Nietzsche

Por Joan Maragall

Interesante y conmovedor artículo del gran escritor Joan Maragall (Barcelona, 1860 - 1911)., contemporáneo de Nietzsche, con ocasión de la muerte de éste (1900). En 1983, Maragall expresaba su "esperanza con curiosidad" en la aparición de hombres como Nietzsche "precursores" de una sociedad en la "que majestuosamente se desenvuelva una nueva fase de la evolución humana". El presente artículo de 19-IX-1900, Maragall expresa magistralmente su desencanto, no exento de admiración por el alemán, aunque no llegó ver con sus ojos la práctica derivación hitleriana, no menos discrimatoria y bárbara que el deslumbrante programa social de Nietzsche.


Al leer la noticia de la muerte de Nietzsche una fuerte piedad invadió nuestra alma: la vida y la muerte de este hombre tienen algo de trágico, algo que espanta y apiada. Nietzsche es un sediento de absoluto, un sediento de Dios; pero no quiso bajarse a beberlo en la fuente de la fe, y murió de sed: Una gran potencia que había en su espíritu le hizo soberbio como no puede serlo un hombre: el límite de nuestra razón y de nuestros sentidos lo despreció, y quiso comprender lo incomprensible, lo que hay que presentir y adorar con humildad. No vio la altísima dignidad que encierra esa humildad humana que puede orar trémula y ansiosa en su presentimiento de lo eterno; negó todo lo que no comprendía, e intentó crear un mundo a su imagen y semejanza. Un hombre que quiere hacerse Dios, ¡tragedia terrible y grande!

En esa desesperada génesis de su mundo, ¡cuántas imprecaciones, cuántos tormentos, cuántos gritos desgarradores, cuántas carcajadas aturdidoras, y cuánto esfuerzo! Buscando al hombre puramente humano se le apareció primero en el paganismo, en su más alta expresión, en los trágicos griegos. Pero vio que desde entonces el espíritu humano había andado y creyó que Wagner era el trágico griego de hoy, y se hizo wagneriano. Ni su sed de absoluto ni su espíritu potente y soberbio podían definirse dentro de una concepción meramente wagneriana de la vida, y entonces su superioridad reniega el maestro de Bayreuth y lo ridiculiza por pedante y por limitado.

-;Más ! ¡más! -le grita su sed- de Dios; y busca, busca al hombre endiosado en la gran subida de savia del Renacimiento, en las maldades grandes y alegres de un César Borgia, y en la humana omnipotencia de Napoleón.

-No basta; ; más! i más ! -y busca, busca el sobrehumano humano; y buscándolo entre la espesura de las ideas adquiridas, de las doctrinas hechas de las religiones que le ponen todo cielo de por medio, maldice, destruye y avanza por la tierra, despejándola de toda florescencia metafísica y haciendo brotar de ella bellezas y más bellezas que le van al alma y que muestra y esparce con portentoso genio ante los ojos deslumbrados del hombre de hoy, a quien desprecia en nombre del superhombre que quiere formar. y que ha de ser el sentido de la tierra.

Pero -ved cómo muestra a ese superhombre : no con calma de creador, no con acento sereno de triunfo, sino con gestos descompasados, a gritos desgarradores; como para ahogar aquel otro grito interno que no se acalla y le dice:

-No basta; ¡más! ¡más!

Es una impresión extraña y hondísima la que produce el libro capital de Nlietzsche: "Así habló Zarathustra". El esfuerzo que representa, asombra; su poesía maravillosa penetra hasta la medula ; su intensidad inquieta; su optimismo, lejos de saciar el espíritu, lo irrita y le da vértigos. Es el optimismo exasperado de un grandísimo poeta que quiere deslumbrarse a sí propio y a los demás con la hermosura de lo terreno para no ver el abismo de eternidad que le atrae. Y en sus cantos a la materia y al egoísmo pone todos los deliquios de un místico y todos los renunciamientos de un asceta. Afirma desesperadamente que ha encontrado todo su hombre, todo su mundo, y él mismo no puede creerlo. Y es que sin quererlo confesar a quien busca es a Dios, su gran tormento.

San Agustín, que también buscó mucho a Dios, dijo en sus "Confesiones": Alégrense (los hombres) de su ignorancia, y ténganse por felices de no poder hallaros, porque no hallándoos es como os hallan mejor ; pues vuestra grandeza infinita es causa de que les sea imposible el encontraros; y si os encuentran según su imaginación y sus ideas, encontrándoos no os encuentran, porque su inteligencia finita y limitada no puede contener un Dios infinito e incomprensible a ella.

Por esto el grito triunfante de Nietzsche al manifestar que ha encontrado su Dios, estremece; y estremece más ver desfallecer al triunfador en seguida de su triunfo. Nietzsche desfallece en la locura, y permanece atónito en sus tinieblas hasta que muere.

El mismo San Agustín que acabamos de citar, y cuyo espíritu se enlaza misteriosamente con el de Nietzsche en nuestro pensamiento, ha dicho:- "Porque nos has criado a todos para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que en Ti descansa". Pueda el alma del desventurado filósofo alemán descansar al fin en él. Cierto que su soberbia fue como satánica y que destruyó mucho. Pero él mismo dijo por boca de Zarathustra : "Amo a los grandes despreciadores, porque ellos son los grandes veneradores y flechas del anhelo hacia la otra orilla". Y Nietzsche fue así: despreció muchas cosas por repugnancia a lo convencional, a lo mezquino: por amor a lo grande, a lo nuevo, a lo que mueve al hombre a altas empresas. En medio de grandes contradicciones que atestiguan su absoluta sinceridad, fue sobre todo una "flecha del anhelo hacia la otra orilla". Dios acoja en ella su alma, en gracia al grande anhelo con que le buscó, aunque fuera por caminos extraviados.


_____________

JOAN MARAGALL, Obres completes, II, Ed. Selecta, Barcelona, pp. 138-139.

Gentileza de http://www.arvo.net/
para BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL