Historia del término «postmoderno»

Amalia Quevedo
De Faucault a Derrida
Eunsa, Pamplona, 2001.


Amalia Quevedo (*) ofrece en su libro "De Faucault a Derrida" (Ed. Eunsa, 2001) una visión aguda y penetrante de la línea -ciertamente quebrada, ¡rota!- que va desde Foucault hasta Derrida, recogiendo lo más granado del pensamiento francés postmoderno. El presente libro - del que publicamos aquí la introducción general -, sin soslayar los aspectos coyunturales de este nuevo pensamiento, sin pasar tampoco por alto su acentuada dimensión cultural o su innegable fuerza política, busca ante todo desentrañar la incidencia de los grandes interrogantes filosóficos en la obra de pensadores como: Faucault, Deleuze y Guattari, Lyotard, Baudrillard, Derrida.



HISTORIA DEL TÉRMINO «POSTMODERNO»


Postmoderno: lo que sigue a lo moderno 1 y va después de él. La postmodernidad se erige contra los discursos y prácticas de la modernidad, que se consideran agotados u opresores, y entraña cambios profundos en el pensamiento, la historia, la sociedad, la cultura.

Cronología:

• 1870: «postmodern» es empleado por primera vez por el artista británico John Watkins Chapman.

• 1917: el término aparece en el libro de Rudolf Pannwitz: Die Krisis der europáischen Kultur (La crisis de la cultura europea), sobre nihilismo y colapso de valores en la Europa de la I Guerra Mundial. Siguiendo a Nietzsche, Pannwitz habla del nuevo «hombre postmoderno» : nacionalista, militarista, elitista.

• Después de la II Guerra Mundial: D. C. Somervell, en un sumario de A Study of History de Arnold Toynbee, habla de un rompimiento « postmoderno» con la modernidad. Toynbee adopta el término en posteriores volúmenes de esa misma obra, cuando se refiere a cuatro eras distintas en la historia de Occidente: La Edad Oscura (675-1075), la Edad Media (1075-1475), la Edad Moderna (1475-1875), la Edad Post-Moderna (1875-). Caracterizan la Edad Moderna la estabilidad social, el racionalismo, el progreso y la clase media burguesa. Características de la Edad Post-Moderna son en cambio la ruptura con la moderna, las guerras, la turbulencia social, la revolución, la anarquía, el relativismo y, en general, el colapso del racionalismo y del éthos de la Ilustración. (Para Toynbee, post-moderno es un concepto negativo: regresión deplorable, pérdida de valores tradicionales, de certezas y estabilidades).

• 1957: Peter Drucker, en su obra Landmarks of Tomorrow. A report on the New Post-Modern World, llama «sociedad postmoderna» a lo que hoy se llama «sociedad postindustrial». Con el optimismo propio de los teóricos de la sociedad postindustrial, Drucker creía entonces que el «mundo post-moderno» vería la eliminación de la pobreza y la ignorancia, el final de la ideología y de la nación-estado, y una modernización universal.

• Años sesenta y setenta: Reciben el calificativo « postmoderno» nuevas formas de arte anti- o post-modernas como el arte pop, la cultura del cine, los happenings, los conciertos de rock. Se borra la distinción entre arte de élite y arte popular, entre crítico y aficionado, entre artista y público, y aparecen las formas culturales de masas. Se declara la muerte de la vanguardia y de la novela, de los valores tradicionales, del victorianismo, del racionalismo, del humanismo. Es la época de la «nueva sensibilidad» (Irving Howe), lamentada por el mismo Howe, celebrada en cambio por Susan Sontag.

Los primeros «post»:

1880: Post-impresionismo.

1914-22: Post-industrial.

Años sesenta: Era de los post: en literatura, sociología, economía, religión (post-cristiandad).

Años sesenta y setenta: Post-estructuralismo.

Años setenta: Era de la posterioridad. (Esta posterioridad implica un sentimiento negativo -de haber llegado después de una era creativa- y un sentimiento positivo -de estar trascendiendo una ideología negativa-).

El debate post-moderno se inicia en los campos de la arquitectura y la literatura. El guión que aún separa al prefijo «post» del adjetivo «moderno» indica autonomía respecto a lo moderno y apunta a un movimiento constructivo y positivo. Ahora bien, no hay una teoría postmoderna, ni siquiera un conjunto coherente de posiciones.

El término «postmoderno» es finalmente consagrado y difundido por Jean-FranQois Lyotard en su libro de 1979 La condición postmoderna.


2. MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD

Presentaré aquí esquemáticamente algunas características del proceso de modernización, de la nueva era moderna inaugurada por él, de los antecedentes de la postmodernidad y de la postmodernidad misma.

Modernización

• Individualización
• Autonomía de los saberes
• Secularización
• Industrialización
• Diferenciación cultural
• Urbanización
• Burocratización
• Racionalización
• Artículos de consumo (commodities)
• Arte moderno
• Técnica
• Transportes y comunicaciones
• Capitalismo

Modernidad

• Época que sigue a la Edad Media.
• Nace en Francia con Descartes.
• Uno de sus grandes hitos es la Ilustración.
• Se extiende de Descartes a Habermas.
• Innovación, novedad, dinamismo.
• Razón: fuente del progreso en el conocimiento y en la sociedad, lugar de la verdad y fundamento de los sistemas de conocimiento (ciencia) y de acción (política).
• Racionalismo, verdad apodíctica.
• Pretensiones universales y totalizantes.
• Macroteorías.
• Representación.
• Orden, significado.
• Política: partidos, parlamento, uniones comerciales.
• Arte: seriedad, pureza, individualidad. Vanguardias: negación, disidencia.
• Los defensores de la modernidad acusan a la postmodernidad de relativismo, irracionalismo y nihilismo.

Precedentes de la postmodernidad

• Estructuralismo.
• Recepción de Nietzsche y Heidegger.
• Literatura: críticas contrailustradas a la razón: Marqués de Sade, Bataille, Artaud.
• Arte: tradición estética bohemia, irónica, subversiva: Baudelaire, Rimbaud.
• Cultura de la imagen, del espectáculo, de artículos de consumo, con efectos pacificadores y estultificantes.

Con el neomarxismo, el existencialismo, la fenomenología y el estructuralismo aparecen nuevos conceptos de lenguaje, teoría, subjetividad y sociedad.


Postmodernidad

• Surge en Francia, en los años sesenta. (Francia se arroga ser la cuna de Descartes, de la Ilustración y de la postmodernidad).

• Conexión con la revolución estudiantil de mayo del 68.

• Principales pensadores: Foucault, Derrida, Deleuze-Guattari, Lyotard, Baudrillard, Rorty, Vattimo.

• Rechazo de la Ilustración y de los conceptos ilustrados: lo espontáneo, el sujeto autónomo, lo racional.

• No identidad ni unidad, sino diferencias.

• Multiplicidad, diferencia, alteridad, repetición. Nuevos tipos de información y conocimiento.

• Nuevas tecnologías.

• Fragmentación cultural.

• Nuevos modos de experiencia, de subjetividad y de cultura. Modificación de la experiencia de espacio y tiempo.

• Crítica de la representación: la teoría no refleja especularmente la realidad; todo conocimiento está lingüística e históricamente mediado. Perspectivismo. Política: crítica a los discursos y a las formas institucionalizadas de poder.

• Microteorías, micropolíticas.

• Niega la coherencia social de la modernidad.

• Niega la causalidad en favor de la multiplicidad, la pluralidad, la fragmentación y la indeterminación.

• Abandona el sujeto racional y unificado de la modernidad en favor de un sujeto fragmentado, social y lingüísticamente descentrado.

• Debate en los campos de la arquitectura, la estética y la cultura.

• Arte: ruptura con la modernidad. Pluralidad de estilos y juegos, eclecticismo. Algunos ejemplos: arquitectura: Robert Venturi, Philip Johnson; música: John Cage; literatura: Pynchon, Ballard; artes figurativas: Warhol, Rauschenberg; cine: Blade Runner, Blue Velvet.

• «Antiliteratura», «literatura del silencio». No lineal, lúdica, a parches, citas, ironía, cinismo, juego con formas del pasado.

• Arquitectura: eclecticismo y populismo versus pureza y formalismo modernos.


3. LA HERENCIA ESTRUCTURALISTA

El pensamiento postmoderno, que es el del último cuarto del siglo XX, opera en el mismo campo de batalla de toda la filosofía del XX, a saber, el lenguaje.

Las raíces de este pensamiento postmoderno se encuentran en el estructuralismo del lingüista suizo Ferdinand de Saussure, que abordó el estudio del lenguaje desde una nueva perspectiva. La lingüística anterior a Saussure, en efecto, estaba enzarzada en el problema del origen histórico del lenguaje, del cual pretendía derivar su significado. Pero Saussure entiende el significado como una función de un sistema: el significado de una palabra depende tan sólo de su función en el sistema del lenguaje, de un modo ahistórico. Estructura es la interrelación de partes en el interior de un sistema. Saussure distingue el lenguaje como sistema, la langue, de sus manifestaciones actuales en el habla o la escritura: la parole. El sistema del lenguaje -la langue- es sincrónico, no depende del tiempo ni está sujeto a evolución histórica. La parole, la palabra en uso, es en cambio diacrónica, pues existe y evoluciona en el tiempo. Con esta distinción, Saussure, por un lado, sitúa al lenguaje en un ámbito que podríamos llamar trascendental, diverso del empírico, y en el que puede ser analizado en términos de sus leyes de operación, sin referencia a sus propiedades históricas ni a su evolución. Pero, por otro lado, elimina de la escena la referencia real del lenguaje, arduamente defendida, entre otros, por Frege. «En el lenguaje -así Saussure- sólo hay diferencias sin términos positivos» 2.

La idea saussureana de que el lenguaje es algo dado cobrará gran importancia en el pensamiento de Foucault y Derrida. El lenguaje, como la ley, es algo dado, que encontramos ya hecho. Saussure lega asimismo a la teoría postmodema un importante sistema binario. El lenguaje es un sistema de signos que funciona según un código operacional de oposiciones binarias. Todo signo está compuesto de un significante (lo que vemos y oímos) y un significado (el concepto) que son inseparables y mutuamente irreductibles. Se volverá sobre ello al considerar el pensamiento de Derrida. Baste advertir por lo pronto que Derrida, Foucault y Deleuze, entre otros, han sido calificados por algunos como postestructuralistas. El calificativo postestructuralista vale para aquéllos que son a la vez críticos y deudores del estructuralismo saussureano. Me inclinaré aquí por el calificativo más amplio de postmoderno, aunque sea rechazado explícitamente por los pensadores de los que me ocuparé en este libro y no sea adoptado expresamente por ninguno.

La influencia de Saussure, que sólo se hace sentir después de su muerte, tras la publicación póstuma de su Curso de lingüística general, no se limita al campo del lenguaje. El orden binario se aplica a otros discursos diversos del texto, que son el dominio de la semiología, la ciencia general de los signos. Al concebir la lingüística estructural como parte de la semiología, que estudia los diversos sistemas de convenciones culturales que posibilitan que las acciones humanas signifiquen y por lo tanto se tornen signos, Saussure abre el camino para un análisis de la cultura como sistema de signos. Surgen así la antropología estructural de Lévy-Strauss, el psicoanálisis estructural de Lacan, el marxismo estructural de Althuser.

Por su parte, el nuevo pensamiento postmodemo (incluido el postestructuralismo), en deuda y confrontación simultánea con el estructuralismo, comparte con éste el rechazo del humanismo, de la fenomenología, del existencialismo. ¡Fuera los holismos!

Los pensadores de los que aquí me ocuparé acusan sin excepción una enconada aversión al sujeto moderno, del que procuran deshacerse cada uno a su manera. Rechazan asimismo las nuevas ciencias humanas empíricas o positivas. Todos ellos intervienen en política, y todos llegan a tener alguna vinculación temprana con el marxismo, del que antes o después se desligarán, acusándolo de reducir las relaciones de poder a relaciones económicas.

Contrincantes de Hegel, de la dialéctica, y del proyecto ilustrado en general, niegan la continuidad de la historia, abominan del centro y de las jerarquías, reivindican la noción de fuerza.


4. LA CRÍTICA POSTMODERNA A LA FILOSOFÍA

El pensamiento postmoderno critica la filosofía moderna en sus raíces, descalificando lo que ellos consideran el sueño imposible de fundar el conocimiento en un lecho rocoso de verdad que pudiera servir de garantía a los sistemas filosóficos 3. Derrida denomina a estos planteamientos fundacionalistas del lenguaje y del conocimiento, que pretenden dar al sujeto un acceso no mediado a la realidad, metafísicas de la presencia. Las oposiciones binarias que rigen en Occidente -sujeto/objeto, apariencia/realidad, voz/escritura, etc. construyen una jerarquía de valores nada inocente, que busca garantizar la verdad y sirve para excluir y devaluar los términos inferiores de la oposición. Metafísica binaria que privilegia la realidad y no la apariencia, el hablar y no el escribir, la razón y no la naturaleza, al hombre y no a la mujer. Hace falta una deconstrucción completa de la filosofía moderna y una nueva práctica filosófica.

Hay que arrasar fronteras: entre filosofía y literatura, entre filosofía y crítica cultural, entre filosofía y teoría social. Es preciso subvertir fronteras y prácticas académicas, inaugurar nuevos modos de escribir, romper con las instituciones y la política del pasado.

En esta línea, los nuevos levantamientos intelectuales son a la par levantamientos políticos: en mayo del 68 se aúnan revolución estudiantil y huelga general de trabajadores. Se politiza la educación universitaria. La producción de conocimiento es criticada como instrumento de poder y dominación, y la institución universitaria como burocracia estultificante, conformismo organizado, acopio de saberes especializados y compartimentalizados irrelevantes para la existencia. Universidad, liceos, prensa y televisión no son más que mecanismos enmascarados del sistema capitalista para conservar el poder.

La crítica a la filosofía moderna incluye la crítica al marxismo, por estrecho y dogmático, porque reduce el poder a la economía y al Estado. La revolución estudiantil desmiente, además, el concepto marxiano de revolución. En lugar de la dictadura del proletariado, se busca la democracia radical: el descentramiento, las diferencias. El pensamiento postmoderno propugna en general las micropolíticas: movimientos locales, descentrados, como pueden ser los de las feministas, los ecologistas, los homosexuales.


Precedentes de la crítica postmoderna a la filosofía

La influencia más relevante es sin duda la de Nietzsche, con su enconado ataque al platonismo y a la filosofía occidental en general. Nietzsche condena nociones tradicionales y fundamentales como son las de sujeto, representación, causalidad, valor, verdad, sistema. Propone y se sitúa en un perspectivismo para el que todo lenguaje es metafórico. Afirma asimismo la superioridad, para la vida, del arte sobre la teoría. Nietzsche critica igualmente la modernidad como una decadencia para la que los puntos altos son el racionalismo, el liberalismo, la democracia y el socialismo, mientras que los bajos son los instintos.

Otro claro precedente es Heidegger, con su crítica a la metafísica y a la modernidad. Heidegger critica el sujeto moderno representador y los efectos corrosivos de la técnica y la racionalización, consecuencia del olvido del ser, mientras propone un nuevo modo de pensar. Aparte de Nietzsche y Heidegger, que atacan los conceptos y los modos tradicionales de la filosofía, otro precedente germano es la crítica a la modernidad formulada por la Escuela de Frankfurt.

El Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas con su teoría de los juegos de lenguaje, y los pragmatistas americanos William James y John Dewey, son otros tantos precedentes de la crítica postmoderna. James por su pragmatismo y pluralismo, Dewey por su ataque a los presupuestos de la filosofía tradicional y la teoría social, que a su juicio deben ser renovadas.


5. EL GIRO POSTMODERNO

La teoría postmoderna sigue en general a la teoría postestructuralista en la primacía que concede al discurso. Tanto los estructuralistas como los postestructuralistas desarrollan análisis de la sociedad y de la cultura en términos de sistemas de signos, sus códigos y sus discursos. La teoría del discurso ve todos los fenómenos sociales como estructurados semióticamente por códigos y reglas, y sujetos por tanto al análisis lingüístico según el modelo de la significación y según prácticas significantes. El sentido no está dado, sino que es socialmente construido a través de ámbitos y prácticas institucionales. El discurso es objeto y campo de batalla donde diversos grupos luchan por la hegemonía y la producción de sentido.

Saussure había propuesto la elaboración de una semiótica de «la vida de los signos en la sociedad». El postestructuralista Roland Barthes y el primer Baudrillard secundaron esta propuesta, analizando la semiótica del mito, de la cultura, del consumo y otras actividades sociales. Pero la teoría del discurso prevaleció sobre la semiótica, y así, muchas teorías postmodemas siguen más bien la teoría del discurso, al asumir que son el lenguaje, los signos, las imágenes, los códigos y los sistemas de significación los que organizan la psique, la sociedad y la vida diaria.

En la Francia de los años setenta se atacan por doquier las teorías modernas enraizadas en presupuestos humanistas y en los discursos racionalistas de la Ilustración. Foucault proclama la muerte del hombre y ofrece nuevas concepciones de la teoría, la ética y la política. Baudrillard habla de una « semiurgia radical» -la proliferación constante y acelerada de signos- que produce simulacros que conducen a la creación de nuevas formas de sociedad, cultura, experiencia y subjetividad. Lyotard describe una «condición postmoderna» que marca el final de los grandes relatos y esperanzas de la modernidad, y la imposibilidad de continuar con las teorías sociales totalizantes y la política revolucionaria del pasado. Deleuze y Guattari proponen desarrollar un « esquizoanálisis» y una « rizomática» que delineen las «territorializaciones» represivas del deseo a lo largo y ancho de la sociedad en la vida diaria, mientras buscan posibles «líneas de escape».

Ahora bien, no todos los anteriores aceptan ser calificados como postmodernos: Foucault rechaza toda etiqueta; no se identifica con la teoría postmodema ni usa el término de modo relevante. Deleuze y Guattari no adoptan explícitamente el discurso postmodemo pero presentan nuevos modelos de teoría, práctica y subjetividad como alternativas a los modelos modernos. Guattari denosta explícitamente el término «postmoderno». Baudrillard se niega en un comienzo a dejarse llamar postmoderno, pero luego él mismo usa el término para describir su postura. Lyotard, por último, es ambivalente frente a la etiqueta.

Foucault y la teoría postmoderna en general rechazan la ecuación moderna razón = libertad (emancipación), y problematizan las formas modernas de racionalidad como reductivas y opresoras. El pensamiento postmoderno rechaza las teorías unificantes y totafizantes como mitos racionalistas de la Ilustración, que no dejan de ser reduccionistas, y que eclipsan la índole diferencial y plural de lo social, a la vez que entrañan la supresión de la pluralidad, la diversidad y la individualidad en favor de la conformidad y la homogeneidad. En oposición directa a la visión moderna, la postmodemidad revalúa la inconmensurabilidad, la diferencia, la fragmentación, como antídotos contra los modos modernos de teoría y racionalidad, siempre represivos. Foucault, por ejemplo, defiende la «sorprendente eficacia del criticismo discontinuo, particular y local», frente al « efecto inhibidos de las teorías globales, totalitarias», y esto tanto en el plano teórico como en el político.

El pensamiento postmoderno, plural, abierto y diferenciado, supone el rechazo del modelo ilustrado de progreso histórico. Cualquier actividad política emancipadora, sea del tipo que sea, depende de un modelo lineal de tiempo en el que los logros de una generación pasan a la siguiente. Tal es el modelo moderno de historia, en el que actos deliberados de autoafirmación progresan hacia la realización de un fin distante idealizado. El marxismo es el ejemplo clásico de un fin emancipador a largo plazo, garantizado por la historia misma. ¿Y si esto fuera un engaño? ¿Qué lo ha mantenido entonces durante tanto tiempo?, inquiere Lyotard. La liberación de la humanidad que pretende el proyecto moderno no es, según Lyotard, más que un mito auto-legitimarte, una «Grand Narrative», un gran relato, sostenido desde que la Ilustración triunfara al transformar la filosofía en política militante.

Lyotard define la condición postmoderna como escepticismo, incredulidad, frente a todos los metarrelatos. Metarrelatos son las verdades supuestamente universales, últimas o absolutas, empleadas para legitimar proyectos políticos o científicos. Así por ejemplo, la emancipación de la humanidad a través de la de los obreros (Marx), la creación de la riqueza (Adam Smith), la evolución de la vida (Darwin), la dominación de lo inconsciente (Freud), etc. Lyotard considera que el descenso y caída de los grandes relatos modernos es inevitable, en virtud del cambio operado en el conocimiento mismo.

Hoy se habla también de una ciencia postmoderna, cuyos rasgos característicos serían: ruptura con el determinismo newtoniano, con el dualismo cartesiano y con la epistemología representacionista. Los defensores de la ciencia postmoderna abogan por el caos, la indeterminación y la hermenéutica, y algunos hasta claman por el «reencantamiento de la naturaleza».

Lyotard señala, además del mito de emancipación política, otro mito narrativo, que legitima esta vez la visión moderna de la ciencia. Se trata de la «unidad especulativa de todo conocimiento», el ideal de la filosofía romántica alemana cuyo máximo exponente es Hegel. Este sueño, encarnado por la universidad moderna con todas sus facultades (una suerte de cerebro departamentalizado) y sus intelectuales especializados, resulta insostenible en razón de la nueva índole del conocimiento. Lo que cuenta ahora es el procesamiento de información en el ciberespacio, que da lugar a un nuevo tipo de cognoscente. El conocimiento es la nueva fuerza de producción post-industrial. El viejo principio que vinculaba la adquisición del conocimiento con el esfuerzo intelectual se está haciendo cada vez más obsoleto. La relación de los «proveedores» y «usuarios» del conocimiento tiende ahora a asumir la forma de la relación de los productores y consumidores de commodities, y queda inscrita en la teleología simple del intercambio. El conocimiento deja de ser un fin en sí mismo, pierde su valor de uso, para trocarse en mero valor de cambio; el cognoscente se transforma en consumidor de conocimiento.


Posthistoria y arquitectura

Resulta paradójico hablar de una historia postmodema, pues la teoría postmodema desafía la noción de historia monolineal. La postmodemidad no puede seguir secuencialmente a la modernidad, pues ello supondría la admisión del progreso histórico e implicaría la recaída en la mitología de los grandes relatos. En este sentido se habla a veces de post-historia.

En cuanto a la arquitectura, el arquitecto americano Robert Venturi formula en 1972 su credo postmodemo. Venturi afirma que hay que aprender de la arquitectura local de la calle que surge orgánicamente y sin planificación, y que es la que a la gente le gusta. La arquitectura postmoderna reivindica lo vernáculo, con énfasis en lo local y particular como opuesto al universalismo modernista. Esto significa un retorno a la ornamentación, con referencia al pasado histórico y su simbolismo, pero en la forma irónica de la parodia, el pastiche y la cita. Venturi y otros arquitectos postmodernos proponen una arquitectura «comicstrip», de historieta o viñeta: ecléctica, ambigua, humorística, sin pretensiones.

La fuerza irónica de la arquitectura postmodema, su eclecticismo radical, parecen darle credibilidad inmediata a la teoría postmoderna, de la que los edificios constituyen pruebas visibles. Ahora bien, el problema ineludible de toda arquitectura es su implicación en el mundo del capital; ni siquiera los arquitectos postmodernos se libran de convertirse en empleados del capitalismo tardío.

Visionarios modernistas como Le Corbusier habían creído que se podía alcanzar la transformación de la vida social mediante la transformación del espacio arquitectónico, haciendo de éste un sustituto de la revolución política. Pero los experimentos modernistas fracasaron en su intento de modificar el mundo del capitalismo. De hecho, la pureza utópica de las torres de cristal del modernismo acabó por glorificar el poderío económico de los bancos, las aerolíneas y las corporaciones multinacionales.


C. ALGUNOS CRÍTICOS DE LA POSTMODERNIDAD

Antes de los años ochenta, la década en la que lo postmodemo pasa a ser tema de discusión y candente actualidad, se levantan ya algunas voces críticas. Una de ellas es la de George Steiner, que opone a Derrida su libro Presencias reales, y que considera que la nueva post-cultura corroe los fundamentos y valores de Occidente. Steiner acusa al pensamiento postmodemo de abandono de absolutos éticos y certezas, así como de pérdida de identidad y comunidad, de centralidad geográfica y social. No duda tampoco en tildar el postmodernismo de pesimismo y escepticismo.

Por su parte, el sociólogo Daniel Bell, autor de The Cultural Contradictions of Capitalism, declara que nos hallamos en el final de una era. Es postmoderno el desatar el instinto, el impulso, el deseo, y extender a otros campos los impulsos rebeldes, antiburgueses, antinómicos, hedonistas de las subculturas bohemias propias de la vanguardia artística moderna. La postmodemidad se perfila así, por una intrínseca paradoja, como el resultado de la aplicación, a la vida diaria, de las reivindicaciones modernas: hedonismo, hiper-individualismo, rebeldía. La cultura postmodema representa un asalto a la tradición y un narcisismo que va en contra de los imperativos burocráticos, tecnocráticos y organizativos de la economía capitalista y de la democracia.

El principal crítico del pensamiento postmoderno es el filósofo alemán Jürgen Habermas, vástago de la Escuela de Frankfurt y defensor empedernido del proyecto moderno, que no duda en tachar a los postmodernos de neoconservadores o reaccionarios, cuando no de místicos. Habermas entiende la postmodernidad como una ideología conservadora que intenta devaluar los valores y teorías emancipatorios de la modernidad, y que no representa más que una derrota ante los elementos aún válidos del proyecto moderno.
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Notas:

1. La palabra «moderno» viene del latín modo, que significa justo ahora.

2. Según Emile Benveniste y Jacques Derrida, Saussure en el fondo creía que el signo tenía una relación natural e inmediata con su referente, y que el significante estaba en una relación unitaria y estable con lo significado. En clara oposición a esta inconsecuencia del estructuralismo, los postestructuralistas enfatizarán el carácter arbitrario, diferencial y no referencial del signo. Los postmodemos en general enfatizarán la índole arbitraria y convencional de todo lo social: el lenguaje, la cultura, las prácticas, la subjetividad, la sociedad.

3. RORTY, R., Philosophy and the Mirror of Nature, 1979.


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AUTORA: (*) Amalia Quevedo es doctora en Filosofía por la Universidad de Navarra. Ha sido becaria de la Fundación Alexander von Humboldt en la Universidad de Münster (Alemania) y visiting scholar en Boston University (USA). Actualmente es profesora de la Universidad de La Sabana (Colombia). Autora de Ens per accidens. Contingencia y determinación en Aristóteles (EUNSA, 1989) y La privación según Aristóteles (La Sabana, 1998).

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