Nietzsche y la supuesta muerte de Dios

Por Robert Capra

 

En el centenario de la muerte de Nietzsche puede ser oportuno el recuerdo de lo que cierto día apareció en la prensa: «Dios ha muerto. Firmado: Nietzsche». Al día siguiente en el mismo periódico, apareció esta otra esquela: «Nietzsche ha muerto. Firmado: Dios».

¿Sarcasmo excesivo? Quizá. Porque habría que ver si Nietzsche creyó haber matado efectivamente a Dios. Ahora bien, es preciso reconocer que la aseveración no es humo de pajas y al menos sus discípulos se la han tomado en serio.

Nadie mejor que Nietzsche sabía las consecuencias de una supuesta e irreversible muerte de Dios:

«¿Adónde se ha ido Dios? Nosotros le hemos matado. Todos nosotros somos sus asesinos... ¿Cómo hemos sido capaces de beber el mar entero? ¿Quién nos ha dado la esponja con que hemos podido borrar el horizonte entero? ¿Qué hemos hecho cuando desprendimos la Tierra del Sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros, ¿Nos estamos alejando de todos los soles? ¿Es que nos estamos cayendo, incesantemente? ¿Hacia detrás y hacia todos los lados? ¿Hay además un arriba y un abajo? ¿No vagamos perdidos en la infinitud de la nada? ¿No sentimos en nuestro rostro el vaho del espacio vacío? ¿No sentimos que va aumentando el frío? ¿No se va acercando la noche, continuamente, una noche cada vez más densa?...» (Die Fröhliche Wissenschaft, número 125)

Su plan de "reconversión" de la humanidad consiste en situarse en el lugar del Creador y convertirse en "superhombre", a base de la "voluntad de poder", enfrentándose así con el vacío inmenso de la nada que la muerte de Dios deja y atreviéndose a crear valores inéditos, "más allá del bien y del mal".

«¡Dios ha muerto! ¡Y somos nosotros los que le hemos matado!... ¿No son demasiado grandes para nosotros las proporciones de esta acción? ¿No deberemos convertirnos en dioses para hacernos dignos de ella? Nunca hubo acción alguna más grande y todos los que nazcan después de nosotros pertenecerán a una época histórica superior a todas las que ha habido hasta ahora, gracias a esta acción... Este terrible acontecimiento está todavía en camino y marcha hacia adelante» (Die Fröhliche Wissenschaft, número 125).

Ahora bien, la historia demuestra que no ha sido Dios el muerto, sino Nietzsche. Sin Dios no hay Absoluto. Todo es relativo. Bien y mal son palabras huecas. «Haz el mal, verás como te sientes libre», dice uno de los héroes de Le Diable et le bon Dieu. J. P Sartre se propuso la aventura de "inventar valores", puesto que el principio absoluto de su discurso es la dogmática negación de Dios con el fin de afirmar una libertad humana absoluta.

Jean Paul Sartre reconoce que si Dios no existe, los valores no están fijados de antemano. Hay que inventarlos. ¿Quién será el inventor? «Puesto que yo he eliminado a Dios Padre, alguien ha haber que fije los valores. Pero al ser nosotros quienes fijamos los valores, esto quiere decir llanamente que la vida no tiene sentido a priori. Y añade Sartre: «no tiene sentido que hayamos nacido, ni tiene sentido que hayamos de morir. Que uno se embriague o que llegue a acaudillar pueblos, viene a ser lo mismo. El hombre es una pasión inútil», y «el niño es un ser vomitado al mundo», «la libertad es una condena».

La muerte de Dios es la muerte del hombre. Sólo cabrían valores ilusorios, sin realidad, sin eficacia. Entre los valores inventados y los valores reales habría la misma diferencia que entre una piedra pensada y una piedra real. Con una piedra real se puede construir un enorme edificio; con una piedra pensada nada puede romperse, ni edificarse en la realidad. Es el absurdo, lo impensable, lo que no puede ser en absoluto.

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