La Mujer
Julián Marías
¡Buenas tardes! En la conferencia anterior hablé de la mujer,
de la misión de la mujer desde el clima del lirismo. Recuerden ustedes, como
decía yo, que la fuente principal del lirismo en la vida humana,
especialmente en los países de nuestro ámbito cultural –en otros países
que son demasiado distintos y demasiado difíciles de conocer no me atrevería
a generalizar–, pero en todos los países de tradición occidental, desde
los originarios de Grecia y Roma hasta los actuales de Occidente, la fuente
principal del lirismo es justamente la proyección del varón hacia la mujer y
de la mujer hacia el varón. Recuerden ustedes como les hablaba de la tensión
que se produce entre los dos, de la actitud imaginativa, proyectiva... Ser
varón quiere decir estar referido a la mujer; ser mujer quiere decir estar
referida al varón. Y esto crea, diríamos, lo que se puede llamar un campo
magnético – un campo magnético que establece una tensión dinámica entre
los dos sexos, entre las dos formas de vida humana. Esto, evidentemente, es
permanente.
Esta tensión entre varón y mujer, que no es precisamente sexual sino
sexuada; esa condición sexuada, es decir, la condición de ser varón o
mujer, ser dos formas de instalación en la vida, dos formas de persona
humana, algo que acompaña a la vida entera, durante toda su duración y en
todas sus dimensiones. Esto es justamente lo que da el temple del lirismo a la
vida humana – que puede fallar, porque nada humano es permanente, nada
humano es seguro. Hay procesos de personalización y de despersonalización y
puede haber crisis que afectan a esta dimensión, que es permanente, constante
y abarcadora de la vida.
El origen, en definitiva, de esta relación ha sido una actitud por parte del
varón, respecto de la mujer, de entusiasmo. Si ustedes consideran la cultura
occidental en su conjunto, verán como, por ejemplo, en la literatura, la
poesía, la novela, en el teatro, en la música –en otra dimensión,
distinta– en las artes plásticas, hay como una constante tensión, una
constante versión del hombre por la mujer –y digo del hombre por la mujer
porque se ha expresado mucho más, en forma masculina, en una perspectiva
masculina y, por ejemplo, la mayor parte de las obras literarias o artísticas
han sido realizadas por varones y dirigidas a la mujer– lo cual no es pura
casualidad tampoco. Si ustedes miran, por ejemplo, la expresión de esta
actitud, hay una cierta resistencia por parte de la mujer. Se puede pensar que
es falta de dotes, falta de desarrollo, de cultivo de ellas... Hay algo más:
hay probablemente un sentido de reserva, un sentido de no-expresión de
ciertos aspectos de la intimidad que han sido mucho más cultivados y
probablemente con más sentido por el varón.
Hay por consiguiente esto grado de tensión y, repito, el origen es una
actitud de entusiasmo. Si ustedes consideran la cultura de Occidente en su
conjunto verán como hay una dedicación inmensa a la interpretación, a la
expresión, a la formulación de la peculiaridad de la mujer, de la relación
del hombre con ella, de lo que se espera de ella etc., esto ocupa un volumen
absolutamente inmenso. No se podría encontrar ningún otro tema, ningún otro
asunto, al cual se dedique una atención comparable. Habría que llegar a
nuestra época... ¡Habría que llegar al fútbol! Quizá una dedicación
comparable se encuentre ahora solamente en el fútbol, en el deporte en
general (y muy especialmente en el fútbol), lo cual me parece sumamente
inquietante. Si ustedes consideran, por ejemplo, el tiempo que dedica la
radio, o el tiempo que dedica la televisión, o el número de páginas que
dedican los periódicos al deporte –y muy especialmente al fútbol–
encontrarán que no hay comparación con nada y, tal vez, el volumen que ha
tenido la poesía lírica, el teatro, la novela y la música, sumado todo
esto, en otros tiempos, habría llegado a un volumen comparable al que se
dedica ahora al deporte.
Evidentemente hay también la posibilidad de que haya una especie de ola de
prosaísmo, que cubre la relación habitual, centenaria o quizá milenaria,
entre el varón y la mujer. ¿Por qué ocurre esto? ¿En qué medida ocurre?
Hay varios factores que han intervenido en esto y que han llegado a una
situación que hoy es de una cierta escasez de lirismo. Hay una cierta dosis
de prosaísmo. Por una parte, ha ocurrido el hecho de que ha invadido la
consideración sexual sobre la sexuada. Ha habido una especie de reduccionismo
de la relación entre varón y mujer a lo sexual. El sexual tiene varios
caracteres: primero, no es permanente. La vida sexual no se inicia con el
nacimiento, suele atenuarse, o incluso extinguirse, con los años. Ocupa
solamente ciertos aspectos, ciertas dimensiones de la vida y no otras. No
tiene la universalidad y la permanencia total que tiene la condición sexuada.
La condición sexuada consiste en ser varón o ser mujer, en la forma de
instalación en esta vida, en este tipo de persona – lo cual no ocurre,
evidentemente, con lo sexual.
Por otra parte, este predominio de la consideración sexual que hoy domina,
más que en la realidad, en la expresión, en la formulación de las cosas –
esto tiene una consecuencia que se considera como la culminación de la vida
–lo cual es falso– o bien se convierte en algo abstracto. En definitiva se
produce un proceso de despersonalización. Ahora bien, el lirismo es
justamente la condición misma de la persona: es lo imaginativo, lo
proyectivo, es lo que provoca y –implica como método– la ilusión. Esto
produce como un descenso de lirismo y una actitud, en cierta medida, de
prosaísmo, que impregna la relación entre el varón y la mujer.
Hay además una actitud cuando el entusiasmo –este entusiasmo de que yo
hablaba tanto y que me parece capital– se entibia o desciende...: se
produce, por parte del varón, un afán de dominio, dominio sobre la mujer.
Esto existe en algunas formas de historia, en algunas formas de cultura (o de
incultura...): es precisamente dominante. La idea de dominio del varón sobre
la mujer, que queda resueltamente subordinada. Pero resulta que esto a veces
no es así y entonces es posible, es muy frecuente, que el hombre compense,
diríamos, con un afán de dominio o con una creencia de ser dominador, de ser
dueño – esto ha predominado sobre todo en algunas épocas y en muchos
lugares, más que en otros. Trata con esto de compensar la conciencia de
ciertas deficiencias.
Un factor muy importante en la vida humana es la satisfacción de uno mismo:
de uno mismo individualmente, o de uno mismo en cuanto grupo, condición,
sexo, clase social o cualquier otro atributo. Cuando se tiene un descontento
personal, un descontento íntimo, cuando no se está seguro de ser plenamente
esto que se pretende ser, esto que se supone que se es, hay la tendencia a
buscar ciertas compensaciones de ello. Entonces esto se ha producido, en
cierto modo, en las relaciones entre varones y mujeres – con participación
también de la mujer. Esto es curioso. Ha habido, diríamos, en la
disminución del entusiasmo masculino por la mujer, una cierta complicidad de
la mujer también. Y si se mira bien, el origen es sumamente parecido. Quiero
decir que la mujer normalmente ha estado satisfecha de serlo, ha estado
contenta de ser mujer, ha sabido qué era eso, qué quería decir, cuál era
por tanto su función, su puesto en la historia, en la vida personal. Pero hay
un momento en que esto falta, en que la mujer empieza a no estar en claro
respecto de sí misma, o a no estar contenta de ser mujer. Entonces, en
definitiva, hay una actitud que es como de una cierta irritación frente a ese
entusiasmo que el hombre siente por ella. Y yo creo que no hay nada que revele
mas lo que es la mujer que cuál es la reacción que tiene al entusiasmo del
hombre... Cuando una mujer es verdaderamente mujer, cuando lo es, y está
instalada en esta condición, evidentemente siente felicidad cuando siente el
entusiasmo masculino – aunque no le interese en concreto, aunque no vaya
ahí mas allá de eso... Simplemente el sentir el entusiasmo ambiente, el
entusiasmo en torno suyo, le da felicidad. ¡Pero hay casos en que esto no se
da! Es extraño, sorprendente, pero ocurre. Entonces, más bien, le produce
una cierta irritación, un cierto malestar, el sentirse admirada, el sentir
entusiasmo.
Hay un momento también delicadísimo, yo creo, muy peligroso, en que la mujer
no quiere ser deseable. Puede parecer extraño, pero si ustedes lo analizan
con un poco de detención verán que no es tan infrecuente... Entonces,
evidentemente, cesa esta atención de que hablaba antes, este campo magnético
de la convivencia, que es justamente la raíz capital más constante, más
permanente y más abarcadora del lirismo y se produce una actitud, en cierto
modo, de prosaísmo.
Ocurre a veces también que la mujer, en función de este cierto descontento y
de las justificaciones que tiene este descontento –la mujer es, a veces,
tratada mal; llevamos un tiempo bastante largo en que se subraya el mal
tratamiento que ha tenido la mujer en la historia y no si tiene en cuenta ni
se nombra siquiera este trato de entusiasmo, de admiración que ha sido mucho
más grande, mucho más importante, mucho más abarcador– da por supuesto
que la mujer ha tenido una condición lamentable siempre, cuando la realidad
es bien distinta: ha tenido condición lamentable a veces. En general, ha
tenido una situación privilegiada en un otro número enorme de casos.
La mujer en vista de que reivindica sus derechos, reivindica sus capacidades,
aspira a la realización de multitud de actividades que ha realizado o no, o
más o menos, o en diferentes formas. Esto la lleva a una actitud negativa y
de descontento permanente. Por eso hablaba de complicidad, que ha existido.
Pero, claro, esto tiene la consecuencia de que altera la condición misma. Yo
tengo la impresión de que, en tiempos relativamente próximos y no antes –no
digo que no haya habido, en algunas épocas, fenómenos parecidos pero no han
sido generales–, hay una cierta confusión acerca de lo que es ser varón y
ser mujer. Tradicionalmente los dos sexos han estado instalados en su
condición: la han tomado como algo obvio, algo que está ahí, han creído
que era natural o bien que era por la tradición, que era un fenómeno
histórico, se lo han aceptado como tal. Y hay un momento que se podría
precisar, ocurre en diferentes dimensiones de la vida, ocurre en diferentes
países o lugares, con diferencias, pero hay un momento en que empieza a no
haber demasiada claridad. No hay una claridad plena acerca de lo que es ser
varón y de lo que es ser mujer y, por supuesto, cual es la relación justa,
la relación adecuada, la relación normal entre ambos. Esto es, creo, un
origen muy claro de prosaísmo.
En lugar de proyectarse en uno hacia la otra, o la otra hacia el uno, y
encontrar que la propia realidad se realiza justamente en esta relación, hay
un comienzo de rivalidad, hay un comienzo de hostilidad. Es decir, no se
proyecta a cada uno hacia el otro, sino más bien contra el otro. Y, repito,
hay una participación de ambos sexos en esta actitud. El fenómeno no es –o
casi nunca es– unilateral. Lo cual produce una situación de un cierto
malestar: se pierde el cultivo de la imaginación – no olviden ustedes que
el lirismo es muy fundamentalmente imaginativo. Creo que les decía el otro
día, respecto de una conferencia que pronuncié hace algún tiempo en Roma,
les mencionaba la expresión que emplea Cervantes a propósito del
enamoramiento de D. Quijote, a respecto de Dulcinea del Toboso: esta actitud
de la "dama de sus pensamientos". Porque efectivamente el irreal
amor de D. Quijote se nutre de que piensa constantemente en la dama de sus
pensamientos, en Dulcinea de Toboso. La piensa constantemente, la imagina, la
realiza mentalmente. Y yo dije, en esta conferencia, que normalmente el hombre
desea la mujer, frecuentemente la quiere..., pero no la piensa mucho, no es
frecuente que la piense mucho. Y recuerdo que todas las señoras que estaban
en la conferencia me decían qué razón tenía y que esto era así, es decir,
caían en la cuenta de que se sentían poco pensadas, escasamente pensadas...
Deseadas, queridas talvez –probablemente en muchos casos...–, pero no muy
pensadas, deficientemente pensadas. Y al oír esto lo echaban de menos,
encontraban que definitivamente algo faltaba.
Esto, comprenden ustedes, tiene un valor extraordinario, y es justamente la
clave de este lirismo ambiente y envolvente que engloba al varón y al mujer,
en una relación que no tiene que tener ninguna actividad particular, en
concreto, sino que se justifica por sí misma. Es decir, el hombre en
presencia de la mujer, o la mujer en presencia del hombre, basta, es
suficiente. No necesitan hacer algo particularmente.
Los hombres necesitan, en general, hacer algo juntos. Las mujeres... la
cuestión es más delicada, porque no es frecuente que necesiten hacer algo
juntas. Más bien, hay ciertas dificultades. Es curioso este fenómeno porque
probablemente la mujer, en definitiva, si hace algo es, normalmente, con un
hombre o, en otro caso, con los hijos. La relación del varón con los hijos
no es la misma – evidentemente, no hay paralelismo: son dos relaciones muy
profundas, muy importantes, pero diferentes. Todo en el varón y en la mujer
es diferente. Incluso los fenómenos que son comunes o aparentemente
parecidos, si se miran bien, son bastante distintos. Y esto porque tienen
otros sentidos, porque entran en contextos diferentes. Las mujeres entre sí
no tienen frecuentemente mucho que hacer juntas y, más bien, aparecen
relaciones de rivalidad, de independencia... La relación, por ejemplo,
frecuente de camaradería que existe entre hombres, compañeros de trabajo,
compañeros de milicia... esto no es nada frecuente en las mujeres. Si ustedes
miran bien, verán como hay amistades femeninas rigurosamente personales y no
muy frecuentes y no siempre próximas. Lo que se da con perfecta normalidad en
el hombre no se da en la mujer, se dan otras cosas.
Creo que está por estudiar la tipología de las relaciones humanas en su
detalle efectivo. Además, habría que distinguir, claro está, entre las
edades. Es evidente que las edades tienen una importancia muy grande. Piensen,
por ejemplo, en la amistad entre niños, que evidentemente no es demasiado
intensa. Cuando la gente dice a veces: “¡Oh! Somos amigos desde la
infancia, amigos íntimos!” ¡No! Porque el niño no tiene intimidad. Los
amigos de infancia no son íntimos: son triviales, son compañeros de juegos,
no más. La intimidad aparece en la adolescencia. Los amigos íntimos se
originan, con gran frecuencia, en la adolescencia, en la primera juventud –
y son los amigos íntimos más frecuentes y más duraderos. Puede haber amigos
íntimos a cualquier edad, no hay límite: se puede tener amigos íntimos
hasta la vejez y se pueden adquirir amistades íntimas hasta la vejez. Pero
las más frecuentes son las de adolescencia y primera juventud. Y naturalmente
la edad no significa lo mismo para el hombre y para la mujer – incluso hay
razones fisiológicas que hacen con que haya diferencias, pero, en todo caso,
biográficamente es muy diferente. ¿Comprenden ustedes que para entender la
vida humana hay que acercarse a ella y a su detalle?
Es frecuente que cuando se produce esta especie de reivindicación de la
mujer, de su independencia, de sus dotes, de sus capacidades, de sus derechos,
se produzca en el hombre –sobre todo si no está muy seguro de sí mismo–
una actitud, en cierto modo, de temor. Piensen ustedes que, quizá por primera
vez en la historia, es bastante frecuente que el hombre tenga temor a la
mujer. No temor a lo que el hombre ha tenido siempre, que es temor a
enamorarse. El hombre siempre ha tenido un cierto temor, una ilusión, un
apasionamiento, pero un temor también a enamorarse, a quedar prendido –
prendido y prendado...
Ahora esto quizá es menos frecuente – menos frecuente porque se ha
producido una enorme simplificación de las relaciones. En cambio, hay un
cierto temor. ¿Temor a qué? Temor a que la mujer tenga poder, o tenga
independencia económica, o tenga capacidades que pueden ser superiores a las
del hombre, que se siente en falta. Hay un fenómeno que es cómico, es un
poco ridículo: al hombre vulgar, español por lo menos, no sé si los demás,
probablemente también..., le producía una gran felicidad que su mujer le
preguntara si una palabra se escribía con b o con v. Esto le daba conciencia
de su superioridad, lo tranquilizaba. La mujer sabe perfectamente si se
escribe la palabra con b o con v, con g o con j y el que talvez no lo sabe es
el hombre porque además lee menos, probablemente. El hombre, cuando la mujer
le hacía una pregunta bastante elementar, se sentía seguro, se sentía
confirmado en su superioridad, que probablemente no existía, pero suponía
existir.
Hoy día se ha producido una alteración de las relaciones que es prosaica. Es
evidente que si el hombre tiene rivalidad con la mujer, o si le tiene temor, o
si se siente en falta, inseguro de sí mismo, la relación pierde lirismo,
pierde entusiasmo, se convierte en algo, en definitiva, prosaico. Lleva a
ciertas realidades concretas que son económicas, o de prestigio, o que son, a
veces, incluso, lo que ocurre ahora con cierta frecuencia, que hombres y
mujeres trabajan en una misma empresa. Hay un problema que se presenta muchas
veces: por ejemplo, una mujer tiene un puesto de mando –de mando, en
cualquier sentido de la palabra– y el hombre tiene una consideración
inferior – tiene menos sueldo, menos poder, menos títulos... lo que sea.
Esto introduce un factor de prosaísmo, que es muy grave.
Son fenómenos que corresponden a ciertas estructuras sociales, económicas y
profesionales, que son recientes – son fenómenos bastante recientes. En
otros tiempos se planteaban desde otro punto de vista. Por ejemplo: cuando
había una articulación en clases sociales muy aguzada y la mujer podía ser
de un linaje superior; otras veces, ocurría lo contrario: había la idea
dominante de que el hombre podía fácilmente elevar a la mujer a una
jerarquía social superior, por ejemplo, fundándose en la belleza de la
mujer. Un hombre, por ejemplo, distinguido, de una clase superior, un
aristócrata, podía elevar a una mujer que fuera de clase social inferior
porque esta mujer era de gran belleza, era atractiva y por consiguiente había
el ascenso normal y fácil. A la inversa era mucho más difícil, era más
problemático, introducía un malestar.
Como ven ustedes, son relaciones sumamente delicadas, porque afectan a lo más
íntimo de la persona, a la idea que cada uno tiene de sí mismo. Y, repito,
estos fenómenos que acabo de enumerar y que acabo casi de nombrar,
simplemente, sin entrar mucho en ellos, son recientes – se producen en un
cierto momento, en general, en este siglo. Piensen, por ejemplo, como, ha
parecido normal, en las democracias europeas modernas, pareció simplemente
normal el que el voto fuera exclusivamente masculino. Cuando se establecen las
democracias, ya desde la Revolución Francesa y posteriormente, votan los
hombres, no votan las mujeres y esto parece normal, ni se ocurre. ¿Por qué?
Por muchas razones: una, por falta de interés. La cosa es tan reciente en
muchos países que se puede recordar perfectamente: ciertamente había algunas
mujeres que tenían deseo y gran voluntad de votar – eran unas que se
llamaban en Inglaterra "las sufragistas", pero cuando se planteó
este problema en España, la República, desde el año 1931, recuerdo muy bien
que la reacción habitual, frecuente de las mujeres era: ¡Qué lata tener que
votar! ¡Qué fastidio! No tenían ningún interés – algunas sí, pero una
minoría muy exigua. Y había dos deputadas en las Cortes de la República de
1931: una, Clara Campoamor, que era partidaria del voto femenino, lo deseaba,
lo propugnaba; y otra, Victoria Kent, que era enemiga del voto femenino. ¿Por
qué? Porque decía que las mujeres iban a votar en quien les dijera el
cura... Esta era la cuestión, entonces esto le parecía inconveniente. No se
les ocurría –porque no les parecía mal– que votaran lo que dijera, por
ejemplo, el jefe del sindicato: era su papel político. Pero le molestaba la
idea de que podrían votar lo que les aconsejara el cura. Al final se aprobó
el voto femenino, pero duraran tan poco el voto femenino, como el masculino
porque desde el año 1936 se acabó todo...
Pero esto parecía normal, parecía una obligación más o menos enojosa, más
o menos penosa, no tenía interés... Este fenómeno pasó del mismo modo con
el sufragio universal. Antes, en el siglo XIX, en la mayor parte de los
países, el voto era censitario: tenían voto los que pagaban impuestos, los
que tenían tributación o los que tenían algún título académico – los
demás no votaban. Lo cual hacia que el voto fuera más auténtico, porque
votaban los que tenían ideas políticas, los que tenían alguna preocupación
política y algún conocimiento de asuntos políticos. Había parte de la
gente que no tenía ni idea, no sabían que partidos había, ni que querían
decir, ni que valor tenían. Esto lo supría el caciquismo, el cacique local
les decía lo que debían votar, a cambio de algunos servicios, algunos
favores o, a veces, de algún soborno... Poco a poco se fue formando un
interés político, una voluntad política, se empezó a distinguir de grupos,
de partidos, de ideologías, de programas políticos y se fue formando una
conciencia política, democrática, más o menos perfecta, más o menos
intensa, más o menos alerta, pero llegó a producirse. Esto empezó
naturalmente mucho más en las ciudades grandes que en las ciudades pequeñas
o en los pueblos. Entre los trabajadores, la voluntad política empezó entre
los del gremio de impresores porque leían, leían por oficio. Muchas gentes
no leían nunca un libro, pero los que eran profesionales de la imprenta, sí,
naturalmente leían porque era su trabajo. Y ahí se organizó precisamente el
movimiento político, el interés político, que no existía antes. Los
debates políticos, las discusiones en las Cortes, fue poco a poco penetrando,
porque durante mucho tiempo la actitud normal era de una cierta indiferencia
en la mayor parte de la población. No olviden ustedes el hecho de que los
medios de comunicación se han multiplicado por 50 o por 200. Esto empieza a
existir cuando los periódicos diarios, periódicos primariamente políticos
–los periódicos del siglo XIX son ya políticos–, en gran parte, discuten
cuestiones públicas. Con poca difusión, se leían poco, evidentemente, pero
luego ya se generalizan: en la segunda mitad del siglo XIX son muy importantes
– son quizá más importantes que ahora, porque entonces hacían un efecto
continuado. A la larga el papel de la prensa es más importante, por ejemplo,
que el de la televisión, que hace efectos súbitos, rápidos –puede
incluso, por ejemplo, influir en las elecciones–, pero en la formación de
la opinión habitual y permanente, la reiteración de lo que se lee, al cabo
de mucho tiempo es mucho más profundo, mucho más eficaz que la televisión o
la radio que se oye... son fugaces – hacen efectos inmediatos pero no más.
No olviden ustedes otro problema: no había radio, no había televisión. El
único medio de comunicación multitudinaria era la prensa, eran los
periódicos. Esto cambió también mucho el sistema de la formación de
opiniones.
Pero además había un factor más: es el interés menor de la mujer por la
vida pública. Hay un hecho que sigue siendo todavía verdadero y actual:
cuando llega el periódico a una casa, normalmente, el hombre se apodera del
periódico primero. La mujer tiene menos interés por el periódico, le
interesa menos lo que pasa, le interesa más las cosas personales. Por
ejemplo, es más propio de la mujer el dominio de lo que se llama cotillería.
Hay hombres muy cotillos; yo he conocido a algunos en grado superlativo, pero
no es frecuente. Y la mujer es más cotilla porque le interesa más lo
personal, le interesa más lo que le pasa al vecino que lo que pasa en el
periódico... ¡Es evidente! Lo cual tiene también su interés, porque es
evidente que una cosa es más abstracta, la otra es más concreta y más
personal.
Como ven ustedes, hay cambios de desplazamientos de la opinión, del interés,
de lo que interesa a cada sexo (o a cada edad). Entonces se ha producido un
cambio muy considerable. El resultado ha sido también otro, que es el ocupar
los puestos de trabajo. Ahora hay muchas más chicas que chicos en cualquier
universidad, sin duda ninguna. En todas partes ahora hay un número de mujeres
casi siempre mayor que de hombres, lo cual ha hecho un desplazamiento de la
sociedad y de las relaciones mutuas. Entonces, ahora se ha producido una
especie de alteración del equilibrio habitual: hay ahora relaciones de
competencia, de rivalidad, incluso económicas. El primer paso ha sido el que
la mujer ha tenido un grado de independencia económica que no ha tenido casi
nunca: hay mujeres que tenían una fortuna personal o que eran herederas, por
ejemplo, tenían su independencia. Había, por ejemplo, esos matrimonios en
que alguien se casaba con una mujer rica y decía: "no es verdad que me
he casado por interés..., me he casado por el capital...” (risas) ¡Esto
pasaba!
Pero ahora resulta que no es esto... No es que la mujer tenga un capital: ¡es
que gana dinero, bastante dinero! A veces, gana más que el marido –
¡frecuentemente! Ahora, por ejemplo, lo normal, con el doble ingreso, es que
los matrimonios actuales tengan cuentas corrientes independientes,
separadas... es muy frecuente. Esto, por ejemplo, en mi casa, nunca ha
ocurrido – nunca hemos tenido cuentas corrientes..., pero, en todo caso, era
una común, a nombre de los dos. Nunca ha habido más cuentas que la única de
la familia. Pero ahora es muy frecuente que un matrimonio tenga dos cuentas
separadas: el marido tiene su cuenta y la mujer tiene la suya. Y a veces es
más pingüe la femenina que la masculina, lo cual evidentemente produce
malestar.
Son relaciones sumamente curiosas: la mujer puede tener más poder, más
competencia, puestos más importantes o más brillantes, puede tener una
cultura mayor..., lo cual ha afectado también –y esto es favorable– la
relación con los hijos. Porque en general, la mujer ha tenido una relación
excelente, eficaz y muy valiosa con los niños, pero, quizá, no con los hijos
mayores. Ha sido muy frecuente el caso de que los hijos mayores –que hacen,
por ejemplo, estudios superiores– no tenían una comunicación demasiado
fácil con la madre – porque la madre no entendía de asuntos que ocupaban,
que interesaban mucho a los hijos mayores. ¡Ahora no! Ahora, en definitiva,
esto ha disminuido mucho porque la mujer suele entender tanto como el marido
– o más..., segun los casos, porque es muy frecuente que la mujer tiene una
profesión culturalmente más valiosa que la del marido, que es más
economicamente a lo mejor o más técnica. Pero, en definitiva, la mujer es
frecuentemente más cultivada. En todos los países de Hispanoamérica y en
Estados Unidos también, la cultura la ha creado en gran proporción las
mujeres. Hay ciertos hechos lingüísticos muy reveladores: por ejemplo, la
palabra inglesa teacher es femenina, en principio, – porque los maestros
suelen ser maestras en una proporción enorme. De modo que se alguien dice que
es teacher –si no se precisa más– se da por supuesto que es una mujer.
Del mismo modo se pasa con las enfermeras. Por ejemplo, también en inglés,
para hablar de enfermero se dice male nurse porque no existe más que nurse.
¡Se da por supuesto que es una mujer también! Como ven ustedes, dos
profesiones, maestro y enfermero, que, en principio, son femeninas, son
profesiones femeninas – pueden ser masculinas, pero no es lo frecuente.
Son cambios que han producido un tipo de relaciones distintas. El hecho es que
el punto de arranque de esta nueva situación fue la Primera Guerra Mundial.
La Primera Guerra Mundial llevó a unas grandes movilizaciones. La Guerra de
catorce a dieciocho, movilizó enormes ejércitos porque se hacía una guerra
de trincheras – una cosa que no ha existido en la Segunda Guerra Mundial, ni
hoy mucho menos. Eran movilizaciones enormes y entonces, naturalmente, las
mujeres tuvieran que ocupar los puestos de trabajo de muchas profesiones. Las
mujeres se movilizan, ocupan sus puestos y se quedan en ellos. Es decir, ya no
vuelven a tener el puesto más bien doméstico, familiar que tenían
anteriormente. Esto ya produce un cambio enorme en la sociedad. Y actualmente
estamos en esta situación.
(El
presente texto es la transcripción de una conferencia dictada por don Julián
Marías, que, como se sabe, no utiliza para ello un texto escrito - en la
edición se mantiene el estilo oral. Conferencia del curso “El Lirismo y el
Prosaísmo”, Madrid, 1999/2000 - edición: Ana Lúcia C. Fujikura- http://www.hottopos.com)
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL