III

EL ORIGEN DEL HOMBRE


He aquí uno de los enigmas más fascinantes de todos los tiempos: el origen del hombre. ¿De dónde proviene? ¿Cómo y cuándo llegó a la existencia? Porque es innegable que este ser que llamamos hombre es algo tan distinto de todo el resto del Cosmos que uno no puede menos de preguntarse cómo ha aparecido, cuándo ha aparecido, por qué ha aparecido, para qué está sobre la Tierra.

1. Las teorías evolucionistas

En la cultura occidental, hasta bien entrado el siglo XIX, se leían los relatos de Ios dos primeros capítulos del Génesis bíblico y se los interpretaba literalmente. A pesar de las apodas que presentaban, se admitía que Dios había creado directa e inmediatamente las estrellas, el sol, la luna, la tierra, los mares, los vegetales, los animales y al fin el hombre como rey de la creación. Era una concepción estática y fixista.

A partir del siglo XVIII se estudia muy directamente la Naturaleza, se clasifican los seres vivos (Ray, Linneo, Buffon), con esto se observan sus semejanzas y diferencias, se crea la noción de especie y apunta un transformismo moderado. El científico que da un impulso importante a la hipótesis evolucionista es Jean Baptiste de Monet, conocido con el nombre de Lamarck (1744-1829), en su obra Philosophie zoologique (1809). Otros científicos siguieron la dirección evolucionista, pero quien es considerado como el que establece definitivamente la teoría de la evolución es el inglés Charles Darwin (1809-1882) con su obra El origen de las especies (1859). Las especies se transmutaban unas en otras en fuerza de la lucha por la existencia y la selección natural, con el triunfo de las especies más fuertes. En 1871 publicó otra obra en dos volúmenes, El origen del hombre, en el que ya aplica el transformismo a la aparición del hombre.

Desde entonces, la representación de un proceso evolutivo para explicar el desarrollo del árbol de la vida, se impone progresivamente. Con frecuencia, los científicos e no más que como un animal evolucionado. Así Ernst Haeckel en su libro Morfología General de los Organismos (1866) titula un capítulo La antropología como parte de la zoología. Desmond Morris, ha llamado al hombre El mono desnudo (1967).

Con el descubrimiento de las leyes genéticas por el fraile agustino austriaco Gregor Mendel (1822-1884) se dio un paso ulterior, y muy importante, para explicar el proceso evolutivo. A partir de 1910, Thomas Morgan y sus colaboradores Bridges, Sturtevant y Muller demuestran que los genes o factores hereditarios se hallan situados en los cromosomas de los núcleos de las células.

Ya entrado este siglo, la hipótesis evolucionista se impone como la que mejor explica los datos de la Paleontología de la Anatomía comparada, de la Fitología, de la Zoología, de la Genética, y sus evidentes procesos. Hoy se considera como una explicación necesaria y una exigencia para la inteligibilidad de lo real. Más que un Cosmos lo que existe es una Cosmogénesis. Incluso es más coherente con la Filosofía y la Teología.

No hay unanimidad, en cambio, para dar una explicación definitiva de todos los mecanismos que activan la evolución. Según P. Overhage, existen sobre esto hasta veintiocho teorías diversas 1. De manera general se las puede clasificar en dos grupos: teorías afinalistas y teorias finalistas: las primeras tratan de explicar el magnífico, progresivo y ordenado fenómeno de la evolución biológica mediante fuerzas o causas ciegas, no destinadas a producir los diversos órganos y organismos, incluido el hombre, sino que los producen por el puro azar. Las teorías finalistas aun admitiendo la existencia de mutaciones genéticas casuales y la selección natural, consideran imposible e impensable que un proceso tan enormemente complejo como es la evolución, y tan perfectamente programado que realiza por sí mismo un macro-proceso de subida de conciencia, hasta llegar al hombre, y que continúa a través de él, pueda explicarse sin una inteligencia y un poder supremos que han previsto el fin, han ordenado los medios, y han inscrito, en la misma materia, un programa asombroso que luego realizan las múltiples energías de la materia y de la vida. Los que no admiten más conocimiento que el empírico se niegan a escuchar el término

1. P. OVERHAGE, Die Evolution des Lebendigen. Die Kausalität, Freiburg 1965, 28. Diversas explicaciones del evolucionismo se encontrarán en S. ARCIDIACONO, Evolucionismo hoy, Folia humanística, 27 (enero-febrero 1989), 23-43.
La Iglesia católica recibió con reservas la hipótesis evolucionista porque parecía contradecir a los relatos bíblicos del Génesis que entonces se interpretaban literalmente. Pero ya Pío XII en su encíclica Humani generis (1950) escribió: «El Magisterio de la Iglesia no prohíbe que, según el estado actual de las Ciencias y de la Teología, en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de ambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente» (n° 29). Es verdad que en el año 1950, el evolucionismo no se podía considerar más que como una hipótesis. El Papa actual, Juan Pablo II va ya mucho más lejos. En una Carta a los miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias de 22 de octubre de 1996 escribe: «Hoy, cerca de medio siglo después de la publicación de la encíclica Humani generis, nuevos conocimientos conducen a no considerar más la teoría de la evolución como una mera hipótesis. Es digno de notarse que esta teoría se ha impuesto progresivamente a la atención de los investigadores, como consecuencia de una serie de descubrimientos en las diversas disciplinas del saber. La convergencia, no pretendida ni buscada, de los resultados llevados a cabo independientemente los unos de los otros, constituye por sí misma un argumento significativo a favor de esta teoría» (L'Osservatore Romano, 24 ottobre 1996, 7). Un estudio interesante por los datos que acumula es el de J.M. MALDAMÉ, Evolution et création, Revue Thomiste 96 (1996) 575-616.

«finalismo», o el equivalente «teleología», porque son conceptos metafísicos. Pero deberían interrogarse si esos términos metafísicos expresan o no una realidad porque eso es lo que importa. Negarse a escuchar esa pregunta es el dogmatismo.

Entre las teorías afinalistas la más difundida es la llamada Teoría sintética o neodarwinista. Según sus defensores ella es suficiente para explicar la evolución desde lo inerte hasta el hombre incluidas las manifestaciones psíquicas superiores. Se llama sintética porque hace la síntesis del mutacionismo con el darwinismo. Darwin no conoció el hecho de las mutaciones genéticas. La teoría toma del mutacionismo la existencia de mutaciones genéticas y del darwinismo la lucha por la existencia, la selección natural y el triunfo de la especie más fuerte. La evolución se produciría en virtud del juego combinado de estos dos factores: mutaciones genéticas casuales más selección. Las mutaciones son cambios imprevistos o «errores de ortografía» en la transmisión de los caracteres hereditarios que después se perpetúan en los descendientes por las leyes de la invariancia reproductiva. La selección elimina los cambios nocivos y favorece los útiles. Sumando los cambios útiles se pueden obtener diversidades morfológicas y funcionales notables. Estas, favorecidas por la lenta duración de los períodos geológicos y por particulares condiciones ambientales, habrían formado todas las estructuras, los órganos, los sistemas, las propiedades de todos los vivientes existentes y extinguidos. Así se habrían formado, por ejemplo, los ojos útiles para ver, los pulmones para respirar en el aire, las piernas en vez de las aletas, etc. Defienden esta teoría los anglosajones: R.S. Fischer, S. Wright, G.R.S. Haldane, J. Huxley, G.G. Simpson, Th. Dobzhansky y otros de diversas nacionalidades 2.

No pocos biólogos, sin embargo, son reticentes ante tal teoría: «Por este camino se puede explicar hoy día la formación de las razas ecológicas y geográficas dentro de una especie, las reducciones, las alteraciones simétricas, como por ejemplo la aparición de caracoles levógiros a partir de formas destrógiras, etc. Pero no tenemos ni idea de cómo se han formado y multiplicado armónicamente, a través de mutaciones conocidas, los órganos complicados, en cuya construcción intervienen cientos de genes [...] Darwin le escribió a Gray: Me da fiebre cuando pienso en el ojo humano» 3.

Hay otras teorías afinalistas: el desdoblamiento de los loci, la transducción, la asimilación genética, la teoría de la «neutralidad», la del «rejuvenecimiento», el evolucionismo dialéctico de los marxistas, etc. 4. Un ilustre profesor de Tubinga escribe esta rotunda e increíble afirmación: «El hombre debe ser considerado como un producto histórico del azar» 5.

  1. Cfr. T. DOBZHANSKY, Genetics and the Origin of Species, 1937; E. MAYR, Systematic and the Origin of Species, 1942; G.G. SIMPSON, Tempo and Mode in Evolution, 1944; G.L. STEBBINS, Variation and Evolution in Plants, 1950. Un intento de modificación y adaptación de la Teoría sintética a los últimos descubrimientos y teorias puede verse en G.L. STEBBINS y F.J. AYALA, The evolution of darwinism, Scientific American, 253 (julio 1985), n. 1.

  2. A. REMANE, La importancia de la teoría de la evolución para la Antropología general, en H.G. GADAMER - P. VOGLER (direct.) Nueva Antropología, t.l., Barcelona 1975, 296.

  3. Un resumen de estas teorías puede verse en V. MARCOZZI, Teorías evolucionistas actuales, Sillar 2 (1982), 143-163.

  4. O.H. SCHINDEWOLF, Filogenia y Antropología desde el punto de vista de la Paleontología, en H. GADAMER - P. VOGLER, (direct.) Nueva Antropología, t. í., Barcelona 1975, 279.

No podemos omitir una breve referencia a la teoría antifinalista de Jacques Monod por la resonancia que tuvo, a partir del año 1970, en que publicó su libro El azar y la necesidad. Influido por el existencialismo sartreano y por el estructuralismo, este célebre biólogo francés rechaza todo finalismo en la evolución como un antropomorfismo que no es lícito aplicar a la Naturaleza. En la Naturaleza y en el proceso evolutivo sólo se da el azar. La vida misma apareció por azar, un azar sumamente improbable pero que sucedió, «nuestro número salió en el juego de Montecarlo» 6. Una vez que inesperadamente brota la vida, se suceden, también por casualidad, las frecuentes mutaciones genéticas que producidas, se rigen después por una férrea ley de la invariancia reproductiva; el individuo mutado se reproduce con su mutación y genera una nueva especie de individuos innumerables. De mutación en mutación, a lo largo de los siglos, se han ido produciendo los numerosísimos organismos y seres vivos y, de mutación en mutación, por puro azar, ha aparecido el hombre con todos sus complejísimos órganos y, por las leyes necesarias de la reproducción invariante, vive y se perpetúa. No había, pues, ningún proyecto, ni el hombre es el término previsto de la evolución. Todo ha sido fruto de casualidades. La bioquímica es la única ciencia que explica la aparición del hombre y se atiene a lo que Monod llama «el postulado de la objetividad», que excluye cualquier «ilusión» o proyecto antropomórfico, finalista o religioso. Reconoce que quedan regiones de lo humano no suficientemente iluminadas por los conocimientos biológicos, como el lenguaje simbólico y el sistema nervioso central que es teleonómico, pero, en cualquier caso, el pensamiento de una previsión finalista lo estima ilusorio y anticientífico. Concluye: «la antigua alianza está ya rota; el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del universo de donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte» 7. Lo considera una conclusión «científica» que confirma la teoría existencialista de Sartre: la vida humana es absurda, un no-sentido y un sufrimiento inútil.

Al estudiar las teorías afinalistas que niegan cualquier proyecto previo inscrito y programado en los procesos vitales evolutivos, y que recurren al azar como última explicación, uno no puede menos de admirarse de tanta fe. ¡Creer que la pura y ciega casualidad puntual, jugando con miles de millones de elementos, ha formado sistemas tan complejísimos y perfectos como el ojo humano, la circulación sanguínea, el cerebro o el aparato reproductor! Es como creer que el Quijote o Los hermanos Karaniazov, los compusieron Cervantes o Dostoievski, noche tras noche, tirando al alto letras de imprenta que, ¡por casualidad! se fueron reuniendo y formaron sucesivamente las páginas de esas obras literarias. Muchos no somos capaces de tanta fe. El azar no es razón suficiente del orden y de las leyes fijas 8. Una mutación o una serie de mutaciones que terminan en un tipo superior y viable supone una tal

  1. J.MONOD, El azar y la necesidad, Barcelona 1971, 159-160.

  2. O.c. 193.

  3. Hace una acertada exposición y una crítica objetiva al libro de J. Monod, J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Las nuevas antropologías, Santander 1983, 76-89; y también E. COLOMER, Hombre y Dios al encuentro, Barcelona 1974, 43-84. En la misma dirección que J. Monod está también el conocido antropólogo francés E. MORIN, El paradigma perdido. El paraíso olvidado, Barcelona 1974.

convergencia de factores que su aparición fortuita es de una improbabilidad equivalente a una imposibilidad absoluta 9. Los mismos científicos hablan ya de distinta manera a como lo hacía Monod en los años setenta. He aquí el testimonio de Ervin Lazslo: «Hasta el decenio de 1980, la mayoría de los biólogos sostenían que la aparición de nuevas especies, en lo esencial, se comprendía bien en la teoría darwiniana, al menos en su variante moderna que recibe el nombre de teoría sintética. Pero hoy ponen en duda esta concepción un número creciente de biólogos [...]. En primer lugar niegan el factor del azar que rige la explicación darwiniana. Ahora los biólogos encuentran difícil comprender cómo una búsqueda, fundamentalmente al azar, pudo tener como consecuencia la emergencia del mundo de los seres vivientes con su complejidad conocida [...] cómo puede explicarse estadísticamente la casualidad de la aparición de unos sistemas de grandísima complejidad, como el cerebro de los mamíferos, cuando un uno por ciento de las conexiones de ese cerebro, organizado específicamente, representa una cantidad mucho mayor de conexiones que toda la red mundial de comunicaciones» 10.

No es que nosotros neguemos la existencia de mutaciones azarosas, y que tales mutaciones han dado origen a nuevas especies que luego se continúan por las leyes de la invariancia reproductiva, cosas que hoy están demostradas. Lo que negamos es que se pueda atribuir al azar, como causa fundamental, el progreso ortogenético de toda la evolución en su conjunto, y la complejidad creciente de los sistemas orgánicos que tendrá como resultado final la aparición de seres cada vez más conscientes y, al final, el cuerpo humano. Algunos autores han hablado de «un azar dirigido» y la expresión no es desafortunada. Quedará más clara nuestra tesis a lo largo de este capítulo.

Mucho más razonable y realista parece la explicación finalista. Prescindiendo de variantes de las diversas interpretaciones, que aquí importan menos, tenemos que admitir, en primer lugar, que el proceso evolutivo ha sido, al menos, ortogenético, es decir, que ha seguido una dirección muy precisa, desde los protozoos al hombre. El árbol de la vida, en medio de la infinita frondosidad de especies animales —más de un millón— que han podido surgir por mutaciones genéticas azarosas, lo curioso es que ha tenido también un tronco central. Esto significa que, en una línea de animales muy concretos, ha existido un sistema que se ha ido haciendo cada vez más complejo, al correr de los siglos, y que a medida que se ha hecho más complejo, esos animales han tenido más «conciencia», es decir, mayor conocimiento y mayor espontaneidad en sus reacciones; por decirlo de otra manera, mayor aproxima-

  1. Cfr. G. SALET, Hasard et certitude, Paris 1972; V. MARCOZZI, Caso e finalitá, Milano 1976. El tema del azar, del caos que se debería seguir, de la existencia real del orden, de las reglas y de los sistemas, etc., sigue dejando inquietos a los científicos que siguen por ello estudiando el tema. Como últimas obras pueden verse J. GLEICK, La théorie du chaos, Paris 1989; AA.VV. L'ordre du chaos, colección de artículos de la revista Pour la science, Paris-Berlin 1989; La science du désordre, número especial de La Recherche, n. 232, mayo 1991; I. EKELAND, Au hasard, Paris 1991; D. RUELLE, Hasard et chaos, Paris 1991. Ver también el conjunto de entrevistas con científicos en el volumen Le hasard aujourd'hui, Paris 1991.

  2. E. LASZLO, Evolución. La gran síntesis, Madrid 1988, 77-78.

ción a los actos humanos, aunque aún a mucha distancia cualitativa de ellos, como después veremos. Este sistema al que aludimos es el sistema nervioso. A medida que el sistema nervioso ha tenido más elementos y más relacionados entre sí –eso es la complejidad– los animales han crecido en perfección. Así puede establecerse una ortogénesis central ascendente que sería la secuencia siguiente: cordados, vertebrados, mamíferos, primates, antropoides. Que un mamífero, supongamos un perro, tiene más perfección, o sea más «conciencia» que un crustáceo o que un reptil parece que no se puede negar, ya que el perro conoce a su amo, juega con los niños, avisa cuando viene el ladrón, etc. Con monos antropoides se han hecho experiencias de aprendizaje que aproximan ciertas reacciones superiores de esos animales a las de los hombres inferiores 11. El chimpancé tiene un cerebro dotado aproximadamente de 6,6 mil millones de células, es decir, muy complejo. El hombre posee ya un cerebro con 14 mil millones 12

Todo, pues, parece indicar que nos vemos obligados a admitir una ortogénesis, una evolución biológica rectilínea por un tronco central que termina y culmina en el hombre. Cuando parece que en lo esencial la evolución biológica ha alcanzado su meta, el horno sapiens sapiens, se inicia una evolución psicológica y cultural del mismo hombre que llega hasta nuestros días, y continúa, de manera que su término es absolutamente imprevisible. Si se aceptan todos los datos de la Paleontología, de la Genética, de la Zoología comparada, de la Antropobiología parece que no se puede dudar de la marcha ortogenética central del proceso evolutivo, al mismo tiempo que colateralmente van apareciendo muchísimas especies que quedan más o menos fijadas o desaparecen con el paso de los milenios.

Ahora bien, excluido el puro azar como causa fundamental de un orden infinitamente complejo, y no hay más remedio que excluirlo, si se admite la realidad de una ortogénesis central en el macroproceso evolutivo, entonces se hace evidente que la evolución es «un camino hacia», es decir, que el macroproceso evolutivo es teleológico, va buscando un fin y organiza los medios para alcanzar ese fin. Negar esta conclusión nos parece negar lo evidente. Hay que elegir entre el azar y la finalidad, pero la decisión razonable no es dudosa. El mismo J. Monod, que por su comprensión objetivista y empírica se decide por el azar como causa última del proceso evolutivo se ve obligado a admitir, en fuerza de una reflexión elemental, que en los seres vivos se da una «teleonomía», no se puede negar –dice– que «el órgano natural, el ojo, representa el término de un "proyecto"» 13. Mario Bunge hace notar, a este propósito, que «no hay grandes diferencias entre la teleología y la teleonomía, entre la entelequia aristotélica y el proyecto o plan teleonómico» 14. Muchos biólogos de hoy admiten que en la base de la vida hay un proyecto. Todo viviente realiza su proyecto y él comporta la solución anticipada de todos los problemas. El

  1. Véanse algunos ejemplos en J. DE FINANCE, Citoyen de deux mondes. La place de 1'homme dans la création, Roma - Paris 1980, 65-78.

  2. Otros datos en H. SCHAEFER y P. NOVAK, Antropología y bioquímica, en H. GADAMER - P. VOGLER, (direct.), Nueva Antropología, t.1., Barcelona 1975, 25-30.

  3. J. MONOD, El azar y la necesidad, Barcelona 1971, 20.

  4. M. BUNGE, Epistemología, Barcelona 1980, 118.

desarrollo es una epigénesis programada; primero es el proyecto, después la programación registrada sobre la cinta del DNA, al fin el ser vivo.

De una o de otra manera defienden el finalismo en la evolución Pierre Teilhard de Chardin 15, el geólogo Piero Leonardi 16, el embriólogo A.M. Dalcq 17, el biólogo P.P. Grassé 18, los jesuitas Vincenzo Arcidiacono, Vittorio Marcozzi y Jules Carles, biólogos, y otros muchos 19.

La evolución teleológica plantea siempre una pregunta inquietante: Si es un proceso ascendente en el que aparecen seres mejores, más perfectos, con más «conciencia», parece contradictorio que lo más salga de lo menos, ya que nemo dat quod non habet. ¿Cómo admitir que una causa de grado n puede producir un efecto de grado n+1? De Finance ha hecho notar que la «ley de la novedad», es una expresión de la fecundidad del ser, de su potencia infinita de invención y de desarrollo creativo. En el hombre esta ley se interioriza, el ser toma conciencia de sí en el hombre y, en adelante, el hombre será capaz de superarse continuamente y descubrir y realizar lo nuevo y mejor. Mas aún, continúa el mismo de Finance: «El paso de un grado de ser a un grado superior no es una excepción escandalosa de la regla, sino un caso en que se manifiesta, de un modo más relevante, el carácter sintético de la relación causal. No una creación pero sí algo diferente de la pura generación "unívoca". Toda causalidad en el mundo es una participación de la causalidad primera y queda inexplicable sin ella. Porque sólo la Causa primera contiene, por eminencia, no sólo la naturaleza sino el ser mismo del efecto, su mismidad. En el paso evolutivo, esta participación es de un grado más elevado. Pero es una verdadera participación [...]. La clave está en la idea de participación. Como hay una participación del ser hay una participación del obrar [...] es la exigencia misma de inteligibilidad y de coherencia la que nos hace afirmarlo, más allá de lo representable» 20. ¿No tendremos que representamos la evolución como un proceso en que el ser participado va desarrollando sus potencialidades en fuerza del mismo acto creativo hacia límites insospechados? La evolución, tal como se ha dado, nos coloca indiscutiblemente ante una sabiduría y un Poder creador superior que ponen en la existencia el ser, pero un ser del que surgen, a su tiempo, grados cada vez más elevados en cuanto a su participación en el Ser Absoluto. No es necesario poner intervenciones sucesivas del Creador –si se exceptúa para la aparición del espíritu, veremos en qué sentido– porque en cada momento de su duración el ser participado existe y actúa por la plenitud del Ser Imparticipado. El Creador no está fuera de la creación sino dentro de ella, haciéndola posible, sin identificarse con ella. El término de la acción creativa es un mundo evolutivo en el que cada grado de ser surge a su hora, en virtud del acto creador eterno. Es

  1. P. TEILHARD DE CHARDIN, Le phénomene humain, Paris 1955.

  2. P. LEONARDI, L 'evoluzione biologica e 1'origine dell'uomo, Brescia 21949.

  3. A.M. DALCQ, lntroduzione all'Embriologia generale, Milano 1967.

  4. P.P. GRASSE, L'évolution du vivant, Paris 1963.

  5. V. ARCIDIACONO, Interrogativi sul Universo, en AA.VV. Scienze umane et religione, Messina 1991; V. MARCOZZI, Teorías evolucionistas actuales, Sillar 2 (abril-junio 1982), 15-36; J. CARLES, La vie et son histoire. Du bing-bang au surhomrne, Paris 1989.

  6. J. DE FINANCE, Citoyen de deux mondes. La place de 1'homme dans la création, Roma-Paris 1980,124-125.

verdad que todo ha empezado en la materia, como veremos, pero en una materia misteriosa de increíble riqueza, que no puede ser reducida a la extensión, según el paradigma de la mecánica racional, ya que es portadora de atributos variadísimos que irán brotando de ella. Para conocerla no basta el lenguaje matemático; su riqueza ontológica nos lleva mucho más allá de los conceptos científicos del positivismo21.

O.H. Schindewolf, de la universidad de Tubinga, escribe: «Desde el punto de vista de las ciencias naturales, se debe considerar inimaginable que en los unicelulares más primitivos estuviera ya programada toda la filogenia, tal como se ha presentado en los últimos miles de millones de años y que estuviera ya dirigida hacia los mamíferos y con ello también hacia el hombre [...]. Un único «error» hubiera podido echar abajo todo el plan» 22. El científico dice bien: «desde el punto de vista de las ciencias naturales» no se puede demostrar ni la participación, ni la causalidad, ni la teleología. Pero las ciencias naturales no son las únicas ciencias. Donde terminan ellas y su método de verificación y sistematización empírica, empieza el de la reflexión filosófica que busca las razones necesarias y las necesarias condiciones de inteligibilidad de los fenómenos empíricos. La ciencia filosófica continúa con otro método, la investigación de la realidad. Es atinada también su observación: «un único error hubiera podido echar abajo todo el plan». Lo asombroso, lo que a cualquiera le hace pensar es que no haya existido ni «un único error», es decir, que jugando con infinitas posibilidades de fracaso y con infinitas mutaciones genéticas por azar, al final la evolución ha logrado lo que venía buscando: la maravilla del hombre. La Metafísica nos libera, a veces, de los límites y las ilusiones del pensamiento empírico 23.

Supuesto lo dicho, tenemos que estudiar «el puesto del hombre en el cosmos», por utilizar la expresión de Max Scheler, aunque hoy podemos hacerlo con muchos datos que él no pudo sospechar. No se puede estudiar ni comprender al hombre sino enraizado en el Cosmos y en el tiempo, en los que aparece, en los que vive y se desarrolla, y en los que muere. El Cosmos y su temporalidad es el medio humano y sin él no hay hombre. Como también sin el hombre, el Cosmos no tendria razón de ser.


2.
Del «big-bang» a la aparición de la vida

La teoría conocida con el nombre de «big-bang» (gran explosión) es hoy generalmente admitida como la explicación más segura de los orígenes del Cosmos. La

  1. Sobre el tema ver F. DAGONET, Corps réfléchis, Paris 1990. El autor, sin embargo, al valorar la materia y la energía corre un cierto riesgo de reduccionismo.

  2. O.H. SCHINDEWOLF, Filogenia y Antropología desde el punto de vista de la Paleontología, en H. GADAMER - P. VOGLER (direct.), Nueva Antropología, t.I, Barcelona 1975, 251.

  3. Henri Bergson ya introdujo el concepto de «evolución creadora» en su explicación de la vida, pero la atribuye a un misterioso «élan vital», una fuerza irresistible y creadora que anida en el interior de la vida y se confunde con ella misma. No se atreve a afirmar una teleología de conjunto ya que las formas de vida que aparecen son imprevisibles. El término de la evolución bergsoniana no es unificación sino dispersión. Lo compara a la granada lanzada por un cañón que estalla en fragmentos los cuales se han dividido, a su vez, en nuevas granadas destinadas a estallar y así sucesivamente. Teilhard de Chardin que leyó a Bergson ha logrado una síntesis mucho más coherente y convincente. A ella haremos algunas alusiones. Cfr. H. BERGSON, L'évolution créatrice, Paris 1907; P. TEILHARD DE CHARDIN, Le phénoméne humain, Paris 1955; M. BARTHÉLEMY-MADAULE, Bergson et Teilhard de Chardin, Paris 1963.

inició tímidamente un canónigo belga, Georges Lemaitre, en 1927. La perfeccionó el astrónomo norteamericano E. Hubble. Quedó confirmada con el descubrimiento de la radiación de fondo, eco remotísimo de la explosión inicial, realizado por dos astrónomos norteamericanos, A. Penzias y R. Wilson, en 1964, y ratificada definitivamente por miles de fotografías enviadas por el satélite artificial COBE, leídas e interpretadas por el Profesor George Smoot y su equipo del Lawrence Berkeley Laboratory, de Estados Unidos, en 1992.

Según esta teoría la epopeya cósmica comenzó hace aproximadamente 15.000 millones de años, cuando se produjo una increíble explosión que describiremos muy brevemente 24. Los astrofísicos se han remontado hasta lo que llaman el tiempo cero o «muro de Planck» que viene expresado por la fracción 10-43 segundos, una fracción de tiempo casi inimaginable, puesto que es el número 1 precedido de 43 ceros, un instante miles y miles y miles de millones de veces más breve que un segundo. Pues bien, en ese momento fantásticamente diminuto, el Cosmos entero, con todo lo que después serán los miles de inmensas galaxias, de proporciones asombrosas, las fabulosas cantidades de enormes estrellas y cuerpos celestes, la Tierra y todas las posibilidades de la vida, incluida, claro está, la materia que forma nuestros cuerpos, estaba todo contenido en un elemento tan diminuto que su diámetro se expresa por la cifra de 10-33 cm., o sea, decenas y decenas y decenas de miles de millones de veces más pequeño que la punta de un alfiler. Su densidad se calcula en 10921a del agua, un 1 seguido de 92 ceros.

En ese núcleo se produjo una explosión a la altísima temperatura de 1032 grados, una frontera de calor extremo, más allá de la cual no llega la Física. A partir de esa explosión estremecedora comienza la epopeya cósmica, la más fantástica de cuantas se puedan imaginar. Se libera una energía fabulosa. La «materia» —si es que se puede hablar aquí de materia— todavía no es más que lo que impropiamente podemos llamar, con Teilhard de Chardin, un «polvo cósmico», o más bien, con Igor Bogdanov, una «sopa» de partículas primitivas, antepasados lejanos de los quarks, partículas que interaccionan continuamente entre sí.

Durante el tiempo casi inconcebible por su brevedad que va de 10-35 a 10-32 segundos, el universo incipiente se hincha 10 veces. Pasa de tener el tamaño de un átomo —invisible al ojo humano— al de una manzana de diez centímetros de diámetro. Termina lo que se llama «era inflaccionaria». En ese momento existen sólo lo que los astrofísicos llaman «partículas X» cuyo cometido es sólo transmitir fuerzas. Aquella «manzana» era sólo un campo de fuerzas que aún no contiene un ápice de materia propiamente dicha.

A partir del instante siguiente, 10-31 segundos, se forman las primeras partículas de materia: quarcks, electrones, fotones, neutrinos y sus antipartículas. El universo

24. Seguimos principalmente los datos científicos que aportan los astrofísicos Grichka e Igor Bogdanov, en el diálogo que mantienen con Jean Guitton, y que se ha publicado en el libro Dieu et la science, Paris 1991. Otros libros que exponen el mismo tema son S. WEINBERG, Les trois pretniéres minutes de l'universe, Paris 1978; B. D'ESPAGNAT, A la recherche du réel, 1979; 1. PRIGOGINE, La nouvelle aliance, Paris 1986; M. TALBOT, L'Univers, Dieu ou hasard?, Paris 1989; TRINH XUAN THUAN, La mélodie secréte, Paris 1988.

alcanza la forma de un balón grande. Las energías comienzan a diferenciarse e, impulsado por ellas, el universo mide ya 300 metros de diámetro. En el interior, temperaturas inconcebibles. Se diferencian ya los quarks, los gluones y los leptones. Aparecen las fuerzas fundamentales: fuerza gravitatoria, fuerza electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil. Entre 10-11 y 10-5 los quarks se asocian en neutrones y protones, desaparecen casi todas las antipartículas y se forman los elementos sub-atómicos del universo actual.

Aproximadamente 200 segundos después de la explosión inicial, las partículas se asocian y forman los isótopos de los núcleos de hidrógeno y de helio. Han pasado tres minutos. La explosión ha tenido éxito y el cosmos está en marcha.

A partir de estos momentos, durante millones de años, el universo continuará su expansión anegado por radiaciones y por un turbulento plasma de gas, un inmenso océano de energía. 100 millones de años más tarde se forman las primeras estrellas, en su seno se fusionan los átomos de hidrógeno y de helio para generar los elementos pesados que aparecerán millones de años después. Progresivamente las partículas infratómicas se consolidan en átomos y éstos en moléculas. Aparecen masas inmensas de materia que dan origen a las galaxias y los cúmulos de estrellas. Y esos increíbles gigantes viajan por los espacios vacíos a velocidades fantásticas alejándose todos de todos. Cuando uno piensa que la luz de la galaxia más cercana a nosotros, Andrómeda, viajando a 300.000 Kms. por segundo, tarda dos millones de años en llegar a la Tierra y que hay millones de galaxias mucho más lejanas, a miles de millones de años-luz, uno no puede menos de experimentar el vértigo de lo misterioso y de lo infinito. Una milmillonésima de masa que se hubiera desviado hubiese podido provocar un caos, una fuga de materia a una velocidad tal que no hubiese sido posible la formación de los soles, los planetas, la vida, el orden cósmico. Ninguna se desvió.

Nuestra galaxia, llamada Vía Láctea, tiene de cien a doscientos mil millones de estrellas enormes. Una de ellas es el sol.

Como satélite del sol se formó la Tierra, hace aproximadamente cinco mil millones de años. Al principio no es más que un desierto de lava fundida, nubes inmensas de vapor y de gas, una mezcla de gas carbónico, amoníaco, óxido de carbono, nitrógeno e hidrógeno. Millones de años más tarde cede el calor, por la ley de la entropía, y comienza la solidificación y la formación de los continentes en forma muy diversa de la actual. Se forma la primera atmósfera. Se condensan las nubes y llueve, el agua cae a torrentes durante miles de años y cubre gran parte de la Tierra. En medio de ese caos, las moléculas primitivas se juntan y se combinan formando estructuras estables, un orden. La materia tiende, por sí misma a organizarse en sistemas cada vez más complejos. Del desorden nace el orden. Una veintena de aminoácidos se forman en los océanos, que serán más tarde los componentes básicos de los seres vivos. A través de millones de años, los aminoácidos, siguiendo la ley de afinidad atómica, forman las cadenas de esos preciosos materiales de la vida que son los péptidos, y después las primeras moléculas nitrogenadas de las que nacerá más tarde el código genético. Estas, unidas al fosfato y a Ios azúcares, elaboran los prototipos de los nucleótidos que en interminables cadenas conducen a la aparición del ARN (ácido ribonucléico) y del ADN (ácido desoxirribonucléico) portador de la clave de la herencia biológica. La vida está a la puerta.

Uno de los más célebres bioquímicos actuales, Illyah Prigogine, ha demostrado que el aparente desorden de la materia conduce al orden; las moléculas de líquido se organizan y se agrupan de manera ordenada; se forman sistemas abiertos que intercambian materia, energía e información. Un sistema al recibir tales influjos puede no ser capaz de tolerarlos sin dar un salto cualitativo y superior en su organización. Así habria aparecido una estructura cualitativamente distinta que llamamos célula o unidad del ser vivo. «La vida no es sino la historia de un orden cada vez más elevado y general. Porque, a medida que el universo vuelve a su estado de equilibrio, se las arregla, a pesar de todo, para crear estructuras cada vez más complejas. Eso es lo que demuestra Prigogine. A su manera de ver, los fenómenos de autoestructuración iluminan una propiedad radicalmente nueva de la materia. Existe una suerte de trama continua que une lo inerte, lo previviente y lo viviente; por su construcción la materia tiende a estructurarse de forma que llegue a ser materia viva» 25. No sería desacertado, esto supuesto, hablar, como hace Teilhard, de una pre-vida en la materia 26.

Se calcula que las primeras unidades vivas, las células, han aparecido, aproximadamente dos mil millones de años después de la formación de la Tierra. La Tierra se habría formado hace cinco mil millones de años, la vida habría aparecido hace tres mil millones de años. Para que aparezca la vida en el planeta Tierra se han requerido unas condiciones de equilibrio, de luz, de campos energéticos, de temperatura, de presión, de multitud de elementos que no es probable que se hayan verificado en otro astro del universo. Hasta ahora, al menos, no hay ningún indicio serio.

Una célula viva está compuesta de una veintena de aminoácidos que forman una cadena compacta, la actuación de estos aminoácidos depende de alrededor de 2.000 enzimas. Los biólogos afirman que para que sólo un millar de enzimas distintas se unan por azar, de forma que se logre formar una célula, sólo existe una probabilidad del orden de 10-100°, un 1 precedido de mil ceros, es decir nula. Esa conjunción, sin embargo, se dio.

Antes de pasar a describir las propiedades específicas de la vida y su desarrollo se impone aquí una breve reflexión: ¿Qué explicación cabe de estos hechos asombrosos? En un punto infinitesimal estaba condensado el cosmos entero, toda su materia y su energía. Allí ocurrió una explosión enorme, pero tan perfectamente programada que la materia obedece a leyes determinadas y homogéneas. Más aún, a lo largo de etapas cronológicas inmensas, en un planeta determinado, se verifican contra toda probabilidad, un enorme cúmulo de circunstancias tales que posibilitan una nueva y complejísima estructuración que señala la aparición de la vida, una vida dotada de leyes increíblemente precisas, gracias a las cuales se desarrolla después, de la fantástica y ordenada manera que veremos en el apartado siguiente, desde los ele-

  1. J. GUITTON, G. e 1. BOGDANOV, bieu et la science, Paris 1991, 66-67.

  2. Cfr. P. TEILHARD DE CHARDIN, Le phénoméne humain, Paris 1955, 49ss.

mentol más próximos a la materia, como los virus, hasta las formas más elevadas como es el cerebro humano dotado de 14.000 millones de neuronas perfectamente montadas para que el hombre pueda pensar. Un elemento cualquiera de los miles que entraron en juego en la formación de la vida, sea material, sea energético, que hubiera fallado habría anulado la existencia de la vida. No falló ninguno. Concurrieron todos a la cita como si se hubieran puesto de acuerdo y construyeron ese «milagro», probablemente único en el universo, que es la vida en la Tierra. Se puede decir que todo fue fruto del azar pero ésta es una explicación irracional carente de sentido. El azar ni es ni puede ser razón suficiente de un proceso tan enormemente complejo y que concluye en la producción de la vida con sus admirables propiedades.

Los científicos rehúsan preguntarse qué había antes del muro de Planck. Pero las preguntas se acumulan sin que lo podamos evitar: ¿Por qué hubo algo en lugar de nada?, ¿quién puso en la existencia el primer elemento?, ¿quién le dotó de leyes?, ¿quién programó en él lo que iba a suceder de forma que resultase un Cosmos y no lo más cierto, si se hubiese dejado actuar al azar, que hubiera sido un caos?, ¿por qué hubo átomos?, ¿por qué se formaron las moléculas?, ¿por qué no se desintegraron?, ¿por qué hubo ácidos nucléicos y enzimas?, ¿quién ha elaborado el proyecto de la primera molécula de ADN transmisora del mensaje inicial que permitirá la reproducción de la primera célula viva?, ¿qué inteligencia y que poder se requieren para estos acontecimientos que se inician hace 15.000 millones de años y aún perduran en su proceso evolutivo? Es vano reprimir estas preguntas porque brotan con la misma naturalidad y espontaneidad con que respiramos. Y la única respuesta razonable es pasar del orden al Supremo Ordenador, de las leyes al Legislador, de las causas causadas a la Causa incausada, de la realidad de lo contingente a la realidad del Absoluto «quem omnes dicimus Deum» (al que todos llamamos Dios), en frase de santo Tomás.

Por fin, hagamos notar que ni en la Filosofía ni en la Teología católica, se requiere una intervención especial de Dios para que aparezca la vida. Al fin, la vida vegetal y animal parece no ser otra cosa que la materia dotada de una organización y unas propiedades maravillosas. ¿Qué otra cosa son los vegetales y los animales sino materia? Sin embargo, hasta ahora, en ningún laboratorio se ha logrado la síntesis de la vida, partiendo de elementos inertes 27.


3. De la biogénesis a la antropogénesis

Según todo lo dicho, la célula o unidad de vida ha tenido antecedentes. Ha habido una biogénesis, un salto misterioso pero real, de las macromoléculas a los prime-

27. La discusión sobre cuál sea la realidad última de la materia está abierta. Se puede afirmar que hoy nadie lo sabe. La ruptura de las partículas, que se consideran últimas produce ¡partículas! El filósofo de la ciencia venezolano, Carlos Ulises Moulines, retó a los materialistas de esta manera tan sencilla: Dado que en las presentes circunstancias ni los físicos ni los filósofos de la ciencia son capaces de dar una noción precisa de lo que es la materia, ¿cómo se atreven a declararse materialistas? Escribe: «Si uno afirma "todo es materia" pero no tiene una idea razonablemente clara de qué es la materia, entonces se halla en una posición tan incómoda como la de alguien que afirmara "todos los que viven enfrente son ugrofineses" y no supiera qué son los ugrofineses», C.U. MOULINES, Exploraciones metacientíficas, Madrid 1982, 358.

ros seres vivos unicelulares. Esto no quiere decir que lo biológico pueda reducirse a lo físico-químico. El mecanicismo propio de las leyes físicas y químicas no puede explicar por sí mismo los fenómenos biológicos y en ello están de acuerdo muchos y muy acreditados teóricos de la biología 28. Por lo que hace al emergentismo, es decir, a la teoría de que la vida emerge de la materia, se puede admitir como afirmación de que lo material se autotrasciende hacia una forma cualitativamente distinta, por un proyecto previo inscrito en la misma materia evolutiva.

No podemos conocer los detalles últimos y las circunstancias de la aparición de la vida porque el fenómeno, como hemos dicho, no se ha podido reproducir en el laboratorio, y en la Naturaleza los orígenes de todo cambio cualitativo son imperceptibles. La Historia natural no puede captarlos, tanto más cuanto que han sido necesarios millones de años para construir la nueva estructura. Pero la simplicidad en la forma, la simetría en la estructura, las dimensiones minúsculas, los seres que parecen poder ser clasificados entre lo no vivo y lo vivo, como los virus, nos están hablando de una proximidad y con mucha probabilidad de un paso de la materia a la vida 29. Tampoco podemos saber si el salto se dio en un solo caso o en muchos, o si en algún sitio se sigue dando, lo que no parece probable.

Lo cierto es que la aparición de la célula, o primer ser vivo, fue un hecho revolucionario de enormes consecuencias. La química nos enseña que la célula encierra múltiples substancias materiales (albuminoides, aminoácidos, agua, potasio, sodio, magnesio, compuestos metálicos diversos, etc.) y, en el núcleo, misteriosos cromosomas portadores y trasmisores de la herencia genética. La mayor parte de las células tienen dimensiones comprendidas entre 1 y 20 milésimas de milímetro. Algunas aún más pequeñas. Pero en ese espacio infinitesimal encierran una estructura muy compleja y perfectamente organizada para sus funciones específicas de las que luego hablaremos. De ellas se saben muchas cosas, pero el fondo último que explique adecuadamente qué es la vida, qué es el principio vital que confiere a los seres materiales propiedades admirables que no tienen los seres inertes, eso se ignora y tal vez se ignorará siempre 30

Por eso, es inútil intentar definir la vida. Lo único que podemos hacer es describir las operaciones que los seres vivos realizan y que no realizan los seres no vivos. Estas son, principalmente, la organización, la nutrición, el desarrollo, la reproducción y la trasmisión de información. Las explicamos brevemente. Supongamos, como quieren los mecanicistas, que los seres vivos no son sino máquinas muy complejas que se rigen solamente por las leyes físico-químicas, mecánicas, ¡los seres vivos son máquinas bien curiosas! Porque el ser vivo consta de muchísimas piezas, pero de tal manera integradas que forman una unidad muy superior a la de una má-

  1. Cfr. F.J. AYALA, Estudios sobre la filosofía de la biología, Barcelona 1983.

  2. Cfr. NI. AGENO, L'origine Bella vira sulla Terra, Bologna 1971; JOHN C. ECCLES, The Human Mysterv, The Gifford Lectures, University of Edinburgh 1977-1978.

  3. Sobre el origen y la constitución de Ios seres vivos pueden verse los estudio de V. VILLAR, Origen de la vida, y R. MARGALEF, Las formas inferiores de vida, en M. CRUSAFONT, B. MELÉNDEZ, E. AGUIRRE (ed.) La Evolución, Madrid 21974, 180-196, 197-226. Una obra más moderna es B. VOLLMERT, La molécula y la vida, Barcelona 1988, con opiniones menos exactas cuando entra en el campo de la Filosofía y la Teología.

quina, un ser-para-sí; la prueba es que si se estropea o se destruye una pieza, el ser vivo la repara o la reconstruye. Más aún, el ser vivo –al menos los pluricelularesnace imperfecto, sin desarrollarse, pero asimila el aire, la luz, el agua, los alimentos y él mismo se autoforma, a veces de manera muy compleja desde el germen inicial, con frecuencia pequeñísimo, hasta alcanzar la plenitud, tras de la cual decae y muere. Más asombroso aún es el hecho de que estas «máquinas», los seres vivos, poseen la propiedad de reproducir otros semejantes a ellos mediante procesos complejísimos. Toda célula, en un momento dado, se divide por cariocinesis y da nacimiento a una nueva célula semejante a ella misma. De este fenómeno elemental deriva toda la increíble potencia generadora de los movimientos ulteriores de la vida y la posibilidad de una expansión indefinida que cubrirá la Tierra y que Teilhard llama biosfera. Cuando uno piensa que de la fusión de una célula masculina y una femenina, aparece el cuerpo animal de tan asombrosa complejidad que se calcula que, por ejemplo, el cuerpo humano posee un número de células de aproximadamente 6x1012, perfectamente ensambladas y organizadas en tejidos, miembros, órganos y sistemas, constitutivos de una admirable unidad, uno no puede menos de permanecer atónito ante el misterio de la vida y preguntarse qué principio último regula todas las actividades vitales.

Otra propiedad específica del ser vivo es la capacidad de recibir y transmitir información. El ser vivo no se confunde con la información sino que es el sujeto que la recibe y la transmite. En los cromosomas del núcleo de las células germinales se encierra la clave teleonómica, el proyecto de estructura y funciones que un ser vivo transmitirá a sus «hijos» y según el cual, con toda precisión, se desarrollará el nuevo ser vivo. La célula naciente está informada, según un cierto código químico, del programa que debe ejecutar, y que ejecutará. Pero la transmisión de un mensaje y la ejecución de un programa no comportan su conocimiento. La célula no es consciente de lo que va a hacer. Y, sin embargo, en ella hay programado un sentido, una teleonomía que se realizará paso a paso 31

No nos es posible entrar aquí en descripciones, detalles y disputas sobre los procesos evolutivos de la vida, más propios de los tratados de Biología o Genética. Para nuestro intento, que es buscar la ruta de la evolución que nos conduce hasta el hombre, basta decir que hay azar en la evolución pero un «azar dirigido». El régimen normal de la vida es la constancia y la invariancia reproductiva. Pero de vez en cuando se verifica una mutación genética inesperada, azarosa. Lo curioso es que al organizar sistemáticamente todo el conjunto de los seres vivos, aparecidos en millones de años, se hace visible un orden admirable que zoólogos y antropólogos representan por «el árbol de la vida», en el cual hay un tronco bien determinado por el que sube la complejidad de los seres y, con ello, su «conciencia», es decir, sus propiedades cada vez más elevadas 32.

  1. Una descripción sintética y completa de Ios procesos de transmisión y recepción del código genético se encontrará en J. CHOZA, Manual de Antropología Filosófica, Madrid 1988, 58-70.

  2. Muchos biólogos admiten el azar en la aparición de mutaciones genéticas. A nivel molecular consisten en alteraciones de la molécula del DNA por cambio de puesto de uno o más nucleótidos. Algunos biólogos niegan que esas mutaciones sean del todo casuales porque admiten leyes preferenciales que, entre las diversas mutaciones posibles, eligen las que son favorables al perfeccionamiento del viviente. El matemático Luigi Fantappié, partiendo de una investigación epistemológica de los presupuestos de la Física moderna proponía la introducción en la ciencia de un principio de finalidad. Cfr. L. FANTAPPIÉ, Sull'interpretazione dei potenziali anticipad della meccanica ondulatoria e su un principio de finalitá che ne discede, cit. en S. ARCIDIACONO, Genetica ed evoluzione, Cittá di Vita, 40/4 (1985), 435. Por su parte E. Agazzi refuta como dogmático el casualismo mecanicista darwinista, en cuanto que la casualidad sola no explica nada, lbid. 437.

Los seres vivos, plantas y animales, suelen clasificarse, de lo más universal a lo más concreto, en reinos, tipos, clases, órdenes, familias, géneros, especies y razas. La unidad de base se considera que es la especie que, en el sentido biológico, es un conjunto de individuos que son fecundos entre sí y dan origen a una prole a su vez fecunda. Toda especie se perpetúa por generación biológica 33. Se calcula que han existido más de un millón de especies animales y más de 250.000 especies vegetales. Tenemos que prescindir del reino vegetal para fijarnos exclusivamente en el animal y seguirle hasta la frontera con el hombre.

Parece que desde la aparición de la célula viva, hace 3.000 millones de años aproximadamente, pasaron más de 2.000 millones de años hasta que los organismos unicelulares comenzaron a complicarse en formas pluricelulares. Los restos más antiguos que conocemos (medusas y especies arcaicas de anélidos) datan de hace 650 millones de años 34. En el período Cámbrico, (entre 600 y 500 millones de años), gracias a la progresiva adaptación al medio ambiente submarino, muchos animales submarinos desarrollan zonas córneas como conchas o esqueletos y aparecen los trilobites dotados ya de ojos, además de caracoles, braquiópodos con valvas y otros moluscos primitivos. En el período siguiente llamado Ordovícico, (500-450 millones de años) los invertebrados marinos se multiplican en una inmensa variedad de especies. Los primeros vertebrados, los peces, aparecen en el período Silúrico, (hacia 400 millones de años). Se llaman vertebrados porque tienen ya esqueleto. Entre el Devónico y el Carbonífero (350-300 millones de años) los vertebrados comienzan a arrastrarse y poder respirar fuera del agua. Son los anfibios. En el Carbonífero se forman ya los reptiles, primeros vertebrados terrestres. Entre el Pérmico y el Triásico pueblan la Tierra reptiles gigantes, algunos de los cuales (el Cynognathus y el Dimetrodon) serán los progenitores de los mamíferos. Pero, en esta época, invaden la Tierra los gigantescos dinosaurios que reinan en ella durante 140 millones de años y luego desaparecen sin que se sepa exactamente la causa. En el Jurásico (hace 150 millones de años) los reptiles logran conquistar el aire, progresivamente producen alas y se transforman en aves. Durante el Cretácico (hace 100 millones de años) los dinosaurios siguen poblando la Tierra y se desarrollan otros mamíferos provenientes de los reptiles. Tres rasgos caracterizan a los mamíferos: la lactación que les da nombre, la homeotermia o regulación interna de la temperatura y el ser vivíparos, es decir, que nacen muy pequeños y desprovistos de la protección del huevo. En el Terciario (70-50 millones de años) la Tierra se puebla de mamíferos de sangre caliente, defen-

  1. Sobre el concepto de especie y la taxonomía de los seres vivos puede consultarse R. ALVARADO, La especie biológica y la jerarquía taxonómica, en M. CRUSAFONT, B. MELÉNDEZ, E. AGUIRRE, (ed.) La Evolución, Madrid 21974, 497-537.

  2. Seguimos los datos básicos del libro editado por el Museo del hombre de Paris, bajo la dirección de Y. COPPENS, Origines de 1'honmie, Paris 1976.

didos del frío por una capa de pelo que además les permite adaptarse a una variedad de condiciones climáticas. Todavía en el Terciario aparecen los Primates, descendientes de una rama de mamíferos. El nombre que han recibido es significativo: Primates, los primeros. La evolución se encamina hacia el hombre. Se caracterizan por los siguientes rasgos propios: desarrollo del cerebro y consecutiva reducción del rostro, presencia del pulgar cuya punta puede tocar a los otros dedos, desarrollo de la vista estereoscópica, sustitución de las garras por uñas, localización pectoral de las mamas, conservación de la clavícula, presencia de dos huesos en la pierna y en el antebrazo, de cinco dedos en las manos y en los pies. Entre 70 y 40 millones de años no ha habido más que estos Primates primitivos, llamados también Prosimios.

A partir de 40 millones de años aparecen Primates más complejos que reciben el nombre de Simios. Se caracterizan por el aumento de la talla, la independencia de las fosas temporales, el retroceso de las órbitas del rostro lo que produce una mejora de la vista. En los Primates del Oligoceno, descubiertos en El Fayoum, junto a El Cairo, (35 a 25 millones de años) aparecen ya sujetos con 32 dientes, como tendrá el hombre. Algunos son los antepasados de los simios que conocemos hoy (Gibbons, Gorilas, Chimpancés, Orangutanes). ¿Son también antepasados de los homínidos o incluso del hombre? Probablemente sí.

De aquellos Primates del Oligoceno se han derivado en el Mioceno tres líneas distintas, Ramapithecos, Gigantopithecos y Oreopithecos que aparecen en muchos sitios de la Tierra. Los Oreopithecos dan muestra de que hace 15 millones de años ya habían logrado la marcha bípeda al menos ocasional, han desarrollado el cerebro, su dentadura tiene ya parecido con la dentadura humana. Los Ramapithecos (20-7 millones de años) tienen rasgos que anuncian ya los homínidos más tardíos: incisivos y caninos pequeños, mandíbulas redondeadas, molares y premolares planos y largos, apretados los unos contra los otros para poder masticar, frente alta y breve, etc. Acaso han sabido elegir guijarros útiles. En cualquier caso la bipedestación permite la utilización de las manos como instrumentos aprehensores y útiles.

El período siguiente, el Plioceno, entre 6-5 millones de años y 1 millón, o acaso 800.000 años, es decisivo en el proceso de hominización. En África del Sur, Tanzania, Kenya, Etiopía, aparece el simio más cercano al hombre y su más probable antecesor: el Australopitheco. Era bípedo y parece que sabía tallar la piedra y los huesos.

Es probable que en ese tronco de Australopithecos sea donde aparece un género nuevo de seres antropomorfos, al que los paleoantropólogos ya llaman honro, hombre 35. Esto ha podido suceder en la sabana africana hace dos millones y medio o tres millones de años aproximadamente. Era de talla más grande, de postura más recta, con una dentadura omnívora, una mandíbula más reducida y, sobre todo, un cerebro mucho más grande que el de los Australopithecos 36. Generalmente se consideran tres

  1. Los antropólogos se limitan, y deben limitarse, a describir los datos morfológicos de las especies. Intentar describir las actuaciones de determinadas especies fósiles siempre es arriesgado porque los datos, con frecuencia, son problemáticos. Mucho menos deben intentar dar una explicación completa del hombre. Ése es el cometido de la Filosofía.

  2. Una descripción detallada, aunque sólo aproximativa, del género Homo puede encontrarse en E. AGUIRRE, Documentación fósil de la evolución humana, en M. CRUSAFONT, B. MELÉNDEZ, E. AGUIRRE, (ed.) La evolución, Madrid 21974, 683-684.

especies de este género: horno habilis, horno erectus, y horno sapiens 37. Hay que advertir que Ios paleoantropólogos están entre sí muy divididos en lo que concierne a las cuestiones de clasificación y de nomenclatura, en lo que concierne a la cuestión del límite entre los Australopithecos y Horno, en lo que concierne a la conservación para el hombre de la clasificación zoológica llamada linneana (género, especie, subespecie). No es nada fácil determinar con restos a veces muy incompletos si pertenecían a homínidos o a hombres. De ahí las diversas teorías y las discusiones y, con frecuencia, la confusión.

Aquí conservamos las denominaciones más utilizadas, pero convendrá tener en cuenta estas advertencias.

Se considera que el más antiguo es el horno habilis una especie que marca un progreso notable con respecto a los Australopithecos, progreso que le acerca al hombre, aunque numerosos especialistas no le reconocen como perteneciente al género homo, sobre todo porque se tienen muy pocos datos. Se han encontrado junto a sus restos, útiles variados pertenecientes a una vieja industria de piedra que recibe el nombre de Olduwayana por el yacimiento de Olduwai, en Tanzania. Era cazador y consumidor de carne. En niveles de 1,8 y 1,6 millones de años se encuentran estructuras elementales de viviendas.

Como especie tal vez distinta, aunque muy semejante, se encuentra el llamado honro erectus que vive en una edad aproximada de entre 1,6 millones de años hasta hace 100.000 y quizá hasta hace 40.000 ó 30.000 años. De estatura de 1,80 cros. amplia capacidad craneana, entre 800 y 1100 cm3, dieta de carnes y peces, canibalismo. Practica una cierta industria de hachas y utiliza el fuego para acorralar a sus presas y para preparar los alimentos. Construye chozas en las que habitan hasta doce individuos. Es discutible que tuviera prácticas rituales o funerarias. Lo que es seguro es que el honro erectus se ha extendido «rápidamente» por la Tierra, con rapidez a escala geológica, naturalmente. Aparece el horno erectus en China, en Java, en Africa oriental, en Argelia, en Marruecos, en España, en Alemania.

Pero todos estos individuos han acabado por desaparecer totalmente y han dado paso a la especie triunfante, al fin, del homo sapiens, a la cual pertenecemos todos los hombres y mujeres actuales 38. Es el rnonophyletismo o tronco común que admiten todos, antropólogos, biólogos, genetistas y filósofos. Todos los seres

  1. Mantenemos esta división aunque parece más probable que más que de especies diversas se deba hablar de una única especie «homo» en proceso evolutivo ascendente. Cfr. Apéndice al final del libro. En los últimos años, se habla de homo africanos, horno robustus, horno boisei, homo sapiens. Los antropólogos se enfrentan ante no pocos enigmas al tratar de interpretar fósiles recién descubiertos, ¿eran hombres?, ¿eran homínidos? Algunos proponen un antepasado común a esas especies que sería el homo gfarensis del que se derivarían las especies de habilis-erectus-sapiens, robustos, africanos, boisei y lo habrían hecho en el plazo relativamente breve de unos trescientos mil a quinientos mil años. Pero no podemos entrar en estas disquisiciones, cfi•. E. LASZLO, Evolución. La gran síntesis, Madrid 1988, 86-89. Otros piensan que más que de homo africanos, afariensis, robustos, etc., se debería hablar de australopithecus crfariensis, etc...

  2. Algunos paleoantropólogos admiten la existencia de una especie llamada Homo pre-sapiens que habría vivido desde hace 300.000 años o acaso 700.000. En los últimos años se ha descubierto el llamado Homo ergaster, en Kenia, remoto progenitor probable del Horno sapiens. Entre los dos estaría el Homo antecessor, descubierto (1997) en la sierra de Atapuerca (Burgos). Vivió hace 600.000 años.

humanos actuales provenimos de un mismo phylum, cuyas características estudiaremos más adelante. Se supone que el horno sapiens apareció hace poco más de cien mil años. Se han dado subespecies del horno sapiens, como el horno sapiens neandertalensis, cuyos restos aparecieron primero en el Valle del Neander, cerca de Düsseldorf, en Alemania –de ahí su nombre– y que desapareció hace cuarenta mil años, por razones desconocidas. Este hombre entierra a los muertos, tiene ritos funerarios y otras prácticas religiosas, como depositar ofrendas o alimentos por la creencia en una vida póstuma, cultiva la medicina y la cirugía, e introduce innovaciones en el tallado de las piedras aunque todavía no produce obras de arte. En su fisiología tenía una estatura entre 1,50 y 1,70 m., estaba provisto de una musculatura importante, de un tronco largo y fuerte y de una capacidad craneal de 1.700 cm3. Tenía el cráneo generalmente alargado, frente baja, órbitas masivas y prominentes, prognatismo todavía pronunciado, ausencia ordinaria de fosas caninas, ausencia de mentón, dientes masivos sin cuello distinto entre corona y raíz. Por una parte, dan la impresión de una fase terminal de una subespecie. Por otra parecen anunciar el advenimiento de otra nueva y juvenil. En algunos ejemplares neandertaloides, como el hombre de Steinheim y sobre todo los hombres de Palestina, se advierten rasgos indicativos de un futuro hombre más perfecto: cabeza más redonda, órbitas menos salientes, fosas caninas mejor marcadas, mentón inicial. Parece prenunciarse un ser nuevo.

Hace 35.000 años, más o menos, aparece efectivamente una subespecie que será la que se instalará definitivamente en la Tierra para conquistarla y dominarla, el llamado horno sapiens sapiens. Hace su aparición en el Paleolítico superior, morfológicamente es idéntico al hombre actual. Amplia capacidad craneal que puede llegar hasta 2.260 cm3, lo que facilita el aprendizaje; flexibilidad de las manos de modo que puede establecerse una correlación y un «diálogo» entre cerebro y manos, frente elevada, órbitas reducidas, parietales abultados, mandíbula fina, mentón prominente, cerebro abombado. Aparecen entre ellos las razas negras, blancas y amarillas, al menos iniciales, y estos grupos ya están situados en las mismas zonas geográficas que ahora. Tiene tendencia a formar grupos familiares y étnicos, a la división del trabajo. En los Neandertales la llama de la inteligencia estaba absorbida por la exigencia de sobrevivir y reproducirse. En cambio ahora el pensamiento se libera definitivamente. Aparece el mobiliario y sobre todo el arte parietal, un arte naturalista todavía pero muy perfecto, como puede observarse en la cueva de Altamira (España). Un arte que, a veces, tiene significación mágica y religiosa y que, en cualquier caso, muestra el gran sentido de observación de los artistas, el gusto de la fantasía, la alegría de crear. Un conjunto de aspiraciones que son las nuestras. El hombre todavía no es adulto –itampoco lo es ahora!– pero ha alcanzado la edad de la razón. Al final del Cuaternario, el hombre en lo somático está acabado. En Europa es la época del hombre de Cro-Magnon.

Es preciso repetir que las relaciones taxonómicas y filogenéticas entre los representantes más antiguos de nuestro propio género homo permanecen inseguras. Los avances en las técnicas de datación y evaluación de fósiles tendrán que mostrar aún muchos datos para proceder con seguridad en la reconstrucción del proceso de hominización. En el n°. de 11 junio de 1992, la revista Nature ponía de manifiesto cierta decepción causada por los estudios sobre genética molecular 39.

Antes de terminar este apartado parece que tenemos fundamento suficiente para concluir que, cualesquiera que hayan sido los mecanismos y las infinitas variantes de la evolución, una cosa es cierta: que tal como la conocemos ha sido un proceso de complejificación y de convergencia que ha tenido como último resultado el horno sapiens sapiens, en el cual aparece un cerebro con un poder de pensamiento de reflexión y de libertad no imaginables antes. Ervin Laszlo confiesa: «el conjunto de la formación de todas las especies de los últimos cuatro mil millones de años muestran una convergencia precisa hacia niveles superiores de organización» 40. Era también la tesis de Teilhard de Chardin. Querer explicar este hecho sin una teleología o causalidad final es cerrar los ojos a la luz 41


4. ¿Monogenismo o Poligenismo?

Hasta aquí los datos paleoantropológicos. De ellos y de la Biología puede deducirse con certeza, como ya hemos dicho, el monophyletismo: todos los hombres actuales pertenecemos y provenimos de una misma especie o tronco (phylum). Queda abierta una pregunta: los hombres actuales ¿provenimos de una sola pareja de homínidos, o de varias, o de muchas?, ¿el salto se dio una sola vez o muchas?

La Paleontología encuentra restos de homínidos o de hombres, no siempre fácilmente clasificables, en sitios muy diversos y muy distantes, por eso puede inclinarse hacia el poligenismo: provendríamos de muchas parejas. Hay que reconocer que la Paleontología no está en condiciones de resolver el problema, porque ¿cómo podría saber, examinando un fósil, que es el primero o que proviene del primero? En cambio las leyes de la Genética pueden iluminarnos en esa noche de los tiempos 42.

  1. Cfr. N. GOLDMAN y N. H. BARTON, Genétics and Geography, Nature 357 (1992), 440-441, cit. en E. MUÑOZ, Aspectos de la Biología actual, Arbor 143 (diciembre 1992), 9-43.

  2. E. LASZLO, Evolución. La gran síntesis. Madrid 1988, 77-78.

  3. También la bibliografía sobre el tema de la antropogénesis es amplísima. Pueden verse como obras últimas además de las ya citadas, A. MOYA, Sobre la estructura de la Teoría de la evolución, Barcelona 1989; M. CADEVALL 1 SOLER, La estructura de la Teoría de la evolución, Barcelona 1988; F. CORDÓN, La evolución conjunta de los animales y su medio, Barcelona 1982. En ellas se encontrarán referencias o elencos bibliográficos. Sin embargo, hay que advertir que los naturalistas estudian Ios datos de la evolución de manera puramente empírica y analítica sin buscar una síntesis más general de la realidad, ni plantearse las últimas preguntas filosóficas que van implícitas en los hechos empíricos. El científico que hizo esa síntesis y respondió a estas preguntas fue Pierre Teilhard de Chardin, sobre todo en E/, fenómeno humano y en El grupo zoológico humano. Muchos otros hacen, a lo más, una metodología de la ciencia inspirados en Popper, Kuhn, Lakatos, van Fraasen, Suppe. Ayala, Dobzhansky. Willians y muchos otros, casi siempre del área anglo-sajona. Son recomendables los libros de E. MAYR, Histoire de la biologie. Paris 1993; D. BUICAN, La révolution de l'évolution, Paris 1989; M. BLANC. Les héritiers de Darwin, Paris 1990.

  4. Seguimos en la exposición siguiente Ios artículos de J. CARLES, S.L. Monogénisme ou Polygénisme. Les lecons de la génétique, Etudes (marzo 1983), 355-366; Del mono al hombre, Paleontología y genética, Sillar 5 (1985), 273-283; La génétique et l'origine de l'homme, Nouvelle Revue Theologique 110 (1988), 245-256. Cfr. también la obra más amplia del mismo autor, La vie et son histoire, Du bing-bang au surhomme, Paris 1989.

La Genética estudia la manera como se transmiten los caracteres hereditarios, y, por ello, puede dar una opinión autorizada sobre la aparición de nuevas especies. El microscopio permite observar con detalle los cromosomas, y la Biología molecular estudia la estructura del ADN y la de las proteínas que él programa. Si comparamos los cromosomas humanos con los del simio que los biólogos designan como el antepasado más próximo de la especie humana, el chimpancé, encontramos que éste tiene 24 pares de cromosomas, mientras que el hombre tiene 23. Un estudio preciso de cada uno de los cromosomas demuestra que 13 pares son prácticamente idénticos en los dos. Uno de los cromosomas más largos en el hombre, el cromosoma 2 no existe en el chimpancé. Es el resultado de la soldadura de dos pequeños cromosomas del chimpancé. De ahí el paso de 24 a 23 por esta mutación que se llama robertsoniana. Otros cinco cromosomas difieren por una inversión pericéntrica, es decir, inversiones que se sitúan hacia el centro del cromosoma; un fragmento más o menos central del cromosoma se ha separado y se ha invertido para volver a soldarse. Ningún elemento ha cambiado sino sólo su situación en la relación de unos con otros, su vecindad, pero esto tiene una gran importancia. Otros pequeños detalles diferencian estos cromosomas pero son de menor interés. En cualquier caso, el parentesco es muy grande. Encontramos este conjunto de caracteres y mutaciones en todos los hombres actuales, sea cual fuere la raza y el país al que pertenecen.

Si se estudia la estructura del ADN, o lo que viene a ser lo mismo, la secuencia de los aminoácidos en las proteínas, las semejanzas son aún mayores. En la hemoglobina ß, por ejemplo, formada por una secuencia de 141 aminoácidos, se encuentran esos ácidos alineados en el hombre en el mismo orden que en el chimpancé.

Estas y otras semejanzas genéticas no son tenidas en cuenta por la Paleontología porque no es posible encontrar fósiles de cromosomas o aminoácidos. Ponen además en discusión la teoría darwiniana de que las especies evolucionan continuamente con innumerables pequeños cambios. G. Simpson y Th. Dobzhansky hacían de ellos uno de los puntos esenciales del neodarwinismo. Pero la Genética demuestra una gran estabilidad de las especies durante milenios, hasta que se produce una mutación. Sin embargo, la comparación de los cromosomas y de todo el patrimonio hereditario concuerda bastante bien con el cuadro general que nos dan los paleontólogos.

No sabremos jamás cómo eran los cromosomas del hombre del Neandertal y menos los del hondo erectus, del horno habilis o del Australopitheco, lo que sí podemos afirmar es que el primer homo, biológicamente considerado, fue el que primero poseyó, en el núcleo de sus células, el conjunto de cromosomas que nosotros poseemos. Según las leyes de la Genética podemos imaginar cómo han podido suceder las cosas. Una mutación por azar que afecta a los cromosomas de una célula sexual reproductora no toca, sin duda, más que a uno de los representantes del par. El par de que este cromosoma forma parte se hace híbrido, es decir, está formado por un cromosoma normal y un cromosoma mutado. Este par se desdobla para formar los gametos y, en la primera generación, la mitad de los descendientes serán híbridos. Si dos de estos híbridos se unen entre ellos, o si el primer mutado se une con uno de estos descendientes mutados, pueden verificarse tres tipos de encuentros, uno entre los dos cromosomas inmutados, otro entre los dos cromosomas mutados y dos permanecerán híbridos. Las leyes de la Genética tienden a hacer desaparecer los híbridos y pronto aparecerá un pequeño grupo de individuos portadores de la mutación que no puede fecundarse con la especie original pero que son fecundos entre sí. Habrá aparecido una especie nueva. Según las leyes de la Genética, así hay que representarse hoy la aparición de una nueva especie.




*
Según la mutación sea más o menos importante, aparecerá una especie o una raza nueva. Especie es el conjunto de individuos fecundos entre sí. Raza, cada uno de Ios grupos en que se subdividen algunas especies y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia. En el esquema hemos conservado la terminología de Jules Caries, pero sería mejor, pensamos, sustituir la palabra «raza» por la palabra «especie».

  1. En un par cromosómico 00 uno de ellos es mutado OM.

  2. 2 tipos posibles de descendientes mitad normales 00, mitad híbridos OM.

  3. 2 híbridos se cruzan. Sólo la mitad permanece híbrida OM; una cuarta parte retorna a la raza pura 00. Una cuarta parte da una raza nueva MM.

  4. MM se cruzan, todos son de la raza nueva MM.

Tomado de JULES LARLES, La vie et son histoire. Du big-bang au surhomme, París 1989,132.

La estabilidad de la especie es lo normal. La mutación es la excepción, el «error» que da origen a una nueva especie. Es impensable que ese «error» se haya dado simultáneamente en cromosomas sexuales de varios o muchos individuos. El poligenismo sería eso: la misma mutación en individuos dispersos. La probabilidad es prácticamente nula. Parece inevitable afirmar el monogenismo, más aún, la mutación en un solo individuo.

La mayor parte de los genetistas piensan que una mutación hizo aparecer el Australopitheco. Otra el homo habilis. En el caso de que los diversos horno hayan sido especies diversas, en el homo habilis se habría producido una mutación importante, hace aproximadamente dos millones de años, en África, y habría aparecido la especie homo erectus. Y todavía hace poco más de cien mil años se habría verificado la última mutación que habría dado origen al homo sapiens. La naturaleza de esas mutaciones, si es que se han dado, nos es desconocida y nos lo será siempre porque nunca podremos conocer los cromosomas del horno habilis y del horno erectus. Algunos piensan con mucho fundamento que horno erectus y homo sapiens no son especies distintas sino que del primero al segundo habría habido una lenta evolución, sin solución de continuidad. No existiría entre ellos más que una diferencia gradual de evolución.

Sea lo que sea de esos problemas que dejamos a la discusión de los genetistas, recordemos que la hominización y más concretamente, la aparición del hombre que entiende y razona y tiene conciencia refleja de sí mismo, es un acontecimiento único que sobrepasa las simples modificaciones morfológicas y fisiológicas. Más adelante hablaremos de la presencia, naturaleza y origen del espíritu humano que llamamos alma, sin la cual no hay persona. Hasta aquí sólo hemos hablado del hombre biológicamente considerado. Haremos después una consideración filosófica completa, para que quede explicado el hombre como persona.


5. El desarrollo del psiquismo humano

Con la aparición del homo sapiens sapiens parece que la evolución somática se detiene. En los últimos treinta mil años no se advierte variación alguna fisiológica importante, aunque es verdad que es un tiempo demasiado corto. En cualquier caso el horno sapiens sapiens, que aparece en el Paleolítico superior, morfológicamente es idéntico al hombre actual.

Cabe hacer la pregunta si con este éxito de la evolución, ésta se da por concluida o hacia dónde se orienta. No tenemos datos para pensar en un nuevo salto morfológico, o en una posible nueva mutación genética, al menos próxima, en la especie horno sapiens. Lo que es absolutamente cierto es que detenido, al menos para unos cientos de miles de años y acaso para siempre, el proceso filogenético somático, se inicia en Ios albores de la Humanidad un único, increíble e inesperado proceso evolutivo del psiquismo humano que inevitablemente nos remite a un componente superior y espiritual en el recién aparecido horno sapiens. A la evolución biológica la sucede la evolución cultural que será mucho más rápida y acelerada, aunque menos segura en la transmisión. Nos referimos a toda la maravilla de las creaciones humanas, desde los instrumentos y las pinturas de Ios primeros homines sapientes hasta la electrónica, la cibernética, los vuelos espaciales o la Carta de derechos humanos de nuestros días. Todo ello es algo tan nuevo y tan diferente que requiere otra explicación distinta de los saltos precedentes de la evolución. Más adelante estudiaremos el componente espiritual del hombre.

Aquí sólo queremos estudiar, brevemente, el fenómeno de la socialización a través del cual se ha hecho posible el desarrollo psíquico y cultural del hombre moderno.

Es conocida la obra del entomólogo de Harvard, Edward O. Wilson titulada Sociobiología. La nueva síntesis, publicada en 1975, en la que después de estudiar los comportamientos «sociales» de los animales, concluye, aunque con ciertas ambigüedades, que la Sociobiología es, en un sentido amplio, aplicable a los humanos, aunque precisar hasta qué punto no es cosa fácil. Esto significa que muchos de nuestros comportamientos sociales vendrían dados en los mismos genes y que serían, por tanto, efectos de la biología no de la libertad lo que tendria muy graves consecuencias para el estudio de la cultura, de la Ética, etc. La obra levantó mucha polémica y nosotros no entraremos en ella43. Baste decir aquí que, sea lo que fuere de la influencia genética en los comportamientos sociales humanos, lo que nadie puede negar es la presencia decisiva de la inteligencia, de la reflexión, de la libertad y de otras muchas cualidades humanas: la creatividad, la intuición estética, el sentimiento de lo sublime, la curiosidad, la invención, la tradición cultural, la historia, el derecho, la religión, la moral, etc., en el quehacer del hombre que no aparecen jamás en ninguna especie animal y que hacen del hombre y de su organización social algo cualitativa y esencialmente distinto y superior a cualquier «socialización» animal. Es verdad que algunos valores sociales prolongan algunos valores biológicos aunque de manera mucho más elevada, pero sin que se puedan reducir aquellos a éstos sino más bien hay que decir que se integran en un proceso de unificación humana 44.

Lo cierto es que la socialización, fenómeno tardío en los animales superiores, en los hombres se produce de manera acelerada en fuerza del poder de reflexión y de libertad exclusivo de ellos. Los más lejanos antepasados nuestros ya aparecen en grupos. Como ya había visto Max Scheler, y lo repiten Teilhard y la filosofía personalista, la simpatía y la reciprocidad juegan un gran papel en el desarrollo del hombre. En el Paleolítico han existido grupos de hombres cazadores errantes, pero ha sido en el Neolítico cuando ha nacido la civilización humana. Una vez más ignoramos los inicios de un cambio tan importante en el proceso de la evolución. Ya no se encuentran sólo piedras talladas sino vasijas y cerámica, se ha conseguido domesticar algunos animales, ha comenzado la agricultura y con ella las poblaciones sedentarias con una primera organización. Aparecen las figuras del pastor y el agricultor. Crece la población, disminuye el terreno vacío, se encuentran unos grupos con otros, se defiende la estabilidad y la propiedad privada. La educación y la cultura, aún muy elementales, se añaden a la recolección y a la caza.

En aquellas primeras comunidades hacen su aparición inevitable los primeros códigos de derechos y deberes para la organización de las sociedades y las primeras estructuras comunitarias y de jurisprudencia. Se ensayan los modos de vivir en familia y de constituir una autoridad. Se trabaja por mejorar los cereales y los rebaños. Comienza la industria del tejido. Muy pronto se dan los primeros intentos de escritura iconográfica, e incluso los inicios de la metalurgia del cobre y del hierro, con todo lo que esto supone de relaciones de producción y de comercio. Las tradi-

  1. Puede verse como un estudio serio M. RUSE, Sociobiología, Madrid 1980. También L.J. ARCHER, La amenaza de la Biología, Madrid 1983.

  2. En lo que sigue sobre la evolución psíquica de la persona nos inspiramos principalmente en las descripciones de Teilhard de Chardin que siguen siendo válidas. Cfr. P. TEILHARD DE CHARDIN. Le phénomene hinain, Paris 1955, 225ss.

ciones se organizan, una memoria colectiva se desarrolla. Es el nacimiento de las culturas. A partir del Neolítico, la influencia de los factores psíquicos y culturales predomina sobre la de los factores biológicos. La Historia prolonga de manera cualitativamente superior, los esfuerzos de la Biología.

El encuentro de los grupos humanos se hace inevitable, entre otros factores por la esfericidad de la Tierra. En determinados momentos han podido tender a eliminarse impulsados por la agresividad y la ambición de conquista y poder. Pero, como ya vio Hegel en su Fenomenología del Espíritu, el hombre comprende que una aniquilación del contrario no tendría sentido, pues el reconocimiento de otros es requerido para afirmar la propia conciencia de sí. Así se crea la relación dialéctica señor-esclavo. La eliminación, al menos en los pueblos más adelantados, tiende a ser excepcional. Más bien, el vencido, aun esclavizado se desarrolla y acaba por transformar al vencedor. Mucho más en situaciones de invasiones culturales pacíficas. En cualquier caso, y lentamente, se verifica una permeabilidad mútua de los psiquismos junto a una interfecundidad.

Más adelante y aprovechando circunstancias climatológicas favorables, se concentran y se fusionan las razas humanas y se forman cinco grandes hogares culturales: la civilización maya en la América Central, la civilización polinesia en los mares del Sur, la civilización china en la cuenca del Río Amarillo, la civilización india junto a los ríos Ganges e Indo, las civilizaciones egipcia y mesopotámica en el valle del Nilo, y entre el Tigris y el Eufrates. Diversas situaciones geográficas y psicológicas han hecho que las cuatro primeras se estancasen y que haya sido en las zonas más occidentales, alrededor del Eufrates, del Nilo y en el Mediterráneo oriental, donde se ha verificado un excepcional encuentro de pueblos que en algunos milenios han hecho posible lo que se suele llamar «el milagro griego».

Un pueblo excepcional, el pueblo griego. Crea un idioma riquísimo, flexible y conceptual, lo que facilita enormemente la formación y desarrollo de la ciencia. Una increíble intuición y gusto estético, una curiosidad insaciable por descubrir los secretos de la Naturaleza y del hombre y sistematizar los conocimientos adquiridos son algunas de las notas características de los pueblos helenos. A esto se juntó el admirable sentido jurídico y organizador de los romanos con vocación de unidad mundial, y a ambos el fermento judeo-cristiano que se extiende rápidamente, endomorfiza a los anteriores y genera el humanismo más alto conocido hasta ahora que se irradiará progresivamente desde Europa hacia todos los pueblos. De hecho todos los pueblos para ser más humanos o para llegar a serlo se ven obligados a aceptar las formas y las fórmulas de Occidente. No en vano se ha llamado al más pequeño de los Continentes, Europa, «la patria del universo».

¿Por qué hemos hecho este brevísimo recorrido de la Prehistoria y la Historia? Porque ha sido a través de este proceso de socialización, de intercambio y de complejificación de infinitas relaciones humanas, como se ha logrado el desarrollo psíquico de la persona. Lo ha posibilitado una de las más altas maravillas humanas que es el lenguaje. Con un número reducido de signos convencionales, bucales o gráficos, el hombre es capaz de comunicar y de recibir un sinnúmero de ideas que le enriquecen indefinidamente. Los animales transmiten estímulos pero no ideas, por eso no se enriquecen y no hacen historia. La tradición humana enriquecida continuamente, posibilita la educación. Por el lenguaje hablado o escrito la reflexión se hace correflexión. La inclinación universal de los hombres a buscar juntos la verdad se hace efectiva.

El amor atrae al hombre hacia la mujer y a la mujer hacia el hombre y se establecen las relaciones familiares. Las familias relacionadas entre sí forman el tejido social. Los hijos nacen y crecen en un ámbito complejo, en el que por la convivencia, el amor, el juego, la amistad, la educación, el trabajo, desarrollan innumerables relaciones y con ellas su psiquismo 45. La unión diferencia. Cuanto más noblemente unidas y relacionadas están las personas entre sí, más son ellas mismas. Para encontrar la verdad de su ser, y personalizarse, el hombre necesita entrar en relación y comunión con los demás hombres.

Las grandes personalidades, los santos, los héroes, Ios sabios, los científicos, los técnicos, Ios filósofos, los juristas, los teólogos, los poetas, los místicos, los humanistas, todos son creadores privilegiados del progreso y colaboran, de manera eminente, a la subida de conciencia de la Humanidad hacia más verdad y hacia más bien.

Está claro que este progreso psíquico de la Humanidad, del que participan muchos de sus miembros, aunque en grados muy distintos, no se puede expresar por una línea recta ascendente. Se ha logrado por tanteamientos, éxitos, fracasos, errores, aciertos, virtudes y pecados.

Las mutaciones genéticas son muy raras. Las culturales frecuentísimas y no siempre correctas. No importa demasiado si la resultante es ascendente, y creemos que ciertamente lo es, aunque hay que apreciarla teniendo en cuenta la lentitud de todo lo evolutivo.

Contra lo que pensaba Leibniz que los hombres somos sistemas de mónadas cerradas «sin puertas ni ventanas», la realidad es exactamente lo contrario: el hombre es un ser abierto que tanto se personaliza cuanto es capaz de entrar en una múltiple relación de conocimiento y amor con sus semejantes. Así se ha desarrollado hasta ahora el psiquismo humano y así se desarrollará en el futuro.

Cabe hacerse la pregunta de hasta dónde o hasta cuándo continuará el desarrollo psíquico y cultural humano. Pero no es posible dar una respuesta definitiva. La Historia humana es obra de la libertad y la libertad es una aventura infinita e imprevisible. Sí parece claro que la civilización agrícola que comenzó en el Neolítico ha durado hasta el siglo XVIII y que, a partir de la Revolución industrial y de la Revolución francesa, hemos entrado en otra Edad que se llamará Edad de la industria, de la máquina, del petróleo, del átomo o de la electrónica46. ¿Cuáles serán las directrices decisivas que la Humanidad y el hombre tomarán en este tiempo nuevo? No podemos preverlo. Una cosa es cierta, que para que el hombre continúe el

  1. La experiencia de los niños-lobo de Midnapore demuestra que si el niño no convive con personas, no se desarrolla su psiquismo. Sobre ellos informa P. LAÍN ENTRALGO Teoría y realidad del otro, Madrid 1968. 141-145 y J. ROF CARBALLO, Cerebro interno y inundo emocional. Barcelona 1952, 212-214.

  2. Teilhard de Chardin cuenta que el famoso antropólogo francés I'Abbé Breuil le dijo un día, con su brusca intuición acostumbrada: «lo que nos agita en este momento, intelectualmente, políticamente, incluso espiritualmente es bien sencillo: acabamos de soltar las últimas amarras que nos retenían aún en el Neolítico», P. TEILHARD DE CHARDIN, Le phénonnene humain, Paris 1955, 237.

proceso de perfeccionamiento humano que ha comenzado es necesario que encuentre motivos definitivos para esforzarse, trabajar y luchar. Sólo así no perderá el gusto de vivir y será capaz de hacer progresar la Humanidad hacia más verdad y más bien. Para eso se hace indispensable la apertura hacia un Absoluto, un Tú último capaz de llevar a la plena personalización a todos los hombres, por ser Plenitud de Verdad y Plenitud de Amor, y con eso dar un sentido total a la vida.

Por lo demás, cuándo y cómo será el final de la aventura humana, únicamente Dios lo sabe. El mismo Jesucristo se mostró reservado ante este misterio. «De aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mt 24, 36).


6. El principio antrópico

Nos queda por exponer un tema de la más alta importancia para la correcta comprensión del hombre y su puesto en el cosmos. A partir de Galileo, y contra su intención 47 se introdujo en la cultura humana una ruptura entre ciencias de la Naturaleza y ciencias del hombre. Por lo mismo se distanciaron las que podríamos llamar cultura científica y cultura humanística, ruptura que más adelante ratificó Kant en sus Críticas. Pero el enorme desarrollo de las ciencias de la Naturaleza, ha hecho que cuando los verdaderos científicos llegan a los límites de su conocimiento acaben por hacer Filosofía, e incluso pisan los umbrales de la Teología 48. No puede ser de otra manera porque la persona inteligente no puede menos de preguntarse por el origen, las causas y el fin del universo y de la misma persona. El fenómeno comprobado de la evolución cósmica y biológica, aparentemente azarosa, ha obligado a muchos científicos a preguntarse por las razones últimas de la ortogénesis evolutiva, de sus condiciones de posibilidad, del porqué y el para qué de la biogénesis y, sobre todo, del cómo y el para qué de la antropogénesis.

Se ha hecho notar que si las condiciones iniciales hubiesen sido ligeramente distintas, y, sobre todo, si las constantes físicas no hubiesen sido cuidadosamente «seleccionadas» o, si en ellas se hubiese verificado una pequeña alteración, la vida no hubiese aparecido, o se hubiese destruido, o, al menos, no se hubiese logrado el hombre.

Esta problemática remite a un conjunto de cuestiones que se encierran bajo la denominación genérica de principio antrópico. La denominación fue introducida en 1974 por Brandon Carter 49. Este autor hizo notar que la estructura natural de los objetos cósmicos está en función de ciertas constantes de la Naturaleza de potencia muy alta, por lo cual una variación eventual, aun pequeña, en ellas habría significado tales variaciones en la estructura de conjunto que hubiesen hecho imposible el

  1. Cfr. sus famosas Cartas a Benedetto Castelli y a Cristina de Lorena, en las que reivindicaba la plena autonomía metodológica para la investigación de la Naturaleza, sin por eso desestimar el valor de la Filosofía y de la Teología.

  2. Cfr. S.L. JAKI, Dio e i cosmologi, Citté del Vaticano 1991.

  3. B. CARTER, en M.S. LONGAIR, (ed.) Confrontation of Cosmological Theories rvith Observational Data, Dordrecht 1974, 291-298. Últimamente también en J. LESLIE (ed.) Physical Cosmology and Philosophy, New York 1990, 125-133.

desarrollo de las formas biológicas y, consiguientemente, del hombre, con independencia de la capacidad de adaptación de tales formas al medio ambiente. Esto indica que la estructura biológica está en dependencia de una situación cosmológica universal, o, lo que es lo mismo, que la vida ha sido y es posible por una combinación constante y complicadísima de constantes de la Naturaleza, sin la cual no se hubiesen verificado las estructuras biológicas en el universo.

Algunas de estas constantes son: la velocidad de la luz que podría haber tenido un valor distinto del de 300.000 kms. por segundo que es el que tiene. Otra es el equilibrio de fuerzas gravitatorias según la conocida fórmula de Newton: los cuerpos se atraen en razón directa de sus masas e inversa del cuadrado de sus distancias. Otras constantes son la carga del electrón y la masa del protón, la magnitud de las cuatro fuerzas fundamentales, la velocidad de la expansión del universo y su variación con el tiempo y el espacio, etcétera 50. Un cambio en estas constantes hubiera destruido la posibilidad de la vida en la Tierra.

Hay otros hechos muy sorprendentes. Por ejemplo: La Tierra está situada justamente a una distancia del sol que posibilita la vida. Ni demasiado lejos, ni demasiado cerca. El centro del sol es un horno nuclear a 15 millones de grados. Una capa opaca de gases de 700.000 kms. de espesor, que es el radio solar, nos protege de esa radiación. Nos protege además la distancia: 150 millones de Kms. Más cerca, el agua se evaporaria, más lejos el agua se convertiría en hielo. En ambos casos la vida desaparecería. El hecho de que el planeta Tierra gire sobre su eje permite también que toda su superficie sea iluminada y calentada. La Luna ya no puede girar sobre su eje y por eso nos presenta siempre la misma cara, está en rotación sincrónica con la Tierra. Si estuviéramos más cerca del sol le pasaría lo mismo a la Tierra.

La Tierra tiene la masa precisa para retener la atmósfera. Si el planeta no tiene suficiente fuerza de gravedad la atmósfera se escapa al espacio. Marte ha perdido la atmósfera casi completamente y la Luna del todo. Si el planeta fuese demasiado grande tendría una atmósfera demasiado densa, formada por elementos gaseosos más abundantes. Los grandes planetas, como Júpiter y Saturno tienen atmósferas enormes de muchos miles de kilómetros de espesor pero están formadas casi exclusivamente por hidrógeno y helio, lo que imposibilita la vida.

Todavía podemos enumerar otras condiciones que hacen posible el equilibrio biológico: Casi una tercera parte de la masa de la Tierra es hierro. Ese hierro se acumuló en el centro de la Tierra. Una parte permanece en estado líquido y aunque está a miles de kilómetros de profundidad, es conductor de electricidad y produce el campo magnético de la Tierra. Ese campo magnético nos protege de los rayos cósmicos que vienen del espacio, principalmente partículas eléctricamente cargadas que tienen energías muy altas. De no existir el núcleo de hierro líquido, sólo habría vida en los océanos donde el espesor del agua protegería a los seres vivientes de la radiación cósmica.

50. Sobre la combinación de estas constantes según el principio antrópico, J. LESLIE. The Prerequisites for Lift in Our Universe en G.V. COYNE, M. HELLER, J. ZYCINSKY (ed.) Newton und the New Direction in Science, Cittá del Vaticano 1988.

El planeta tiene que girar, además, con velocidad adecuada. Si un planeta gira muy lentamente las desigualdades de temperatura del día a la noche son enormes. Venus que tiene la misma masa que la Tierra tarda 240 días en dar una vuelta sobre su eje. Si tuviese una atmósfera como la terrestre sería de calor o frío extremados que hartan imposible la vida. Si la Tierra girase demasiado aprisa tampoco permitiría un equilibrio de temperaturas; se formarían vientos muy violentos y temperaturas inadecuadas.

Todavía hay otro dato importante: El eje de giro de nuestro planeta no es perpendicular a su órbita sino que está inclinado 23,5°. Gracias a esta inclinación la temperatura de la Tierra es mucho más uniforme. Si la Tierra tuviese el eje de su giro perpendicular a su órbita, como Venus o Júpiter, en el ecuador brillaría siempre el sol de manera perpendicular y la zona tropical sería una barrera abrasada y árida, los polos estarían totalmente helados, y habría una zona templada en el hemisferio norte y otra en el hemisferio sur separados por una franja infranqueable. Serían como dos planetas. Gracias a que el eje está inclinado, cambia el ángulo del sol según las estaciones y se mantiene una temperatura con márgenes de pequeña diferencia.

Todos estos datos y otros que se podrían acumular no pueden menos de producir la admiración y la intuición de que tantas convergencias son indicadores de un proyecto teleológico: la evolución cósmica buscaba la vida y la vida el hombre.

Cabe, pues, una pregunta: ¿Ha sido pretendido un universo y un proceso tan complejo y tan enorme para que se produjera en este punto insignificante que es la Tierra, un equilibrio tal de elementos, de fuerzas y de leyes constantes que hiciera posible la vida y, en el tronco vital, el hombre inteligente? Parece que hay que concluir que sí y que no es probable que se hayan conjugado tantos factores en otro punto. Al menos no tenemos ninguna noticia cierta de ello.

B. Carter ha formulado el principio antrópico de dos maneras una «débil» y otra «fuerte», el «principio antrópico débil», expresa sencillamente el hecho de que la combinación de las constantes de la Naturaleza reconocidas experimentalmente es una condición sine qua non de la vida y, gracias a ello, nosotros podemos observar tal combinación porque sin ella no existiríamos. El «principio antrópico fuerte» es más audaz y asume un carácter filosófico: Afirma que el hombre observador del mundo es el término final buscado y logrado por el conjunto de elementos y constantes ya dichas, en tal manera que él confiere un sentido a la evolución cósmica. Queriendo parafrasear a Descartes, B. Carter afirma: «Cogito, ergo rnundus est». Esto significa, sencillamente, que la presencia del hombre inteligente en el Cosmos no es un hecho fortuito sino buscado y pretendido por la evolución.

Es claro que la comprensión de la finalidad supera los límites de una rigurosa metodología científico-natural. Pero una vez más tenemos que recordar la legitimidad del método que, partiendo de los datos y fenómenos naturales, es capaz de leer aquello que de inteligible hay en lo sensible. Es el método científico-filosófico. Es científico-filosófico leer la finalidad en los datos empírico-sistemáticos de la evolución. Tenemos que preguntarnos si el hombre no es el centro del universo y si este universo no está hecho precisamente para el hombre que se adueña de él en la medida que le conoce, y sólo él le conoce! Sin la vida, sin el hombre, ¿qué valor, qué significado tendría el universo? ¿Cómo no ver ahí la prueba de un Ser Supremo, Dios, que ha puesto en la existencia una materia dotada de unas fuerzas perfectamente seleccionadas y programadas para que, en un momento determinado, pudiese aparecer el hombre inteligente?

Dos científicos ingleses, J.D. Barrow y F.J. Tipler, van más lejos aún, y se atreven a proponer lo que llaman un «principio antrópico terminal» 51. Quieren decir lo siguiente: si todo ha sido programado para que los seres inteligentes llegaran a la existencia en un momento determinado de la evolución, y después esta vida inteligente desaparece totalmente, se hace inexplicable por qué ha llegado a la existencia este ser inteligente que llamamos hombre. La evolución, usando un lenguaje antropomórfico, ¿se habría esforzado por poner al hombre sobre la Tierra, para después destruirle y aniquilarle? Es impensable, porque sería absurdo. De ahí que Barrow y Tipler formulen así el principio antrópico: «En el universo debe llegar a la existencia una inteligente elaboración de la información, pero una vez llegada a la existencia, no morirá jamás» 52. La escatología humana encuentra así una base empírica.

Si en el proceso reflexivo no se alcanzan estas dimensiones metafísicas sobre el Cosmos y el hombre, el estudio de los orígenes y desarrollo de la materia y de la vida, la acumulación de datos y leyes, la clasificación de los animales, etc. resultan insatisfactorias por insuficientes. El hombre quiere saber quién es y qué puesto ocupa en el Cosmos. Sin una Antropología metafísica que lea la realidad hasta sus últimas estructuras y busque el sentido y el valor de ellas, todo el enorme esfuerzo científico humano sería baldío. La mente humana no se aquieta si no busca y encuentra las últimas razones y el sentido. Prohibírselo es frustarla radicalmente. El científico-naturalista no puede negarse a seguir pensando y llegar a científico-filósofo, pasar de la Fenomenología a la Metafísica. Si lo hace podrá conocer que la existencia del universo y del hombre son una participación del misterio del ser y que el hombre, aunque hecho «del polvo de la tierra», no puede ser reducido a la materia de la que están formados todos los demás seres.

Al llegar aquí viene al recuerdo el salmo hebreo: «Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la Tierra [...]. Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Le hiciste poco inferior a los ángeles, le coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies» (Salmo 8).

  1. Cfr. J.D. BARROW - F.J. TIPLER, The Anthropic Cosrnological Principie, Oxford 1986.

  2. Citado en S. MURATORE, S.I., Antropocentrismo cosmologico e Antropocentrismo teologico, La Civiltá Cattolica, (1992/I1I), 240. En este artículo nos hemos inspirado para algunas de las reflexiones del presente párrafo. Cfr. también G.V. COYNE, A. MASANI,11 principio antropico pella scienza cosmologica. La Civiltá Cattolica, (1989/111), 16-27. Otra bibliografía sobre el principio antrópico puede ser: A. MASANI,1l principio antropico, en G.V. COYNE, M. SALVATORE, C. CASACCI (ed.) L'uomo e l'universo. Omaggio a Pierre Teilhard de Chardin, Cittá del Vaticano 1987, 4ss.; S. MURATORE, 11 principio antropico tra scienza e nietafisica 1,1I, II1, Rassegna de Teologia 33 (1992), 21-48; 177-197, 216-300; J.M. ALONSO, Introducción al principio antrópico, Madrid 1989. Últimamente ha estudiado breve pero densamente este tema M. CARREIRA, El principio antrópico, en El hombre en el cosmos, Cuadernos Fe y Secularidad, n° 37, Madrid. Universidad Comillas, 1997

CARLOS VALVERDE
Antropología Filosófica
Valencia 2005, pág. 77 ss.