Notas para una nueva definición de la cultura
Por HERBERT MARCUSE (*)
Traducción Juan Ramón Capella
 


Del mismo autor: La ideología de la muerte


 

 

Mi punto de partida es la definición de cultura dada por Webster, esto es, la cultura como el complejo de creencias, realizaciones, tradiciones, etc., distintivas, que constituyen el "telón de fondo" de una sociedad. Generalmente han sido excluidas del uso tradicional del término "realizaciones" como la destrucción y el crimen y "tradiciones" como la crueldad y el fanatismo; yo seguiré este uso, aunque puede mostrarse necesario reintroducir: estas cualidades en la definición. Mi discusión se centrará en la relación entre el "telón de fondo" (cultura) y el "fondo"(1): la cultura aparece así como el complejo de objetivos (valores) morales, intelectuales y estéticos que una sociedad considera que constituye el designio de la organización, la división y la direcci6n de su trabajo, "el bien" que se supone realiza el modo de vida que ha establecido. Por ejemplo, el aumento de la libertad pública y aproximación a objetivos culturales tiene lugar mediante la práctica de la crueldad y la violencia. Esto puede explicar la paradoja de que una parte tan amplia de la cultura superior de Occidente, de su arte y de su literatura, haya consistido en protesta, en crítica y en condena de la cultura; y no sólo de su miserable traducción en la realidad, sino de su propio contenido y de sus mismos principios.

De acuerdo con los anteriores supuestos, el reexamen de una cultura dada implica la relación de los valores a los hechos, no como un problema lógico o epistemológico, sino como un problema de estructura social: ¿cómo están relacionados los medios de la sociedad a los fines que ella misma profesa? Se supone que los fines son los definidos por la "cultura superior" (aceptada socialmente); así, se trata de valores que han de incorporarse, más o menos adecuadamente, en las instituciones y relaciones sociales. La cuestión, por consiguiente, puede formularse más concretamente: ¿cómo están relacionadas la literatura, las artes, la filosofía, la ciencia o la religión de una sociedad a su comportamiento real? La amplitud de este problema excluye aquí toda discusión que no sea en términos de ciertas hipótesis relativas a las tendencias actuales.

Está generalmente admitido que los valores culturales (humanización) y las instituciones y las políticas existentes de una sociedad, raramente, por no decir nunca, se hallan en armonía. Esta opinión ha encontrado expresión en la distinción entre cultura y civilización, según la cual "cultura" se refiere a cierta dimensión superior de. autonomía y realización humana, mientras que "civilización" designa el reino de la necesidad, del trabajo y del comportamiento socialmente necesarios, en el que el hombre no se halla realmente en sí mismo y en su propio elemento, sino que está sometido a la heteronomía, a las condiciones y necesidades externas. El reino de la necesidad puede ser (y ha sido) reducido y mitigado. De hecho, el concepto de progreso únicamente es aplicable a este reino (progreso técnico), a los adelantos en la civilizaci6n, pero estos adelantos no han eliminado la tensión entre cultura y civilización. Incluso pueden haber agravado la dicotomía hasta un grado en que las inmensas posibilidades abiertas por el progreso técnico aparecen en acentuado contraste con su limitada y deformada realización. Al mismo tiempo, sin embargo, el conflicto entre la capacidad material e intelectual de la sociedad industrial avanzada, por una parte, y su utilización represiva, por otra, está siendo eliminado a su vez por el condicionamiento previo sistemático de las necesidades individuales y por la administración de satisfacción sistemática. La incorporación de la cultura superior al trabajo diario y al tiempo libre, el consumo organizado de belleza, goce y dolor, se han convertido en parte integrante de la administración social del individuo, en puntos necesarios para la reproducción de la "sociedad opulenta". La tensión entre cultura y sociedad, entre producción material e intelectual; ha sido eliminada. tan eficazmente que se plantea la cuestión de si, dadas las tendencias predominantes en la sociedad industrial avanzada, puede mantenerse todavía la distinción entre cultura y civilización. Más precisamente, ¿no ha sido resuelta la tensión entre medios y fines, entre valores culturales y hechos sociales, por la absorción de los fines por íos medios? ¿No se ha producido una coordinación "prematura", represiva e incluso violenta de la cultura con la civilización, por virtud de la cual esta última se ha liberado de algunos frenos efectivos a sus tendencias destructivas? Con esta integración de la cultura en la sociedad, la última tiende a convertirse en totalitaria incluso donde conserva las formas y las instituciones democráticas.
Algunas de las implicaciones de la distinción entre cultura y civilización pueden ser expresadas en una tabla como sigue:

Civilización
-trabajo manual
-día laborable
-trabajo tiempo libre
-reino de la necesidad
-naturaleza
-pensamiento operativo

Cultura
-trabajo intelectual
-día festivo
-reino de la libertad
-espíritu (Geist)
- pensamiento no operativo

En la tradición académica, estas divisiones tuvieron en otro tiempo su paralelismo en la distinción entre ciencias naturales, por una parte, y todas las demás -ciencias sociales, humanidades, etc.-, por otra. Esta distinción entre las ciencias ha quedado hoy completamente anticuada: la ciencia natural, las ciencias sociales e incluso las humanidades se están asimilando entre sí por sus métodos y por sus conceptos, como ejemplifican la difusión del empirismo positivista, la lucha contra todo lo que pueda calificarse de "metafísica" , el estudio directo de la teoría "pura" y la disposición de todas las disciplinas a organizarse en beneficio del interés nacional o corporativo. Este cambio dentro del sistema educativo está de acuerdo con los cambios fundamentales de la sociedad contemporánea, que afectan a toda la dicotomía anteriormente reseñada en la tabla: la civilización tecnológica tiende a eliminar los objetos trascendentes de la cultura (trascendentes respecto de los objetivos socialmente establecidos) y, por consiguiente, a eliminar o reducir aquellos factores o elementos de cultura antagónicos o extraños a las formas dadas de civilización. No es necesario repetir aquí la conocida afirmación de que la fácil asimilación del trabajo y la distensión, de la frustración y la broma, del arte y la decoración de la casa, de la psicología y la dirección de empresas altera la función tradicional de estos elementos de cultura: se convierten en afirmativos, es decir, sirven para fortificar el dominio del Sistema establecido sobre el espíritu -el Sistema establecido ha hecho asequibles al pueblo los bienes de cultura- y contribuyen a reforzar el dominio de lo que es sobre lo que puede ser y sobre lo que debe ser -lo que debe ser si hay verdad en los valores culturales-. Esta afirmación no es una condena: un amplio acceso a la cultura tradicional, y especialmente a sus auténticas creaciones, es mejor que la retención de los privilegios culturales por un círculo limitado definido por la riqueza y el nacimiento. Pero para preservar el contenido cognoscitivo de estas creaciones son necesarias unas facultades intelectuales y una consciencia intelectual que no son precisamente intrínsecos a los modos de pensar y de comportarse requeridos por la civilización predominante en los países industriales avanzados.

En su forma y dirección predominantes, el progreso de esta civilización exige modos de pensamiento operativos y conductistas, así como su defensa y su mejoramiento, pero no su negación. Sin embargo, el contenido (y principalmente el contenido oculto) de la cultura superior era en gran medida precisamente esta negación: la condena de la destrucción institucionalizada de las potencialidades humanas, vinculada a una esperanza que la civilización establecida condenaba como "utópica". No hay duda de que la cultura superior ha tenido siempre un carácter positivo en la medida en que se separaba de la explotación y la miseria de aquellos por cuyo trabajo se reproducía la sociedad a que pertenecía esa cultura, y en ese grado se convertía en la ideología de la sociedad. Pero como ideología, estaba también disociada de la sociedad, y en esta disociación era libre de comunicar la contradicción, la condena y la negación. Ahora la comunicación se ha multiplicado técnicamente, se ha facilitado enormemente y obtiene una gran compensación, pero el contenido ha cambiado porque el espacio intelectual e incluso físico en que puede desarrollarse una disociación efectiva está cerrado.
En lo que respecta a la eliminación del antiguo contenido antagónico de la cultura, trataré de mostrar que lo implicado aquí no es el destino de un cierto ideal romántico que sucumbe ante el progreso tecnológico, ni la progresiva democratización de la cultura, ni tampoco la igualación de las clases sociales, sino más bien la clausura de un espacio vital necesario para que se desarrollen en él la autonomía y la oposición; la destrucción de un refugio o de una barrera frente al totalitarismo. Sólo puedo señalar aquí algunos aspectos del problema, partiendo una vez más de la situación en el terreno académico.

La división en ciencias naturales, ciencias sociales o del comportamiento y humanidades aparece como una división muy extraña, puesto que la distribución de la materia, al menos entre las dos últimas, es más que dudoso. El aprieto académico refleja la situación general. Existe un visible divorcio entre las ciencias sociales y las humanidades, o al menos lo que se supone que son estas últimas: experiencia de la dimensión de humanitas todavía no traducida en realidad, o modos de pensamiento, imaginación y expresión esencialmente no operativos y trascendentes; que trascienden el universo de conducta establecido no pasando a un reino de espíritus e ilusiones, sino hacia posibilidades históricas. En nuestra situación actual, ¿puede exigir el análisis de la sociedad que se haga abstracci6n de la humanitas, del comportamiento social o incluso individual? Nuestra situación cultural, nuestro universo de comportamiento social, ¿pueden repudiar e invalidar las humanidades y convertirlas realmente así en ciencias de no-comportamiento y por tanto "no científicas", preocupadas principalmente por valores personales, emotivos, metafísicos o poéticos, a menos que se traduzcan en términos conductistas? Si así fuera, sin embargo, las humanidades dejarían de ser lo que son. Rendirían sus verdades esencialmente no operativas a las reglas que gobiernan la sociedad establecida, pues los patrones de las ciencias del comportamiento son los de la sociedad a cuyo comportamiento están vinculadas. Sin embargo, la desarraigada dimensión no-operativa era el núcleo de la cultura tradicional, el "telón de fondo" de la sociedad moderna hasta el final del período del liberalismo; de manera general, el período transcurrido entre las dos guerras mundiales señala la etapa final de esta fase. En virtud de su distanciamiento del universo del trabajo socialmente necesario, de las necesidades y el comportamiento socialmente útiles, ya causa de su separación de la lucha diaria por la existencia, la cultura podía crear y preservar el espacio intelectual en el que podían desarrollarse la transgresión crítica, la oposición y la negación; se trataba de una esfera privada y de autonomía en la que el espíritu podía encontrar un punto de apoyo exterior al Sistema, desde el cual considerar éste en una perspectiva diferente, comprenderlo con conceptos diferentes y descubrir posibilidades e imágenes prohibidas. Este punto de apoyo parece haber desaparecido.

Para evitar cualquier interpretación equívoca romántica, permítaseme repetir que la cultura ha sido siempre privilegio de una pequeña minoría, una cuestión de riqueza, tiempo y fortuna. Para la plebe infraprivilegiada, los "valores superiores" de la cultura han sido siempre meras palabras o exhortaciones vacías, ilusiones y engaños; en el mejor de los casos se trataba de ilusiones y aspiraciones que quedaban insatisfechas. Con todo, la posición privilegiada de la cultura, el abismo entre la civilización material y la cultura intelectual, entre necesidad y libertad, era también el abismo que protegía como una "reserva" el reino de la cultura no científica. Allí la literatura y las artes podían alcanzar y comunicar verdades que en la sociedad establecida eran negadas y reprimidas, o bien convertidas en conceptos y módulos socialmente Útiles. Análogamente, la filosofía -y la religión- podían formular y comunicar imperativos morales de validez humana universal, a menudo en contradicción radical con la moralidad socialmente útil. En este sentido, me atrevo a decir que la cultura no científica estaba menos sublimada que la forma en la cual se traducía en los valores sociales y en la conducta real, y ciertamente menos sublimada que las nada inhibidas novelas de nuestros días; y estaba menos sublimada porque el estilo inhibido y mediatizado de la cultura superior evocaba, como lo "negativo", las inflexibles necesidades y esperanzas del hombre, que la literatura de hoy presenta en su realización predominante socialmente, impregnadas de la represión predominante.

La cultura superior existe todavía. Es más asequible que nunca; se lee, se contempla y se escucha más ampliamente que nunca; sin embargo, la sociedad ha estado clausurando el espacio espiritual y físico en el que es posible comprender esta cultura en su sustancia cognoscitiva, en su exacta verdad. Lo operativo, tanto en el pensamiento como en el comportamiento, relega estas verdades al terreno personal, subjetivo, emocional; así pueden encajar fácilmente en el Sistema. La trascendencia cualitativa y crítica de la cultura está siendo eliminada y lo negativo integrado en lo positivo. Los elementos de oposición de la cultura se ven disminuidos así: la civilización toma, organiza, compra y vende cultura; ideas sustancialmente no operativas y no conductistas se traducen a términos operativos y conductistas, y esta traducción no es simplemente un l3roceso metodológico, sino un proceso social e incluso político. Tras las observaciones precedentes, podemos expresar ahora la principal consecuencia de este proceso en una fórmula: la integración de los valores culturales en la sociedad establecida invalida la alienación de la cultura de la civilización, allanando, consiguientemente, la tensión entre el "deber ser" y el "ser" (que es una tensión histórica, real), entre lo posible y lo actual, entre el futuro y el presente, entre la libertad y la necesidad. La consecuencia es que los contenidos autónomos y críticos de la cultura se convierten en contenidos educativos, sublimantes y relajantes: en un vehículo de adaptación.

Cualquier auténtica creación literaria, artística, musical o filosófica habla en un metalenguaje que comunica hechos y condiciones distintos de los accesibles en un lenguaje conductista; tal es su sustancia irreductible e intraducible. Parece que su sustancia intraducible se disuelve ahora en un proceso de traducción que afecta no solamente a lo sobrehumano ya lo sobrenatural (religión), sino también al contenido humano y natural de la cultura (la literatura, las artes, la filosofía): los conflictos radicales e irreductibles de amor y odio, esperanza y temor, libertad y necesidad, sujeto y objeto, bien y mal, se hacen más manejables, comprensibles, normales... en una palabra: conductistas. No solamente los dioses, los héroes, los reyes y los caballeros, cuyo universo era el de la tragedia, el romance, la balada y la fiesta, han desaparecido, sino que también han desaparecido muchos de los enigmas que no pudieron resolver, muchas de las luchas que llevaron adelante y muchas de las fuerzas y los temores con que tuvieron que enfrentarse. Una dimensión cada vez mayor de fuerzas no conquistadas (e inconquistables) está siendo conquistada por la racionalidad técnica y por la ciencia física y social. y muchos problemas arquetípicos se han vuelto susceptibles de ser diagnosticados y tratados por el psicólogo, el trabajador social, el científico y el político. El hecho de que se diagnostiquen y se traten mall, de que su con- tenido todavía válido sea deformado, reducido o reprimido no debe ocultar las potencialidades radicalmente progresivas de este proceso. Pueden resumirse en la proposición de que la humanidad ha alcanzado la etapa histórica en que es técnicamente capaz de crear un mundo de paz, un mundo sin explotación, sin miseria y sin la servidumbre del trabajo. Eso sería una civilización convertida en cultura.

La corrosión tecnológica de la sustancia trascendente de la cultura superior invalida el medio en que halla expresión y comunicación apropiadas, provocando el colapso de las formas literarias y artísticas tradicionales, la redefinición operativa de la filosofía, la transformación de la religión en un círculo de la posición social. La cultura se define de nuevo por el estado de cosas existente: las palabras, tonos, formas y colores de las obras perennes siguen siendo los mismos, pero lo que expresaban está perdiendo su verdad, su validez; las obras que anteriormente aparecían sorprendentemente apartadas de y contrarias a la realidad establecida han sido neutralizadas como clásicas; de este modo ya no mantienen su alienación de la sociedad alienada. En la filosofía, la psicología y la sociología, predomina un pseudoempirismo que refiere sus conceptos y métodos a la experiencia restringida y reprimida de la gente en el mundo regulado, y que quita valor a los conceptos no conductistas al descalificarlos como confusiones metafísicas. Así, la validez histórica de ideas como las de Libertad, Igualdad, Justicia e Individuo residía precisamente en su contenido insatisfecho, en que no podían ser referidas a la realidad establecida, la cual no podía darles validez ni se la dio porque eran negadas por el funcionamiento de las mismas instituciones a las que se atribuía su realización. Eran ideas normativas; eran no operativas no en virtud de su carácter metafísico y acientífico, sino en virtud de la servidumbre, la desigualdad, la injusticia y la dominación institucionalizadas en la sociedad. Los modos de pensamiento y de investigación predominantes en la cultura industrial avanzada tienden a identificar los conceptos normativos con su realización social predominante, o, más bien, toman como norma el modo en que la sociedad traduce estos conceptos en la realidad, tratando a lo sumo de mejorar la traducción; el residuo no traducido se considera especulación anticuada.

No hay duda de que el contraste entre el original y la traducción es obvio y forma parte de la experiencia diaria; por otra parte, el conflicto entre lo potencial y lo actual se modela con el progreso técnico, con la creciente capacidad de la sociedad para vencer la escasez, el temor y la servidumbre del trabajo. Sin embargo, son también este progreso y esta capacidad los que bloquean la comprensión de las causas del conflicto y las posibilidades de solución; las posibilidades de una pacificación de la lucha por la existencia, individual y social, dentro de la nación ya escala internacional. En las zonas más altamente desarrolladas de la civilización industrial, que proporcionan el modelo cultural del período contemporáneo, la enorme productividad del sistema establecido aumenta y satisface las necesidades de la plebe mediante una administración total que procura que las necesidades del individuo sean las que perpetúan y fortalece el sistema. El elemento racional necesario para el cambio cualitativo se evapora así, y con él se evapora el elemento racional para la alienación de la cultura respecto de la civilización.

Si la cambiante relación entre cultura y civilización es obra de la nueva sociedad tecnológica y si es sostenida constantemente por ésta, entonces una "redefinición" teorética, independientemente de lo justificada que esté, puede seguir siendo académica en la medida en que vaya contra la tendencia predominante. Pero también aquí el mismo alejamiento y la misma "pureza" del esfuerzo teorético, su, aparente debilidad frente a las realidades, puede convertirse en una posición de fuerza si no sacrifica su abstracción acomodándose a un positivismo y un empirismo falaces, y falaces en la medida en que estos modos de pensamiento están orientados hacia una experiencia que, en realidad, es solamente un sector mutilado de la experiencia, aislado de los factores y de las fuerzas que determinan la experiencia. La absorción administrativa de la cultura por la civilización es el resultado de la orientación establecida del progreso científico y técnico, de la creciente conquista del hombre y de la naturaleza por los poderes que organizan esta conquista y que utilizan el creciente nivel de vida para perpetuar su organización de la lucha por la existencia.

Hoy esta organización actúa a través de la movilización permanente del pueblo para la eventualidad de la guerra nuclear, ya través de la movilización continuada de la agresión socia]mente necesaria, de la hostilidad, la frustración y el resentimiento engendrado por la lucha por la existencia a los receptores de ésta en objetos de la administración. Las necesidades de la sociedad establecida Son interiorizadas y se convierten en necesidades individuales; el comportamiento exigido y las aspiraciones deseables se convierten en algo espontáneo. En los estadios de desarrollo superiores, esta coordinación total procede sin terror y sin la abrogación del proceso democrático.
Por el contrario, hay al mismo tiempo una creciente independencia de los dirigentes elegidos respecto del electorado, el cual está constituido por una opinión pública modelada por los intereses económicos y políticos predominantes. Su dominio aparece Como el dominio de la racionalidad productiva y tecnológica. Y este dominio, como tal, es aceptado y defendido y el pueblo lo hace suyo. La consecuencia es un estado de interdependencia general que oculta la jerarquía real. Tras el velo de la racionalidad tecnológica, se acepta la heteronomía universal como si se tratara de unas libertades y unos bienes ofrecidos por la "sociedad opulenta ".
En estas condiciones, la creación (o recreación) de un refugio de independencia espiritual (la independencia práctica, política, queda efectivamente bloqueada por el poder concentrado y la coordinación en la sociedad industrial avanzada) ha de asumir la forma de una retirada, de un aislamiento voluntario, de un "elitismo" intelectual. Y, en realidad, una redefinición de la cultura tendría que ir en contra de las tendencias más poderosas. Significaría la liberación del pensamiento, la investigación, la enseñanza y el aprendizaje del universo establecido de adaptación y de comportamiento y la elaboración de métodos y conceptos capaces de superar racionalmente los límites de los hechos y "valores" establecidos. En términos de las disciplinas académicas, esto significaría hacer pasar el énfasis principal a la teoría "pura", es decir , a la sociología teorética, a la ciencia política, a la psicología, a la filosofía especulativa, etc. Las consecuencias sobre la organización de la educación serían más importantes: el cambio conduciría a la creación de universidades de "élite", separadas de los colleges, que conservarían y reforzarían su carácter de escuelas vocacionales en el más amplio sentido. Una completa independencia financiera sería el requisito indispensable de lo anterior: hoy más que nunca importa la fuente del apoyo material. Ningún patrocinador privado individual sería capaz de financiar la educación que puede preparar el fondo espiritual para una jerarquía cualitativamente diferente de valores y de poder. Una educación así podría ser imaginada como preocupación de un gobierno deseoso y capaz de contrarrestar la tendencia política y popular predominante, y esta condición se formula únicamente para revelar su carácter utópico.

La idea misma de unas universidades de élite intelectual se denuncia hoy como una tendencia antidemocrática, incluso aunque el acento se cargue sobre "intelectual" y el término "élite" designe una selección realizada en la escuela y en la población de los colleges en general; una selección realizada únicamente por el mérito, es decir, según la inclinación y la capacidad para el pensamiento teorético. En realidad la idea es antidemocrática si la democracia de masas establecida y su educación se toman como la realización de una democracia que corresponde exactamente a las formas históricamente posibles de libertad e igualdad. No creo que éste sea el caso. La tendencia positivista y conductista predominante sirve con demasiada frecuencia para cercenar las raíces de la autodeterminación de la mente del hombre; de una autodeterminación que hoy (al igual que en el pasado) exige una disociación crítica del universo dado de experiencia. Sin esta crítica de la experiencia, el estudiante queda privado de los métodos e instrumentos que le permitirían comprender y valorar su sociedad y su cultura en su conjunto, en el continuum histórico en el que esta sociedad cumple, deforma o niega sus propias posibilidades y promesas. A diferencia de esto, el estudiante es educado para comprender y valorar las condiciones y posibilidades establecidas solamente en los términos de las condiciones y posibilidades establecidas: su pensamiento, sus ideas y sus objetivos se hallan programática y científicamente restringidos, no por la lógica, por la experiencia y por los hechos, sino por una lógica purgada, por una experiencia mutilada y por unos hechos incompletos.

La protesta contra este conductismo sofocante encuentra un aliviadero irracional en las numerosas filosofías existencialistas, metapsicológicas y neoteológicas que se oponen ala tendencia positivista. La oposición es defectuosa, e incluso ilusoria. También contribuye a la decadencia de la razón crítica en la medida en que se abstrae del material real de la experiencia sin volver jamás a ella después de que la abstracción ha alcanzado el nivel conceptual. La experiencia existencial ala que se refiere es también una experiencia restringida y mutilada, pero, en contraste con el positivismo, la experiencia es deformada no solamente por el nexo del universo de experiencia social establecido, sino también por la insistencia en el hecho de que la decisión u opción existencia puede abrirse camino en este universo y alcanzar la dimensión de la libertad individual. Sin duda, ningún esfuerzo intelectual y ningún modo de pensamiento pueden conseguirlo, pero, en cambio, pueden facilitar u obstaculizar el desarrollo de esa consciencia que es una condición previa para la realización de la tarea.

Los conceptos de la razón crítica son a la vez filosóficos, sociológicos e históricos. En esta interrelación, y vinculados al dominio creciente de la naturaleza y de la sociedad, son catalizadores intelectuales de la cultura: abren el espacio espiritual y las facultades al surgimiento de nuevos proyectos históricos, de nuevas posibilidades de existencia. Esta dimensión teorética del pensamiento se ve hoy acentuadamente reducida. Aquí se carga el acento sobre su extensión, y la restauración puede parecer menos irrelevante si recordamos que nuestra cultura (y no solamente nuestra cultura intelectual) fue proyectada y definida previamente -incluso en sus aspectos más prácticos- por la ciencia, la filosofía y la literatura antes de que se convirtiera en una realidad plenamente desarrollada y organizada: la nueva astronomía y la nueva física, la nueva teoría política anticiparon (afirmativa y negativamente) la experiencia histórica subsiguiente. La liberación del pensamiento teorético de sus compromisos con una práctica represiva era una condición previa del progreso.

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La reorganización de la cultura que he sugerido más arriba violaría también el tabú de la posición de la ciencia hoy. (Empleo intencionadamente el horrible término "organización" en este contexto porque la cultura se ha convertido en un objeto de organización; "abstraer" la cultura de su administración predominante significa en primer lugar reorganizarla y desorganizarla.) El papel de la ciencia en una cultura establecida ha de ser valorado no solamente con relación a las verdades científicas (nadie que esté en su sano juicio negará o minimizará su "valor"), sino también con relación a su impacto perceptible sobre la condición humana. La ciencia es responsable de este impacto, y éste no constituye la responsabilidad personal y moral del científico, sino que corresponde a la función del método y de los conceptos científicos mismos. No hay que sobreimponer a la ciencia ninguna teleología, ningunos fines extraños a ella: posee sus propios fines históricos inherentes a ella, de los cuales no puede separarla represión alguna ni cientificismo alguno.
La ciencia, como actividad intelectual, es, previamente a toda aplicación práctica, un instrumento en la lucha por la existencia, en la lucha del hombre con la naturaleza y con el hombre; sus hipótesis directivas, sus proyecciones y sus abstracciones surgen en esta lucha y anticipan, preservan o modifican las condiciones en que se desarrolla. Decir que la misma razón científica consiste en mejorar estas condiciones puede ser un juicio de valor, pero es tan juicio de valor como el que hace un valor de la ciencia misma, como el que hace un valor de la verdad. Nosotros hemos aceptado este valor, y la "civilización" ha sido su gradual y penosa realización; ha sido un factor determinante en la relación entre la ciencia y la sociedad, e incluso las más puras conquistas teoréticas han entrado en esta relación, independientemente de la propia consciencia y de las intenciones del científico. La misma eliminación de "fines" de la ciencia ha estrechado la relación entre la ciencia y la sociedad y ha incrementado inmensamente las posibilidades instrumentales de la ciencia en la lucha por la existencia. La proyección galileana de la Naturaleza sin Telos objetivo, el cambio del preguntar científico del por qué al cómo, la conversión de la cualidad en cantidad y la expulsión de la ciencia de "la subjetividad no cuantificable, este método científico ha sido el 'requisito previo de todo el progreso técnico y material conseguido desde la Edad Media. Ha presidido los conceptos racionales de hombre y de naturaleza, y ha servido para crear las condiciones previas para una sociedad racional, las condiciones previas de la humanidad. y lo ha hecho mientras aumentaban al mismo tiempo los medios materiales de destrucción y dominación, es decir, los medios para impedir la realización de la humanidad. La construcción ha estado vinculada con la destrucción desde el comienzo; la productividad con su utilización represiva; la pacificación con la agresión. Esta responsabilidad doble de la ciencia no es algo contingente: la ciencia cuantificada y la naturaleza como cantidad matematizada, como universo matemático, son "neutros", algo susceptible de cualquier utilización y transformación, limitado solamente por los límites del saber científico y por la resistencia de la materia bruta. En esta neutralidad, la ciencia se vuelve adaptable y queda sujeta a los objetivos predominantes en la sociedad en que se desarrolla. Se trata todavía de una sociedad en la que la conquista de la naturaleza tiene lugar por medio de la conquista del hombre, la explotación de los recursos naturales e intelectuales por medio de la explotación del hombre, y la lucha con la naturaleza por medio de la lucha por la existencia en formas agresivas y represivas a nivel tanto personal como nacional e internacional. Pero la ciencia misma ha alcanzado un nivel de comprensión y de productividad que la coloca en contradicción con este estado de cosas: la racionalidad científica "pura" implica la posibilidad real de eliminar la escasez, la servidumbre del trabajo y la injusticia en todo el mundo; implica la posibilidad de pacificar la lucha por la existencia. No se trata de deshacer o mutilar la ciencia, sino de liberarla de los amos que la ciencia misma ha contribuido a crear. y esta liberación no sería un acontecimiento exterior que dejaría a la empresa científica con su estructura intacta: muy bien puede afectar al propio método, a la experiencia científica ya la proyección de la naturaleza. En una sociedad racional y humana, la ciencia tendría una función nueva, y esta función muy bien podría necesitar una reconstrucción del método científico: no un retorno a la ciencia-filosofía anterior a Galileo, sino más bien a la cuantificación científica de nuevos objetivos, derivados de una nueva experiencia del hombre y de la naturaleza: los objetivos de la pacificación.

Hoy es preciso responder a la cuestión de si la ciencia, en la "sociedad opulenta", no ha dejado de ser un vehículo de liberación, de si no perpetúa e intensifica la lucha por la existencia (a través de la investigación para la destrucción y de atrofia planificada) en vez de mitigarla. La distinción tradicional entre ciencia y tecnología se vuelve dudosa. Cuando las conquistas más abstractas de la matemática y de la física teórica satisfacen tan adecuadamente las necesidades de la IBM y de la Comisión de Energía Atómica, llega la hora de preguntarse si semejante aplicabilidad no es inherente a los conceptos de la ciencia misma(2) Me parece que la cuestión no puede ser solucionada separando la ciencia pura de sus aplicaciones y condenando solamente a estas últimas: la "pureza" especifica de la ciencia ha facilitado la unión de la construcción y la destrucción, de la humanidad y la inhumanidad, en el progresivo dominio de la naturaleza. En todo caso, es imposible calibrar los esfuerzos destructivos de la ciencia por los esfuerzos constructivos, de la misma manera que no es posible distinguir, en el interior del conjunto de la investigación científica, entre los terrenos, los métodos y los conceptos que defienden la vida y los que la empeoran: parecen estar vinculados interiormente. La ciencia ha creado su propia cultura, y esta cultura está absorbiendo un sector de civilización cada vez mayor. La idea de las "dos culturas" es equívoca, pero más equívoco todavía, en las condiciones predominantes, es el alegato en favor de su reunión.

La cultura no científica (me limitaré aquí a la literatura como ejemplo representativo) habla un lenguaje propio, sustancialmente diferente del len- guaje de la ciencia. El lenguaje de la literatura es un metalenguaje en la medida en que no pertenece al universo del discurso establecido que expresa el estado de cosas existente. Expresa "un mundo diferente", regido por principios, valores y patrones diferentes. Este mundo diferente aparece en el mundo establecido; se introduce en las ocupaciones diarias de la vida, en la experiencia de cada uno y de los demás, en el entorno social y natural. Independientemente de lo que instituya esta diferencia, hace que el mundo de la literatura sea un mundo esencialmente otro, distinto; una negaci6n de la realidad dada. y en el grado en que la ciencia se ha convertido en una parte integrante de la realidad dada, o incluso en una fuerza impulsora que está por debajo de ella, la literatura es también la negación de la ciencia. No existe un realismo (científico ) en la auténtica literatura de Occidente, ni siquiera en la obra de Zola: su sociedad del Segundo Imperio es la negación de esa sociedad en su realidad.

La laguna entre la cultura científica y la cultura no científica puede ser hoy una circunstancia muy prometedora. La neutralidad de la ciencia pura la ha vuelto impura, la ha hecho incapaz o no deseosa de negar su colaboración a los teóricos y prácticos de la destrucción y de la explotación legalizadas. El aislamiento de la cultura no científica puede preservar el refugio y la reserva tan necesarios en los que se mantienen las verdades y las imágenes olvidadas o eliminadas. Cuando la sociedad tiende hacia la coordinación y la administración total (por medios científicos), la alienación de la cultura no científica se convierte en un requisito previo para la oposición y la negación. Que un poeta, un escritor o un estudiante de los clásicos conozca o no la segunda ley de la termodinámica o la "caída de la paridad" es cuestión suya; sin duda no le causarán ningún daño (tampoco sería peligroso que este saber hubiera de formar parte de la educación general). También puede ser completamente irrelevante para lo que tiene que decir. Pues el "orden natural" que las ciencias cuantificadoras definen y dominan no es el orden natural, y el "edificio científico del mundo físico "no es" en su profundidad, complejidad y articulación intelectual, la obra colectiva más maravillosa y bella de la mente humana". Me parece que el edificio de la literatura, del arte y de la música es infinitamente más maravilloso, bello, profundo, complejo y articulado, y creo que no se trata simplemente: de una cuestión de gustos. El universo de la cultura no científica es un universo multidimensional en el que son irreductibles las cualidades secundarias" y en el que toda la objetividad se halla cualitativamente relacionada al sujeto humano. La modestia científica oculta con frecuencia un absolutismo aterrador, un rechazo alegre de modos de pensamiento no científicos pero racionales al reino de la ficción, de la poesía o de las preferencias.
Me he referido a Las dos culturas porque el mensaje del libro no me parece simplemente una exhortación más a la conformidad disfrazada de racionalidad científica. La unión o la reunión de la cultura científica puede ser un requisito previo para el progreso más allá de la sociedad de la movilización total y de la defensa o la disuasión permanentes, pero no es posible realizar semejante progreso dentro de la cultura establecida de defensa o de disuasión que tan eficazmente sostiene la ciencia. Para conseguir este progreso, la ciencia debe liberarse a sí misma de la dialéctica fatal del Amo y el Esclavo que transforma la conquista de la naturaleza en el instrumento de la explotación y en la tecnología de su perpetuación en formas "superiores". Con anterioridad a esta liberación de la ciencia, la cultura no científica preserva las imágenes y los fines que la ciencia, por sí misma, no define ni puede definir, esto es, los fines de la humanidad. Evidentemente, la reorientaci6n de la ciencia implica cambios políticos y sociales, es decir, el surgimiento de una sociedad esencialmente diferente cuya pervivencia pueda prescindir de las instituciones de defensa y disuasión agresivas. En el interior de las instituciones establecidas, la preparación para esta eventualidad será primariamente algo negativo, esto es, la reducci6n de la presión abrumadora sobre los modos de pensamiento no conformistas, crítico-trascendentes; consistirá en contrarrestar el oligopolio del pseudoempirismo conductista.
Si le queda todavía algún sentido a la afirmación de Kant de que la educación no debe ser para la sociedad actual, sino para una sociedad mejor, la educación debería alterar también (y acaso principalmente) el lugar de la ciencia en las universidades y en la zona de "investigación y desarrollo" en su conjunto. El abrumador apoyo financiero generoso de que gozan hoy las ciencias físicas no es solamente un apoyo para la investigación y el desarrollo en interés de la humanidad, sino también en el interés contrario. Dado que no es posible disolver esta fusión de los contrarios dentro de la estructura del sistema social existente, acaso sea posible lograr un pequeño progreso mediante una política de discriminación con respecto al apoyo y a las prioridades. Sin embargo, una política así supondría la existencia de gobiernos, fundaciones y empresas lo suficientemente poderosos y deseosos de reducir rigurosamente el establishment militar, lo cual es una hipótesis más bien poco realista. Se puede pensar en la creación de una reserva académica en la que la investigación científica se emprenda con completa independencia de las vinculaciones militares, donde el inicio, la continuación y la publicación de las investigaciones se deje en manos de un grupo de científicos independientes entregados a una tarea humanista. Dado que hoy existen muchas universidades y colleges que se niegan a comprometerse en toda investigación patrocinada por el gobierno que implique proyectos militares, todavía se podría propugnar la creación de alguna institución que no simplemente mantuviera esa regla, sino que propiciara activamente la publicación de documentos sobre abusos de la ciencia para fines inhumanos.
Actualmente, incluso estas ideas modestas y prudentes son descalificadas como necias y románticas y cubiertas de ridículo. El hecho de que estén condenadas ante el omnipotente aparato político y técnico de nuestra sociedad no destruye necesariamente el valor que puedan tener. En virtud de la unión impenetrable entre la racionalidad política y la racionalidad tecnológica, hoy, las ideas que no se doblegan ante esta unión aparecen como irracionales y perjudiciales para el progreso: como reaccionarias. Por ejemplo, se oyen comparaciones entre la protesta contra los cada vez más importantes programas de exploración del espacio exterior y la oposición del aristotelismo medieval contra Copérnico y Galileo. Sin embargo, nada hay de regresivo en la insistencia en que toda la energía y todo el dinero dedicado al espacio exterior se dilapidan en la medida en que se dejan de emplear en la humanización de la tierra. Las innegables mejoras y descubrimientos técnicos resultantes de la conquista del espacio exterior deben ser valorados en términos de prioridades: la posibilidad de permanecer (acaso incluso de vivir) en el espacio exterior debería tener una prioridad inferior a la de abolir las condiciones de vida intolerables en la tierra. La idea de que es posible que ambos proyectos sean llevados adelante eficazmente al mismo tiempo y por la misma sociedad es una figuración ideológica. La conquista del espacio exterior puede acelerar y extender la comunicación y la información, pero ¡o que hay que preguntar es si éstas no son ya suficientemente rápidas y extensas, o incluso demasiado rápidas y extensas, para lo que se comunica y para lo que se hace. El antiguo concepto de hybris tiene un buen sentido no metafísico cuando se aplica a la destrucción forjada no por los dioses sino por el hombre. La racionalidad de la competencia (o, mejor, el conflicto) política y militar global no es necesariamente sinónimo de progreso humano. Cuando este último va ligado a lo primero, se hace aparecer la protesta contra esta vinculación como una forma de regresión irracional; pero esta perversión es a su vez obra de la política. Evidentemente, la idea de una educación dentro de la sociedad existente para una sociedad futura mejor es una contradicción, pero una contradicción que es preciso resolver si ha de darse el progreso.


(1)Background. "telón de fondo" -cuyo sentido en este contexto acaso recogiera mejor "medio ambiente", y ground, "fondo"-; juego de palabras sobre un uso lingüístico difícil de reflejar en castellano. (T .)
(2) He discutido esta c.tión en mi libro One-Dimensionul Man (Boston, Beacon Press, 1964), Caps. 6 y 7. (Hay trad. cast., El hombre unidimensional, Barcelona, Seix-Barral, 1969.)

(*) Texto perteneciente al libro, ENSAYOS SOBRE POLÍTICA Y CULTURA, Editorial Planeta-De Agostini, S.A.
Traducción cedida por Editorial Ariel, S.A.