El desprecio a la verdad

Por Julián Marías


Yo quisiera que se despertara alguna sensibilidad para la verdad. Temo que sea muy escasa, con diferencias entre los diversos países, y por supuesto mucho mayores entre personas. En conjunto no es mucha, y esto es increíblemente peligroso. Habría que poner en esta cuenta una enorme proporción de los males de nuestro tiempo.

Sobra información, falta tiempo. Atonía.

Por supuesto, también de otros; pero temo que esta dolencia se ha intensificado enormemente, por causas muy precisas. Al hombre actual «le dicen» muchas más cosas que al de ninguna otra época de la Historia. Lo bombardean o lo ametrallan con dichos constantes, muchos cada día, con recursos que no habían existido hasta ahora. Lee más que nunca, oye voces ajenas todo el tiempo, acompañadas de la imagen y el gesto. Se solicita su atención desde la publicidad, la política, las campañas, las consignas. En multitud de casos no tiene medio de decidir si lo que se le dice es verdadero o falso; aun cuando esto es posible, se siente aturdido por múltiples solicitaciones, no tiene tiempo ni calma para reaccionar a ellas.

Esto va causando en grandes mayorías una actitud de atonía e indiferencia. La verdad y la falsedad desaparecen del horizonte, y el hombre queda inerme frente a esta última. En época de elecciones esto es aterrador. Algunos políticos -no todos- usan la mentira como instrumento primario, sin el menor escrúpulo, con evidente delectación. No todos, al menos con gran desproporción. Pero lo grave es que esto no tiene demasiadas consecuencias. Si existiera eso que echo de menos, sensibilidad para la verdad, respeto a ella, la falsedad sistemática bastaría para descalificar a quien la usase y asegurar su derrota. Temo que no sea así, que se pueda usar la mentira con impunidad. En ciertos medios hay incluso un extraño placer en ella, se paladea el «ingenio» del que la usa, se admira la habilidad para pasar por encima de la verdad y pisotearla.

Llevar la veracidad al primer plano

Casi siempre tengo la impresión de que no se plantean bien las cuestiones, de que se las toma a medias y no en su raíz. Las cuestiones políticas, por ejemplo, parten ya de una fase secundaria, dejan atrás su verdadera raíz. ¿No se podría iniciar una campaña con un esfuerzo por llevar la veracidad al primer plano? Creo que, si esto tuviera éxito, casi todo lo demas se daría por añadidura.

La política es el campo en que el desprecio a la verdad es más visible; pero hay otros en que acaso sea más grave: los que tienen que ver con lo que se llama vida intelectual. Hay que distinguir entre lo que es «mera» literatura -poesía, ficción- y aquellos escritos en que se afirma o niega algo, es decir, los que tienen «pretensión de verdad». Los primeros tienen un valor mayor o menor, que puede ser altísimo o nulo. Los escritos del otro carácter, si cumplen esa pretensión, tienen valor, pero si no la cumplen, tienen un valor «negativo», no una mera carencia de mérito.

Si el historiador falta a la verdad, si cuenta lo que no ha sucedido, o calla lo que efectivamente ha acontecio, o lo desfigura, no es que tenga «poco valor», es que comete un delito intelectual. Lo mismo puede decirse del que extrae consecuencias falsas de un descubrimiento científico, o da por establecido lo que no pasa de ser una hipótesis o toma por incontrovertible lo que no se puede justificar con facilidad.

Estos usos, tan frecuentes, deberían acarrear una inmediata descalificación; no ocurre así. Hay autores que faltan a la verdad sistemáticamente, a lo largo de muchos años, y no pasa nada; quiero decir nada negativo, porque acaso gozan de éxito y fama. Es muy frecuente que dentro de la obra de un autor se prefiera la que es falsa, tal vez porque es la más polémica, porque se ha enzarzado con otros de tal manera que la primera víctima ha sido la verdad. Se olvidan las cosas justas que ha escrito, se retienen las desfiguraciones que se ha permitido para atacar a un adversario que acaso ha hecho lo mismo.

Lo más próximo al suicidio

Me pregunto cuál es la verdadera raíz del desprecio a la verdad. Creo que es el desprecio a uno mismo. La verdad va de tal modo unida a la condición humana, que el faltar deliberadamente a ella es lo más próximo al suicidio. El que miente a sabiendas -no, claro está, el que se equivoca- está atentando contra sí mismo, se está hiriendo, mancillando, profanando. Y, por supuesto, lo sabe. Por eso se puede advertir en el que miente -intelectual, o político o lo que sea- un inmenso descontento. Hay una amargura, la más grave de todas, que no procede de lo que a uno le pasa, sino de lo que es.

Se la puede descubrir, muy especialmente en los jactanciosos, en los que parecen particularmente satisfechos de sí mismos; por eso ese descontento acompaña tantas veces al éxito, a la fama, el poder o el enriquecimiento. Se pone un cuidado máximo en encubrir ese desprecio que se siente por el que se es, se intenta convencer a los demás de la propia excelencia, con la esperanza de que lo persuadan a uno, pero esto es particularmente difícil, porque no hay en ello ingenuidad, sino que el que desprecia la verdad sabe muy bien que lo hace, y por qué. Hay una extraña y siniestra «lucidez» en todo esto, que le da su mayor gravedad.

En la vida intelectual es esto especialmente claro. El respeto a la verdad suele ser algo todavía más intenso: entusiasmo por la verdad, fascinación ante ella. El que lo siente se «abre» a la verdad, se deja penetrar por ella, la busca sin condiciones previas, cuando la descubre ve que se «apodera» de él, y eso lo llena de gratitud y de alegría.

Por el contrario, hay una variedad de hombre dedicado al pensamiento que extrema la agudeza para minar la verdad cuando se le impone, para descubrir los flancos por los que se la puede atacar o negar; aprovecha las briznas de verdad parcial que parecen desvirtuarla en su conjunto. Para el que admira la destreza y siente hostilidad a la verdad, este tipo de intelectual es el ideal.

Carece de toda ingenuidad, de toda «inocencia»; está siempre «de vuelta» -hay que preguntar: ¿de qué?, ¿de dónde? acaso de la verdad entrevista-. Casi siempre se trata de alguien que no tiene esperanza de alcanzar ninguna verdad importante, y no se da cuenta de que todas lo son, de que la más modesta, si es verdad, es una adquisición fabulosa. Tiene una alta idea de lo que desea ser, y una muy pobre de lo que realmente sabe que es, y no se da cuenta de que la medida de cada uno está en lo que efectivamente hace, y que el hombre de dotes modestisimas puede ser una persona cumplida, lograda, llena de realidad, plenamente satisfactoria.

Examínense los males que nos afligen, que han caído sobre el mundo en el espacio de nuestras vidas, de los que tenemos experienciá real y la necesaria evidencia. Pregúntese cuáles de ellos nacen del desprecio a la verdad.


Julián MARÍAS, Real Academia Española

 

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