Lo eterno sin disimulo
Por
C.S. Lewis
Rialp, Madrid,1999, pp. 19-39
Hablar
de lo eterno; lo eterno sin caretas, sin disimulos, sin trampas. Esa es la
tarea a la que se entrega Lewis en este libro sustancioso. Y para eso utiliza
muy distintos medios: un coloquio, un debate, una conversación entre amigos,
un articulo de prensa, una carta... Toda ocasión es buena para dar testimonio
de la fe y la verdad intemporal, "para mostrar a todos una noticia
inaudita de plenitudes", con un afán apostólico que nos interpela. En
esta labor, Lewis se expresa con su proverbial claridad, lucidez y agudeza.
I.Apologética cristiana (1945)
Algunos de ustedes son sacerdotes, y otros son líderes de organizaciones
juveniles1. Tengo poco derecho a dirigirme a unos y a otros. Son los
sacerdotes los que han de enseñarme a mí, no yo a ellos. Y, por otro lado,
nunca he contribuido a organizar a la juventud, y en los años en que yo mismo
fui joven, conseguí que no me organizaran. Si me dirijo a ustedes, es para
responder a una petición tan apremiante que he llegado a considerar un asunto
de obediencia atenderla.
Voy a hablarles de apologética. Apologética significa, claro está, defensa.
La primera cuestión es ésta: ¿Qué quieren defender? El cristianismo, por
supuesto; el cristianismo tal como lo entiende la Iglesia de Gales. Aquí, en
el mismo comienzo, tengo que abordar un asunto desagradable. Los laicos
piensan que en la Iglesia de Inglaterra oímos a menudo de nuestros sacerdotes
una doctrina que no es la del cristianismo anglicano. Tal vez se aparte de él
de una de estas dos formas:
1) Es posible que sea tan «tolerante» o «liberal» o «moderna» que
excluya de hecho cualquier realidad sobrenatural y, en consecuencia, deje de
ser cristianismo.
2) Es posible, por otro lado, que sea católica.
Por supuesto, no me corresponde a mí definirles a ustedes qué es el
cristianismo anglicano. Yo soy su discípulo, no su maestro. Pero insisto en
que, dondequiera que sitúen los límites, debe haber unas líneas
limítrofes, más allá de las cuales la doctrina deja de ser anglicana o deja
de ser cristiana. Yo propongo además que los límites comiencen mucho antes
de lo que bastantes sacerdotes modernos piensan. Considero que es su deber
fijar claramente los límites en sus mentes, y si desean ir más allá,
deberán cambiar de profesión.
Es su deber no sólo como cristianos o como sacerdotes, sino como hombres
honrados. Porque existe el riesgo de que el clero desarrolle una especial
conciencia profesional, que oscurezca el auténtico y sencillo problema moral.
Los hombres que han traspasado los límites, en cualquiera de las dos
direcciones antes indicadas, son propensos a declarar que han llegado de forma
sincera y honrada a sus opiniones heterodoxas. Para defenderlas están
dispuestos a sufrir difamación y a perder oportunidades de ascenso
profesional; así llegan a sentirse como mártires. Pero esto es no querer ver
lo esencial, que tan seriamente escandaliza al laico. Nunca hemos dudado de
que las opiniones heterodoxas se mantengan honradamente. De lo que nos
quejamos es de que quienes las defienden continúen ejerciendo su ministerio
después de haberlas asumido.
Siempre hemos sabido que un hombre que se gana la vida como representante
remunerado del Partido Conservador puede honradamente cambiar de opinión y
hacerse sinceramente comunista. Lo que negamos es que pueda seguir siendo
honradamente representante conservador, y recibir dinero de un partido
mientras se apoya la política de otro.
Incluso después de haber excluido la doctrina que está en completa
contradicción con nuestra profesión, es necesario todavía definir nuestra
tarea de forma más precisa. Vamos a defender el cristianismo como tal, la fe
predicada por los Apóstoles, atestiguada por los mártires, incorporada al
Credo, expuesta por los Padres, que debe distinguirse con claridad de lo que
cualquiera de nosotros pueda pensar sobre Dios y el hombre. Cada uno de
nosotros pone un énfasis especial en algo, cada uno añade a la fe muchas
opiniones que le parecen coherentes con ella y verdaderas e importantes; y
quizá lo sean. Pero nuestra tarea como apologistas no es exponerlas.
Defendemos el cristianismo, no «mi religión». Cuando mencionemos nuestras
opiniones personales, debemos dejar bien dara la diferencia entre estas y la
fe como tal. San Pablo nos ha dado la pauta en 1 Corintios 7, 25, donde dice
que sobre una cuestión determinada «no tengo precepto del Señor», y que da
«su juicio». A nadie le quedan dudas acerca de la sobreentendida diferencia
de rango.
Esta distinción, que es exigida por la honradez, da además al apologista una
gran ventaja táctica. La mayor dificultad está en lograr que las personas a
las que nos dirigimos comprendan que predicamos el cristianismo única y
exclusivamente porque creemos que es verdadero; pues siempre suponen que lo
hacemos porque nos gusta, porque pensamos que es bueno para la sociedad o por
algo parecido. Una distinción clara entre lo que la fe verdaderamente dice y
lo que a uno le gustaría que dijera –o lo que uno entiende o considera
útil o cree probable –, obliga a los oyentes a reconocer que estamos
vinculados a los datos como el científico a los resultados del experimento, y
a admitir que no estamos diciendo simplemente lo que nos gusta. Esto les ayuda
inmediatamente a entender que lo que se expone es un hecho objetivo, no un
parloteo sobre ideales y puntos de vista.
En segundo lugar, el cuidado escrupuloso en conservar el mensaje cristiano
como algo distinto de las propias ideas tiene un efecto muy bueno sobre el
propio apologista. Le obliga constantemente a afrontar aquellos elementos del
cristianismo original que le parecen oscuros o repulsivos; y así se ve libre
de la tentación de omitir, ocultar o ignorar lo que encuentra desagradable.
El hombre que ceda a esa tentación no progresará jamás en el conocimiento
cristiano, pues, obviamente, las doctrinas que encontramos fáciles son
aquellas que dan sanción cristiana a verdades ya conocidas. La nueva verdad
que no se conoce y que se necesita, debe estar oculta – de acuerdo con la
auténtica naturaleza de las cosas – precisamente en las doctrinas que menos
gustan y que menos se entienden.
Esto es así tanto aquí como en la ciencia. El fenómeno que resulta
dificultoso, que no concuerda con las teorías científicas de actualidad, es
el que obliga a una nueva consideración y, de ese modo, conduce a un
conocimiento nuevo. La ciencia progresa porque los científicos, lejos de
rehuir los fenómenos molestos o de echar tierra sobre ellos, los sacan a la
luz y los investigan. De igual modo, en el conocimiento cristiano sólo habrá
progreso si aceptamos el desafío de la dificultad o de las doctrinas que nos
repelen. Un cristianismo «liberal», que se considera a sí mismo libre para
modificar la fe siempre que le parezca confusa o repelente, se quedará
totalmente estancado. El progreso tiene lugar sólo en aquella materia que
ofrece resistencia.
De todo lo anterior deriva una consecuencia acerca de la interpretación
privada por parte del apologista. Hay dos preguntas que habrá de plantearse:
1) ¿He conseguido «no ceder», aun manteniéndome al corriente de los
recientes movimientos en Teología?
2) ¿Me he mantenido firme (supera monstratas vias)2 en medio de los «vientos
de doctrina»3?
Quiero decir enérgicamente que la segunda pregunta es, con diferencia, la
más importante. La educación y la atmósfera del mundo en que vivimos
aseguran que nuestra principal tentación será la de ceder a los vientos de
doctrina, no la de ignorarlos. No es probable en absoluto que vayamos a
aferrarnos a la tradición. Lo más probable es que seamos esclavos de la
moda. Si hay que elegir entre leer los libros nuevos o los viejos, hemos de
elegir los viejos, y no porque necesariamente sean mejores, sino porque
contienen las verdades que nuestro tiempo descuida. El modelo de cristianismo
permanente debe mantenerse claro en nuestra mente, y a la luz de él hemos de
eminar el pensamiento contemporáneo. Tenemos que evitar a todo trance
movernos con los tiempos. Servimos a Aquél que dijo: «El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán»4.
Hasta ahora he hablado de la interpretación teológica. La interpretación
científica es otro asunto. Si conocen alguna ciencia, sería muy deseable que
siguieran profundizando en ella. Tenemos que responder a la actual actitud
científica hacia el cristianismo, no a la que adoptaron los científicos hace
cien años. La ciencia está en continuo cambio, y debemos mantenernos al
día.
Pero, por la misma razón, también hemos de ser muy cautelosos al abrazar una
teoría científica que, de momento, parece estar a nuestro favor. Podemos
mencionarla, pero siempre moderadamente y sin afirmar que sea algo más que
«interesante», y deberíamos evitar frases que comiencen por «la ciencia ha
demostrado». Si intentamos basar nuestra apologética en ciertos desarrollos
nuevos de la ciencia, descubriremos con frecuencia que, justamente al dar el
retoque final a nuestro argumento, la ciencia ha cambiado sus planteamientos y
abandonado completamente la teoría que usábamos como piedra angular. Timo
Adanes te dona fermentes5 es un principio prudente.
Permítanme que haga una digresión por un momento, ahora que estamos con el
tema de la ciencia. Creo que si un cristiano está capacitado para escribir un
buen libro, accesible a la mayoría, sobre una ciencia cualquiera, puede hacer
un mayor bien de ese modo que mediante una obra directamente apologética.
Porque otra dificultad con la que tenemos que enfrentarnos es ésta:
normalmente, podemos lograr que las personas presten atención al punto de
vista cristiano durante una media hora más o menos; pero cuando se marchan de
la conferencia, o guardan nuestro artículo, se sumergen de nuevo en un mundo
en el que prevalece el punto de vista contrario. Los periódicos, películas,
novelas y libros de texto socavan nuestra obra. Mientras persista esta
situación, es sencillamente imposible lograr un éxito extendido. Debemos
atacar la línea de comunicación enemiga; por eso no son más libros sobre el
cristianismo lo que necesitamos, sino más libros sobre otros temas escritos
por cristianos, en los que el cristianismo de su autor se encuentre latente.
Se puede comprender mejor la cuestión si se mira a la inversa. No es probable
que un libro sobre hinduismo socave nuestra fe. Pero si cada vez que leemos un
libro divulgativo de Geología, Botánica, Política o Astronomía,
descubrimos que sus implicaciones son hindúes, sí podríamos sentirnos
sacudidos. No son los libros escritos en defensa del materialismo los que
hacen materialista al hombre moderno, sino los supuestos materialistas
contenidos en los demás libros. De igual modo, tampoco serán los libros
sobre el cristianismo los que realmente inquieten al hombre moderno; en
cambio, se inquietaría si, siempre que necesitara una introducción popular y
barata a una ciencia cualquiera, la mejor del mercado fuera la escrita por un
cristiano.
El primer paso para la reconversión religiosa de este país es una
colección, dirigida por cristianos, que pueda superar en su propio terreno a
colecciones como Penguins o Thinker’s Library. Su cristianismo tendría que
estar latente, no explícito, y su ciencia, por supuesto, ser absolutamente
genuina. Una ciencia retorcida en interés de la apologética sería un pecado
y una locura. Pero ahora tengo que volver al asunto que me ocupa directamente.
Nuestra tarea consiste en exponer lo eterno (lo mismo ayer, hoy y mañana)6,
en el lenguaje de nuestra época. El mal predicador hace exactamente lo
contrario: toma las ideas de nuestra época y las atavía con el lenguaje
tradicional del cristianismo. Puede, por ejemplo, pensar en el Informe
Beveridge7 y hablar sobre la llegada del Reino. El núcleo de su pensamiento
es simplemente contemporáneo; sólo la superficie es tradicional. En cambio,
la doctrina que ustedes prediquen tiene que ser intemporal en el fondo, y
llevar ropa moderna.
Esto plantea el problema de la relación entre teología y política. Lo más
que puedo hacer para conciliar el problema fronterizo entre ambas es lo
siguiente: proponer que la teología nos enseñe qué fines son deseables y
qué medios son legítimos, y que la política nos instruya sobre qué medios
son efectivos. La teología nos dice que todos los hombres deben tener un
salario justo. La política nos dice con qué medios es más probable
lograrlo. La teología nos dice cuáles de esos medios son coherentes con la
justicia y la caridad.
El asesoramiento sobre un problema político no procede de la Revelación,
sino de la prudencia natural, del conocimiento de la complejidad de los hechos
y de una experiencia madura. Si tenemos estos requisitos, podemos, como es
lógico, exponer nuestras opiniones políticas. Pero después hemos de dejar
completamente claro que estamos dando juicios personales, y que no tenemos
precepto del Señor. Estos requisitos no los tienen en cuenta muchos
sacerdotes, y la mayoría de los sermones con contenido político no enseñan
a los fieles nada distinto de lo que se puede leer en los periódicos
recibidos en la casa del párroco.
El mayor riesgo de este momento es determinar si la Iglesia debería seguir
practicando una técnica meramente misionera en una situación que se ha
convertido en misionera. Hace un siglo nuestra tarea era formar en la virtud a
quienes habían sido educados en la fe. En este momento nuestra tarea consiste
principalmente en convertir e instruir a los que no creen. Gran Bretaña es
tan tierra de misión como China. Si ustedes fueran enviados con los bantús,
deberían aprender su lengua y sus tradiciones. Pues también necesitan una
enseñanza parecida sobre la lengua y hábitos intelectuales de sus
compatriotas incultos y no creyentes. Muchos sacerdotes ignoran por completo
esta cuestión.
Lo que yo sé sobre el particular lo he aprendido hablando en los campamentos
de la RAF, habitados mayoritariamente por ingleses y, en consecuencia, parte
de lo que voy a decir tal yez sea irrelevante para la situación de Gales.
Ustedes deberán cribar lo que no sea pertinente.
1. Observo que el inglés inculto es casi completamente escéptico respecto la
historia. Yo había supuesto que no creía en el Evangelio porque incluye
milagros. Pero realmente no cree en él porque trata de cosas que ocurrieron
hace 2.000 años. Tampoco creería en la batalla de Acuita si oyera hablar de
ella. A quienes hemos recibido una educación como la nuestra, nos resulta muy
difícil entender su modo de pensar. Para nosotros el presente aparece como
parte de un vasto proceso continuo. En su modo de pensar, el presente ocupa
casi por completo el campo de visión. Más allá del presente, aislado de él
y como algo completamente irrelevante, hay algo llamado «los tiempos
antiguos», una jungla insignificante y divertida por la que deambulan
caminantes, la reina Isabel, caballeros con armadura, etc. Más allá de los
tiempos antiguos (y esto es lo más extraño de todo) viene un cuadro del
«hombre primitivo», cuadro que es «ciencia», no «historia» y, por
consiguiente, se percibe como mucho más real que los tiempos antiguos. Con
otras palabras: se cree mucho más en lo prehistórico que en lo histórico.
2. También desconfía de los textos antiguos, lo cual es lógico si se tienen
en cuenta sus conocimientos. En cierta ocasión me dijo un hombre lo
siguiente: «Estos documentos se escribieron antes de la imprenta, ¿no es
cierto?, y usted no tiene el trozo original de papel, ¿verdad? Eso significa
que alguien escribió algo, otra persona lo copió y otra copió la copia, y
así sucesivamente. Bueno, con el tiempo llega a nosotros, y no se parecerá
lo más mínimo al original».
Esta es una objeción difícil de atacar, pues no se puede empezar en ese
mismo instante a enseñar la ciencia entera de la crítica textual. Sin
embargo, en este punto viene en mi ayuda su verdadera religión, o sea, la fe
en la «ciencia». La confianza en que hay una «ciencia» llamada «Crítica
de Textos» y en que sus resultados (no sólo en lo que respecta al Nuevo
Testamento, sino a los textos antiguos en general) son generalmente aceptados,
será normalmente recibida sin objeción. (Bueno, hace falta advertir que no
se debe emplear la palabra «texto», ya que para ese público significa
solamente «cita bíblica».)
3. El sentido del pecado falta casi completamente. En este aspecto, nuestra
situación es muy diferente de la de los Apóstoles. Los paganos (y
especialmente los metuentes)8 a los que predicaban se sentían perseguidos por
un sentido de culpa, y, por tanto, el Evangelio era para ellos «la buena
nueva». Nosotros nos dirigimos a personas a las que se les ha enseñado a
creer que todo lo que va mal en el mundo es por culpa de otros: los
capitalistas, el gobierno, los nazis, los generales. Incluso al mismo Dios se
dirigen también como jueces. Quieren saber, no si pueden ser absueltos de sus
pecados, sino si Él puede ser absuelto de haber creado un mundo así.
Para enfrentarse con esta funesta insensibilidad es inútil orientar la
atención a los pecados – que las personas a las que ustedes se dirigen no
cometen –, o a las cosas que hacen y que no consideran pecado. Por lo
general no se consideran bebedores. Por lo general son fornicadores, pero no
creen que la fornicación esté mal. Es inútil, pues, hacer hincapié en
cualquiera de esos temas. (Ahora que los anticonceptivos han eliminado el
elemento no caritativo de la fornicación, no creo que se pueda esperar que la
gente reconozca que es un pecado, a menos que acepten íntegramente el
cristianismo).
No puedo ofrecerles una técnica infalible para despertar el sentido del
pecado. Sólo puedo decir que, según mi experiencia, si uno mismo comienza
por el pecado que ha sido su propio y principal problema durante la semana
anterior, uno se sorprende muy a menudo del modo en que este dardo da en el
blanco. Pero sea cual sea el método que usemos, nuestro continuo esfuerzo
debe consistir en hacer que aparten su mente de los asuntos y «crímenes»
públicos y que vayan al grano, a la amplia red de rencor, avaricia, envidia,
injusticia y presunción en que están atrapadas tanto las vidas de «la gente
normal respetable» como las suyas (y las nuestras).
4. Tenemos que aprender y dominar el lenguaje de nuestra audiencia. Y
permítanme decirles desde el comienzo que no sirve en absoluto establecer a
priori qué es lo que entiende o no entiende el «hombre sencillo». Tienen
que averiguarlo por experiencia. La mayoría de nosotros habría supuesto que
cambiar la frase «el ministro de justicia puede verdadera e
indiferentemente» por esta otra «puede verdadera e imparcialmente», haría
más fácil el pasaje para las personas incultas. Pero un sacerdote, amigo
mío, descubrió que su sacristán no veía ninguna dificultad en
indiferentemente («significa no establecer diferencias entre un hombre y
otro», dijo), pero no tenía la menor idea de lo que significaba
imparcialmente.
Lo mejor que puedo hacer para solventar el problema del lenguaje es ofrecer
una lista de palabras que la gente usa en un sentido diferente al nuestro.
Expiación: no existe realmente en el inglés hablado moderno, aunque se
reconocería como una «palabra religiosa». En el supuesto de que transmita
algún significado a una persona inculta, yo creo que significa compensación.
Ninguna palabra les manifestará lo que los cristianos quieren decir con
expiación, de ahí que ustedes deban parafrasear.
Ser (nombre): en el habla popular no significa nunca simplemente entidad. A
menudo significa lo que nosotros llamaríamos «un ser personal» (por
ejemplo, un hombre me dijo lo siguiente: «creo en el Espíritu Santo, pero no
creo que sea un ser»).
Católico: significa seguidor del Papa.
Caridad: significa a) limosna, b) «organización benéfica», c) aunque mucho
más raramente, indulgencia (por ejemplo, por actitud «caritativa» hacia un
hombre se entiende la actitud que niega o tolera sus pecados, no la que ama al
pecador a pesar de sus faltas).
Cristiano: ha llegado a no incluir casi ninguna idea relacionada con creencia.
Habitualmente es un termino vago de aprobación. La pregunta «¿A qué llama
usted cristiano?» se me ha hecho repetidas veces. La respuesta que desean
escuchar es la siguiente: «un cristiano es un buen tipo, desinteresado,
etc.».
Iglesia: significa a) edificio sagrado, b) el clero. No les sugiere la idea de
«asamblea de todos los creyentes»10. Por lo general se usa en sentido
negativo. La defensa directa de la Iglesia es parte de nuestro deber. Sin
embargo, el empleo de la palabra Iglesia, cuando no hay tiempo para
defenderla, nos quita simpatías, y se debería evitar si fuera posible.
Creador: ahora significa «talentoso», «original». La idea de creación en
sentido teológico está ausente de sus mentes.
Criatura: significa «bestia», «animal irracional». Expresiones como
«somos solamente criaturas», serían mal entendidas casi con total
seguridad.
Crucifixión, cruz, etc.: siglos de himnos y cantos religiosos han debilitado
estas palabras hasta el extremo de que ahora transmiten vagamente, si lo
transmiten, la idea de ejecución mediante tortura. Es mejor parafrasear. Por
la misma razón, es mejor emplear la expresión flagelado para explicar la
palabra azotado11 del Nuevo Testamento.
Dogma: la gente suele usarla sólo en sentido negativo con el significado de
«afirmación no probada y pronunciada de manera arrogante».
Inmaculada Concepción: en boca de hablantes incultos significa siempre Parto
Virginal.
Moralidad: significa castidad.
Personal: llevaba al menos diez minutos disputando con un hombre sobre la
existencia de un «diablo personal» sin darme cuenta de que, para él,
personal significaba corpóreo. Sospecho que esto está muy extendido. Cuando
dicen que no creen en un Dios «personal», a menudo pueden querer decir
solamente que no comparten el antropomorfismo.
Potencial: en caso de que alguna vez se emplee, se usa en el sentido de la
ingeniería. Nunca significa «posible».
Primitivo: significa tosco, torpe, incompleto, incompetente.
Sacrificio: la acepción que conocen no tiene ninguna relación con el templo
y el altar. Están familiarizados solamente con el sentido periodístico de
esta palabra («La nación tiene que estar preparada para duros
sacrificios»).
Espiritual: significa primariamente inmaterial, incorpóreo, pero con graves
confusiones acerca del uso cristiano de pneuma12. De ahí procede la idea de
que todo lo que es «espiritual», en el sentido de «no sensorial», es mejor
de algún modo que cualquier cosa sensorial. Por ejemplo, no creen realmente
que la envidia pueda ser tan mala como la embriaguez.
Vulgaridad: por lo general significa obscenidad o «grosería». Se dan, y no
sólo en personas incultas, lamentables confusiones entre:
a)Lo obsceno o lascivo: lo calculado para provocar lujuria.
b)Lo indecoroso: lo que ofende al buen gusto o al decoro.
c) Lo vulgarmente decoroso: lo que es socialmente «bajo».
La «buena» gente propende a pensar que (b) es tan pecaminoso como (a), de
donde resulta que a otros les parece que (a) es tan inocente como (b).
Como conclusión debo decir que tienen ustedes que traducir cada trozo de su
Teología a la lengua vulgar. Esto es muy difícil, e implica que pueden decir
muy poco en media hora, pero es esencial. Sirve asimismo de gran ayuda para su
propio pensamiento. He llegado a la convicción de que, si ustedes no pueden
traducir sus ideas al lenguaje inculto, es que son confusas. La capacidad de
traducirlas es la prueba de que han entendido realmente el significado que uno
mismo les da. Traducir un pasaje de alguna obra teológica al lenguaje vulgar
debería ser un ejercicio obligatorio en el examen para ordenarse.
Retomo ahora la cuestión del verdadero ataque. Este puede ser o emocional o
intelectual. Si hablo sólo del intelectual, no se debe a que desprecie el
otro, sino a que, al no poseer las aptitudes necesarias para llevarlo a cabo,
no puedo dar consejos sobre él. Pero deseo decir de la manera más enérgica
posible que si un orador tiene esas aptitudes, el llamamiento evangélico
directo, del tipo «ven a Jesús», puede ser hoy tan irresistible como hace
cientos de años. Yo he visto hacerlo precedido por una película religiosa y
acompañado por cantos de himnos, y con un efecto muy notable. Yo no soy
capaz, pero aquellos que puedan deben intentarlo con todas sus fuerzas.
No estoy seguro de que el grupo misionero ideal no deba consistir en alguien
que argumente y alguien que predique (en el pleno sentido de la palabra). En
primer lugar, traten de que quienes debaten con ustedes se desprendan de sus
prejuicios intelectuales; luego dejen que el predicador del Evangelio inicie
su llamamiento. En todo esto yo me ocupo solamente de la argumentación
intelectual. Non omnia possumus omnes13.
Y, ante todo, unas palabras de aliento. La gente inculta no es gente
irracional. He comprobado que aguantan, y que pueden seguir un buen número de
argumentos ininterrumpidos, si se los exponen lentamente; y a menudo, la
novedad de una argumentación (raras veces se han enfrentado antes a algo
semejante) los deleita.
No intenten suavizar el cristianismo. No lo difundan omitiendo lo
sobrenatural. Que yo sepa, el cristianismo es precisamente la única religión
de la que los milagros no se pueden excluir. Deben argumentar en favor de lo
sobrenatural desde el principio.
Las dos «dificultades» más comunes con las que probablemente tendrán que
enfrentarse son las siguientes:
1. «Ahora que conocemos cuán inmenso es el universo y que pequeña la tierra
es ridículo creer que el Dios universal pueda tener un especial interés por
nuestros asuntos».
En primer lugar, para responder a esto, deben ustedes corregir los errores
acerca de los hechos. La insignificancia de la tierra en relación con el
universo no es un descubrimiento moderno. Hace casi 2.000 años, Ptolomeo (Almagest,
bk. I, ch. v) ya dijo que, en relación con la distancia de las estrellas
fijas, la tierra debe ser considerada como un punto matemático sin magnitud.
En segundo lugar, deben indicar que el cristianismo explica lo que Dios ha
hecho por el hombre, pero que no dice (porque no lo sabe) lo que ha hecho o
dejado de hacer en otras partes del universo. En tercer lugar, deben recordar
la parábola de la oveja descarriada14. Si Dios cuida especialmente de la
tierra (algo que nosotros no creemos), eso no puede implicar que sea lo más
importante del universo, sino tan sólo que se ha extraviado. Finalmente,
recusen la tendencia a identificar tamaño e importancia. ¿Es un elefante
más importante que un hombre, o la pierna del hombre más que su cerebro?
2. «La gente creía en los milagros en los tiempos antiguos porque no sabía
que fueran contrarios a las leyes de la naturaleza». Pues sí lo sabía. Si
San José no sabía que un parto virginal es contrario a la naturaleza (es
decir, si no hubiera sabido cuál es el origen normal de los bebés), ¿por
qué «resolvió repudiarla en secreto» cuando descubrió el embarazo de su
esposa? Como es obvio, ningún acontecimiento puede ser considerado como
milagro a menos que los que los registren conozcan el orden natural, y vean
que ese hecho es una excepción. Si la gente no supiera que el sol sale por el
este, no podría sorprenderse jamás si una vez lo viera salir por el oeste;
no lo registraría como miraculum (sencillamente no lo registraría). La misma
idea de «milagro» presupone el conocimiento de las leyes de la naturaleza.
No es posible tener la idea de excepción sin tener la idea de regla.
Es muy difícil presentar argumentos populares sobre la existencia de Dios.
Además, buena parte de los argumentos populares a mí no me parecen válidos.
Algunos pueden ser presentados en la discusión por miembros favorables de la
audiencia; esto plantea el problema del «seguidor molesto». Es cruel (y
peligroso) rechazarlo, y no es honesto mostrarse de acuerdo con lo que dice.
Por lo general, yo trato de no decir nada sobre la validez de su argumento en
sí mismo, y respondo: «Sí. Eso tal vez sea así para usted y para mí. Pero
me temo que si adoptamos esa actitud, este amigo nuestro situado aquí, a mi
izquierda, podría decir..., etc, etc.».
Afortunadamente, y aunque parezca raro, he observado que, por lo general, esa
gente accede a que se trate de la divinidad de nuestro Señor antes de entrar
a considerar la existencia de Dios. En mis comienzos, cuando daba dos
conferencias, solía dedicar la primera al simple teísmo. Pero enseguida
abandoné este método, pues me parecía que despertaba poco interés. El
número de ateos convencidos no es aparentemente demasiado grande.
Cuando llegábamos a la Encarnación, con frecuencia descubría que se podía
usar alguna forma del aut Deus aut malus homo15 La mayoría de ellos comenzaba
con la idea del «gran maestro humano», que fue divinizado por sus
supersticiosos seguidores. Hay que señalar qué poco probable es esto entre
los judíos, y qué diferente a cualquier cosa que ocurriera con Platón,
Confucio, Buda, Mahoma. Las mismas palabras y afirmaciones del Señor (que
muchos ignoran completamente) tienen que ser apuradas hasta el fondo. (Todo
esto está muy bien recogido en la obra de Cherteston The Everlasting Man.)
Generalmente, también hay que decir algo sobre la historicidad de los
Evangelios. Ustedes, que son teólogos preparados, podrán hacerlo de un modo
que a mí me resultaba imposible. Mi argumento consistía en decir que yo era
un crítico literario profesional, y que creía conocer la diferencia entre
leyenda y escritura histórica; que los Evangelios no eran leyendas (en cierto
sentido no eran suficientemente buenos), y que, si no son historia, son
ficciones realistas en prosa de un tipo que realmente no había existido nunca
antes del siglo XVIII. Episodios pequeños, como aquél en que aparece Jesús
escribiendo en la tierra cuando fue llevado ante la mujer sorprendida en
adulterio16 (gesto que no tiene ninguna significación doctrinal en absoluto),
son un claro ejemplo.
Otra de las mayores dificultades es mantener ante la opinión de los oyentes
la cuestión de la Verdad. Siempre creen que ustedes recomiendan el
cristianismo, no porque sea verdad, sino porque es bueno. En el curso de la
discusión tratarán en todo momento de eludir la cuestión de la «verdad o
la falsedad», y de convertirla en un problema acerca de la buena sociedad, la
moral, los ingresos de los obispos, la Inquisición española, Francia,
Polonia, u otra cosa cualquiera.
Deberán ustedes mantenerse firmes en volver, una y otra vez, al verdadero
asunto. Sólo así podrán socavar su creencia en que «una cierta cantidad de
religión» es deseable, pero que no se debe llevar demasiado lejos. Es
preciso no dejar de señaIar que el cristianismo es una afirmación que, si es
falsa, no tiene ninguna importancia. Lo único que no puede ser es
moderadamente importante. Podrán socavar también su firme creencia en el
artículo XVIII17. Habría que señalar, claro está, que aunque la salvación
es a través de Jesús, eso no obliga a concluir que Él no pueda salvar a
aquellos hombres que no lo han aceptado explícitamente en esta vida.
Asimismo habría que dejar claro (yo al menos lo creo así) que nosotros no
declaramos que las otras religiones sean totalmente falsas, sino que decimos,
más bien, que todo lo verdadero de las demás religiones es consumado y
perfeccionado en Cristo. Sin embargo, por otro lado, creo que debemos
combatir, siempre que nos enfrentemos con ella, la idea absurda de que dos
proposiciones sobre Dios que se excluyen mutuamente pueden ser ambas
verdaderas18.
Personalmente, a veces he dicho a mi audiencia que las dos únicas religiones
que verdaderamente merecen considerarse son el cristianismo y el hinduismo.
(El Islam es sólo la más grande herejía cristiana, y el budismo,
únicamente la mayor herejía hindú. El verdadero paganismo está muerto. Lo
mejor del judaísmo y el platonismo pervive en el cristianismo). Una mente
madura no precisa considerar toda la infinita variedad de religiones. Podemos,
salva reverentia19 dividir las religiones, como las sopas, en «espesas» y
«claras». Por «espesas» entiendo aquellas que tienen orgías y éxtasis y
misterios y ataduras locales. África está llena de religiones espesas. Por
«claras» entiendo aquellas que son filosóficas, éticas y universales. El
estoicismo, el budismo, y la Iglesia Ética son religiones claras.
Ahora bien, si hay una religión verdadera, debe ser a la vez espesa y clara,
pues el verdadero Dios debe haber hecho al niño y al hombre, al salvaje y al
ciudadano, la cabeza y el vientre. Y las únicas dos religiones que cumplen
esta condición son el hinduismo y el cristianismo. Pero el hinduismo la
cumple imperfectamente. La religión clara del ermitaño brahman en la jungla
y la religión espesa del templo vecino siguen caminos paralelos. El ermitaño
brahman no presta atención a la prostitución del templo, ni los devotos del
templo a la metafísica del ermitaño. El cristianismo derriba el muro de la
separación. Toma a un convertido de África central y le dice que obedezca
una ética universal ilustrada. Toma a un pedante académico del siglo xx,
como yo, y le dice que vaya rápidamente al misterio, a beber la sangre del
Señor. El salvaje tiene que estar claro, yo tengo que estar espeso. Así es
como sabemos que hemos llegado a la religión verdadera.
Una última observación. He comprobado que nada es más peligroso para la
propia fe que la labor de un apologista. Ninguna doctrina sobre la fe me
parece tan fantasmal e irreal como la que he defendido con éxito en un debate
público. Por un momento, parecía descansar sobre mí mismo y, como
consecuencia, cuando me alejaba del debate, no parecía más fuerte que la
débil columna que la sustentaba. He ahí por qué los apologistas tenemos
nuestras vidas en nuestras manos, y sólo podemos ser salvados volviendo
continuamente desde el telar de nuestros propios argumentos – como si fueran
nuestros adversarios intelectuales – a la realidad; del cristianismo
apologético al cristianismo como tal. He ahí también por qué necesitamos
constantemente la ayuda de los demás. Oremus pro invicem20.
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1Esta comunicación fue leída en la asamblea de pastores anglicanos y
líderes juveniles de la Iglesia de Gales, en Carmarthen, durante la Pascua de
Resurrección.
2 Creo que la fuente de esta cita es Jeremías 6, 16: «State super vias et
videte, et interrogate de semitis antiquis quae sit via bona, et ambulate in
ea», cuya traducción es: «Haced alto en los caminos y ved, preguntad por
las sendas antiguas: ¿Es ésta la senda buena? Pues seguidla.
3 Efesios 4, 14.
4 Mat. 24, 35; Mc. 13, 31; Lc. 21, 33.
5“Temo a los griegos aun cuando llevan obsequios”. Virgilio, Eneida, II,
49.
6 Hebreos, 8, 8.
7 Sir William H. Beveridge, Social Insurance and Allied Services,
Comunicación de Gobierno 6404, Sesión parlamentaria 1942-43 (Londres: H.M.
Stationery Office, 1942). El Informe Beveridge es el proyecto del actual
sistema de Seguridad Social británico.
8 Los metuentes o “los temerosos de Dios” eran una clase de gentiles que
adoraban a Dios sin someterse a la circuncisión y a otras obligaciones
ceremoniales de la Ley Judía. Cfr. Salmos 118, 4 y Hechos 10, 2.
9 La primera cita es de la oración por “La situación global de la Iglesia
de Cristo” durante el servicio religioso de la Sagrada Comunión, Libro de
la Oración Común (1662). La segunda es la forma revisada de la misma frase,
tal como se halla en el Libro de la Oración Común de 1928.
10 La frase aparece en la oración de Acción de gracias, que tiene lugar al
final del servicio religioso de la Sagrada Comunión, en el Libro de la
Oración Común (1662).
11Mat. 27, 26; Mac. 15, 15; Jn. 19, 1.
La expresión «cristianismo primitivo» no significaría para ellos en
absoluto lo que significa para ustedes.
12“Que significa “espíritu”, como en 1 Corintios, 14, 24.
13“No todos podemos hacerlo todo”. Virgilio, Églogas, VIII, 63.
14 Mt. 18,11-14; Lc 15, 4-7.
15 O es malo Dios, o es malo el hombre.
16 Jn. 8,3-8.
17 El artículo XVIII del Libro de la Oración Común, que trata sobre
Alcanzar la salvación eterna sólo por el nombre de Cristo, dice: “Deben
ser maldecidos los que osan decir que todo hombre se salvará por la Ley o la
Secta que profesa, de manera que ha de serdiligente en amoldar su vida
conforme a esa ley y la luz de la Naturaleza. La Sagrada Escritura nos
manifiesta que sólo por el Nombre de Cristo puede un hombre salvarse.
18 El lector interesado en esta cuestión puede ver cómo responde el papa
Juan Pablo II a la pregunta:”¿por qué tantas religiones?”, Cruzando el
umbral de la Esperanza, pp. 93-112, Plaza y Janés. (N. Del T.).
19 Sin ultrajar la reverencia.
20 Oremos los unos por los otros.
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL