Acceso a la existencia de Dios mediante la Libertad

Por Carlos Cardona



La libertad participada

En un sugestivo pasaje de su Diario (VIII A 181, trad. it. Morceliana, Brescia 1980), Kierkegaard sostiene que la existencia de seres libres, de los hombres, postula necesariamente la existencia de Dios (sería una vía para esa prueba, seguramente reductible a la IV de Santo Tomás). Sólo la Omnipotencia puede producir seres libres. Cuanto más perfecta es una causa, tanto más autónomos son sus efectos, más les participa su propia perfección, también causal: así los padres que de tal modo educan a sus hijos, que les hacen capaces de valerse por sí mismos; así el maestro que no sólo hace discípulos, sino maestros.

Todo defecto de causalidad genera dependencia (en toda relación afectiva y educativa esto habría de tenerse muy en cuenta). Por eso sólo la Omnipotencia puede crear, de la nada poner seres que son en sí mismos y de alguna manera por sí mismos, y no como algo del Ser que los causa. Sólo la Omnipotencia puede crear seres libres, independientes en su hacer, causa sari. E1 filósofo danés lo razona también mostrando que sólo la Omnipotencia puede dar sin perder, sin necesidad de recuperarse luego con la propiedad de lo dado; por tanto realmente dando, regalando. La teología católica ha sostenido siempre que la creación no origina en Dios ninguna relación real a la criatura: en Dios es excedencia trascendente, no determinación ni previa ni consecuente. (...) Así, sólo Dios puede libremente crear seres libres. Y sólo en la medida en que se participa de la perfección divina se puede dar libertad.

Pero esa libertad creada no es una libertad errante. Siendo la libertad autodeterminación radical, posición total del propio acto, sólo Dios, el Ser absoluto, es absolutamente libre, por perfecta identidad de su ser y su actuar, sin que nada de lo que posee y le constituye le haya sido determinado por otro (STO. TOMÁS, S. Th. I, q. 18, a. 3), En la criatura hay distinción real entre esencia y acto de ser, entre la esencia y las potencias, entre el ente y su operación (aunque no distinción como entre cosa y cosa, sino como entre componentes metafísicos de la misma totalidad unitaria). La libertad creada necesita una causa final, un porqué, un sentido; no se basta a sí misma. Siendo efecto del amor divino, se realiza plenamente amando el Amor que es su causa.

El hombre no es perfectamente libre: su conocer y su querer son participados, limitados, imperfectos, no idénticos con sus objetos respectivos. El mal y el error corresponden a esa limitación, a la inevitable imperfección de una libertad creada, aunque no como necesidad, sino sólo como posibilidad de deficiencia. Como decían ya San Anselmo y Boecio, poder querer el mal (la nada relativa, la privación) no es de la esencia de la libertad ni parte de ella; aunque en la criatura sea su signo, signo de una libertad deficiente, en cuanto que de suyo procede de la nada. Cuando el hombre —en la medida en que le sea dado— identifica su conocer con el conocer divino, y su querer con el divino querer, su libertad adquiere plenitud; disminuyendo, en cambio, en la medida en que diverge. No se puede confundir la libertad con la noción de una independencia absoluta, porque en ese caso la libertad divina sería imparticipable Dios no hubiese podido crear seres libres, y sin embargo, efectivamente, los ha creado. La libertad se cumple como libertad en el amor del Bien, en el amor del Amor. La capacidad infinita de querer que la libertad implica, se pone como tal libertad, sólo amando libremente el Bien infinito, de modo incondicionado; de lo contrario se frustra como tal libertad.

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