Historia de la Filosofía Medieval, I

Por Martin Grabmann
Traducido por SALVADOR MINGUIJÓN
Profesor de la Universidad de Zaragoza

EDITORIAL LABOR, S. A. BARCELONA - BUENOS AIRES 1928
Talleres Tipográficos de EDITORIAL LABOR, S. A. Provenza, 88, BARCELONA


 


CAPÍTULO II

El desarrollo de la filosofía medieval en la Antigua y en la Alta Escolástica

I. La Antigua Escolástica

II. La Alta Escolástica



El desarrollo de la filosofía medieval en la Antigua y en la Alta Escolástica

1. La Antigua Escolástica

Los siglos que transcurren desde cl fui de la Edad patrística hasta Anselmo de Canterbury y que pueden designarse con el nombre de pre-escolástica, fueron un período de receptividad, dc transmisión de materiales patrísticos, período que se caracteriza por una literatura de florilegios o selecciones dc cosas ajenas. Estos tiempos no tienen una fisonomía filosófica propia. La actividad filosófica se limita, en general, a la dialéctica de las escuelas. Alcuino († 804) escribe un compendio de psicología basado en San Agustín y Casiodoro. Los escritos de Ratramo señalan un avance en el orden filosófico († hacia el 868). Sobre esta monotonía del trabajo científico se alza en el siglo IX la figura de un pensador, de Juan EEscoto Erígena († hacia 870). Por medio de su traducción latina del pseudo-areopagita ha introducido en Occidente pensamientos neoplatónicos por medio de sus glosas a los escritos teológicos de Boecio ha ayudado a abrirse camino al método de trabajo escolástico, con su obra De divisione naturae ha creado un original sistema filosófico-teológico, un enlace especulativo del neoplatonismo con las enseñanzas de la fe cristiana. Este sistema idealista tiene carácter panteísta semipanteísta. Dios es el ser de todo. Por medio de una serie de emanaciones substanciales da Dios el ser a todas las cosas. El primer grado es la natura creans et increata, es decir, Dios, en su ser insondable. Dios conoce en sí las causae primordiales, los primeros principios de las cosas. Se desarrolla a sí mismo en su conocimiento (natura creans creatae). Estos primeros principios de todos los seres, partiendo de Dios, se desenvuelven en el conjunto de los seres que existen en el tiempo y en el espacio (natura creata nec creans). Todo ser, el corpóreo como el espiritual, es una teofanía, una irradiación de la substancia divina. Finalmente, la corriente del mundo viene a desembocar en Dios, el mundo vuelve a Dios, se hace nuevamente una misma cosa con Dios, se deifica (natura nec creata nec creans). Su obra De divisione naturae tuvo influencia también en la Escolástica posterior; así la tuvo en el siglo XII en la Clavis physicae de Honorio de Augustodunum, en Alano de Insulis y Garnier de Rochefort y a principios del siglo XIII en Simón de Tournai. Su pensamiento fundamental monista encuentra un eco reforzado en Amaury de Bennes y los amauricianos y en David de Dinant al declinar el siglo XII.

Dentro de los escasos conocimientos científicos del siglo X fué Gerberto de Aurillac († 1003, siendo papa con el nombre de Silvestre II), un maestro de gran influjo y un acreditado escritor en las disciplinas del trivium y el quadrivium.

Notker Labeo en Saint-Gall († 1022) tradujo al alemán la Consolatio philosophiae, las versiones latinas de las Categorías aristotélicas y el Perihermeneias. El siglo XI se caracteriza por la oposición entre dialécticos y anlidialécticos. La extensión de la dialéctica al terreno profano (Anselmo el Peripatético) y todavía más al terreno de la fe, provocó en la esfera monástica conservadora una reacción en parte hostil a la dialéctica (Otloh de Saint-Emmeram, Pedro Damiani, Manegold de Lautenbach). Guillermo de Hirschau († 1091) y Lanfranco († 1089), el maestro de San Anselmo de Cantorbery, trataron de mantenerse en una vía media entre ambos extremos. A fines del siglo XI se señala una aspiración a lo eterno y a lo divino que encontró su manifestación histórica en las Cruzadas. Al mismo tiempo surgió un renacimiento de la vida científica que produjo la Escoláslica propiamente dicha. Francia, patria de las Cruzadas y del arte gótico, fué también la tierra fecunda de este renacimiento científico. La Escolástica del siglo XII que se considera como el primer periodo, es el preludio y la preparación de la Escolástica del siglo XIII, de la Alta Escolástica.

El padre de la Escolástica es San Anselmo de Canterbury, un genio especulativo que se destaca sobre sus contemporáneos, una figura de pensador fuertemente caracterizada, inflamada en el espíritu de San Agustín, en la cual se juntaran y compenetraron la fe y la ciencia, la teología y la piedad, la especulación y la contemplación, el estudio de los Santos Padres y la dialéctica. Con la divisa Fides quaerens intellectum, San Anselmo ha inaugurado la Escolástica propiamente dicha. Colocábase en el terreno de la auctoritas, es decir, de las enseñanzas de la Iglesia y doctrinas de los santos Padres y desde esta posición aspiraba a alcanzar un conocimiento racional de las enseñanzas de la fe y de la conexión que entre sí guardan. El camino que para esto sigue se señala por la labor especulativa con que profundiza en las analogías naturales de lo sobrenatural, especialmente en lo que respecta a la vida del alma, semejante a Dios, por la pureza moral, por la utilización de la dialéctica y de la metafísica agustiniana, por el repudio del nominalismo y de la hiperdialéctiea. San Anselmo en su Monologium y su Proslogium ha presentado los pensamientos fundamentales de la teología de San Agustín en el engarce propio de la escolástica. En la historia de la Filosofía, su nombre va unido principalmente a la prueba anselmniana de la existencia de Dios, a la llamada (desde Kant) prueba ontológica, que, partiendo de la idea de Dios, trata de demostrar su existencia.

«Concebimos a Dios en general como un Ser por encima del cual no puede pensarse otro ser más grande. Pero un ser sobre el cual no puede pensarse nada mayor no puede estar únicamente en nuestro pensamiento, pues entonces podría pensarse otro muy mayor, que además de estar en nuestro pensamiento estuviera en la realidad. En consecuencia, Dios, siendo un ser tal que no puede pensarse nada mayor, debe existir también en la realidad. Luego Dios existe.» Esta prueba se encuentra renovada en el siglo XIII en Guillermo de Auxerre y Alejandro de Hales; también San Buenaventura, Alberto Magno, Egidio Romano y otros siguen un procedimiento análogo. Por el contrario, Santo Tomás de Aquino y Ricardo de Middletown han rechazado esta prueba como una transición ilegítima del orden de la idea al orden del ser.

El primer periodo de la Escolástica que se abre con Anselmo de Cantorbery, discute principalmente cuestiones filosóficas en relación con las doctrinas de la Trinidad y de la Encarnación, que constituyen el centro de la especulación teológica. Hasta el problema filosófico de este tiempo, enlazado en las fuentes originales (Isagoge de Porfirio) con la cuestión de los universales, el problema del valor, objetividad y realidad de las ideas generales, de los géneros y especies, se nos presenta en el primer periodo de la Escolástica en conexión con la doctrina de la Trinidad. Roscelin de Compiègne representa, en el problema acerca del valor de nuestras ideas generales, un decidido nominalismo, no ve en los géneros y especies ni siquiera ideas generales, sino solamente denominaciones generales. Géneros y especies no son cosas (res) sino solamente palabras. La aplicación de este nominalismo a la doctrina de la Trinidad condujo al triteismo. Por el contrario, los representantes del realismo en este primer período de la Escolástica, por ejemplo, Guillermo de Champeaux, consideraron sin restricción los géneros y especies como res, como algo real. La cuestión del valor objetivo y real de las ideas generales ha interesado toda la filosofía del siglo XII que se ocupó de ella con la mayor viveza, como se ve por la referencia que hace Juan de Salisbury de los diversos intentos para darle solución. El problema de los universales dió su más considerable avance en este período gracias a Pedro Abelardo, que en sus Glossulae super Prophyrium, recientemente descubiertas, profundizó el problema en el aspecto psicológico y ensayó una conciliación entre el nominalismo y el realismo, si bien con colorido nominalista en sus fundamentos. Los universales son, según él, palabras que sirven para designar conceptos universales adquiridos por el procedimiento de la abstracción. A los conceptos generales corresponde en las cosas algo objetivo (la communis forma o el status generalis vel specialis). Pero este algo objetivo no es ninguna cosa (res), porque las cosas individuales no son generales. La solución de Abelardo señala ya el camino para el realismo moderado de la alta Escolástica, que se formó bajo la influencia de los escritos recientemente descubiertos de Aristóteles y también de los escritos de Avicena. Señaladamente dió en esto una orientación la teoría aristotélico-escolástica de la abstracción y la doctrina de la materia y la forma. Santo Tomás de Aquino distingue en nuestras ideas generales entre su contenido o substancia real y su forma de generalidad. Al contenido de las ideas generales corresponde una realidad fuera de nuestro pensamiento, a saber, el ser inmanente de las cosas singulares concretas, la forma substancial del ser. La forma del ser es, así, el elemento especificador; por el contrario, la materia es el elemento mdividualizante. La forma de lo general en nuestras ideas es algo subjetivo, es un producto de nuestro entendimiento. El fundamento de esta forma intelectual de las ideas generales es la actividad abstractiva de nuestro entendimiento, que separa la forma esencial de las cosas singulares, lo típico y común en sí mismo considerado, de los momentos materiales individualizantes. Los escolásticos de los siglos XIV y XV, Pedro de Auriole, Guillermo de Occam, Pedro de Ailly y otros, se han apartado en su mayor numero del realismo moderado y han vuelto a la dirección subjetiva del nominalismo.

Si después de esta ojeada sobre el desarrollo del problema de los universales volvemos nuestra atención al pensamiento filosófico del siglo XII, encontramos la vida científica de este primer periodo de la Escolástica representada en una serie de escuelas. Las escuelas de Guillermo de Champeaux, de Anselmo de Laon († 1118) y Alberico de Reims tienen un carácter más positivamente teológico y son importantes sobre todo como cuna de la literatura escolástica de sentencias. Con la dirección conservadora de estas escuelas aparece unido el nombre de Hugo de San Víctor († 1141), un teólogo alemán (conde de Blankemburgo) en París, una ideal y amable figura de sabio cultivado en todo el ámbito de las ciencias religiosas y profanas, y que por su manera preclara de pensar y de trabajar se parece a San Anselmo de Cantorbery y a Santo Tomás. Su idealismo y universalismo científico se expresa con las palabras: Omnia disce, videbis postea nihil esse superfluum. Coarctata scientia jocunda non est. Hugo de San Víctor ha tratado la Teología y la Psicología bajo la inspiración agustiniana y ha dado también impulso a la mística latina. Su Didascalion es una interesante doctrina de la ciencia, una especie de pedagogía de los estudios de la época. La dirección mística de Hugo se encuentra todavía más acentuada en Ricardo de San Victor († 1173) el magnus contemplator. Ricardo investiga en una labor independiente del pensamiento, el conocimiento de la razón y de la fe y ante todo los grados del conocimiento místico, de la contemplación, sistematizando por primera vez la Mística. Una forma más práctica presenta la mística de San Bernardo de Claraval († 1153), cuyo espíritu se absorbió en la psicología de la vida interior religiosa. Un cerebro especulativo que se destaca en este tiempo y que propiamente no pertenece a ninguna escuela es Roberto de Melun, que en su obra inédita de Sentencias discute con penetración cuestiones filosóficas especialmente la doctrina de Dios y la Psicología.

Frente a la dirección más conservadora de los representantes de la escuela victorina, Pedro Abelardo, dialéctico de gran talento, el Peripateticus Palatinus, como le llaman los contemporáneos, se mantuvo más bien en la dirección dialéctica de Roscelin. En sus escritos teológicos no concibe de un modo fundamentalmente racional la relación entre la fe y la ciencia, pues de hecho se honra algún tanto el límite que separa ambas esferas. Como espíritu sistemático, Abelardo ha influido notablemente en la estructura esencial de una serie de obras de Sentencias (por ejemplo las Sentencias de Rolando Bandinello, más tarde papa con el nombre de Alejandro III). Sobre la significación de su método de Sic-et-non hemos llamado ya la atención anteriormente. En la Ética pone de relieve la conciencia como conciencia moral individual, en cuya concordancia con las normas objetivas se funda la virtud. La diferencia entre el bien y el mal se basa, en último término, únicamente en la libre voluntad de Dios. Por sus escritos auténticos de la lógica descubiertos por B. Geyer y por el autor, editados hasta ahora en parte por B. Geyer (dos glosas al Isagoge de Porfirio y glosas a las Categorías y Perihermeneias), figura Abelardo en primera línea entre los cerebros filosóficos de la Edad Media. Fué ya de alta significación la agudeza, independencia y amplitud con que trató el problema de los universales. Son también discutidas allí con independencia y agudeza y en forma interesante las más intrincadas cuestiones de la Lógica.

La escuela de Chartres (Bernardo y Thierry de Chartres, Bernardo Sylvestre, Guillermo de Conches, también es de citar aquí Adelardo de Bath) sigue una dirección preferentemente humanista y bajo el influjo del Timeo de Platón, dirige su atención a la filosofía de la Naturaleza. Thierry de Chartres ha expuesto en sentido neoplatónico y neopitagónico la obra de la creación en los seis días bíblicos. A la escuela de Chartres pertenece también Gilberto de la Porrée († 1154), un notable dialéctico cuyos comentarios a Boecio, no escritos ciertamente en lenguaje humanista, son de importancia por la doctrina científica y la terminología. La doctrina de Gilberto fué glosada y defendida por numerosos discípulos (Sententiae divinitatis, Liber de vera philosophia, Nicolás de Amiens). Discípulo de Gilberto fué también Otto de Freisinga († 1158), el célebre cronista y filósofo de la historia, que por primera vez dió a conocer en su patria alemana toda la lógica de Aristóteles. El más notable representante de la escuela de Chartres es Juan de Salisbury († 1180), historiador, lógico, cultivador dc la filosofía política, que ha dirigido también su mirada al efecto orgánico recíproco de cada una de las actividades del alma. Está también animado del humanismo de Chartres, Alano de Insulis († 1202). Su Anticlaudianus, una exposición poética de las Artes liberales, ha tenido eco en la poesía alemana, francesa e inglesa y fué ampliado en sentido neoplatónico por Radulfo de Longo Campo en un comentario inédito. Las Maximae theologiae de Alanus han tenido importancia para la terminología. No es de Alanus, sino de Nicolás de Amiens, el Ars catholicae fidei, cuyo método matemático-deductivo tomado en algún aspecto de Boecio, o mejor, de Gilberto dc la Porrée fué empleado más tarde por Tomás Bradwardine († 1349) y en cierto sentido es una anticipación del método geométrico empleado por Spinoza en su Ética. De la Teología de este período proceden también las Sentencias de Pedro Lombardo († 1164), que es una exposición de la doctrina dogmática, libro usado para la enseñanza de las escuelas hasta entrado el siglo XVI, que ha sido comentado innumerables veces y que contiene también pensamientos filosóficos. El discipulo más importante de Pedro Lombardo es Pedro de Poitiers († 1205), del cual dependen una serie de unos 1200 autores de Sumas teológicas (Simon de Tournai, Martin de Cremona, Pedro de Capua, Prepositinus, etc.). Estas Sumas, que permanecen inéditas, no carecen de substancia filosófica, en especial psicológica. Proceden aproximadamente del mismo tiempo las Sumas inéditas, más morales y prácticas, relacionadas con el nombre de Pedro Cantor, debidas a Roberto de Courzon, Stefano de Langton, Guido de Orchelles y otros que orientan más o menos acerca de las concepciones éticas de esta época.

No quedaría completo el cuadro, tan ricamente variado, de la vida y movimiento científicos del siglo XII si no hiciéramos mención una vez siquiera de la dirección hiperconservadora, enemiga de la dialéctica, que encuentra su manifestación hostil a la filosofía en el panfleto de Walter de San Victor († hacia 1180) Contra quattuor labyrinthos Franciae (estos cuatro laberintos son Abelardo, Gilberto de la Porrée, Pedro Lombardo y Pedro de Poitiers).

II. La Alta Escolástica

En la construcción intelectual de la alta Escolástica, o sea la Escolástica desarrollada del siglo XIII, tuvieron parte las fuentes nuevamente descubiertas de la filosofía aristotélica, arábigo-judaica y neoplatónica, el nacimiento y formación de la Universidad de París y la activa participación de las Ordenes de los dominicos y los franciscanos en la vida científica. Los primeros años del siglo XIII son todavía tiempos de transición y de tanteo, en los cuales poco a poco penetran las nuevas ideas filosóficas en el pensamiento científico de entonces. A este tiempo de transición corresponde la Summa aurea de Guillermo de Auxerre († 1231) de gran influjo en la terminología teológica y que contiene ya citas de las obras nuevamente conocidas de Aristóteles. Por Guillermo de Auxerre fueron influidas las Summas, inéditas, de Juan de Treviso y Godofredo de Poitiers. La Summa de bono, también inédita, del canciller de Paris Felipe de Grève († 1236), bastante rica en especulaciones metafísicas, psicológicas y éticas, delata ya un conocimiento no escaso de los nuevos libros dc Aristóteles. Por otra parte la filosofía árabe está ya en el siglo XII abundantemente aprovechada en los escritos de Dominico Gundisalvo, a quien ya conocemos como traductor, especialmente en su obra enciclopédica De divisione philosophiae. Su substancioso tratado De immortalitate animae fué publicado, después de retocarlo ligeramente, por Guillermo de Auvernia con su propio nombre. Bajo el influjo del nuevo material filosófico, pero modificando algún tanto la dirección fundamental de San Agustín, se escribió la obra principal, sistemática, de Guillermo de Auvernia, titulada De Universo.

Para dar idea de la alta Escolástica propiamente dicha, bastará trazar en rápido bosquejo las direcciones capitales, pues la exposición más detenida de la filosofía de Santo Tomás de Aquino nos dará ocasión para una consideración comparativa del conjunto de la filosofía de su tiempo.

La Alta Escolástica propiamente dicha se nos presenta primero como una dirección predominantemente agustiniana. Aristóteles, lo mismo que la especulación arábiga, son aprovechados en ella mediante numerosas citas, pero más como ornamento que como factor integrante del sistema filosófico-teológico orientado en sentido agustiniano. Como puntos doctrinales característicos de este escolasticismo agustiniano mencionaremos la teoría de la pluralidad de las formas substanciales en el hombre y en los seres de la Naturaleza, la afirmación, tomada de Avicebrón, de que el alma humana se compone de una materia espiritual y de la forma, la teoría agustiniana de las rationes seminales o fuerzas germinales y, en lo que se refiere a la doctrina y a la psicología del conocimiento, la llamada teoría de la iluminación (ejemplarismo). Conocemos las cosas corpóreas por la experiencia sensible, pero el alma espiritual del hombre se conoce a sí misma, conoce su ser íntimo intuitivamente, mediante la inmersión en sí misma, y las cosas puramente espirituales y divinas, in rationibus aeternis, mediante un contacto, acomodado a esta vida terrestre, de nuestro entendimiento con la misma verdad eterna, con las eternas e inmutables normas existentes en la Divinidad misma. Esta dirección agustiniana está representada principalmente por la antigua escuela franciscana que se abre por Alejandro de Hales con una poderosa Summa teológica. Al mismo tiempo y a la misma dirección pertenecen el franciscano Juan de la Rochela (Joannes de Rupella), autor de una Summa de anima y de una Summa de vitiis, Odo Rigaldo, Ricardo Rufo y Guillermo de Melitona. El discípulo predilecto de Alejandro de Hales es San Buenaventura († 1274), que sobresale igualmente por un alto talento especulativo (Comentario sobre las Sentencias y Quaestiones disputatae), por su genial aptitud constructiva (Breviloquium) y por una mística profunda (Itinerarium mentis ad Deum). Entre sus discípulos son los más notables John Pecham y Mateo d’Acquasparta, el más profundo representante de la teoría filosófica y teológica del agustinismo acerca del conocimiento. Además esta dirección agustiniana está poderosamente representada por los franciscanos Eustaquio, Roger Marston, Guillermo de la Mare, Pedro Juan Olivi y otros. Pedro Juan Olivi († 1297) enseñaba que entre el alma y el cuerpo no existía unión íntima de ser y de naturaleza, sino una unión simplemente dinámica u operativa, y consideraba el libre albedrío y la libre causalidad desde un punto de vista más bien empírico-psicológico que teológico y metafísico-ético. Un teólogo franciscano, que especialmente en la teoría del conocimiento se inclinó a la concepción aristotélico-tomista, fué Ricardo de Middletown. Tomás de York (ca. 1266), fué un aristotélico de la vieja escuela franciscana que ha dejado una exposición, todavía inédita, de la metafísica, con pensamiento independiente, pero adaptada a Aristóteles y Averroes. En Inglaterra, la escuela franciscana, sin dejar de ser fiel a sus convicciones agustinianas, tomó también un carácter empírico y orientado hacia las Ciencias naturales. Bartolomé Anglico es autor de la obra enciclopédica De proprietatibus rerum. Cercano a la escuela franciscana se encuentra Roberto Grosseteste (de Lincoln, † 1253). Este sabio, de aspectos múltiples, a quien ya hemos conocido como traductor del griego, era versado en Astronomía y en Matemáticas y en su doctrina sobre la relación entre el alma y el cuerpo, sobre el conocimiento de la verdad y sobre el libre albedrío ha pensado en sentido agustiniano. El método de pensamiento y de trabajo en filología, así como también en las Ciencias naturales, se nos ofrece de manera mucho más marcada todavía en el discipulo de Grosseteste, a quien ya conocemos: Roger Bacon († 1294). La fuerza de Roger Bacon y el servicio que ha prestado consisten en su tendencia a la investigación empírica en las Ciencias naturales y a la fundamentación filosófica de los estudios filosófico-teológicos. En la teoría del conocimiento se coloca Roger Bacon, con su tesis de que el intellectus agens no es otra cosa que el Logos divino, en el terreno del platonismo agustiniano. Con los escritos de Roger Bacon, nuevamente descubiertos por A. Pelzer, y cuya edición está próxima a salir, aparecerá completada y profundizada la figura científica del franciscano inglés. Fuera de la orden franciscana el agustinismo estuvo representado en la alta Escolástica por los antiguos teólogos de la orden de Santo Domingo, Rolando de Cremona, autor de una Summa inédita, Ricardo Fishacre, Hugo de Saint-Cher y Roberto Kilwardby, que compuso también una doctrina científica. Relacionado con San Buenaventura aparece el dominicano Pedro de Tarantasia, que después fué Papa con el nombre de Inocencio V († 1276). Del clero secular fueron seguidores del agustinismo Gerardo de Abbatisvilla y especialmente Enrique de Gante, que ha presentado su concepción agustiniana de los problemas metafísicos psicológicos y referentes a la teoría del conocimiento en una forma activa y personal. Por el contrario, su discípulo Godofredo de Fontaines († hacia 1306) en la doctrina del conocimiento abandona la teoría agustiniana de la iluminación y se adhiere a la teoría aristotélico-tomista de la abstracción.

Al lado de esta dirección agustiniana, decididamente influida en su contenido por Aristóteles, vemos una corriente puramente filosófica que designaremos con la denominación general de filosofía de las Facultades de Artes. Es esta una Filosofía que se cultivó, no en conexión con la Teología, sino por amor de sí misma y en la cual se introdujo pronto con fuerza el nuevo movimiento aristotélico para extenderse también a la esfera del trabajo teológico. La filosofía de las Facultades de Artes en parte mantiene un más vivo contacto con la esfera de las Ciencias naturales y de la Medicina, en parte se ocupa del cultivo de la lógica y de la lógica del lenguaje. En una primera etapa el aristotelismo de esta corriente se apoyaba más en Avicena y en la dirección neoplatónica, en la etapa siguiente se considera a Averroes como factor decisivo para la interpretación de la filosofía aristotélica. Entre los más antiguos representantes de esta dirección no teológica se cuentan ante todo, además de Dominico Gundisalvo, Daniel de Morlai con su Liber de naturis inferiorum et superiorum, editado por Sudhoff, y Alfredo de Careshel (Alfredus Anglicus), cuyo tratado De motu cordis, compuesto hacia el año 1215, une la metafísica neoplatónica, la psicología aristotélica y la fisiología aristotélico-galénica. Alfredo escribió también un comentario a las Meteorologica de Aristóteles, descubierto por Pelzer. A la etapa averroistica del aristotelismo pertenece ya Pedro de Hibernia, el joven maestro de Santo Tomás de Aquino, con su disputación sobre la finalidad en la Naturaleza, encontrada por Baeumker. El aristotelismo averroísta tomó en la Facultad de Artes de París una forma antiteológica por medio del maestro Siger de Brabante (1282), que no dejó de ejercer influencia en aquel tiempo y que fué también celebrado por el Dante. En sus escritos (editados por Mandonnet y Baeumker), entre los cuales se encuentra el comentario descubierto por A. Pelzer y todavía inédito, al libro de Aristóteles De anima, profesa la doctrina de la eternidad de la materia y del movimiento, la unidad numérica del alma espiritual de todos los hombres (monopsiquismo) y un determinismo psicológico. Para salvar la oposición de estas ideas con la fe y el dogma de la Iglesia recurre a la doctrina, ya mencionada y erróneamente atribuida a Aristóteles, de la doble verdad. Este averroísmo latino, a pesar de las condenaciones de la Iglesia y de la oposición científica de Alberto Magno y de Santo Tomás de Aquino, prolongó su vida en la Escolástica y fué defendido en el siglo XIV por Juan de Jandum y Pedro d’ Abano y en el siglo XV por Pablo de Venecia y otros.

Una corriente de la Alta Escolástica, que sólo en nuestro tiempo ha sido puesta de relieve gracias a las investigaciones de Cl. Baeumker, E. Krebs y otros, es la dirección que marca una tendencia al neoplatonismo y que se señala primeramente en pequeños tratados, como el que se titula De intelligentiis, editado por Baeumker. Dentro de la dirección neoplatónica se encuentra también el silesiano Witelo, como se ve en el prólogo de su Perspectiva. De modo especial se caracteriza este neoplatonismo en la escuela de Alberto Magno.

Alberto Magno, conde de Bollstädt, nacido en 1193 en Lauingen (Suabia) y muerto en 1280 en Colonia, dominico como su discípulo Santo Tomás de Aquino, es celebrado en las crónicas contemporáneas como philosophus, como philosophorum maximus. Su discipulo Ulrico de Estrasburgo le llama Vir in omni scientia adeo divinus, ut nostri temporis stupor et miraculum vocari possit (Varón de tal manera divino en todas las ciencias que puede ser llamado estupor y milagro de nuestro tiempo). Alberto es llamado también Doctor universalis. Se caracteriza por el universalismo en el conocimiento de las fuentes. Reúne un enorme arsenal de ideas sacado de autores aristotélicos, arábigo-judíos, neoplatónicos y patrísticos. También le conviene la nota de universalismo por su dominio de los diversos ramos del saber. La obra científica dc su vida abarca en un amplio horizonte toda la filosofía de entonces, la teología especulativa, la exégesis y, como ya hemos visto, todo el ámbito de las Ciencias naturales de su tiempo. Es verdad que también se echan de ver en Alberto Magno las deficiencias propias del universalismo. La elaboración sintética de los materiales de su saber, el ajuste armónico de las distintas tendencias no logró alcanzarlo en la misma medida que Santo Tomás. La significación de Alberto Magno para la historia de la filosofía consiste en haber hecho utilizable la filosofía de Aristóteles para la Escolástica de los países occidentales mediante una paráfrasis metódica, influida por Avicena, que comprende todas las obras del filósofo de Estagira y la publicación de monografías sobre la filosofía aristotélica, habiendo creado así, en cierto modo, un peripatetismo cristiano escolástico: Nostra intentio est omnes dictas partes (scilicet physicam, metaphysicam et mathematicam) facere Latinis intelligibiles, Alberto rechaza en su interpretación y aprovechamiento de Aristóteles las teorías del averroísmo latino, y esboza en sus líneas fundamentales el edificio de la doctrina aristotélico-escolástica que después Santo Tomás llevó a término trabajando con esmero cada una de sus partes y dándole la unidad de un todo arquitectónico. En Teología, Alberto Magno en sus obras sistemáticas (comentario de sentencias, Summa de creaturis, Summa theologica) no incorporó todavía los materiales y motivos aristotélicos en su conjunto como Santo Tomás. En una de las partes inéditas de la Summa de creaturis ha creado un impresionante y agudo sistema de Ética, compuesto por el autor antes de conocer toda la ética nicomaquea de Aristóteles.

Alberto Magno abrió a su discípulo Tomás de Aquino la senda del aristotelismo cristiano, reunió en torno suyo un cierto número de discípulos entusiastas, especialmente en países alemanes, e influyó en posteriores generaciones científicas. El movimiento escolástico que de él procede tiene en Alemania un carácter bastante señalado, en cierto sentido un carácter nacional. Los rasgos característicos de este elemento alemán en la Escolástica son: universalismo, independencia, preferencia por las cuestiones que pertenecen a las ciencias de la Naturaleza, gran inclinación al neoplatonismo, rasgo este que ya se advierte en los escritos de Alberto Magno, especialmente en su comentario inédito al tratado De divinis nominibus del Seudo-Areopagita. De la escuela de Alberto Magno procede el tan usado Compendium theologicae veritatis de Hugo Ripelin de Estrasburgo. La obra más importante de esta escuela alemana de Alberto es la valiosa Summa teológica. inédita , de Ulrico Engelberto de Estrasburgo († 1277) que contiene, respecto de la Metafísica, afirmaciones de sentido neoplatónico. El neoplatonismo y la investigación científica de la Naturaleza aparecen unidos ea los escritos de Dietrich de Freiberg. El neoplatonismo de la escuela dc Alberto Magno es también como la casa paterna de la mística alemana de la Orden de Predicadores. Una gran obra de dirección neoplatónica es el comentario, inédito, de Bertoldo de Mosburg a la Elementatio theologica (stoikheíosis theologiké) de Proclo. La escuela de Alberto vivió largamente en Alemania. En el siglo XV encontramos en la Universidad de Colonia la interesante lucha entre la Schola Albertistarum y la Schola Thomistarum.

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