situaciones del mundo como las proposiciones que las describen son inde­pendientes entre sí. Sus relaciones mutuas son meramente formales. En frase de W., creencia en el nexo causal, es decir, en la acción de las causas, es «superstición». Las únicas relaciones entre proposiciones son puramente lógicas y se definen perfectamente mediante las tablas veritativas que W. inventó.

El segundo W. es más abierto y realista; admite que hay gran multiplicidad de lenguajes. El modelo o paradigma por el que podemos concebir los lenguajes, según él, es el de los juegos. W. emplea mucho la frase «juego lingüístico». Las palabras se asemejan a los elementos de un juego; así como en el ajedrez las diversas piezas se caracterizan sólo por las reglas sobre los movimientos permitidos, de modo similar las palabras se definen (o tienen sentido) en cada contexto («juego lingüístico») exclusivamente por su uso; significado es uso. Por otra parte los juegos son de muchos tipos: van desde el ajedrez al fútbol, pasando por los diversos juegos de naipes, de salón, los dados, bolos, etc. No tienen nada que sea común a todos; todos tienen reglas, pero sus reglas son distintas, de tal forma que, en los casos extremos, se pueden encontrar juegos completa­mente disimilares entre sí. Los juegos, todo lo mas, pueden entenderse mediante otro modelo o paradigma. el de los parecidos familiares. Los miembros de una familia no poseen todos los mismos rasgos, sino que cada uno tie­ne varios de los rasgos típicos de la familia, aunque no todo esos rasgos. Según W., la noción de parecido fami­liar, reemplaza a la noción tradicional de universal, que se realiza por completo en cada individuo.

Esta idea de juego lingüístico deja en pie la posibilidad de que, para ambos W., el lenguaje científico (de las cien­cias naturales) es el único que tiene la función de informar, de formular proposiciones verdaderas. Más importante aun es que para «ambos» W., el primero y el último, la función de la filosofía sigue siendo la misma, la de cla­rificar las confusiones lingüísticas. El filósofo tiene como misión administrar una especie de terapia a las ambigüe­dades del lenguaje.

Crítica.

Hay muchos aspectos discutibles dentro de la doctrina de W. En primer lugar, su misma falta de for­mación filosófica hace que su declaración de que las pro­posiciones filosóficas carecen de sentido sea completamente gratuita. No ofrece ejemplos de proposiciones que real­mente afirmen filósofos o que realmente sean filosóficas y que sean a la vez sin sentido. En general, no sabe distinguir entre los diversos métodos de conocimiento y su diverso alcance. El concepto de juego lin­güístico no recibe un tratamiento ordenado ni completo (W. fue profundamente asistemático) y no justifica la tesis de que los hombres usemos de hecho una variedad de juegos lingüísticos separados y distintos, ni diferencia cuáles y cuántos son. W. podría contestar con razón que esa determinación es papel de la lingüística, una ciencia empírica, no de la filosofía. Aun así, sería menester que a modo de muestra, W. exhibiera al menos dos juegos lingüísticos diferentes, es decir, que no simplemente partes de un sistema que engloba a ambos.

La pretendida sustitución de la idea de universales por la de semejanzas familiares depende de un sofisma: aunque fuera verdad que algunos o muchos o todos los conceptos hasta ahora denominados universales funcionan realmente como semejanzas familiares, los rasgos que integran estas semejanzas seguirían funcionando como universales tradicionales. Y si hay gran multiplicidad de juegos, no consta que haya ningún criterio con que se pueda juzgar desde dentro a todos y cada uno; efectiva­mente, W. parece a veces suponer que el lenguaje es un dato que el filósofo recibe, que no puede corregir. Pero en este caso, la idea de terapia lingüística es absurda. Peor aún, el concepto de «juego lingüístico» pone en duda la misma posibilidad de comunicación.

Junto a estas fuertes objeciones y otras, hay que recono­cer cierta fuerza en los escritos de Wittgenstein. A juz­gar por el impacto que causó, debió ser un maestro ex­traordinario. Además pese al tono de algunas frases suyas, no fue nunca realmente positivista ya que reconoció que hay un sentido de vida que trasciende este mundo, aunque decía que sólo se capta este sentido de manera mística. Su nombre sólo quedará junto a otros muchos de los que en la primera mitad del s. xx se dedicaron a análisis lógico-lingüísticos, sin gran profundidad o sin base filosófica y realista.



BIBLIOGRAFÍA

É. GILSON, Lingüística y filosofía, Madrid 1974 (cfr. índice alfabético); A. J. AYER y otros, La revolución en filosofía, Madrid 1958; J. COLBERT, Aproximación a Wittgenstein «Anuario filosófico de la Universidad de Navarra», V (1972) Diálogos V, 10, enero-marzo 1968 (nº monográfico dedicado a W.); I. COPI y R. W. BEARD (ed.), Essays on Wittgenstein’s Tractatus, Londres 1966; G. PITCHER (ed.), Wittgenstein, The Philosophical Investigations, Londres 1968; N. MALCOLM, Ludwig Wittgenstein. A Memoir, Nueva York 1967; I. M. BOCHENSKI, Historia de la Lógica formal, Madrid 1966; C. FA.BRO, en Historia de la Filosofía, II, Madrid-México 1965, 459-514; J. COLBERT, JR., El estado actual del positivismo lógico, «Nuestro Tiempo nº 191, mayo 1970, 57-72.

Gentileza de http://www.arvo.net/ para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL