Herbert MARCUSE |
Herbert Marcuse nació en Berlín, en 1898, en el seno de una familia judía de buena posición económica. De muy joven se sintió atraído por la política. Adhería a las posiciones de izquierda. Pero el fracaso de la revolución espartaquista y la ejecución de Rosa Luxemburg (1919) lo alejaron de Berlín y de la política.
Estudió Filosofía en las
universidades de Berlín y
Friburgo.
En esta última conoció a Husserl y a Heidegger. Éste último dirigió su
tesis, con la que se doctoró en 1922. Permaneció en Friburgo hasta 1933, año
en el que ingresó en el Instituto de Investigación Social de la Universidad
de
Frankfurt (más conocido como Escuela de Frankfurt). Ese mismo año los
nazis llegaron al poder y clausuraron el Instituto. Marcuse, junto a otros
miembros de la Escuela, se trasladó a Estados Unidos. Allí se estableció
llegando incluso a adoptar la nacionalidad americana, en 1940, y a trabajar
para el gobierno federal. Ejerció la docencia en distintas universidades:
Columbia, Harvard, Boston y San Diego. Su pensamiento fue una de las fuentes
de inspiración de la revuelta estudiantil de 1968, conocida como “mayo
francés”. Murió en
Alemania en 1979.
Además de la filosofía de
Hegel, Marx, Dilthey, Husserl y Heidegger, tuvo una importante presencia en
la formación de su pensamiento el psicoanálisis de Sigmund Freud. En Eros
y civilización (1955) retoma la teoría freudiana según la cual la
civilización se apoya sobre la represión permanente de los instintos
humanos, reemplazando la satisfacción inmediata de los mismos por una
satisfacción diferida. “El metódico sacrificio de la libido, su
desviación inexorablemente impuesta, hacia actividades y expresiones útiles
desde el punto de vista social, son la cultura” dice Marcuse,
sintetizando la visión freudiana. Al dejar el “principio de placer” y asumir
el “principio de realidad”, “el ser humano, que era poco más que una
maraña de tendencias animales, se convirtió en un yo organizado”.
Una civilización no
represiva es una quimera para Freud. El principio del placer y el de
realidad son antagonistas irreconciliables. Marcuse no coincide con el
fundador del psicoanálisis en este punto. Desde una visión de la historia
inspirada en el materialismo-histórico de Marx, considera que esta oposición
no es metafísica, que no se origina en la naturaleza humana, sino que es
producto de una organización social histórica determinada.
El progreso tecnológico ha
creado las condiciones para una liberación respecto de la obligación del
trabajo, para una ampliación del tiempo libre. Marcuse considera que ello
permitirá la liberación de las potencialidades reprimidas que, “así
liberadas, crearán nuevas formas de realización y de descubrimiento del
mundo, que a su vez otorgarán una nueva forma al reino de la necesidad, a la
lucha por la existencia. Así se dan las condiciones para el surgimiento de
una sociedad no represiva en la que se viva la felicidad del Eros liberado,
la lógica de la satisfacción y no ya la de la represión”.
¿Qué impide el arribo a
esta nueva sociedad? El poder que, con el fin de perpetuarse, alimenta un
estado de necesidad que ya no es tal. Así, por ejemplo, transforma lo que
podría haber sido una liberación sexual (una evolución hacia una sexualidad
polimorfa que Marcuse propugna y entiende como propia de una sociedad no
represiva) en un consumismo sexual, en una sexualidad tomada como objeto de
consumo, integrada al sistema. La pretendida “liberación de las costumbres”
que permite y propugna el capitalismo no es una verdadera “liberación” sino
una estrategia para impedirla.
En El marxismo soviético
(1958) critica duramente la evolución de la revolución Rusa y su tendencia a
la burocratización. Critica también que se haya hecho del marxismo un dogma
y que el Estado haya quedado en manos de una casta de burócratas investidos
de un poder totalitario. De este modo, el marxismo se ha convertido allí en
instrumento al servicio de una sociedad represiva, burocrática y
totalitaria.
En El hombre
unidimensional (1964), su obra más famosa, presenta a la sociedad
capitalista “avanzada” como una sociedad en la que el hombre ha perdido su
sentido crítico. El consumismo y la “liberación de las costumbres” lo han
transforman en un ser cada vez más adaptado e integrado al sistema. Ya no
hay espacio para la oposición y la crítica, la sociedad unidimensional
“integra en sí toda auténtica oposición y absorbe en su seno cualquier
alternativa”. En ella se da “una confortable, tersa, razonable,
democrática no libertad”. El capitalismo avanzado ejerce su dominio, su
control total, de un modo sutil, manipulando los deseos y las necesidades de
las personas. “No sólo determina las ocupaciones, las habilidades y las
actitudes socialmente requeridas, sino también las necesidades y las
aspiraciones individuales”.
La filosofía de esta
sociedad unidimensinal es el positivismo, que sirve de base a la
racionalidad tecnológica y a la lógica del dominio. Y esta filosofía no
tiene rival porque se ha anulado el espacio de la crítica. Contra las previsiones de Marx, hasta el propio proletariado ha perdido su impronta revolucionaria, seducido por el confort y el consumismo. Por ello Marcuse busca otros sujetos revolucionarios, y los encuentra en los extranjeros, los explotados, los desocupados, las minorías, los marginados y los excluidos del sistema. Su sola presencia muestra la necesidad de poner fin a condiciones e instituciones intolerables. De todos modos Marcuse no aclara cómo sería un proceso revolucionario protagonizado por estos actores. Prefiere que su pensamiento permanezcan en la negatividad, en la crítica, unido a “aquellos que, sin esperanza, dieron y dan la vida por el Gran Rechazo”. |