¿La
Metafísica es una ciencia?
1.-
La Metafísica es propia y verdaderamente ciencia.
Definición de la Metafísica.
Explicado
ya el objeto de la Metafísica, nos será fácil exponer su noción esencial;
pero como la esencia y la unidad de una cosa o se identifican o están
intrínsecamente unidas, deberemos explicar al mismo tiempo su unidad, sobre
todo tratando como tratamos de la unidad específica, pues sobre la numérica no
hay discusión posible ya que es evidente que en los diversos individuos esta
ciencia se multiplica numéricamente como cualquier otro accidente. Asimismo es
indudable que en un mismo individuo no se multiplica respecto de los mismos
objetos; ahora, el si respecto de diversos se distingue o no, y por consiguiente
se puede o no multiplicar en el mismo individuo, es problema cuya solución
está supeditada a la cuestión anterior de la unidad específica o esencial.
Y
como esta unidad queda exactamente declarada por el género y la diferencia -la
especie se compone en efecto del género y la diferencia- suponemos, ante todo,
que la Metafísica es verdadera y propiamente ciencia, cosa cierta y por sí
misma evidente como lo enseñó Aristóteles al principio de la Metafísica
y en otros muchos pasajes, y se deduce además de la definición de ciencia
expuesta en el lab. 1 de los Analíticos Posteriores y en el lab. 6 de
la Ética, cap. 3, a saber: que ciencia perfecta y «a priori» es el
acto cognoscitivo o hábito que nos proporciona un conocimiento cierto y
evidente de las cosas necesarias por sus propios principios y causas; caracteres
todos que se realizan en la Metafísica en sí misma considerada y por razón de
su objeto y así no hay duda que en sí misma considerada sea ciencia, aunque
tal vez en nosotros ni siempre, ni bajo todo concepto, llegue al grado y
perfección de ciencia. Consta, por lo tanto, que pertenece al género de
ciencia.
Más
aún, de lo dicho podemos además deducir fácilmente que pertenece al género
de ciencia especulativa, como lo dice Aristóteles en el lab. 1 de la Met.,
cap. 2, y en el lab. 2, cap. 1, porque estudia temas especulativos en grado sumo
y no orientados a la práctica, lo cual declararemos mejor más adelante al
explicar sus atributos.
Finalmente,
lo antes expuesto nos demuestra también que es esencialmente distinta de las
demás ciencias especulativas y reales, como por ejemplo de la filosofía y las
matemáticas; de donde se sigue que tiene como tal cierta unidad, que le
proviene del objeto que acabamos de estudiar. Bajo este aspecto se puede definir
la Metafísica como la ciencia que contempla al ente, en cuanto ente, o en
cuanto prescinde de materia según el ser.
2.-
¿Es la Metafísica una en especie subalterna o en la especie ínfima?
El
problema, pues, por resolver se reduce a lo siguiente: ¿esta unidad es
genérica o específica, y consiguientemente la diferencia tomada de la
relación al objeto total antes determinado, es subalterna de modo que bajo ella
puedan asignarse otras específicas, o es indivisible y última?
Muchos
se inclinan a lo primero; y su opinión puede fundamentarse ante todo en que en
el objeto que hemos establecido pueden señalarse varias abstracciones: en
primer lugar está el doble prescindir de la materia según el ser o
necesariamente o sólo permisivamente, lo cual parece bastar para variar la
especie, del objeto cognoscible como tal, y consiguientemente también la
ciencia. Después, entre las cosas que existen necesariamente sin materia,
parece que a lo menos la abstracción de Dios, acto totalmente puro y que
prescinde de toda composición aun Metafísica, es muy distinta de la
abstracción de las otras inteligencias, que aunque carecen de materia con todo
son compuestas y tienen atributos muy diversos. Se pueden, pues, colocar bajo la
unidad general de la Metafísica por lo menos tres ciencias distintas en
especie: una que se ocupe del ente en cuanto ente y que a lo más descienda
hasta los conceptos comunes de substancia y accidente y a los nueve géneros que
bajo ellos se contienen; otra que trate de las inteligencias creadas, y otra que
solamente se ocupe en la contemplación de Dios. Porque así como en Él sólo
consiste la felicidad natural, parece que se ha de dar alguna ciencia natural
que según su noción última y específica estudie a Dios sólo.
Ni
faltará tal vez quien divida esta ciencia en diversos miembros según los
diversos grados de abstracción en los mismos conceptos comunes de ente en
cuanto ente, o de substancia en cuanto substancia, y así de otros.
- 3 -
En
segundo lugar, argumento de este modo: si esta ciencia es una, lo será
principalmente cuanto al hábito de formar juicio resultante de sus actos en la
mente. En efecto, es cierto que las especies inteligibles de que hace uso esta
ciencia son muchas y no sólo una; asimismo consta que sus actos son muchos y
variados, ni sólo numérica sino también específicamente diferentes, porque
¿quién dudará que es muy diverso el acto por el que formamos este juicio:
«todo ente es uno» o «la unidad es una afección del ente», que el que nos
sirve para formar este otro juicio: «las inteligencias son individuales», u
otro parecido? Por consiguiente, si se puede hablar de unidad específica en la
Metafísica, es únicamente en relación al hábito de formar juicios. Ahora
bien, tampoco en relación a él se da; luego, de ninguna manera se da.
Prueba
la menor el que si este hábito fuera uno específicamente, sería o totalmente
simple en su entidad respecto al objeto (pasamos por ahora en silencio la
composición que podrían hacer de la intensidad sola o de la radicación en un
sujeto) o una cualidad compuesta; y ninguna de estas dos hipótesis parece ser
admisible.
La
primera, porque como el hábito de la Metafísica prepara para juicios tan
diversos y cosas tan distintas, no se ve que habiendo de conmensurarse a esos
mismos actos pueda tender a todos ellos o llevarlos a cabo por una misma y
simple cualidad.
- 4 -
Otra
demostración de esto se podría construir así: el hábito de la Metafísica se
adquiere primeramente por un acto que versa en un objeto, por ejemplo, en esta
conclusión: «todo ente es verdadero» u otra semejante; después se aumenta
por otros actos y se extiende, a otras conclusiones muy diversas, y en este
aumento es necesario que se la añada alguna realidad o entidad ya que no es
posible entender un aumento real sin una adición real. Ahora bien, esta
adición no basta que sea una mera intensificación, porque el aumento no
procede solamente de una diferente participación del sujeto gracias a una
radicación cada vez mayor de la misma forma en él, sino también de parte del
hábito por un mayor acercamiento al objeto; por consiguiente, se requiere una
adición que afecte al mismo hábito y que le añada algo con lo cual abarque un
nuevo objeto y una nueva conclusión, doctrina claramente expuesta por Santo
Tomás al hablar de los hábitos en general, Suma Teológica, 1, 2,
cuest. 52, art. 1 y 2. Luego, no puede este hábito considerado en relación a
toda la extensión de su objeto, ser totalmente simple.
El
que no pueda ser compuesto y al mismo tiempo verdaderamente uno
específicamente, se prueba ante todo porque lo primitivamente adquirido en el
hábito por un acto de una especie y lo añadido después por otro acto
específicamente distinto, difieren también específicamente; luego, de su
unión no resultará un hábito específicamente uno. El antecedente es claro,
porque los actos generadores son específicamente distintos e inclinan a actos
correspondientemente distintos específicamente; además, la razón para
establecer una distinción entre los actos segundos es la misma que hay para
establecerla entre las inclinaciones que perduran al modo de acto primero, y que
tienden a actos semejantes a los que las han producido, siendo, por lo tanto,
proporcionadas y acomodadas a ellos; finalmente, si no existiese una distinción
específica entre las dos cosas dichas, tampoco la numérica sería necesaria,
bastando un aumento meramente intensificativo.
En
cuanto a la consecuencia anterior se prueba porque de dos cualidades
específicamente distintas no puede formarse una cualidad de una sola especie.
- 5 -
A
esto último se podría objetar que las dos cualidades componentes no se
diferencian en especie totalmente sino de un modo parcial y que así de ellas
podría resultar una cualidad íntegra, simplemente una, como de partes
heterogéneas. Pero la realidad es todo lo contrario: pregunto, en efecto,
¿qué tipo de composición es éste? O es por una real y verdadera unión de
esas cualidades (que se llaman parciales) no sólo en el mismo sujeto, sino
también entre sí; o es por la mera unión en el mismo sujeto. Y ninguna de las
dos cosas se puede admitir. La primera, porque no se ve cómo se puede entender
o explicar satisfactoriamente; efectivamente, ¿qué clase de unión sería
ésa? Hay dos posibilidades: primera, que se unan por inmediata conjunción, y
esto es absurdo porque tal unión no se verifica sino entre cosas que guardan
entre sí una relación de potencia a acto, o de forma a materia, o de accidente
a sujeto, o de término a terminable; ahora bien, en este caso los dos hábitos
no guardan entre sí ninguna de las proporciones enumeradas, lo cual se deduce
con evidencia de que cada uno se orienta por sí mismo a su objeto y no necesita
ninguna otra cosa que le sirva de término o que lo ponga en acto. Otra
posibilidad sería que se uniesen por una especie de continuación en un
término común como se cree que se unen los grados de intensidad, pero esta
clase de unión es también muy difícil de entender. Porque, en primer lugar,
sería necesario señalar algún término indivisible, en que se unieran las dos
cualidades, cosa al parecer imposible ya que ese término también debería
orientarse hacia un objeto, pero no puede orientarse hacia ninguno porque ni
tiende al mismo tiempo hacia los dos objetos de los hábitos parciales o de los
actos que los engendraron, ni hay razón alguna para que tienda más a uno que a
otro, ni se puede imaginar un nuevo objeto a que tienda siendo así que ningún
otro es conocido o juzgado por esos actos.
Además,
en los actos no se puede buscar tal unión, ni tal término indivisible en que
se unan; de lo contrario todos los actos de la Metafísica podrían juntarse en
uno solo y unirse realmente, lo cual es ininteligible; por consiguiente, tampoco
en el hábito se encuentra tal unión, ya que nada puede estar en el hábito sin
estar en los actos. Ahora bien, si los actos no están entre sí unidos, no
tienen de dónde ni con qué llevar a cabo esta unión.
Estas
razones valen aun en el caso de suponer los dos hábitos particulares de la
misma naturaleza y especie. Si difiriesen en especie, se podría añadir una
cuarta razón, a saber, que las cosas que se diferencian en especie no pueden
por sí mismas ser continuas, ni tener un propio término común.
- 6 -
Y
sí para evitar estas dificultades se afirmara que esas cualidades sólo
componen un hábito por la reunión en el mismo sujeto, se seguiría: primero,
que no habría verdadera unidad en esta ciencia sino sólo accidental gracias al
sujeto, sobre todo si estas cualidades -como parece más probable- se distinguen
en especie; segundo, que de todos los hábitos de las ciencias se formaría una
sola ciencia por la reunión en el mismo sujeto.
- 7 -
En
los argumentos propuestos se agitan dos dificultades o problemas. El primero
-¿es la Metafísica una sola ciencia específicamente?- es propio
y
peculiar de este lugar. El segundo -¿es una cualidad simple o compuesta en
cuanto abarca diversos objetos?- es general y en la misma forma se presenta en
todas las ciencias y en casi todos los hábitos adquiridos.
8.-
Diversas opiniones.
Sobre
el primer problema, que es propio de este lugar, algunos piensan que la
Metafísica no es una sola ciencia específica sino genéricamente, y que por lo
menos incluye en sí las tres especies ya dichas, a saber: la que trata de Dios,
que prescinde totalmente de la materia y de todo rastro de materia -así podría
denominarse toda composición- y de toda mutación y cambio; la que trata de las
inteligencias creadas que si bien no prescinden de todo cambio ya sea local, ya
intelectual y volitivo, prescinden sí, intrínseca y esencialmente de la
materia y del movimiento físico; y la que trata del ente, que sólo por
abstracción prescinde de materia según el ser.
Por
otra parte esto no contradice la división de las ciencias especulativas
propuesta por Aristóteles en física, matemáticas y Metafísica, porque tal
división no es en últimas especies, sino en subalternas, como consta por el
caso de las matemáticas que contienen en si diversas ciencias.
9.
-La Metafísica es una sola ciencia específicamente.
Con
todo debemos afirmar -con la opinión más común- que la Metafísica es una
sola ciencia específicamente.
Ésta
parece ser la mente de Aristóteles en todo el Proemio, o cap. 1 y 2,
lab. 1, de la Metafísica, donde habla de esta ciencia como de una
especie y a ella, como si fuese una sola e idéntica, atribuye nombres y
propiedades que en parte le convienen según que se ocupa de Dios y de las
inteligencias -por ejemplo el de teología o ciencia de Dios, y primera
filosofía- y en parte según que se ocupa del ente en cuanto ente y de sus
primeros atributos y principios -por ejemplo el de ciencia universal y
Metafísica. Y por abrazar todo esto y contemplar los primeros principios y las
causas últimas de las cosas, la llama «sabiduría».
Además,
en el lab. 4, donde parece tratar expresamente del objeto de la Metafísica,
afirma que es una y que estudia todas las cosas en cuanto prescinden de materia;
y tanto del raciocinio que construye para demostrarlo como del modo de
proponerlo, se deduce claramente que afirma que es una específicamente. Fuera
de que a menudo dice indiferentemente que el ente en cuanto ente es su objeto
total, y que su parte principal es la substancia o bien como tal, o bien la
inmaterial y primera, v, gr., en el lab. 4, c. 2 y 3, y lab. 7, c. 1; y en el
lab. 12, donde expone la doctrina sobre Dios y las inteligencias y añade que
ella es la parte principal de esta ciencia, hacia la cual en cierta manera se
orientan las demás.
Finalmente,
en el lab. 6, cap. 1, y en el lab. 11, c. 6, establece que la prescindencia de
la materia según el ser, constituye la razón formal adecuada bajo la cual se
considera el objeto de la Metafísica. Ahora bien, si la ciencia que trata del
ente en cuanto es ente, se distinguiese de la que trata del ente inmaterial y en
la realidad separado de materia, no participaría propia y perfectamente de una
prescindencia de este tipo, ni trataría de las primeras causas de las cosas, ni
tendría las demás características que Aristóteles atribuye a la Metafísica.
Casi
con el mismo argumento concluye Santo Tomás, Suma Teológica, 1, 2,
cuest. 57, art. 2, que la sabiduría natural es solamente una, mientras que los
hábitos de las demás ciencias son muchos; unidad que es necesario interpretar
en el sentido de unidad específica, pues genéricamente también las otras
ciencias gozan de unidad. Ahora bien, esta sabiduría no es otra cosa que la
Metafísica, ni se puede decir que solamente merece el nombre de sabiduría
aquella parte o sumo conocimiento de la Metafísica que trata de Dios, porque
ella tomada así aparte, no considera los primeros principios comunes a todas
las ciencias, ni los confirma y robustece, cosa que es una de las propiedades de
la sabiduría. Y asimismo la primera parte de la Metafísica que estudia al ente
como tal, no considera en cuanto tal todas las causas más elevadas, y, por
consiguiente, sola tampoco realiza el concepto propio de sabiduría. Es, por
tanto, necesario que una misma ciencia abarque todas estas cosas.
Idénticamente
se expresa Santo Tomás en el comentario a los lugares citados de Aristóteles y
principalmente en el prólogo de la Metafísica, y lo mismo sienten los
demás expositores antiguos y modernos.
- 10 -
La
razón en que se basa esta manera de ver es que no hay ningún fundamento para
esta multiplicación de las ciencias; y, por otra parte, todas las cosas que se
tratan en Metafísica están tan unidas entre sí que resulta embarazoso
atribuirlas a diversas ciencias, sobre todo teniendo en cuenta que por razón de
la misma abstracción todas son cognoscibles bajo el mismo respecto. Así,
aunque Dios y las inteligencias en sí mismas consideradas parezcan estar
colocados en un grado y orden más elevado, sin embargo, en cuanto entran en el
campo de nuestra investigación, están inseparablemente unidos a la
consideración de los atributos transcendentales.
Como
confirmación se puede aducir también que la ciencia perfecta de Dios y de las
substancias separadas, nos proporciona el conocimiento de todos los predicados
que en ellos se encuentran y por consiguiente también el de los predicados
comunes y transcendentales; razón que no vale en el caso de las ciencias
inferiores, por ejemplo, de la filosofía, que aunque considera la substancia
material, sin embargo, no por eso estudia los predicados comunes y
transcendentales que en ella se encierran, ya que siendo una ciencia inferior no
puede pretender conocer los predicados más abstractos y difíciles sino que ha
de suponerlos conocidos mediante otra ciencia superior. En cambio, la ciencia
que trata de Dios y de las inteligencias, como es la suprema de todas las
naturales, no supone nada conocido mediante otra ciencia superior, y en sí
misma incluye cuanto es necesario para el conocimiento perfecto de su objeto, en
la medida que esto es posible con la luz natural; por consiguiente, la misma
ciencia que trata de estos objetos especiales, considera al mismo tiempo todos
los predicados que les son comunes con los demás, ahora bien, esto es
precisamente el contenido total de la Metafísica; luego ella es una sola
ciencia.
11.-
Respuesta a la primera objeción.
Y
con esto queda resuelta la primera objeción que al principio proponíamos:
hemos, en efecto, explicado cómo el que la prescindencia de la materia según
el ser sea la llamada permisiva o la necesaria no varía específicamente la
categoría del objeto cognoscible, tanto por la conexión ineludible que une
tales cosas y predicados entre sí, como por pertenecer al mismo orden de
ciencia y certidumbre.
Además,
esa diversidad de prescindencia se encuentra sólo en las diversas
representaciones lógicas, y una diversidad de este tipo, si no se le añade
otra razón de más fuerza, no basta para fundamentar una diversidad de
ciencias; de lo contrario, las ciencias se multiplicarían proporcionalmente al
número de predicados comunes abstraíbles de los inferiores, y habría tantas
ciencias específicamente distintas cuantas especies de cosas; lo cual, por lo
general, no se admite.
12.-
¿Es un solo hábito la Metafísica?
A
la segunda objeción, no podemos aquí responder expresamente, porque -como ya
he dicho- el problema que en ella se agita es común a todas las ciencias, y tal
vez más abajo al tratar de la cualidad lo examinaremos. Entretanto, digo
brevemente que me parece muy difícil querer defender que el hábito de la
Metafísica es una cualidad simple, o de tal modo compuesta que resulte de las
varias entidades parciales unidas entre sí con una unión real y verdadera;
dificultad que salta inmediatamente a la vista con todo lo que se propuso en el
argumento demás arriba. Por esto, es mejor decir que está ciencia consta de
cualidades o hábitos parciales, de los cuales se puede afirmar que forman una
sola ciencia no por la mera agregación accidental resultante de la adherencia a
un mismo sujeto, sino por esa especie de subordinación y dependencia que entre
ellos se establece en relación al objeto en que se ocupan, que es el mismo; no
hay, en efecto, ninguna necesidad de que en todas las cosas se encuentre
idéntico tipo de unidad. Si ahora alguno preguntase qué clase de
subordinación y dependencia es ésta, se le puede responder que consiste en la
relación a un mismo objeto, el cual incluye ciertamente cosas diversas y
presenta distintas propiedades demostrables, pero de tal manera conexas entre
sí que el avance científico en unas depende del de las otras y el conocimiento
de unas ayuda al de las otras bajo el mismo tipo y modo de saber y ciencia. Pero
todo esto, como dije, requiere un examen y discusión más detenidos, que
reservaremos para su propio lugar.
Función,
fin y utilidad de la Metafísica
1.-
Causa material, formal y eficiente de la Metafísica.
Explicada
ya la esencia y el objeto de la Metafísica, sería conveniente decir algo sobre
sus causas, pero como sobre las causas material, formal y eficiente no se ofrece
nada propio y particular, explicaremos solamente lo referente a la causa final.
En efecto, la causa material de esta ciencia no es otra que su sujeto, es decir
el entendimiento, a no ser que alguno quisiera reducir a la causa material la
materia en que se versa -materia que se identifica con el objeto de la ciencia
del cual ya hemos hablado bastante.
Lo
mismo, siendo esta ciencia una forma, no tiene causa formal propia, sino
únicamente su esencia o razón formal; tiene además el objeto, que en cuanto
le determina su especie puede afirmarse en cierta manera que es forma, por lo
menos extrínseca.
Finalmente,
siendo ciencia adquirida resulta de sus propios actos como de causa próxima
eficiente, y en esto no hay nada especial fuera de lo que le es común con los
demás hábitos adquiridos.
Por
tanto, restan por explicar el fin y la función de esta ciencia; asuntos ambos
en el caso presente tan unidos que podríamos decir ser uno mismo. Ahora bien,
como hábito la Metafísica existe para esa su operación que inmediatamente
produce, pues esta es una característica común a todo hábito y el de esta
ciencia no tiene nada de particular que requiera nueva aclaración. En cambio,
sobre su misma operación o acto debemos estudiar de qué clase es y qué fin
tiene, con lo cual se nos mostrará cuál es la necesidad o utilidad de la
Metafísica.
2.-
Fin de la Metafísica.
Afirmo
ante todo que el fin de esta ciencia es la contemplación de la verdad por sí
misma. Así lo enseña Aristóteles en el lab. 12 de la Met., c. 2, y
en el lab. 2, c. 1, donde lo prueba en primer lugar «a priori», porque la
ciencia que trata de las primeras causas y principios de las cosas y de todo lo
más digno, es la que en grado más elevado existe para el conocimiento de la
verdad y para sí misma, ya que su objeto es el más susceptible de estudio y
aquel cuyo conocimiento es el más apetecible; ahora bien, la Metafísica se
ocupa del conocimiento de las cosas y de las causas más altas, como consta por
lo dicho acerca de su objeto; luego, ella es la ciencia que en grado más
elevado existe para sí misma y para el conocimiento de la verdad.
En
segundo lugar, porque la Metafísica no busca el conocimiento de la verdad con
miras a la acción; por consiguiente, la busca por sí misma, ya que entre ambas
posibilidades no se da medio. El antecedente lo prueba Aristóteles con un doble
signo: primero, el hecho de que los hombres dieran los primeros pasos en esta
ciencia movidos por la admiración y la ignorancia de las causas, y
consecuentemente la estudiaran por el conocimiento, y no en orden a ninguna otra
actividad; segundo, que los hombres se entregaran a esta ciencia cuando ya
disponían de todo lo necesario para la vida, y, por tanto, no lo hicieran para
sacar alguna utilidad distinta, sino sólo para evitar la ignorancia, y en
consecuencia por el conocimiento mismo de la verdad.
En
tercer lugar, nosotros podríamos añadir como razón, que toda ciencia
orientada en su conocimiento hacia el obrar, se ocupa inmediatamente de las
cosas que el hombre puede hacer; pero la Metafísica no trata de tales cosas,
sino de los entes más nobles, y de las nociones más universales y más
abstractas.
- 3 -
Pero
si se examina todo esto como es debido, tanto la tesis enunciada como lo que en
su confirmación se adujo tomado de Aristóteles, es común a la Metafísica con
todas las ciencias especulativas, y sobre todo con la filosofía de la
naturaleza, y así de los argumentos expuestos infiere rectamente Aristóteles
que la Metafísica no es ciencia práctica, sino especulativa, pues no se
orienta inmediatamente al obrar, sino que se detiene en el conocimiento de la
verdad, cosa que -como dije- le es común con toda la filosofía de la
naturaleza. Y por esto, para que la aserción propuesta declare el fin propio de
esta ciencia, se ha de sobreentender que ella existe para el conocimiento de las
verdades que se pueden demostrar acerca del ente como tal y de las cosas que
prescinden de materia según el ser. De manera que su fin es declarar la
naturaleza, propiedades y causas del ente en cuanto tal, y de sus partes en
cuanto prescinden de la materia según el ser.
- 4 -
Y
de aquí se deduce la primera necesidad o utilidad de esta ciencia, a saber:
perfeccionar al entendimiento -por así decirlo- en sí mismo y mediante las
cosas más perfectas y las nociones más dignas de ser conocidas. El
entendimiento humano, en efecto, aunque reside en el cuerpo y por eso necesita
de la ayuda de los sentidos y de la imaginación, en sí mismo es espiritual y
tiene potencia para percibir todas las cosas aun las espirituales y divinas,
razón por la que Aristóteles lo llamó «en cierto modo divino», lab. 1 Sobre
el Alma, text. 82. A este entendimiento, pues, la filosofía de la
naturaleza parece perfeccionar en cuanto se sirve de los sentidos y estudia lo
sensible; las ciencias matemáticas, en cuanto de algún modo prescinde de la
experiencia de los sentidos externos, pero depende todavía de la imaginación o
fantasía; y la Metafísica, finalmente, en sí mismo, prescindiendo -cuanto en
un cuerpo es posible- de los sentidos y de la fantasía, contemplando lo
espiritual y lo divino, y las nociones y principios comunes a todas las cosas, y
los atributos generales de los entes que ninguna ciencia inferior considera.
- 5 -
En
segundo lugar, hemos de afirmar también que la Metafísica, a más de ser por
sí misma conveniente, es muy útil para la perfecta adquisición de las otras
ciencias. Esta tesis está tomada de Aristóteles, lab. 1 de la Met.,
c. 2, y lab. 3, c. 2, donde entre otras propiedades de la sabiduría pone el que
las demás ciencias le sirvan y a ella se sometan, rigiéndolas -dice
Aristóteles- no con un imperio práctico -cosa que más bien pertenece a la
prudencia o a las ciencias morales-, sino con una dirección especulativa; y
añade, que tal es la Metafísica respecto de las otra ciencias, porque discute
de lo más elevado y de las primeras causas de las cosas, y del fin último y
del sumo bien. Además, en el lab. 1 de los Analíticos Posteriores, c.
7, agrega que la Metafísica es la única que estudia los primeros principios de
las otras ciencias. De dos clases, en efecto, son los principios de las
ciencias, según se enseña en el mismo libro, c. 8; unos propios, que explica
cada ciencia particular; y otros comunes a muchas o mejor a todas las ciencias,
porque todas se valen de ellos en el grado que su objeto lo requiere y en cuanto
de ellos dependen sus demás principios particulares, como asevera el filósofo
en el lugar citado, y en el lab. 4 de la Met., text. 7.
Estando,
pues, todas las ciencias en gran parte supeditadas a estos principios, se sigue
necesariamente que la Metafísica es la que las ha de llevar a su máxima
perfección, pues -como hemos dicho- el conocimiento y contemplación de estos
principios que constan de los términos más abstractos y universales, no puede
pertenecer a ninguna ciencia particular.
Por
consiguiente, la Metafísica es muy útil para la adquisición y
perfeccionamiento de las demás ciencias. Por esta razón, Santo Tomás al
principio de la Met., y en el lab. 2, dist. 3, cuest. 2, art. 2, dice
que la Metafísica es la ordenadora de las demás ciencias por considerar ella
la noción del ente absolutamente, mientras las otras lo hacen según alguna
determinada noción de ente; y en el lab. 2, d. 24, cuest. 2, art. 2, a 4,
afirma que la Metafísica dirige a las otras ciencias.
Finalmente,
una prueba fácil de esto mismo no la proporciona lo ya expuesto sobre el objeto
y materia de que se ocupa la Metafísica, pues ella estudia las nociones
supremas de los entes y sus propiedades más universales, la noción propia de
la esencia y del ser y todos los diversos tipos de distinciones que se dan en la
realidad, cosas todas sin cuyo nítido conocimiento es imposible lograr una
ciencia perfecta de las particulares. Con lo cual está conforme la experiencia:
todas las otras ciencias, en efecto, utilizan frecuentemente principios de la
Metafísica o los suponen para poder avanzar en sus demostraciones y
raciocinios; por eso, como muchas veces pasa, la ignorancia de la Metafísica es
causa de que se yerre en las otras ciencias.
6.-
Diversas clases de utilidad.
Se
objetará: ¿cómo puede la Metafísica ser útil para las otras ciencias,
siendo así que es la más apetecida por sí misma, mientras que lo que es útil
para otras cosas, existe para ellas?
Respondemos
que en dos sentidos una cosa se puede llamar útil para otra: en uno, significa
el medio que se ordena para algo; en otro, significa la causa superior y
eminente que influye a su manera en algo. Y de este segundo modo es la
Metafísica útil a las ciencias inferiores, y por esto no es contradictorio y
sí muy consentáneo y consecuente que sea absolutamente por sí misma y al
mismo tiempo muy útil y proficua para las demás ciencias. Éstas, en cambio,
se ordenan a la Metafísica del primer modo, en cuanto que cualquier otro
conocimiento tanto especulativo como práctico, se ordena a la suprema
contemplación, en la cual consiste la felicidad natural del hombre. Casi
idénticamente se expresa Santo Tomás en el lab. 2 contra Gentes, c.
25, arg. 6, donde dice: «Esta es la relación que guarda la primera filosofía
con las otras ciencias especulativas: de ella dependen todas por recibir de ella
sus principios y el método contra los que las impugnan y además por estar toda
ella -la primera filosofía- enderezada al conocimiento de Dios como a último
fin».
- 7 -
Pero
para entender con más exactitud esta función de la Metafísica, convendrá
declarar en especial los cuidados que presta a las otras ciencias y el modo
cómo los presta.
8.-
Modo en que la Metafísica se ocupa de los objetos de las otras ciencias para
demostrarlos.
En
primer lugar se suele atribuir a la Metafísica el prescribir su objeto a cada
ciencia, y si fuese necesario, demostrar que es ése el que le corresponde.
Esto
es lo que insinúa Averroes, lab. 3 Sobre el Cielo, com. 4, al decir
que pertenece a la Metafísica el defender y verificar -éstas son sus palabras-
el objeto de las ciencias particulares. Y la razón podría ser que -como
enseña Aristóteles en el lab. 1 de los Analíticos Posteriores- la
ciencia no prueba, sino que supone que su objeto existe y que es tal cosa, y
consecuentemente ha de recurrir a otra fuente para proveerse de él; por tanto,
no siendo siempre por sí mismo evidente y necesitando con frecuencia de alguna
explicación y prueba, es menester tomarlo de otra ciencia superior, que no
puede ser más que la Metafísica a quien corresponde considerar la noción de
la esencia, de lo que es la cosa y del mismo ser.
9.
-Una objeción.
Tal
vez se oponga: ¿cómo puede la Metafísica demostrar la existencia de los
objetos de las otras ciencias? Porque, en efecto, si se trata de la existencia
actual, ésta no se requiere para que una cosa pueda ser objeto de ciencia, sino
que es algo casi accidental. Por eso no se puede demostrar, sobre todo en los
entes creados a quienes no conviene necesariamente; y si de alguna manera se
puede demostrar por los efectos, esto parece más bien trabajo del filósofo de
la naturaleza que filosofa basándose en los efectos perceptibles a los
sentidos.
Y
si se habla de la aptitud de existir, o existencia en potencia, esto no se puede
demostrar de ningún objeto, pues no hay ningún medio para hacerlo.
Lo
mismo tampoco se puede demostrar del objeto de una ciencia la que él es, porque
no hay ningún medio por el cual le convenga su esencia a cada cosa, sino que
por sí misma e inmediatamente le conviene.
Añádase
que la Metafísica no puede descender a los objetos particulares de las diversas
ciencias, porque no puede trascender su propia abstracción, y, por
consiguiente, así como esta razón le impide el demostrar sus propiedades, le
impide también el probar su existencia o lo que ellos son. Además, si las
otras ciencias necesitasen la ayuda de la Metafísica de manera que hubiesen de
recibir de ella su objeto, no podrían aprenderse antes que ella, cosa falsa
como la experiencia manifiesta, pues aunque esta ciencia sea en dignidad la
primera, no lo es en orden de adquisición.
Finalmente,
si fuera necesario que la Metafísica justificase los objetos de las demás
ciencias, sería preciso buscar otra que le sirviese a ella en la legitimación
de su propio objeto, porque ella no puede demostrar sino que ha de suponer que
su objeto existe, ni éste es tan conocido por sí mismo que no requiera
aclaración alguna.
10.-
Respuesta.
Contestamos
a la primera dificultad que la Metafísica ayuda a las otras ciencias a
justificar que sus objetos existen o que son tales en la medida que ellas lo
suponen. Y las ciencias, hablando absolutamente, no suponen que su objeto existe
actualmente, ya que esto -como prueba el argumento dado- es algo accidental al
concepto de ciencia, si se exceptúa la que trata de Dios en quien el existir
pertenece a la esencia; en los demás casos, en efecto, el conocimiento y el
raciocinio no requieren la existencia, a no ser quizás alguna vez de parte
nuestra para inquirir y encontrar la ciencia que nosotros recibimos de las
mismas cosas. Por consiguiente, la Metafísica no demuestra que los objetos de
las otras: ciencias existan actualmente, sino que en tanto únicamente puede
afirmar que ellos existen, en cuanto proporciona los principios con que se
muestra en qué categoría de entes se han de colocar y qué esencia tienen. Y
esto lo realiza en primer lugar declarando la noción misma de ente y de ser o
esencia, y en qué consiste; y después, distinguiendo las diversas categorías
de entes, bajo las cuales se agrupan todos los objetos de las ciencias. Y así,
aunque no pueda demostrar «a priori» y en sí mismo, por un medio
verdaderamente intrínseco, que existe el objeto de una ciencia, lo puede hacer
en relación a nosotros mediante signos o efectos, estableciendo sobre todo qué
se requiere para que una cosa sea ente, y en qué consiste la noción de
esencia, y qué conexión puede tener con determinados signos o efectos; cosas
todas que, si no es valiéndose de los principios de la Metafísica, no se
explican con exactitud.
- 11 -
A
esto se agrega, que mediante causas extrínsecas -por ejemplo, la final y la
eficiente- puede a veces la Metafísica demostrar que existe algún objeto; lo
cual se logra principalmente mediante las primeras y universales causas cuyo
estudio es propio de esta ciencia. Así podemos demostrar la existencia de los
ángeles porque son necesarios para la perfección del universo, y también
porque son de tal naturaleza que no hay contradicción en que Dios los cree.
- 12 -
Y
con esto ya se ve también cómo puede la Metafísica ejercer esta tutela sobre
los objetos de las ciencias particulares, aunque ellos parezcan estar situados
en un nivel inferior al de su abstracción. En primer lugar -como tratamos más
arriba en la sección segunda- aunque de por sí la Metafísica no se ocupa de
todas las cosas según sus nociones peculiares, se relaciona con todas de algún
modo, es a saber, en cuanto es requerida para la explicación de las nociones
particulares, o para establecer las divisiones y distinguir los grados
metafísicos propios de los otros; divisiones de la Metafísica que ayudan no
poco a las demás ciencias en la determinación y mutua disyunción de sus
objetos.
Además,
no siempre es necesario que la Metafísica inmediatamente por sí misma señale
los objetos de las ciencias particulares, basta que establezca los principios y
declare los términos de que las otras ciencias se pueden servir para suponer o
explicar sus objetos, en la medida que fuere menester.
13.-
La Metafísica en el orden de las ciencias es la primera. Consecuentemente, ha
de ser la última en el de la enseñanza.
Consecuentemente
entonces, hemos de afirmar también que si consideramos en sí mismo el orden de
las ciencias, la Metafísica está antes que las demás. Esto se deduce, no
sólo de la tutela dicha, sino también de otro cuidado que explicaremos
inmediatamente, a saber: el de confirmar de alguna manera los principios de
todas las ciencias. Además, estudia las propiedades transcendentales del ente,
sin cuyo conocimiento apenas es posible tratar nada con exactitud en las otras
ciencias. Y por fin, tiene una especial conexión con la Dialéctica, de la cual
tal vez se derivó esa confusión con que tratan casi toda su materia los
dialécticos modernos.
Sin
embargo, en el orden de nuestro conocer esta ciencia postula el último lugar,
como consta por la práctica universal y por el mismo título que Aristóteles
le eligió, pues por esta razón la llamó «transfísica» o «postfísica». Y
esto es -como Santo Tomás insinúa en el Comentario a la Metafísica,
lab. 1, cap. 1, lec. 2; y Avicenna en el lab. 1 de su Metaf., c. 3
porque las cosas que prescinden de materia según el ser, a pesar de ser en sí
mismas las más inteligibles, respecto de nosotros no son captables sino entre
ciertos límites, como se demuestra en el lab. 12 de la Met. Y lo
mismo, en las nociones más universales y abstractas del ente, aunque en sí
mismas sean más cognoscibles -sobre todo en lo que se refiere a la cuestión de
si existen- nosotros difícilmente llegamos a conocer lo que son y qué
propiedades tienen, debiendo muchas veces partir de lo particular y sensible
para poder elevarnos hasta allí; y éste es el sentido en que Aristóteles
-lab. 1 de la Met., c. 2- afirma que lo más universal es lo más
difícil de conocer. Por consiguiente, si se establece un orden en relación a
nosotros, no siempre y necesariamente se ha de anteponer esta ciencia a las
otras; pero siempre se han de suponer algunos principios suyos o términos
metafísicos, conocidos en la medida que se pueden conocer por la potencia de la
luz natural del entendimiento y en la que basta para el raciocinio y el avance
en las otras ciencias, aunque no con la exactitud y perfección con que se
poseen una vez dominada la Metafísica.
14.-
¿En qué grado la Metafísica supone a su objeto?
A
la última prueba puesta en la objeción, se responde que en esto precisamente
supera esta ciencia a las demás, que no supone solamente que su objeto existe,
sino que -cuando es necesario- lo demuestra sirviéndose de sus propios
principios; esto hablando absolutamente, porque accidentalmente a veces utiliza
principios de otras ciencias diferentes por la sublimidad de su objeto y la
imperfección de nuestro entendimiento que no puede alcanzarlo perfectamente tal
cual es en sí mismo, sino que necesita partir de las cosas inferiores.
Ahora
bien, cuando se dice que una ciencia supone la existencia de su objeto, se
entiende hablando absolutamente, como notó Cayetano en el Comentario a la
primera parte de la Suma Teológica, cuest. 2, art. 3; accidentalmente, en
cambio, no hay inconveniente en que una ciencia en relación a nosotros
demuestre su objeto. Y si esta ciencia es la suprema, no necesita para esto la
ayuda de otra, sino que por sus solos medios puede llevarlo a cabo: y tal es la
Metafísica en el orden de las ciencias naturales y la teología en el orden
sobrenatural.
15.-
Tres dificultades.
Un
segundo cuidado especial que se confía a esta ciencia es el de confirmar y
defender los primeros principios. Aristóteles se lo atribuye en el lab. 1 de
los Analíticos Posteriores, c. 7, y en el lab. 1 de la Física,
c. 1; y exprofeso lo enseña y lo practica en el lab. 4 de la Met., c.
3 -pasaje que todos los comentadores interpretan unánimemente-; lo mismo hace
Proclo en el lab. 1 del Comentario a Euclides, c. 4, donde afirma que
la Metafísica proporciona sus principios aun a las matemáticas.
Ahora,
explicar en qué consiste este cuidado y por qué o cómo le compete a la
Metafísica, ya no es tan fácil. La primera dificultad está en que los
primeros principios son conocidos por sí mismos, naturalmente y sin raciocinio;
y esta ciencia, siendo esencialmente ciencia en todas sus partes, en ninguna de
ellas puede proceder si no es por raciocinio y, por tanto, tampoco ocuparse sino
en conclusiones y proposiciones mediatas; por consiguiente, ninguna tutela real
puede ejercitar sobre los primeros principios.
En
segundo lugar, de esta manera se confundiría el hábito de la Metafísica con
el hábito de los primeros principios, porque la Metafísica usurparía sus
funciones, y así no habría razón para distinguir uno de otro, contra lo que
Aristóteles dice en el lab. 6 de la Ética, c. 3, donde distingue
cinco virtudes intelectuales y entre ellas coloca al «intellectus» o
hábito de los principios, y a la sabiduría que -como había probado en el
proemio de la Metafísica- se identifica con esta ciencia. La primera
consecuencia es evidente, ya que es incumbencia del hábito de los principios el
prestar su asentimiento a los primeros principios con mayor evidencia y
certidumbre que cualquier ciencia, puesto que la evidencia de todas ellas
depende de ese hábito; por consiguiente, la Metafísica no puede confirmar los
primeros principios, ni robustecer en nada el asentimiento prestado a ellos, sin
usurpar las funciones del hábito de los principios.
En
tercer lugar, esta ciencia desempeña tal función o explicando solamente los
términos de que constan los primeros principios, y entonces se ocupa en algo
que no es función de ciencia, ni requiere hábito alguno formador de juicios,
sino únicamente la conveniente aprehensión y declaración de los términos; a
la desempeña demostrando de algún modo los mismos principios, y en este caso
preguntaría si esto lo hace con una demostración «a priori» o «a
posteriori». «A priori» no se puede admitir, porque los primeros principios
como tales son inmediatos y, por consiguiente, no susceptibles de una
demostración «a priori». Y si se consideran como no inmediatos en relación a
nosotros -cosa que pasa, por ejemplo, en el principio por el cual la primera
propiedad se atribuye a un definido- así ya no es función de una sola ciencia
el demostrarlos, sino que cada una en su materia demuestra los que le
pertenecen, y es imposible que la Metafísica descienda a cada uno en especial,
como se ha probado en las secciones precedentes. Por consiguiente, por este lado
no se puede atribuir a la Metafísica nada que le sea exclusivo.
Que
lo haga con una demostración «a posteriori», no es menos absurdo decirlo,
porque este tipo de demostración y conocimiento no pertenece a la sabiduría
-tal es la metafísica- sino a la experiencia, o a la ciencia «a posteriori»
llamada ciencia «quia», que sin duda es inferior y hábito diferente de la
ciencia perfecta, ya que tal vez el que versa sobre los primeros principios
comunes y sobre los propios de cada ciencia no es un solo hábito. De manera que
así como a la sabiduría perfecta o Metafísica se le puede agregar en nosotros
un hábito imperfecto que demuestre «a posteriori» los primeros principios
comunes pertenecientes a la Metafísica, así también a cada una de las
ciencias particulares se le puede agregar un acto semejante, proporcionado a
ellas, que demuestre sus principios «a posteriori», y ¿qué queda entonces en
esta función que pueda ser propio y exclusivo de la Metafísica?
16.-
Solución a las dificultades expuestas.
La
manera mejor de contestar a esta pregunta y explicar esta función, es recorrer
brevemente las dificultades expuestas. La primera es fácil: concedemos, en
efecto, que la función de esta ciencia respecto de los primeros principios no
es el dar a luz ese asentimiento evidente y cierto que el entendimiento dirigido
por la luz natural, sin raciocinio alguno, presta a los primeros principios una
vez que han sido suficientemente propuestos; y esto es lo que prueba el
argumento que analizamos y viene confirmado por el segundo. Pertenecerá, por
tanto, a esta ciencia el desarrollar algún raciocinio sobre los primeros
principios con el cual los confirme y defienda de algún modo; ahora, de cuál,
lo explicaremos en la segunda y tercera dificultad.
- 17 -
Cuanto
a la segunda dificultad, algunos suelen discutir a propósito de ella si el
hábito de los principios que Aristóteles llamó «intellectus», es
una cualidad realmente distinta de la potencia intelectiva o no; y si es
naturalmente congénita o al contrario adquirida. Y efectivamente, los que
niegan que este hábito es una cualidad distinta de la misma luz natural del
entendimiento, que en cuanto por su misma naturaleza está suficientemente
inclinado a prestar asentimiento a los primeros principios se llama hábito de
ellos, y no se distingue realmente ni por la naturaleza de las cosas, de la
facultad de entender; los que así opinan, solventan con toda facilidad la
dificultad propuesta diciendo que la Metafísica se distingue de la luz natural
del entendimiento, pero no de otro hábito que puede proporcionar al
entendimiento cierta facilidad en el asentimiento a los primeros principios.
Pero
hay otros a quienes parece -y es lo más probable - que la cuestión presente no
depende de esa otra, porque sea o no sea el hábito de los principios una
cualidad distinta y adquirida por actos, la Metafísica siempre será
necesariamente un hábito diferente, ya que -como decíamos al examinar la
primera dificultad- la función de la Metafísica no puede ser el prestar a los
primeros principios un asentimiento simple y sin raciocinio. Y los mismos que
sostienen que el hábito de los principios es una cualidad distinta, dicen que
su función y utilidad consiste en producir más pronta y fácilmente en
compañía del entendimiento un mismo asentimiento simple e inmediato a los
primeros principios; y así, aun suponiendo que el hábito de los principios sea
adquirido por sus actos propios, no se seguiría de aquí que lo debamos
confundir con el hábito de la Metafísica.
18. Por consiguiente, estas dos cuestiones no están conexas, ni depende una de otra.
Y
-a mi manera de ver- Aristóteles sostuvo las dos cosas: que el hábito de los
principios es una virtud distinta de la sabiduría, como consta por el pasaje
del líb. 3 de la Ética ya citado, y que era un hábito adquirido por
nuestros actos, como se puede deducir fácilmente de ese mismo pasaje y del
libro 2 de los Analíticos Posteriores, capítulo último. En efecto,
en el primer pasaje, lo pone decididamente entre los hábitos o virtudes del
entendimiento; ahora bien, si no fuese algo distinto de la facultad misma de
entender, sería impropio y aun falso decir que es un hábito del entendimiento.
En el otro pasaje, abiertamente afirma que es un hábito adquirido y no
naturalmente infundido, sin raciocinio y resultante por actos simples de la sola
proposición e intelección de los términos. Y en realidad, esto se deducía ya
de lo anterior, porque si este hábito no consistiese en una cierta facilidad
adquirida con la práctica para la producción más pronta de actos semejantes,
no habría razón ni fundamento alguno para pensar que fuese una cualidad
realmente distinta de la luz natural del entendimiento o de la misma facultad de
entender, ya que, como Aristóteles dijo en el lab. 3 Sobre el Alma, c.
4, el entendimiento por su naturaleza es pura potencia en relación a lo
inteligible, y como una tabla lisa; y además, si la naturaleza misma
proporcionase toda la energía que la producción de esos actos no sólo bajo el
punto de vista de su ser, sino también bajo el de la prontitud y facilidad
requiere de parte de la potencia, sería inútil multiplicar las entidades en la
misma facultad de entender, pues podría y debería suponérsela más fuerte y
eficaz en su misma entidad intrínseca, y no habría ningún indicio que
permitiese colegir esa distinción de entidades.
Es
lo mismo que pasa en la voluntad: el hecho de que por su naturaleza sea ya tan
ágil y apta para amar el bien en común que los actos no puedan hacerla más
ágil y apta, es un magnífico argumento de que esa agilidad no proviene de un
hábito innato, sino de su misma entidad. Y también en la vista, de que por su
naturaleza posea toda la inclinación y eficacia que de su parte puede tener
para la producción de la visión, deducimos legítimamente que toda esa fuerza
e inclinación la posee por intrínseca facultad y por su entidad indivisible, y
no por otra distinta naturalmente infundida.
Por
esto Santo Tomás, Suma Teológica, 1, 2, cuest. 51, art. 1, opina que
este hábito no es en sí mismo natural, aunque si en cuanto a una cierta
iniciación; es decir, que los actos por los cuales se adquiere no se consiguen
por raciocinio, sino que proceden inmediatamente de la misma luz natural, aunque
al principio y antes de la adquisición del hábito no emanen con la agilidad y
facilidad con que lo hacen después. Sobre este asunto discutiremos ampliamente
al comentar el lab. 2 de los Analíticos Posteriores, y tal vez
agreguemos algo más en lo que sigue.
19.-
Cómo se ocupa la Metafísica de los primeros principios y de los hábitos de
los principios.
Suponiendo,
pues, la opinión expuesta, en la segunda dificultad se niega la consecuencia,
porque la Metafísica se ocupa de los primeros principios de otra manera que su
hábito. En efecto, en primer lugar la Metafísica no se ocupa de ellos
formalmente, en cuanto principios, sino en cuanto de algún modo son
conclusiones. El hábito, en cambio, se ocupa de ellos formalmente, en cuanto
principios y verdades inmediatas; por esto, el hábito procede sin raciocinio, y
la Metafísica mediante algún raciocinio. Por esto también, el hábito de los
principios propiamente no agrega ninguna evidencia ni certeza en el asentimiento
a los principios que procede de la sola naturaleza, sino únicamente facilidad y
agilidad en el ejercicio de esa evidencia y certidumbre; la Metafísica, en
cambio, agrega certidumbre y evidencia, porque hace asentir a la misma verdad de
un modo nuevo y con un medio nuevo.
Pero
hemos de notar atentamente que esta agregación no es intensiva, sino extensiva,
primero, porque la Metafísica no aumenta la evidencia, ni la certidumbre, ni
siquiera la intensidad del asentimiento mismo producido por el hábito de los
principios, ya que -como dije- la Metafísica de ninguna manera obra sobre ese
asentimiento, sino que lo que hace es proporcionar un nuevo tipo de asentimiento
por un acto ciertamente distinto. Y segundo, porque si los comparamos entre sí,
en realidad el asentimiento de la Metafísica no es más cierto ni más evidente
que el asentimiento del hábito de los principios, como lo prueba el argumento
dado, ya que siempre será necesario que el asentimiento de la Metafísica se
base en algunos primeros principios en cuanto son por sí mismos conocidos. Y
por esto decimos que la Metafísica no aumenta la evidencia o certidumbre de los
primeros principios intensivamente, sino sólo extensivamente, proporcionando
una nueva evidencia y certidumbre de ellos.
20.-
El conocimiento de los términos es sumamente útil para captar los principios
complejos.
En
la tercera dificultad se hace referencia a otra cuestión, a saber de qué
manera trata la Metafísica los primeros principios para con ella ayudar y
confirmar al entendimiento en su asentimiento.
En
resumen, se ha de decir que desempeña esta función de las dos maneras
insinuadas en la dificultad. En primer lugar, suministra y declara la noción de
los términos de que constan los primeros principios. Esto es casi evidente por
la misma experiencia, como se verá en toda la exposición de esta ciencia;
Aristóteles lo afirma, sobre todo en los lab. 5, 7, 8 y 9, y con él otros
autores, y quedará demostrado con lo que diremos en las disputas siguientes. Se
determina, en efecto, en Metafísica qué es el ente, la substancia, el
accidente; qué el todo, la parte, el acto, la potencia, términos éstos y
otros semejantes de que constan los primeros principios. Ahora bien, como estos
principios no tienen en la realidad un medio intrínseco y cuasi-formal que
conecte sus extremos, son por sí mismos conocidos partiendo del conocimiento de
sus términos; por consiguiente, no hay nada que pueda contribuir más a su
conocimiento que la captación científica y evidente de sus términos o de las
nociones de sus términos, y tal es la que la Metafísica proporciona.
Y,
en efecto, es falso lo que se postulaba en la tercera dificultad, que una
función semejante no sea propia de una ciencia que procede por raciocinio y
juicio, sino que más bien se haya de atribuir a la simple aprehensión de los
términos, porque si bien -absolutamente hablando- las cosas y términos simples
por sí mismos no requieren demostración ni aun composición para la
inteligencia de lo que son o significan, con todo en relación a nosotros
frecuentemente se pueden demostrar, especialmente mediante la utilización de
una oposición constante de los miembros antagónicos, demostrando así lo que
no es la cosa (nosotros muchas veces es esto lo que más conocernos), y de ahí
deduciendo lo que es. No es tampoco raro que lo mismo se logre con el análisis
de ciertas descripciones de las nociones simples, que en relación a nosotros
son más conocidas, y nos sirven para construir demostraciones que a veces
llegan a lo que requiere la adquisición de una ciencia humana.
De
esto, finalmente, se deduce también que esta manera de aclarar los primeros
principios se utiliza en esta ciencia principal e inmediatamente para los
principios más universales y constituídos por términos más abstractos, o lo
que es idéntico que signifiquen cosas -o nociones de cosas- que pueden existir
sin materia, pues, como hemos dicho, éstas son las que -absolutamente hablando-
engloba el objeto de la Metafísica, que siendo la suprema de las ciencias,
basta por sí misma para suministrar y explicar la noción de todas las cosas y
términos que en su objeto se incluyen.
En
cambio, a los principios próximos y particulares de cada una de las ciencias y
a los términos que los constituyen, no se aproxima tan de cerca ni tan
inmediatamente, y solamente los roza por alguno de los dos conceptos expuestos
más arriba, a saber: o en cuanto es necesario para dar la definición propia y
explicar sus términos peculiares, o en cuanto incluyen nociones generales,
sobre todo si son las transcendentales sin cuyo conocimiento y ayuda es
imposible declarar en particular la esencia de ninguna cosa.
21.-
Los principios más universales no son susceptibles de demostración alguna
basada en causas.
Otro
aspecto por el cual la Metafísica se ocupa de los primeros principios es el de
la demostración de su verdad y certidumbre. Esto lo puede llevar a cabo de
diversas maneras. En primer lugar, afirman algunos que lo hace «a priori», no
ciertamente por una causa intrínseca formal o material -estos principios, como
bien prueba el argumento dado, no dan margen a una demostración de este tipo-
pero sí por una causa extrínseca formal, eficiente o ejemplar, ya que
considerando la Metafísica las causas primeras, aun a Dios mismo -que como es
la primera verdad es la causa de toda verdad, por lo menos extrínsecamente en
todas las maneras predichas- puede, a lo menos mediante esta causa, demostrar la
verdad no sólo de los primeros principios, sino aun de las conclusiones.
Pero
esta clase de demostración rarísimamente o nunca se emplea en Metafísica, y
si lo analizamos detenidamente veremos que apenas puede tener lugar. Primero, en
lo que atañe a la causa eficiente, ésta no tiene cabida en los principios más
universales que constan de términos comunes a Dios y a las criaturas, porque
así como respecto de Dios no puede darse ninguna causa eficiente, así tampoco
respecto de los principios que son verdaderos aun en Dios mismo, por ejemplo:
«Cualquier cosa o es, o no es» y «Imposible es afirmar y negar algo de un
mismo sujeto».
Y
con esto queda también evidenciado que tales principios no pueden ser
demostrados mediante la causa final, porque la causa final existe en orden a la
efección y operación, y así todo lo que prescinde de la causa eficiente,
prescinde también del fin. Además, de aquí mismo parece desprenderse que aun
los principios comunes a solas las criaturas en cuanto caen en el campo de la
ciencia no se pueden demostrar por la causa eficiente o final, porque
considerados bajo estos aspectos prescinden de la existencia actual y, por
consiguiente, también de la eficiencia, porque toda eficiencia versa sobre un
algo existente o que se lleva a la existencia. Así, por ejemplo, el principio:
«El todo es mayor que su parte» es verdadero independientemente de toda
eficiencia, y lo mismo en otros casos.
Y
si avanzamos un paso más, parece asimismo imposible en estos casos una prueba
por la causa ejemplar, ya que lo que prescinde de la causa eficiente, prescinde
también de la ejemplar, porque causa ejemplar es aquello a cuya imagen obra la
causa eficiente, guardando con ella la misma relación que el arte o plan de
obra respecto del agente intelectual; por tanto, si la verdad de estos
principios prescinde de la causa eficiente, prescindirá también de la
ejemplar. Además, la esencia de las cosas como tal no depende de la causa
ejemplar, por consiguiente, tampoco la verdad de los primeros principios. El
antecedente es claro, porque el hombre, v. gr., no es animal racional porque
Dios lo conoce tal o porque así está representado en el ejemplar divino, sino
que al contrario es conocido tal porque de sí postula tal esencia.
22.-
Respuesta a una objeción.
Sobre
esto se podría objetar que tales principios abstraen ciertamente de la
eficiencia actual, pero no de la eficiencia posible, y consiguientemente no
prescinden enteramente de la causa eficiente, ejemplar y final. En efecto, como
más abajo diremos, las esencias de las criaturas, aunque pueden prescindir del
existir, no lo pueden del orden al existir, sin el cual ni siquiera se concibe
una verdadera y real esencia; y, por consiguiente, los primeros principios
comunes a los entes creados verdaderos y reales, a pesar de abstraer en su nexo
de necesidad del tiempo y de la existencia actual, no lo hacen del orden al
existir, ya que con esta relación pueden existir, y sin ella no; y siendo esto
así, pueden tener relación a las causas predichas y demostrarse por ellas.
Por
ejemplo, uno podría probar que el todo es mayor que su parte, porque así y no
de cualquier otra manera puede ser hecho por Dios; o que la esencia del hombre
es animal racional, porque en ésta y no en otra puede ser creado por Dios. Y lo
mismo por la causa final se puede patentizar que el hombre es animal racional,
porque puede ser enseñado a conocer y amar a Dios. O por la causa ejemplar,
porque así está representado en la idea divina, pues el hombre no tendría tal
esencia real, si no tuviera en Dios tal ejemplar; ni repugna que por diversos
conceptos ambas cosas sean verdaderas: que Dios conozca que el hombre es de tal
esencia, porque en realidad lo es; y que el hombre tenga tal esencia, porque en
Dios tenga tal idea.
- 23 -
Esta
objeción prueba que este modo de demostrar no siempre es imposible ni inútil.
Porque aunque tales medios de demostración no puedan todos aplicarse a cada uno
de los primeros principios (que 3 más 4 sean 7, por ejemplo, no es necesario
tenga causa final; lo mismo sucede en los otros principios en que la verdad nace
de la unión de los extremos, sin ordenarse a ningún fin, porque el predicado
no manifiesta ninguna propiedad ni esencia del sujeto, sino sólo la identidad o
repugnancia de los términos, como aparece claramente en este: «Cualquier cosa
o es, o no es», y en otros semejantes; en todos ellos no cabe el predicho modo
de demostración por las causas extrínsecas), sin embargo, a muchos principios
se pueden aplicar, sobre todo la demostración por la causa final; porque las
esencias de las cosas y sus propiedades tienen causa final, la cual si es
conocida por sí misma por otro lado, o puede demostrarse por otro principio
más conocido -requisito éste necesario en toda demostración- puede servir
para ponerlas de manifiesto.
24.-
La luz natural no puede basar sus demostraciones en el primer eficiente, el
primer fin y el primer modelo.
Añado
algo más: muchas veces esta clase de prueba excede la potencialidad de la luz
natural del entendimiento humano, y pertenece más a lo que podríamos llamar
Metafísica divina o sobrenatural que a la natural. Porque los modelos divinos,
si no son contemplados en sí mismos, no pueden ser la razón o medio de conocer
ninguna verdad; ahora bien, por la Metafísica natural no pueden ser
contemplados en sí mismos; más aún, esta ciencia ni siquiera puede demostrar
que Dios tiene estos o aquellos modelos de las cosas si no es «a posteriori»
partiendo de las mismas cosas, algo así como conocemos qué idea tenía el
artista por la disposición de la cosa producida. Lo mismo pasa con la primera
causa eficiente: mientras no conozcamos el poder de Dios en sí mismo, no
podremos por él conocer la naturaleza de las cosas que puede producir; al
contrario, de las cosas hechas, ascendemos como por vestigios al poder de Dios.
Con
todo, una vez conocido el poder de Dios por algunos efectos, podemos ya
servirnos de él para demostrar lo que podría hacer en otras cosas. Y lo mismo,
valiéndonos de su perfección y su eficiencia podemos investigar el fin y
perfección de sus obras, como, por ejemplo, que le pertenezca el crearlo todo
por causa de sí mismo, o el hacer perfecto al universo. Por el mismo medio
podemos aún colegir qué naturaleza ha dado a las cosas conocidas; modo de
filosofar que insinúa Aristóteles en el lab. 12 de la Met., al final.
25.-
La demostración por deducción a lo imposible pertenece a la técnica de la
Metafísica.
Además
de estas maneras de demostración que son poco usadas, hay otra por deducción a
lo imposible, con la cual se legitiman todos los principios por reducción a
éste: «Es imposible afirmar y negar al mismo tiempo una misma cosa de un mismo
sujeto». Y por ser éste el principio más general de esta ciencia, tal clase
de demostración le pertenece a ella, la sapiencia. De este principio y su uso
hablaremos largamente después en la disp. 3.
Finalmente,
para aumentar la certidumbre en los primeros principios, puede ayudar mucho la
consideración de la luz intelectual por la que se manifiestan los primeros
principios, la reflexión sobre ella y el reducirla a la fuente de donde dimana,
a saber: la misma luz divina.
Así
deducimos con todo derecho que los primeros principios son verdaderos, porque
por la luz natural inmediatamente y por sí mismos se demuestran verdaderos;
modo éste de asentimiento en que no puede tal luz engañarse o inclinarse a lo
falso, porque es participación de la luz divina, y perfecta en su género y
categoría.
Por
esto dice el Salmo 4: «¿Quién nos mostrará el bien? La luz de tu
rostro, Señor, está sellada en nosotros». Por esto también, Aristóteles al
principio de sus libros Sobre el Alma asentó que esa ciencia era muy
cierta, porque contempla a la misma luz intelectual. Pero la sapiencia aun en
esto la supera, por considerar de un modo más elevado la fuerza y perfección
de esa luz en sí misma en cuanto por su esencia abstrae de materia y en cuanto
participa de la certidumbre e infalibilidad de la luz divina.
26.-
Cómo la reducción a lo imposible es demostración «a priori» y cómo «a
posteriori».
Se
dirá: esta legitimación de los primeros principios no es «a priori», sino
sólo «a posteriori»; porque estos principios no son verdaderos por el hecho
de que se conozcan por luz infalible, sino que se manifiestan con tal luz,
porque son verdaderos e inmediatos.
Respondo
concediendo que esta prueba no es «a priori», si se considera la verdad de los
principios, por así decirlo, en el mismo ser de la cosa; pero puede, sin
embargo, en cierto modo llamarse «a priori» desde el punto de vista de lo
cognoscible o de lo evidente y cierto, porque legítimamente se demuestra «a
priori» que una proposición es cierta porque es revelada por Dios, o que es
evidente, porque se demuestra por una prueba. Así también, por consiguiente,
se puede demostrar que estos principios son evidentísimos, porque por la misma
luz natural se manifiestan inmediatamente. Y esta prueba y reflexión ayuda
sumamente para confirmar al entendimiento y aumentar su certidumbre -por lo
menos de parte del sujeto- en el asentimiento de los principios.
27.-
Una consecuencia.
Con
esto queda suficientemente declarado cómo la Metafísica contiene en su objeto
o materia a los primeros principios, y qué oficio ejerce respecto de ellos. De
paso podemos deducir además que las conclusiones establecidas son verdaderas,
no solamente en este caso, como Soncinas, Javelo y algunos otros quisieron, sino
también en el de los otros principios más fundamentales y universales. Porque
aunque esta ciencia -hablando con toda propiedad- verse más inmediatamente en
los principios antedichos y los demuestre de muchas maneras, como queda dicho,
sin embargo, también se extiende a los otros, pues algunos de los métodos
propuestos son generales y comunes a todos.
Por
esto Aristóteles habló absolutamente de todos diciendo que la Metafísica
demuestra los principios de todas las ciencias, como aparece en el Proemio,
c. 1 y 2; en el lab. 4 de la Met., text. 7; en el lab. 1 de los Analíticos
Posteriores, c. 7; en el lab. 1 de los Tópicos, c. 2; y en el
lab. l de la Física, c. 2, donde dice que si alguno niega los primeros
principios de la geometría, no le pertenece a la geometría el probarlos sino a
la Metafísica. Es también la opinión clara de Santo Tomás, Suma
Teológica, 1, 2, cuest. 57, a 2, especialmente en la respuesta a la
primera y segunda dificultad.
Y
fácil es mostrarlo lógicamente por lo ya dicho, porque las maneras de
legitimar los primeros principios caben también en los principios particulares
y propios de las otras ciencias. Más aún: Santo Tomás, en el lugar citado,
añade que a esta ciencia le pertenece no solamente el confirmar al
entendimiento en la afirmación de los principios, sino también en la de las
conclusiones; lo cual puede entenderse remota y mediatamente porque al confirmar
los principios virtualmente confirma también las conclusiones; o sólo -por
así decirlo- materialmente, porque a veces puede la sabiduría demostrar por
causas más altas las conclusiones que por otros medios inferiores demuestran
las otras ciencias.
28.-
Opinión de algunos.
Hay
algunos que piensan que también esto pertenece a la Metafísica. Porque, aunque
el dialéctico enseña a definir, a dividir, etc., no puede -utilizando sus
principios propios- dar estos medios con su razón, sino solamente proponerlos y
exponerlos respondiendo a la pregunta de si existen; y a la Metafísica le
pertenecería el discurrir sobre ellos, declarando sus primeras raíces y
causas.
Esto
puede explicarse así en cada caso: la definición declara la esencia de la
cosa; ahora bien, el declarar el concepto de esencia pertenece a la Metafísica;
por consiguiente, también es incumbencia de la Metafísica dar el concepto
perfecto de definición.
Asimismo,
la división declara la distinción entre las cosas; pero el trato de las
distinciones de las cosas es incumbencia de la Metafísica; luego, también le
pertenece a ella explicar el concepto de la división.
Añadamos
a esto que toda la fuerza de la argumentación, si consideramos su forma,
consiste en uno de estos principios: «Las cosas iguales a una tercera son
iguales entre sí»; «No se puede juntamente afirmar y negar lo mismo de un
mismo sujeto». Pero estos principios son propios de la Metafísica a la cual
pertenece tratar de lo idéntico y de lo diverso, y del ente y no ente, cosas
que se involucran en la afirmación y negación; luego aun por este capítulo le
pertenece a la Metafísica dar los medios de aprender.
Finalmente,
la ciencia es una cualidad espiritual; luego como tal está comprendida en el
objeto de la Metafísica; y consiguientemente por la misma razón, compete a la
Metafísica dar el concepto de lo que es adquirir la ciencia, y declarar con
qué modos o medios se adquiere; porque objeto suyo es tratar del fin y de los
medios, y todas estas cosas se ordenan a la ciencia como fin.
29.-
Se rechaza.
Pero
esta opinión, si no se explica más, confunde la Metafísica con la
Dialéctica, porque enseñar el modo de aprender es incumbencia propia de la
Dialéctica, y no se hace de otra manera que dando los medios de aprender, y
demostrando su valor y propiedades.
En
todo esto, para exponer lo que es la realidad de las cosas y dar a cada ciencia
su propio campo, hemos de tener en cuenta que los medios de aprender propia y
formalmente se encuentran en los pensamientos de la mente, o en los actos
internos del entendimiento; se fundan en las cosas; y se declaran con las
palabras. La ciencia, en efecto, consiste en un acto del entendimiento, o en un
hábito -esto depende de las diversas clases de ciencia actual o habitual- y,
por consiguiente, es necesario que los medios propios de aprender estén en el
entendimiento mismo y en sus actos. Porque del hecho que el hombre adquiere la
ciencia por raciocinio, y para llevar a cabo el raciocinio necesita de otras
operaciones anteriores o concepciones de las cosas, tales concepciones de la
mente dispuestas y ordenadas en tal forma que por sí mismas y directamente se
enderecen a la adquisición de la ciencia, se llaman medios de saber; tales
medios, por tanto, formalmente están en las operaciones de la mente.
Y
puesto que las operaciones de la mente, para ser rectas y verdaderas, deben ser
proporcionadas y acomodadas a las cosas mismas, es necesario que tales medios se
funden de alguna manera en las cosas mismas, y se expresen por las palabras que
por naturaleza han sido dadas para revelar lo que el alma siente, según aquello
de Aristóteles en el lab. 1 Periherm.: «Lo que en la palabra se
contiene, es un signo de las pasiones que hay en el alma»; y lo de Cicerón,
lab. 1 Sobre el Orador: «Por esto sólo aventajamos a las fieras,
porque hablamos entre nosotros, y porque podemos hablando expresar nuestros
sentimientos».
30.-
La verdadera opinión en esta materia. Es función de la Dialéctica investigar
si hay y cuáles son los instrumentos para alcanzar la ciencia.
Afirmamos,
pues, que al metafísico no le toca directamente el dar medios de aprender, y
enseñar el orden y disposición que se han de observar en los conceptos de la
mente para que sean aptos para engendrar la ciencia. Se prueba con el argumento
insinuado arriba, a saber: que esto es incumbencia de la Dialéctica; razón por
la cual dijo Aristóteles, lab. 2 de la Met., c. 3, que «es absurdo
inquirir al mismo tiempo la ciencia y el modo de conseguirla». Con tales
palabras quiso enseñar -como todos los expositores dicen- que la Dialéctica se
había de adquirir antes que las otras ciencias, especialmente antes que la
Metafísica, por pertenecerle a ella el poner en nuestras manos la manera de
aprender; lo cual no es otra cosa que dar los instrumentos de saber, y mostrar
el modo propio en que la ciencia trata y prueba las cosas.
No
es verdad que la Dialéctica sólo a grandes rasgos y únicamente en cuanto a la
cuestión de existencia, como dicen, explique estas cosas. Consta, en efecto,
por la experiencia, que la Dialéctica pone en nuestras manos a más de las
leyes para definir rectamente, argumentar o demostrar, también sus razones, y
aun «a priori» demuestra por qué requiere la recta definición y
argumentación tales condiciones y propiedades y otras cosas semejantes.
Además,
si lo contrario fuera verdad, no bastaría la Dialéctica para adquirir la
ciencia, sino que sería necesario anteponer también la Metafísica, cosa
absolutamente falsa, y contra el modo de pensar y obrar de todo el mundo.
La
consecuencia se impone, porque no se adquiere verdadera ciencia, sin que uno
sepa que sabe; pues la ciencia ha de ser una luz intelectual perfecta que se
manifieste a sí misma, so pena de no ser plenamente evidente, y nadie puede
saber si su conocimiento es verdadera ciencia, si no sabe si su razonamiento es
verdadera demostración, lo cual a su vez no puede saber si no sabe qué cosa es
una verdadera demostración, y por qué ha de estar formada por tales principios
y tal forma de raciocinio.
Por
consiguiente, si la Dialéctica no diese razón de todo esto, sino que postulase
una como fe en ello, no podría servir ni bastar para adquirir la verdadera
ciencia.
Confirma
esto el que la demostración no es apto medio de saber, sino cuando es conocida
como demostración, esto es, como raciocinio que partiendo de principios ciertos
y evidentes concluye necesariamente. Ya que si uno construye un raciocinio que
en sí sea demostración pero sin saber que lo es, sino pensando que es sólo
una razón probable, o que parte de algo cierto pero no evidente, en ese tal no
engendrará verdadera ciencia, porque una demostración así propuesta o es un
instrumento inepto, o no rectamente aplicado para obtener tal efecto.
En
consecuencia, la Dialéctica no sólo enseña la manera de adquirir la ciencia,
sino que lo enseña científicamente; por lo cual, los que tienen bien formado
su juicio acerca de ella, piensan que es no sólo un modo de adquirir la
ciencia, sino una verdadera ciencia; esto, pues, es propiamente función de la
Dialéctica y no de la Metafísica
31.-
Otra consecuencia.
Y
de aquí también resulta pertenecer a la Dialéctica y no a la Metafísica,
enseñar o metodizar tales instrumentos en cuanto expresados o realizados en
voces (en las voces incluimos también el lenguaje escrito, que bajo este
aspecto difiere de ellas sólo materialmente).
Más
aún: ni siquiera la Dialéctica misma directamente y por su finalidad se ocupa
de esto, como de propio objeto, sino que lo asume consecuentemente, y como por
concomitancia.
Efectivamente,
como las voces nacen de los conceptos la Dialéctica al dirigirlos y ordenarlos
consecuentemente ha de enseñar con qué palabras o con qué forma de palabras
se han de expresar para tener valor persuasivo y demostrativo; todo lo cual es
por sí mismo claro y resulta evidente de la práctica misma de la Dialéctica.
32.-
La Metafísica proyecta mucha luz sobre los instrumentos para aprender.
Pero
hemos de añadir que como se fundan en las cosas mismas estos instrumentos de
saber, su posesión y. conocimiento se perfecciona mucho con la Metafísica; de
manera que lo que dijimos proporcionar la Metafísica a todas las ciencias y sus
principios, se realiza de modo especial en la Dialéctica y en su campo.
Esto
queda probado con la objeción puesta al principio, como a continuación
explicaremos.
A
la Metafísica pertenece especialmente el conocimiento de la esencia y de lo que
es la cosa, como tal; ahora bien, la definición, cuya razón y forma da la
Dialéctica, para ser perfecta ha de explicar la esencia y lo que es la cosa; y,
por consiguiente, al enseñar la Metafísica cuál es la esencia y el ser de
cada cosa, ayuda mucho a definir con perfección. Máxime, que la Metafísica no
sólo da la razón de la esencia en común, sino también al abstraer declara
sus diversos grados y modos; de lo cual depende en gran manera el conocer qué
partes deben incluir en sí las definiciones de las cosas, o qué modo de
definir conviene guardar en cada una de ellas, -v. gr., en la substancia o en el
accidente; en lo simple o en lo compuesto-. Así, pues, la Metafísica
complementa mucho la técnica de la definición, aunque directamente y por su
finalidad no la enseñe.
Cosa
semejante pasa con la división, otro de los instrumentos de ciencia: la
Dialéctica da sus leyes y condiciones; pero como todas ellas se fundan en la
distinción u oposición de las cosas, y el tratar de las varias distinciones de
las cosas pertenece a la Metafísica -porque la identidad y diversidad se
reducen a las propiedades del ente, como la unidad y la multitud- al declararlas
exactamente, la Metafísica facilita también la técnica de la división.
Semejante
razón, empero, no parece ser convincente en el caso de la argumentación o
demostración, pues ella no se funda inmediatamente en la esencia ni en
propiedad alguna del ente, como pasa en la definición y división.
Con
todo, hay un camino por el que también en este empeño la Metafísica ayuda a
la Dialéctica tanto de parte de la materia, como de parte de la forma. De parte
de la materia: ya que al distinguir y separar las nociones de casi todos los
entes, y en general al declarar qué es la cosa en su esencia, qué son las
propiedades y en qué se diferencia la cosa del modo, suministra la materia de
la demostración y argumentación, o con más exactitud, declara de qué tipo
han de ser los extremos y los medios de la demostración. De parte de la forma:
ya que la Metafísica explica con precisión y señala los principios en que
toda recta forma de argumentación ha de apoyarse, por ejemplo éstos: «Las
cosas idénticas a una tercena, son idénticas entre sí»; «No se puede
afirmar y negar juntamente lo mismo de una misma cosa», y otros semejantes.
33.-
Solución a los argumentos aducidos en contra.
Con
lo dicho resulta ya fácil responder a las razones de duda propuestas al
principio.
En
cuanto a la primera, acerca de la definición, se responde que el metafísico
explica en general qué es la esencia y de qué clase, si simple o compuesta, y
esto dentro de su campo y con su propia abstracción; en cambio el dialéctico
examina cómo hemos de hacer para concebir y explicar claramente por medio de
una definición las esencias y naturaleza de las cosas, o -lo que es lo mismo-
con qué conceptos y palabras se ha de dar y qué propiedades ha de tener para
que sea apta. Como se ve estos dos enfoques son bien diferentes entre sí aunque
mutuamente se ayudan. La Dialéctica, en efecto, ayuda a la Metafísica dándole
la manera de llegar a la ciencia, mientras la Metafísica ayuda a la Dialéctica
por ser una ciencia general que de cerca y exactamente estudia las cosas que la
Dialéctica o supone o solamente roza muy de lejos.
La
misma respuesta podemos aplicar a la segunda objeción, basada en la división,
porque la Metafísica se ocupa de las distinciones de las cosas según que ellas
son en sí; mientras que la Dialéctica solamente trata del modo de enunciar y
explicar las divisiones de las cosas.
Algo
parecido se puede decir a lo tercero de la argumentación, pues aunque la
Metafísica de algún modo demuestre los principios y los reduzca al más
universal de que «toda cosa o es o no es» o que «es imposible que una misma
cosa sea y no sea al mismo tiempo»; sin embargo, la Dialéctica supone también
un principio semejante como evidente por sí mismo, a saber: que no se puede
afirmar y negar una misma cosa de un mismo sujeto, y a él reduce casi toda la
fuerza y forma del raciocinio correcto en la demostración de las propiedades y
condiciones de la argumentación.
34.-
¿A qué ciencia pertenece el tratar de la ciencia?
Para
responder a la última dificultad planteada, que se refería a la ciencia, se ha
de tener en cuenta que la ciencia puede considerarse bajo múltiples aspectos,
ya se la mire como una cualidad espiritual y hábito de la mente, ya como
operación suya de determinada condición y naturaleza.
Hay,
en efecto, una manera de estudiarla puramente especulativa, con la que
examinamos qué es y qué propiedades tiene; manera que entra o en la parte de
la filosofía natural que trata del alma racional -esto si se tiene en cuenta
solamente la ciencia humana, que no se da sin fantasía- o en la Metafísica, si
se habla de ciencia abstracta y absolutamente, por ser cosa o propiedad que
prescinde de la materia según el ser.
Otra
manera de ver la ciencia es práctica y técnica: ésta no trata de los
hábitos, sino de los actos de la ciencia, porque el campo de la técnica es la
operación. Además, no puede aplicarse más que a la ciencia humana, que se
realiza mediante la composición, y el discurso; porque la técnica no se ocupa
de lo simple sino de lo compuesto, pues su fin es dirigir una composición o
armonización, razón por la cual la forma producida por la técnica resulta de
la debida proporción y composición de las partes o cosas simples.
Tal
manera de enfocar y ver la ciencia pertenece más bien a la Dialéctica,
técnica del saber, que no a la Metafísica. Pero para que la Dialéctica pueda
cumplir este oficio, no es necesario que investigue con escrupulosidad toda la
naturaleza y esencia de esa cualidad que llamamos ciencia; basta que suponga que
es una operación de la mente y reseñe algunas propiedades, que le son
necesarias para manifestar la verdad exactamente y sin error, por ejemplo: que
sea evidente, cierta, y otras semejantes. Y este conocimiento de la ciencia, que
proporciona el dialéctico, como consta por los libros de Poster., le es
suficiente para dirigir su arte hacia la ciencia como fin y orientar el método
de aprender.
Todavía queda otra manera de encarar la ciencia, que podríamos llamar moral, y es la que considera su uso o ejercicio en cuanto puede ser digno de alabanza o vituperio. Esta manera se incluye en la filosofía moral o en la prudencia.